Miles
Christi - 20/12/2016
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« El hombre bueno saca el bien del buen tesoro que tiene en su corazón; mas el hombre malo, de su propia maldad saca el mal; porque de la abundancia del corazón habla la boca. » (Lc 6, 45)
Francisco representado por una comparsa
en el Carnaval de Gualeguaychú bajo
la divisa « ¡Hagan lío![1] »
Francisco
concedió una nueva entrevista[2], a
fines de noviembre pasado, al semanal católico belga Tertio, con motivo del fin del Jubileo
de la Misericordia, en el transcurso de la cual se refirió, entre otros temas,
a la laicidad, al CVII y a los medios de comunicación. De este modo, Bergoglio
prosigue imperturbable la funesta tarea de agitador social y de fermento
revolucionario que visiblemente le fue asignada por los enemigos de Dios que lo
propulsaron al pontificado y que él se encarga de ejecutar de manera ejemplar
desde aquel fatídico 13 de marzo de 2013. Su prolífico y envenenado pseudo
magisterio mediático (que estimo en, por lo menos, 40 extensas entrevistas, lo
que implica una cadencia mensual) es una de sus armas preferidas para generar caos
y provocar el desánimo en las filas de los confundidísimos y desamparados
fieles, quienes, por cierto, se hallan en dicho estado con mucha anterioridad
al advenimiento del humilde misericordiador argentino…
Sé
perfectamente que los católicos « tradicionales » están completamente
hartos de que se les sigan presentando notas acerca de las interminables tropelías
y maldades pergeñadas por nuestro inenarrable compatriota. Si bien dudo que les
vaya a servir de algún consuelo, aprovecho para hacerles saber que yo lo estoy
aún más de tener que someterme a la rigurosa penitencia que supone la lectura
cotidiana de sus incalificables dichos y de la crónica incesante de sus
acciones maquiavélicas. Hay que decirlo sin ambages: tener que vivir en la
era bergogliana, siendo consciente del grado de iniquidad que ella conlleva, es
algo que, para ser soportado, requiere, además de un sistema nervioso de una
solidez a toda prueba, un auxilio extraordinario de la gracia divina, sin la cual
uno caería infaliblemente en el desaliento e, incluso, en la desesperanza y
que, peor aún, podría acarrear la pérdida de la fe. Transcribo a continuación,
como es ya tristemente costumbre, un worst
of de las falsedades y de los engaños perpetrados por el blasfemador sudamericano
en este último y lamentable reportaje.
PREGUNTA
- […] ¿Cómo podemos ser al mismo tiempo Iglesia misionera, saliendo hacia la
sociedad, y vivir la tensión creada por esta opinión pública?
PAPA
- […] El Vaticano II nos habla de la autonomía de las cosas o de los procesos o
de las instituciones. Hay una sana laicidad, por ejemplo, la laicidad del Estado.
En general, el Estado laico es bueno. Es mejor que un Estado confesional,
porque los estados confesionales terminan mal. Pero una cosa es laicidad y otra
cosa es laicismo. Y el laicismo cierra las puertas a la trascendencia: a la
doble trascendencia, tanto la trascendencia hacia los demás como, sobre todo,
la trascendencia hacia Dios. O hacia lo que está Más Allá. Y la apertura a la trascendencia
forma parte de la esencia humana. Es parte del hombre. No estoy hablando de
religión, estoy hablando de apertura a la trascendencia. Entonces, una cultura
o un sistema político que no respete la apertura a la trascendencia de la
persona humana, poda, corta a la persona humana. O sea, no respeta a la persona
humana. Esto es más o menos lo que pienso yo. Entonces, mandar a la sacristía
cualquier acto de trascendencia es una asepsia. Que no dice con la naturaleza
humana, se le corta a la naturaleza humana buena parte de la vida, que es la
apertura.
Según Bergoglio, el
problema del Estado laico moderno no es el de rehusar a Dios el culto que le es
debido por toda sociedad políticamente organizada, como siempre lo ha enseñado
el magisterio de la Iglesia, al igual que la subordinación de las leyes e
instituciones sociales a sus mandamientos, sino el hecho de « no respetar
a la persona humana », ya que se la estaría privando de la « apertura a la
trascendencia », la cual forma parte de la « esencia
humana ». El argumento bergogliano priva a Dios de sus derechos y se basa
exclusivamente en la inmanencia vital de la naturaleza humana, cuyos actos,
dirigidos a una vaga « trascendencia », no deben ser coartados por el
poder civil, cualesquiera sean sus manifestaciones y fundamentos dogmáticos.
