San Juan Bautista

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domingo, 8 de octubre de 2017

Se socava la Iglesia (extracto del libro) - Mary Ball Martínez




Nota de NCSJB: El presente escrito que nos envía nuestro colaborador Santiago Mondino, tomado de Radio Cristiandad, demuestra con hechos concretos, que el nefasto Concilio Vaticano II, no surgió de la nada por generación espontánea, sino que fue parte de un demoledor proceso comenzado mucho tiempo atrás.

Así como hay un clericalismo posconciliar, también lo hay preconciliar que hace idolatría del papado (papolatría) antes del Concilio, de la misma manera que lo hacen hoy los católicos modernistas con los Papas posconciliares. La idea de que al Papa lo elige el Espíritu Santo y no lo cardenales, es tan ridícula como contraria a los hechos históricos, sea antes o después del Concilio Vaticano II, sino, no hubiera tenido la Iglesia un Pontífice de trece años y hasta herejes y públicamente inmorales, como de hecho los tuvo.

Al hacer mención a datos históricos comprobables en oportunidad de la conferencia que ofrecimos sobre “Nuevo Orden Mundial, Democracia y Fin de los Tiempos”; un sedicente tradicionalista demócrata, que trabaja como el peor de los publicanos, nos acusó de “nazi” por la información que diésemos al referirnos a Pio XII, la cual se encuentra ampliamente demostrada en éste escrito.

Teniendo en cuenta la histórica simpatía y amistad de Pio XII hacia los masones Roosevelt y Truman, así como su manifiesto aprecio por los judíos en la misma medida que despreciaba a los más tradicionales nacionalistas católicos, queremos recalcar que los hechos históricos se analizan y se estudian en su contexto, pero necio resulta simplemente negarlos sin siquiera comprobar su veracidad. También es dable recordar que la Virgen en Fátima dijo que Rusia y el Comunismo esparcirían sus errores por el mundo, y no el Nacional Socialismo y el Fascismo, ya que, como mencionamos en la conferencia, Pio XII, según lo cuenta su médico personal, prefería que venciera el Comunismo antes que las Potencias del EJE.

El misterio de la Iniquidad actúa dentro y fuera de la Iglesia y no desde el judeo-masónico Concilio Vaticano II, sino desde siempre. A quienes crean sin fanatismos, pre o posconciliares, que realmente “la Verdad nos hará libres”; los invito a reflexionar desapasionadamente y a atar cabos para entender los tiempos que vivimos, para poder enfrentar con las herramientas adecuadas de Fe y Razón, los postreros tiempos de la Historia que nos tocan vivir.

Augusto TorchSon




I.- METAMORFOSIS



En 1971, unos cuatro mil católicos de diversas nacionalidades pasaban la noche hincados en los escalones de la Basílica de San Pedro. Habían ido a suplicar al Papa que restituyese la Misa, los sacramentos y el catecismo. El día anterior, el pontífice había dado audiencias, pero se negó categóricamente a recibir a los peregrinos “tradicionalistas”.

Ya habían pasado cinco o seis años desde que los altares, la liturgia, el idioma y el ritual habían sufrido una metamorfosis total. En los meses que sucedieron a estos cambios, la incomprensión se volvió paulatinamente resignación y muy de cuando en cuando, en complacencia.

Hubo protestas, como cuando el novelista Tito Casini denunció al Cardenal Lercaro de Bolonia diciendo: “Ha hecho usted lo que los soldados romanos al pie de la Cruz jamás se atrevieron a hacer. Ha rasgado la túnica sin costura, el lazo de unión entre los creyentes en Cristo de ayer, de hoy y de mañana, para dejarla desgarrada”.

De diversos puntos brotaban críticas similares que se intentaba acallar, como el caso del P. Louis Coache, quien fue suspendido a divinis por sus críticas y por revivir la procesión al aire libre de Corpus Christi.

A fines de los años sesenta, la revolución se consolidó, tras una operación relativamente tranquila, gracias a que se había llevado al cabo no por los enemigos declarados de la Iglesia, sino por los que se ostentaban como amigos. Todo ocurrió entre una combinación ordenada de alteros de estudios, informes, agendas de conferencias y proyectos de curricula; todos debidamente procesados por comités, comisiones, grupos de trabajo, sesiones de estudio, discusiones y diálogos. Una vez inaugurado el concilio, se promovió el cambio asiduamente en artículos, conferencias de prensa, entrevistas, exhortaciones y encíclicas. Todo en un ambiente de prudencia y discreción eclesiástica.

Al terminar el concilio, siguió el turno a los comentaristas. Aparecieron toda suerte de artículos y libros que intentaban explicar lo ocurrido. Mucho salió de los liberales que proclamaban “la gran obra de abrir la Iglesia al mundo”. Más aún escribieron los conservadores que a la vez que aceptaban la legitimidad del Concilio Vaticano II, intentaban mostrar cómo sus loables intenciones habían sido distorsionadas.

En todo lo escrito, el concilio era el protagonista. El Vaticano impulsó esa idea y aun hoy la sigue promoviendo. Incluso se hace referencia a la “iglesia conciliar”. Los documentos del Vaticano II son las nuevas “sagradas escrituras”.

Sin embargo, como escribió Jean Guitton, “fue mucho antes del concilio que se propusieron nuevas formas de espiritualidad, misión y catecismo, idioma litúrgico, estudio bíblico y ecumenismo. Mucho antes del concilio había nacido un nuevo espíritu en la Iglesia”.

Virgilio Rotondi S. J. escribió: «Todos los hombres honrados y todos los hombres inteligentes que son honrados reconocen que la revolución ocurrió con la publicación de la encíclica del Papa Pío XII, Mystici Corporis. Fue entonces cuando se colocaron las bases para el “nuevo tiempo” de donde saldría el Segundo Concilio Vaticano.»

La designación de “Cuerpo Místico” no era nueva: ya había sido presentada casi un siglo antes a los padres del Primer Concilio Vaticano. Sesenta de ellos la descartaron totalmente por ser “confusa, ambigua, vaga e inapropiadamente biológica”.

Las enseñanzas de ese concilio sobre la naturaleza de la Iglesia fueron contundentes:

-La Iglesia tiene todos los atributos de una verdadera sociedad.

-La Iglesia no es parte ni partícipe de ninguna otra sociedad. Es tan perfecta en sí, que es distinta de todas las demás sociedades y se coloca muy por encima de ellas.

Fueron numerosos los teólogos de los años cuarenta que hicieron eco a las protestas de los Padres del Concilio Vaticano I. Señalaban que el concepto de “cuerpo místico” se aparta de la realidad en cuanto que implica la divinización de la Iglesia y que las referencias biológicas eran inapropiadas.

La forma en que Pío XII usó esa expresión en la encíclica, desprendió a la Iglesia de su carácter institucional casi dos veces milenario. El documento dio origen a una nueva disciplina intelectual: la eclesiología. Esta palabra significaba hasta 1943 el estudio de la arquitectura y arqueología de las iglesias. Pero entonces cambió su significado a estudio de cómo la Iglesia se ve a sí misma. La Iglesia Católica Romana siempre comprendió lo que era, pero ahora urgía preguntarse qué era aquello que la Iglesia se consideraba ser.

La transición repentina de Sociedad Perfecta a Cuerpo Místico fue sólo el comienzo. Los eclesiólogos pronto se preguntaban si el Cuerpo Místico era una pura comunión de gracia o era visible; si sería acaso más apropiado decir “Pueblo de Dios”. Y así surgieron otros razonamientos ya no sólo entre los católicos, sino también entre los no-católicos. Ante tanta ambigüedad y alteraciones de paradigma, los católicos se confundían y se presentaron fenómenos de polarización, incomprensión, incapacidad de comunicación, frustración y desfallecimiento.

El meterle mano a la tradición les significó a los católicos la pérdida de esa estructura sólida y antiquísima. Quedaron al garete, no por límites impuestos, sino por falta de ellos.

Dado que muchas de las transformaciones ya se habían efectuado y otras ya estaban bien redactadas, el concilio Vaticano II se percibe como una convocatoria de la jerarquía con el propósito de mostrarle lo que ya estaba aconteciendo, para luego darle la satisfacción de una muy limitada participación y para ejercer una fuerte presión a cada obispo para que estampara su firma en los documentos.

Las firmas eran de suma importancia, puesto que daban credibilidad a las transformaciones.

Así pues, resulta sencillo seguir la pista de los cambios y llegar a Eugenio Pacelli, Papa Pío XII. Pero enfrentarlo a él es una situación desconcertante tanto para liberales como para conservadores. Ningún papa hizo más para cambiar la Iglesia; pero los conservadores lo ven como el último pilar sólido de la ortodoxia. Jamás un papa hizo tanto por los judíos. Ningún papa se esmeró por complacer a los marxistas como él.

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II.- CRÓNICA 1903 – 1963

La formación de una alianza

Los primeros impulsos que moverían al Papa Pío XII a cambiar de paradigma pueden detectarse a finales del siglo XIX. Entonces el mundo se sentía excesivamente orgulloso de sí mismo: una relativa paz y prosperidad, enormes imperios, científicos pronosticando maravillas…

Al comenzar el siglo XX, ya habían nacido los cinco italianos que más tarde emprenderían la transformación de la Iglesia.

-Pietro Gasparri, a la sazón de 48 años, llegaría a ser Secretario de Estado con Benedicto XV y con Pío XI.

-Giacomo Della Chiesa de 46 años, quien sería Benedicto XV.

-Eugenio Pacelli de 24, futuro Pío XII.

-Angelo Roncalli, Juan XXIII.

-Giovanni Battista Montini de apenas 3 años, Paulo VI.

