miércoles, 4 de octubre de 2017

Con Voz de Dragón (Novedad Editorial) - Alejandro Sosa Laprida



CON VOZ DE DRAGÓN

Francisco: ¿Vicario de Cristo o Precursor del Anticristo?

 Alejandro Sosa Laprida

 
Francisco junto a una estatua de Lutero en el Vaticano


Descargar en PDF

Librería Club del Libro Cívico

Marcelo T. de Alvear 1326/48 - local 147

Teléfono/fax: 4813-6780

1058 Capital Federal - República Argentina

Atención: lunes a viernes de 12:00 a 20:00

 

 Índice


Prefacio de Flavio Infante

Nota preliminar

La medida está colmada

Francisco, sepulturero de Europa

El extraño pontificado del Papa Francisco

Francisco, el Sínodo de Obispos y los marcianos

Francisco y la buena onda

El proselitismo es pecado

Crónicas de un impío

Bergogliadas cardenalicias

Francisco, comunista y excomulgado

Dejate misericordiar, por Federico Mihura Seeber

Epílogo: ¿Quo usque tandem?

Postfacio de Augusto TorchSon 

« Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los

de un cordero, pero hablaba como dragón. » (Ap. 13, 11)



Prefacio

 Las florecillas de Francisco y la Babel esjatológica

Si no hubiese habido una cuidadosa preparación, una propedéutica adecuada al término finalmente alcanzado, la artillería de groserías, blasfemias y herejías de Bergoglio habría sido rechazada desde el comienzo de su incomparable pontificado. Por desgracia se ha cumplido, a lo largo de varias décadas, una eficaz adaequatio de los oídos y de las mentes de la inmensa mayoría de los fieles y los clérigos a los embrollos teológicos, a los errores más o menos enmascarados, al no-decir-nada de tantos documentos papales y conciliares, de manera de alcanzar esta instancia, que ha sido llamada de «plena actualización del Concilio», la hora de exprimir y consagrar las consecuencias de las premisas asentadas oportunamente en el Vaticano II: libertad religiosa (= laicismo de Estado), colegialidad y ecumenismo (vale decir, la transcripción eclesiástica de la funesta tríada liberté, égalité, fraternité ya sin ningún embozo). La prueba del éxito de la estratagema revolucionaria se asienta en el simple hecho de que hoy día, ante la irreverencia sistemática del «obispo vestido de blanco» para con la fe católica, no se ve alzarse un cardenal Ottaviani, ningún monseñor Lefebvre o De Castro Mayer para oponerse a la demolición programada. La tiranía de los faits accomplis, inconmovible a esta altura, alcanzó a infestar la conciencia de los bautizados. 

Ocurre así como en muchos lugares de Europa, donde la llegada de muchedumbres de inmigrantes mahometanos es saludada con el aplauso de los simples ciudadanos presentes, inducidos a ello por obra de una idónea manipulación ideológica que, a instancias de un humanitarismo bobo, no les permite a sus presas reconocer la real amenaza de conquista ínsita en tales oleadas humanas. El suicidio civil de Occidente se refleja en aquel de la Iglesia actual: piénsese que, al paso que van muriendo los llamados “profetas de desventuras” y las mentes de las nuevas generaciones de católicos son eficazmente desustanciadas («el mundo gimió y descubrió con estupor que se había vuelto arriano», dijo en análogas circunstancias san Jerónimo), se ve consumada la magistral sustitución de la misma Iglesia por una Contraiglesia (terrorífico evento ya previsto por una áurea pléyade de videntes y clarividentes, al menos desde la beata Ana Catalina Emmerich hasta monseñor Fulton Sheen). Si ahora tenemos prelados empeñados en la erección de mezquitas o listos a declararse adversarios de la evangelización de los judíos -tenidos por pasibles de salvación a través de la sola observancia del Talmud-, ¿por qué no podría residir en Roma un obispo amigable con los sodomitas y los pecadores públicos, y aun con los más vetustos activistas pro-aborto? ¿Por qué no tendría que pacer la grey del Señor un infatigable fustigador de los cristianos del «se ha hecho siempre así», con continua y rencorosa alusión a los fieles que no quieren dejarse arrancar el patrimonio de la fe?

