A riesgo de que
estas líneas puedan sonar a fraternalismo exagerado o a desubicación doméstica,
me siento obligado a agradecer públicamente esta última expresión del
magisterio de mi hermano Mario Caponnetto, ofrecida en su nota “A propósito de
la traducción del párrafo 303 de Amoris laetitia”, que le publicara “Adelante
la Fe” en su edición del 4 de octubre
del corriente.
No ha sido ni es en
absoluto habitual este tipo de adhesiones recíprocas entre nosotros, pero ante
algunos comentarios que me llegan sobre lo que sería un exceso de puntillosidad
de parte del firmante, o lo que solemos llamar en lenguaje llano, el buscarle el quinto pie al gato- se me
permitirán algunos brevísimos comentarios:
1)No es la primera
vez que Amoris laetitia es el blanco
de un análisis pormenorizado, que incluye el detenimiento crítico y objetor
ante determinados párrafos, dada la confusión de los mismos, o lisa y
llanamente su heterodoxia. Cito a modo de ilustrativo precedente, los dos
ensayos del Dr. Michael Pakaluk: The other
footnote in Amoris laetitia y Ethicist
says ghostwriter´s role in <Amoris> is troubling. El primero es de
mediados de 2016 y puede leerse en First
Things; el segundo es del 15 de enero de 2017, y fue publicado en Crux. Taking the catholic pulse. Sitios ambos
de fácil acceso digital.
En el más antiguo de
los artículos referidos el legítimo detallismo analítico llega hasta dos notas
a pie de página, la 329 y la 351; en el más reciente, la severa discrepancia es
con el párrafo 301, de inequívoca factura “fernandiana” (no por los Fernandos
santos de la reyecía occidental sino por el Tucho Fernández del plebeyismo
nativo). El autor prueba, entre otras cosas, que el plagio pontificio y el
desconocimiento de Santo Tomás son moneda corriente en la Roma de hoy. De lo
primero, yo mismo he registrado uno:el perpetrado con las obrejas de Carlos
Díaz Hernández en la Carta Apostólica Misericordia
et Misera. Da vergüenza ajena constatarlo.
Sirva acotar que el
precitado Michael Pakaluk –el riguroso analista de párrafos y notas a pie de
página de Amoris laetitia- no se
encuadra en ninguna de las opciones eclesiales “conflictivas” con las que se
suele descalificar ad hominem.
2)No sólo es
meritorio el detenimiento analítico hecho con erudición por Mario Caponnetto,
sino que posee un doble valor agregado que me parece justo subrayar. Por un
lado tira por tierra la descalificación bergogliana, según la cual, la ya
mentada Exhortación Apostólica, debe ser leída íntegra y totalmente, y no de un
modo sesgado. Pues eso se ha hecho: estudiarla con lupa. Mas en segundo
término, el autor de esta exégesis del párrafo 303, acaba de publicar un
voluminoso tratado: Santo Tomás de Aquino. Aproximación a su pensamiento
(Paraná, Taurós, 2017), cuya Cuarta Parte está dedicada a la moral tomista, que
profundamente conoce, sin confundir con la vulgar casuística, que según
Francisco sería el otro yerro de sus correctores filiales.
Dígase de una vez y
con todas las letras: no queda de este lado de las partes en litigio la falta
de estudio de la moral enseñada por el Aquinate, ni la práctica de una ética
casuística, más común entre ciertos ámbitos jesuíticos en los que se ha criado
Bergoglio que entre los rumiadores consuetudinarios del Doctor Angélico.
3)Siendo entonces
enteramente lícito el examen puntilloso de determinados párrafos, sería
conveniente –y así lo proponemos- llamar la atención sobre los números 158 y
161, que no corresponden a la traída y llevada octava parte de Amoris laetitia.
Allí, en esos
párrafos, quedan homologados los méritos y las valías del matrimonio y de la
virginidad. En abierta contradicción con lo enseñado por Santo Tomás de Aquino,
en la Suma Teológica (II-II,152,4): Utrum
virginitas sit excellentior matrimonio; en la Suma Contra Gentiles (III, 136 y 137): Contra eos qui matrimonium virginitati aequabant; y en el Compendio
de Teología (capítulo 221). Siendo lo más triste tal vez que, para la comisión
de estos yerros, Francisco se apoya en la catequesis de Juan Pablo II del 14 de
abril de 1982 (cfr. notas a pie de página 166 y 169 de Amoris laetitia), desconcertante en su momento precisamente por el
tinte joviniano de su postura.
Sorprende también
que este regusto a herejía joviniana de los precitados párrafos de Amoris laetitia, busquen un sustento en
Alejandro de Hales (párrafo 159, nota a pie de página 167), haciéndole decir a
este teólogo escolástico que “el matrimonio puede considerarse superior a los
demás sacramentos, porque simboliza algo tan grande como <la unión de Cristo
con la Iglesia o la unión de la naturaleza divina con la humana>”; cuando en
rigor, Alejandro de Hales incurrió en el error de considerar que el matrimonio
no confiere la gracia santificante, siendo sólo superior en cuanto signo pero
inferior en tanto vehículo de la gracia. Bergoglio, en la nota a pie de página
167, remite a la Glossa in quatuor libros sententiarum Petri Lombardi, 4, 26, 2
(Quaracchi 1957, 446). Pero exactamente una página antes de la invocada obra
–la 445- Alejandro de Hales dice: “Non
confert gratiam gratum facientem, etiam digne suscipienti, et propter hoc
ordinatur post alia sacramenta, tamquam illud, quod est minoris efficatiae in
disponendo ad gratiam, licet sit maius in significando”. Peor referencia no
podía haber hallado para probar la superioridad sacramental del matrimonio. El
panorama se complicaría aún más, si de la Glossa del de Hales nos fuéramos a
sus Quaestiones disputatae antequam esset
frater. Pero nos supera el punto.
