El celo
santo por la gloria de Dios, es virtud; dejarse llevar de un celo desordenado
puede desembocar en ira y eso no estaría bien, y no agradaría a Dios. A veces
nos sentimos interiormente interpelados y nos decimos: ¿Seremos justos y
equitativos a la hora de expresar nuestro descontento por lo que acontece en la
Iglesia, o no nos dejaremos llevar de forma inconsciente de un celo desmedido?
Esto lo
digo porque en algunos comentarios se percibe cierta preocupación, para no
traspasar el límite debido, a fin de que la corrección produzca frutos. Para
que la denuncia del mal sea eficaz debe hacerse no solo con verdad, sino con
caridad y con templanza.
En este
blog, no me cabe duda que tanto los que escriben los artículos como los que
hacen los comentarios buscan la verdad, “porque el amor de Cristo los apremia”
(2Cor 5,14). Pues bien, si alguien tiene alguna duda o escrúpulo de conciencia,
conviene saber que, los que viven en “la verdad de Jesús” (Ef 4,21) tienen la
obligación moral de combatir el error. Y éste se combate, poniendo en alto “la
Luz verdadera que ilumina a todo hombre, cuando viene a este mundo. Pero los
hombres aman más las tinieblas que la luz porque sus obras son malas. Pues todo
el que obra el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que nadie censure
sus obras” (Jn 1,9.10).
Para
alzar la voz en defensa de Jesucristo y de “la sana doctrina según el Evangelio
de la gloria de Dios” (1Tim 1,10.11), hay que tener “virtud y valor” (Flp4,8)
porque es difícil decir la verdad a una multitud de gente que vive en la
mentira. En ellos se “cumple la profecía de Isaías: Oír oiréis, pero no
entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón
de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos. “¡Pero
dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!”. (Mt
13,14-16).
Hablando del celo santo, hoy día, más escaso que el oro de Ofir, quiero
recordar a Moisés y a Elías, en ambos se da el celo y la ira, pero dejaré de
lado la ira, cosa natural a la flaqueza humana; para centrarme en lo que nos
ocupa, que es, dónde está el límite entre el celo ordenado y el desordenado.
Es
fácil perder la compostura ante tantos hechos lamentables. De ahí la lucha
entre “el hombre viejo nacido del pecado, y el hombre nuevo” Col 39.10)
“revestido de Cristo” (Gál 3,27).
San
Pablo, que conoce por propia experiencia lo que sucede dentro del mismo hombre,
dice: “Yo sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne; puesto que no
hago el bien que quiero sino que obro el mal que no quiero” (Rom 7,18.19). Creo
que con decir la verdad, es suficiente, y no hace falta añadir más, pues la
verdad hiere, y califica a los que viven en la mentira.
Volvamos nuestros ojos a la Palabra de Dios, fuente de vida y santidad, y
detengámonos “en Moisés, a quien el Señor hablaba cara a cara, como habla un
hombre con su amigo” (Ex 33,11). Moisés subió al monte Sinaí y allí
permaneció durante mucho tiempo en oración y en ayuno. “El pueblo, al ver que
Moisés tardaba en bajar, dijo a Aarón: Anda haznos un dios que nos guíe” (Ex
32,1). Al contemplar el becerro de oro, los gritos de júbilo y las algarabías
se oyeron por todo el campamento. “El Señor dijo a Moisés. ¡Anda baja! Porque
se ha pervertido tu pueblo el que sacaste del país de Egipto. Moisés se volvió
y bajó del monte con las dos tablas de la Ley. Las tablas eran obra de Dios y
la escritura, era escritura de Dios grabada en las tablas y las hizo añicos al
pie del monte. Luego tomó el becerro que habían hecho y lo quemó”
(Ex 32,7.15.16.19.20). Moisés al ver cómo el corazón de este pueblo se había
prostituido adorando a un dios falso, sintió celo por la gloria de Dios, rompió
las tablas y destruyó al becerro.
Elías era un profeta del Altísimo “su palabra ardía como fuego, quemaba como antorcha” (Eclo 48,1). En tiempos de Elías, como también sucede hoy, proliferan los falsos profetas, que dicen a los hombres aquello que quieren oír, que les agrada y que acaricia sus oídos. Elías como cualquier buen profeta habla en nombre de Dios, y denuncia aquellas cosas que están mal y que algunos, no quieren ver ni oír.
“Elías
se acercó a la gente y les dijo: ¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos
muletas? Si el Señor es vuestro Dios, seguidlo; si es Baal, seguidlo a él. Los
profetas de Baal eran cuatrocientos cincuenta, y Elías estaba sólo, tuvo miedo
y huyó para poner a salvo su vida. Llegó al monte de Dios el Horeb. Allí se
introdujo en una cueva. El Señor le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? Él respondió:
Ardo en celo por el Señor mi Dios, porque los israelitas han abandonado tu
alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas. Solo
quedo yo y tratan de quitarme la vida. Él le dijo: sal y permanece de pie ante
el Señor. Entonces hubo un huracán tan violento que hendían las montañas
y quebraba las rocas a su paso. Pero en el huracán no estaba el
Señor. Después del huracán un terremoto. Pero en el terremoto no estaba el
Señor. Después del terremoto, fuego. Pero en el fuego no estaba el Señor.
Después del fuego vino el susurro de una brisa suave que rozó su frente, al
oírla, Elías se tapó el rostro con el manto, porque allí sí estaba Dios. Le
llegó una voz que le dijo: ¿Qué haces aquí Elías? Y él respondió: Ardo en
celo por el Señor mi Dios” (1R 18,20.22.19,3.9.11-14).
Estos
pasajes bíblicos, son sublimes, y profundos; y tienen tanta luz y claridad, que
no necesitan ninguna explicación.
Moisés
como Elías trataron de acercar las gentes a su Dios. “Moisés se plantó a la
puerta del campamento y exclamó: ¡A mí los del Señor!, y se le unieron todos
los hijos de Leví” (Ex 32,26) Y Elías dijo: “Si el Señor es vuestro Dios
seguidlo (1 Re 18,21). Haciéndoles ver que aquellos que no están con el
Señor están contra Él. En este camino, no hay un término medio, o se está con
Cristo, o contra Cristo. “Pues el que no está conmigo, está contra Mí; y el que
no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12,30).
Catalina SCJ
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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