Esta enseñanza, huelga aclararlo, no es la de la Iglesia católica, sino la del
CVII en relación a la libertad religiosa, al ecumenismo y al diálogo
interreligioso. No es éste el ámbito adecuado para probarlo, hay incontables
libros y artículos que lo han hecho durante el pasado medio siglo[3].
Imposible, no obstante,
dejar de señalar la falsedad notoria que encierran las palabras de Bergoglio en
defensa de la « laicidad » revolucionaria: « Hay una sana laicidad, por ejemplo, la laicidad del Estado. En
general, el Estado laico es bueno. Es mejor que un Estado confesional, porque
los estados confesionales terminan mal. Pero una cosa es laicidad y otra cosa
es laicismo. » La « laicidad » moderna no se distingue del
« laicismo » sino en una diferencia de grado en la animosidad hacia
la Iglesia por parte del Estado, pero el principio subyacente es exactamente el
mismo, a saber, el de separar a la Iglesia del Estado, desligando a este último
de su deber de religión hacia Dios y eximiéndolo de respetar en sus leyes e
instituciones los mandamientos divinos y la doctrina social de la Iglesia.
Sostener que el Estado
laico es bueno, mejor incluso que el Estado católico, es una mentira colosal. Y
pretender que los Estados confesionales « terminan mal » es un
argumento tan falaz como históricamente ridículo, ya que, cuando esto ocurrió,
no se debió al caracter confesional del Estado, sino a la tarea de destrucción
perpetrada tanto en su seno como desde el exterior por los enemigos de la
Iglesia (por ejemplo, en los casos de la « Reforma » protestante y de
la Revolución « Francesa »). Sin mencionar el hecho de que los
regímenes revolucionarios más emblemáticos del siglo XX, (el comunismo y el
nazismo), perfectamente laicos, también terminaron mal, para utilizar un
eufemismo…
El número de documentos magisteriales
que demuestran fehacientemente la impostura de la doctrina conciliar proclamada
por Francisco es inmenso; a guisa de
ejemplo, he aquí un pasaje de la encíclica Quas
Primas[4], por la cual Pío
XI instituyó la solemnidad de Cristo Rey en 1925:
« La celebración de esta fiesta, que se
renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar
públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino
también a los magistrados y gobernantes. A éstos les traerá a la memoria el
pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado
de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o
menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia
dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a
los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar
justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina
y en la rectitud de costumbres. »[5]
[…]
PREGUNTA - A nosotros nos parece que usted está indicando el Vaticano II en los
tiempos de hoy. Nos va indicando caminos de renovación en la Iglesia. La
Iglesia sinodal… En el sínodo explicó su visión la Iglesia del futuro. ¿Podría
explicarlo para nuestros lectores?
PAPA
- La “Iglesia sinodal”. Tomo esta palabra. La Iglesia nace de las comunidades,
nace de la base, de la comunidad, nace del bautismo, y se organiza en torno a
un obispo que la convoca, le da fuerza. El obispo que es sucesor de los
apóstoles. Esta es la Iglesia. Pero en todo el mundo hay muchos obispos, muchas
iglesias organizadas, y está Pedro. Entonces, o hay una Iglesia piramidal,
donde lo que dice Pedro se hace, o hay una Iglesia sinodal, donde Pedro es
Pedro, pero acompaña a la Iglesia y la hace crecer, la escucha; más aún, él
aprende de eso, y va como armonizando, discerniendo lo que viene de las
iglesias, y lo devuelve. La esperiencia más rica de esto fueron los dos últimos
sínodos. Ahí se escuchó a todos los obispos del mundo, con la preparación; a
todas las iglesias del mundo: las diócesis, trabajaron. Todo ese material vino.
Después volvió. Y volvió una segunda vez al segundo sínodo para completar esto.
De ahí salió Amoris Laetitia. Es curioso la riqueza de la diferencia de
matices. Es propio de la iglesia. Es unidad en la diferencia. Eso es
sinodalidad. No bajar de arriba a abajo, sino escuchar a la iglesias,
armonizarlas, discernir. Entonces, hay una exhortación postsinodal, que es
Amoris Laetitia, que es el resultado de dos sínodos, donde trabajó toda la
Iglesia, y que el Papa hizo suya. […]
La
« iglesia sinodal » bergogliana, en la que existen « diferencias
de matices », contrapuesta a una « Iglesia piramidal, donde lo que
dice Pedro se hace », una Iglesia que « nace de la base » y de
la cual Pedro « aprende », ciertamente no es la Iglesia Católica.
