-Ud.
tuvo la lucidez y la valentía de escribir el libro “La Iglesia traicionada”, en
el que denunciaba, antes de la elección papal del Cad. Bergoglio, su falta de
fidelidad al Evangelio y sus compromisos con el mundo. ¿Qué podría decirnos de
la intrahistoria de ese magnífico libro? ¿Qué le motivó a escribirlo?
-Sería
un poco más mesurado en los adjetivos que generosamente usas, y algo más
preciso en algunas peticiones de principio. Por lo pronto, no sé si mi libro
puede ser calificado de “magnífico”, como Lorenzo de Medici o el turco Solimán.
Me conformaría con un calificativo más acorde al dolor que me causó escribirlo.
Una suerte de liber lugubri o libro doliente. Tampoco sé si lo mío fue un acto
de “lucidez y de valentía”. Si así se percibe, bendito sea Dios que me concedió
esa gracia. Quede expresada mi gratitud hacia tí y hacia aquellos que con tanta
caridad ponderen lo que he realizado.
Personalmente
califico a lo que hice, por un lado, de manifestación de hartazgo ante un
personaje cuya malicia se desplegaba con insolencia creciente ante nuestros
ojos atónitos de católicos argentinos. Por otro lado, he intentado dar
cumplimiento al elemental deber de testimoniar la verdad, oportuna e
inoportunamente, según noble precepto paulino. Hay algo de lo que se explicita
en el capítulo cuatro de los Hechos en mi posición: “no podemos callar lo que
hemos visto y oído”. Y algo también de aquel hermoso texto joánico, contenido
en el capítulo segundo de su Evangelio, en el que se afirma que los discípulos
recordaron la firme confesión: “el celo por tu casa me consume”.
Si ésta
es la “intrahistoria” del libro, lo ignoro. Sé que es la intrahistoria de lo
que pasó por mi alma al escribirlo: un dolor inmenso al constatar que el pastor
se convertía en lobo, y un anhelo lacerante de gritar desde los tejados, de
clamar en el desierto, de no convertirme en un perro mudo. Pertenecen a Jesús
aquellas palabras, según las cuales, si supiera el dueño de casa a qué hora de
la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su
casa. No pude, no pudimos evitar, que el ladrón ingresara. Y ahora estamos
padeciendo el saqueo de la recta doctrina, el robo de la ortodoxia, el hurto de
la Verdad. El desfalcador de la fe católica se ha sentado en la silla de Pedro.
Dios sabe que intentamos avisar cuando muchos llamaban “Eminencia” al ladrón.
-Entiendo lo planteado, no sin consternación, y en realidad yo me refería a
esto con lo de la intrahistoria de “La Iglesia traicionada”,
más que a un anecdotario sobre su edición…
-Anecdotarios
siempre hay, y en este caso, el único que puede tener a la distancia alguna
significación es la evidente presión que el Cardenal Bergoglio ejerció sobre un
prestigioso sacerdote español radicado desde hace añares en la Argentina,
tenido él por “un hombre de derechas”, para que me saliera al cruce y me
descalificara brutalmente apenas hice circular uno de los capítulos –el quinto-
que después compusieron el libro. La maniobra era cruel; y salvando las
distancias, para que se entienda, era como si a Sandro Magister saliera a
descalificarlo Burke. El maquiavelismo de Bergoglio, el uso de sistemas de
coacción y de espionaje, no es mera leyenda. Es su modus operandi. Es un hombre
que ha abrevado en las páginas del terrible florentino. Sobre todo aquellas
–creo recordar que están el libro quince de El Príncipe– en las que
retratando la tipología necesaria del gobernante sostiene que debe mezclar la
astucia del zorro con la fuerza del león. Cuando los modelos del regir humano
se toman de los bestiarios y no de la hagiografía, algo anda muy mal.
-Ahora comprendo también, si esto le pasó entre los suyos, en su país natal,
porqué muchos, sobre todo en la Iglesia europea, no le creyeron o pensaron que
exageraba ¿Cómo podríamos hacerlo llegar a tantos europeos y españoles que nada
sospechan del tema, sabiendo que su lectura resulta hoy
imprescindible para entender lo que está pasando en la Iglesia?
-No
tengo ese dato sobre la repercusión del libro en Europa. Para mi sorpresa de
ignoto escritor menor de un país “del fin del mundo”, como diría Bergoglio, el
libro circuló bastante, alcanzó varias ediciones y fue citado generosamente por
algunos autores de fuste como Roberto De Mattei, en su obra Vicario di
Cristo. El mismo Monseñor Atanasio Schneider tuvo la deferencia de
solicitarme un ejemplar; cosa que hice emocionado y agradecido a mediados de
diciembre del 2016.
Es del
célebre Terenciano aquello de “Pro captu lectoris habent sua fata libelli”; algo
así como: según la capacidad del lector los libros tienen su destino. El
destino de este libro mío, según creo, es que ningún lector verdaderamente
interesado se ha quedado sin leerlo. Incluso sé que se ha digitalizado sin que
se me consultara previamente, y que puede ser leído en pantalla. Quien lo
quiera no tiene más que pedírmelo. Soy yo siempre el agradecido.
-Tengo entendido que tras “La Iglesia traicionada” ha escrito sobre el mismo
tema dos trabajos más.
-De uno
soy colaborador, con tres capítulos y una especie de Introito. Se llamaFrancisco;
y de subtítulo: “Significativas declaraciones de personalidades del mundo
católico sobre el actual pontificado. La amenaza sincretista del Nuevo Orden
Mundial”.
