Los judíos
siempre crean problemas
Con
ese invisible muro (más formidable que la Gran Muralla de China, que al menos
puede verse a simple vista) erigido a su alrededor, los judíos marcharon hacia
el norte, el este y el oeste. En una época u otra, han tenido problemas en casi
cada región de lo que hoy día es el mundo civilizado.
Inglaterra,
que fue uno de los primeros países europeos que los judíos adoptaron como
hogar, los expulsó en bloque, precipitadamente en el año 1290. El expulsarlos
fue un gran sacrificio para Eduardo I, porque los judíos le prestaban dinero a
un interés mucho más bajo que el que le pedían los banqueros italianos de la
Lombardía. Pero esa era la manera de actuar los judíos: al rey de Inglaterra no
le pedían casi nada por el dinero que le prestaban... para que cuando el resto
del pueblo se le quejara de la dureza de corazón de los judíos, tuviera motivos
para cerrar los oídos a sus lamentos.
Pero,
sencillamente, llega un momento en que las protestas, incluso del más servil
populacho, ya no pueden ser ignoradas impunemente por un rey.
Eduardo
I lo sabía, y cuando se dio cuenta de que la paciencia de Inglaterra estaba al
límite, firmó el famoso edicto. La población de Britania se sintió tan
agradecida hacia él por el edicto, que incluso los campesinos (a los cuales los
judíos nunca habían fiado dinero) contribuyeron a una suscripción popular de
dinero que obsequiaron a su rey, la cual le hizo innecesario tener que pedir
dinero prestado nunca más. Esta expulsión de Eduardo I, de unos catorce mil
judíos a través del canal inglés, estableció una moda que fue rápidamente
imitada por Italia, España, Portugal, Francia y Alemania.
La
marea de la inmigración se dirigió ahora hacia el este -hacia Polonia, Rusia y
otras
naciones
eslavas-. Pero con la misma seguridad con la que les había seguido a todas
partes, el odio a los judíos también se desarrolló en Polonia y en Rusia.
Durante la última parte del siglo 19 y los primeros años del 20 hemos sido
testigos de cómo el virulento antisemitismo del Oeste resurgía en el Este,
donde los pogromos y boicots eran comparables a las infernales torturas de la
Inquisición.
Francia,
que expulsó a los judíos en el siglo 13 y los readmitió en el 15, estalló en el
épico caso Dreyfus, justamente cuando Rusia multiplicaba los pogromos.
En
Alemania, que nunca había tomado ninguna acción tajante contra los judíos, se
ha
desencadenado
de repente tal actividad antisemita, que bien pudiera destruirse a sí misma en su
agonía.
El
antisemitismo: un instinto vital innato
En
los siguientes capítulos de este libro me ocuparé una por una de las causas del
antisemitismo,
tanto de las causas pretendidas como de las reales. En este momento sólo deseo
reafirmarme en el hecho de que el antisemitismo es tan instintivo que podría
llamársele con razón uno de los instintos primarios de la humanidad, uno de los
importantes instintos mediante los cuales una raza se ayuda a protegerse contra
la destrucción total. Todo el énfasis que ponga en éste punto nunca será suficiente.
El
antisemitismo no es, como los judíos pretenden hacer creer al mundo, un
prejuicio activo.
Es
un instinto profundamente oculto con el que nace todo el mundo. Los hombres
permanecen
inconscientes de él, como ocurre con todos los demás instintos de
autoconservación,
hasta que ocurre algo que lo despierta. Al igual que cuando algo vuela en dirección
a tus ojos, los párpados se cierran instantáneamente por sí solos, así de
rápido e inevitable se despierta en los hombres el instinto del antisemitismo.
Si
fuera verdad, como claman los judíos, que los gentiles atacan violentamente a
los judíos por simples prejuicios contra su religión, o por envidia hacia su
superior talento comercial, ¿cómo podría ser, para empezar, que los judíos
consiguieran entrar en ningún país civilizado?
¿Acaso
no han sido siempre admitidos los judíos, desde tiempo inmemorial, libremente, amablemente,
casi felizmente, por todas las naciones a cuyas puertas han llamado para solicitar
ser admitidos? La historia de los judíos, tal como ellos mismos la han escrito,
siempre llegaba antes que ellos, divulgándose a través de los pueblos
extranjeros y evocando en sus mentes curiosidad y piedad. ¿Es que los judíos
han tenido alguna vez que solicitar a un país que les admita -la primera vez que
llegaron?
Lee
por tí mismo la historia de los avances de la judería por toda Europa y
América. Allá donde llegaban eran bienvenidos, se les permitía asentarse, y
unirse a los asuntos generales de la comunidad. Pero, una a una, las industrias
del país les cerraban sus puertas a causa de sus prácticas desleales... hasta
que, al ser ya imposible controlar ni contener por mas tiempo la ira del pueblo
traicionado, aparece la violencia e, invariablemente, la ignominiosa expulsión
del país de toda la raza en bloque. No existe ni un solo caso en el que los
judíos no se hayan merecido con toda la justicia el amargo fruto de la furia de
sus perseguidores.
Excepto,
quizá, lo que está sucediendo hoy día en Alemania. Pero ya trataré de ese
asunto en el lugar apropiado.
El
antisemitismo en diversos países
En
los países europeos en los que los judíos no han sido reducidos a un estatus de
ciudadanía de segundo grado (como los 'negros' [negroes] en el sur), el
sentimiento antijudío está aumentando rápidamente y encamina decididamente las
cosas en esa dirección.
