Tengo tres libros sobre la mesa con este título o tema,
además del libro Revolución y
Contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, en el cual el
tema está negado, y por tanto “brilla por su ausencia”, como dicen. Ramos
sostiene que el “conflicto con la
Iglesia” no existió, pues fue solamente un “pretexto decorativo de la reacción oligárquica” (pag. 450). Un
poco más que eso fue evidentemente. ¿Qué fue?
Me disgusta tomar este tema, desautorizado públicamente
como estoy por la Iglesia Jerárquica –o algo por el estilo; pero no tengo más
remedio. El periodista es un galeote, un esclavo de las “galeras”. Que me valga
San Jerónimo, el primer periodista de la Cristiandad. Total, si yo no hablo,
hablarán las piedras, las piedras ahumadas. Ya han hablado.
El mejor de los tres libros es (para nosotros) Infiltración Clerical, de Pablo
Baransky, hijo de un noble polaco y cura rural de la Diócesis de San Juan, que
es otro título de nobleza; por la sencilla razón de que toma el asunto en
solfa, componiendo una especie de novela o mejor dicho crónica humorística de
lo que le tocó vivir en la persecución de Perón; o mejor, de los “peroncitos
provincianos” con quienes tuvo que arreglárselas en su pobrecita parroquia de
Santa Rosa.
La actitud es más señoril y también quizá más justa; y
por lo demás, todos los datos esenciales del episodio están al final, desde la
pág. 175. Muchos curas o canónigos la tomaron demasiado a la tremenda,
empezaron a echar humos; y eso no solamente después de los incendios (pues eso
fue realmente tremendo) sino desde el principio. No quiero agraviar a mis
cofrades, pero el espectáculo que vi de religiosos enterrando apresuradamente
ya en 1954 cálices de oro o copones de plata, no precisamente porque fueran de
ellos, sino porque eran “el tesoro de Don Bosco o la corona de la Virgen”, era
un poco risueño. No está mal esconder la plata, pero hay modos y modos. El
autor de Infiltración Clerical no
tenía por de contado nada de eso que esconder, y así pudo tomarlo con más calma
y en tono risueño, que es el tono más religioso
en este caso.
Los otros dos libros están escritos con criterio
totalmente clerical y con poca calma. El del Canónigo García de Loydi es
decente, claro y completo. El otro nos gusta menos (nada), parece un leguito
fuera de la vaina, se permite reprender públicamente al P. Carbone, y firma con
un pseudónimo: Pablo Marsal S. Cuando tantos nombres propios se manosean y
califican en su libro, el autor por honradez debe declarar el propio. Uno de
los libros parece tener por objetivo la defensa o elogio del Cardenal Copello.
El otro, la tesis de que Perón no tuvo la culpa sino “los que lo rodeaban”.
Comandos
peronistas con atuendos robados en las Iglesias
Ramos, califica duramente, aunque soslaya, todo el
episodio. Para él la Iglesia Romana hace mucho (no dice cuánto) está al
servicio de los diversos imperialismos (por su “identificación” con Mussolini, y después con la Banca Morgan) y es
en sí misma una especie de imperialismo moral; los nacionalistas y los
clericales y los rosistas (y los católicos) todo es uno; y el clero ha
intervenido para estorbar y obstaculizar cada vez y siempre que el país se
enderezó por el camino de la grandeza. Es curioso que Ramos en el caso de Perón
minimiza o nulifica el “influjo del clero”;
al cual en todos los otros casos le atribuye una magnitud exorbitante, que
obviamente no posee. No dice que el país está atrasado en electrotecnia por
culpa del clero, pero parece pensarlo.
El influjo del clero existe, no sé si decir “gracias a
Dios”; pero es más bien como el Pelente o las pastillas insectívoras Yale, que
no ese martillo pilón que Ramitos sueña. Su influencia existe, pero se ejerce
más bien por inhalación o “infiltración” (por enseñanza de la doctrina cristiana)
que no corporativamente (o por acción política): por la razón sencilla de que
el clero en la Argentina es difícilmente un cuerpo; por la otra razón sencilla
de que la cabeza es difícilmente una cabeza. El Obispo de Corrientes, por ejemplo, predicó directamente contra
Frondizi en las últimas elecciones: y ganó Frondizi las elecciones.