Ya para entonces se hallaban ligadas las vidas de los cuatro hombres y, a través de sus padres, la del niño. Los cinco tenían o tendrían la misma visión de un nuevo tipo de Iglesia Católica. Uno tras otro, en sucesión cerrada, llegarían a ver cómo iba tomando forma su percepción.

Las familias de Pacelli y Montini desde hacía mucho se habían involucrado en asuntos del Vaticano. El abuelo de Eugenio, Marcantonio, llegó a Roma en los años 1840 cuando su hermano Ernesto, miembro de la firma bancaria Rothschild, se comprometió a hacer un fuerte préstamo a los Estados Papales bajo Gregorio XVI. Marcantonio se volvió consejero legal de Gregorio y luego de su sucesor Pío IX.

Así como los protestantes del siglo XVI eran ex católicos que creían haber encontrado una forma mejor de profesar culto, los masones eran ex católicos que creían haber hallado una mejor forma de vivir y de organizar a la sociedad.

En los países católicos, particularmente en Italia y Francia, las divisiones no estaban siempre claras. De acuerdo con fuentes masónicas fidedignas, el P. Mastai-Ferreti —quien sería Pío IX— fue admitido en la logia Eterna Catena de Palermo en 1837, a la edad de 46 años.

Ya como Papa, otorgó amnistía general a los más revolucionarios de toda la Hermandad, los Carbonari, al tiempo que intervenía para frenar el trabajo del P. Cretineau-Joly, a quien Gregorio XVI había encargado investigar la actividad masónica en los Estados Papales. Pero algo pasó durante sus dos años de exilio, pues regresó al Vaticano como otro hombre: en adelante se dedicaría a la defensa de la Iglesia. Reinstaló al P. Cretineau-Joly y convocó el Primer Concilio Vaticano.

Mientras tanto, Marcantonio Pacelli se apartó del Papa para reunirse con los fundadores de l’Osservatore Romano. Su nieto Eugenio fue educado de una manera especial, pues —al igual que años después Montini—, no asistió a una escuela. Recibió instrucción en su hogar hasta los últimos años de preparatoria, cuando se le otorgó un diploma del Liceo Visconti, el centro educativo más hostil a la Iglesia en Roma.

León XIII continuó con la tradición de que los Pacelli eran una “familia del Vaticano” y tomó a Eugenio recién egresado de preparatoria, para ponerlo bajo el cuidado de su Secretario de Estado, Cardenal Rampolla. Nuevamente el joven no vivió una vida escolar normal: su entrenamiento sacerdotal avanzó en forma privada hasta los dos últimos años, cuando el cardenal insistió al rector del Instituto Capranica que aceptara a su encomendado como estudiante no interno. Este seminario era famoso por su radicalismo teológico que pronto sería conocido como “Modernismo”.

Cuando el Papa León XIII falleció en 1903, los primeros votos del nuevo cónclave ascendieron a favor del Cardenal Rampolla; pero el emperador Franz Josef vetó la elección. Monseñor Jouin, sacerdote francés dedicado a la caza de masones, había descubierto que el cardenal era Gran Maestro de la secta Ordo Templi Orientis (OTO). Entre otros seguidores de la OTO se incluye Rudolf Steiner, cuyas enseñanzas jugaron un papel importante en la vida de Angelo Roncalli causando su destitución de la facultad del seminario Laterano.

Otro miembro de la OTO fue Aleister Crowley, quien proclamaba que una inteligencia superior le aconsejaba “abrir las puertas de una nueva era, aquella destinada a suceder a la Era Cristiana que ya estaba en su agonía de muerte”.

Como dato “curioso” se tiene que la última condena clara del Vaticano a la masonería es la de la encíclica Humanum Genus, redactada tres años antes de que Rampolla llegase a ser Secretario de Estado.

Giacomo Della Chiesa —futuro Benedicto XV— fue alumno graduado del Instituto Capranica y seleccionado por Rampolla como su secretario particular. La relación duraría veinte años. Ya como Secretario de Estado, Rampolla trajo a Pietro Gasparri como su ayudante principal. Gasparri se convertiría en el poder tras el trono de Pío XI. Entonces el joven P. Pacelli pasó a ser secretario personal del Cardenal Rampolla.

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Se sufre un retraso

Quedando vetado Rampolla, se eligió al Cardenal Sarto. Posiblemente Giorgio y Giuditta Montini hubieran pensado en él en la apresurada sustitución. Se ha citado a Montini el haber dicho “es un hombre de nuestra forma de pensar”. A Sarto se le escuchó clamar “¡Pero yo no sé nada de asuntos mundiales!” A lo que el Cardenal Gibbons repuso: “Tanto mejor”.

Pero no contaron los de la élite con Monseñor Rafael Merry del Val, un hombre conocedor de cuestiones internacionales.

Ya para el año del cónclave, 1903, circulaba un número sorprendente de tesis de lo que se llamaría más tarde el Modernismo. A diferencia de los disidentes del siglo XVI, los innovadores no deseaban dejar la Iglesia: querían rehacerla desde dentro.

Pero, el nuevo pontífice no cedió y el Cardenal Pignedoli resumió ese pontificado diciendo, “Pío X, desde nuestro punto de vista, hundió a la Iglesia en medio siglo de oscurantismo”.

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Se comienza de nuevo

Los años Sarto representaron un retraso severo para quienes soñaban con una nueva forma de ser católico. Aunque se aseguraba el resurgimiento de este sueño si se lograba la elección de Giacomo Della Chiesa, sería lento: cada paso que se diera hacia una “iglesia del futuro” tendría que efectuarse con cuidado y expresarse en términos de gran piedad.

El arzobispo Della Chiesa se convirtió en Benedicto XV y Pietro Gasparri tomó el puesto de Merry del Val como Secretario de Estado. Si el nuevo papa esperaba reavivar el liberalismo, tendría que empezar por los franceses. El blanco específico fue Sodalitium Pianum, una asociación de legos y unos pocos sacerdotes que se dedicaban a vigilar la expresión de herejías en la educación, en la predicación y en las editoriales.

El Papa Benedicto golpeó sutilmente al Sodalitium en su primera encíclica, la que dio a entender que la guerra entre Vaticano y Modernistas había terminado. Ya para 1921, último año del reinado de Benedicto, las quejas constantes de Gasparri movieron al Papa a disolver el Sodalitium.



Achille Ratti se convirtió en Pío XI. En varias de sus encíclicas se aprecia un pensamiento parecido al de San Pío X, al tiempo que muchos de sus actos oficiales eran pasos dados para la creación de un nuevo tipo de iglesia. Y es que su pontificado fue una continua batalla con sus secretarios de estado: Gasparri y Pacelli.

Pío XI fue quien propulsó lo que ahora se conoce como ecumenismo. De su acepción de “general” o “universal”, pasó a significar “algo referente a todas las religiones”. Este paradójico Papa, después de haber consentido las conversaciones de Malines —un acercamiento entre la Iglesia Católica y la iglesia anglicana—, escribió Mortalium animos, una clara condena de las tesis que dieron lugar a tal acercamiento.

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Se calla a los franceses

En cuanto se conoció la condena de Benedicto XV del Sodalitium, los antimodernistas franceses comenzaron a reagruparse, particularmente en la Action Française. Esta asociación, fundada por dos destacados literatos, el parlamentario y ensayista León Daudet y el periodista Charles Maurras, rechazaba el dogma liberal de la separación del Estado y la Iglesia, y abogaba por la creación de un Estado Católico, preferiblemente monárquico, con una estructura económica corporativa. Como el Sodalitium anterior, l’Action Française sufriría la condenación papal.

La historia de esta sentencia es extraña.

En varias memorias de la época, recientemente publicadas, encontramos evidencias de una intriga sórdida. Ya en 1950 Maurras había escrito desde la cárcel: “Ahora tenemos prueba de que muchos números de mi periódico se falsificaron antes de entregarse al Papa para su lectura. ¿De qué otra forma podría haberse pasado meses leyendo mi periódico para encontrar material que los lectores más objetivos jamás hallaron, el cual representaba enormidades efectivas en contra de nosotros?”

En 1925, en Roma los herederos del Cardenal Rampolla y del Sillon, encabezados por el secretario de estado Gasparri, presionaron a Pío XI para que condenara a Charles Maurras, cuyas publicaciones atacaban a la masonería. A la presión de dentro del Vaticano, se sumaba la presión del gobierno francés.

Los enemigos de Maurras en la Iglesia y en el Estado cerraron filas. En un intento por restringir este asunto a Francia, el Secretario Gasparri ordenó al Nuncio en París que buscara un obispo francés dispuesto a actuar como agente de una operación represiva. El Cardenal Charest de Rennes se indignó cuando se le hizo la propuesta: “¿Golpear a Maurras, el anti-bolchevique más grande del país?” El Arzobispo de Parts, Cardenal Dubois, dijo: “No cuenten conmigo. Yo soy uno de los directores de l’Action Française”.

El Premier Portearé perdió la paciencia con los esfuerzos del Vaticano y decidió actuar por su parte. Tenía un colaborador, el Cardenal Andrieu, Arzobispo de Burdeos, el cual fue obligado mediante chantaje a acusar a Charles Maurras y a l´Action Française de seguir un catolicismo político y no espiritual. Toda Francia quedó pasmada.

El Papa Pío XI —engañado por su secretario particular, el padre Confalonieri—, ordenó a los católicos a abandonar l’Action Française bajo pena de excomunión.