Esta infestación del modernismo ha ido tanto más allá que los más temibles de los pronósticos, que ahora se comprende mejor cuán vanos fueran los ingentes esfuerzos de san Pío X tratando de extirpar de la Iglesia este cáncer tan invasor, a pesar de que el santo Papa Sarto había previsto que un día la apostasía habría alcanzado un ápice entonces inimaginable. Por otro lado, había sido justamente su predecesor quien compusiera el texto del exorcismo contra Satanás y los ángeles apóstatas -escrito después de una célebre visión acerca del futuro de la Iglesia- y quien lo incluyera desde entonces en el Rituale Romanum, uno de cuyos fragmentos reza que «allí donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al mundo, [los enemigos de la Iglesia] han elevado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y dispersar al rebaño», palabras que dan escalofríos y que al día de hoy se leen como una profecía cumplida.

Y no se requiere demasiado para verificar que éste, que era el objetivo masónico más eminente (actuar no contra el Papa, sino con el Papa, para trastornar a la Iglesia desde sus cimientos), y cuyo éxito era deducible desde las admoniciones de la Virgen en La Salette acerca del Anticristo que se habría sentado en Roma, hoy parece haber alcanzado pleno cumplimiento, después de tantos desaciertos doctrinales y de las -por decir lo menos- incautas disposiciones de los últimos pontífices, que prepararon la llegada de Bergoglio. Alcanza con constatar que, así como el modernismo se define como la «síntesis de todas las herejías», así el magisterio periodístico de Bergoglio resulta una síntesis grosera y vulgar de las más abigarradas tesis modernistas desparramadas aquí y acullá por sus más notos fautores. En efecto, así como Tyrrell supuso que «siempre y necesariamente somos nosotros mismos quienes elaboramos la verdad para nosotros mismos», así Francisco, glosándolo a corta distancia, afirma sin ruborizarse que «cada uno de nosotros tiene una visión propia del bien y del mal. Debemos inducirlo a avanzar hacia aquello que piensa ser el bien». Y tal como Loisy escribió que «el Evangelio no es una doctrina absoluta y abstracta, aplicable directamente en todo tiempo y a todos los hombres», así Francisco arguye con presteza que «el mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en las presuntas interpretaciones del dogma», insistiendo en la conveniencia de la inversión hermenéutica que no valora ya más el presente según el paradigma cristiano, sino más bien relee el Evangelio «a la luz de la cultura contemporánea». 

Incluso la explicación que los racionalistas del siglo diecinueve daban a los milagros según su habitual aversión a lo sobrenatural, ha encontrado en Francisco un inimaginable continuador. Como por ejemplo en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces: luego de que algunos como Holtzmann pretendieran que «se trataría de un hecho natural, embellecido y magnificado por la tradición cristiana», y luego de que otros supusieron que «es verosímil que la muchedumbre que acudió para oír la palabra de Jesús habría llevado consigo los víveres y los habría consumido con parsimonia para hacerlos durar más tiempo (Renan, A. Réville); o bien que los más ricos, que habían llevado consigo provisiones más abundantes, habrían convidado a tomar parte a aquellos que estaban desprovistos, de manera que ninguno debió sufrir hambre (Paulus)»1; he aquí que Bergoglio, con una concisión sin dudas mayor, no dudó en decir en el curso de una de sus homilías que los panes «no se multiplicaron, sino simplemente no se acabaron, como no se acabó la harina y el aceite de la viuda. Cuando uno dice “multiplicar” puede confundirse y creer que haya hecho magia»2.

