San Juan Bautista

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lunes, 27 de noviembre de 2017

Francisco: “Alguien podría pensar, 'Este Papa es Hereje' ... por decir que ¡Judas Iscariote podría haberse salvado!”


Todos sabemos que el Papa Francisco dice las cosas más desagradables cuando da un discurso guionado, pero no tiene precio cuando habla espontáneamente, sin preparación, porque es entonces cuando su mente anticatólica se revela con mayor sinceridad.

El canal italiano de televisión Novus Ordo TV 2000 estuvo transmitiendo un programa llamado Padre Nostro (“Nuestro Padre”), reflexionado sobre la oración cristiana del Padrenuestro nada menos que con Su Santidad, el Sr. Jorge Bergoglio. Esta conversaciones ahora se han publicado como libro, Quando Pregate Dite Padre Nostro  (“Cuando oren, digan: Padre nuestro”), y el italiano Corriere della Sera acaba de publicar un extracto del mismo. Un blogger de Aleteia ha proporcionado una traducción y contiene bombas explosivas:

El Papa compartió su contemplación sobre el verdadero sentimiento de la vergüenza. Lo hizo poniendo su atención en los destinos de tres personajes bíblicos de la Pasión de Cristo: Pedro, el apóstol que niega tres veces a Jesús y llora su vergüenza “amargamente”; el buen ladrón que se “avergüenza de estar crucificado al lado de un inocente” y el apóstol que entregó a Jesús.

El tercer caso, “el que más me conmueve, es la vergüenza de Judas”, dijo el “Papa”

"Judas es un personaje difícil de entender, ha habido tantas interpretaciones de su personalidad. Al final, sin embargo, cuando ve lo que ha hecho, se dirige a los ‘justos’, a los sacerdotes: ‘He pecado: he entregado a la muerte a un inocente’. Ellos le responden: ‘¿Qué nos importa eso a nosotros? Es asunto tuyo’ (Mateo 27: 3-10). Entonces él se va con la culpa que lo asfixia.

“Pero, hay una cosa que me hace pensar que la historia de Judas no termina allí ... Tal vez alguien podría pensar, 'este Papa es un hereje ...' Vayan a ver un capitel medieval en la basílica de Santa María Magdalena en Vézelay, Borgoña”, expresó.”, dijo.

El Sucesor de Pedro recuerda que los hombres de la Edad Media enseñaban el Evangelio a través de esculturas y pinturas. “En ese capitel, por un lado está ahorcado Judas, pero por el otro está el Buen Pastor que lo carga sobre sus hombros y se lo lleva consigo”.

Reveló que tiene una fotografía de ese capital de dos partes detrás de su escritorio, porque lo ayuda a meditar. Hay una sonrisa en los labios del Buen Pastor, que no digo que sea irónica, sino un poco cómplice, describió.

“Hay muchas maneras de avergonzarse; la desesperación es una, pero debemos tratar de ayudar a las personas desesperadas a encontrar el verdadero camino de la vergüenza, y que no recorran la vía que acabó con Judas.”

Estos tres personajes en la pasión de Jesús me ayudan mucho. La vergüenza es una gracia, dijo el Papa.




No debería sorprender que la única figura pecaminosa en la Pasión de Cristo por la que Francisco tiene más compasión, perdón, “lo conmueva” más, sea la del Traidor.

La secta Novus Ordo tiene una historia de amor con Judas Iscariote, y esto no es por accidente. El caso de Judas molesta en su desfile de la salvación universal (“todos serán salvos”), porque Judas es el único individuo específico que el Nuevo Testamento revela que está entre los condenados. En cierto sentido, entonces, Judas encarna lo que la Secta Novus Ordo quiere borrar totalmente de su conciencia: la realidad del castigo eterno de los malvados en el infierno.

El mismo diablo han relegado con éxito al estado de un mito tonto, un personaje de dibujos animados con una horquilla que nadie debe temer. El Superior General de los jesuitas, el “Padre” Arturo Sosa, recientemente declaró explícitamente que Satanás es solo un símbolo del mal, algo por lo que Francisco, por lo demás tan hablador, por supuesto, no lo criticó, en lo más mínimo.

Esta no es la primera vez que Francis se expresa a favor de la idea de que Judas Iscariote, después de todo, pudo haberse salvado. Por ejemplo, en una entrevista publicada en el Die Zeit alemán en marzo de este año, Francisco insinuó que Judas podría no estar en el infierno, ya que, aunque no pidió perdón, sin embargo se   “arrepintió”. Desafortunadamente, el apóstata argentino olvidó mencionar que el arrepentimiento de Judas no fue de tipo sobrenatural (contrición) y, por lo tanto, no fue capaz de procurarle el perdón. El Iscariote estaba avergonzado y apesadumbrado por lo que había hecho, es cierto, pero murió desesperado, quitándose la vida: “ahorcándose, cayó de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron.” (Hechos 1: 18; ver Mt 27: 5).

