martes, 14 de febrero de 2017

El resentimiento del judío errante



  “Basta de galos, por favor. Basta de celtas, de germanos, de eslavos, de conquistadores romanos y de conquistadores árabes. Porque entonces me siento solo y desnudo: mis antepasados no han sido nunca ni galos ni celtas, ni eslavos, ni germanos, ni árabes, ni turcos…”

  “Yo no he podido nunca decir “nosotros” al pensar en esas ascendencias históricas de las cuales se enorgullecen mis conciudadanos. Nunca he oído a otro judío decir “nosotros” con naturalidad, sin hacerse vagamente sospechoso de ligereza, de condescendencia o de hipocresía”.

  “Cuando hace algunos años salí de Túnez para trasladarme a Francia, sabía que salía de un país musulmán, pero ignoraba que iba a un país católico. Unas cuantas semanas bastaron para imponerme esa evidencia”.

  “Descubrí rápidamente que la realidad francesa es inextricablemente confusa, liberal y católica, clerical y anticlerical al mismo tiempo. Pero el fondo común cristiano se encuentra en todas partes, más o menos diluido, más o menos ruidoso”.

  “Francia, a pesar de todo, continúa siendo un país católico, del mismo modo que Norteamérica es un país protestante”.

  “Cuando viajo por el interior de este país, ¿qué es lo que me muestran con justificado orgullo? ¿Qué es lo que yo mismo pido que me enseñen, espontáneamente, sino las iglesias, las capillas, los baptisterios, las Vírgenes, los objetos del culto, y muy pocas cosas más? He comprobado la exactitud de las descripciones de escritores ecuánimes: los pueblos están apretados alrededor de su Iglesia, alrededor de los campanarios, que los señalan desde lejos y parecen protegerlos”.

  “¿Es un caso exclusivo de Francia? No, desde luego; el año pasado quedé estupefacto e indignado primero, y luego amargamente divertido, al leer en los periódicos italianos la solemne declaración de Togliatti, jefe de los comunistas italianos, estimulando y bendiciendo a los “comulgantes comunistas”. Lo sé: se me dirá que se trata de simple “táctica”… Pero, si es necesaria la táctica, significa que existe una realidad con la cual hay que enfrentarse. Y la realidad, en este caso, estriba en que el pueblo italiano es profundamente católico, como lo es el pueblo polaco, como lo es el pueblo español, etc.”.

  “Lo que constituye mi situación religiosa no es tanto el grado de mi profunda religiosidad como el hecho de que no pertenezco a la religión de los hombres entre los cuales vivo, de que soy un judío en medio de no-judíos. Lo cual significa asimismo que mis hijos, mis padres, mis amigos, se encuentran en ese caso. Hasta cierto punto, me encuentro siempre al margen del universo religioso, de la cultura de la sociedad de la cual formo parte en otros aspectos.”.

  “La legalidad de los países cristianos es una legalidad de inspiración cristiana apenas disfrazada, y a menudo proclamada; la legalidad de los países musulmanes es una legalidad musulmana sin reticencias”.

  “La religión de los otros está en todas partes, en la calle y en las instituciones, en los escaparates y en los periódicos, en los objetos, en los monumentos, en los discursos, en el aire, la moral y la filosofía son tan cristianos como el derecho y la geografía. La tradición filosófica que se enseña en las escuelas, los grandes temas de la pintura y de la escultura están tan impregnados del cristianismo como la legislación del matrimonio. Encontrándome el año pasado en la Costa Azul, me divertí observando los pueblos que llevan nombres de santos: Saint-Tropez, Saint-Maxime, Saint Raphael, Saint-Aygulf… Por otra parte, ocurre lo mismo con las estaciones del Metro de París. Si mis recuerdos son exactos, mi primera irritación contra París, ciudad a la que por otra parte quiero tanto, fue de origen religioso. Ocupado parte del día en un desagradable trabajo, por la noche velaba hasta muy tarde para progresar en mis estudios; cada mañana me despertaban unas campanas lanzadas al vuelo, insistiendo largamente, y volviendo a la carga cuando estaba a punto de quedarme dormido de nuevo. Entonces, todo hay que decirlo, vivía en un pequeño hotel a dos pasos de una Iglesia; pero en esta ciudad siempre se está a dos pasos de una Iglesia. Aquellas campanas anunciaban unos deberes comunes a los demás, pregonaban su unión; al mismo tiempo, señalaban a mis oídos mi exclusión de aquella comunidad... Estaba en un país católico; todo el mundo debía encontrar normales y quizás agradables aquellas campanas matutinas, excepto yo, y los que eran como yo, que me sentía molesto e indignado. Con una indignación impotente, por añadidura, ya que los otros, los que no se sentían molestos por el toque de las campanas, que tal vez ni siquiera les despertaban, eran el número y la fuerza. Lo que a ellos les preocupa, lo que ellos aprueban es la legitimidad. Aquellas campanas no son más que el eco familiar de su alma común...”