Ninguno de los dos libros clericales puede dialogar con
Ramitos ni Ramitos con ellos ni con 50.000 más que se hagan por el estilo;
porque Ramitos, lo mismo que Perón, no percibe el interior de la Iglesia sino
sólo lo exterior, donde están situados también los dos libritos clericales. Y
ellos defienden lo exterior, pues de eso viven; y a Ramitos esa corteza le da
en el rostro y lo irrita; la cual dicha y dichosa corteza en la Argentina está
demasiado desarrollada, y en parte, chuya.
El que no percibe sino lo exterior de la Iglesia no puede escribir bien sobre
la Iglesia. Quisiéramos ver a la revista oficial Criterio o al diario católico
El Pueblo refutando a Jorge Abelardo Ramos… No pueden refutarlo; porque la
corteza que Ramos percibe, existe y es repelente; y justamente de esa corteza
forman parte los CRITERIOS.
¿Por qué, pues, cada vez que a la Iglesia Argentina le ha
ido bien, al país le ha ido mal, como en tiempos de Mitre y otros cercanísimos
a nosotros; y cada vez que el país agarro el camino ascendente, la Iglesia se
plantó en el medio como con Roca y con Perón? –se pregunta Ramos. El planteo es
inexacto y ambiguo; sin embargo…
Para reforzar a Ramos por puro gusto, copiaré dos
párrafos del libro “Palabras, Palabras,
Palabras” de un ensayista argentino. Dice así en su capítulo “Politización y amoralidad”, pág. 27: “Ser argentino y ser católico se está volviendo dos cosas
antagónicas, que Dios nos libre y guarde; sobre todo ser argentino
“muy-pero-muy católico”. Cuando más mal le va a la Patria Argentina, más bien y
mejor le va a la Iglesia, y viceversa: por lo menos según una “Historia de la
Iglesia Católica”, tomo IV, pág. 658, que hemos estado leyendo (Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid, 1951, Nº 76). En esa “historia” se asevera que el
Papa erigió en la Argentina en 1830 “la
Diócesis de Panamá” que Rosas “déspota y dictador” sostuvo que en 1849-1850
”una guerra desastrosa con Francia, Inglaterra y el Brasil”, y que “arrastró al
país” a ese desastre; que expulsó a los jesuitas “y otros religiosos”
(¿cuáles?) y que cuando a la Iglesia le fue realmente bien en este país fue
durante las Presidencias de Urquiza y Mitre, y un poco durante Figueroa Alcorta
( ¡que Dios mande a su Iglesia Gobernantes masones!), que fue justamente cuando
a la Patria le fue mal. Indica además que hay aquí por lo menos desde 1918 una
“Universidad Católica” y un “Partido Católico”; y que el diario El Pueblo es
una maravilla: en lo cual último estamos medio de acuerdo.”
“No repararíamos en este disparate (bastante propio de la “grandiositá
spagnuola”, que dice Carducci) si no fuera por el “criterio” usado por el
historiador, a saber: que a la Iglesia Católica le va bien cuando un gobierno,
masónico o no, le hace regalitos, como el General Mitre, que “le regaló el
terreno del Seminario”, dato que creemos erróneo, encima, no de su peculio
particular en todo caso. Bien, ahora gracias al General Mitre hay Seminario,
pero no hay Seminaristas. Ese “criterio” es indigno de un varón religioso, y
aun de un adulto; pero es el criterio del P. Leturia, buen hombre por lo demás,
si eso se compadece con el no tener honradez profesional. El mismo criterio es,
por lo demás, de los sacerdotes argentinos que bendicen a la vez la bandera de
Belgrano, la fábrica de heladeras “Most-Better” y la ley 1420. Los miembros del
actual Gobierno y el Dr. Atilio Dell`Oro Maini están excomulgados, si no nos
engañamos, en virtud del canon 2334, latae sententiae. De esta excomunión no se
hace estado; se hace estado de la excomunión del “Otro”(1) que antes no era “el
Otro”; porque mando a pasear gratuitamente a dos Monseñores(2) haciéndolos
héroes de golpe…”
Hasta aquí el ensayista… inédito. Pero volvamos al
“Otro”. He aquí lo que pasó, “assicondo noialtri”. El “Otro” no era ateo, como
cree Ramos, ni un buen católico justicieramente enrabiado como cree Rebeldía (3), sino católico mistongo,
más todavía que San Martín: el cual fue probablemente un católico tibio. Veía a
la Iglesia como un organismo político, al cual favorecer por amor de los
benditos y bienhadados votos, y el prestigio personal; pues el carecía de toda
percepción de las realidades y fuerzas morales. Cosa grave en un político,
aunque sea muy vivo. Por otra parte, veía que algo andaba más en la Iglesia
indígena, o al menos que ella no era tan divina
como pretendía; y eso, más por lo que le cuenteaban que por sí mismo, pues él
personalmente con “momias” no quería perder tiempo. Éste fue Perón todo el
tiempo, créanme. Fue un argentino típico (4).