En defensa de su tesis, Francisco se refiere a una imagen esculpida en la columna de una basílica medieval francesa que muestra a Judas colgado por un lado y al Buen Pastor que supuestamente lo llevaba, por el otro. Él ya había hecho referencia a esto antes, en un discurso en San Juan de Letrán el 16 de junio de 2016 , donde también habló sobre Judas en el contexto de no juzgar . (Aquí se puede ver un video sobre esto en italiano). La descripción que Francisco tiene en mente es esta:


Es evidente que la figura de la izquierda es Judas Iscariote. ¿Pero qué vemos a la derecha? Si insistimos en una conexión con Judas, entonces todo lo que podemos decir es que alguien está llevando el cuerpo de Judas. El hombre que lo hace no tiene ninguna similitud con ninguna otra representación de Cristo, y no lleva el bastón de pastor. Simplemente es Francisco el   que dice que es el Buen Pastor.
Otra rareza es la afirmación de Francisco de que el "Buen Pastor sonrie. ¿Realemente? No se ve que sea así. Y lo peor, es que Bergoglio dice que esta sonrisa es "un poco cómplice", ¿cómplice de qué? Solo hay una posibilidad: ¡cómplice del crimen de Judas de traicionarlo! ¡Esta es otra blasfemia contra nuestro Divino Redentor! Para Francis, sin embargo, esto no es más que un desafío para el curso.

¿Pero realmente sabemos que Judas está en el infierno? ¿Podemos estar seguros?
Nosotros sí podemos. A este respecto, repasemos la evidencia, parte de ella de los labios sagrados de nuestro Señor mismo:

Porque el Hijo del Hombre se va tal y como está escrito de Él; pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Mas le valiera no haber nacido. (Mc 14:21)

Mientras estaba con ellos, los guardé en tu nombre. Los que me diste, yo los guardé; y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que se cumpla la escritura. (Jn 17:12)

Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál escoges de estos dos, 25 Para que tome el oficio de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por transgresión, para irse a su lugar. (Hechos 1: 24-25)


Así vemos que divinamente se revela que Judas Iscariote está en el infierno, y que su duda o negación constituye una herejía. Entonces, Francisco tiene razón al temer que algunas personas puedan creer que es un hereje por dudar de que Judas esté condenado. Él es un tipo bastante astuto, ¿no?

El Magisterio Católico, por supuesto, también ha hablado sobre el destino del Traidor:

Algunos se sienten atraídos por el sacerdocio por la ambición y el amor a los honores; mientras que hay otros que desean ser ordenados simplemente para que puedan abundar en riquezas, como lo prueba el hecho de que a menos que se les confiriera algún beneficio rico, no soñarían con recibir las Ordenes Sagradas. Es a estos que nuestro Salvador describe como mercenarios, a quienes, en palabras de Ezechiel, se alimentan a sí mismos y no a las ovejas, y cuya bajeza y deshonestidad no solo ha traído gran deshonra al estado eclesiástico, tanto es así que casi nada es ahora más vil y despreciable a los ojos de los fieles, pero también terminan en esto, que no obtienen ningún otro fruto de su sacerdocio que el derivado a Judas del Apostolado, que solo le trajo la destrucción eterna.

(Catecismo del Concilio de Trento , "Los Sacramentos: Ordenes Sagradas" ; subrayado agregado)


Judas, un apóstol de Cristo, “uno de los doce”, como tristemente observan los evangelistas, fue llevado al abismo de la iniquidad precisamente por el espíritu de codicia de las cosas terrenales.

(Papa Pius XI, Encíclica Ad Catholici Sacredotii, n. 49)


Sea lo que sea lo que esa columna en la Basílica de Santa María Magdalena en Vézelay pueda estar representando, ciertamente no está sobre la Revelación Divina o el Magisterio Católico. ¡Pero es increíble ver lo rápido que Francis puede descubrir la Edad Media!

Francisco se ha revelado una vez más como hereje y blasfemo, ¡verdadero miembro de la Sociedad de Judas!





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viernes, 24 de noviembre de 2017

SAN JUAN - Antonio Caponnetto



  Algunos están señalando culpables, y los hay. Desde hace largas décadas venimos asistiendo a un proceso inexorable cuanto cruel, de inmovilización y desmovilización de las Fuerzas Armadas Argentinas.


  No les han ahorrado agravios, ultrajes, vejámenes, hostilizaciones físicas y espirituales. No se las ha dejado de injuriar y de presentarlas a las nuevas generaciones como un hato brutal de genocidas.


  La prisión retiene a muchos que deberían ser tenidos por héroes, y de la libertad hacen gala el grueso de los enemigos de Dios y de la Patria.


  El menosprecio, claro, les ha ensuciado el alma y es lo más grave. Pero les ha enfermado la materia, que hoy significa el derrumbe de sus armamentos, y la dolorosa patencia de constatar nuestra poca valía física.


  Tanta, que ante dramas como el del hundimiento del Submarino San Juan, rogamos el auxilio a los mismos que asesinaron ayer a los nuestros en la gran batalla del Atlántico Sur. Y no lo llamamos menoscabo a la soberanía sino solidaridad internacionalista. ¡Cuántas malditas elipsis van y vienen, sustituyendo a la palabra veraz que defina como un tajo!