-Bueno; quien retiene el subtítulo ya no tiene porqué leer el libro…
-Es una
gentileza de los editores…En cuanto al otro libro, que acaba de salir, se llama“No
lo conozco”: Del Iscariotismo a la apostasía. Aquí la microhistoria es más
cómica que trágica. Cuando fui a registrar la obra me preguntaron por el
título. Respondí: “No lo conozco”; y el empleado me replica: “Pues si no lo
conoce estamos en un serio problema, señor”. Ya nadie lee los Evangelios mi
amigo…
-Algunos
quedamos, y por eso mismo los católicos fieles al magisterio y la tradición de
la Iglesia estamos muy preocupados por la confusión reinante. ¿Cree Ud. que se
trata de una situación pasajera, como creen algunos ingenuamente, o podríamos
aventurar que nos encontramos ante la gran apostasía de la que hablaba San
Pablo en la Segunda Carta a los Tesalonicenses?
-Puede
ser una situación pasajera, un paso, un tránsito, sin que ello
signifique negar la hipótesis de la apostasía. Al contrario. En rigor, lo que
sostengo en este último libro mío al que aludía recién, es que estamos viviendo
un itinerario que tiene –simplificando un poco el relato- tres pasos o tres
momentos. El primero es el del Iscariotismo, un aspecto inquietante que fue
abordado, entre otros, por el maestro Alberto Caturelli. La traición acecha,
ronda y se consuma. Nuestro Señor lo advierte y le dice al felón: “Lo que
tengas que hacer hazlo pronto”. Y el desleal actúa. Recuerdo una alocución de
Paulo VI de los últimos días de enero de 1976, hablando de “la traición del
clero”; y hasta llegó a decir, hacia la misma época: “los traidores se sientan
a mi mesa”. La constatación oficial del Iscariotismo ya era un hecho entonces.
Imagínate ahora.
Pero el
segundo paso es el del Pedro poseso o infestado, que merece de Nuestro Señor la
más terrible de las admoniciones, la misma que le prodigara a Satán: ¡que se
aparte, que retroceda! La posibilidad de un Pedro dominado y obnubilado por el
mismo diablo está considerada en las Escrituras. Lejos de escandalizarnos con
quien lo recuerda, deberíamos estar más atentos. Ojalá todo fuera tan sencillo
como declarar la vacancia de la Sede. Más bien parece que el problema es el
inverso; que la Sede ha sido ocupada, asaltada, invadida.
Finalmente,
el tercer paso, que veo precipitarse con un vértigo inquietante, es el del
Pedro que lo niega a Cristo. Y eso ya no es sólo traición, no es sólo herejía,
no es sólo infestación u obsesión demoníaca. Eso se llama apostasía. “La
verdad, sol duro pero claro”, decía Maurras. Llamemos a las realidades por sus
nombres, aunque hieran. Y sobre todo recemos, para que el Señor convierta en
corazón de carne el pétreo corazón de su vicario. Y de ser posible, claro, no
sólo su corazón sino su testa. Que la apostasía no se consume.
– ¿En estos pasos que usted marca, qué papel juega Benedicto XVI, qué opinión
le merece su renuncia sorpresiva, dejando inacabada una Encíclica, quedando
vestido como Papa, manteniendo sus atributos pontificales, su tratamiento como
“Su Santidad” y decidiendo permanecer en el Vaticano?
-No soy
de los que desechan la teoría conspirativa o la tesis del complot. Procuro sí,
cuidadosamente, no abusar de ella. No todo complot explica un hecho histórico,
ni todo hecho histórico es hijo de una conspiración. Lo que trato de decir es
que, quienes quieran explicar la dimisión de Benedicto XVI por la vía del
conspirativismo, tendrán suficientes elementos de juicio. Es bien conocida, por
ejemplo, la existencia de la logia o de la mafia de San Galo, que habría tenido
parte activa en el desmoronamiento de Ratzinger. Y han trascendido ya bastantes
detalles oscuros del cónclave que eligió a Francisco. Pienso, por ejemplo, en
el libro de Socci, Non é Francesco.
Pero
dicho esto, en mi opinión, ha habido y hay, por parte de Benedicto XVI, una
alianza activa o pasiva en pro de Bergoglio. Si Benedicto quisiera, y si lo
hubiera querido, estuvo y está lleno de ocasiones para desenmascarar esa
presunta conspiración que lo derribó. Eligió y elige el camino contrario: da su
respaldo a Francisco, lo convalida, lo avala, lo cohonesta, lo elogia. Sea por
omisión o por emisión de juicios. En las contadas pero relevantes ocasiones en
las que se los vio juntos, jamás faltaron los encomios recíprocos, y en el
libro reciente de Peter Seewald, “Últimas conversaciones”, calla redondamente
al respecto, cuando nada le hubiera impedido hablar claro. Se me perdonará la
crudeza, pero yo a esto lo llamo complicidad.
-¿No cabe algún atenuante, o la consideración de que factores que no conocemos
lo obligan a comportarse así?