Llegó el momento en que (como Roca) percibió que su poder
personal no absorbía ni digería ese otro poder “político” que tenía enfrente,
incomprensible para él; que al revés de los “otros” partidos argentinos o
entidades políticas, era COLOIDAL a
su Justicialismo; y empezó a apretarlo un poco a fin de obtener la “gratitud”
que a él le debía, y la adhesión incondicional (de acuerdo con el juramento que
hacen los Obispos “reconociendo su Alto
Patronato”) que todos tenían que mostrarle… y le mostraban. De hecho
intentó dividir el Clero y al Episcopado en “buenos
cristianos” y “malos cristianos”,
según que fueran peronistas o no. Me consta, porque yo mismo, modestia aparte,
fui solicitado por un clérigo vinculado a Remorino (5) a volverme buen
cristiano; cosa que yo deseo ser, pero es muy difícil serlo… a gusto de todos.
Esta nueva actitud fue alimentada rápidamente por muchos
“circundantes”, algunos de ellos para llevar el agua a su molino, o mejor
dicho, el ASCUA (6) a su sardina, e incluso para hacerlo tropezar al Duce; como
de hecho tropezó –tropezó suicidalmente.
Perón fue el responsable del incendio de las iglesias o
templos. “En táctica siempre hay que devolver de inmediato el golpe aunque sea
mal y torpemente: peor es quedarse aturdido y no contragolpear” era uno de sus
axiomas políticos-militares que él explicaba en sus “clases magistrales”. El
golpe en este caso fue la enorme manifestación católica silenciosa de Corpus
1955; que a él le pintaron esencialmente diferente de lo que en realidad fue,
para enfurecerlo. Hay indicios de que el Conductor estaba entonces decidido a ,
aun ansioso de, dar marcha atrás y reconciliarse con los Magnates Eclesiásticos
cuando comenzó el humo, es decir, la matanza de Plaza de Mayo; cuyo contragolpe
fue el incendio de los templos, que no alcanzó por cierto a los marinos, al
contrario, les hizo el juego (7). Al fin y al cabo, Carlos V saqueó a Roma y
después se arregló y amigó entrañablemente con Paulo IV –le decía un consejero
eclesiástico o eclesiástico consejero, actualmente fuera del país. Pero ya era
tarde.
Cuando estuve en Lourdes en 1956, los eclesiásticos
franceses, españoles e italianos que allí encontré tenían esta idea (los
ingleses, más prudentes, no tenían idea alguna) acerca de la Argentina, paisillo
que por un momento se había puesto de moda “Perón favoreció a la Iglesia;
después la persiguió; y los católicos LO VOLTEARON.” Yo les decía con modestia:
“No es eso exactamente”, pero no discutía con ellos: la Argentina les
interesaba menos que Rumania o Bulgaria; pues eso es en realidad la Argentina,
excepto para nosotros.