Cuatro días más tarde, víspera de Navidad, el periódico proscrito apareció con el encabezado: “NON POSSUMUS”. L’Action Française no podía abandonar la fe ni abandonar a Francia, Maurras escribió: “En la situación cual se halla Francia hoy, la destrucción de l’Action Française es un acto político, no un acto religioso. Si nos sometiéramos, nuestra patria se hallará indefensa. Por muy difícil que sea, si no hemos de traicionar a nuestra patria, nuestra respuesta tiene que ser: ¡NO PODEMOS!”.

En los años treinta, políticamente tan precarios, los jóvenes seguidores de Maurras luchaban contra las juventudes comunistas en las calles de París, y de cuando en cuando, se veían extrañas procesiones fúnebres en las cuales laicos, que se suponía estaban excomulgados, portaban el crucifijo y llevaban las oraciones mientras se acercaban a un templo cuyas puertas permanecían cerradas.

El corresponsal Aldo De Quarto escribía su reseña de la biografía de Bony en la época del máximo furor en los medios de comunicación internacionales sobre la “rebelión” del Arzobispo Marcel Lefebvre.

Terminó su artículo reconociendo que sentía un malestar agudo: “¿Quién es, quién ayer y hoy, allá del otro lado del Tiber, se las arregla para maniobrar en contra de todo lo que huele o suena a tradición, todo lo que hoy denominarnos ‘de Derecha’? Ayer contra Charles Maurras, hoy contra Marcel Lefebvre. ¿Cuáles son los misterios de este Vaticano?”

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Se calla a los mexicanos

A medida que continúa el drama de la transformación católica, aumenta el desconcierto de aquellos que perciben cada suceso clave en la historia de la Iglesia en el Siglo XX como sí se tratara de algo aislado.

Si entendemos estos acontecimientos como un esfuerzo continuo, dirigido por un camino con la intención de fomentar un nuevo tipo de religión, entonces veremos que los hechos mayores toman su lugar en un movimiento con secuencia coherente.

Desde que inició el conflicto en México que se conoció como La Cristiada, el Vaticano emitió señales contrastantes. Por un lado se sintió la reacción emotiva y favorable del Papa, mientras que por otro, en las oficinas del secretario de estado, se tenía un sentimiento reservado.

Después de haber relatado con detalle los acontecimientos en México, Monseñor González Valencia de Durango, uno de los pocos obispos mexicanos que expresaron en público su apoyo a favor de los Cristeros, se quedó atónito al escuchar las expresiones de escepticismo del Cardenal Gasparri, respecto al grado de seriedad del movimiento rebelde. El mexicano únicamente respondió: “Eminencia, algunas personas se rehúsan a darnos ayuda porque dudan de la seriedad de nuestra causa, y otros dicen que nuestro movimiento carece de seriedad porque no recibimos ayuda. Este es un círculo vicioso que debe romperse”. Su plegaria fue en vano.

El secretario Gasparri abogaba por alcanzar un arreglo de la Iglesia con el gobierno del presidente Calles y aconsejaba a los obispos mexicanos que no alentaran a los luchadores y alertó a los prelados de Estados Unidos para que no ayudaran a los cristeros.

A pesar de pobreza, sacrificio y sufrimiento inimaginable, poco a poco, batalla por batalla, se fortalecieron los Cristeros y simultáneamente aumentó el apoyo popular, al grado de que para la primavera de 1929 estaba a la vista la victoria.

Los historiadores coinciden en que en ese momento el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, al enfrentar la formidable adhesión a la causa de los rebeldes hubiera sentido la conveniencia de llegar a un arreglo con los Cristeros. En esa encrucijada, los obispos mexicanos, que volvían de su exilio voluntario, podrían haber exigido los derechos que costaron tantas vidas.

Sin embargo, no fueron los obispos mexicanos los que tomaron la iniciativa, sino el Cardenal Gasparri, quien, alertado ante la amenaza de una posible victoria cristera, se valió de dos obispos dispuestos a pactar: monseñor Ruiz Flores, de Morelia, y monseñor Díaz Barreto, de Tabasco, y así pronto se convino que Dwight Morrow, un protestante embajador de Estados Unidos ante México, actuara como patrocinador de un plan de paz del Vaticano.

El 11 de octubre de 1929 se firmaron los documentos que significaron una rendición incondicional de un ejército a punto de obtener la victoria. Los pocos obispos que habían favorecido a los cristeros fueron exiliados de por vida y la amnistía general que se había prometido a los combatientes resultó en la liquidación sistemática de los líderes del movimiento. El Vaticano de Gasparri amenazó con la suspensión de cualquier sacerdote que administrara los sacramentos a los católicos empeñados en resistir.

“En consecuencia, dice Monseñor González Valencia, la estima de los mexicanos por sus obispos se ha destruido por completo, ya que los fieles ven la indulgencia inexplicable de los obispos con los perseguidores, y la no menos inexplicable severidad, y hasta crueldad, con los defensores sinceros de la fe. Y yo le advierto. Eminencia, le decía al nuevo Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, estos cargos en contra de los obispos ya han comenzado a tocar a la Santa Sede”.

El papel de Achille Ratti, Papa Pío XI, en la tragedia mexicana, aparentemente se asemejó a su parte en el asunto francés.

Monseñor Manríquez, el nuevo obispo de Durango, intentó explicarlo: “Lo que tenernos que recordar los mexicanos acerca de su Santidad, es que la razón por la que actuó equivocadamente fue debido a la enorme presión que ejercieron sobre él, individuos que insistían en salirse con la suya. A fin de cuentas, esos intrigantes lo convencieron de que estos “arreglos”, que todos sabemos no resolvieron nada, eran la única forma de conseguir libertad para la Iglesia en México”.

Hasta la fecha, este tratado nunca ha recibido otra designación más digna que “los arreglos”.

Existe un informe del Cardenal Baggiani en el sentido de que cuando por fin supo en qué consistían, el Papa Pío lloró.

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Hacia la guerra

Eugenio Pacelli entró en escena a los 53 años. Poco después se le unió Giovanni Battista Montini, de 33.

Monseñor Pacelli recibió el capelo cardenalicio en 1930 y su nombramiento como Secretario de Estado. Entonces el Vaticano vivía una nueva situación: Benito Mussolini y el Cardenal Gasparri habían firmado el tratado de Letrán y un concordato entre el nuevo estado y el reino de Italia. El joven padre Montini —entonces capellán del sector romano de la Asociación de Estudiantes Universitarios Católicos (FUCI)— desestabilizó de inmediato tal concordato.

En una época en que casi nadie se oponía al fascismo, los Montini eran excepción notable. Así pues, el P. Montini rechazó una orden gubernamental de permitir que sus estudiantes fuesen incorporados en la organización nacional de juventud, orden que estaba estrictamente apegada a las cláusulas del concordato. Al recibir la orden de unirse o desbandarse, Montini se quejó de persecución y la prensa extranjera propagó la queja.

Cuando la disputa estaba en apogeo, el Vaticano emitió la encíclica Non Abbiamo Bisogno, escrita no en latín, sino en italiano.

Según Giulio Andreotti, antiguo miembro de la FUCI y estadista italiano, la encíclica Non Abbiamo Bisogno no fue escrita por Pío XI, sino por el cardenal Pacelli, su nuevo secretario de estado. Seis semanas antes de que esta encíclica saliera a luz, el Papa mismo había publicado Quadragesimo Anno, una encíclica que se considera pro-fascista.

Montini triunfó contra el gobierno italiano y con ello se ganó la confianza del secretario Pacelli, quien lo trajo a su oficina y así inició una relación de trabajo que duraría veintitrés años.

Conforme crecía la tensión política durante los años treinta, el secretario Pacelli y el padre Montini se vieron siempre más comprometidos con un bando. De acuerdo con Andreotti, también fue obra de Pacelli la encíclica Mit Brennender Sorge, vehemente crítica al gobierno alemán nacional-socialista. El cardenal Siri notó que los borradores originales de este documento mostraban varias enmendaduras con la letra del secretario de estado. Parece ser una confirmación de esto el hecho de que sólo cinco días después de ser publicada esta crítica, se emitiera la encíclica Divini Redemptoris, un documento pontificio contra el marxismo. Daba la impresión de que una vez más, el pontífice y el secretario de estado libraban cada uno su batalla con muy diferente orientación.

Cuando en 1938 las tropas alemanas entraron en Austria, el cardenal Innitzer, de Viena, participó de la celebración y dio su bendición a la multitud. El cardenal Pacelli recibió la noticia con amargura y de inmediato llamó a Innitzer a Roma para ordenarle que se retractase.

En ese mismo año, la revista jesuita Civiltà Cattólica —voz semioficial de Vaticano—, dejó de advertir contra el peligro de la masonería.

En 1934, el secretario Pacelli viajó a Buenos Aires y a Estados Unidos, donde fue huésped de Franklin D. Roosevelt en Hyde Park. En Nueva York fue hospedado por Myron C. Taylor, conocido masón grado 33.

Por ese tiempo, el equipo Pacelli-Montini podía sopesar con preocupación las dos represiones de la década anterior en Francia y en México.

Ya para entonces, el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin causaba excitación con sus exégesis evolucionistas. A pesar de que estas fueron desechadas, no fueron condenadas por el Vaticano, sino por la propia Compañía de Jesús que le prohibió publicar obras religiosas y dictar conferencias. Sin embargo, Pacelli —ya como Papa—, presionó a los jesuitas para que le levantaran tal prohibición.

