Nota de NCSJB: A pesar de las reiteradas
acusaciones de antisemitismo, es necesario remitirnos además de los hechos
innegables en la historia, al Magisterio Tradicional de la
Iglesia respecto de los judíos, a fin de poder
prevenirnos de quienes como ellos mismos confiesan, tienen a Cristo y a sus seguidores como principales enemigos a destruir.
Las terribles blasfemias de su código "sagrado", el Talmud, hacia Cristo y su Santísima Madre, confirman la perversidad y el cuidado que los cristianos deben tener con éste pueblo deicida que lleva consigo el un germen de destrucción inigualable entre los pueblos de la Tierra. Lejos de promover odio hacia ellos, y pensando en sus almas inmortales, pedimos por su conversión, sin dejar de ser precavidos ante sus maquinaciones.
Augusto
LOS JUDÍOS SEGÚN LA DOCTRINA CRISTIANA por G. P.
G.
(Extraído de Agencia FARO, 10/Abril/2009, Viernes Santo)
Ya en el
Nuevo Testamento, la doctrina cristiana sobre los judíos es muy clara. En
cualquier caso, ningún católico puede
creer nada que vaya contra el sentir unánime de los Santos Padres [1].
Pues
bien, todos los Padres de la Iglesia manifiestan unánimemente el mismo sentir
respecto a los judíos. Veremos también que el Magisterio conciliar y pontificio
reitera la misma enseñanza, como no podía ser de otra manera.
Harían
falta muchos libros para recopilar todo lo que los Padres dicen contra el
pueblo deicida. Veamos sólo unos pocos de los textos más importantes.
San Juan Crisóstomo, Padre y Doctor de
la Iglesia, proclamado por San Pío X patrón de todos los predicadores católicos
del mundo, es el más importante de los Padres Orientales; aparte de que a
ningún judaizante actual le agradaría lo que San Juan dice en cada una de sus
obras sin contradecirse, nos ha dejado nada menos que ocho extensas homilías
contra los judíos. Veamos algunos fragmentos:
“Siempre que el judío os dice a
vosotros: fueron los hombres los que nos hicieron la guerra, fueron los hombres
los que conspiraron contra nosotros; contestadles: los hombres no os hubieran
hecho la guerra si Dios no lo hubiera permitido.”
“Mi verdadera guerra es contra los judíos…
los judíos han sido abandonados por Dios, y por el crimen de este Deicidio no
hay expiación posible.” [2]
“Pero
ahora vosotros habéis eclipsado todas las maldades del pasado, pero de ningún
modo dejasteis atrás el grado sumo del delito, mediante vuestra locura cometida
contra Cristo. Por ello estáis ahora siendo castigados peor aún que en el
pasado. Toda vez que, si ésa no es la causa de vuestra actual deshonra, ¿por
qué motivo, aun siendo vosotros unos asesinos de niños, Dios se contentó con
vosotros en otro tiempo y en cambio vuelve ahora la espalda a quienes llegan a
tales atrevimientos? Verdaderamente está claro que os atrevisteis a un delito
mucho mayor y peor que el infanticidio y que cualquier delito asesinando a
Cristo”. [3]
También
entre los Padres Orientales nos encontramos con San Eusebio de Cesárea, a quien debemos gran parte de lo que
conocemos sobre los cristianos delos primeros siglos. Martirizado el año 308,
San Eusebio nos enseña cosas como la siguiente:
“Se pueden oír los gemidos y
lamentaciones de cada uno de los profetas, gimiendo y lamentándose
característicamente por las calamidades que caerán sobre el Pueblo Judío a
causa de su impiedad a Aquél que han abandonado. Cómo su reino … debería ser
totalmente destruido después de su pecado contra Cristo; cómo la Ley de su
Padre debería ser abrogada, ellos mismos privados de su antiguo culto,
despojados de la independencia de sus antepasados y convertidos en esclavos de
sus enemigos en vez de ser hombres libres. Cómo su metrópolis real debería ser
arrasada por el fuego. Su santo altar experimentar las llamas y la extrema
desolación, su ciudad no más tiempo habitada por sus antiguos poseedores, sino
por razas de otro tronco, mientras ellos deberían ser dispersados entre los
gentiles por el mundo entero sin tener nunca una esperanza de cesación alguna
del mal o espacio para respirar de su congoja”.