Pero la persecución fue verdadera persecución, y torpe
por añadidura, letra de tango y no mero humo de pajas. No precisamente por
haber amenazado (sin tocarlos al fin) los famosos “bienes eclesiásticos”; sino
más bien por haber tocado la estructura religiosa tradicional de la familia
argentina con el “divorcio”, el derecho natural de los padres de familia con
las leyes de enseñanza y al fin la moralidad y decencia pública con escándalos
y malos ejemplos de toda clase. Ramos se burla sin razón de este último motivo;
y se equivoca al asignar como único motivo real la “fuerza política” de la
Iglesia en los episodios históricos de Rivadavia, Roca y Perón.
Rivadavia, Roca y Perón atacaron a la Iglesia Argentina no por demasiado
fuerte sino por demasiado débil. Difícilmente un poder temporal argentino
atacará a la Iglesia si esta lucha por los bienes netamente espirituales, en
cuyo caso ella es fuerte, porque está en su terreno. Cuando está embarazada con
sus bienes materiales, “que son también espirituales” (cosa que yo no dudaría
un momento si tuviera alguna parte en ellos, una prebendita cualunque), la
Iglesia anda débil e invita al ataque: como pasó con Enrique VIII. Por el
contrario, y sin salirnos de Albión, en el famoso asesinato en la Catedral, el
Arzobispo Thomas Becket padece martirio por una cosa política aparentemente;
pero que en realidad tocaba el corazón de la estructura del Medioevo: los
“Fueros” de los Gremios o “Guildas”, nominalmente aquél que estatuía el derecho
de que “nadie puede ser juzgado sino por sus pares”; los obreros, por sus
gremios; los Lores, por los Lores; los Clérigos, por los Clérigos; los
pecheros, por los pecheros; principio capital y sumamente democrático de la
organización cristiana medieval. El poeta Eliot pinta al hidalgüelo Becket como
terco y un poco mandón; y puede que lo haya sido; más no dilucida bastantemente
su “causa”. Uno de los “Tentadores” que salen en el poema dramático podía
haberlo dicho derecho: “Estás en hombre político y no en varón religioso: lo
que defiendes es tu poder. Eres un ambicioso, aunque sea para la Iglesia.
Cristo no fundó si Iglesia para darle poderes temporales” –y el Arzobispo
responde: “Te equivocas, you are wrong; defiendo una causa religiosa… y por eso
voy a triunfar. Como en efecto triunfó –después de muerto.
Pero el poeta indica cómo la causa del Prelado se
confundía con la del pueblo y los pobres –y no con los tesoros de la Catedral o
sus propios feudos de Canterbury: el coro de mujeres proletarias gira y gira en
torno al caprichudo hijo de Lord Becket como ovejas aterrorizadas y tercas –y
como lobas con hijos- alrededor del “jefe nato, del gran Varón de Iglesia.
Que los Monseñores no se mostraron muy jefes y se asustaron
un poco de más, y que algunos curas hicieron demasiado barullo
(instintivamente, sin consigna alguna de arriba) es voz común, y es probable.
Yo puedo decirlo, aunque faltando a la modestia, porque aosadas fui el
sacerdote más perjudicado materialmente por la persecución peronista y conservé
bastante la calma; aunque no tanto como el risueño curita Baransky, mi antiguo
Secretario; a juzgar por su risueña crónica o novela o nivola o lo que sea. Fui
atropellado como “sacerdote”, y no como “opositor”, por cierto; y el primero de
todos. Todavía no le he pasado la cuenta a Aramburu ni a Mons. Laffitte.
La Iglesia Argentina visible ha sido apaleada dos veces en poco tiempo; por
lo menos yo fui apaleado dos veces, quizá por demasiado… visible. Nunca escapa
el cimarrón si dispara por la loma. Van dos por un camino, y el tercero lo
adivino. Pero hay una Iglesia invisible, que Ramitos no conoce, ni puede
conocer, no le hago cargos. Las dos son una, como el cuerpo y el alma; aunque
ahora en la Argentina parezcan separadas y de hecho estén distendidas. Eso es
mala seña, porque la muerte es la consecuencia de la separación del alma y
cuerpo; y cuando están distanciados, eso es enfermedad. La Iglesia de Cristo no
morirá nunca, aunque pasará “agonía”. Pero el mundo sí morirá un día. Dios nos
pille confesados. Por lo menos, así me han enseñado a mí. No puedo decir a
Ramitos, ni siquiera brevemente, que cosa es ese “espíritu” de la Iglesia que
no morirá: no es como “ese vínculo espiritual que une a SHELL-MEX con el
productor argentino.” –que dice en este momento el locutor; no, no es así.