-Por
cierto que caben atenuantes, y por eso mismo expreso mi opinión de modo
respetuoso y sin condenas. Pero supongamos que las amenazas que ha recibido y
que recibe son tan brutales como para que no pueda levantar el índice acusador
ante las ya inadmisibles impiedades y sandeces de Bergoglio. ¿Es necesario,
además, que lo elogie, como cuando declaró, el 28 de junio de 2016, que
se sentía protegido por su bondad? Si hay alguna “bondad” bajo cuyo manto
protector no quisiera estar, es la de Bergoglio. Los argentinos católicos
conocemos de sobra cómo funciona ese manto de bonhomía protectora. Y ahora
también lo saben quienes no son argentinos.
Me
resisto a creer que Benedicto está en un gulag que le impide filtrar cualquier
protesta, queja, advertencia o disidencia. Porque hasta en los gulags
verdaderos, que eran genuinos infiernos, se pudo hacer algo para que la verdad
trascendiera. ¿Son tan infranqueables los muros del Convento Mater Ecclesiae,
como para que no pueda llegarnos siquiera una pálida señal de que fue obligado
a abdicar y de que en su lugar se encuentra el Pastor Insensato del que habla
Ezequiel? Cabe la triste posibilidad, en suma, de que Benedicto y Francisco
estén contestes en el curso de acción que han tomado los sucesos. Al fin de
cuentas, hay diferencias sustantivas entre ambos, pero también hay un común
denominador que coadyuva a instalar la hermenéutica de la ruptura. El espinazo
que quebró el Concilio no lograron enderezarlo ninguno de los pontífices que le
sucedieron. En el mejor de los casos, hubo intentos por ponerle un corset a ese
espinazo fracturado.
-¿Cómo evalúa entonces, y en síntesis, la renuncia de Benedicto?
-De evaluar
su renuncia me ocupo en el capítulo tercero de este nuevo libro mío, “No lo
conozco”. Se titula: “Ante una renuncia que nos duele”. No juzgo ni debo juzgar
intenciones, pero entiendo que fue un acto de humana debilidad que podría
haberse evitado; un abandono de rectificaciones incipientes que podrían haberse
continuado hasta las últimas consecuencias. Una mirada más sobrenatural, acaso,
hubiera podido retenerlo en el timón de la Nave. Hay unos versos del fraile
Antonio Vallejos que se aplican al caso, y que pueden ayudarnos a entender
mejor las cosas. Están dirigidos a San Pedro, y dicen en un fragmento:
“En verdad,
en verdad te digo, Cefas:
cuando más joven, eras tú muy dueño
de ceñirte y de andar por dondequiera;
extenderás, un día, siendo viejo,
tu diestra y tu siniestra;
y otro, no tú, te habrá ceñido y puesto
donde tú no quisieras.”
En
determinadas circunstancias ya no puede Pedro optar por andar “por donde
quiera”. Debe aferrarse a la cruz y concluir allí sus días. Dios le dé a Benedicto,
“siendo viejo”, la gracia de no ser dueño de “andar por donde quiera”, sino de
preferir la diestra y la siniestra ceñidas al Madero, para salvar con sangre
el honor de la Verdad. Y Dios quiera que signifique algo bueno, como tú me
sugerías antes, que él conserve sus atributos pontificales y el tratamiento de
“Papa Emérito”. Por el momento, esto, al menos para mí, es una incógnita. Pero
en lo que tu pregunta tiene de llamamiento a la esperanza, la acepto y la
suscribo.
– A mi juicio, los tres caballos de la masonería eclesiástica infiltrada en la
Iglesia son el indiferentismo, el falso ecumenismo y la
farisaica separación entre doctrina y pastoral. De hecho, estamos
sufriendo hoy este embate en toda su potencia, y además, de una manera perversa,
se nos intenta convencer de que esto es lo que querría nuestro Señor. ¿Qué
opina Ud. al respecto? ¿Cree necesaria la respuesta de Francisco a las Dubia
planteadas por 4 Cardenales de la Iglesia sobre Amoris Laetitia?
-No
niego la existencia ni la gravedad de esos caballos a los que te refieres. Pero
no sé si son los más peligrosos. Repararía primero en otra tríada piafante de
potros malignos. A saber: a) la instalación de la herejía judeo-católica como
doctrina oficial, ya desde los tiempos de Nostra Aetate; b) la negación o
minimización de la doctrina de la Realeza Social de Jesucristo; c) la
adulteración del principio de la libertad religiosa, y con él la disolución de
los pilares clásicos de la concepción católica de la política. Ninguno de estos
tres jamelgos son recientes. Han brotado con el Concilio, aunque antecedentes
existen aún antes de él. ¡Largo de hablar, si de hablar de cada uno se tratara!
Conste además que no son los únicos caballos desbocados. El del divorcio entre
la lex orandi y la lex credendi daría para una conversación aparte.
En
cuanto a las famosas “dubia”, sinceramente, creo que es una pérdida de tiempo,
aunque quienes las han planteado merezcan mi respaldo, mi agradecimiento y mi
solidaridad moral. Porque la gran duda previa a cualquier otra, es si Bergoglio
es la cabeza visible de la Iglesia o el cabecilla de la iglesia traicionada. Si
la cantidad de insensateces que dice a diario, sin excluir incluso, el terreno
mismo de la blasfemia que en ocasiones peligrosamente roza, nos permiten seguir
guardándole obediencia, o si es la llegada la hora de aplicar la doctrina
clásica sobre la legítima desobediencia de los súbditos ante una autoridad que
conduce a la mentira, la confusión, el error y la ignorancia. En pocas
palabras: hay dudas más serias, más hondas y más graves que las que suscitan la
Amoris Laetitia.