  “¿Se dan cuenta siempre, los cristianos, de lo que el nombre de Jesús, su Dios, puede significar para un judío? Para un cristiano, incluso convertido en ateo, evoca, o al menos ha evocado, una inmensa virtud, un ser infinitamente bueno, que se propone como el Bien y que ha venido a sustituir todas las morales del pasado. Para el cristiano que continúa siendo creyente, resume y realiza la mejor parte de sí mismo. El cristiano que ha dejado de creer no se toma ya esa ambición en serio, incluso puede experimentar un resentimiento, acusar a los sacerdotes de incapacidad o aún de falsedad; pero, si denuncia una ilusión, no pone en duda, generalmente, la grandeza y la belleza de la ilusión. Para el judío que no ha dejado de creer y de practicar su propia religión, el cristianismo es la mayor usurpación teológica y metafísica de su historia, es una blasfemia, un escándalo espiritual y una subversión. Para todos los judíos, aunque sean ateos, el nombre de Jesús es el símbolo de una amenaza, de esa gran amenaza que pende sobre sus cabezas desde hace siglos, y que en cualquier momento puede estallar en catástrofes, sin que ellos sepan por qué, ni cómo prevenirlas. Ese nombre forma parte de la acusación, absurda, delirante, pero de una eficaz crueldad, que les hace la vida apenas respirable. Ese nombre ha acabado por ser, finalmente, uno de los signos, uno de los nombres del inmenso aparato que les rodea, les condena y les excluye. Que mis amigos cristianos me perdonen; para que me comprendan mejor, y para utilizar su propio lenguaje, diré que para los judíos, su Dios es un poco el diablo. Si el diablo, como ellos afirman, es el símbolo, la condensación del mal sobre la tierra, inicuo y todopoderoso, incomprensible y obstinado en aplastar a los desamparados humanos”.

  “Un día en Túnez, un idiota judío (siempre teníamos cierto número de esos desgraciados que frecuentaban los cementerios y las reuniones comunitarias), al ver pasar un entierro cristiano se sintió súbitamente poseído por un insólito furor. Con un cuchillo en la mano, se precipitó sobre el cortejo, el cual se dispersó aterrorizado, en tanto que el idiota, sin mirar siquiera a la multitud aullante de terror, se acercó rápidamente a uno de los monaguillos… y le arrancó el crucifijo de las manos, lo tiró al piso y lo pisoteó rabiosamente largo rato. Tardé bastante en comprender aquel hecho: la ansiedad se expresa como puede; el idiota respondía a su modo a nuestro común malestar ante aquel mundo de crucifijo, de sacerdotes y de iglesias, símbolos concentrados de la hostilidad, de la extrañeza de aquel universo que nos rodeaba en cuanto salíamos del angosto espacio del gueto”.

Ahora estoy convencido de que la historia de los pueblos, su aventura colectiva, es una historia colectiva, es una historia religiosa; no solamente marcada por la religión sino vivida y expresada a través de la religión. Esa fue una de nuestras grandes ingenuidades, y muy nociva: el haber creído, en nuestros medios llamados de izquierda, en el final de las religiones. Fue un gran error haber tratado de minimizar su papel en la comprensión del pasado de los pueblos. No se trata de celebrarlo ni de lamentarlo, sino de comprobar su extraordinaria importancia y tenerla en cuenta. Hoy me parece evidente que toda la vida colectiva de los cristianos está determinada aún en su conjunto por el cristianismo; su historia pasada y la historia que continúa haciéndose. Ved aún esas sucesivas consagraciones que jalonan la historia y la vida de Francia; la consagración de Carlomagno y la de Clovis, la consagración de Carlos VII y la de Napoleón. Se sabe el lugar y el papel de la Iglesia en las costumbres y en la política: esas regiones enteras dependientes de las consignas de sus párrocos…”