Se ha dicho siempre que la fecundidad no es propia del error, que el error es estéril y que no puede sino repetirse o enmascararse, que se agota pronto y que, confrontado con la verdad, sus recursos se revelan como otras tantas nulidades. El Inicuo, asevera san Pablo, será deshecho con el soplo de la boca del Señor y será anonadado por el esplendor de su Venida (cfr. II Tes 2, 8). Y sin embargo, hasta que esta instancia no sea alcanzada, resulta imposible una contabilidad de las fechorías cumplidas hasta el día de hoy por este incontrolable oráculo de los ínferos: este libro trata de ofrecer un elenco que pronto exigirá necesarios añadidos, visto el volcánico afán de ofender a la verdad que anima a nuestro sujeto. La hybris bergogliana es, en efecto, siempre diligente en nuevas exteriorizaciones de impiedad y de perjurio, a cual más grave, como ocurrió recientemente en una entrevista con La Croix: 

[…]

«Se atizarán fuegos para testimoniar que dos más dos son cuatro. Se desenvainarán espadas para demostrar que las hojas son verdes en verano», escribió Chesterton en previsión de la fatal pérdida del juicio que hoy, finalmente, se verifica en todo el mundo. No habremos descubierto América con estas precedentes observaciones, pero sí habremos humildemente contribuido, junto al autor de este volumen, a dar cuenta de una evidencia desestimada incluso por muchos hombres de Iglesia en este « silencio como de media hora » (Ap. 8, 1) que precede al juicio de Dios sobre nuestro tiempo y sus actores.

 1 Francesco Magri, Gesù Cristo. La vita, la dottrina, le opere nella storia e nella critica (Sonzogno, Milano, 1946).

2  En efecto, citando algunas de sus más conocidas definiciones,  se podría incluso componer un nuevo Credo, un contrahecho Symbolon bergogliensis que comenzara por negar la existencia de un Dios católico, continuara oponiendo el Hijo al Padre (un Hijo encarnado para infundir en los hombres el sentimiento de la fraternidad) y el Espíritu Santo a ambos (un «Espíritu», por lo demás, sin la especificación de su inherente santidad, cuya obra de “diversificación poliédrica” pudiera compararse con la confusión de Babel, según la indescifrable mollera bergogliana). En realidad, bien pronto se entiende que si para Bergoglio la oración de Jesús suspendido en la Cruz (el profético salmo «Eli, Eli, lama sabachtani») fue una blasfemia, entonces el mandato de orar sin interrupción deviene para él un «blasfemar sin tregua», y Francisco un observante irreprensible. Es por esta perturbada intelección de las primerísimas realidades espirituales, devenida impulso constante, que toma cuerpo esa avidez de decir siempre palabras desacompasadas en torno a las cosas de la religión. Y no podrá decirse que sea casual que el misterio de la Cruz suscite tales reflexiones en Bergoglio, ya que se hicieron memorables los sentimientos atribuidos en varias ocasiones por Francisco a la Santísima Virgen ante su Hijo muerto, que se habría sentido «engañada» por Dios.

 Flavio Infante


Nota preliminar

 La mayor desgracia para un siglo o para un país, es el abandono o la disminución de la verdad. Podemos recuperarnos de todo lo demás, pero jamás se recupera uno del sacrificio de los principios. (Monseñor Freppel)

Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad, podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por esta señal se reconocerá que no amáis la verdad. (Ernest Hello)

¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! Porque por haber callado, el mundo está podrido. (Santa Catalina de Siena)

Mis centinelas son ciegos, no tienen inteligencia. Son perros mudos que no pueden ladrar. Se acuestan somnolientos, pues son amigos de dormir. (Isaías 56, 10)

Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser atacados y censurados con toda la fuerza posible. La caridad obliga a gritar ‘‘¡al lobo!’’ cuando un lobo se ha introducido en medio del rebaño y aun en cualquier lugar en que se lo encuentre. (San Francisco de Sales)

Que un simple feligrés, completamente ignoto y carente de pergaminos, se decida a tomar la iniciativa de publicar una recopilación de artículos atacando a quien ocupa la sede petrina podrá sin dudas ser considerado como un gesto escandaloso por algunos, lisa y llanamente demencial por otros. Y con mucha razón.