En el catolicismo, todos los sínodos (concilios, asambleas), ya sean
ecuménicos, provinciales o locales, son reuniones celebradas bajo la autoridad
eclesiástica correspondiente (papa, arzobispo, obispo), para tratar asuntos
relacionados con la fe, la moral o la disciplina, y su legitimidad proviene de
la promulgación efectuada por la autoridad jerárquica, de ningún modo de
« la base »[6]. Y
esto vale incluso para el caso atípico del
llamado « sínodo de obispos » creado por Pablo VI en 1965, « en respuesta a los deseos de los
padres del Concilio Vaticano II de mantener vivo el espíritu de colegialidad
nacido de la experiencia conciliar », dado que, como lo afirma el
código de derecho canónico conciliar, « el
sínodo de los Obispos está sometido directamente a la autoridad del Romano
Pontífice »[7].
La
dialéctica utilizada por Francisco oponiendo una « Iglesia sinodal »
(democrática, surgida de « la base ») a una « Iglesia
piramidal » (monárquica, fundada en la roca infalible que es Pedro), es
falsa y claramente revolucionaria. Para disipar las pestilentes falacias
bergoglianas basta con leer la constitución dogmática Pastor Aeternus, del Concilio Vaticano celebrado en el año 1870, de
la cual reproduzco un pasaje en nota al pie de página[8].
PREGUNTA
- En Cracovia usted ofreció a los jóvenes impulsos preciosos. ¿Cuál sería un
mensaje particular para los jóvenes de nuestro país?
PAPA
- Que no tengan miedo, que no tengan vergüenza de la fe, que no tengan
vergüenza de buscar caminos nuevos. Hay jóvenes que no son creyentes: no te
preocupes, buscá el sentido a la vida. A un joven yo le daría dos consejos:
“buscar horizontes” y “no te jubiles a los 20 años”. Es muy triste ver un joven
jubilado a los 20-25 años. Buscá horizontes, seguí adelante y seguí trabajando
en esta tarea humana.
Perdón,
pero ¿cuáles son esos « caminos nuevos »? ¿desde cuándo los cristianos
dicen a los ateos que « no se preocupen »? Y además, sugerir a quienes
deciden prescindir de Dios que busquen « el sentido a la vida », no resiste el menor análisis: hay gente que
encuentra sentido para sus vidas en el budismo, el psicoanálisis, la astrología
o el anarquismo, para no mencionar más que algunos ejemplos entre mil. Los
sentidos que la gente puede encontrar a su existencia son múltiples, como
múltiples son el error y la mentira. Pero la verdad es una sola, y se llama
Jesucristo. Esto es elemental. Y no decirlo a un ateo, es sencillamente criminal,
sobre todo si se trata de un eclesiástico, y, a fortiori, del « Papa »[9]…
Reflexionemos
acerca de los dos consejos que Francisco daría a un joven. El primero es
« buscar horizontes ». Se repite aquí el patrón pluralista y
relativista de los « caminos nuevos » y del « buscar sentido a
la vida »: para cada cual su « sentido », su
« camino », su « horizonte ». Mientras se trate del de
« uno mismo », y que eso a uno lo haga « feliz », no hay ningún
problema, no hay de qué « preocuparse ». Imposible no relacionar
este consejo con el primero de los
« diez mandamientos » bergoglianos para ser feliz:« vivir y
dejar vivir es el primer paso hacia la paz y la felicidad » , un monumento a la
impiedad que habría cortado la respiración y sumido en la estupefacción más
absoluta a cualquiera de los « herejes históricos » del cristianismo…
El segundo consejo es más de la misma cantinela naturalista y
subjetivista: no « jubilarse » antes de tiempo, es decir, ser un eterno
adolescente que se pasa la vida buscando, sin encontrar nunca nada o, cuando
menos, nunca nada « definitivo » o « dogmático », porque lo importante es el «
camino » que se recorre, es decir, lo que surge del individuo, las propias
ideas, deseos e iniciativas, no una « verdad extrínseca » (« heterónoma »,
diría un kantiano) a la que haya que someter el entendimiento y conformar las
acciones. Lo único que cuenta es lo « auténtico », lo « autónomo », lo que
surge de la propia interioridad, sin que haya que adherir nunca a una verdad
objetiva, exterior al sujeto, firmemente establecida y que pudiera ser «
discriminante », susceptible de levantar « muros » en vez de erigir « puentes
», como ésas tan « odiosas » que siempre enseñó con meridiana claridad el
magisterio de la Iglesia…
Los
diez mandamientos del « Santo Padre »
Francisco para ser feliz sin Jesucristo
PREGUNTA
- Una última pregunta, Santo Padre, una opinión sobre los medios de
comunicación.