Jaques Maritain, profesor de filosofía en el Instituto Católico de París nacido de padres protestantes y convertido al catolicismo, se afilió a l’Action Française. En 1926 se sorprendió por la forma en que Vaticano había aplastado esa organización y fue a Roma a averiguar cómo había sido posible condenar a Charles Maurras. Gracias a su reputación como estudioso tomista, Maritain pudo conversar en privado con el Papa y con su secretario de estado. Quizá ahí pudo explayar algunas ideas que había concebido. El hecho es que regresó a Roma con el encargo del Papa —o más probablemente del secretario de estado—, de compilar en un libro sobre sus teorías de “humanismo integral”. Diez años después salió a luz la obra de Maritain que conmocionaría a la Iglesia. La versión italiana salió con un entusiasta prólogo de su traductor: Giovanni Battista Montini.

El libro de Maritain allanó el camino para el dramático cambio de paradigma de la encíclica Mystici Corporis.

“El humanismo integral presenta la visión de una convergencia de religiones de todos los tipos en un solo ideal humano, en una civilización mundial en la cual todos los hombres hallarán la reconciliación en la justicia, en el amor y en la paz”.

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Se cava más hondo

Ya como el nuevo Papa Pío XII, Pacelli corrigió con su primera encíclica Summi Pontificatus a la Quas Primas de su antecesor: la base del gobierno debería ser la solidaridad humana y no un retorno a las relaciones tradicionales de estado-Iglesia.

El nuevo ecumenismo se promovió en simposios, poniendo por encima de la mente y la razón, el corazón y el sentimiento.

La guerra se extendía hacia el oriente. Cuando el ejército alemán se retiró de Francia, De Gaulle tomó el poder y acusaba a la Iglesia de haber colaborado con Hitler. Pío XII nombró nuncio apostólico en Francia a Angelo Roncalli. De Gaulle se mostró cooperativo y asignó a Jacques Maritain la representación en la embajada francesa ante la Santa Sede.

En Roma se fundó el movimiento Focolare, precursor de las “carismáticos” como de las “comunidades de base”, que propagarían la “teología de la liberación” en Hispanoamérica.

La disciplina sacramental se relajó. Pío XII aligeró las reglas en el sacramento de la penitencia, reviviendo la absolución general para soldados a punto de partir, extendiendo el indulto a civiles en peligro de bombardeo aéreo y a prisioneros de guerra con problemas de idioma.

La Misa de Diálogo cobró auge. El Vaticano aprobó una nueva traducción al latín de los Salmos.

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Salvaguarda para los marxistas

Cuando, en 1940, el comunismo ateo avanzó sobre Europa, Roma no reaccionó y tardó casi veinte años en convocar a un concilio, tiempo durante el cual se prohibió condenar y hasta discutir esta doctrina.

En el Acta Apostólica no se hallan las palabras “comunismo” ni “socialismo” desde 1937 hasta 1949.

En 1941, el cardenal francés Boudrillat llegó a Roma a pedir la bendición papal para los regimientos de voluntarios franceses, españoles, italianos, croatas, húngaros y eslovenios —casi todos católicos— que partían junto al ejército alemán a salvar al pueblo ruso. Pío XII ordenó que se retirara la solicitud de bendición papal y prohibió al cardenal establecer contacto con la prensa.

Tiempo después, el primer ministro de Hungría llegó al Vaticano suplicando la intervención de paz del Papa para frenar el avance soviético. Pío XII se resistió y rechazó la súplica.

Y es que, desde un inicio, el nuevo Papa lanzaba ataques a los alemanes desde Radio Vaticano. Él mismo se avocó a la creación del Comité Católico para Refugiados en Roma, comité que ayudó a que miles de judíos europeos ingresaran a Estados Unidos presentándose como católicos. Más de un millón de judíos eran alojados en conventos y monasterios en toda Europa por instrucciones del Vaticano.

Durante la guerra, Pío XII permitió que se celebrasen ritos de sinagoga en el nivel bajo de la Basílica de San Francisco. Ahí mismo, años después, monseñor Bugnini realizaría su trabajo para la nueva misa.

Investigadores jesuitas encontraron documentación acerca de la participación personal del Papa Pacelli en un complot para derrocar a Hitler.

El favoritismo de Pío XII hacia un bando durante la guerra, fue un gran problema cuando los Aliados se unieron a los soviéticos. Para entonces la llamada “Fortaleza Europea” de Hitler era el bando católico: la incorporación de la Austria católica, de Alsacia-Lorena, del Saar, del Sudeten y de parte de Polonia hacían del Tercer Reich una gran mayoría católica a la vez que sus aliados Italia, Eslovaquia, Eslovenia y Croacia eran del todo católicos, Hungría lo era en gran parte, la Francia ocupada cooperaba y España y Portugal simpatizaban.

Pío XII encargó reinterpretar la Divini Redemptoris, encíclica antimarxista de Pío XI y se corrió la voz de que Stalin se inclinaba hacia la libertad religiosa.

El padre Montini era el hombre clave del Vaticano en una red de espías de los Aliados y se encargó de recopilar información acerca de los objetivos de bombardeo en Japón.

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Se aplasta la mente

En 1929, A.J. Jungmann, un joven profesor en una universidad austríaca propuso una revisión completa del sistema catequístico. Pío XI no le escuchó. No fue sino hasta el término de la guerra, y con Pío XII como Papa, que se actuó sobre esto.

En 1946, los jesuitas de Bruselas ya estaban preparados con un centro catequístico, Lumen Vitae, que resultó ser un ataque directo a la doctrina católica. Era un proyecto jesuita para ser ejecutado por jesuitas y no es verosímil que Pío XII ignorara su existencia.

Ya desde 1943, alguien que pusiera atención a los discursos del Papa, podría haberse enterado de que había un nuevo enfoque en la educación religiosa. El Papa sugería a los aspirantes al sacerdocio que exploraran la religión comparada. Fue cuando se emitió Menti Nostræ, una encíclica que significaría el descarrilamiento de la enseñanza en seminarios. De acuerdo con el cardenal Garrone, “el documento conciliar sobre seminarios hubiera sido inconcebible si Menti Nostræ no hubiese establecido el precedente. En los bellos textos del Concilio hallamos todo lo que pidió Pío XII tan valientemente en su encíclica”.

Ese mismo entusiasmo expresó este cardenal ante otra encíclica del Papa Pacelli: Divino Afflante Spiritu. En opinión al exégeta Raymond Brown, gracias a esta otra encíclica es posible considerar en los seminarios católicos  que los primeros capítulos del Génesis no fueron históricos, que el libro de Isaías no fue un solo libro, que el evangelio de San Mateo no fue obra de un testigo ocular, que los evangelios contenían imprecisiones en sus detalles.

El padre Hans Küng escribió refiriéndose a Divino Afflante: “Esta encíclica muestra hasta qué punto la Iglesia está dispuesta a aceptar actitudes modernas en los métodos de exégesis y al mismo tiempo, su desaprobación tácita de los decretos antimodernistas del Papa Pío X. Es más, el documento proporciona un claro reconocimiento de la autoridad de los textos originales sobre cualquier traducción, antigua o moderna. Por tanto, da una disminución clara a la importancia de la Vulgata”.

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Se violenta a la tradición

Para los conservadores católicos, el largo reinado de Pío XII pareció ser una época en la que todo marchaba bien en la Iglesia. Sin embargo, en ese tiempo fue que el Papa estaba introduciendo cambios de doctrina y de práctica que la iban hacer tambalear.

En 1947, Pío XII constituyó una comisión para la transformación de la liturgia sagrada poniendo como secretario de la misma al padre Annibale Bugnini. Este se puso como meta eliminar todo lo romano del Misal. Más tarde él escribiría: “Disfrutamos de la plena confianza de Pío XII, a quien le informaba de nuestro trabajo monseñor Montini y aún más, el padre Bea, su confesor”.

Esta comisión se enfrentó a una fuerte oposición por parte de la Congregación Sagrada para Ritos, pero Pacelli era Papa y necesariamente se impondría. Aun así, lograr el cambio de los ritos de Semana Santa tomó seis años.

A principio de los años cincuenta, el Papa envió una directiva mundial a las superioras de todas las órdenes de religiosas. Su mensaje era: “modernícense y sin demora”.

En el último año de la guerra, los tres cardenales más liberales de Francia consiguieron permiso del Papa para un proyecto en el que algunos sacerdotes quedaban exentos de obligaciones ordinarias para trabajar en las fábricas en “misiones de ciudad”. Al poco tiempo, esos sacerdotes quedaron enredados en cuadros marxistas y estaban siendo convertidos.

A partir del fin de la guerra, los herederos del Partido Popular de Giorgio Montini, los demócratas-cristianos, habían sido la principal fuerza política, pero en 1949 el Partido Comunista amenazaba con superarlos. Fue entonces que Pío XII salió al rescate, lo que le valió el renombre de ser antimarxista: ordenó al Santo Oficio que publicaran un decreto que prohibía unirse al Partido Comunista y el Papa dio el primer discurso abiertamente anti-marxista de su pontificado, diez años después de haber llegado a la Silla de Pedro.

En la década de los cincuenta, Pío XII dio permiso para la celebración de misas vespertinas reduciendo el tiempo de ayuno eucarístico a sólo tres horas y en Estados Unidos permitió un “Ritual Americano”, en el que buena parte de la Misa se decía en inglés.

Por sugerencia del obispo Helder Cámara, el Papa envió a Colombia a dos emisarios para reunir todas las conferencias episcopales de Iberoamérica en una sola. Después del concilio, esta súper conferencia se llamaría CELAM. Simultáneamente el Papa alentó a los españoles a lanzar el movimiento “Cursillos”, que, junto con el Focolare y las comunidades de base, diseminarían la “teología de la liberación”.