  No son exculpables de este drama las empinadas cúpulas castrenses, cómplices de aquellos precitados enemigos; pero peor aún: verdugos de sus propios camaradas.


  Le entregaron sus fueros, sus galones, sus heridas, sus años de servicio; y al final los dejaron morir entre herrumbres, ante el gozo caínico de los cernícalos marxistas.


  Mucho menos son exculpables los políticos, desde un mediano antaño hasta el reciente hogaño. Si sus nombres no damos es porque todos tienen el mismo y excecrable nombre: democracia.


  A otros, que culpas no mentan, se les ha dado por comparaciones que tienen su asidero. La más certera: tener en vilo a una sociedad por un desaparecido ficto, que apareció al fin para exhibir la nadidad crapulosa de su talla de anarquista blasfemo, y que no guarde proporción alguna ese vivir con el corazón en vilo por los que hasta hoy son una cuarentena larga de desaparecidos reales y honorables. Subleva tanta inequidad manifiesta.


  No negamos las razones de los unos y los otros que aquí quedan retratados. Si sirviera para algo, les llegue nuestro apoyo.


  Sálvese no obstante un desacuerdo que no es de poca monta: la palabra justiciera que castigue a los infames, cargada de pasión y de vehemencia, no puede ser sinónimo de coprolalia, de exabruptalidad y de guturalidad.


  Esta moda malsana no vuelve más eficaz nuestra santa ira. La vulgariza y la destina al olvido.


  Se preguntaba Hölderlin para qué los poetas en tiempos de angustia. Ellos –dice el germano- son semejantes a los sacerdotes del dios de las viñas, que en las noches sagradas andan de un lagar al otro custodiando las semillas y las siembras. Ellos nos sirven de testigos mientras llegue la hora en que aparezcan muchos héroes, crecidos en la cuna del bronce. A menudo, un frágil navío no puede contenerlos, pero después la vida no es sino soñar con ellos. Porque es mejor soñar con los héroes, que vivir sin ellos y en constante espera.


  Sería pertinente recordar estas enseñanzas a los que ahora no cesan de rezumar rencores, resentimientos y angustias sin horizontes sobrenaturales. A los que ahora no cesan su verborrea vacua y huera de todo horizonte sobrenatural y trascendente.


  Stella Maris permita que estén vivos. Pero si los tripulantes del Submarino San Juan han muerto, su sangre no fue vanamente derramada.


  Brotará al unísono, como la voz imprecante e impetrante de un nuevo Jonás, para espetarle al rostro de la ciudad apóstata y crepuscular, que no se puede vivir sin héroes y sin santos. Que no se debe vivir sustituyendo a aquéllos por los paródicos próceres del espectáculo, y escupiendo a los otros en nombre del secularismo.


  Sin duda emergerá del mar esa sangre inocente para limpiar tanta hediondez política, tanta falsedad histórica, tanto orgullo nefando por la contranataura; tanto pacifismo budista y tanto veneno cultural y espiritual desparramado a mansalva.


  Si nuestros pastores fueran católicos; ya mismo, y en comunión con el Pontífice –que se supone que aún recuerda que nació en estos lares y que fue bautizado en la Fe Verdadera- deberían repetir sin pérdida de tiempo una antiquísima costumbre de la España Medieval, que fue costumbre también de otras patrias cristianas.


  Ante situaciones como las que estamos padeciendo se exorcizaba el océano furioso, acción litúrgica que hacían solemnemente delante de los marinos todos, formados marcialmente cual peregrinos épicos, recitando precisamente el Prólogo del Evangelio de SAN JUAN. Y a continuación, esa brava marinería, arrojaba reliquias veneradas a las olas.


  A ver si hay un capellán católico e hispanocriollo en estos lares, que nos convoque a esta acción urgente y urgida. Allí estaremos entonces. Junto a los familiares, los deudos, los que aguardan sin arriar la esperanza, y los que ya han anclado la esperanza en la proa celeste. Allí estaremos, bandera azul y blanca enarbolada, Cruz en alto.


  Porque es mejor exorcizar el océano que confiar en la tecnología de los gringos hipócritas. Y es más eficaz aún que toda la parafernalia de la tierra, el entonar a coro, junto a los mojones de un puerto trinitario, las estrofas imbatibles e invictas del Salve Regina.




Antonio Caponnetto



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lunes, 13 de noviembre de 2017

Los Judíos y las naciones – Samuel Roth


Los judíos siempre crean problemas

Con ese invisible muro (más formidable que la Gran Muralla de China, que al menos puede verse a simple vista) erigido a su alrededor, los judíos marcharon hacia el norte, el este y el oeste. En una época u otra, han tenido problemas en casi cada región de lo que hoy día es el mundo civilizado.

Inglaterra, que fue uno de los primeros países europeos que los judíos adoptaron como hogar, los expulsó en bloque, precipitadamente en el año 1290. El expulsarlos fue un gran sacrificio para Eduardo I, porque los judíos le prestaban dinero a un interés mucho más bajo que el que le pedían los banqueros italianos de la Lombardía. Pero esa era la manera de actuar los judíos: al rey de Inglaterra no le pedían casi nada por el dinero que le prestaban... para que cuando el resto del pueblo se le quejara de la dureza de corazón de los judíos, tuviera motivos para cerrar los oídos a sus lamentos.
Pero, sencillamente, llega un momento en que las protestas, incluso del más servil populacho, ya no pueden ser ignoradas impunemente por un rey.