– Usted decía recién, y en otras muchas ocasiones lo hemos oído de sus
palabras y de sus escritos, que el problema existe aún desde antes del Concilio
Vaticano II. Que es un error importante, incluso, centrar la crisis de la
Iglesia en dicho Concilio, y en tal sentido sabemos que Usted toma distancia de
ciertas expresiones tradicionalistas. ¿Qué nos puede decir al respecto?
-Es difícil hallar una síntesis. Al menos a mí me
resulta difícil. Tomo distancias del tradicionalismo que se limita a ser
preconciliarismo; y que incurre en una dialéctica simplota y falaz entre
Iglesia Preconciliar maravillosa e Iglesia Conciliar calamitosa. Tomo
distancias del tradicionalismo que denunciara el mismo Pío XII cuando habló del
arqueologismo, y que, en la práctica, convierte a nuestra Fe en pieza de museo.
Tomo distancias del tradicionalismo que, sin saberlo ya es moderno, porque
incurre en la espiritualidad de la devotio moderna, en la moral jansenista, en
la estética del sulspicianismo, en el racionalismo de la escolástica decadente,
en la casuística jesuítica y en el Tridentinismo como non plus ultra de la
recta doctrina. Tomo distancia del tradicionalismo que no atina a advertir que,
con vigencia plena y universal del sublime Vetus Ordo, la Iglesia no dejó igual
de cometer errores graves. Lo que no quiere decir que la culpa de esos errores
graves la tenga el venerable Vetus Ordo, sino que éste, solito con su alma, no
resuelve mágicamente todos los problemas. Tomo distancias, al fin, de un
tradicionalismo que no encuentra mejor ocurrencia que la de creer que el último
papa fue el Cardenal Pacelli.
Puedo
aceptar que se convierta en un objeto de análisis o de estudio las llamadas
tesis de Juan de Santo Tomás, Francisco Suárez o San Roberto Belarmino, y aún
si me presentan otras variantes argumentativas. Lo digo exclusivamente para
poner un ejemplo de elasticidad o de racionalidad en mi postura y que no
se me acuse de apriorismo. No desdeño el estudio de las obras del Padre Sáenz
Arriaga o las de Guérard des Lauriers, verbigracia. Pero el grueso de los
sedevacantistas me recuerdan a una fórmula lúdica infantil que se usaba cuando
yo era niño y que, no me preguntes porqué, se enunciaba como “pido gancho”.
Cuando se iba perdiendo el juego se acudía a este procedimiento que tenía la
fuerza de un verdadero habeas corpus o recurso de amparo o suspensión de
penurias. Aquí pasa algo análogo. Voy perdiendo. No sé qué está pasando. Me
acosté católico y amanecí luterano. Acolitaba de cara a Dios y ahora la
monaguilla es la vecinita rubia. “Pido gancho. No juego más. No hay más Papa”.
-Veo que usted introduce matices, grados, etapas, momentos en el diagnóstico de
la crisis, y que –como dice- guarda una cierta equidistancia de ciertas
manifestaciones tenidas por tradicionalistas. Pero entonces ¿qué papel juega el
Concilio Vaticano II en esta crisis, o el tránsito de Pío XII a Juan XXIII?
-Que yo
tome distancia de ciertas expresiones tradicionalistas, no quiere
decir que las rechace en su totalidad. Los representantes más destacados de
algunas de esas corrientes, han salvado el honor de la Iglesia y han dado un
testimonio inquebrantable de la Verdad, cuando la mayoría callaba o se hacía
cómplice de la herejía. Pedir por la Iglesia semper idem o por la Fe de
siempre, no fue un desvarío. Cuando ahora, por ejemplo, con toda naturalidad,
se ha modificado el Novus Ordo para que se vuelva a la fórmula pro-multis,
me pregunto si del Papa para abajo no tienen vergüenza de haber excomulgado a
un obispo que cuando lo dijo cuatro décadas atrás, por lo menos, fue tomado por
un orate, bizantinista y meticuloso.
-Me parece que lo entenderíamos mejor si pusiera algún ejemplo o si presentara
algún caso concreto.
-Lo que
acabo de decir es un ejemplo. Pero busquemos otro, si te parece. Ha llegado a
mis manos, hace poco, un libro editado por el Padre Matthias Gaudron, de la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que se llama “Catecismo católico de la crisis
en la Iglesia”. Es un libro bueno, solvente, fundado, preciso, recomendable. De
inusual capacidad didáctica, además. Pero la crisis que
explica y que aborda esta valiosa obra tiene fecha de nacimiento en el Concilio
Vaticano II; casi por contraste parecería que la ortodoxia tuvo fecha de
vencimiento un día antes, como ciertos fármacos.
Yo creo
que hay que ir más atrás. Bastante más atrás para explicar la crisis. Más atrás
en siglos, no en años.
¿Es
esto incurrir en el “qué largo me lo fiáis” de Tirso de Molina? No; es incurrir
en el anhelo de ser simples mas no simplistas, de no deificar el llamado
preconciliarismo –por bondades que haya tenido- de no creer que el misterio de
iniquidad arranca el 11 de junio de 1962, ni practicar ese criterio ajeno a los
oportunos matices y a las legítimas sutilezas. Necesitamos un dibujo completo
antes que un croquis; una cartografía puntillosa y no sólo un bosquejo del
terreno. No se presuponga más en lo que decimos.
