Marx fue un pensador burgués. Mal economista
en el sentido riguroso y hasta científico del término, no fue el mejor
filósofo, pero tuvo el genio de dar al sentido exclusivamente económico de la
vida un soplo de demencia religiosa que desató la esperanza de un cambio total
provocado por el paso de los medios de producción de las manos del capitalista
a las del pueblo organizado. Esta idea fue sembrada sobre una conciencia de la
cual no había desaparecido la esperanza esjatolójica en el Reino de Dios y de
una transformación del hombre provocada por el fermento de la gracia divina y
la conversión religiosa de la voluntad, pero en cuyas convicciones más
profundas había entrado para siempre el culto del trabajo humano y la confianza
en una redención puramente antropocéntrica.
Marx no examinó la actividad económica en su
sentido lato, a la luz de la eficacia productiva. En ese orden de reflexiones
el capitalismo tiene sobre sus ideas todas las ventajas de la eficiencia y a su
favor el peso aplastante de las estadísticas y el mejor standard de vida. Pensó la actividad económica en términos de una
fuerza transformadora de la naturaleza y la dotó de un ímpetu soteriológico
capaz de provocar el advenimiento de un "hombre nuevo", el producto
de un salto cualitativo en la evolución de la especie. Era una idea au jour, nacida de una hipótesis
biológica y de un tremendo deseo de que fuera verdadera para terminar con el
dogma de la creación de la nada. Marx nunca supo bien qué cosa sería ese hombre
socialista, pero el sueño armonizaba con sus ambiciones titánicas y coronaba el
esfuerzo dialéctico de Hegel con un porvenir. Por el momento y hasta tanto la
realización del socialismo no provocara el paso de la pre-historia presenta a
la verdadera historia, la visión de este fin último brotado del abrazo de la
economía y el evolucionismo biológico incoaba la esperanza en la historia.
Tener esperanza en la historia es fundar el
sentido de la vida en la huidiza movilidad del tiempo. Personalmente esa
esperanza es insostenible, porque supone pasar por encima de la inevitable
muerte individual. Puedo esperar más allá de la muerte y podrá discutirse la
cordura de semejante esperanza. Pero esperar con el convencimiento de que la
muerte tiene la última palabra es indudablemente una esperanza desesperada, o
más simplemente una forma bastante complicada de la desesperación.
El marxismo no habla de esperanzas personales
y trata de fundar una suerte de esperanza colectiva. Yo espero por otros, pero
no por otros que esperan personalmente eso que yo espero por ellos, sino por
otros que todavía no son y de los que a ciencia no sé lo que esperarán, en caso
de que esperen algo. Mi esperanza se adhiere a un espejismo que permitirá a las
generaciones sucesivas ir sacrificándose una tras otra detrás de una ilusión
que la muerte de cada uno apaga de un manotazo.
Rubén
Calderón Bouchet – “Esperanza, Historia y Utopía” – Ed. Dictio 1980 – Págs. 187-189.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Utopias dementes mundanas materialistas e historicas pre-modeladas por un poseso social y cultural. El demonio marxista es de los peores que ha parido la humanidad, desde el Satán que lo ha mandado para obreros sin fe, capitalistas sin corazón, y curas sin encarnación. Que los primeros que defendían en el tajo y el suburbio industrial a los obreros y sus familias explotadas FUERON SACERDOTES ECLESIALES.
ResponderBorrarLuego encima nos han venido los curas letrinoamericanos liberacionistas, encima, para redondear la coñeta postconciliarmente. Con paco1 jesuitas de excremento final necesario NWO FABIANISTA.
De mí (seglar, un ciudadano más identificado de entre las masas, de entre las mayorías), se pueden decir muchos de mis fallos y debilidades, pero creo que no sería justo que se afirmara que no deseo dialogar con los que no sienten ni creen ni piensan ni aman como yo: viviendo en sistemas de democracia formal o representativa...
ResponderBorrarDe modo que también a veces dialogo con el marxismo. Pero no termino de entender a los neomarxistas. Verbigracia: Michel Bachelet, la actual Presidenta chilena, es socialdemócrata, o sea, laicista, es agnóstica o tal vez atea, defensora de la ideología de género, que ahora se aplica o implementa en Chile. Y sin embargo, desde sectores de la izquierda extrema es criticada, la chilena Michel Bachelet, ¿por qué? ¿Es que la critican porque no es suficientemente abortista, feminista, laicista, comunista, atea, antieclesial…? ¿O es que la critican porque no aplica una política económica verdaderamente “socialista, equitativa, justa”?
¡Vaya!, ya se cagó el perro en las papas. Resulta que las políticas económicas aplicadas en Cuba, Bolivia, Venezuela (no digamos en la China comunista de Mao, en la antigua Rusia comunista y todos sus países satélites de idéntica ideología, en la actual Corea marxista…) ¡fomentan la justicia social, el desarrollo de los pueblos, la libertad, la honradez, la voz libre de la Iglesia, la libertad religiosa y de conciencia!
Vaya, y uno sin saberlo, mas ¿quién se cree este cuento?