Eduardo I lo sabía, y cuando se dio cuenta de que la paciencia de Inglaterra estaba al límite, firmó el famoso edicto. La población de Britania se sintió tan agradecida hacia él por el edicto, que incluso los campesinos (a los cuales los judíos nunca habían fiado dinero) contribuyeron a una suscripción popular de dinero que obsequiaron a su rey, la cual le hizo innecesario tener que pedir dinero prestado nunca más. Esta expulsión de Eduardo I, de unos catorce mil judíos a través del canal inglés, estableció una moda que fue rápidamente imitada por Italia, España, Portugal, Francia y Alemania.

La marea de la inmigración se dirigió ahora hacia el este -hacia Polonia, Rusia y otras
naciones eslavas-. Pero con la misma seguridad con la que les había seguido a todas partes, el odio a los judíos también se desarrolló en Polonia y en Rusia. Durante la última parte del siglo 19 y los primeros años del 20 hemos sido testigos de cómo el virulento antisemitismo del Oeste resurgía en el Este, donde los pogromos y boicots eran comparables a las infernales torturas de la Inquisición.

Francia, que expulsó a los judíos en el siglo 13 y los readmitió en el 15, estalló en el épico caso Dreyfus, justamente cuando Rusia multiplicaba los pogromos.

En Alemania, que nunca había tomado ninguna acción tajante contra los judíos, se ha
desencadenado de repente tal actividad antisemita, que bien pudiera destruirse a sí misma en su agonía.


El antisemitismo: un instinto vital innato

En los siguientes capítulos de este libro me ocuparé una por una de las causas del
antisemitismo, tanto de las causas pretendidas como de las reales. En este momento sólo deseo reafirmarme en el hecho de que el antisemitismo es tan instintivo que podría llamársele con razón uno de los instintos primarios de la humanidad, uno de los importantes instintos mediante los cuales una raza se ayuda a protegerse contra la destrucción total. Todo el énfasis que ponga en éste punto nunca será suficiente.

El antisemitismo no es, como los judíos pretenden hacer creer al mundo, un prejuicio activo.

Es un instinto profundamente oculto con el que nace todo el mundo. Los hombres
permanecen inconscientes de él, como ocurre con todos los demás instintos de
autoconservación, hasta que ocurre algo que lo despierta. Al igual que cuando algo vuela en dirección a tus ojos, los párpados se cierran instantáneamente por sí solos, así de rápido e inevitable se despierta en los hombres el instinto del antisemitismo.
Si fuera verdad, como claman los judíos, que los gentiles atacan violentamente a los judíos por simples prejuicios contra su religión, o por envidia hacia su superior talento comercial, ¿cómo podría ser, para empezar, que los judíos consiguieran entrar en ningún país civilizado?

¿Acaso no han sido siempre admitidos los judíos, desde tiempo inmemorial, libremente, amablemente, casi felizmente, por todas las naciones a cuyas puertas han llamado para solicitar ser admitidos? La historia de los judíos, tal como ellos mismos la han escrito, siempre llegaba antes que ellos, divulgándose a través de los pueblos extranjeros y evocando en sus mentes curiosidad y piedad. ¿Es que los judíos han tenido alguna vez que solicitar a un país que les admita -la primera vez que llegaron?
Lee por tí mismo la historia de los avances de la judería por toda Europa y América. Allá donde llegaban eran bienvenidos, se les permitía asentarse, y unirse a los asuntos generales de la comunidad. Pero, una a una, las industrias del país les cerraban sus puertas a causa de sus prácticas desleales... hasta que, al ser ya imposible controlar ni contener por mas tiempo la ira del pueblo traicionado, aparece la violencia e, invariablemente, la ignominiosa expulsión del país de toda la raza en bloque. No existe ni un solo caso en el que los judíos no se hayan merecido con toda la justicia el amargo fruto de la furia de sus perseguidores.

Excepto, quizá, lo que está sucediendo hoy día en Alemania. Pero ya trataré de ese asunto en el lugar apropiado.


El antisemitismo en diversos países

En los países europeos en los que los judíos no han sido reducidos a un estatus de ciudadanía de segundo grado (como los 'negros' [negroes] en el sur), el sentimiento antijudío está aumentando rápidamente y encamina decididamente las cosas en esa dirección.

En Rumania y en Austria se producen constantes violencias callejeras contra los judíos.
En Inglaterra y Francia la influencia de los judíos, en la política, los negocios y las
profesiones liberales, ha creado una atmósfera tan sofocante para los nativos que en estos países ha surgido toda una prensa cuyo único objetivo es abogar por otra expulsión de los judíos, que esta vez sea permanente. Hablando de prensa, no creo que exista ni un solo periódico en Europa que sea amistoso con los judíos.

