« Como muchos de ustedes
no pertenecen a la Iglesia católica y otros no son creyentes, de corazón doy
esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de
cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios[1]. »
En circunstancias
normales de la vida de la Iglesia, tamaña declaración, en boca de un dignatario
eclesiástico, habría sido ampliamente suficiente para provocar una reacción
inmediata y masiva en el mundo católico, a tal punto ella reviste un caracter
herético y blasfematorio: estamos ante una manifestación flagrante de
indiferentismo religioso acompañado del culto idolátrico de la conciencia
humana, en nombre de la cual Francisco decide pasar por alto a las Tres
Personas Divinas y omitir la señal de la Cruz, con el pretexto de no
« ofender » la conciencia de los no católicos.
Ahora bien, ese culto
del hombre y de su conciencia erigida en valor absoluto no es un invento
bergogliano, sino que fue proclamado orgullosamente por Pablo VI en el mensaje
de clausura del CVII. He aquí sus palabras:
« El humanismo laico y profano ha aparecido,
finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado
al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho Hombre, se ha encontrado con
la religión -porque tal es- del hombre que se hace Dios ¿Qué ha sucedido? ¿Un
choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La
antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del
Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. […] Vosotros, humanistas
modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle
siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y
más que nadie- somos promotores del hombre[2].
»
Este culto del hombre,
concebido como un dios en devenir por vía evolutiva, es propio de la gnosis
luciferina. Me permito citar aquí un texto poco conocido del cardenal Montini,
extraído de una conferencia intitulada Religión
y trabajo, pronunciada el 27 de marzo de 1960 en Turín, en el teatro
Alfieri, que puede leerse en el volumen de la Documentation Catholique del año 1960, en la página 764,
correspondiente al número 133, y publicado el 19 de junio de 1960. Doy la
referencia con lujo de detalles para quienes no pudieran dar crédito a sus
ojos, y no sin razón, tan sorprendentes resultan las afirmaciones del cardenal
Montini.
He aquí las palabras
de aquel que tres años más tarde llegaría a ser papa y que promulgaría los
documentos revolucionarios del CVII en 1965:
« ¿Acaso el hombre moderno no llegará un día, a
medida que sus estudios científicos progresen y descubran leyes y realidades
ocultas bajo el rostro mudo de la materia, a prestar oídos a la maravillosa voz
del espíritu que palpita en ella? ¿No
será ésa la religión del mañana? El mismísimo Einstein previó la espontaneidad
de una religión del universo[3]. »
El espíritu que «
palpita » en la materia, la « religión del mañana », que sería una « religión
cósmica », una « religión del universo »: aquí están los fundamentos de la
gnosis evolucionista teilhardiana, con el culto del hombre en vías de
divinización. Como si esto no fuera suficiente, que un cardenal de la Iglesia
invoque en materia religiosa la autoridad de un judío socialista que
reivindicaba una « religiosidad cósmica » fundada en la contemplación de la estructura del
Universo, compatible con la ciencia positivista y refractario a todo dogma o
creencia, es para quedarse atónito.
Cuando en 1929 el
rabino Herbert S. Goldstein le preguntó: « ¿cree Ud. en Dios? », Einstein
respondió:
« Yo creo en el Dios de Spinoza que se revela en el orden
armonioso de lo existente, no en un Dios que se preocupa por el destino y las
acciones de los seres humanos[4]. »
Y en una carta
dirigida en 1954 al filósofo judío Eric Gutkind, Einstein escribió:
« Para mí, la palabra Dios no es sino la expresión y el
fruto de debilidades humanas y la Biblia una colección de leyendas, por cierto
honorables, pero primitivas y bastante pueriles. Y esto no lo cambia ninguna
interpretación, por sutil que sea[5]. »
Lo que equivale a
decir que el Dios de Einstein no es otro que el Deus sive natura del fiósofo judío Baruch Spinoza, que en su
doctrina panteísta identificaba a Dios con la naturaleza. Tal es la « religión del
universo » que profesaba Einstein y que evoca con admiración el Cardenal
Montini en su conferencia, y en quien el futuro pontífice se inspira para
vaticinar una « religión del porvenir » destinada a ocupar un día el lugar del
cristianismo.