Para hacer todo mi deber de gacetillero “malgré soi”,
juzgaré el libro de Ramos muy brevemente; aunque muy mucho se preste a hablar,
en mal y en bien. Es un libro muy bien hecho, de un hombre de talento y de
trabajo y de ánimo generoso, lo que se ve al menos: el fondo de él es un gran
clamor, y ese clamor es argentino; pero es en cierto modo deforme, a causa de
sus prejuicios y su esquema político en demasía simple.
Se puede decir en suma que su filosofía es deficiente y
su historia es certera en general; más sus juicios de personas particulares
–Rosas, Mitre, Roca, Irigoyen, Ibarguren, Sánchez Sorondo Matías y Marcelo,
Uriburu, Ramón Doll, Castellani, Ernesto Palacio, etc.-son sumarios y terribles.
Sin embargo cuando un hombre de ánimo generoso se pone a pensar por sí mismo,
puede ir muy lejos; y éste es un hombre que camina, cada uno de sus libros ha
marcado un avance en el “ranking” (¿Por qué no decir “rango”, si en Castilla se
dice “rango”?) intelectual. Libro deforme y áspero, pero fibroso para personas
preparadas y mayores, véanse los lúcidos análisis del final, por ejemplo.
No lo recomendamos a los “criterios”, como ya está dicho.
***
Si Cristo fuese crucificado en Buenos Aires
entre dos ladrones, al tercer día resucitarían los
dos ladrones.
1 Perón.
2 Perón expulsó del país a Monseñor Tato y a Monseñor
Bonamín.
3 Una hoja editada por el P. Hernán Benítez.
4 Lo mismo dice Borges. Perón y Borges representan la
aparente oposición de los “hermanos siameses”.
5 Canciller de Perón.
6 ASCUA fue un grupo liberal combativo.
7 El 16 de junio de 1955 la aviación bombardeó la Casa de
Gobierno y ametralló la Plaza de Mayo, masacrando gran cantidad de civiles.
Perón salvó la vida porque se había refugiado en la Secretaría del Ejército. En
represalia, ese mismo día el Gobierno hizo detener a más de 100 sacerdotes y
permitió el incendio de ocho Iglesias en el centro de la Capital.
Leonardo Castellani: "Dinámica Social" Nº 89, Marzo de
1958, p. 7-9 Citado en Castellani por Castellani, Mendoza, Ediciones Jauja,
1999, Págs. 259-265
Articulo enviado por Santiago Mondino
Nota de NCSJB: Dos hechos precipitaron los
trágicos acontecimientos sucedidos el 16 de junio de 1955 y avizoraban el
derrumbe del régimen Peronista que gobernó la Argentina desde 1946 hasta 1955:
el conflicto con la Iglesia y el proyectado convenio con una empresa petrolera
norteamericana por el cual se le entregaba una extensa región de la Patagonia.
Entre las medidas contrarias a las enseñanzas del Magisterio católico el Estado
dispuso la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, el divorcio, la
equiparación de hijos legítimos e ilegítimos, se resolvió convocar a una nueva
reforma constitucional para imponer la separación de la Iglesia y el Estado
entre otras medidas que echarían más leña al fuego. No faltó detalle en esa
ofensiva antirreligiosa: hasta se dispuso la reapertura de los
prostíbulos. Otras opiniones atribuyen el enfrentamiento de Perón con la Iglesia al
disgusto que causó en la dirigencia eclesiástica la presentación en el estadio
del club Atlanta -hacia mayo y junio de 1954- del pastor evangélico Theodore
Hicks, que realizaba curaciones milagrosas ante nutridas multitudes. Antes de
su presentación, el cuestionado "milagrero" había sido recibido
personalmente por Perón. Cabe recordar que ya en 1950 grupos católicos habían
vivido como una provocación el multitudinario acto efectuado en el Luna Park
por la Escuela Científica Basilio, reconocida en aquel tiempo como la
vanguardia más activa del movimiento espiritista.