Incluso en América, la más paciente de todas las naciones occidentales, las cosas están
llegando a un punto crítico. No es ningún secreto que las leyes de restricción de la
inmigración que fueron aprobadas hace una generación estaban dirigidas principalmente contra los judíos. Industria tras industria ha tomado medidas para excluir como empleados a los judíos. La población civil se está acalorando contra los abusos de los doctores y abogados judíos. Hay mala sangre en el ojo del Tío Sam cuando mira al otro rincón del ring, al sonriente y gordinflón Tío Moisés.

--Solo un combate de esgrima --dice Tío Moisés tranquilizadoramente.
--¡Y una mierda, combate de esgrima! --gruñe el Tío Sam--. Ésto es un duelo a muerte.
Es exactamente la postura de un Faraón de Egipto, que una vez razonó: [NdT: Éxodo 1.9-10]
«Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es demasiado numeroso y demasiado fuerte para nosotros; ocupémonos prudentemente de ellos, no sea que se multipliquen, y venga a pasar que cuando nos acontezca alguna guerra, se unan también a nuestros enemigos y luchen contra nosotros, y huyan fuera del país».

Se ha convertido en el razonamiento de todos los reyes y Congresos de cada país invadido por el pueblo judío. Nunca ha cambiado, porque la naturaleza de los judíos no ha sufrido ningún cambio razonable. Seguimos siendo la semilla de Abraham, Isaac y Jacob. Llegamos a las naciones fingiendo estar escapando de la persecución, nosotros, que somos los más letales perseguidores de todos los desdichados anales de la humanidad.

Apión, en sus malévolas y mentirosas soflamas contra los judíos, intentó propalar la infamia de que los judíos eran leprosos, y que, en vez de escapar de Egipto, en realidad los echaron de allí a patadas. Probablemente Apión era un gran mentiroso, como cualquier rabino de Alejandría de su tiempo. No hay ninguna razón para creer que los judíos fueran menos saludables que cualquier otro pueblo de nómadas de los páramos de Asia o África, que tuvieran la higiénica sagacidad de peinarse finamente el pelo al menos una vez cada dos semanas.


Los judíos, violadores de naciones

Pero recuerdo, en relación con esto, la brillante teoría de Franz Oppenheimer relativa a la formación de los estados. En los comienzos, razona, hay dos tipos de comunidades a partir de las cuales evoluciona el estado: los pacíficos y desregulados labradores del suelo, que pueden compararse colectivamente con los órganos femeninos pasivos; y las bandas de merodeadores errantes cuyo único medio de vida es caer sobre uno o más de estos asentamientos pacíficos, esclavizarlos y comercializar sus talentos y trabajos. Este segundo tipo de comunidad lo comparaba con los machos. Cuando éstos dos se encuentran, y uno penetra al otro, prosigue la teoría, tiene lugar la concepción, y se produce el feliz acontecimiento: el nacimiento de un nuevo estado.

La nación judía, por cierto, que constituye una de esas comunidades que Franz Oppenheimer designa como el órgano masculino. El órgano está en constante funcionamiento, y puede contarse con sus servicios en cualquier momento, a sus horas o a deshoras. Pero hay un grave problema. Él órgano está enfermo. La enfermedad es una especie de gonorrea moral conocida como judaísmo y que, por desgracia, parece ser incurable. Los resultados de tal apareamiento, como le diría cualquier buen doctor, son invariablemente insanos y traicioneros.

Si tiene dudas sobre ello, eche una mirada a cualquier país de Europa afectado por la
enfermedad judía. Si necesita más para acabar de convencerse, eche una mirada a lo que está sucediendo en América.

Samuel Roth “Los judíos deben vivir” Pags. 51-54

Descargar el libro Aquí
  

Una "foto de jeta" (ficha policial) de Roth
  
Nota del Editor: Samuel Roth fue un polémico escritor, editor y pornógrafo judeoamericano de origen ruso censurado por su explicita posición ante la sexualidad occidental de su época. También fue durante mucho tiempo un paria en el mundo literario por dedicarse a la piratería literaria y publicar libros pornográficos y sin censura alguna, por ser un iconoclasta de la moral llego a pasar varios años en prisión.

De acuerdo con Wikipedia, el desplome de Wall Street de 1929, llevo a Samuel Roth a enojarse profundamente con sus congéneres porque lo estafaban y arruinaban y escribir este libro que se ha catalogado de “auto-odio étnico”. Una vergüenza para la familia y para el propio escritor, que lo llevo a arrepentirse, renegar del libro y luego retirarlo, en una reimpresión de 1964, 5 capítulos fueron misteriosamente omitidos, y con recortes de texto en el capítulo 4.


Enviado por Santiago Mondino



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lunes, 6 de noviembre de 2017

El pecado de la democracia – Augusto TorchSon


  Casi inevitablemente la humanidad toda sigue esperando y confiando en que la solución a la anarquía global actual provenga del consenso. Consenso que podría pretenderse prudente y razonado, científico incluso, por el cual progresivamente se vayan realizando pequeños logros, a fin de que, al cabo de unas cuantas generaciones, la sociedad vaya reencaminándose hacia verdaderas políticas promotoras del bien común. Así, incluso entre quienes se dicen antidemocráticos, se busca ganar espacios en el sistema que dicen combatir, para ir corrigiendo y mejorando el mismo, y hasta llegar a reemplazarlo, por medio de la paciente acción de los que, según manifiestan, están dispuestos a “sacrificarse” participando en el sistema partidocrático con el objeto empezar a trabajar por ese supuesto bien futuro. Resulta entonces que el ideal de consenso está dado por la opinión mayoritaria y no por la verdad misma.

  Respecto de los que pensamos que la democracia es simplemente una estrategia de dominación de las masas, sostenida en la ficticia idea de que el pueblo sufragante participa de alguna manera en el gobierno poniendo un papel en una urna; nos resulta claro que la propuesta de la sola búsqueda de un supuesto bienestar material que impulsa la democracia, necesariamente redunda en detrimento de lo espiritual, y esa omisión siempre termina en el caos.

 Decimos supuesto bienestar material porque como se observa en los hechos, el mismo es alcanzado por unos pocos que son los que quieren y tienen la oportunidad de transigir con los pérfidos poderes terrenos.

El razonar de esa manera, nos lleva a ser considerados verdaderos amargados, pesimistas, faltos de “cintura política”, y hasta de realismo, cómo si la única forma posible de solución a los problemas de las naciones, fuera perfeccionar un sistema que se conoce y se demuestra absolutamente corrupto. De la insistencia en la práctica de un mal sistema no puede nunca razonablemente esperarse un bien. A las pruebas nos remitimos cuando vemos que se cree que los problemas generados por la democracia se curan con más democracia y sólo es cuestión de insistir hasta llegar, aunque sea por obra del azar en alguna oportunidad a elegir bien, o lo que es más ridículo, conseguir la madurez del pueblo al que la misma democracia se encarga de pervertir.
Entonces, la idea es mejorar un sistema perverso, pero nunca osar cambiarlo, ya que dicha propuesta se considera subversiva y revolucionario, cuando lo verdaderamente revolucionario es la absolutista democracia judeo-masónica instalada con pretendida vocación de perpetuidad en el mundo entero.

  De ahí que siempre se busquen las soluciones a los problemas de las naciones en los ministros de economía, los de producción o de relaciones exteriores, cuando el problema real es la falta de valores en el hombre democrático, es decir, termina siendo el verdadero problema el espiritual y no el material, aspecto éste último que es el único al que la democracia pretende atender.

  La moralidad de los ciudadanos en la democracia es algo considerado solamente como “acto privado, dejado al juicio de Dios”, y es por eso que los gobiernos de mundo entero, estimulados y financiados por los tentáculos de ese monstruo internacionalista judaico que es la ONU, promueven la necesidad de la educación para el nuevo mileno en la imagen del hombre desprovisto de los condicionamientos de las fronteras, las identidades culturales y sobre todo de las religiones, para buscar solamente la fraternidad universal. Hasta se les puso un nombre para hacerlo atractivo a los jóvenes y así identificar a los cultores esta ideología promotora de la emancipación de la creatura de su Creador; se les llama: “Millenial”. Hasta el presidente argentino Macri hizo el ridículo al lucir ese look juvenil millenial en el evento “Global Citizen” que promueve estos “valores” para la humanidad. Así se habla de la importancia del respeto a las elecciones de los demás, respeto que termina alcanzando a las más perversas de las conductas las que tienen como único límite el realizarse de común acuerdo (consensualmente) o privadamente. La democracia entonces es la gran propiciadora de esos pretendidos derechos, y aunque se mencionen supuestos respectivos deberes, no es esto más que un eufemismo para encubrir lo disolvente para la sociedad de estas conductas. Indudable resulta entonces que a un drogadicto o a un alcohólico no pueden exigírseles actos responsables, como de un sodomita o pedófilo no pueden esperarse conductas de nobleza cuando no pueden controlar sus propias torcidas conductas. Entonces del respeto de conductas viciosas, se espera que surjan sociedades virtuosas en otro de los falsos paradigmas democráticos. Esta es la consecuencia lógica de la búsqueda de bienestar material con absoluta prescindencia del espiritual. 


  Lo cierto es que, mientras se excluya a Dios de las naciones, y de las instituciones sociales, empezando por la familia; el resultado no puede ser otro que el desorden hoy imperante en el mundo entero. La omisión de la creatura en buscar su sostén en su Creador solo genera anarquía. Y al hablar de Creador, nos referimos al único Dios verdadero que es el Católico, por más que al Obispo de Roma Bergoglio no sólo le moleste el término sino que hasta considere inexistente a ese Dios para favorecer la ideología sincretista democrática que respeta hasta la posibilidad de considerar dios a quien no lo es. Lo grave en ese sentido es que la misma democracia termina adquiriendo carácter religioso y así promueve la libertad para cambiar de religión y hasta despojarse de ella, pero nunca para proponer un cambio de régimen.

  Son claras las connotaciones teológicas señaladas por León XIII como erróneas en aceptar la soberanía popular, pilar en la que se asientan los regímenes democráticos modernos. Así el poder no desciende de Dios, sino que asciende desde el pueblo, divinizando a éste y relativizando a Aquel.

  Y lamentablemente en la Iglesia desde Pio XII hasta aquí, se viene promoviendo y apoyando a ese sistema haciendo aclaraciones que resultan utópicas como el salvar la doctrina católica del origen y ejercicio del poder, encontrando o buscando bondades que el régimen no tiene ni puede llegar a tener, y con las cuales enmascara su verdadero y perverso propósito.

  Los arquitectos del mundo trabajan incansablemente para hacer del hombre moderno un ser absolutamente materialista. Entonces la idea democrática se impone hasta en la Iglesia en la búsqueda primera de la satisfacción de necesidades terrenas. En ese sentido el Obispo de Roma Bergoglio en su viaje a las libertinas playas de Rio de Janeiro sostuvo que no le importaba quién eduque a los niños, si protestantes, judíos, musulmanes o ateos, lo importante era que lo eduquen y le quiten el hambre. Y esa educación sin Dios y ese desprecio por la cita de Nuestro Señor en el desierto respecto de que “No sólo de pan vive el hombre…” (Mt.4, 4), son en consonancia con las ideas de la religión democrática.

  Es así como queda expuesto el principal y más diabólico pecado de la democracia, el buscar el orden con prescindencia del Supremo Ordenador, el buscar las añadiduras antes que el Reino y la Justicia.

  Y sabiendo que si no cambia el hombre difícilmente puedan cambiar las sociedades, la clave entonces está en la cita bíblica: “desnudaros del hombre viejo para hacer morir el hombre viejo, según el cual habéis vivido en vuestra vida pasada, el cual se vicia siguiendo los deseos del error. Renovaos, pues en el espíritu de vuestra mente y revestíos del hombre nuevo que ha sido creado conforme a Dios en justicia y en la santidad de la verdad” (Ef.4, 22-24).

  Dejemos entonces de justificarnos sosteniendo hacer lo que se puede buscando hacer lo que se debe en vez de seguir adaptándonos siempre al sistema. Los tiempos que corren al hacerse cada día más asfixiantes para quienes queremos trabajar por una sociedad justa y sana, preanuncian al hombre de fe la proximidad de la redención, por lo que la esperanza tiene que estar puesta en el Redentor de la humanidad y no en el progreso indefinido del sistema democrático. Dios no miente, y la radicalidad evangélica no es fanatismo sino el único camino a la salvación. Ningún sacrificio es poco ante tan grande recompensa, y así fuimos advertidos: “el que ama su vida, la perderá; más el que aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna” (Jn.12, 25).


Augusto


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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Julio de Vido: Medievalista, Vate y Exégeta – Antonio Caponnetto




     Los grandes medios dieron a conocer en el último día de octubre una Epístola de Julio De Vido, a quien su proverbial colombofilia se le transformó en una tragicómica paradoja: la de acabar como vulgar pajarraco tras las rejas de una jaula cualquiera.


     La misiva tiene alpiste, si se nos permite el tropo; y está titulada “La mano en el fuego”, no tanto como mención al elemento fundante de El Oscuro de Efeso sino a la deslealtad de La Potranca de Tolosa.


     Quedará para expertos de toda índole comentar los párrafos de la magna esquela devidiana.


     Principalmente aquellos en los que el autor sostiene el carácter injusto de su prisión. Aserto que estamos prontos a suscribir, pues no es la celda sino el paredón el destino más equitativo para sujetos de esta laya; y mucho más aún, para sus mandantes y mandanta; la cual, si tuvieran un gramo de honor, debería presentarse voluntariamente arrestada ante el Servicio Penitenciario, aduciendo que la elemental regla de la decencia y de la responsabilidad consiste en hacerse cargo los superiores de las que juzgan indebidas afrentas para sus subordinados. Lo que se deduce en cambio es que, o no hay agravio en la captura del dependiente, o no hay honor en la jefa. O esto es un sálvese quien pueda, mientras podamos.


     Quedará también para los juristas de nota analizar las quejumbrosas victimizaciones que dice padecer el palomo, como la del circo mediático judicial montado a su alrededor, o la de ir a parar a oscura bartolina sin condena previa. “Pregúntenmelo a mí”, dice Julius. Y se lo preguntamos nomás; pero no en referencia a su destino de hampón sino al de los centenares y centenares de militares cautivos, a quienes –siendo él poder político- no se les ahorró circo, arbitrariedad, desafuero, crueldad refinada, ilegalidad manifiesta y, al fin, la desolada muerte.


     Mas no nos ocuparíamos de estas endechas julias en pleno octubre, si las mismas no incursionaran en altas esferas humanísticas, que nos obligan a meditar sobre la inequidad de mantener recluso a un letrado de valía tan empinada.


     Dice Julio principiando la misiva, que “la mano en el fuego es un viejo refrán, tan antiguo como la Edad Media, propio del Tribunal de la Inquisición”. Y sus afanes republicanos acrecen a medida que constata que su ayer nomás empleadora no está dispuesta a asumirlo como propio en defensa de su impoluta gestión.