Entre las encíclicas del Papa Pacelli, destaca Humani Generis, la cual trata acerca del origen del hombre. En ella brilla su espíritu pastoral, pero a nadie condenó. Esto fue un aliciente para que el padre Teilhard de Chardin no abandonara la Iglesia para así transformarla desde adentro, según sus propias palabras.

Por ese tiempo, los académicos católicos en Francia consideraban la idea de rehabilitar a Martín Lutero. El joven sacerdote Georges De Nantes protestó y fue despedido de su puesto de maestro.

Mientras tanto, Bugnini y su Comisión Pontificia en Roma se dedicaban a la reducción del rito de la Santa Misa, con el fin de hacerla “más relevante al hombre moderno”.

En el discurso de clausura del Congreso de Asís, Pío XII dejó ver su satisfacción al decir: “El movimiento litúrgico ha aparecido como una señal de un don de la Providencia de Dios para nuestro tiempo, como un pasar del Espíritu Santo sobre la Iglesia, para mostrar a los fieles los misterios de la fe y las riquezas de la gracia que vienen de la participación activa en la liturgia.”

El simposio canadiense “La Gran Acción de la Iglesia Cristiana” fue inspirado por el Congreso de Asís. En el ritual ahí presentado, el Introito fue sustituido por las siguientes palabras: “Damos la bienvenida a nuestro presidente” y la ceremonia continuaba con himnos luteranos y una homilía en la que se explicaba que la Eucaristía era un banquete de la comunidad y no un sacrificio. A mediodía hubo una bendición pontificia de Pío XII desde Roma.

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Se reúnen a rematar

En 1954 el padre Montini fue consagrado obispo y nombrado arzobispo de Milán. Han surgido diversas teorías que tratan de explicar este supuesto destierro de Montini. Entre ellas, la más popular y menos probable es que se había descubierto que Montini había entrado en pláticas con los comunistas. Esto no es probable dado que el mismo Nuncio Pacelli estuvo practicando la Ostpolitik desde 1918 al llevar negociaciones privadas con altos dirigentes soviéticos por parte del Papa Benedicto. Además, según Stehle, tan pronto Montini fue enviado a Milán, Pío XII mismo reinició las negociaciones con los soviéticos a través de monseñor Röding.

Una vez instalado Montini en Milán, recibió delegaciones —una tras otra— de teólogos no católicos que se alojaron en el arzobispado. También llegó Jacques Maritain, cuyo “humanismo integral” habían promovido Montini y Pacelli veinte años antes.

En una ocasión, Maritain llevó a la residencia de Montini a un estadounidense: Saúl David Alinsky. Más tarde este diría: “Fue una experiencia interesante. Ahí estaba, sentado entre el arzobispo y una hermosa rubia de ojos grises, funcionaria del sindicato comunista milanés, explorando los intereses comunes que hacían puente entre el comunismo y el capitalismo”.

Ese Saúl dijo a un reportero de Playboy que había dejado a su familia judía para unirse a la Brigada Internacional en la Guerra Civil Española. Según él, después de conversar con Maritain, pudo ver cómo la revolución podía ser parte de la Iglesia Católica, aunque él prefería llamarla “la iglesia de hoy y de mañana”. Esta iglesia debía ser completamente libre de dogma.

Alinsky, Montini y Maritain expresaron en concordancia que la iglesia militante tenía que ceder su lugar a la iglesia amorosa.

En la segunda parte de los años cincuenta, estaba terminado el reinado de Pacelli a la vez que el concilio se aproximaba. Y en la Plaza San Calixto de Roma se veía una actividad febril. Ahí se coordinaban y promocionaban las asambleas de mayor importancia de todo el mundo. Era lo que unas veinticinco personas hacían bajo la dirección de una joven judía conversa: Rosemary Goldie. Este comité fungía como centro de procesamiento de relaciones entre jerarquía y legos de todo el mundo.

Mucho antes de que se anunciara el concilio, en las oficinas de San Calixto se veía a Agustín Bea, Leo Suenens, Jean Daniélou, Malachi Martin y Roberto Tucci; lo mismo que a Ives Congar, Josef Ratzinger y Bernanrd Häring. Como miembros del comité se contaban a François Dubois-Dumée, periodista comunista y monseñor Achielle Glorieux, quien estuvo a cargo de hacer desaparecer una resolución antimarxista firmada por 450 padres del concilio.

Estos hombres no sólo trabajaban con miras a un concilio, sino que ya preparaban lo que vendría después de él, planteando estructuras para una nueva iglesia en la que el sacerdocio, la liturgia, los sacramentos y la Misa tendrían poca importancia.

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Se recogen las firmas

Pío XII falleció cuatro años antes de que iniciara el concilio que él ideó. En los documentos de tal concilio se hace referencia a las enseñanzas del Papa Pacelli más de doscientas veces y el número de estas referencias sólo es superado por las de las Sagradas Escrituras.

Resulta interesante leer que Rosemary Goldie, aquella joven judía conversa que dirigía el comité de San Calixto, dijera durante una conversación: “Roncalli será Papa por unos cuantos años y después Gian Battista Montini, desde luego”.

Agustín Bea se encargó de decirle al Papa Juan que se había decidido que ya era tiempo de construir una oficina especial dedicada al ecumenismo. Así se creó el Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana. Entre los primeros nombramientos al secretariado estuvo el del padre Gregorio Baum —judío converso— y el mismo Bea.

El arzobispo de Milán, al llegar un día a las oficinas de la Comisión Preparatoria del Concilio, fue abordado con estas palabras:

“Mire usted, monseñor, estas cosas no son católicas. Las tendremos que condenar”.

A lo que repuso Montini:

“Con usted, monseñor Lefebvre, todo es ‘condenar, condenar’. Más vale que usted entienda ya que en el futuro no habrá más condenaciones. Las condenaciones han terminado”

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III.- LOS HOMBRES EN LA CÚSPIDE

Juan Roncalli estuvo dispuesto a tomar cargo de un concilio inventado y elaborado por un Papa anterior y a darle su nombre, dispuesto a proclamar como suyas una encíclica escrita por su antecesor y otra por su sucesor.

Si se consideran las influencias que desde temprana edad rodearon a Angelo Roncalli, así como la presencia en su vida de personajes como Radini-Tedeschi, Della Chiesa, Gasparri, Pacelli y los Montini, se puede entender que se hubiese deslumbrado con las obras de Rudolf Steiner —adepto de la OTO (Ordo Templi Orientis) de Rampolla— y que comenzase a salpicar sus clases de teología con las teorías de Steiner.

Roncalli fue iniciado en la masonería, alcanzando el decimoctavo grado o Rosacruz y, a diferencia de Pío IX, nunca se arrepintió.

Juan XXIII murió antes de que se firmaran los certificados y documentos del concilio.

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Pío

Por contraste, los últimos años de Eugenio Pacelli y de Giovanni Montini se vieron agobiados por la tragedia. Pacelli tuvo las fuerzas para soportarla, no así Montini.

En el caso de Pacelli, lo que lo atormentó no fue lo que le hizo a la Iglesia, porque poco se notó durante su existencia, sino lo que su adhesión de toda la vida a la causa de la izquierda le hizo al mundo.

Malachi Martin, bien pudo haber asentado verdades muy significativas en su libro Ocaso y caída de la Iglesia Romana, al describir las conversaciones entre el viejo Papa y el todavía más viejo Cardenal Bea. Según Martin, Pío XII le pedía insistentemente a Bea que le contestara una pregunta, reiterada y terrible: ¿Creía Bea que Pío, el Papa durante la Guerra, se había equivocado al evaluar a Hitler como peor amenaza para el mundo que Stalin? ¿Se había equivocado terriblemente? Y Bea trataba de consolarlo: “¿Cómo íbamos a saber que los anglosajones le iban a permitir a Rusia llegar tan lejos?“. Pío XII no sintió consuelo. Sólo podía repetir: “Deberíamos haber sabido. ¡Deberíamos haber sabido!”.

Otra causa de desfallecimiento durante sus últimos años, fue la pérdida del hombre que trabajó cerca de él durante más de veinte años: Montini.

Durante los años cincuenta, solo y atormentado, el Papa Pío XII se tornó hacia dentro.

En comparación con sus dos sucesores, Pío XII resultó un gigante entre papas. Aunque no era hombre que se pusiera a llorar, fuera cual fuera la magnitud de su angustia, hay pruebas de que ésta fue enorme.

El Padre Virgilio Rotondi, miembro del grupo editorial de Civiltá Cattólica, confesó que un día quedó atónito al escuchar que el Papa decía: “¡Reza por mí, Padre; pide que no me vaya al infierno!” .

El niño Pacelli recibió su instrucción de maestros particulares, en su casa y no se le permitieron contactos con el salón de clases. Luego, Eugenio pasó al cuidado del Cardenal Rampolla, quien escogió el curriculum modernista del Instituto Capranica. Nuevamente, este curso de estudios le sería impartido fuera del ambiente escolar normal.

Después de ordenarse, el Padre Pacelli fue secretario particular de Rampolla y su compañero constante. Cuando no viajaba, sus colegas íntimos dentro del Vaticano eran los integrantes del “equipo” Rampolla: Della Chiesa, Gasparri, Radini-Tedeschi y el joven Roncalli.

De tal suerte que toda su forma de pensar y de creer se le preparó mucho antes de que se encontrara con aquel sacerdote joven fuertemente politizado, Giovanni Montini.

Un milagro de primer orden lo hubiera hecho renunciar a la revolución —uno como el que experimentó San Pablo en el camino de Damasco o como el que le sucedió al Emperador Constantino en el Puente Milvio— nada menos.