Curiosamente, Perón ordenó una "severa e inmediata" investigación para identificar a quienes habían provocado el incendio y el saqueo de los templos. La investigación se hizo y dio origen a un curioso expediente en el cual se terminó responsabilizando oficialmente de esos sucesos "a una logia masónica antiperonista”.
Esos dos hechos aceleraron la preparación
revolucionaria. En junio de 1955, el ambiente estaba ya formado. Solo faltaba
el alzamiento popular, juntamente con el de gran parte de las fuerzas armadas.
Lo cierto es que el
conflicto quedó planteado en toda su crudeza el 10 de noviembre de 1954, cuando
Perón dijo públicamente, en una reunión de gobernadores, que en la Argentina
había curas y prelados que estaban desplegando actividades perturbadoras (lo
cual era verdad). Tras nombrar uno por uno a esos sacerdotes que actuaban como
enemigos de su gobierno, Perón destacó que pertenecían, principalmente, a tres
diócesis del interior: la de Córdoba, la de Santa Fe y la de La Rioja. A partir de allí, la crisis se fue agudizando.
Los diarios de la cadena oficialista lanzaron una agresiva campaña contra la
Iglesia y pronto el enfrentamiento escapó a todo control. Un dato que es
importante remarcar es que el manejo de la prensa estaba en manos del judío y
miembro de la Masonería Raúl Apold designado por el judío Ángel Borlenghi,
casado con la judía Clara Maguidovich y cuñado del Subsecretario del Interior Abraham
Krislavin, ambos masones y socialistas, quien daba órdenes a los periodistas
peronistas de que tuvieran una actitud hostil hacia la Iglesia y trataran con
simpatía a los judíos, los sionistas y el Estado de Israel. Raúl Apold fue el
que designo a cargo del estatizado Suplemento Cultural del diario “La Prensa”
al judío Isaac Zeitling Porter, más conocido por su alias de “Cesar Tiempo”,
quien introdujo allí a otros judíos como Prilutzky Farny.
El malestar continuó
creciendo y se llegó, en medio de una creciente tensión, a la famosa procesión
de Corpus Christi del 11 de junio de 1955. Ese día, luego de una Misa en la
Catedral, los fieles católicos comenzaron a recorrer la Avenida de Mayo en nutridas
columnas, desafiando la prohibición policial (el régimen peronista había prohibido las
reuniones públicas y manifestaciones que no fueran las organizadas por los
seguidores del gobierno). La marcha era silenciosa, pero trasuntaba un fuerte
espíritu de rechazo al peronismo gobernante. Se advertía de lejos que la
columna se había engrosado con sectores interesados especialmente en manifestar
contra Perón.
La procesión llegó
hasta el Congreso y allí se disolvió. Posteriormente, ante el estupor general,
el gobierno informó que en la plaza del Congreso los católicos, antes de
disolverse, habían quemado una bandera argentina. Pronto se supo la verdad: la
quema de la bandera había sido hecha, en realidad, por los agentes de una
comisaría céntrica con el fin de endilgarse a los manifestantes católicos ese
gesto de antipatriotismo.
En la mañana del 16 de
junio de 1955, oficiales de la Aviación Naval atacaron Plaza de Mayo en un
intento por terminar con el gobierno del presidente Juan Domingo Perón. El
Registro Civil contabilizó oficialmente 169 muertos: 168 por heridas de
metralla, balas, quemaduras o explosiones, y uno, el italiano Domingo
Stirparo, de 89 años, fallecido por síncope cardíaco. Ninguna bomba alcanzó
directamente la Plaza de Mayo, aunque algunas pegaron muy cerca, sobre el
borde. Los muertos y heridos por bombas y metralla se produjeron sobre la
avenida Paseo Colón. El mayor número de víctimas se generó por los disparos
cruzados en la batalla por el Ministerio de Marina. El diario Clarín del día siguiente hizo un recuento de 156
muertos y 846 heridos; publicó, además, los nombres y apellidos con sus
internaciones en la Asistencia Pública y en los policlínicos. Lo cierto es que
no había ningún acto público, ni se había convocado a nadie y, además, con 200
personas no se llena esa plaza. Se la colma con cien mil, pero esa tarde estaba
vacía, porque del lugar se fueron todos apenas se escuchó la primera estampida.