En
escritos como “De la Cábala al Progresismo” del Padre Julio Meinvielle, o
“Libre Examen y Comunismo”, de Jordán Bruno Genta, nuestros maestros nos
enseñaron a ver que el mal de una larga escalera mortíferamente defectuosa no
está sólo en su descanso del entrepiso sino que arranca desde los primeros y
torcidos peldaños. Lo significativo es que, desde el magisterio opuesto,
autores como Antonio Gramsci o Ernst Bloch sostuvieron lo mismo, sólo que
blasonando de lo bien que habían construido esos primeros y sucesivos peldaños
del horror. Eso sí; tampoco quiere decir esto, para seguir con la metáfora, que
algunas de esas gradas o estribos de la metafórica escalera, no hayan sido más
letalmente sólidos e inconmovibles que otros. Al modo de esos mojones que una
vez anclados en la tierra, la deforman para siempre.
-Francisco,
en consecuencia, no se entiende sin esta escalera descendente. Y tampoco el
Concilio. Son mojones de la decadencia según su perspectiva…
-A Francisco no se llega de la nada, y el Concilio Vaticano II está siempre
esperándonos para descargar sobre él culpas y causalidades culposas que tuvo en
abundancia: ¡vaya si las tuvo! En el espíritu y en la letra, quede dicho. Pero
también existen otras culpas que vinieron después, sin que se pueda aplicar
necesariamente el principio “post hoc ergo propter hoc”; porque mucho sucedió
tras el Concilio que no fue consecuencia del mismo. No al menos como una
estricta correlación coincidente. Confundir la ocasión con la causa o el efecto
con lo posterior, puede llevarnos a veces a creer que el sol se retira del
firmamento porque bajamos las persianas. Lo digo en mi nuevo libro; perdóneme
si para ser preciso se lo leo:
“¿Acaso
–me pregunto- es esto un intento de atemperar las fechorías del Vaticano II?
Después de que el Cardenal Suenens dijo que era 1789 en la Iglesia, o que el
Cardenal Ratzinger definiera a la “Gaudium et Spes” como el Anti Syllabus,
queda muy poco margen para hacerse el distraído al respecto. Son tantos los
regocijos que provocó y que sigue provocando el Concilio entre las filas de
todos los peores enemigos de Cristo; son tantos incluso sus frutos tormentosos
–como lo reconociera el mismo Paulo VI- que se torna un poco complicado ensayar
la defensa de lo indefendible. Donde haya continuidad la celebramos. Donde haya
ruptura la denunciaremos.
Pero si
estamos obligados aquí también a superar los márgenes del esquema, debemos
otear el horizonte desde una atalaya, no sobre el taburete oficinesco. El
historiador o el simple observador de la vida religiosa debe intentar escalar
el Tabor, y no sólo el sicómoro de Zaqueo. Las balizas que demarcan tragedias
eclesiales y periodizan sus vicisitudes, son más abundantes y más antiguas de
lo que suele aceptarse. También, en ocasiones, poseen más entidad
revolucionaria de lo que se cree. Los “silencios de Dios” -¡ay, mil vece ay!-
no tuvieron que esperar al Concilio Vaticano II para hacerse oír; y para que la
tierra entera crujiera por ese silencio, como una planicie pálida ante el
estallido de un sismo. El Concilio habrá sido 1789 en la Iglesia, no lo negamos.
Pero La Bastilla fue tomada muchas veces antes en los entresijos de la Santa
Madre, y el Estado Llano tuvo rienda suelta para sus sucesivas devastaciones”.
– Gracias por el anticipo. Muchos de estos movimientos tradicionalistas caen en
el error de considerar la tradición como algo muerto y petrificado, como diría
el padre Louis Bouyer en su magnífica obra “La descomposición del
catolicismo”. La liturgia, así, se convierte en un rubricismo, en un
arcaísmo, y se deja de entender su sentido y significado profundo, de modo que
se acaba sustituyendo la Verdad por un autoritarismo sin auctoritas.
La Iglesia siempre entendió la tradición como algo vivo, encarnado en la vida
de la Iglesia e inteligible por la razón, sin que, por supuesto, ello suponga
un cambio en el entendimiento de la doctrina y del dogma, que son inmutables.
¿Ve Ud. necesario recordar el correcto entendimiento que la Iglesia siempre
hizo de la tradición, para corregir los errores de un tradicionalismo mal
entendido?
-Te
acepto la referencia a Bouyer siempre y cuando digamos, antes o después de
citarlo, algo así como: “hasta Louis Bouyer advirtió los riesgos de tales y
cuales posturas”. Porque por aprovechable que resulte leer su libro “La
descomposición del catolicismo” (hace poco fue editado con gran esmero en
Buenos Aires, y por eso lo tengo fresco) es la obra de un hombre que procede
del error, y que ciertos vestigios del mismo se le han quedado adentro. No lo
descalifico por ello. Al contrario; celebro su regreso y me gusta imaginar sus
últimos años llevando una vida rural, alejado del mundanal ruido y de los
desmadres de una Iglesia ya demasiado herida. Especie de ermitaño bucólico,
diría Castellani. Estoy anoticiado además de una reciente reedición de su libro
“El trono de la sabiduría”, dedicado a alabar a María Santísima, y eso aumenta
mi contento.
Lo que
trato de decir es que proporcionemos el valor de las fuentes de las cuales nos
nutrimos. Para preservarnos del anquilosamiento de la tradición y recuperar su
sentido, antes prefiero guiarme por el Comentario del Libro de las
Sentencias de Santo Tomás, si me perdonas el “garantismo” de ir a lo
seguro. Para entender el significado del desierto, acepto leer a Saint Exupery.