     Lamentamos decirle al Docto del Pabellón 3 que aquella frase hizo célebre la valentía y la heroica resistencia de Mucio Escévola, joven patricio del siglo VI A.C, que desafiando las amenazas de torturas indecibles ordenadas por el tirano Porsenna, ya caídos del trono los Tarquinos, colocó voluntariamente su mano diestra en el brasero de sacrificio, hasta mutilársela, sin proferir gemido alguno; jurando que esa misma capacidad sufriente y oblativa la tendrían todos los soldados romanos enfrentados a la abyección. Precisamente en nombre de todos ellos ponía él su mano en la devoradora fogata. Lo cuenta Tito Livio en las Décadas (II,11), y Dionisio de Halicarnaso en Antigüedades Romanas (V,35); para que el mundo sepa que no es lo mismo quedar manco como el príncipe Mucio que cual motonauta Scioli. No es lo mismo ser inmortalizado por la paleta de Romanelli, en el Palacio del Louvre, que por una selfie en La Ñata.


     Agrega el avechucho – superando ya toda gala de sapiencia y maestría- que “en realidad yo no conozco a nadie, y usted lector seguramente tampoco, que ponga las manos en el fuego y no se queme; créame que Antonio Torquemada (el máximo impulsor de la Inquisicion) tampoco”. Lamentamos decirle que el insigne fraile dominico Torquemada –quien vivió virtuosamente y murió en olor de santidad- no se llamaba Antonio sino Tomás, y que si bien no tiene el mérito de haber sido el máximo impulsor del Tribunal de la Santa Inquisición, fue sí uno de sus personajes más gloriosos y honorables. Uno de esos claros varones de Castilla, de los que habló Hernando del Pulgar. “El relámpago de España y el honor de su Orden”, según lo ha bien descripto el cronista Sebastián de Olmedo.


     De Vido –dado a sisar y a coimear en el presente antes que a la investigación serena del pasado- debe creer que la Inquisición era el Sindicato de los Matones, con D´Elía y Moreno como “máximos impulsores”; y que, por lo tanto, no hay mayor ofensa que traer a colación a los inquisidores en toda comparanza de maldades. Destino ornitológico el suyo, pero de sula bassanus, popularmente conocido como pájaro bobo, de la familia de los spheniscidae o pingüinos, con quienes tan cercanamente convivió, birló y ultrajó a la patria. La hora de la corneja siniestra le ha llegado. Pero su saga no es la del Cid, sino la del Penado 14, aquel que “murió haciendo señas y nadie lo entendió”.


     Casi al final de la carta, Julio el Torcaz se sensibiliza, como ante los difuntos del Once, y legítimamente resentido frente a la felonía de Cristina, que le negó la metáfora –según él inquisitorial- de la mano en el fuego, ensaya algunos alejandrinos con ripio: “la confianza se da o se quita, se gana y se pierde, la cosa es de a dos como en el amor[...]; nada se quema, sólo desilusiona y a veces mucho”. Sí; Julio. Tenía razón Marechal: “con el número dos nace la pena”. En este caso la pena de prisión por estafador, mafioso, corrupto y desfalcador de las arcas nacionales. Pero cuidado con creer que nada se quema. Pregúntenle a los mapuches.


     Habiendo pasado por el rigor de los medievalistas y la estética de los vates, De Vido –acostumbrado a no arredrarse ante las cuestiones de peso- incursiona en la exégesis evangélica. “La gente no come vidrio, la historia nos dirá qué pasó[...], como siempre, el tiempo nos lo dirá: Ecce Homo, dijo Pilatos hace XXI siglos, pero pocos se acuerdan de él y todos recordamos y algunos adoramos al que nos redimió”.


     Vea Julio. Si usted se quiere comparar externamente con el Ecce Homo, avise. No sabe las ganas que tenemos muchos de azotarlo y flagelarlo, en compañía de su troupe. Pero si la comparanza apunta más alto, esto ya se llama blasfemia y sacrilegio, y tiene un castigo que no sólo desilusiona sino que quema. Y para siempre.


     Tampoco es cierto que pocos se acuerdan de Pilatos. Ustedes, por lo pronto, los políticos del Régimen, se acuerdan de él en cada elección y practican su método infalible de la voluntad popular. En cuanto “al que nos redimió”, no debería usted contarse entre los que lo adoran, pues el Redentor enseñó que no se lo puede servir a Él y a la par a Mamón. Mamón, aclarémoselo, no es un dirigente del gremio de los cerveceros, sino el patrono de las cajas fuertes ante las cuales entraba en éxtasis su paladín sin par: Néstor 1050 Kirchner.


     Después de los registrados sinsabores, la misiva, por suerte, finaliza del mejor modo. “Si quieren saber dónde estoy, estoy dónde estuve siempre, al lado de Néstor Carlos Kirchner, quien continuó y profundizó la obra de Juan Perón”.


     Es una tranquilidad, decimos, saber en dónde está. Porque la verdad es que lo íbamos a mandar a la mierda. Pero vemos que el hombre ya llegó...Ya llegó.


Antonio Caponnetto



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