El mismo
sentir es el que manifiestan el resto de Padres Orientales. Entre los Padres
Occidentales, cabe citar, para no extenderse, a San Ambrosio de Milán y a San
Jerónimo.
A San Jerónimo debemos la Vulgata, texto
canónico oficial de las Sagradas Escrituras [4]. Entre
otras muchas cosas sobre los judíos (todas, sin excepción, en la misma
dirección) él nos enseñó:
“Esta maldición continúa hasta el día de hoy sobre los judíos, y la
sangre del Señor no cesará de pesar sobre ellos”.
San Ambrosio, aparte de ser el maestro
de San Agustín [5], ha sido siempre considerado el modelo a
seguir para todos los obispos católicos. Como él nos explica, la Sinagoga es: “una casa de impiedad, un receptáculo de
maldades, que Dios mismo había condenado” [6].
La Santa
Madre Iglesia continuará siempre enseñando a sus hijos las mismas enseñanzas de
doctrina apostólica que habían sido firmemente defendidas por los Santos
Padres. Así nos adentramos en la esplendorosa Edad Media, con un doctor tan
importante para los siglos venideros como San
Bernardo de Claraval afirmando tajantemente: “Los judíos han sido dispersados por todo el mundo, para que mientras
paguen la culpa de tan gran crimen, puedan ser testigos de nuestra Redención”
[7].
Las
mismas enseñanzas van encontrarse en los grandes santos de la Edad Media, el
Renacimiento y los siglos posteriores hasta nuestros días. Entre los Doctores
de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino,
máximo expositor de la Doctrina de la Iglesia y que debe tomarse como guía
segura para todo católico [8], no se desvía un ápice de la doctrina de
los Padres de la Iglesia sobre los judíos, ni tampoco de las enseñanzas de los
santos que le precedieron.
El Aquinate, consultado por la Duquesa de
Brabante sobre si era conveniente que en sus dominios los judíos fueran obligados
a llevar una señal distintiva para diferenciarse de los cristianos, contesta:
“Fácil es a esto la respuesta, y ella de acuerdo a lo establecido en el
Concilio general [9], que los judíos de ambos sexos en todo
territorio de cristianos en todo tiempo deben distinguirse en su vestido de los
otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, es a saber, que en los
cuatro ángulos de sus mantos haya orlas por las que se distingan de los demás”.
El Doctor
Angélico también sostuvo doctrinalmente que:
“Los
judíos no pueden lícitamente retener lo adquirido por usura, estando obligados
a restituir a quienes hayan extorsionado … Los judíos por razón de sus culpas
están en perpetua servidumbre, los señores pueden por lo tanto, tomarles sus
cosas, dejándoles lo indispensable para la vida” [10].
Y además:
“A los judíos no se les debería permitir
quedarse con lo obtenido por medio de la usura; lo mejor sería que se les
obligara a trabajar para ganarse la vida, en vez de no hacer otra cosa que
hacerse más avaros” [11].
Y
respecto a la postura que los judíos tomaron hacia Nuestro Señor:
“Pues veían en Él todas las señales que los
profetas dijeron que iba a haber […] pues veían con evidencia las señales de la
Divinidad de Él, más por odio y envidia hacia Cristo, las tergiversaban; y no
quisieron confiar en las palabras de Éste, con las cuales se confesaba Hijo de
Dios” [12].
Los
concilios de la Iglesia, así como los papas, han ido siempre en la misma
dirección del sentir unánime de los Padres y de los santos [13].