No quedaron ni las palomas.
Sin duda que ese bombardeo fue un acto de grave
irresponsabilidad castrense, por las muertes civiles que ocasionó, pero la
actitud del ministro de Ejército, el general Franklin Lucero de
sacar tres horas antes al Presidente, sin alertar al personal de la Casa y sin
evacuar la zona aledaña indica falta de interés en proteger a los transeúntes,
expuestos al bombardeo. “Nosotros, por nuestros servicios de informaciones, ya
habíamos sido advertidos con anterioridad”, asumió el Presidente por la cadena
de radio.
En las primeras horas
del 15 de junio fueron allanados en Buenos Aires y
en el interior, parroquias, asilos, colegios, seminarios, monasterios y todos
los locales en que funcionaban centros o círculos de la Acción Católica y
clausuradas las sedes de la junta central, consejos femeninos y consejos de
hombres.
El 16 de junio se
cumplió la orden de incendiar los templos de la ciudad de Buenos Aires, y
otros del interior. La agresión fue realizada por diversos sectores del
peronismo, y muy particularmente por las fuerzas de choque existentes en varias
reparticiones públicas.
La curia fue regada con nafta por los
peronistas, preparando el incendio que se realizó entre las 15.30 y las 16.45
ante la pasividad de los bomberos que estaban allí desde la mañana. Ese fuego
no sólo consumió papeles eclesiásticos, también destruyó para siempre el
archivo colonial de la ciudad de Buenos Aires, guardado desde 1600.
En una sola
noche, el 16 de junio de 1955, fueron incendiadas más de una docena de
iglesias. El mayor número de iglesias atacadas fue en Buenos
Aires. También hubo hechos similares en algunas ciudades del
interior de Argentina.
No fue un incendio
aislado ni un desborde ocasional; por sus dimensiones, su sincronización y sus
implicancias, rápidamente encontró impacto internacional en los principales
diarios del mundo. Tampoco se puede sostener seriamente que los ataques a las
iglesias fueron totalmente espontáneos. Los atacantes conocían las direcciones
de los 16 templos, sabían dónde atacar y dónde no. Por ejemplo, se evitó atacar
a las iglesias de culto católico ortodoxo y a las del culto cristiano copto,
pese a encontrarse ambas en el camino de los incendiarios, y no ser nada fácil
distinguirlas de una católica romana.
La insólita agresión a
los templos -conviene recordarlo- se consumó con la pasividad cómplice del
Ministerio del Interior, cuyo titular era todavía Ángel Borlenghi. Ni la
policía ni los bomberos hicieron el más mínimo gesto para contener a los incendiarios
ni para evitar la propagación del fuego. Pero la comprobada participación del
vicepresidente Tessaire (masón grado 33 para más señas, a cuyas órdenes
partieron desde el Ministerio de Salud Pública y otros edificios del
gobierno varios grupos hacia los templos luego siniestrados) no exime al
General de suficiente incumbencia en lo que vino.
La responsabilidad de
Perón surge no tanto por sus órdenes directas sino por ser el principal
promotor en generar un clima anticlerical, con discursos incendiarios en los
que no midió sus palabras, especialmente el del día lunes 13 de junio.
Una vez consumados los
incendios, el gobierno salió a ofrecer cuantiosas sumas destinadas a la
reconstrucción de las iglesias: procuraba dejar a la jerarquía eclesiástica neutralizada.
Sin embargo, las instituciones católicas lo rechazaron.
Curiosamente, Perón ordenó una "severa e inmediata" investigación para identificar a quienes habían provocado el incendio y el saqueo de los templos. La investigación se hizo y dio origen a un curioso expediente en el cual se terminó responsabilizando oficialmente de esos sucesos "a una logia masónica antiperonista”.