Con la salvedad siguiente: ése sería el caso en circunstancias normales en la vida de la Iglesia, las que por cierto distan muchísimo de ser las actuales. Se trataría de un acto escandaloso, insensato y merecedor de una reprobación sin atenuantes si adoptara semejante actitud ante un auténtico pastor que condujese el rebaño de Cristo hacia el Cielo, guiado por la revelación divina y por el magisterio de la Iglesia. Este opúsculo sería evidentemente imperdonable si tuviese por blanco a un pastor que protegiera a las ovejas de los falsos doctores, si cargase contra un hombre de Dios que las resguardara de las jaurías de lobos rapaces que buscan seducirlas con sus falsas doctrinas y pervertirlas con sus malos ejemplos.

Pero resulta que ésa no es la situación en la que nos hallamos. Ni remotamente. No percatarse de ello es como no ver el sol en pleno mediodía. Es por ese motivo que, en las circunstancias presentes, este acto de denuncia es no solamente justificado sino particularmente necesario. La razón es muy simple: nos encontramos ante alguien que, en vez de confirmar a sus hermanos en la fe, se dedica a escandalizarlos sin solución de continuidad, con un frenesí diabólico y dando muestras de un atrevimiento sin límites. Los hechos a los que aludo, de público conocimiento, son tan numerosos y tan elocuentes que se podrían llenar bibliotecas enteras si se consignaran en los anales del actual pontificado y se llevara una crónica meticulosa de su verborrágico e incontinente pseudo magisterio mediático.

 Que « no existe un Dios católico », que « no me interesa » la religión en la que se eduque a los niños, que se puede « encontrar a Dios » en cualquier religión del « amplio abanico » existente, que Dios no hace « magia » sino que utiliza la « evolución », que Jesús no multiplicó los panes y los peces sino que enseñó a sus discípulos a « compartir », que María se rebeló contra Dios al pie de la Cruz y lo llamó « mentiroso », que lo que el mundo necesita hoy en día es una « conversión ecológica », que el proselitismo es una « solemne tontería », que la fe es incompatible con la « certeza », que la raíz de la felicidad reside en « vivir y dejar vivir » y un sinfín de otras declaraciones del mismo tenor, absolutamente inconcebibles no ya en boca de un papa, sino de cualquier cristiano…

Blasfemias escalofriantes que trasuntan una impiedad luciferina, todas ellas vomitadas por quien pasa por ser, a los ojos del mundo, nada menos que el Vicario de Jesucristo y el Soberano Pontífice de la Iglesia Católica. Ni más ni menos. Ver para creer…

En estos tiempos de confusión generalizada hay que evitar caer en la trampa sutil, falso dilema y diabólica celada, de sentirse desgarrado entre una obediencia engañosa, descarriada de su fin último, y la defensa incondicional de la fe ultrajada. Desafiar y desacreditar a la autoridad legítima es sin lugar a duda una falta grave y eminentemente reprobable. Guardar silencio ante la manifestación desembozada del misterio de iniquidad en la persona de un falso profeta y de un pastor inicuo no lo es menos. 



La medida está colmada

15/08/2016

« Los más astutos enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo lo que para Ella es más querido. Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de la impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. ¡Oh, invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que lo atacan y dale la victoria! 3» León XIII.

 3 Extracto de la Súplica a San Miguel Arcángel, contenida en el Exorcismo contra Satanás y los otros ángeles apóstatas, publicado en las AAS de 1890, p. 743: http://www.vatican.va/archive/ass/documents/ASS-23-189091-ocr.pdf  y en el Ritual Romano de 1903, p. 227: http://saintmichelarchange.free.fr/exoleon.htm  - https://materinmaculata.wordpress.com/2014/09/20/exorcismo-completo-de-leon-xiii-latin-espanol/


