Nota de NCSJB: El siguiente artículo es una adaptación a circunstancias actuales, a uno ya publicado hace un par de años.
Ante las situaciones terriblemente difíciles que
se viven en la Iglesia sumida en una apostasía casi absoluta; la familia que
dejó de ser la célula básica de nuestras sociedades para pasar a ser agentes
instructores de las perversiones impuestas “culturalmente” por el globalismo
mediático masónico; nuestras patrias agonizando por los ataques a sus excelsos
valores fundacionales; y el mundo entero que parece a punto de estallar; no termina
de sorprendernos seguir escuchando que tenemos que ser optimistas. Lo peor del
caso es que éste planteo se predica hasta como un “imperativo religioso”. También
se pretende que al ser cristianos jugamos del “lado ganador”, por lo que no
tenemos que preocuparnos ya que las cosas necesariamente se van a arreglar, y
que debemos pensar que, así como los asfixiantes problemas mundiales, las difíciles
situaciones particulares van a tener un feliz término si confiamos
adecuadamente, o rezamos lo suficiente. Cabe aclarar entonces que nos referimos
a la pretensión de soluciones puramente contingentes y mundanas.
Estas predisposiciones tan arraigadas en el
catolicismo moderno, o más bien modernista, tienen su causa en el inmanentismo
en el que se nos educó en las últimas décadas. Y así este optimismo que se
autodenomina cristiano, no se apoya en la realidad y la lógica sucesión de los
acontecimientos, sino en la ilusa pretensión de dejar a Dios las tareas que les
corresponden a los hombres, o supone que Él suspenda las mismas leyes de la
naturaleza para estas situaciones que nosotros consideramos justas y por lo
tanto dignas de la intervención divina.
Olvidado entonces el realismo tomista para
ser reemplazado por el sentimentalismo carismático que tiene raíces
indudablemente protestantes, (en tiempos en los que se homenajea a Lutero en el
Vaticano); no resulta extraño que ante el fracaso de tan humanas expectativas,
puestas ya no en la Providencia Divina sino en mundanos deseos; se pueda llegar
hasta al abandono de la fe por considerar que está se asienta en un dios que
nos falló, y en casos más extremos, hasta llevar a una desesperación que
puede incluso terminar en suicidio.
Y es que si la Gracia supone la naturaleza,
no resulta lógico que todas las situaciones terrenas se resuelvan con
intervenciones extraordinarias de Dios (como sería el caso de los milagros),
sin dejar lugar a la práctica de las virtudes a la hora de enfrentar la lucha
cotidiana, la cual el cristiano está obligado a realizar para conseguir la eterna
recompensa. De esta forma, muchas veces creemos que sólo con nuestras oraciones y buenas
intenciones, torceremos el rumbo natural de los acontecimientos y hasta
doblegaremos la voluntad del malvado (se llame éste Bergoglio, Obama, Ban Ki Moon o Rockefeller). Todo esto lo decimos sin negar de ninguna
manera la eficacia de las oraciones que tienen que ser siempre el principio de
toda acción, y cuando ésta última no sea posible, hasta el único recurso,
poniendo siempre en manos de Dios el destino final de cualquier situación.
Esta pérdida de objetividad nos lleva a
reemplazar la esperanza por este optimismo basado exclusivamente en una
consideración subjetiva de lo que creemos que debería suceder. La esperanza también
conlleva un deseo, pero no pierde de vista la realidad objetiva, para así brindarnos las herramientas necesarias para enfrentarla adecuadamente. Mucho más
peso tiene la esperanza, si nos referimos a la misma como virtud teologal, ya
que de este modo, ponemos nuestros deseos en la correcta perspectiva al buscar
un destino trascendente, relegando los deseos inmanentes a un segundo plano.
Así dice el Catecismo N° 1817: “La
esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a
la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las
promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios
de la gracia del Espíritu Santo”.
Entonces, si entendemos que tenemos que
aspirar, antes que cualquier otra cosa, a nuestra salvación eterna, bien supremo por excelencia,
dejaremos de lado la búsqueda desesperada de “las añadiduras” para
concentrarnos en la que realmente importa: la búsqueda del Reino (Mt. 6,33). Por eso, advertimos en la postura de los eternos optimistas, que no se pide y espera lo que más nos convenga confiando en la Voluntad Divina , sino que se quiere sujetar la
voluntad de Dios a los propios deseos, sin dejar lugar a Su
Providencia. Y más que resultados concretos, hoy es imprescindible pedir el
auxilio de la Gracia para que el Espíritu Santo nos fortalezca en las virtudes
necesarias para no desfallecer en la batalla.
El Nuevo Orden Mundial judaico imperante en el mundo (hoy de hecho y próximamente de pleno derecho),
está imponiendo el laicismo masónico, el materialismo tanto marxista como
capitalista, el relativismo moral, y hasta el abandono del orden natural para
reemplazarlo por el desorden convencional; todos basados en expectativas
puramente mundanas a conseguirse por medio de la diosa Democracia. Y en éstas
circunstancias, recuerdo las palabras de un viejo y santo cura que nos decía
que al presenciar tantos desastres naturales, sociales, políticos y hasta eclesiásticos; mucho se alegraba puesto que eso era un claro signo de que había que
levantar las cabezas pues nuestra redención estaba pronta, según lo profetizado
por Nuestro Señor (Mt.21,28), y por consiguiente el cumplimiento de la súplica que realizamos en el Padrenuestro cuando decimos: “Venga a nosotros tu Reino”.
Quienes siguen pensando que todavía se puede
conseguir una victoria global sobre el enemigo, no sólo ponen sus expectativas
en logros que exceden enormemente sus posibilidades, sino que además, los
distraen del combate que realmente tienen a su disposición, que es el que se
lleva a cabo defendiendo la Verdad y viviendo en Ella. Y al final de cuentas, a pesar de que se nos acusa de conformarnos con el “pájaro en mano, antes que los cien volando” , aunque resulte paradójico, nos embarcamos en una empresa mucho más laboriosa y humanamente
peligrosa pero realizable; que los que se empeñan en la voluntarista
expectativa en pro de un “mundo feliz”, preparándose para la lluvia de fuego
con sombrillas multicolores mientras insisten que “siempre que llovió paró”.
Augusto
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Buena disección de la lerda y falsa fe postconciliar burguesota, ya de antes del CVII prefigurada y caminada MODERNISTA. Lo malo es que se lo cuentas a los borreguetes y no se lo creen, te dicen que tú eres el hereje.... el demonio con sus egos-mundi se los comieron. THE END. DIOS NO PERDONE A LOS DEMOLEDORES.
ResponderBorrarLos católicos de la secta de bergoglio (dirían los sedevacantes ...jaja), no saben cuan protestantes son.
ResponderBorrar¡Muy buen artículo!
https://2.bp.blogspot.com/-hFIm13B6QHE/WAhDIXB28WI/AAAAAAAAGZY/MDx76UCavasZzY-3xDrTOpql8gF2d7s9ACEw/s400/Optimismo%2BNCSJB.jpg
ResponderBorrar¡¡que bien puesta esta imagen!! es la típica actitud de los modernistas.
https://youtu.be/zORLn6bzC48
ResponderBorrarPSR - La función de la AFIP es robarle al pueblo el dinero producido para dárselo a los bancos