En
Rumania y en Austria se producen constantes violencias callejeras contra los
judíos.
En
Inglaterra y Francia la influencia de los judíos, en la política, los negocios
y las
profesiones
liberales, ha creado una atmósfera tan sofocante para los nativos que en estos países
ha surgido toda una prensa cuyo único objetivo es abogar por otra expulsión de
los judíos, que esta vez sea permanente. Hablando de prensa, no creo que exista
ni un solo periódico en Europa que sea amistoso con los judíos.
Incluso
en América, la más paciente de todas las naciones occidentales, las cosas están
llegando
a un punto crítico. No es ningún secreto que las leyes de restricción de la
inmigración
que fueron aprobadas hace una generación estaban dirigidas principalmente contra
los judíos. Industria tras industria ha tomado medidas para excluir como
empleados a los judíos. La población civil se está acalorando contra los abusos
de los doctores y abogados judíos. Hay mala sangre en el ojo del Tío Sam cuando
mira al otro rincón del ring, al sonriente y gordinflón Tío Moisés.
--Solo
un combate de esgrima --dice Tío Moisés tranquilizadoramente.
--¡Y
una mierda, combate de esgrima! --gruñe el Tío Sam--. Ésto es un duelo a
muerte.
Es
exactamente la postura de un Faraón de Egipto, que una vez razonó: [NdT: Éxodo
1.9-10]
«Mirad,
el pueblo de los hijos de Israel es demasiado numeroso y demasiado fuerte para nosotros;
ocupémonos prudentemente de ellos, no sea que se multipliquen, y venga a pasar
que cuando nos acontezca alguna guerra, se unan también a nuestros enemigos y luchen
contra nosotros, y huyan fuera del país».
Se
ha convertido en el razonamiento de todos los reyes y Congresos de cada país
invadido por el pueblo judío. Nunca ha cambiado, porque la naturaleza de los
judíos no ha sufrido ningún cambio razonable. Seguimos siendo la semilla de
Abraham, Isaac y Jacob. Llegamos a las naciones fingiendo estar escapando de la
persecución, nosotros, que somos los más letales perseguidores de todos los desdichados
anales de la humanidad.
Apión,
en sus malévolas y mentirosas soflamas contra los judíos, intentó propalar la
infamia de que los judíos eran leprosos, y que, en vez de escapar de Egipto, en
realidad los echaron de allí a patadas. Probablemente Apión era un gran
mentiroso, como cualquier rabino de Alejandría de su tiempo. No hay ninguna
razón para creer que los judíos fueran menos saludables que cualquier otro
pueblo de nómadas de los páramos de Asia o África, que tuvieran la higiénica
sagacidad de peinarse finamente el pelo al menos una vez cada dos semanas.
Los judíos,
violadores de naciones
Pero
recuerdo, en relación con esto, la brillante teoría de Franz Oppenheimer
relativa a la formación de los estados. En los comienzos, razona, hay dos tipos
de comunidades a partir de las cuales evoluciona el estado: los pacíficos y
desregulados labradores del suelo, que pueden compararse colectivamente con los
órganos femeninos pasivos; y las bandas de merodeadores errantes cuyo único
medio de vida es caer sobre uno o más de estos asentamientos pacíficos,
esclavizarlos y comercializar sus talentos y trabajos. Este segundo tipo de
comunidad lo comparaba con los machos. Cuando éstos dos se encuentran, y uno penetra
al otro, prosigue la teoría, tiene lugar la concepción, y se produce el feliz acontecimiento:
el nacimiento de un nuevo estado.
La
nación judía, por cierto, que constituye una de esas comunidades que Franz
Oppenheimer designa como el órgano masculino. El órgano está en constante
funcionamiento, y puede contarse con sus servicios en cualquier momento, a sus
horas o a deshoras. Pero hay un grave problema. Él órgano está enfermo. La
enfermedad es una especie de gonorrea moral conocida como judaísmo y que, por
desgracia, parece ser incurable. Los resultados de tal apareamiento, como le
diría cualquier buen doctor, son invariablemente insanos y traicioneros.
Si
tiene dudas sobre ello, eche una mirada a cualquier país de Europa afectado por
la
enfermedad
judía. Si necesita más para acabar de convencerse, eche una mirada a lo que
está sucediendo en América.
Samuel
Roth
“Los judíos deben vivir” Pags. 51-54
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el libro Aquí
Una
"foto de jeta" (ficha policial) de Roth
Nota
del Editor: Samuel Roth fue un polémico escritor, editor y
pornógrafo judeoamericano de origen ruso censurado por su explicita posición
ante la sexualidad occidental de su época. También fue durante mucho tiempo un
paria en el mundo literario por dedicarse a la piratería literaria y publicar
libros pornográficos y sin censura alguna, por ser un iconoclasta de la moral
llego a pasar varios años en prisión.
De
acuerdo con Wikipedia, el desplome de Wall Street de 1929, llevo a Samuel Roth
a enojarse profundamente con sus congéneres porque lo estafaban y arruinaban y
escribir este libro que se ha catalogado de “auto-odio étnico”. Una vergüenza
para la familia y para el propio escritor, que lo llevo a arrepentirse, renegar
del libro y luego retirarlo, en una reimpresión de 1964, 5 capítulos fueron
misteriosamente omitidos, y con recortes de texto en el capítulo 4.
Enviado
por Santiago
Mondino
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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