Introducción

1. El homosexualismo no es condenado sino « integrado »

2. El laicismo va en el sentido de la « Historia »

3. Iglesia y Sinagoga, una misma dignidad

4. Herejías caracterizadas

5. Destrucción del matrimonio y abolición del pecado por la falsa misericordia

6. El mundialismo, la ecología y la encíclica Laudato Si’

7. Blasfemias espeluznantes

8. Apoyo al islam y a la inmigración musulmana en Europa

9. Francisco, Teilhard de Chardin y el panteísmo

10. Francisco, paroxismo del ecumenismo conciliar

11. La cuestión de la pena de muerte

12. Hacia un gobierno mundial

Conclusión                     


 « Los más astutos enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado »                                                      



Introducción

Hablar de Francisco podría resultar no sólo un ejercicio desagradable sino, sobre todo, peligroso, y esto por una doble razón, concerniente al pasado y al futuro. En lo relativo al pasado, existe el riesgo de concentrarse excesivamente en su persona y de olvidar, por ello, de dónde proviene la crisis actual, que, en lo esencial, no es asunto de Bergoglio, ya que él no hizo sino exacerbarla y llevarla hasta sus últimas consecuencias. En lo referente al futuro, el riesgo es el de perder de vista el sentido de esta crisis espantosa, quedando de alguna manera prisioneros de la presente pesadilla y olvidando que, si Dios la permite, es para hacer mejor resplandecer la gloria de Nuestro Señor cuando Él se digne intervenir para castigar a los malvados, recompensar a los justos y restaurar todas las cosas.

El primer riesgo consiste entonces en perder de vista la perspectiva global y en sobreestimar a una persona en detrimento de un sistema del cual ella no es sino una pieza intercambiable. El segundo, más grave aún, reside en el debilitamiento de la virtud teologal de la esperanza, olvidando que Nuestro Señor ya ha vencido el mal y que nosotros tendremos parte en su victoria, por la gracia de Dios, si permanecemos fieles a Él.

He aquí porqué me esforzaré primeramente en demostrar, en referencia al pasado, que los errores bergoglianos se originan en el Concilio Vaticano II. En segundo lugar, en referencia al futuro, y para no ser presa del desaliento, trataré de destacar el aspecto escatológico de la crisis actual, recordando, al decir de San Pablo, que « Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman » (Rm. 8, 28). Y que el pleno desenvolvimiento del misterio de iniquidad, incluso « en el lugar santo » (Mt. 24, 15), es permitido por Dios para hacer brillar aún más su triunfo al tiempo del Juicio de las Naciones, el glorioso Dies Irae en el que será destruido el imperio del mal.

Corruptio optimi pessima, la corrupción de lo mejor es lo peor que pueda darse. La mayor autoridad moral de la tierra puesta al servicio del mal y de la mentira resulta necesariamente el principal factor de acción revolucionaria en el mundo. Como lo dije antes, esta obra de iniquidad no es exclusivamente fruto de Francisco, ya que él abreva en la fuente envenenada de Vaticano II, de la cual es el más reciente de los propagadores. Pero es cierto que, con él, la revolución en la Iglesia ha alcanzado un nivel inédito, ha efectuado un auténtico salto cualitativo, haciéndose omnipresentes el error y la mentira, la blasfemia y el sacrilegio, los que se manifiestan ya con tal desvergonzado impudor y con un tan frenético recrudecimiento, que vuelven irrespirable la atmósfera espiritual.

A casi tres años y medio de pontificado, la obra de devastación perpetrada por Francisco supera lo imaginable: necesidad de una conversión ecológica; pedido de perdón a los « gays » por haber sido « discriminados » por la Iglesia; construir una « nueva humanidad » a través de la « cultura del encuentro »; la Iglesia y la Sinagoga poseen la « misma dignidad »; María y la Iglesia tienen « defectos »; Lutero no se equivocó con la doctrina de la justificación; los Estados católicos son incompatibles con el sentido de la « Historia »; los musulmanes son « hijos de Dios »; la pena de muerte para los criminales es « inadmisible »; la especie humana « se extinguirá » algún día; no existe un Dios católico; la multiplicación de los panes no tuvo lugar; Dios se sirve de la evolución y no hace « magia »; el matrimonio cristiano no es más que un « ideal »; transmitir la fe en el lenguaje de los luteranos o de los católicos es « lo mismo »; la Iglesia en el pasado tuvo « comportamientos inhumanos » pero gracias al CVII aprendió el « respeto » hacia las otras religiones... La lista es interminable4.