Aunque podamos extraer testimonios de todos los papas de la historia que como
tales se han manifestado al efecto [14], baste con que citemos a tres: uno a
caballo entre la Antigüedad Tardía y la Edad Media (San Gregorio Magno), otro
del Renacimiento (San Pío V) y otro de época moderna (Benedicto XIV).
Benedicto XIV, dejando al margen otros
documentos [15] en que trata la cuestión judía mostrándose firme en preservar
lo que dice la tradición, en la encíclica A quo primum nos enseña:
“Los judíos se ocupan de asuntos comerciales,
amasan enormes sumas de dinero de estas actividades, y proceden
sistemáticamente a despojar a los cristianos de sus bienes y posesiones por
medio de sus exacciones usurarias. Aunque al mismo tiempo ellos piden prestadas
sumas de los cristianos a un nivel de interés inmoderadamente alto, para el
pago de las cuales sus sinagogas sirven de garantía, no obstante sus razones
para actuar así son fácilmente visibles. Primero de todo, obtienen dinero de
los cristianos que usan en el comercio, haciendo así suficiente provecho para
pagar el interés convenido, y al mismo tiempo incrementan su propio poder. En
segundo lugar, ganan tantos protectores de sus sinagogas y de sus personas como
acreedores tienen”.
A San Pío V le debemos, entre otras
cosas, haber sido el artífice de la victoria de Lepanto y haber extendido el
Santo Rosario, además de codificar el rito romano de la Santa Misa. Entre sus
numerosos escritos tratando la cuestión judía [16],
podemos citar la famosa bula Hebraeorum Gens [17],
de la que extraemos lo siguiente:
“El pueblo judío … llegado el tiempo de la
plenitud, ingrato y pérfido, condenó indignamente a su Redentor a ser muerto
con muerte ignominiosa … omitiendo las numerosas modalidades de usura con las
que por todas partes, los hebreos consumieron los haberes de los cristianos
necesitados, juzgamos como muy evidente ser ellos encubridores y aun cómplices
de ladrones y asaltantes que tratan de traspasar a otro las cosas robadas y
malversadas u ocultarlas hasta el presente, no sólo las de uso profano, mas
también las del culto divino. Y muchos con el pretexto de tratar asuntos
propios de su oficio, ambicionando las casas de mujeres honestas, las pierden
con muy vergonzosos halagos; y lo que es más pernicioso de todo, dados a
sortilegios y encantamientos mágicos, supersticiones y maleficios, inducen a
muchos incautos y enfermos a los engaños de Satanás, jactándose de predecir el
futuro, tesoros y cosas escondidas… Por último, tenemos bien conocida e
indagada la forma tan indigna en que esta execrable raza, usa el nombre de
Cristo, y a qué grado sea dañosa a quienes habrán de ser juzgados con dicho
nombre y cuya vida pues está amenazada con los engaños de ellos”.
Citemos,
por último, a San Gregorio Magno [18],
por haber conjugado en su persona el ser el último de los Padres latinos y Papa
a la vez. Puesto que ahora hay quien cree que los judíos son hermanos en
Abraham, no está de más traer a colación la siguiente enseñanza:
“Si nosotros, por nuestra fe, venimos a ser
hijos de Abraham, los judíos, por su perfidia, han dejado de serlo” [19].
Lógicamente,
también los concilios, tanto locales como universales, siempre que se han
pronunciado sobre el problema judío, lo han hecho homogéneamente con las
enseñanzas de los Padres, Doctores y Sumos Pontífices.
De los
concilios locales [20] nos limitaremos a citar un par de cánones
de concilios toledanos, por la particular autoridad dogmática de valor
universal que la Santa Iglesia Romana siempre les ha concedido:
“… Cualquier obispo, presbítero, o seglar,
que en adelante les prestare apoyo (a los judíos) … bien sea por dádivas bien
por favor, se considerará como verdaderamente profano y sacrílego, privándole
de la comunión de la Iglesia Católica, y reputándole como extraño al reino de
Dios, pues es digno que se separe del cuerpo de Cristo el que se hace patrono
de los enemigos de este Señor” [21].