Cuando se piensa que
este hombre pronto será elegido Sucesor de San Pedro, y que es él quien más
adelante promulgará los documentos novadores del CVII, abolirá la Misa católica,
inventará una nueva[6]
con la contribución de « expertos protestantes » y modificará el ritual de
todos los sacramentos, es de veras como para quedar petrificados...
He aquí otra
declaración de Pablo VI que va en la misma dirección, pronunciada durante el Angelus del 7 de febrero de 1971, con
ocasión de un viaje a la luna, y que constituye un verdadero himno al hombre en
camino hacia la divinización:
« Honor al hombre, honor al pensamiento, honor a la
ciencia, honor a la técnica, honor al trabajo, honor a la audacia humana; honor
a la síntesis de la actividad científica y del sentido de la organización del
hombre que, a diferencia de los otros animales, sabe dar a su mente y a sus
manos instrumentos de conquista; honor al hombre, rey de la tierra y hoy también
príncipe del cielo[7]. »
Este culto de la
humanidad y del progreso ha sido condenado numerosas veces por el magisterio.
Cito un extracto de la encíclica Qui
pluribus de Pío IX, de 1846, seguido
de una proposición condenada en su
Syllabus de 1864:
« Con no menor atrevimiento y engaño, Venerables
Hermanos, estos enemigos de la revelación divina, exaltan el humano progreso y,
temeraria y sacrílegamente, quisieranintroducirrlo en la Religión católica,
como si la Religión no fuese obra de Dios sino de los hombres o algún invento
filosófico que se perfecciona con métodos humanos[8]. »
« V. La revelación divina es imperfecta, y está por
consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al
progreso de la razón humana[9]. »
Pío IX es muy claro
en relación a los « progresistas »: emplea la expresión « enemigos de la
revelación divina ». ¿Qué calificativo mejor podría hallarse para designar a un
cardenal y arzobispo de la Iglesia que aprovecha su eminente dignidad
eclesiástica para difundir la idea blasfema y herética de que una pretendida «
religión del mañana » llegará un día a suplantar al catolicismo? Este hombre se
llama Giovanni Battista Montini. A él -en compañía de Juan XXIII- se le debe el
CVII, la destrucción de la liturgia romana y la terrible crisis que azota a la
Iglesia desde hace más de medio siglo. Me pregunto: en vista de lo que hemos
referido acerca suyo, ¿hay motivo para estar sorprendidos?
Pero volvamos a
Francisco y a sus afirmaciones según las cuales todos los hombres serían «
hijos de Dios ». No es ésta la primera vez que propone una superchería por el
estilo. A manera de ejemplo, he aquí sus palabras en el Video del Papa del mes de enero de 2016, en el cual aparecen
símbolos católicos, judíos, musulmanes y budistas mientras la voz de Francisco
fuera de escena nos explica que:
« Muchos piensan distinto, sienten distinto, buscan
a Dios o encuentran a Dios de diversa manera. En esta multitud, en este abanico
de religiones hay una sola certeza que tenemos para todos: todos somos hijos de
Dios[10]. »
Estas afirmaciones
son tan grotescas que cuesta concebir que un video semejante no haya suscitado
automáticamente una vehemente protesta a escala planetaria, incluyendo a los «
conservadores » conciliares. Pero, visiblemente, no queda sino resignarse: el
lavado de cerebros operado de manera sistemática tanto por el « magisterio »
como por la « praxis » post conciliar (pensemos, por ejemplo, en Asís I, II, III, IV y V) desde hace más de
medio siglo, ha puesto un término a las últimas esperanzas de ver surgir un día
una reacción pública y determinada en defensa de la fe católica de parte de los
miembros del clero, de cualquier tendencia que sean.
