Nota de NCSJB: Mons. Jozef
Tiso fue un santo sacerdote nacionalista eslovaco, doctor en teología. En su
actividad pastoral, como reconocimiento a su celo pastoral le fue otorgado el
título de Monseñor. Fue designado Ministro de Higiene en el gobierno de Praga
en 1927 y durante la crisis Checoeslovaca de 1938/39, aprovechó para lograr la
independencia de Eslovaquia de la opresión checa, fundando el Estado Eslovaco.
Fue elegido entonces Presidente sin dejar nunca de servir
asimismo como párroco en la pequeña localidad de Bánonce.
Al declararse la Segunda Guerra Mundial, Monseñor Tiso se
unió a las potencias del eje en la lucha anticomunista. Al vencer las fuerzas
que responden a la judeo-masonería, fue apresado y juzgado injustamente por los
comunistas determinando así su muerte en la horca, habiendo ofrendado su vida
por Dios y por su Patria.
Al hablar de la participación de este santo varón con su
nación en la guerra anticomunista; decía nuestro mártir Jordán Bruno Genta, en
la obra cuyo prólogo del Dr. Caponnetto aquí reproduciremos:
“...me complace estar con los vencidos de la tierra. Cuando los
ejércitos de Europa presididos por el maravilloso ejército alemán invadieron la
Unión Soviética, yo participé con todo mi corazón y con toda mi alma en la
esperanza de que abatieran a los renegados de Dios, a los enemigos del género
humano”
“¿Por qué quería con toda mí alma el triunfo de esas
fuerzas maravillosas con esa disposición al sacrificio y a la muerte? Porque el
triunfo de los que fueron vencedores de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo
internacional del dinero y el comunismo ateo se iban a adueñar de la tierra
entera como está ocurriendo en estos momentos”.
“¡Qué honor! señores, estar al pie de la Cruz, como en
un campo sembrado de cadáveres de los que han muerto por amor a Dios y por amor
a la Patria. No estáis ante un espectáculo de muerte, no estáis ante nada que
sea aniquilamiento, estáis en presencia del comienzo de la Vida verdadera por
aquellas palabras maravillosas que dijo San Agustín: La Vida verdadera
bajó hasta nosotros, tomó nuestra muerte, y la mató con la abundancia de Su
Vida”.
J.B. Genta. Buenos Aires, 23 de Abril de 1974
Prólogo al trabajo de Jordán B. Genta: “Monseñor Tiso. El Gobernante Mártir”
Este año
que concluye se lleva consigo el aniversario número cincuenta del martirio de
Monseñor Tiso.
Su sólo
nombre todo lo dice para los hijos fieles de la entrañable nación eslovaca. Y a
fe que otro tanto ocurre con sus enemigos históricos, que aún dominadores
impunes y estultos, no podrán olvidarse de quien tan gallardamente los
enfrentó, con su palabra, con su conducta y con su sangre.
Pero ese
nombre cargado de resonancias para unos y otros, y proferido en el Cielo a la
diestra del Padre, nada significa frente a las actuales generaciones, ni ante
esos cristianos acédicos, ignorantes de las glorias de la Iglesia y siempre
prontos a disculparse por lo que le han hecho creer que son sus extravíos.
Son ellos
entonces quienes primero necesitan conocer estas páginas…
Conocer
que Monseñor Tiso, al igual que otros sacerdotes ejemplares, como su recordado
maestro, el Padre Hlinka, comprendieron que por lo mismo que la patria hundía
las raíces de su fundación en el misterio de la Cruz, era necesario pelear por
su rescate y trabajar sin pausa por su entero señorío. Sin concesiones ni compromisos
con los destructores de la estirpe. Sin contemporizaciones ni enjuagues con los
poderosos; sin dobleces ni asomo de esta común bellaquería que hoy envuelve a
tantos trémulos pastores.
Conocer asimismo que fue Tiso, en cada uno de
los cargos públicos que desempeñó, hasta llegar a la mismísima presidencia de
la República, un sacerdote que asumió la autoridad como servicio, y no un
político que desertó del Orden Sagrado en pos de la carrera electoral.
Un
consagrado que en carácter de tal, veló eficientemente por su pueblo, en nombre
de la caridad y del bien común antes que de programas asistencialistas. Un
ungido que volcó sus bendiciones sobre la nación que gobernaba, mas que un
candidato de engañosas fórmulas mundanas. Un párroco que no abandonó jamás el
ejercicio de su ministerio, y que al igual que San Luis bajo aquel legendario
roble de Francia, siendo el primer mandatario, atendía los requerimientos de
los suyos, a la salida de las misas dominicales en su capilla aldeana de
Bánovce. Un hombre de Dios, entregado jerárquicamente a Él desde el puesto de
mando; de rodillas frente al pequeño e infinito pórtico del Sagrario y de
espaldas a la puerta ancha del horizontalismo.
Fue Tiso
el Capellán de Eslovaquia. Un verdadero Príncipe Cristiano en tiempos de
aplebeyados ateos.
Conocer
además que es posible proclamar la Realeza de Cristo, en cumplimiento del
primer deber de un estadista bautizado. Y que de esa prioritaria y urgente proclamación
se siguen todos los bienes, como la añadidura tras la búsqueda principal del
Reino de Dios. Así, durante los años de gobierno del singular presbítero, su
país, pública y orgullosamente definido como confesional y como buen vasallo
del Supremo Rey, alcanzó la prosperidad material y la resolución inteligente de
los problemas terrenos.
Conocer, en suma, que Monseñor Tiso, sabía y
quería hablar claro, desdeñando las elipsis y prefiriendo la contundencia del
verbo esencial. Dado “el carácter infernal del bolchevismo -dijo en el Parlamento en 1936- es
imposible la conciliación... y no se puede tener respecto de él, ni siquiera
una posición neutral”. Tres
años después, el 21 de febrero de 1939, agregaría en el mismo recinto una
definición tajante: “no queremos ser ni seremos nunca los esclavos de cualquier ideología
que no surja de nuestra tradición eslovaca y de nuestro espíritu cristiano”.
He aquí la síntesis de su ideario y de su posición doctrinal: el nacionalismo
católico. Ese nacionalismo que es amar y soñar cristianísimamente a la
propia patria, y que no pueden entender ahora los adocenados servidores del Nuevo
Orden Mundial.
Conocer
por último, que tras el triunfo de los aliados todavía celebrado amén de por
sus socios, por algunos sedicentes humanistas- Eslovaquia fue invadida por los rojos,
padeciendo desde entonces un doloroso via crucis, cuyas estaciones de angustia
y espanto no han arrancado nunca la proverbial furtiva lágrima de los
denostadores profesionales de genocidios. Eslovaquia fue invadida; y Monseñor
Tiso, capturado como no podía ser menos
por la policía norteamericana, acabó entregado a los verdugos de Moscú.
Supo entonces de la prisión y de los vejámenes, de los campos de concentración
-que olvida la historia oficial escrita en Yalta- y de las torturas físicas y
morales. Supo de la crueldad del bolchevismo que había osado desafiar y de la negra alianza entre liberales,
marxistas, judíos y masones. Los mismos que ahora resultan objeto de
inmerecidos requiebros, y exculpados de una historia que los ha visto como
victimarios de cristianos y perseguidores de la Iglesia. Pero supo también el
Padre Tiso de la particular asistencia de la gracia. Y se mantuvo varonilmente
enhiesto hasta el final, prefiriendo la muerte mártir a la traición que le
proponían protagonizar para salvar su vida. La horca pudo ceñir su cuello, pero
ya no podía ceñir su corazón. Pudieron dispersar al viento sus cenizas, mas no
la unidad de su alma, juntura inamovible de amores esenciales y haz sin fisuras
de la contemplación de Dios y de Eslovaquia.
Doble
lección la suya de nacionalismo y de martirio cristiano, de celo sacerdotal y
de piedad patria, de pastoreo de la grey y de conducción de los ciudadanos. Y
conocer sendas cosas justificaría sobradamente la reedición de este opúsculo
que hoy se presenta.
Sin
embargo, posee el mismo para nosotros, el valor especialísimo de haber sido
escrito por un argentino que fue capaz de vivir y de caer en el combate en
defensa de los mismos altos bienes por los que lidiara y cayera Monseñor Tiso.
Todo es paradigmático en estas voces de Genta
que exaltan la figura del egregio esloveno. Todo es paradigmático, pero a la
vez, misteriosamente premonitor. (Y nunca más oportuno recordar que el misterio
es diafanidad y lumbre).
Paradigmática es la alabanza del Varón Justo,
como emblema de una genuina política de soberanía física y metafísica aplicada
sobre el cuerpo y el alma de la nación.
La
exaltación de la Cristiandad y -por ella- el milagro de la comunión de las
patrias, más allá de las diferencias accidentales. El rescate del arte de las
definiciones, con las cuales nombrar como cuadra a los réprobos y a los
elegidos, a los malditos y a los benditos del tiempo y del espacio.
Paradigmáticas las razones -que se elevan en la oratoria de Genta como los
arcos de una arquitectura gótica- en virtud de las cuales se enseña que todo
hombre de honor debe rechazar el éxito del mundo y homenajear a los grandes
derrotados; a aquellos que, a imitación del Señor, han resultado vencidos aquí
abajo por no abdicar de las cosas de arriba. “¡Qué deferencia más señalada”
-dirá Genta con su acento inconfundible- “ser convocado para honrar a un vencido en
la tierra!”. Es el alegato de un hombre superior que ha penetrado en la
concavidad más recóndita del secreto del Calvario. La confesión, casi inefable,
casi incomunicable, de quien ha visto de cerca la silente victoria del Viernes
Santo. Es la inauguración trascendente de la mañana y del gozo, tras la mera
inmanencia de la pena y del crepúsculo.
Pero algo
más veía Genta cuando hablaba de su admirado Tiso. Tuvo “un destino envidiable”
-proclamaba, delante de sus compatriotas exiliados que lo escuchaban como a un
maestro- “porque mereció el triunfo y la gloria del martirio. ¡El martirio, esa
buena muerte, esa preciosa e insuperable muerte donde empieza la vida sin
muerte!”. Y largos años después, volviendo con fidelidad a rendirle
homenaje, insistía con tono impetrante: “permanezco en el mismo lugar en que estaba
entonces y espero que la muerte me encuentre, en esa definición católica y
nacionalista que profeso, y a la cual he consagrado mi vida”.
La muerte
lo encontró como quería. Y la tuvo “buena, preciosa, envidiable e insuperable”,
cual la había descripto hablando de la de Monseñor Tiso. Premonición misteriosa
decíamos. O deseo recto y ardiente que se alcanza por merecimientos propios. O
inspiración bajo el auxilio de la gracia, si se prefiere.
De
cualquier modo, concurren en Genta los mismos valores, que invitábamos antes a
contemplar en el biografiado: el amor a Dios y a la Patria, la ciudadanía del Cielo
y de la tierra, la disposición al martirio y el patriotismo militante; el nacionalismo
católico para decirlo con las mejores palabras, y por eso, las que más
irritan a los tibios.
Supo
escribir Gerado Diego ante un muerto cercano y encomiable, que era “vergüenza
vivir cuando los buenos mueren”. Que abajo, quienes quedamos, “cantamos
y cortamos las flores del poniente”. Mas “las del alba, tú solo, las
cosechas celeste, del jardín de la vida, tras el mar de la muerte”.
Allí han
de estar entonces, ya sin sombras de dudas, en el altísimo prado, Monseñor Tiso
y Jordán Bruno Genta cosechando las flores del alba. Unidos en hermandad de sangre,
entonando epinicios para Eslovaquia y Argentina. Porque Dios así restituye la
gloria a quienes lo sirvieron en vida.
Nosotros
aquí, a despecho de tantas persecuciones e incomprensiones, de tantas soledades
y pruebas, queremos continuar el camino que nos trazaron con sus ejemplos. Precisamente
porque los tiempos son difíciles, porque los recursos son pocos, porque los
desertores abundan y los pusilánimes acechan. Precisamente porque pareciera que
está todo perdido y queda por ganar la vida eterna lidiando contra el Maligno.
No es mal destino si se sabe ser dócil a las ultimidades de la Historia.
Nosotros
aquí, una vez más. Escuchando -como los soldados de Enrique V en vísperas de
San Crispín- la promesa magnífica y certera reservada a los que sean capaces de
jugarse sin reservas: sus nombres serán resucitados por el recuerdo viviente de
los descendientes, y serán saludados con copas rebosantes. Los que no hayan
participado de la contienda se sentirán viles, y los protagonistas -aún
tumbados- serán ennoblecidos por el coraje.
Nosotros
aquí, en este cotidiano entrevero de querer recordar y emular a los testigos de
la Verdad. Para no sentir “vergüenza” de seguir viviendo.
Hasta que la flor del alba -señera, firme, altiva- reverdezca luminosa regada
con nuestra propia sangre.
Antonio
Caponnetto
Buenos Aires.
Noviembre de 1997
Jordán
Bruno Genta “Monseñor Tiso. El Gobernante Mártir”.
Ed. Santiago Apóstol 1997.
Un especial saludo y agradecimiento a Vladimiro La Torre
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
No hay comentarios.:
Publicar un comentario