“De la perfidia de los judíos. Aunque en la
condenación de la perfidia de los judíos, hay infinitas sentencias de los
Padres antiguos y brillan además muchas leyes nuevas; sin embargo, como según
el vaticinio profético relativo a su obstinación, el pecado de Judá está
escrito con pluma de hierro y sobre uña de diamante, más duros que una piedra
en su ceguera y terquedad. Es, por lo tanto, muy conveniente que el muro de su
infidelidad debe ser combatido más estrechamente con las máquinas de la Iglesia
Católica, de modo que, o lleguen a corregirse en contra de su voluntad, o sean
destruidos de manera que perezcan para siempre por juicio del Señor” [22].
Finalmente,
entre los ecuménicos, baste recordar el IV Concilio de Letrán, concilio
importantísimo que definió dogmas como el Extra Ecclesiam nulla salus, la
Transubstanciación o la existencia del Infierno. Este concilio, en su canon 68,
es diáfano expresando cómo los judíos, malditos de Dios, deben llevar un
distintivo especial en sus ropas.
___________________________________________________________________
[1] Pío
IV,
bula Iniunctum
nobis,13 de noviembre de 1564:
“…el verdadero sentido de las Sagradas Escrituras tampoco lo aceptaré ni interpretaré
jamás sino conforme al sentir unánime de los Padres”. León XIII, encíclica Providentissimus
Deus,18 de noviembre de 1893: “los
Santos Padres que ‘después de los Apóstoles plantaron, regaron, edificaron,
apacentaron y alimentaron a la Iglesia y por cuya acción creció en ella’,
tienen autoridad suma siempre que explican todos de modo unánime”.
[2] Oratio IV Adversus Iudaeos.
[3] Oratio VI, 2 Adversus Iudaeos.
[4] El Concilio de Trento establece: “Si
alguno no recibiere esos mismos libros íntegros contodas sus partes, como ha
sido costumbre leerlos en la Iglesia católica y se contienen en la vieja
edición de la Vulgata latina, como sagrados y canónicos, o si sabiéndolo y con
deliberación despreciare las tradiciones anteriormente dichas, sea
excomulgado”.
[5] San
Agustín es el Doctor de la Iglesia más importante de
todos los tiempos, después de Santo Tomás de Aquino. Además de su Tratado
contra los judíos, su tratamiento del tema no se desvía un ápice del resto de
Doctores en todas sus demás obras, donde frecuentemente habla de la cuestión
judía.
[6] Epístola IX al emperador
Teodosio.
[7] Epístola 363 a la Iglesia de
Francia Oriental.
[8] El Papa San Pío X, en la encíclica Pascendi, proclama solemnemente: “Es importante notar que, al prescribir que
se siga la filosofía escolástica, Nos referimos a la que enseñó SantoTomás de
Aquino: todo lo que Nuestro Predecesor decretó acerca de la misma, queremos que
siga en vigor y, por si fuera necesario, lo repetimos y lo confirmamos, y
mandamos que se observe estrictamente por todos”. Y el papa Pío XII, en la encíclica Humani generis (1950), enseña que la
filosofía tomista es la guía más segura para la doctrina católica y condena
toda desviación de ella.
[9] IV de Letrán, año 1215, c. 68.
[10] Opera Omnia.
Edición Pasisills, 1880. Tábula 1 a-o, tomo XXXIII, p. 534.
[11] De regimine principum.
[12] Summa Theologica, 3 p., qu. 47,
art. 5.
[13] Es famoso el caso de San Juan de Capistrano, muy conocido
como “azote de los judíos”; este
santo franciscano capuchino, de gran ascetismo y virtud, fue empleado como
embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados.
Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes
diócesis, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos
honoríficos. Se le confiaron misiones delicadas, como la detracción de los
Fraticelli, la lucha en Moravia contra la herejía husita (obra del judío Jean
Huss), las negociaciones para la incorporación de los griegos a la Iglesia
Romana, la vigilancia de los judíos, la contención del cisma de Basilea, etc.
Por iniciativa de santos como él, los judíos tenían que llevar un gorro de dos
cuernos (pileteum cornutum), que simbolizaba su filiación diabólica (Cf.
Jn. 8, 44), así como una estrella amarilla identificativa para guardarse de su
maldad, y se les recluía en guetos. Por la influencia de San Juan de Capistrano, el Papa Martín V, inicialmente indulgente con los judíos por ignorancia,
cambió de actitud.
[14] Entre otros: Honorio III (1217 y 1221), Gregorio IX (1233), Inocencio IV (1244), Clemente IV (1267), Gregorio X (1274), Nicolás III (1278), Nicolás
IV (1288), Juan XXII (1317 y
1320), Urbano V (1365), Gregorio XI (1375), Martín V (1425), Eugenio IV (1442), Calixto
III (1456), Sixto IV (1478), Pablo III (1535, 1542 y 1543), Julio III (1554), Pablo IV (1555 y 1556), Pío
IV (enero y febrero de 1562), Gregorio
XIII (1577, 1581 y 1584), Sixto V
(1586), Clemente VIII (1592y 1593), Pablo V (1610), Urbano VIII (1625, 166, 1635 y 1636), Alejandro VII (1657, 1658, 1662 y 1663), Alejandro VIII (1690), Inocencio
XII (1692), Clemente XI (1704,
1705 y 1712), Benedicto XIII (1726,
1727 y 1729), Pío IX (1858).
[15] Tal es el caso de Postremomens
(28 de febrero de 1747), Apostolici Ministerii munus (16 de
septiembre de 1747), Singulari Nobis consolationi (9 de
febrero de 1749), Elapso proxime Anno (20 de febrero de 1751), Probe
te meminisse (15 de diciembre de 1751) y Beatus Andreas (22 de
febrero de 1755).
[16] Algunos otros son Romanus Pontifex (19 de abril de 1566),
Sacrosanctae
catholicae ecclesiae (29 de noviembre de 1566) o Cum nos nuper (19 de
enero de 1567).
[17] Mediante esta bula, el Papa
expulsó a los judíos de los Estados Pontificios (26 de febrero de 1569).
[18] Entre otras cosas, se puede
recordar que San Gregorio Magno
escribió también una carta a Recaredo en la que le felicita por no haber
aceptado un soborno de 30.000 sueldos de los judíos de Toledo, que pretendían
manipular al rey para que ejerciese presión en el Concilio a fin de que no se
promulgasen leyes de protección frente al peligro judío.
[19] Sermones dominicales de los Santos Padres, Papa San Gregorio Magno.
[20] Aparte del Concilio de
Jerusalén, que fue el primero y se dedicó ala condena de la herejía judaizante,
contamos con el planteamiento del problema judío en el Concilio de Elvira (306), el Concilio
de Agde (506) celebrado bajo los auspicios de San Cesáreo, el Concilio de Clermont
(535), el Concilio III de Orleans
(538), el Concilio de Mâcon (581),
el Concilio Trulano (692)
considerado siempre el suplemento de los Concilios
Ecuménicos V y VI, el Concilio de
Gerona (1078), el Concilio de Oxford
(1222), el Concilio de Narbona
(1235), los Concilios de Vienne y
Breslau (1267), el Concilio de Mainz
(1310), el Concilio de Basilea
(1434), etc.
[21] Concilio
IV
de Toledo, Canon LVIII.
[22] Concilio
XVI de Toledo, Canon I.
Visto
en: Iota Unum
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista