“La
república -afirma Lantaigne- ha hecho a la Iglesia heridas más profundas y
escondidas. Conocéis demasiado las cuestiones de la enseñanza M. Bergeret, como
para advertir varias de sus plagas. Pero la peor de todas fue introducir en los
episcopados a sacerdotes imbéciles de espíritu y de carácter… He dicho
bastante. El cristiano se consuela sabiendo que la Iglesia no perecerá. ¿Pero
cuál puede ser el consuelo del patriota? Descubre que todos los miembros del
Estado están gangrenados y podridos. En veinte años ¡Que progreso en la
descomposición! Un jefe de Estado cuya única virtud es la impotencia y que se
convierte en criminal en cuanto se supone que obra o que solamente piensa.
Ministros sometidos a un Parlamento inepto, al que se cree venal, y cuyos
miembros, cada día más ignorantes, fueron elegidos, formados, designados, en
las impías asambleas de los francmasones, para hacer un daño del que
personalmente son incapaces, pero al que superan con los males causados por su
inacción turbulenta; un funcionarismo en constante aumento, inmenso, ávido,
malévolo y en quien la república cree asegurar una clientela que nutre para su
ruina; una magistratura reclutada sin regla ni equidad, y demasiado a menudo
solicitada por el gobierno para no sospechar su complicidad; un ejército en el
que penetra sin cesar, como en toda la nación, el espíritu funesto de la
independencia y de la igualdad, para luego arrojar sobre las ciudades y los
campos una multitud de ciudadanos echados a perder por el cuartel, incapaces de
tener un oficio y asqueados del trabajo; un cuerpo de maestros que tiene por
misión enseñar el ateísmo y la inmoralidad; una diplomacia a la que le falta el
tiempo y la autoridad y que deja el cuidado de nuestra política exterior y las
conclusiones de nuestras alianzas a los expendedores de bebidas, a los
empleados de tienda y a los periodistas; en fin, todos los poderes, el
legislativo y el ejecutivo, el judicial, el militar y el civil, mezclados,
confundidos, destruidos el uno por el otro; un reino irrisorio que en su
debilidad destructiva ha dado a la sociedad los dos instrumentos de muerte más
poderosos que la impiedad haya fabricado nunca: el divorcio y el maltusianismo.
Todos los males de los que he hecho una rápida revisión pertenecen a la
república y surgen naturalmente de ella. La república es esencialmente mala. Es
mala porque quiere la libertad que Dios no ha querido, porque Dios es el señor
y es él quien ha delegado a los sacerdotes y a los reyes una parte de su
autoridad. Es mala porque quiere una igualdad que Dios no ha querido, puesto
que ha establecido jerarquías y dignidades en el cielo y en la tierra. Es mala
porque instituye una tolerancia que Dios no puede permitir, porque el mal es
intolerable. Es mala porque consulta la voluntad del pueblo, como si el juicio
de la multitud ignorante debiera prevalecer contra la inteligencia de los
mejores y de aquellos que se conforman a la voluntad de Dios… Es mala porque
declara su indiferencia religiosa, es decir, su impiedad, su incredulidad…”
M. Anatole
France “L’Orme
du Mail”, citado por Rubén Calderón
Bouchet en “Maurras y la Acción Francesa frente a la III° República”, Ed.
Nueva Hispanidad, 2000, pags. 34-35
Enviado por
Santiago Mondino
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
Es bueno recordar que estos párrafos son lo que dice un personaje de la novela, y no lo que piensa el autor. Anatole France tenía la maravillosa virtud (porque lo había sido) de poner los argumentos del tradicionalismo con fidelidad y sin traición, al punto que uno puede reconocerlos como propios, y de la misma manera ser fiel al pensamiento del republicano - con el que conversa el personaje- que le contesta al Abate en aquellas conversaciones bajo el Olmo del Paseo. Eso es no caricaturizar al enemigo, serle fiel en sus argumentaciones.
ResponderBorrarHecha la aclaración entonces.
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