Ahora, si se es hijo
de Dios por naturaleza, si la vida divina se encuentra en todos los hombres por
el solo hecho de existir, si no se es elevado a la vida de la gracia merced a
un don de Dios que se añade a nuestra condición de creaturas, la diferencia
entre el orden natural y el sobrenatural desaparece, la distinción entre el
Creador y la creatura se desvanece y se cae de lleno en el panteísmo.
Ya hice alusión a
ello en varias ocasiones en el curso de esta exposición, pero ahora lo diré
formalmente: Francisco no es más que un gnóstico panteísta en la línea de un
Teilhard de Chardin. Es un hecho cierto. Y si él habitualmente evita afirmarlo
con todas las letras, tampoco es que se esfuerce demasiado en ocultarlo. He
aquí otra frase, de la cual ya cité anteriormente el comienzo, y en la cual
Francisco exhibe sin rodeos su convicción religiosa:
« Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe
un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es
mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este
es mi Ser[11]. »
Es importante
descifrar lo que Francisco quiso decir con esta breve frase, la cual es
totalmente inconcebible. Llega tan lejos en la mentira y en la impiedad que
provoca escalofríos. A causa de un reflejo de autodefensa tan comprensible
cuanto ilusorio, la inmensa mayoría de los católicos ha optado o bien por
apartar la mirada, o bien por intentar darle una interpretación ortodoxa. Debo
reconocer que mirar de frente una realidad tan atroz no es cosa fácil, lo cual
explica el hecho de que la mayoría de la gente prefiere tranquilizarse
escondiendo la cabeza en la arena…
En primer lugar, al
rechazar la existencia de un Dios católico, Francisco negó la existencia de la
Santísima Trinidad. No hace falta subrayar que, diciendo esto, negó igualmente,
de manera implícita, el carácter sobrenatural y la misión divina de la Iglesia.
En segundo lugar, negó la divinidad de Nuestro Señor, al afirmar que Jesús es
su maestro y su pastor, « pero » que Dios es la luz y su Creador. Por último,
hizo explícita profesión de fe panteísta al declarar que su ser es el de Dios:
« éste es mi ser », son sus propias palabras.
Francisco no es sino
un gnóstico evolucionista disfrazado de católico, y está en esto sólo a los
fines de engañar a la gente, corrompiendo insidiosamente la verdad revelada con
su abominable doctrina, ni más ni menos. Y para servirse de la estructura de la
Iglesia con miras a poner a punto su proyecto luciferino de unificación global
del género humano excluyendo a Jesucristo y a su Cuerpo Místico. En otras
palabras: Francisco está en esto para llevar a término la mundialización
revolucionaria colocándola bajo la égida del Anticristo y de la contra-iglesia
de Satanás. Es precisamente lo que se llama un falso profeta, por entero
consagrado a la implementación del Nuevo Orden
Mundial.
La táctica modernista
es muy conocida: permanecer en el seno de la Iglesia para transformarla desde
su interior, subrepticiamente, imperceptiblemente, con el fin de hacer de ella
un instrumento adecuado y una palanca poderosa puesta al servicio de su causa
subversiva. No estoy inventando nada: es San Pío X quien lo dijo en su
encíclica Pascendi:
« Continúan ellos por el camino emprendido; lo continúan,
aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increíble audacia con
la máscara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con
sus hechos y con sus planes prosiguen más atrevidos lo que emprendieron. Y
obran así a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe ser
estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar en la Iglesia,
a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva. Pero, al afirmar eso,
no caen en la cuenta de que reconocen que disiente de ellos la conciencia
colectiva, y que, por lo tanto, no tienen derecho alguno de ir proclamándose
intérpretes de la misma. [12] » § 26
En su discurso a los
participantes en el Encuentro Mundial de
Movimientos Populares el 28 de octubre de 2014, Francisco empleó una de sus
expresiones favoritas para dar cuenta de su concepción holista de la realidad
humana, la metáfora del poliedro, figura de múltiples caras que integra
armoniosamente la « diversidad » de sus componentes:
« Sé que
entre ustedes hay personas de distintas religiones, oficios, ideas, culturas,
países, continentes. Hoy están practicando aquí la cultura del encuentro, tan
distinta a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia que tantas veces
vemos. Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el conjunto no
anula la particularidad, el conjunto no anula la particularidad. Por eso a mí
me gusta la imagen del poliedro, una figura geométrica con muchas caras
distintas. El poliedro refleja la confluencia de todas las parcialidades que en
él conservan la originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, nada se
domina, todo se integra, todo se integra[13]. »
Dirigiéndose por
video a un coloquio organizado en Verona el 21 de noviembre de 2013 intitulado Menos desigualdades, más diferencias,
Francisco desarrolló esta noción completamente ajena al magisterio de la
Iglesia:
« La esfera
puede representar la homogeneización, como una especie de globalización: es
lisa, sin facetas, igual a sí misma en todas sus partes. El poliedro tiene una
forma semejante a la esfera, pero está compuesto por muchas caras. Me agrada
imaginar a la humanidad como un poliedro, en el que las formas múltiples,
expresándose, constituyen los elementos que componen, en la pluralidad, la
única familia humana. Y esta sí que es una verdadera globalización. La otra
globalización -la de la esfera- es una homogeneización[14]
»
He aquí una tercera y
última cita a propósito de esta idea clave del pensamiento bergogliano, tomada
esta vez de su discurso al Consejo de
Europa el 25 de noviembre de 2014:
« Hablar de la multipolaridad europea es hablar de
pueblos que nacen, crecen y se proyectan hacia el futuro. La tarea de
globalizar la multipolaridad de Europa no se puede imaginar con la figura de la
esfera -donde todo es igual y ordenado, pero que resulta reductiva puesto que
cada punto es equidistante del centro-, sino más bien con la del poliedro,
donde la unidad armónica del todo conserva la particularidad de cada una de las
partes. […] En esta perspectiva, acojo favorablemente la voluntad del Consejo
de Europa de invertir en el diálogo intercultural, incluyendo su dimensión
religiosa, mediante los Encuentros sobre la dimensión religiosa del diálogo
intercultural. Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto,
respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen,
tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y
respeto mutuo[15]. »
Para Francisco, las
diferentes « tradiciones religiosas » son todas respetables, ya que ellas no
hacen sino manifestar el fondo común de la humanidad, que reside en la
inmanencia vital, en la experiencia religiosa que nos vincula a « la vida », la
cual es más importante que las « explicaciones » y las «
interpretaciones », y que nos permite integrar, en un sano pluralismo de
superficie, las diferentes expresiones particulares, equidistantes en relación
al centro que las unifica, al modo como el tronco de un árbol unifica la
multitud de sus ramas.
He aquí otra
declaración de Francisco, tomada de su entrevista con Eugenio Scalfari, en la
cual expresa sin vueltas su creencia panteísta:
« Dios es luz que ilumina las tinieblas y, aunque no
las disuelva, hay una chispa de esa luz divina dentro de cada uno de nosotros.
En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que también nuestra especie
se terminará [!!!], pero que no se terminará la luz de Dios, que en ese punto
invadirá todas las almas y será todo en todos[16]. »
Pasemos por alto la
inimaginable herejía según la cual un día la especie humana acabará por
extinguirse, como las otras, idea completamente delirante y en total
contradicción con la revelación divina. Y dejemos pasar igualmente el hecho
pasmoso de que, ante tamaña falsedad, difundida mediáticamente a escala
planetaria, no se haya producido ni un atisbo reacción. Lo cual demuestra el
estado de letargo profundo en el que se halla la mayoría de los católicos,
empezando por el clero.