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Pablo

De Pablo VI se decía que carecía tanto del carisma etéreo de Pacelli como del aire campechano de Roncalli. Conforme se empezaron a sentir los efectos y la reacción del concilio, el Papa sintió el empuje de los dos lados. Y mientras una minoría “derechista” oraba bajo su ventana por la restitución de la Misa, otra “izquierdista” protestaba por la encíclica Humanæ Vitæ.

Se sugiere que este documento superfluo tuvo como fin mostrar una actitud favorable del Vaticano hacia los conservadores, ya que poco después se les obligaría a aceptar la nueva misa.

El Papa Pablo comenzó a viajar como ningún pontífice romano lo hizo anteriormente. En Nueva York llegó a decir a la asamblea de las naciones unidas que ellos eran “la mejor y última esperanza del hombre” y rogó al mundo que reconociera el nuevo humanismo de la iglesia; que “nosotros también, más que nadie, veneramos al hombre”.

Más tarde, en 1975, el cardenal Willebrands recordó al Papa que su gran maestro Pío XII había pronosticado que “un nuevo y letificante pentecostés” le llegaría a la iglesia y que ya estaba ahí en la forma de unos diez mil católicos “renacidos” que venían de todas partes del mundo, miembros de la renovación católica carismática.

El domingo de Pentecostés, miles de católicos que se habían hecho pentecostales, colmaron la Basílica de San Pedro. Algunos de pie frente al altar mayor, ondeaban una mano en alto en tanto que con la otra sostenían su pequeña grabadora. Otros miles estaban sentados en todas partes. De súbito, se escuchó una voz masculina en los altavoces: “Sepan que yo su dios, traje a Pedro y a Pablo a Roma a atestiguar mi gloria. Ahora yo, su dios, he querido traerlos a ustedes a Roma. ¡Escuche, mi pueblo! Les hablo del amanecer de una Era Nueva. Mi iglesia será distinta. Mi pueblo será distinto. Prepárense. ¡Abran los ojos! ¡Abran los ojos!”

Los sacerdotes caminaron por el pasillo central repartiendo hostias a puñados, que los presentes se pasaban de mano en mano, cayendo al piso muchas de ellas. De pronto de un altar lateral surgió la voz del Papa. Luego de un encendido elogio de diez minutos terminó alzando los brazos en alto y exclamando: “¡Jesús es Señor! ¡Aleluya!”

Pablo VI diría después que la deserción de los sacerdotes era su corona de espinas.

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Juan Pablo

En 1978, en menos de sesenta días, dos pontífices murieron.

Pablo VI murió en agosto y su féretro, sin crucifijo sin vela, sin flor, era acompañado únicamente por un gran libro abierto.

Siguió el cónclave, el primero en el que no participaron los cardenales mayores de ochenta años. Con sorprendente rapidez fue electo el cardenal Albino Luciani quien tomó el nombre de Juan Pablo.

Luciani fue un protegido de Angelo Roncalli. Cuando este anunció el concilio, estableció las dos comisiones preparativas: la oficial —cuyo trabajo sería desechado— y la del círculo interior de “expertos” en la cual estaría monseñor Luciani.

La repentina muerte del Papa quedó envuelta en el misterio. Hubo otro funeral sin crucifijo, sin vela y sin flor. Y después, otro cónclave y como resultado otro Juan Pablo.

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Y Juan Pablo

A poco tiempo de ser electo, Karol Wojtyla atraía a multitudes con su animación y entusiasmo de Papa extranjero. Su carisma incluso venció a algunos católicos tradicionalistas.

Según el boletín del Vaticano de la noche de su elección, antes de la segunda guerra, Karol se dedicaba a la formación religiosa y cultural de los trabajadores. Sin embargo, su más cercano compañero en aquel tiempo dijo que el pensamiento de Karol era más bien liberal y que la religión no era su interés principal.

La afición de Wojtyla era el teatro. Ya como obispo, su afición no amainó.

Se ha dicho que participó en maniobras de sabotaje a las fuerzas de ocupación, pero es más probable que haya aprendido de ellas.

En 1948, las autoridades comunistas en Polonia encarcelaron a setecientos sacerdotes y a un número mayor de religiosos. A pesar de ello, el padre Wojtyla regresó ese año y le fue asignada una parroquia en el pueblo de Negonic. Al siguiente año fue trasladado a Cracovia. Por ese tiempo ofreció sus primeros poemas a Jerszy Turowitz, editor de Tydgonik Powszchny. Este semanario fue absorbido por el movimiento pro-gobierno y Turowitz continuaría colaborando en una red de prensa católica relacionada con Pax, que llevaba el nombre de Znak (señal).

Karol Wojtyla continuó su apoyo tanto a Znak como a Turowitz, incluso cuando Pablo VI sentía que se propasaban los artículos de Znak con respecto a la Iglesia Ucraniana. Entonces el cardenal Wojtyla le decía que minimizar la importancia de la Iglesia Ucraniana y favorecer a la soviética ortodoxa era la esencia de la Ostpolitik del cardenal Casaroli y por lo tanto el Santo Padre debía apoyarla.

Karol permaneció como profesor en Lublín más de diez años y en 1953 atraía multitudes tanto en Cracovia como en Lublín. Esto a pesar de que en esos años hubo severas persecuciones a la Iglesia en Polonia.

En 1956 el padre Wojtyla fue consagrado obispo y a los dos años de esto, Pío XII lo nombró auxiliar de Cracovia. Luego se le convocó a tomar parte en la preparación del concilio. Entre sus contribuciones está la sentencia de que “no es el papel de la Iglesia el sermonear a los no creyentes. Nos ocupamos de una búsqueda al lado de nuestros semejantes […] evitemos la moralización o la sugerencia de que tenemos un monopolio de la verdad”.

También es notable su resistencia a incluir una condena del marxismo o, en su defecto, del ateísmo.

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IV.- LA REALIDAD EN LOS NOVENTAS

Los tradicionalistas tienden a decir que, sin la intervención de Satanás, la revolución no habría tenido lugar. En forma menos apocalíptica [¿?] se puede afirmar que, sin la intervención de un milagro, era inevitable que sucediera. Ahí estaban la estructura de la autoridad papal absoluta, la obediencia sin discusión, el distanciamiento entre creyentes y las sociedades de las que formaban parte. El socavamiento resultó mucho más sencillo de lo que aparentaba.

Entre las facultades papales, la más decisiva en cuanto a su impacto sobre la Iglesia es la de seleccionar a quiénes serán consagrados obispos. Si se aplica esta facultad como lo han hecho los últimos Papas, se garantiza el apoyo para las decisiones del Papa de toda la red administrativa eclesiástica.

En la nueva iglesia, el criterio de selección de obispos ha cambiado: el talento para administrar ha cedido al entusiasmo que un sacerdote manifiesta a favor del cambio y a su disposición a avenirse a las decisiones de otros.

En los Estados Unidos, todos los obispos consagrados entre 1933 y 1958 lo fueron por haber sido aprobados por monseñor Amleto Cicognani, aquel a quien Pío XII había confiado la tarea de “reinterpretar” la encíclica antimarxista Divini Redemptoris, de Pío XI, a fin de que persuadiera a los católicos a favorecer a la Unión Soviética durante la segunda guerra, cuando aún estaban horrorizados por las atrocidades de los comunistas durante la Guerra Civil Española.

Un obispo que no se alinea puede llegar a constituir un serio problema para el cambio. Y Pío XII previó esto cuando principió a experimentar el agrupamiento de obispos en asambleas. Esto cuando él todavía era Secretario de Estado. Lo hizo primero con los alemanes y ya en los años cuarenta se siguió impulsando lo que serían las “conferencias episcopales”.

Ahora, en todos los países en los que hay obispos, existe un “club” episcopal y en ciertas áreas hay súper conferencias, como la CELAM.

El mismo Ratzinger, en 1984, criticó el sistema de conferencias episcopales y lo señaló como “carente de base teológica alguna”, diciendo que priva al obispo individual de su debida autoridad.

Monseñor Lefebvre coincidía en esto al sostener que el “magisterio por asamblea” privaba al obispo de verdadera autoridad: “lo convierte en prisionero de la colegialidad. […] Al oponerse a las decisiones, un obispo disidente invoca la autoridad de la asamblea en su contra”.

Al primer Concilio Vaticano asistieron cerca de 550 obispos, que eran prácticamente todos los que había en el mundo en 1870. Al segundo Concilio Vaticano acudieron 2500 prelados. Veinticinco años después, el número de católicos practicantes ha disminuido a un cincuenta por ciento, en tanto que el número de obispos, más de 4000, casi se duplicó.

Para mantener en línea a un grupo tan numeroso, se presionó a todos los obispos del mundo a que pasaran un mes en Roma en cursos intensivos para actualizarlos en teología.

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Anatema

El Concilio Vaticano II había concluido hacía veinte años y el cardenal Ratzinger, siendo entrevistado, estaba por reconocer que la Iglesia había llegado a un estado de crisis. El cardenal culpaba a quienes se refería unas veces como “ciertos teólogos”, otras como “algunos intelectuales” o “más de un peritus”, sin mencionar nombres.

Pero el mismo Josef Ratzinger había escrito algunos años atrás que “para las conciencias modernas, la certidumbre de que la piedad de Dios trasciende a la Iglesia legalmente constituida disminuye la credibilidad de una Iglesia que por mil quinientos años no solamente toleró su propia afirmación de ser el único camino a la salvación, sino que entronizó esa idea como elemento esencial de su autocomprensión, una parte de su fe misma”.