PAPA
- […] Y una cosa que puede hacer mucho daño en los medios de comunicación es la
desinformación. Es decir, frente a cualquier situación decir una parte de la
verdad y no la otra. ¡No! Eso es desinformar. Porque vos, al televidente, le
das la mitad de la verdad. Y por tanto no puede hacer un juicio serio sobre la
verdad completa. La desinformación es probablemente el daño más grande que
puede hacer un medio. Porque orienta la opinión en una dirección, quitando la
otra parte de la verdad.
La
desfachatez de este hombre supera la imaginación más afiebrada: porque ¿qué
otra cosa ha hecho él desde el mismísimo día de su elección sino desinformar,
confundir y desorientar sistemáticamente a los fieles? Por poner un ejemplo de
acuciante actualidad, la exhortación apostólica Amoris Laetitia, ¿no es
acaso un intento notorio de desinformación en relación a la naturaleza
indisoluble del matrimonio y una incitación velada a profanar los sacramentos
de la penitencia y la eucaristía? Y el silencio ensordecedor que guarda ante
las dubia expresadas por cuatro
cardenales acerca de este tema, ¿no representa una voluntad manifiesta de
cultivar el caos y la confusión que él mismo creó con ese documento
escandaloso? El pseudo magisterio bergogliano no es más que una cínica empresa abocada
por entero al engaño metódico de los creyentes, a través de la difusión de los errores
más perniciosos, entremezclados con algunas verdades (cuya única finalidad es
la de disimularlos), a los efectos de que pasen desapercibidos para la inmensa
mayoría.
Y
después, los medios yo creo que tienen que ser muy limpios, muy limpios y muy
transparentes. Y no caer -sin ofender, por favor- en la enfermedad de la XXX:
que es buscar siempre comunicar el escándalo, comunicar las cosas feas, aunque
sean verdad. Y como la gente tiene la tendencia a la XXX, se puede hacer mucho
daño. […]
En esta
frase Bergoglio, en su malicia infinita, tras haber ensalzado la
« limpieza » (relacionada inevitablemente con la pureza), utilizó dos
de los vocablos más obscenos y chocantes que yo haya visto nunca, pero, eso sí,
lo hizo « sin ofender, por
favor » (!!!)… La boca pútrida del impío blasfemador argentino vomitó
dos términos que pertenecen a la jerga psiquiátrica relativa a las perversiones
sexuales y que designan dos de las depravaciones más espantosas que se puedan
concebir[11]. En toda mi vida, a
Dios gracias, no había tenido la desagradable experiencia de leerlos ni de
oírlos, y menos aún, de tener que recurrir a un diccionario para descubrir su
espeluznante significado. Lo que la decadente sociedad moderna, propagadora de
toda suerte de aberraciones, no había logrado infligir a mi alma a lo largo de
mi ya bastante prolongada existencia, Bergoglio se las ingenió para hacerlo en un
solo instante, a través de su enésima entrevista, digna ésta de una de esas
malditas « publicaciones » que son « legales » en régimen demoncrático, y que hacen de la impureza
un culto y de la procacidad un estilo de vida.