Traigo a colación la
definición que del término « letargo » brinda el diccionario de la
Real Academia Española: « Estado
patológico caracterizado por un sueño profundo y prolongado, propio de algunas
enfermedades nerviosas, infecciosas o tóxicas. » A la cual debería
agregarse un género patológico adicional, aplicable muy especialmente en la
circunstancia que nos ocupa, a saber, el de las afecciones de índole
espiritual…
Hecha esta breve
digresión, retomo la cuestión del panteísmo. Puede comprobarse que Francisco no
recurre a circunloquios, sus dichos son de una claridad resplandeciente y no se
necesita de una hermenéutica enrevesada para desentrañar su sentido: « hay una chispa de esa luz divina dentro de cada uno de nosotros » y
un día esa luz « invadirá todas las
almas y será todo en todos. » Se colige de esta doctrina gnóstica que
la salvación tiene un alcance universal, que nadie se condena ni corre el
riesgo de ir al infierno.
Francisco, a falta de
profesar la fe católica, es coherente con sus ideas, puesto que: ¿cómo podría
concebirse la condenación eterna, la cual implica una separación irreversible
con respecto a Dios y a los bienaventurados, en una lógica panteísta, en la
que, por definición, nada puede sustraerse a la única substancia divina y toda
dualidad se encuentra excluida (creador-creatura, gracia-naturaleza,
cielo-infierno, etc.)?
Pero, si no existe la
posibilidad de condenarse, entonces, tampoco existe el pecado, ni, por tanto,
la necesidad de la redención, la cual, a fin de cuentas, no consistiría sino en
la « toma de conciencia » de nuestra prístina naturaleza, logrando
mediante este acto « salvador » disipar la dualidad y la división de
nuestras vidas, que son la raíz de todos los males. De este modo puede
comprenderse mejor la manida expresión « inalienable dignidad de la
persona humana », suerte de mantra conciliar cuyo significado último es el
que acabo de explicar. Lo que, por supuesto, no significa que todos aquellos
que la emplean sean conscientes de sus implicancias metafísicas.
La lógica es imparable:
si la dignidad de la persona humana es inalienable, una punición sin fin es
algo impensable, y si nadie puede separarse jamás de Dios, esto no puede
deberse sino a una razón de orden metafísico, esto es, a la adhesión a una
visión monista de la existencia. La religión de los modernistas, devenida en
religión conciliar, no es otra cosa: una gnosis luciferina disimulada bajo la
apariencia de cristianismo, es decir, la deificación del hombre a través de una
evolución inexorable, de un « progreso » necesario de la conciencia
en el hombre y por el hombre, la cual conduce al surgimiento del espíritu
« absoluto ».
No olvidemos las
palabras de la Serpiente a Eva en el jardín del Edén: « seréis como dioses » (Gn. 3, 5). Esta concepción
panteísta del universo, disfrazada con un ropaje cristiano por el iluminado
« antropólogo » Teilhard de Chardin, y que desemboca en el culto del
hombre divinizado, ha sido de una influencia decisiva en el CVII y en todo el
« magisterio » post conciliar.
Les propongo
seguidamente un elenco de breves citas tomadas de la encíclica Laudato Si’, afines con las doctrinas
panteístas profesadas por el jesuita francés:
« […] estamos
llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de
compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. » § 9
« […] Si bien el cambio es parte de la dinámica
de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy
contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. » § 18
« El ser humano, si bien supone también procesos
evolutivos, implica una novedad no explicable plenamente por la evolución de
otros sistemas abiertos. »
§ 81
« [Dios], de
algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de
desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o
fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos
estimulan a colaborar con el Creador. » § 80
« Podemos decir que, ‘‘junto a la Revelación
propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación
divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche’’. Prestando atención a esa
manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación
con las demás criaturas: ‘‘Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro
mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo’’. »§ 85
« […] estamos llamados a ‘‘aceptar el mundo como
sacramento de comunión’’ […] Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo
humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin
costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta.
» § 9
« […] no siempre los cristianos hemos recogido y
desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la
espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de
las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en
comunión con todo lo que nos rodea. » § 216
« [… las creaturas] avanzan, junto con
nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una
plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. » § 83
« […] todos los seres del universo estamos unidos
por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una
sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. » § 89
« No puede ser real un sentimiento de íntima unión
con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay
ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. […] Todo está
conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor
sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas
de la sociedad. » § 91
Ya hemos tenido
oportunidad de ver algunas declaraciones de Pablo VI en relación con este tema.