4)Por último, para
los que se fastidian por este cotejo de citas, párrafos, notas a pie de página
o interlineados; o para los que, con todo derecho afirman que no tienen porqué
andar rastrillando peritajes de académicas exigencias, queremos preguntarles
retóricamente qué tiene que ver –ya no con la moral tomista, sino con el más
elemental aprendizaje catequístico- la defensa de la familia cristiana con el
constante mal ejemplo dado por Francisco, al recibir, sin el más mínimo pedido
de enmienda o de reprobación pública, y aún muchas veces festivamente, a la
variopinta fauna de concubinos, amancebados, adúlteros, degenerados, invertidos
y corruptos morales de la peor especie.
Debe ser ésta la
gestión pontificia que, en tal sentido, ha batido el escandaloso record de
personajes inmundos de todo jaez, recibidos, lo reiteramos, no sólo sin
salvedades, restricciones o condenas, sino muchas veces con aire jubiloso,
cómplice y contemporizador. Todavía nos dura la indignación – acaso por poner
un solo ejemplo rescatado del olvido- ante el apoyo público que, en agosto de
2015, Bergoglio le prodigó a Francesca Pardi, autora de literatura infantil
explícitamente favorable a la contranatura. Escándalo de la niñez y
justificación del homosexualismo; peor síntesis imposible.
Más allá de
necesarias exégesis, de correcciones filiales siempre bienvenidas, de dudas con
fundamento y hasta de desobediencias fundadas en dolorosas causas, urge
rescatar a la familia cristiana del magisterio deletéreo de Francisco. Lo que
puesto bajo la forma de una didáctica disyuntiva sería equivalente a decir: Familia
Cristiana o Amoris Laetitia.
Para ayudarnos en
tan difícil propósito, imaginemos el instante inicial de la Sagrada Familia,
arquetipo de todo hogar católico. María sola frente al Ángel. Varona sin
dobleces, de una sola pieza, de un perenne fiat. El Niño en ciernes y a la vez
eterno. El Paráclito que aletea. Y José, que no necesitó ningún período de
discernimiento para que al final, un obispo felón y un párroco manirroto
moralmente le dijeran que podía separarse de su prometida y rehacer su vida. Su
vida ya estaba rehecha con la paternidad de la Vida. Sólo necesitó soñar, en la
doble acepción del vocablo. “Y estando José pensando en abandonar en secreto a
María, he aquí que el Ángel del Señor le apareció en sueños, diciendo: ‘José,
hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque su concepción es del
Espíritu Santo’” (Mt.1,20):
Le
pesaban los brazos más que nunca esa noche,
de
acarrear la madera, de dar forma a aquel leño,
fatigado
de troncos y virutas filosas
el
cuerpo le pedía la horizontal del sueño.
Sumaba
otro cansancio que no da el martilleo
ni
el buril contra el cedro o el listón de cerezo,
limaduras
del alma cuando duda y vacila
reclamando
el sosiego del tálamo o el rezo.
A
solas con la pena de sospechar amando
-amando
la pureza del ser indubitable-
lo
vio dormir inquieto la luna nazarena
propicia
para un ángel que en el silencio hable.
Lo
llamó por su nombre, agregando el linaje
por
remembrar promesas como el vino a la Vid,
por
disiparle el miedo, el pálpito escondido:
Nada
temas José, hijo leal de David.
Lo
que guarda tu esposa no es obra de la carne,
ni
de los terrenales y humanos himeneos,
es
el Verbo anunciado desde todos los siglos,
nacerá
entre pastores, sonarán jubileos.
Alégrate
en las nupcias anunciadas al alba,
selladas
con el “hágase tu palabra en mi vida”.
Y
al mentar al misterio, calló el ángel doblando
en
señal de alabanza su ballesta bruñida.
Llegada
la vigilia y con ella la lumbre
al
corazón contrito como al del justo Job,
se
hizo lirio el cayado y una rosa el recelo,
su
paz era una escala que revivió a Jacob.
Danos
José la gracia de saber que la Esposa
no
es la adúltera oscura de quien la quiere infiel,
no
es la merecedora del epíteto duro
sino
esa tierra fértil “que mana leche y miel”.
Cuida
Santo Patriarca al Niño y la Señora,
de
los lobos bramando en negras ventoleras,
cuídanos
el pesebre, el sagrario y la misa,
quede
todo en tus manos augustas, carpinteras.
Por Antonio
Caponnetto
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
Lindo poema de Antonio Caponeto. La última estrofa nos viene como anillo al dedo para pedir no nos cambien lo inmodificable. Bendiciones
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