Me
permito recordar que este individuo pasa a los ojos del mundo por ser nada
menos que el Vicario de Jesucristo en
la tierra (!!!): ¿Podría alguien maginar a Nuestro Señor empleando un
lenguaje semejante durante sus prédicas? Considero importante recalcar que
no nos encontramos ante un vocabulario meramente familiar, empleado de manera
desafortunada, ni tan siquiera ante un léxico simplemente vulgar o grosero. No,
aquí estamos hablando del uso lúcido y voluntario de un vocabulario técnico, muy
preciso, referido a horribles desviaciones de orden psíquico y moral, a realidades
del submundo lúgubre y pecaminoso de las depravaciones sexuales, a
comportamientos inmundos que no deberían jamás venir a la mente, ni que decir a
la boca, de cualquier cristiano. ¡Qué digo! No ya de un simple cristiano, sino de
cualquier persona en la que subsista una mínima dosis de pudor y de la decencia
más elementales. Que se piense en el escándalo potencial de que esta frase de
la entrevista sea leída por un niño, y de que éste, intrigado, recurriese a un
buscador de internet para saber de qué se trata, siendo así introducido
brutalmente a la subcultura de las perversiones sexuales, al mundo de la
impureza más cruda, y eso, ni más ni menos que de la mano del « Santo Padre »…
De hecho,
como sucede con todas las odiosas provocaciones de Bergoglio, sus abominables
declaraciones fueron difundidas por la prensa de todo el mundo, de manera que
las secuelas de esta entrevista deben de ser inmensas. Tengamos presente la
tremenda amenaza proferida por Nuestro Señor contra hombres malvados como Bergoglio,
palabras que sin duda resultarán intolerables a los partidarios de esos
embustes colosales que son la « cultura del encuentro » y la
« misericordina » bergoglianas: « Si
alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería
preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran
al mar » (Mc 9, 42).
Pero la soez
eructación bergogliana no es ocasión de escándalo solamente para los niños, que
son, por cierto, las víctimas más vulnerables y sin defensa alguna, sino también
para los lectores adultos, quienes se ven confrontados al hecho inaudito de
observar a un « Soberano Pontífice » banalizando y difundiendo masivamente
términos tan abyectos. Tal y como sucediera años atrás, en otra de sus entrevistas,
con el execrable término « gay », que Bergoglio legitimó,
confiriéndole el rango de sinónimo de « homosexual », cuando se trata de una de las palabras
emblemáticas empleadas por los ideólogos homosexualistas, que asimilan
engañosamente la « alegría » al vicio contranatura. Fue aquélla una
salida incalificable del impío porteño, quien se exclamó gozoso ante las
cámaras: « ¿Quién soy yo para
juzgar? », frase explosiva lanzada maliciosamente como una bomba de
tiempo ante los serviles escribas del sistema, la cual también dio instantáneamente
la vuelta al mundo, para beneplácito del lobby LGBT, el cual, en justa recompensa a sus esmerados servicios,
homenajeó a Francisco atribuyéndole el dudoso honor de ser elegido Hombre del Año 2013 por la revista
sodomítica estadounidense The Advocate.
El « Santo Padre » Francisco es un ícono « gay »
carente de todo temor de Dios
Creo que
ya es sobradamente tiempo de decir las cosas con claridad, por duras que sean y
duela esto a quien le duela. En esta sociedad aseptizada en la que impera el
terrorismo intelectual de una « corrección política » tácita pero
unánimente observada, por la que se busca « normalizar » todas las
depravaciones habidas y por haber, a la vez que exonerar de toda condena
jurídica y social a los perpetradores del mal erigido en « derechos »
fantasiosos e interminables, es de una necesidad absoluta llamar « al pan,
pan, y al vino, vino ». Así pues, me resulta imposible concluir esta nota sin
declarar pública y formalmente que Jorge Mario Bergoglio, el falso profeta que
ocupa actualmente la Sede de San Pedro, lobo voraz disfrazado de oveja,
pornógrafo insensato y enemigo mortal de toda forma de pudor y de decencia, es
un encarnizado enemigo de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, de la Iglesia y de
la salvación de las almas, un solícito precursor del Anticristo y el legítimo
Vicario de Satanás en la tierra…
« Proclama la
Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán
la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con
un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de
la verdad y se volverán a las fábulas. » (2 Tim 4, 2-3)
[3] Leer a tal efecto a Mons.