Leeremos a continuación dos citas muy esclarecedoras de Juan Pablo II,
empezando por una tomada de la encíclica del año 1986 Dominum et Vivificantem:
« La Encarnación de Dios-Hijo significa asumir la
unidad con Dios no sólo de la naturaleza humana sino asumir también en ella, en
cierto modo, todo lo que es ‘‘carne’’ toda la humanidad, todo el mundo visible
y material. La Encarnación, por tanto, tiene también su significado cósmico y
su dimensión cósmica. El ‘‘Primogénito de toda la creación’’, al encarnarse en
la humanidad individual de Cristo, se une en cierto modo a toda la realidad del
hombre, el cual es también ‘‘carne’’, y en ella a toda ‘‘carne’’ y a toda la
creación[18]. » § 50
Y ahora un extracto de
la encíclica programática Redemptor
Hominis, la primera de su pontificado. Sepan disculpar la extensión, pero
de este modo puede apreciarse mejor la magnitud del giro antropocéntrico
efectuado por el magisterio post conciliar:
« Aquí se trata por tanto del hombre en toda su
verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre abstracto sino real, del
hombre concreto, histórico. Se trata de cada hombre, porque cada uno ha sido
comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo,
para siempre, por medio de este ministerio. Todo hombre viene al mundo
concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del
misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia.
Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del
todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible
realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios
mismo. El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza,
recuerda que ‘‘el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido
por sí misma’’ [Gaudium et spes 24]. El hombre tal como ha sido querido por
Dios, tal como Él lo ha elegido eternamente, llamado, destinado a la gracia y a
la gloria, tal es precisamente cada hombre, el hombre más concreto, el más
real; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho
partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los
cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el
momento en que es concebido en el seno de la madre[19]. »
§ 13
Veamos ahora dos citas
de Benedicto XVI que prueban el alcance de la influencia ejercida por Teilhard.
La primera está tomada de su libro Luz
del mundo:
« [Dios] Pudo así crear también en la
resurrección una nueva dimensión de la existencia, pudo colocar, como dice
Teilhard de Chardin, más allá de la biosfera y de la noosfera, una esfera nueva
en la que el hombre y el mundo llegan a la unidad con Dios[20]. »
La segunda es un
extracto de su homilía en la catedral de Aosta del 7 de julio de 2009, en la
cual Ratzinger, hablando de la Eucaristía, cita explícitamente a Teilhard,
haciéndose eco de su libro herético, naturalista y panteísta La misa sobre el mundo:
« La función del sacerdocio es consagrar el mundo
para que se transforme en hostia viva, para que el mundo se convierta en
liturgia: que la liturgia no sea algo paralelo a la realidad del mundo, sino
que el mundo mismo se transforme en hostia viva, que se convierta en liturgia.
Es la gran visión que tuvo también Teilhard de Chardin: al final tendremos una
auténtica liturgia cósmica, en la que el cosmos se convierta en hostia viva[21]. » [22]
He aquí, a título
ilustrativo, un corto pasaje de la obra impía del jesuita apóstata francés:
« En la nueva humanidad que se está engendrando hoy,
el verbo ha prolongado el acto sin fin de su nacimiento, y en virtud de su
inmersión en el seno del mundo, las grandes aguas de la materia se han cargado
de vida sin estremecimiento. Nada se ha estremecido en apariencia en esta
inefable formación y, sin embargo, al contacto de la palabra sustancial, el
universo, inmensa hostia, se ha convertido misteriosa y realmente en carne.