Pero me siento más seguro de la mano de San Macario o de San Pacomio.
Entre
nosotros, hay una obra cumbre al respecto, que es la del Padre Julio
Meinvielle: “De Lammenais a Maritain”.
Es lectura provechosa.
– ¡Qué difícil que es deslindar, delimitar, distinguir! Pero también qué
necesario que se vuelve. Veo que usted mismo, a cada paso, necesita hacer
retoques, ajustes, deslindes. A veces el espíritu de esquema nos hace caer en
un simplismo que poco explica. ¿Cómo podemos permanecer católicos en estos
tiempos donde las tentaciones son tan sutiles, donde se etiqueta a los
católicos que crecieron amando a Juan Pablo II o a BXVI (con sus errores y
omisiones) como neocones? ¿No es trágico que para ser un buen católico haya que
sospechar de todo el magisterio del postconcilio cuando Encíclicas como Veritatis
Splendor, Ecclesia de Eucharistia, Caritas in Veritate, Familiaris
Consortio o Fides et Ratio mantienen la sana doctrina
de siempre y son hoy más atacadas que nunca?
-Mira,
si no distinguimos nos confundimos todavía más. Yo procuro en temas tan delicados
no pintar con trazos gruesos sino con pinceladas que vayan retocando a medida
que la pintura avanza. Así y todo, hay un punto en el cual, a mí al menos, las
distinciones no me alcanzan para inteligir lo que sucede. Veo hasta donde
puedo. Y en lo restante procuro no ser un ciego que guíe a otro ciego.
He
escuchado muchas veces esa expresión “neocon” y su plural “neocones”, y en un
sentido puedo explicar y justificar su uso. El conservadorismo en la Iglesia,
sobre todo después del Concilio, fue el nombre con el que se revistió la
postura de aquellos que querían defender la Tradición pero no ser acusados de
“lefevbristas”. No eran progresistas y combatían al progresismo. Pero tampoco
querían quedar involucrados en lo que institucionalmente tomaba las formas de
un cisma, por injusto que esto fuera.
Cuando
asoma la posibilidad de potenciar la hermenéutica de la continuidad,
precisamente con encíclicas como las que me mencionas; y de hacerse fuerte en
la ortodoxia tras los actos de magisterio de esos papas que también me nombras,
ese conservadorismo eclesiológicamente correcto, pulcro y sin penurias
persecutorias, se consolida y saca pecho. No estaba del todo mal hacerlo. Pero
algo de malo sí había y sigue habiendo; y era, precisamente que por hacerse
fuertes y seguros y cómodos en la hermenéutica de la continuidad, no vieron la
de la ruptura que también traían –y a veces a raudales- esos mismos papas. De
allí el tono despectivo que el término encierra.
Ser un
neocom es como ser políticamente correcto. No quiero tener hipótesis de
conflicto. No quiero tener fisuras, rupturas, guerras, rebeldías legítimas,
desobediencias justificadas, desacatamientos justos. Que todo transcurra con
burguesa calma y sin sobresaltos. El Opusdeísmo es, por un lado, el ejemplo más
acabado de esta religiosidad burguesa y políticamente correcta. Pero también
es, por otro lado, la avanzada encubierta del progresismo, en temas candentes,
como el de la relación con los judíos o el pluralismo, o la libertad religiosa.
Por eso entiendo que “lo neo-com” sea juzgado con menosprecio. Porque en este
sentido que hemos explicado lo merece. Tengo un amigo que define sabiamente a
los opusdeístas como los fabricantes de los ojos de agujas para que puedan
pasar los camellos. Y otro que los explica diciendo: “Cristo es el Camino, pero
el Opus Dei cobra el peaje”
Por eso
entiendo asimismo algo que tú mencionabas antes. Es paradójico y triste, pero
para ser católico hoy, se necesita una sana cuota de sospecha de las cátedras y
de los magisterios oficiales. Sólo quedan cuatro pilares seguros y no son de
poca monta: El Credo, el Padrenuestro, los Sacramentos y el Decálogo. Lo que
hay que creer, pedir, recibir y obrar. Aquí está la Iglesia. Y ella es la
columna y el sostén de la Fe, como le dice San Pablo a Timoteo.
-Hablábamos de sospechas. ¿Somos sospechosos porque seguimos yendo a misas
conforme a la forma nueva en aquellas Iglesias donde se celebra con el respeto
debido, con sacerdotes que recalcan el carácter sacrificial y propiciatorio de
la misa y de sana doctrina? ¿Deberíamos abandonar esta misa y acudir
necesariamente a la misa tradicional?
-No soy
liturgo; y esta primera afirmación no es una evasiva. Es una definición. La
liturgia es oficio de los sacerdotes, ciencia de los que están investidos del
Orden Sagrado. Como la cardiología es especialidad de los cardiólogos. Esta
laicización de la liturgia, según la cual, cualquier laico de a pie se siente
autorizado a dictaminar sobre la lex orandi, es un fenómeno moderno. Impensable
en épocas tradicionales.