Lefebvre, al Abbé de Nantes o a Romano Amerio, entre otros autores. Puede consultarse también el siguiente artículo: http://callmejorgebergoglio.blogspot.com.ar/2014/09/the-strange-papacy-of-pope-francis-by.html
[5] Y añadimos igualmente este
breve pasaje de la encíclica Inmortale
Dei, del año 1885, en la cual León XIII expone los principios que los
Estados deben observar en materia religiosa: « Constituido sobre estos principios, es evidente que el Estado
tiene el deber de cumplir por medio del culto público las numerosas e
importantes obligaciones que lo unen con Dios. La razón natural, que manda a
cada hombre dar culto a Dios piadosa y santamente, porque de El dependemos, y
porque, habiendo salido de El, a El hemos de volver, impone la misma obligación
a la sociedad civil. Los hombres no están menos sujetos al poder de Dios cuando
viven unidos en sociedad que cuando viven aislados. La sociedad, por su parte,
no está menos obligada que los particulares a dar gracias a Dios, a quien debe
su existencia, su conservación y la innumerable abundancia de sus bienes. Por
esta razón, así como no es lícito a nadie descuidar los propios deberes para
con Dios, el mayor de los cuales es abrazar con el corazón y con las obras la
religión, no la que cada uno prefiera, sino la que Dios manda y consta por
argumentos ciertos e irrevocables como única y verdadera, de la misma manera
los Estados no pueden obrar, sin incurrir en pecado, como si Dios no existiese,
ni rechazar la religión como cosa extraña o inútil, ni pueden, por último,
elegir indiferentemente una religión entre tantas. Todo lo contrario. El Estado
tiene la estricta obligación de admitir el culto divino en la forma con que el
mismo Dios ha querido que se le venere. Es, por tanto, obligación grave de las
autoridades honrar el santo nombre de Dios. »
[8] Capítulo 3. Sobre la naturaleza y carácter del primado del Romano
Pontífice. Y así, apoyados por el
claro testimonio de la Sagrada Escritura, y adhiriéndonos a los manifiestos y
explícitos decretos tanto de nuestros predecesores los Romanos Pontífices como
de los concilios generales, nosotros promulgamos nuevamente la definición del
Concilio Ecuménico de Florencia, que debe ser creída por todos los fieles de
Cristo, a saber, que «la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice mantienen
un primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del
bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, y que es verdadero vicario de
Cristo, cabeza de toda la Iglesia, y padre y maestro de todos los cristianos; y
que a él, en el bienaventurado Pedro, le ha sido dada, por nuestro Señor
Jesucristo, plena potestad para apacentar, regir y gobernar la Iglesia
universal; tal como está contenido en las actas de los concilios ecuménicos y
en los sagrados cánones». Por ello enseñamos y declaramos que la Iglesia
Romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria
sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del Romano
Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata. A ella están
obligados, los pastores y los fieles, de cualquier rito y dignidad, tanto
singular como colectivamente, por deber de subordinación jerárquica y verdadera
obediencia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo
que concierne a la disciplina y régimen de la Iglesia difundida por todo el
orbe; de modo que, guardada la unidad con el Romano Pontífice, tanto de
comunión como de profesión de la misma fe, la Iglesia de Cristo sea un sólo
rebaño bajo un único Supremo Pastor (Jn 10,16). Esta es la doctrina de la
verdad católica, de la cual nadie puede apartarse de ella sin menoscabo de su
fe y su salvación http://www.es.catholic.net/op/articulos/19352/constitucin-dogmtica-pastor-aeternus.html#
[9]
En la esfera espiritual, lo que realmente interesa a
« Francisco » no es la aceptación de Jesucristo como Mesías y
Salvador sino la deificación de la « conciencia » humana, erigida en
norma moral suprema de la vida, en desmedro del Evangelio y de los
Mandamientos. La misión de la Iglesia Conciliar Bergogliana, remedo
diabólico de la Esposa del Cordero (el famoso mysterium iniquitatis del
que habla el Apóstol en 2 Tes 2, 7) no es la de rendir el culto debido a Dios
ni la de guiar a las almas al Cielo, sino la de promover el culto del hombre
libre, autónomo y desligado de toda norma sobrenatural y trascendente: « Todo ser humano posee su
propia visión del bien y del mal. Nuestra tarea reside en incitarlo a seguir el
camino que el considere bueno (…) No dudo en repetirlo : cada uno tiene su
propia concepción del bien y del mal, y cada uno debe escoger seguir el bien y
combatir el mal según su propia idea. Bastaría eso para cambiar el
mundo. » Entrevista con Eugenio Scalfari del
24 de septiembre de 2013, publicado el 1
de octubre en La Repubblica.
[11] Luego me enteraría de que
no había sido ésta la primera vez en que Bergoglio se complacía en difundir
estos términos escandalosos e indignos en la boca de un cristiano durante sus
entrevistas:
Nacionalismo Católico San
Juan Bautista
Francisco = Caronte, guía almas al infierno.
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