  “Todo eso es trivial, desde luego; hasta tal punto, que apenas se piensa ya en su significado. Se descubre todavía mejor, quizás, la intensidad de lo religioso en los momentos de fiesta, cuando lo religioso culmina, cuando la colectividad adquiere conciencia de ella misma, como ser único. Por una ironía de la suerte, no menos trivial e incomprensible, es entonces cuando el judío se descubre más excluido. En el instante en que el cuerpo social se unifica más en la comunión recobrada, en el recuerdo de los dramas y de las victorias comunes, el judío mide mejor su no-coincidencia, su distanciamiento de la comunidad. Entonces, todo se lo recuerda, con más insistencia que de costumbre: los periódicos, la radio, las calles, las manifestaciones públicas de los jefes de la nación. En la semana de la Navidad, los discursos científicos, políticos, en la radio, en la televisión, empiezan con unas invocaciones: “En estos días en que todos los hombres se sienten niños de corazón...” ¿Todos? Yo, no; yo no pertenezco a esa comunión. Uno de los primeros gestos del general De Gaulle al asumir el poder fue dirigirse al Papa solicitando su bendición para Francia y para los franceses. ¿Forma parte el judío de esa Francia? En caso afirmativo, ¿cómo puede aceptar que sea bendecido por el Papa, y él con ella? En realidad, los jefes de Estado obran como si el judío no existiera. Es cierto que apenas cuenta, que ni siquiera se atreve a contar él mismo: de no ser así, ¿cómo toleraría que el jefe de Estado, es decir; su representante, fuera a la Iglesia en el ejercicio de sus funciones, es decir, en su nombre? El nuncio apostólico es decano del cuerpo diplomático: ¿con que derecho? Por una simple deferencia hacia la religión católica, que no es la suya (la del judío). En los momentos de mayor efusión, en las ceremonias y en los ritos comunes, en el sepelio de los héroes, en la celebración de las victorias, o en las catástrofes ferroviarias, el judío comprueba con más fuerza su aislamiento y su escasa importancia; y su corazón se oprime al descubrir que aquella efusión, aquella reconciliación general, donde todos sus conciudadanos vuelven a encontrarse, redescubriéndose orígenes y proyectos comunes, le dejan al margen”.

  “Me doy cuenta, en el mismo instante de enunciarla, de lo que mi protesta puede tener de poco convincente y de irrisoria, y mi reclamación de exorbitante. ¿Acaso pretendo imponer mi ley a la mayoría? ¿No es natural que una nación viva según los deseos, las costumbres y los mitos del mayor número? Pero, me apresuro a decirlo, lo reconozco inmediatamente: completamente natural. No veo cómo podría vivir de otro modo. Debo confesar, incluso, que hoy tengo un concepto distinto del fenómeno religioso. Continúo creyendo, desde luego, en lo nocivo de la influencia clerical en la vida de una nación, en la necesidad de luchar contra toda influencia política de los sacerdotes y contra toda utilización política de la religión. Pero creo también que el fenómeno religioso no es una invención de los curas o de una sola clase dominante. Es una expresión, de las más importantes y significativas, de la vida de todo el grupo”.

  “El judío es el que no pertenece a la religión de los otros. Quisiera, sencillamente, llamar la atención sobre esa diferencia y sus consecuencias, vividas por mí. Es evidente que tengo que vivir una religión que no es la mía y que rige y determina toda la vida colectiva”.

  Tengo que salir de vacaciones en las fiestas de Pascua cristianas y no en la Pascua judía. Que no se me replique que numerosos ciudadanos no judíos condenan también esa contaminación. No se trata más que de una condena teórica; su vida cotidiana permanece ordenada por la religión común, que al menos fue su religión y que no les desgarra.

  “Lo malo- me decía, medio en broma, medio en serio, uno de mis amigos no-judíos- es que ni siquiera has sido cristiano”

  “Ya he contado en otro lugar cómo nuestra adolescencia y nuestra madura juventud se negaban igualmente a pensar en serio en la posibilidad de persistencia de las naciones: Vivíamos en la entusiasta espera de nuevos tiempos, inauditos, y creíamos ver ya sus signos precursores: la agonía, decisivamente iniciada, de las religiones, de las familias y de las naciones. Los Retrasados de la historia que se aferraban a esos residuos sólo nos inspiraban cólera, desprecio e ironía. Hoy comprendo mejor por qué poníamos tanto ardor en cultivar tales esperanzas. Desde luego, el humor impaciente y generoso de la adolescencia, que la impulsa a liberarse y a liberar al mundo entero de todas las trabas, encaja de un modo especial en las ideologías revolucionarias. Pero, además, éramos judíos. Estoy convencido que el hecho de ser judíos no era ajeno al vigor de nuestra elección: por encima de las familias, las religiones y las naciones de los demás, que nos rechazaban y nos aislaban en nuestro judaísmo, queríamos volver a encontrar a todos los hombres como los demás”.

  “Bueno, sea que nos equivocábamos del todo, sea que hayamos entrado en un período de reflujo, sea simplemente que me he hecho viejo, me he visto obligado a admitir que aquellos residuos poseían la vivacidad de la grama y se obstinaban en continuar siendo unas estructuras profundas de la vida de los pueblos, unos aspectos esenciales de su ser colectivo. La guerra se hizo en nombre de las naciones, y la Paz confirmó a las más antiguas e hizo nacer otras nuevas. La postguerra vivió un indiscutible renacer religioso que llevó, en una parte de Europa, a unos partidos confesionales al poder.  Por haber comprendido eso, los comunistas, atentos siempre al pulso de los pueblos, felicitan a los comulgantes comunistas, proponen a los cristianos su “mano tendida” y se proclaman patriotas nacionales. Los socialistas ni siquiera tienen necesidad de fingir”.

  “Al parecer, estamos condenados, y por mucho tiempo, a las religiones y a las naciones. Una vez más me limito a dar constancia de una realidad, no la juzgo”.

  “¿Qué va a ser de nosotros? ¿En qué quedarán nuestras esperanzas de adolescentes? Lo que sentíamos de un modo confuso, lo que queríamos suprimir rechazando toda la sociedad de entonces, no quiero ni puedo ocultármelo ya a mí mismo: siendo lo que es el estado religioso de los pueblos, siendo lo que es la nación, el judío se encuentra, hasta cierto punto, al margen de la comunidad nacional”.

  “La historia del país donde vivo se me aparece como una historia de prestado. ¿Cómo podría sentirme representado por Juana de Arco, cómo podría oír con ella sus voces patrióticas y cristianas? Sí, todavía la religión. Que me den una receta para pensar independientemente en la tradición nacional y la tradición religiosa. No puedo olvidar que la heroína nacional llevaba su espada como una cruz: como la mayoría de los héroes históricos; al morir, Bayardo pedía que dejaran besar su espada; doble símbolo fundido en uno. ¿Cómo podría identificarme con Clovis, ingenuo y bueno al decir de los manuales de la escuela primaria pero que, al parecer, hubiera exterminado de buena gana a los malvados judíos? ¿O con Napoleón, tan ambiguo, tan halagado, por los judíos de su época? ¿O,  con mayor motivo, a los zares pogromistas o a los soberanos orientales? En verdad, me resulta imposible coincidir seriamente con el pasado de ninguna nación”.
  

A.    Memmi: Retrato de un judio, Gallimard, 1962 citado por Leon de Poncins: El judaísmo y la Cristiandad, Ed. Acervo, 1966 pag. 211-222


Enviado por Santiago Mondino



Nacionalismo Católico San Juan Bautista

2 comentarios:

  1. Interesantísimas reflexiones de un judío. Si viviera el Padre Julio (Menvielle) coincidiría conmigo.

    ResponderBorrar
  2. Esse ressentimento foi infelizmente esteticamente absorvido pela elite intelectual do Ocidente contra suas próprias tradições e cultura... Como se toda crítica ao que não funciona em nossa sociedade tivesse que ser revolucionária em vez de reformista... Minha esperança é que um dia esses traidores de seus hospedeiros históricos serão queimados no lago de fogo da justiça de Deus.

    ResponderBorrar