“Pequeña
historia Argentina para uso de los niños”
Cuando
los hombres llegan a viejos suelen dedicarse a ser viejos rezongones o a ser
viejos reblandecidos o a ser viejos fumadores o a ser viejos comodones o a ser
viejos patricios. Cuando las mujeres llegan a viejas se dedican generalmente a
ser viejas charlatanas.
La historia de Rosas ha sido escrita por los nietos tontos de las viejas
charlatanas. Aparentemente una vieja charlatana es un trasto viejo; pero los
trastos viejos pueden tener nietos tontos y los nietos tontos pueden sentirse
historiadores.
Todos los enemigos de Rosas dicen que Los mazorqueros llevaban unas canastas
muy grandes llenas de cabezas de unitarios y que gritaban: “¡Sandías
frescas! ¡Sandías frescas!”. Pero, cuando alguno les pregunta: “¿De
dónde ha sacado usted eso?”, ellos contestan: “Hombre, ¡yo
mismo se lo he oído contar a mi abuela!”. Ninguno dice: “Se lo he
oído contar a mi abuelo”. Esto quiere decir que las viejas son mucho más
metidas y mentirosas que los viejos. Cuando Rosas tenía doce o trece años, oyó
decir que los ingleses habían desembarcado cerca de Buenos Aires. Entonces
habló con su padre y le dijo: “Yo le pido su permiso y su bendición
para ir a meter fierro a esos herejes”. Y el padre le dijo que sí y se lo
mandó a Santiago de Liniers que decía más o menos esto: “Mi querido
amigo, le confío a este mozo para que pelee bajo sus órdenes. Tiene muchas
ganas de demostrar que es un hombre. Devuélvamelo vivo si puede y si no
devuélvamelo muerto, pero que sea con honor”. Después que los ingleses
salieron disparando, Rosas se volvió al campo y se quedó allí, sin meterse en
las cosas de la Revolución, porque no quería saber nada con los abogaditos
liberales.
Pero un día vio que la patria se venía abajo y entonces pensó: “Hace
falta tomar el gobierno y ponerse a mandar”. Y se vino a Buenos Aires
y les dijo a los porteños: “Aquí mando yo”. Y empezó a arreglar las
cosas y cuando alguno lo fastidiaba mucho le hacía pegar cuatro tiros para que
no fuera zonzo y no diera mal ejemplo. Al principio los liberales se
contentaban con irse a Montevideo o con escribir versos muy pavos. Pero, como
pasa siempre, cuando vieron que Rosas era muy condescendiente y educado, les
dio por tomar alas y por hablar con los franceses y con traicionar a la patria.
Entonces Rosas se enojó mucho y dijo: “Grandísimos hijos de una gran
perra, los he aguantado todo lo que he podido, pero esto se acabó. Ustedes son
unos traidores y yo les voy a enseñar a ser gente”. Y se puso a matar
cipayo a gusto.
Así salvó a la patria este general que no les tenía miedo a los hombres ni a
las habladurías de las viejas. Así pudo hacer frente a Francia y a Inglaterra
juntas, que le declararon la guerra, y pudo hacerles pedir perdón y hacerles
prometer que no volverán a molestarnos. Después de eso parecía que todo iba a
salir bien para nosotros; pero, al poco tiempo los masones y los extranjeros
consiguieron voltear a Rosas, y, tratado va y gerente viene, los ingleses nos
trajeron unos trencitos y nos dejaron con una mano atrás y otra adelante.
Juan Manuel de Rosas no tiene una estatua en el país, donde a cualquier
personajito sin importancia le hacen una. Pero, no hay que perder por eso las
esperanzas. Llegará el día que a Rosas le hagamos la estatua que se merece, con
el hierro -por ejemplo- de un tranvía inglés casualmente incendiado por un
grupo de niños que se pusieron a jugar con fósforos.
Ignacio
Anzoátegui: “Pequeña historia Argentina
para uso de los niños” Ed. Regnum.2000
Paraguay
Publicado originalmente en Abril
de 1943
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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