Desde ahora toda la materia se ha encarnado, Dios mío, en tu encarnación. […]
Haz, Señor, que tu descenso bajo las especies universales no sea por mí
estimado y acariciado sólo como el fruto de una especulación filosófica, sino
que se convierta verdaderamente en una Presencia real [23]. » [24]
De este modo, Benedicto
XVI ostenta el dudoso privilegio de haber sido el primer papa conciliar que se
atrevió a nombrar públicamente a Teilhard de Chardin, para ensalzarlo de manera
entusiasta y suscribiendo sin reservas a su muy peculiar cosmovisión religiosa.
El motivo por el cual me
he permitido transcribir todas estas citas de Pablo VI, Juan Pablo II y
Benedicto XVI en un estudio consagrado a Francisco es para que no se pierda de
vista que Bergoglio no es más que un eslabón de una larga cadena de penetración
de las ideas gnósticas en la Iglesia. El último, el más chocante y escandaloso,
el que osó quitarse la máscara con un descaro a toda prueba, exhibiéndose tal
cual es, en toda su fealdad y su malicia diabólica, pero que no habría podido
hacer nada si el trabajo de zapa metódico de infiltración modernista no hubiera
sido efectuado en todas las áreas de la vida eclesial desde hace más de medio
siglo por todos y cada uno de sus antecesores…
Para terminar, no
encuentro nada más adecuado que hacerlo con un pasaje del sermón dado por el
Padre Raniero Cantalamessa, el predicador oficial de la Casa Pontificia[25],
en la basílica de San Pedro, durante el oficio de Vísperas de la Jornada mundial de oración por el cuidado
de la creación, instituida por Francisco en 2015:
« ¡Cuánto ha tenido que esperar el universo, qué
gran carrera tuvo que tomar, para llegar a este punto! Miles de millones de
años, durante los cuales la materia a través de su opacidad, avanzaba hacia la
luz de la conciencia, como la linfa que del subsuelo sube con esfuerzo hacia la
cima del árbol para expandirse en hojas, flores y frutos. Esta conciencia se
alcanzó finalmente cuando apareció en el universo lo que Teilhard de Chardin
llama ‘‘el fenómeno humano’’. Pero ahora que el universo ha alcanzado su
objetivo, exige que el hombre cumpla su deber, que asuma, por así decirlo, la
dirección del coro y entone en nombre de toda la creación: ‘‘¡Gloria a Dios en
lo alto del cielo!’’. [26] »
Cuando la doctrina
gnóstica de Teilhard de Chardin es predicada abiertamente en San Pedro, considero
que no es exagerado pensar en las palabras de Nuestro Señor refiriéndose a la « abominación de la desolación en el
lugar santo » (Mt. 24, 15) y preguntarnos si no estaremos asistiendo
al cumplimiento de esta profecía escatológica…
A aquellos a los cuales
mi diagnóstico se les antojaría excesivo, permítanme citar a León XIII y su Súplica a San Miguel Arcángel, contenida
en el Exorcismo contra Satanás y los
otros ángeles apóstatas, publicada en 1890, cuyo naturaleza manifiestamente
profética me parece adecuarse a la situación actual:
« Los más taimados enemigos han llenado de amargura a
la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han
puesto sus manos impías sobre todo lo que para Ella es más querido. Donde
fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz
para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de la impiedad,
de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. ¡Oh, invencible
adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que lo
atacan y dale la victoria! [27] »
[3] Traducción francesa de la Documentation Catholique: « L’homme moderne n’en viendra-t-il pas
un jour, au fur et à mesure que ses études scientifiques progresseront et
découvriront des lois et des réalités cachées derrière le visage muet de la
matière, à tendre l’oreille à la voie merveilleuse de l’esprit qui palpite en
elle? Ne sera-ce pas là la religion de demain? Einstein lui-même entrevit la
spontanéité d’une religion de l’univers. » Texto original italiano: « Non capiterà forse all'uomo moderno,
mano mano che i suoi studi scientifici progrediscono, e vengono scoprendo leggi
e realtà sepolte nel muto volto della materia, di ascoltare la voce
meravigliosa della spirito ivi palpitante? Non sara cotesta la religione di
domani? Einstein stesso intravide la spontaneità d'una religione dell'universo. »
Ver en la página n° 3 del documento siguiente, activando la función T (« Show text »):
[8] « Né
con minore fallacia certamente, Venerabili Fratelli, questi nemici della divina
rivelazione, con somme lodi esaltando il progresso umano, vorrebbero con
temerario e sacrilego ardimento introdurlo perfino nella Religione cattolica;
come se essa non fosse opera di Dio, ma degli uomini, ovvero invenzione dei