Habiendo sido Juan XXIII quien abrió las puertas del círculo interior del concilio al padre Ratzinger; habiéndolo nombrado Pablo VI a la Comisión Pontifical Teológica; habiéndolo hecho cardenal Juan Pablo II, ¿cómo ocurrió esa entrevista que luego circuló traducida a media docena de idiomas? Por una maniobra política que consiste en incitar a la oposición para que externe todas sus quejas. Consecuentemente, un gesto provocador debía manifestarse y hacerlo desde la cima. Quien cumplía con esta tarea era el Prefecto para la Doctrina de la Fe.

Así pues, “El Informe Ratzinger” provocó temor entre los progresistas y despertó esperanzas entre los conservadores. Entonces Juan Pablo II citó en Roma a un sínodo extraordinario. Los obispos que llegaron eran miembros del coro de aprobación del papado, así que el resultado fue un “¡hurra!” para el concilio Vaticano II.

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Diáspora

Con la revolución francesa, el catolicismo vino a ser sujeto de simple tolerancia. El principio masónico de separación de Iglesia y Estado se impuso. Pío XI fue el último en clamar contra esta separación.



A pesar de ello, la antigua fe sobrevivirá de alguna forma. No es posible predecir si retornará como un cuerpo reconocido a través de siglos de crecimiento de lo que hoy es un minúsculo movimiento tradicionalista o como un relámpago de inspiración desde el interior del Vaticano.

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Católico nuevo, católico viejo

El inicio revolucionario en la Iglesia Católica se dio en las mentes de algunos cuantos hombres, soñadores, intrigantes: los que planeaban lo que les parecía una forma mejor de hacer las cosas.

La nueva forma de ser católico sería posible hasta que se hubiese desposeído a los fieles de esas creencias, tradiciones y prácticas adquiridas a través de dos mil años.

¿Podría haberse evitado ese proceso?

En la forma en que aconteció, no hubo seglar ni religioso que se diera cuenta de que había que estar alerta. Fue hasta 1963, cuando el concilio recibió toda la atención de los medios, que se pudo dar cuenta de lo que se estuvo fraguando tras bambalinas tanto tiempo atrás. Ya para entonces era demasiado tarde.

Pero fue hasta que una dócil jerarquía firmó las actas conciliares cuando empezaron a sufrirse las consecuencias.

Hubo un tiempo en que parecía que los fieles despertaban y que podrían poner en marcha una contrarrevolución. Poco después de la imposición de la nueva misa de Bugnini, hubo protestas, artículos, libros, cartas abiertas y tres peregrinaciones internacionales. En 1974 monseñor Marcel Lefebvre empezó a darle una cohesión a la insurgencia.

Pablo VI llamó a monseñor Lefebvre a Roma para hacer frente a una inquisición informal. En 1976 el arzobispo francés aceptó la invitación del secretario de estado, cardenal Benelli y tras una plática cesó la confrontación: no hubo más misas tradicionales masivas en estadios, el Papa dejó de regañar y los medios dejaron de publicar noticias al respecto. Los tradicionalistas quedaron desorientados.

Lo que frenó a monseñor Lefebvre fue el hecho de ser un Lefebvre: al observar cómo la revolución destruía el edificio, se vio impulsado a contraatacar, pero por otra parte, no le era posible quebrantar un voto vitalicio de obediencia a la autoridad. Así, la revolución se quedó.

Fuera de Hispanoamérica, el católico nuevo ha llegado a un entendimiento con la nueva iglesia. Desposeído de doctrina y de la práctica que caracterizaba a la antigua fe, el católico nuevo se imagina que es camino a la felicidad. Tiene que alcanzarla siempre que ame y siga con la multitud. Para él, el viaje es colectivo, el camino se llama “historia” y el tiempo “cambio”.

Sometido así, el nuevo católico evoluciona de acuerdo con lo que se le dice es el “plan de Dios” y así se vuelve cada vez más humano. El católico nuevo se caracteriza por ser optimista y por su notable docilidad.

No sucede lo mismo con los tradicionalistas: ellos se ven a sí mismos como parte de la Iglesia Militante. Para ellos la vida es real e individual. No se trata de la Humanidad, sino del hombre en su individualidad. Cada hombre es un protagonista, libre para hacer el bien y el mal y sabe que se le pedirán cuentas de sus actos.

A seis décadas de socavamiento siguieron tres de crisis. Pero el asunto se remonta muchísimo más allá. Así lo expresó el entonces presidente mexicano Portes Gil en 1929 celebrando la “victoria” de la masonería sobre los cristeros:


“La lucha no es nueva. Comenzó hace veinte siglos y continuará hasta el fin de los tiempos”.



 Visto en: RadioCristiandad



Nacionalismo Católico San Juan Bautista




15 comentarios:

  1. “El humanismo integral de Maritain es una fraternidad de hombres de buena voluntad pertenecientes a distintas religiones o a ninguna, incluyendo hasta a los que rechazan la idea del Creador. Dentro de esta fraternidad la Iglesia debería ejercer una influencia de fermento sin imponerse a sí misma y sin exigir ser reconocida como la única Iglesia verdadera. El cemento de esta fraternidad es la virtud de hacer el bien, y la comprensión basada en el respeto de la dignidad humana. Esta idea de fraternidad universal no es nueva. Fue ya adelantada por los filósofos del siglo XVIII y por los revolucionarios de 1789. Es también la fraternidad querida por la masonería. Lo que distingue el humanismo integral de Maritain es el papel que asigna a la Iglesia. Dentro de esta fraternidad universal la Iglesia deberá ser la “emperatriz”, la hermana mayor. No necesitamos explicar que para que la hermana mayor se granjee la simpatía de los “hermanitos” no debe ser ni intransigente ni autoritaria. Debe saber cómo hacer la religión aceptable. Y para que las verdades de fe y moral sean aceptables el cristianismo debe ser práctico y pastoral más que dogmático.

    http://catapulta.com.ar/?p=4361

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  2. El testimonio de A.C. Emmerich significa que esto viene ha varios siglos, en la linea masonil ilustrada racional de egos y de mundi, Paco1 JESUITAS tarado porteño catolicon clericalote HA CERRADO EL CIRCULO. THE END .

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  3. Si los cardenales son los que eligen y no el espiritu Santo¿Entonces practicamente desde antes de pio XII(incluido El)son papas herejes?Expliquen eso por favor por que esto produce confucion...

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    1. El planteo no es si son o no herejes sino la forma de elección. El Espíritu Santo asiste e inspira a los cardenales que pueden ser dóciles o no a dicha asistencia. La historia de la Iglesia está llena de intrigas palaciegas a la hora de elegir Papas. Es por eso que el cardenal Ratzinger, dijera en 1997 que “hay muchos Papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido”.
      Saludos en Cristo y María.

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  4. De acuerdo a lo que me responde podria decirse que Francisco es papa?...

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  5. Es Francisco Papa?

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    1. Decir si es o no Bergoglio Papa, es entrar en muchísimas especulaciones sin ninguna certeza. Lo cierto es que las circunstancias de la elección de heresiarca como las de la renuncia de B XVI, así como el hecho de estar vestidos (o disfrazados) ambos de blanco, no ayudan tampoco a dilucidar la cuestión. Pero aducir que hubieron contubernios para elegir a Bergoglio y pretender que eso es motivo de invalidez de la elección, es desconocer la historia de la Iglesia. Que los cardenales actúen por intereses "non sanctos", no implica que las elecciones sean inválidas e implicaría entrar en el terreno puramente especulativo ya que eso corresponde a las intenciones, respecto de las cuales nos está vedado juzgar.
      Ahora, si hubiera habido coacción en la renuncia, se podrían analizar otros escenarios. Sin embargo, eso también es algo respecto de lo cual sólo se puede especular, y de hecho los gestos del renunciante, de ninguna manera pueden hacer suponer ese panorama, sino que de hecho, muestran lo contrario.
      La situación no sólo es anómala sino nefasta, pero tenemos que esperar a ver como se resuelve ésto. Lo cierto es que la apostasía está en un punto álgido y difícilmente reversible.

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  6. Estimado Augusto: Cristo le dijo a Pilatos "No tendrías autoridad si no te la hubiera dado mi Padre". No sabemos las razones por la que Dios hace y permite algunas cosas, pero hay que saber que al Papa sí lo elige el Espíritu Santo, a través de los Cardenales. Si los que eligen son los Cardenales, el papado no existe ni existió jamás. Es todo un bulo. Las razones de juicio que tú das para fundar lo dicho, son razones humanas, pero Dios tiene caminos insondables. Toda esta historia que trae este libro es tristemente desacralizante, es una visión muy humana, de derecha pero muy humana. Hay muchas simplificaciones históricas, por ejemplo: los Cristeros nunca pudieron vencer, ni cerca, es como nosotros en Malvinas, EEUU no lo iba a permitir, iban a dar las armas y medios económicos para aplastar el levantamiento y se lo comunicaron al Vaticano. Todo es bastante más complejo. La idea de todo esto tira por tierra nuestra confianza en la Iglesia. Nada queda en pié. Es una tentación amarga y en eso, diabólica. Como verás, no estoy de acuerdo y ruego combatan tal estado de amargura. Te saludo en Cxto y María.