4 Para mayor información sobre las innumerables herejías y blasfemias de Francisco, se pueden consultar los libros Tres años con Francisco: la impostura bergogliana y Cuatro años con Francisco: la medida está colmada, publicados por las Éditions Saint-Remi en cuatro idiomas (castellano, inglés, francés e italiano): http://saint-remi.fr/fr/35-livres#/filtre_auteur-miles_christi

Este estudio no se propone ser exhaustivo (pero, ¿cómo podría serlo, sin adquirir proporciones enciclopédicas?): sólo tiene el modesto objetivo de pasar someramente revista a las principales aberraciones y estragos consumados por este hombre idolatrado por los medios de comunicación del sistema y adulado por todos los enemigos de la Iglesia. Las iniquidades de este pontificado son de una tal amplitud e indecencia que no puede uno impedirse el decir con el salmista: « ¡Levántate, Juez de la tierra! ¡Da a los soberbios el pago de sus obras! ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo triunfarán los malvados? ¿Hasta cuándo hablarán con arrogancia y se jactarán los malhechores? » (Sal. 94, 2-4) Atención, Francisco: la medida está colmada...


Postfacio

El proceso de desintegración espiritual del mundo

El proceso de descomposición que vive la humanidad, especialmente en su aspecto más esencial, es decir, el espiritual, entró hoy definitivamente en una etapa irreversible, mas no sin fin. Sabemos que lo creado en el plano material es finito, y en ese sentido, si vemos como insostenible la situación actual, resulta mucho más difícil imaginar que ésta siga avanzando sin límites.

Se podrían analizar por separado la descomposición de la Iglesia y la del mundo, pero no podemos dejar de reconocer una relación de causa a efecto de la primera respecto del segundo. La Iglesia es la que tiene que ser luz del mundo, la que ilumine los espíritus para conducir a los hombres de regreso a su Creador y para así poder compartir con Él su gloria sempiterna.

Y si vemos un mundo dominado casi absolutamente por el mal en todas sus formas, si los gobiernos del mundo promueven una agenda promovida por la judeo-masonería de laicismo, promiscuidad, genocidio abortista y de lucha encarnizada contra el orden natural, no podemos dejar de reconocer en esta situación, humanamente irreversible, una consecuencia lógica de la renuncia de la “iglesia oficial” (a la que bien podemos considerar anti-iglesia), a su deber esencial de ser luz del mundo. Así, es común ver cómo, contraviniendo la recomendación evangélica, esa lámpara es puesta bajo el celemín, del mismo modo que lo hace la más alta jerarquía eclesiástica al esconder sus cruces en sus reuniones con representantes de falsas religiones, a fin de no ofenderlos sin importarles ofender a quien deberían representar. 

                                                           […]

Nuestro Señor decía “Vosotros sois la sal de la tierra” pero a continuación advertía “pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?” (Mt. 5,13). Y viendo la situación actual de la Iglesia -a la que podríamos llamar oficial- se puede entender la situación actual como irreversible. Mas esto también implica la cercanía de nuestra redención, como también profetizaba Jesucristo, exhortándonos a erguirnos y levantar nuestras cabezas.