filosofi, da potersi con modi umani perfezionare. »
[16] Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de septiembre de 2013, publicado el 1 de octubre en La Repubblica - cf. p. 10: https://www.aciprensa.com/entrevistapapalarepubblica.pdf - La traducción oficial
castellana, defectuosa, fue modificada en base al texto original italiano: « Osservo
dal canto mio che Dio è luce che illumina le tenebre anche se non le dissolve e
una scintilla di quella luce divina è dentro ciascuno di noi. Nella lettera che
le scrissi ricordo d’averle detto che anche la nostra specie finirà ma non
finirà la luce di Dio che a quel punto invaderà tutte le anime e tutto sarà in
tutti. »
[17] Nota al pie n° 53: « En esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de
Chardin. » Cf. el Monitum
del Santo Oficio del 30/06/1962 - https://es.wikipedia.org/wiki/Pierre_Teilhard_de_Chardin: «Varias obras del P. Pierre Teilhard de
Chardin, algunas de las cuales fueron publicadas en forma póstuma, están siendo
editadas y están obteniendo mucha difusión. Prescindiendo de un juicio sobre
aquellos puntos que conciernen a las ciencias positivas, es suficientemente
claro que las obras arriba mencionadas abundan en tales ambigüedades e incluso
errores serios, que ofenden a la doctrina católica. Por esta razón, los
eminentísimos y reverendísimos Padres del Santo Oficio exhortan a todos los
Ordinarios, así como a los superiores de institutos religiosos, rectores de
seminarios y presidentes de universidades, a proteger eficazmente las mentes,
particularmente de los jóvenes, contra los peligros presentados por las obras
del P. Teilhard de Chardin y de sus seguidores. » Sebastianus Masala,
Notario. 30 de junio de 1962. (AAS 54, 1962, 526)
[22] Se podría citar la homilía
de Corpus Christi de 2006: « La creación con todos sus dones
aspira, más allá de sí misma, hacia algo todavía más grande. Más allá de la
síntesis de las propias fuerzas, y más allá de la síntesis de la naturaleza y
el espíritu que en cierto modo experimentamos en ese trozo de pan, la creación
está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la
unificación con el Creador mismo. » http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/fr/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060615_corpus-christi.html.
Y también la de la Vigilia Pascual
del mismo año: « Un teólogo alemán
dijo una vez con ironía que el milagro de un cadáver reanimado -si es que eso
hubiera ocurrido verdaderamente, algo en lo que no creía- sería a fin de
cuentas irrelevante para nosotros porque, justamente, no nos concierne. En
efecto, el que solamente una vez alguien haya sido reanimado, y nada más, ¿de
qué modo debería afectarnos? Pero la resurrección de Cristo es precisamente
algo más, una cosa distinta. Es -si podemos usar por una vez el lenguaje de la
teoría de la evolución- la mayor mutación, el salto más decisivo en absoluto
hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga
historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente
nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia.»
[24] En su encíclica Ecclesia de Eucharistia de 2003 Juan Pablo II se hace eco de esta
doctrina teilhardianna: « Cuando
pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor
de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que
he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic
donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en
Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e
iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en
capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las
riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las
plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones
eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por
así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el
pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto
sentido, sobre el altar del mundo.
Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. […] Verdaderamente, éste es el mysterium
fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios
creador retorna a Él redimido por Cristo. » § 8 (Francisco cita a
Juan-Pablo II en el § 236 de Laudato Si’:
« En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del
universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo
encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En
efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: ‘‘¡Sí, cósmico!
Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el
campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo’’. »)
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