Como resultado de esos
hechos, Juan Domingo Perón fue excomulgado. Ocho años después, el 12 de febrero
de 1963, el fundador del justicialismo dirigió una nota al obispo de Madrid. En
esa carta, fechada en la quinta 17 de octubre, Perón pedía que se le levantara
la excomunión y se manifestaba "sinceramente arrepentido" de los
actos que se le imputaban. La respuesta le llegó en menos de 24 horas. El
obispo de Madrid, en nota fechada el 13 de febrero de 1963, le comunicó que su
petición había sido satisfecha.
Angel Borlenghi judío, socialista y masón, ocupo el cargo
de Ministro del interior del gobierno peronista.
Almirante Alberto Teissaire vicepresidente durante el
2do. Gobierno de Perón. Mason grado 33
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
En los años cincuenta Rockefeller financió a pastores protestantes para que fuesen a toda latinoamérica a arrancar católicos de la iglesia.
ResponderBorrarhttp://www.ellitoral.com/index.php/id_um/151141-preocupacion-por-la-decapitacion-del-busto-de-ana-frank-costanera.html
ResponderBorrarmiren como se victimizan quien sabe si no fueron ellos mismos que mandaron a vandalizar a la mitológica ana frank...
SACADO DE: LEGIÓN COLOMBIA
ResponderBorrar"Inyectada la cizaña del librepensamiento, surgieron como producto de la prostitución mental, el materialismo histórico (Marxismo) y la teoría critica de la Escuela de Franckfurt, los dos grandes bastiones de la decadencia humana, que a través de la subversión de contravalores en nuestro mundo cristiano, tienen como propósito el exterminio absoluto de toda tradición humana, en aras de la ulterior instauración del Comunismo en todo el mundo [...] ¿Libertad? ¿Igualdad? ¿Fraternidad? Venenos anticristianos, destinados a la consecución de la esclavitud del hombre al capital y al consumismo, aportando de manera prolifera, el socavamiento progresivo de los valores tradicionales del hombre [...] Pero caballeros, ¿quienes entre la masa secular son los más inmundos y codiciosos? ¿Los más enfermos? ¿Quienes son los únicos culpables de que en estos momentos, nuestra Nación esté ahogada en la decadencia moral y la desidia? No hay otro culpable que los judíos, ¡si!, los judíos. Elementos indeseables que adoptan las diversas nacionalidades del mundo, en este caso particular, la colombiana, pero que no lo son ni jamas lo serán. Nunca han sido bienvenidos ni deseados, sin embargo, están en todas partes, invadiendo nuestro gobierno, despojándonos de nuestros ahorros y destruyendo nuestras familias y patrimonio. O Colombia se libra de los judíos o no habrá Colombia."
Monseñor Miguel Ánguel Builes (Donmatías, Antioquia, 9 de septiembre de 1888- Medellín, 29 de septiembre de 1971) Ordenado sacerdote el 29 de Noviembre de 1914, consagrado Obispo el 3 de Agosto de 1924. Obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, Antioquia (1924- 1971) Fundador de las Comunidades Religiosas: Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal (1927), la Congregación de Hermanas Misioneras de Santa Teresita del Niño Jesús (1929), la Congregación de Hermanas Contemplativas del Santísimo (1939), y la Congregación de Hijas de Nuestra Señora de las Misericordias (1951) y Obispo Nacionalista Colombiano.
PAX VOBIS.
https://laslenguascatolicas.blogspot.com.ar/2017/06/la-voz-de-un-obispo-catolico-colombiano.html
Hay un error en la nota 2. Los dos obispos expulsados fueron Mons. Tato, obispo auxiliar de Bs. As. (que desobedeció a su superior, el Card. Copello, quien le había prohibido que la procesión de Corpus se hiciera fuera de la Catedral –según testimonio que contara años después Mons. Plaza–), y el canónigo de la Catedral, Mons. Novoa (no Bonamín, como figura en la nota. Castellani se confundió de nombre).
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