En un panorama que muchos consideran desolador, otros vemos una enorme esperanza. Y esto de ninguna manera implica el rehusarnos a padecer con nuestra Iglesia, con nuestras patrias, con nuestras familias, en estos tiempos aciagos que transcurren y en medio de la descomunal apostasía que se observa en la Iglesia Universal. Pero para poder acompañar a la Iglesia en su camino final al Calvario, para poder completar en nuestra carne “lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col. 1, 24), para conseguir así la eterna recompensa, debemos estar conscientes de dicha apostasía, cosa que claramente ignora la inmensa mayoría de los fieles católicos, los que fueron educados en el humanismo masónico del Concilio Vaticano II, producto éste del arrastre de errores y concesiones realizados antes del mismo, y que fueron el caldo de cultivo apropiado para que luego pudiera plasmarse la neo teología antropocéntrica que impera en la jerarquía conciliar. 

Y mucho contribuye a la concientización de la situación actual el exhaustivo trabajo documental del autor en éste, su nuevo libro sobre Francisco, en el cual no se limita al señalamiento de las transgresiones doctrinales de la neo iglesia liberal y a la denuncia de sus nocivos procederes, sino que, además, gracias a su aporte apologético, contribuye eficazmente a esclarecer a quienes poseen una instrucción religiosa deficiente, que es lo corriente desde hace ya muchas décadas entre los fieles católicos, incluso entre los mejor intencionados. 

La gestión de Jorge Mario Bergoglio al frente del Vaticano constituye sin lugar a duda la más desastrosa desde el establecimiento mismo de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Y a quienes pretendan que podrían haber sido peores otros períodos en la historia de la Iglesia, como el de la época del arrianismo, se les debe recordar que por lo menos, en dichos momentos, todavía se conservaba el orden natural, cosa que Jorge Bergoglio está visiblemente empeñado en destruir, apoyando a todos los promotores de la contra-natura y plegándose a sus mundialistas políticas anticatólicas. Es por esto que, si bien es necesario impartir una buena catequesis que prepare a los fieles adecuadamente para los tiempos que vivimos, también se vuelve necesario conocer, si no todas, al menos gran parte de las nefastas acciones perpetradas por el Vaticano conciliar y modernista, a fin de saber a quién como católicos no podemos seguir, y, más importante aún, qué es lo que debemos combatir. 

Augusto TorchSon



Nacionalismo Católico San Juan Bautista












4 comentarios:

  1. Yo lo tenia mas que claro desde el primer momento...papa no era...mas conociendolo aquie en Buenos Aires..y sus actitudes....luego...cuando dijo no creer en un "Dios catolico"..etc..etc..etc..y las declaraciones de Daneells...hay tanto mas que nos dice que no es el Vicario de Cristo....que hasta un ciego lo puede ver...SI LO QUIERE HACER..!!!

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. http://www.fatima.org/span/news/newsviews/2017/newsviews0119.asp
      La verdad sobre el luteranismo …

      y ¡por qué NINGÚN católico
      nunca debería celebrar a Lutero!
      --------------------------------------
      http://www.fatima.org/span/crusader/cr95/cr95pg56.pdf


      Las confesiones de un antiguo masón:
      La Masonería es contra
      Nuestra Señora de Fátima
      -------------------------------------
      http://www.fatima.org/span/crusader/cr92/cr92pg7.pdf
      El Secreto advirtió contra
      el Concilio Vaticano Segundo y la Nueva Misa
      Una entrevista exclusiva con el Padre Paul Kramer
      para la Cruzada de Fátima
      -----------------

      http://www.fatima.org/span/crusader/cr87/cr87pg58.asp

      ¿Por qué el éxodo en masa
      hacia el Protestantismo?

      por John Vennari

      Borrar
  2. ¿Ud. despu´´es de escribir esto dice que yo odio?. Saquese la viga del ojo, que m´´as que una viga tiene todo un muelle de puerto.

    Encima cita a Santa Catalina ¿Leyo algo de lo que dice la Santa sobre la obediencia y respeto que se debe al Papa y la inmundicia de los que lo atacan o basurean?

    Ud. es un superficial, hijo de los enemigos de la Iglesia, y de los peores, de los que se visten con ropaje santo, usan palabras santas, pero estan al servicio del Mentiroso

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. TorchSon y Laprida estan llenos de mosto.

      Borrar