Dicho
esto es obvio decirte que la misa tridentina es un tesoro de la Iglesia. Perla
preciosa que jamás debió perderse ni postergarse, y cuya celebración y
frecuentación es un bien per se. El gran bien de nuestra lex orandi. Pero hay
otros ritos, latinos y medievales, que son también un patrimonio valioso de la
Iglesia, y que no tienen quien cruce una espada por ellos: el visigótico, el
ambrosiano, el carmelita, el cartujo. Sin olvidarnos de los ritos orientales,
como el bizantino, el armenio o el maronita. Por esas rarezas de la
Providencia, a seis manzanas de mi casa (nosotros llamamos cuadras a vuestras
manzanas) está la hermosísima Catedral Católica Ucraniana, con su rito propio
impregnado del añejo sabor bizantino. Las veces que he ido he tenido la
experiencia de lo mistagógico, de lo sublime que, según Santo Tomás, es la de
la belleza en pos de la Belleza Increada. No me parece justo ignorar la
presencia de esta riqueza ritual sólo por oponer el Vetus Ordo al Novus. No me
parece equitativo hacer de cuenta de que no hay vida ritual antes o fuera de lo
decidido en Trento. Por sabia y santa que haya sido esta decisión.
En
cuanto al Novus Ordo, si se acude a él, pues hay que tomar los recaudos que tú
enunciabas. Evitar la liturgia-show, la liturgia-espectáculo, la liturgia
carnavalesca. Para lo cual hay múltiples y valiosos documentos de la Iglesia,
tras el Concilio, que son desconocidos y traicionados. Hay infinidad de
prescripciones para celebrar digna y decorosamente el Novus Ordo, desde el modo
procesional de la subida al altar hasta las abluciones del final, pasando por
la incensación, el Confiteor, los Kyries, los cantos interleccionales, el
suspiciamur, el orate fratres, las anáforas. Todo un universo de indicaciones y
de rúbricas tirado al canasto de residuos por la brutalidad de la mayoría de
los celebrantes y del grueso de los feligreses. La vulgaridad campea hoy a sus
anchas, alentada por ese patético Mingo Revulgo que se define como obispo de
Roma. Si viviera Hernando del Pulgar volvería a escribir sus “Coplas”.
– Está bien; dejemos la liturgia a los liturgos; pero le pido, cambiando de
tema, que haga un ejercicio de memoria y que recuerde aquellas palabras
proféticas del Card. Biffi profetizando cómo sería el Anticristo, según el
gran Soloviev: ecumenista, pacifista y ecologista… ¿Qué nos podría decir al
respecto?
-Biffi
hizo una presentación ante Benedicto XVI, el 28 de febrero de 2007; y allí
mencionó la hipótesis de Soloviev. Yo confieso que no supe nada de este
encuentro, pero que conocía el libro de Soloviev desde 1996, cuando nuestro
querido maestro, el Padre Alfredo Sáenz, escribió su obra: “El fin de los
tiempos en seis autores modernos”, e incluía allí un enjundioso análisis de la
postura del ruso. Es posible que el Anticristo, entre otros rasgos, tenga esos
tres que quedan mencionados. Si fuera así, ya se ocupó alguien de dedicarle una
encíclica. Convengamos que en la Laudato si, un anticristo
ecologista, panteísta, naturalista y vegetariano se sentiría expresado.
Es una pena que Biffi haya muerto. Su sentido del humor, expresado, por ejemplo,
en su libro “La Bella, la Bestia y el Caballero” podría habernos ayudado a
comprender mejor el rumbo actual de los hechos.
– Se nos van muriendo los buenos. Pero nos dejan sus obras, que es un modo de
prolongar su presencia entre nosotros. Ud. ha sido un gran apologeta de nuestra
patria común, España. Los españoles le agradecemos en el corazón su defensa sin
ambages de la historia de nuestro país, el que más ha extendido la Cruz por el
mundo, el que más mártires ha dado a la historia de la Iglesia, dejándose la
sangre por infundir su fe en los pueblos y tierras que conquistó. Ahora, sin
embargo, tras 40 años de ataques a muerte de la masonería presente en los dos
grandes partidos de mi país (PP y PSOE), yace postrada en un apostasía
terrible. ¿Qué podría decirle Ud. a esos españoles que odian a su país por
su pasado católico y a aquellos hermanos hispanoamericanos que creen que España
ultrajó a sus antepasados, que luchan por quitarse de encima el “yugo” de
la fe y quieren volver a las religiones paganas precolombinas?
-¿Qué
podría decirles yo? Pues bueno; la verdad es que tengo un amplio repertorio de
insultos, una amplia colección de vituperios. Y un viejo e hidalgo dicho de
José Antonio para coronar la respuesta: “Cuando se ofende a Dios y a la Patria
no has más dialéctica posible que la de los puños y las pistolas”.
Pero
como se supone que yo debo dar una respuesta académica y mesurada, allí hay un
libro mío, “Hispanidad y leyendas negras”, que refuta a los mendaces, de un
lado y del otro del Atlántico, y reivindica la honra de la Madre España.
También en este libro que acaba de salir, y que ya te he mencionado, hay un
capítulo, el XII, que se titula “Francisco debe pedir perdón”. Debe pedir
perdón por haber ofendido, con su ignorancia culposa, la acción de España en
América, que como decía López de Gómara, es el hecho más relevante después de
la Creación y de la Encarnación del Verbo.
En
cuanto a aquellos que, según me dices, quieren volver a las religiones paganas
precolombinas, pues no tendrán que hacer mucho esfuerzo. El permisivismo
litúrgico posconciliar se ha ocupado bastante de hacer realidad este anhelo;
sobre todo en ciertas iglesias “nacionales y populares”, como las de Bolivia,
Venezuela, Brasil o Nicaragua. Lo que les recomiendo a los idealizadores de la
precolombinidad, es que, si son requeridos de un modo poco gentil, para
participar de ceremonias antropofágicas, después no digan que no les avisamos.
