San Juan Bautista

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viernes, 1 de diciembre de 2017

Juan Manuel de Rosas – Ignacio Anzoátegui


“Pequeña historia Argentina para uso de los niños”

 Cuando los hombres llegan a viejos suelen dedicarse a ser viejos rezongones o a ser viejos reblandecidos o a ser viejos fumadores o a ser viejos comodones o a ser viejos patricios. Cuando las mujeres llegan a viejas se dedican generalmente a ser viejas charlatanas.

  La historia de Rosas ha sido escrita por los nietos tontos de las viejas charlatanas. Aparentemente una vieja charlatana es un trasto viejo; pero los trastos viejos pueden tener nietos tontos y los nietos tontos pueden sentirse historiadores.

  Todos los enemigos de Rosas dicen que Los mazorqueros llevaban unas canastas muy grandes llenas de cabezas de unitarios y que gritaban: “¡Sandías frescas! ¡Sandías frescas!”. Pero, cuando alguno les pregunta: “¿De dónde ha sacado usted eso?”, ellos contestan: “Hombre, ¡yo mismo se lo he oído contar a mi abuela!”. Ninguno dice: “Se lo he oído contar a mi abuelo”. Esto quiere decir que las viejas son mucho más metidas y mentirosas que los viejos. Cuando Rosas tenía doce o trece años, oyó decir que los ingleses habían desembarcado cerca de Buenos Aires. Entonces habló con su padre y le dijo: “Yo le pido su permiso y su bendición para ir a meter fierro a esos herejes”. Y el padre le dijo que sí y se lo mandó a Santiago de Liniers que decía más o menos esto: “Mi querido amigo, le confío a este mozo para que pelee bajo sus órdenes. Tiene muchas ganas de demostrar que es un hombre. Devuélvamelo vivo si puede y si no devuélvamelo muerto, pero que sea con honor”. Después que los ingleses salieron disparando, Rosas se volvió al campo y se quedó allí, sin meterse en las cosas de la Revolución, porque no quería saber nada con los abogaditos liberales.

  Pero un día vio que la patria se venía abajo y entonces pensó: “Hace falta tomar el gobierno y ponerse a mandar”. Y se vino a Buenos Aires y les dijo a los porteños: “Aquí mando yo”. Y empezó a arreglar las cosas y cuando alguno lo fastidiaba mucho le hacía pegar cuatro tiros para que no fuera zonzo y no diera mal ejemplo. Al principio los liberales se contentaban con irse a Montevideo o con escribir versos muy pavos. Pero, como pasa siempre, cuando vieron que Rosas era muy condescendiente y educado, les dio por tomar alas y por hablar con los franceses y con traicionar a la patria. Entonces Rosas se enojó mucho y dijo: “Grandísimos hijos de una gran perra, los he aguantado todo lo que he podido, pero esto se acabó. Ustedes son unos traidores y yo les voy a enseñar a ser gente”. Y se puso a matar cipayo a gusto.

  Así salvó a la patria este general que no les tenía miedo a los hombres ni a las habladurías de las viejas. Así pudo hacer frente a Francia y a Inglaterra juntas, que le declararon la guerra, y pudo hacerles pedir perdón y hacerles prometer que no volverán a molestarnos. Después de eso parecía que todo iba a salir bien para nosotros; pero, al poco tiempo los masones y los extranjeros consiguieron voltear a Rosas, y, tratado va y gerente viene, los ingleses nos trajeron unos trencitos y nos dejaron con una mano atrás y otra adelante.


  Juan Manuel de Rosas no tiene una estatua en el país, donde a cualquier personajito sin importancia le hacen una. Pero, no hay que perder por eso las esperanzas. Llegará el día que a Rosas le hagamos la estatua que se merece, con el hierro -por ejemplo- de un tranvía inglés casualmente incendiado por un grupo de niños que se pusieron a jugar con fósforos.

  



Ignacio Anzoátegui: “Pequeña historia Argentina para uso de los niños” Ed. Regnum.2000 Paraguay

Publicado originalmente en Abril de 1943





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