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    1. Nuestro querido y bien recordado Mons. Sanahuja me dijo en una oportunidad que tenía la "paciencia" llena de escuchar que a los Papas eran elegidos por el Espíritu Santo y no por los cardenales. Al respecto, ejemplificaba la situación con irreproducibles historias que no vienen al caso, pero en consonancia con lo que decía Ratzinger en la TV Bávara. El considerar que los cardenales eligen al candidato de Dios, implicaría que la libertad de los cardenales estaría absolutamente coartada. Otro tema es el poder concedido por Dios al elegido aún en las más extrañas circunstancias. Si quién recibe el poder de "apacentar las ovejas" se dedica a escandalizarlas y a descarriarlas, es un tema mucho más complejo, pero que también entra en la libertad del elegido. Y respecto al porqué y demás posibilidades y consecuencias en ese caso, me declaro absolutamente ignorante para emitir opinión definitiva al respecto. La autoridad de los reyes, como decía don Braulio en los artículos que publicamos, también venía de Dios y no todos actuaron en consecuencia.
      Respecto a la historia del libro, lo publicado son apenas extractos de la primera parte. Lo estoy leyendo (encontré sólo una versión en inglés online) y aborda mucho más exhaustivamente cada cuestión con la complejidad que las mismas merecen, y la información que vuelca, hasta el momento, cotejándola con otras que me tomé el trabajo de investigar, resulta más que coherente y hasta conducente. El resumen puede tener simplificaciones, el libro tiene especificaciones esclarecedoras. Lo de Maurrás y los Cristeros, merece ser leído del libro directamente.
      Y con respecto a la confianza en la Iglesia, viene una respetuosa pregunta ¿porqué considerar que el relato genera desconfianza en la Iglesia y sin embargo dudar del magisterio posconciliar sin caer en la misma? Es decir, cual es el criterio para desconfiar "de la iglesia" posconciliar o preconciliar. Y ésto hablando de forma impropia respecto de la Iglesia que no lo es posconciliar ni preconciliar sino la misma siempre a pesar del Mysterium Iniquitatis que Dios permite (esos caminos insondables o signos de los tiempos) tanto afuera como dentro de la misma. No veo la situación con amargura sino con profunda esperanza, y me cierran las ideas, ya que de pensar que todo lo bueno termina abruptamente con un concilio y sin más empieza todo lo malo sin ninguna gradualidad para llegar al mismo y a partír de él; significaría algo tan mágicamente espontaneo como muchas de las respuestas dadas por Darwin cuando su propia teoría caía en agujeros negros. Pero lo que creo que hay que confrontar en todo caso es la información, y de hacerlo, el móvil no puede ser otro que la búsqueda de la Verdad, aunque duela, y no justificar una postura en la que nos pudiéramos sentir cómodos en medio de tanta incomodidad. Por eso mismo, todos los argumentos que pudieras aportar en ese sentido, van a ser tenidos muy en cuenta no sólo en atención al aprecio y respeto que sinceramente te tengo, sino por el conocimiento y buen criterio que te reconozco. Nunca tuve problemas en reconocer cuando me dí cuenta de mis yerros, y así corregí y hasta eliminé entradas en ésta página.
      UN fuerte abrazo en Cristo y María Santísima.

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    2. Loscocodrilosdelfoso escribe: "los Cristeros nunca pudieron vencer". Es muy fácil hacer aseveraciones, pero sostenerlas con argumentos es otra cosa. Yo tuve la oportundad de platicar con algunas personas que participaron en el llamado ejército cristero así como con otras que en ese tiempo eran soldados federales. Es así que me he enterado de que el gobierno solía mentir a los soldados diciéndoles que iban a combatir a abigeos, asaltantes, violadores; si les hubiesen dicho la verdad -que combatirían a cristianos luchando por su religión- muchos habrían desertado, como no pocos lo hicieron cuando se dieron cuenta de la situación.

      El número de los cristeros iba en aumento, en tanto que el ejército federal apenas se mantenía.

      No puedo decir que los Cristeros estaban a punto de triunfar, pero sí que pudieron haberlo hecho si la guerra se prolongaba. Por ello fue el gobierno el que buscó un "arreglo", no los Cristeros.

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  7. Sr. Director del Blog,

    He leìdo este libro y creo que es erròneo sembrar la duda sobre el magisterio de Pìo XII como hace la autora al criticar la enciclica Mistici Corporis, sin fundamento alguno. Es más, la doctrina del Vaticano II modificò la doctrina de esa encìclica, pasando del est al subsistit, por lo que no puede indicàrsela como antecedente de los cambios.

    Que Pìo XII mantuviera relaciones diplomàticas (de eso se trata, y no de la amistad que ud refiere, jamàs se vieron personalmente) con quienes (aunque presuntamente masones) eran presidentes de USA en su época, es totalmente normal, como normal es que el Vaticano procuró siempre tener buenas relaciones con todos los Estados y sus presidentes, màs allà de distinto regìmenes polìticos. Al fin y al cabo, USA es un paìs donde el catolicismo es minorìa y crecìa significativamente con muchas conversiones en esa época. Ademàs, sin ser un estado catòlico, en esa epoca la Iglesia tenìa allí plena libertad como ya habìa reconocido Leon XIII antes y también Pio XI.

    Muy distinta era la situaciòn en la Alemania Nazi, donde hubo graves persecuciones a la Iglesia catòlica, y muchos sacerdotes y seglares en campos de concentraciòn. Lamentablemente ud,, tìpico nacionalista argentino, no lo dice, ya que siempre fueron y siguen siendo filonazis y partidarios de la victoria del Eje como el mismo Antonio Capponetto lo dijo al presentar el ùltimo libro de Iturralde.

    Decir que Pio XII querìa la victoria del comunismo es una injuria a la memoria de ese Papa, es desconocer e ignorar temerariamente lo que escribiò y enseñò.¿Por què no publica las enseñanzas de ese gran Papa en vez de hacerse eco de rumores insidiosos? Que Pío XII no haya "bendecido" la invasiòn de Rusia encabezada por el nazismo, y haya mantenido la neutralidad como correspondìa durante la 2a. guerra, no quiere decir que fuera procomunista. Es clarìsimo, y el Papa lo sabìa, que esa invasiòn fue una guerra de conquista y no de liberaciòn del comunismo, le generò nuevas simpatìas al comunismo, y su resultado fue el dominio comunista de casi medio mundo.

    Y que Pio XII ayudara a los judìos perseguidos por un regimen racista y neopagano fue un acto de caridad cristiana, no un cambio de doctrina. ¿Sabe ud. lo que es la caridad ? Nada tiene ver que con el filojudaismo de JPII y otros.

    ¿Cual es la prueba de que Pio XII despreciara a los catòlicos tradicionales? Ninguna. Todo lo contrario, fue realmente el ùltimo Papa tradicional antes de las innovaciones iniciadas con Juan XXIII.
    Otra vez a ud lo traiciona la estupidez del nacionalismo argentino, primero pro Eje y pronazi (contra el magisterio de Pio XI y Pio XII), despuès en su gran mayorìa aceptò el Vaticano II y la reforma litùrgica, incluso figuras eminentes como Meinvielle y Castellani, y los Capponetto. Ahora, relativizan todo, y tratan de sembrar dudas tambièn sobre lo anterior al Vaticano II, como el caso Pio XII y su época cuando ninguno de los errores que ahora se imponen se promulgaban como "magisterio" oficialmente.

    Saludos

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    1. Respecto al mote de filo-nazi, sabemos que el mundo moderno, ante cualquier intento de mostrar hechos históricos irrefutables, tienen como primera respuesta para eludir argumentaciones fácticas, esa contestación.
      Lea el libro y después refute si puede los hechos concretos. Los mismos están coincidentemente expuestos en el libro laudatorio de Pacelli, escrito por su médico y amigo personal de 30 años, RIccardo Galezzi-Lisi.
      Las cartas de Pio XII y Roosevelt y Truman se encuentran hasta en la página del gobierno de los EEUU, y los caballeros de Colón guardan una con orgullo progresista y que haría sonrojar a cualquier hombre de bien.
      Para refutar lo que se consideran estupideces, no hay que recurrir a sofismas, sino argumentar coherentemente.

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    2. De acuerdo con G Moreno en lo que respecta a Pio XII en cuanto magisterio seguro, como persona tenía algunas cosas modernas, es normal. Su antinazismo le venía por conocer el movimiento y fundamentalmente por el asunto Dolfuss (el asesinato del premier austríaco que era un católico en toda la regla y que estaba estabilizando Austria en un sistema al estilo portugués. Su muerte fue una traición de Hitler al Papa, siendo además un crimen imperdonable para forzar la anexión). No estoy de acuerdo en el "tono" del comentario, el nacionalismo argentino también tuvo muchos hombres que no fueron filonazis, que no aceptaron el Vaticano II, que respetan la doctrina de Pio XII. No hay que embolsar a todos y mucho menos considerarlos estúpidos. Pero en "macro", estoy con Moreno.

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  8. Estimado si no contara con tu buena disposición para la verdad ni hubiera aparecido. Se dice que los esquemas los hacen los inteligentes para uso de los simples. Y siempre dejan vacios. Y estamos hablando los dos con esquemas. Lo importante no es discutir y tratar de convencer sino escuchar y tratar de entender que tiene en la cabeza el otro.Con eso uno gana si el otro no es estúpido uno aprende una verdad o descarta un error. Como el tema que tratamos amerita unas carillas trataré de responderte por el Blog, y nos divertimos un rato, en la confianza de no perder el aprecio. Devuelvo el abrazo.

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  9. El tema de Dolfuss ya sirvió para una contestación el el blog de los Cocodrilos cuando era pertinente. Aquí el tema no es nazismo ni antinazismo, sino el origen de la revolución en la Iglesia. Y si tuviera que atenerme a esa contestación, mi pregunta sería ¿entonces hacía bien el Papa en apoyar a la judeo-masonería angloyancófila? Respecto del comentario final, que definitivamente nos acusa de filonazis, argumentando que hay otros nacionalistas que no lo son, no sólo me parece desafortunado sino simplista, argumentando ad hóminem, y omitiendo la cuestión de fondo que es realmente el origen (no mágico ni espontaneo) de la crisis en la Iglesia.

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