-Estamos en 2017. Celebramos un año que es altamente significativo porque se
conmemora el tercer centenario de la fundación de la masonería en Londres, el
centenario de la Declaración Balfour o de la sangrienta Revolución
bolchevique. Por otra parte, también de la aparición de la Mujer vestida de Sol
en Fátima. ¿Podría explicarle a tantos hermanos católicos que nunca han oído
predicar al respecto, qué es el misterio de iniquidad, ya incoado en la
Iglesia desde Judas, y antes con Caín, Esaú y su estirpe? ¿Está llegando
ya a la cima de su poder? ¿No es sintomático que parezca que se hace más hincapié
en rehabilitar a Lutero que en celebrar las proféticas denuncias de nuestra
Madre del Cielo en Portugal?
Perdona amigo Antonio, pero me parece que la pregunta (al igual que las
anteriores con las que me has atormentado) excede con creces mi posibilidad
“respondedora”. Te has equivocado de interlocutor. Yo creo que aún si
juntáramos aquí y ahora a Alcuino, Alfonso el Sabio y el Cardenal Cisneros, los
tres juntos te dirían: “¿Nada menos que explicar el misterio de iniquidad? ¿No
será mucho?”. Pues lo que creo es que hay que ir directamente a San Pablo; a su
Segunda Carta a los de Tesalónica; al anuncio de la Gran Tribulación que
aparece en el capítulo 24 de San Mateo, y a la definición y la condena que hace
de la iniquidad San Juan, en el capítulo tercero de su Evangelio. Pero muy
sobre todo, hay que leer y releer ese pasaje maravilloso –aquí sí que uso el
adjetivo magnífico- que está en Lucas 21,38: “Cuando estas cosas empiecen a
suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención”. Es
decir, ¡qué venga la iniquidad, que se manifieste de una vez y cómo quiera, que
ose tener los adalides más poderosos del planeta, los líderes más encumbrados,
los apóstatas más populares! Nosotros le presentaremos batalla, con el pecho
erguido y la cabeza alzada.
El
misterio de iniquidad recorre la historia, como bien dices; desde la ciudad
caínica inaugurada sobre un crimen horrendo, hasta la ciudad apostática de
nuestros días, instalada, para nuestra pesadumbre, donde debería tener su
centro la Ciudad de Dios. Sin embargo, la Revolución no prevalecerá sobre la
Revelación. Y al final, la Mujer aplastará la cabeza del Infame. Que festejen
300 años de masonería ó 100 de Balfour u otro tanto del bolchevismo. Si van a
creer en el número, decía Vázquez de Mella, sepan que la tradición es el
sufragio universal de los siglos. Sepan, como lo gritó hasta el día de su
martirio, Anacleto González Flores, que hay un plebiscito de los mártires.
Contra la sangre martirial se estrellarán los inicuos. Contra La Virgen Santísima
no podrán los judas, los caines, los Lenin o los Rothschild.
Y ya
que te has puesto memorioso con los aniversarios, permíteme que te diga que
este año se cumplen 400 del natalicio de Murillo, paisano tuyo de Sevilla y
gran pintor de María Santísima. Espero que lo festejen como corresponde.
– Le agradecemos mucho su disposición a concedernos esta entrevista, D.
Antonio. Somos muchos los que, desde España, admiramos su labor de docente y
luchador incansable por el Reinado de Cristo Rey. Muchos de nosotros somos
también deudores del muy añorado padre D. Leonardo Castellani. ¿Qué cree Ud.
que diría si estuviera vivo al día de hoy? ¿Qué panorama columbra Ud. para
nuestra amada Iglesia a corto plazo?
El
agradecido soy yo. Agradecido, emocionado y hontado… Castellani lo dijo todo,
lo vio todo y lo dejó escrito todo. Tuvo un don anticipatorio, si no se lo
quiere llamar profético, y pagó caro ese oficio de profeta. Porque como él
mismo escribiera, en el país de los ciegos al tuerto lo matan, porque ve más.
De modo que no sé qué diría hoy este hombre singular. Sé que lo que dijo nos
sirve para inteligir cuanto sucede. Posiblemente hoy, si estuviera vivo y
joven, andaría subiéndose a los tejados y gritando que Cristo Vuelve. Por algo
lo motejaron de “cura loco”. Con esa sacra locura quijotesca que tanto añoramos
y que tan necesaria es.
No sé
qué pasará en la Iglesia a corto plazo. Pero es difícil imaginar que pase algo
distinto a lo que ya está anunciado; esto es, a lo que Dios tiene previsto que
pase. Aumentará la iniquidad, se hará cada vez más pesada la tribulación,
arreciarán las persecuciones, la Bestia impondrá sus fueros y quien le sirva de
Profeta o de Sacerdote hallará los favores del mundo. A nosotros nos toca
saber, como decía Castellani y ya que lo has traído al ruedo, que el
Apocalipsis no es un libro de terror sino de esperanza. Marchemos enarbolando
la Esperanza. Marchemos, pequeña grey. Marchemos. ¡Cristo Vence! ¡Cristo Reina!, ¡Cristo Impera! ¡Viva Cristo Rey!
¡Viva y amén!,
repetimos nosotros.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista