“Debemos considerarnos los argentinos en
estado de guerra internacional contra una hidra tricefálica, cuyas cabezas son
la masonería, el judaísmo y la finanza internacional y cuyo cuerpo es el
imperio británico, sostén físico de todas las fuerzas destructoras y
corruptoras que nos precipitan a una caída vertical sin precedentes. Si
vencemos, recién entonces podremos celebrar la Reconquista”.
Cuando
a principios del siglo pasado nacieron a la vida independiente los Estados
americanos, pudo creerse que en dos zonas del nuevo continente debían
levantarse dos potencias mundiales donde la civilización europea vendría a
superarse y perfeccionarse. Esas dos zonas eran: una, la tierra que comienza en
el Atlántico y en el Golfo de Méjico, justo la extensión que ocupan los Estados
Unidos de Norteamérica; otra, la cuenca del Rio de la Plata, que debía abarcar
aún más territorio que el Virreinato así llamado.
DOS ZONAS
PRIVILEGIADAS
Ambas
zonas del continente americanos son dos bendiciones de Dios. Clima templado,
tierras blandas, raudales inagotables, que arrastran desde los trópicos o desde
los glaciares mediterráneos limos fecundos.
La
parte de América que se levantara al conjuro del grito de Mayo era
especialmente una extensión maravillosa de belleza y de riqueza, irrigada por
arterias que traen desde el corazón de la zona tórrida sus jugos y sus aromas
sin cesar renovados; era en primer término una pradera privilegiada, suficiente
por sí sola para abastecer de pan y carne a toda Europa; era después la selva
con maderas, las más variadas del mundo; y era el trópico sobreabundante,
generoso, policromado, como un jardín de donde debía venir lo que faltara para
completar y condimentar las sustancias primas de un litoral templado. Parecía
que el Creador se había puesto parsimoniosamente a cuidar los detalles de un
mundo económico completo en toda aquella parte del globo que se llamó Virreinato
del Río de la Plata. Jamás el Todopoderoso proporcionó a una colectividad un
domicilio más confortable, mejor provisto y más seguro.
Le
tapió el oeste los fondos de la casa con una cadena de cerros inexpugnables,
ahorrándole el cuidado de una costa estéril y amenazada; al norte le concedió
todas las tierras blandas del subtrópico, justo hasta donde cualquier nación
tenía que seguir siendo india, quichua o colla, por su clima o por su altura,
de modo que también nos ahorró un problema de minorías indígenas que tiene el
resto de la América coloreada. Por el frente de la casa nos concedió el
prodigioso panorama de una cuenca que es litoralmente la cornucopia de la
Fortuna, el cuerno de oro de la abundancia, engrosado, afluido y confluido por
millares y millares de hilos e hilillos de agua que venían de las selvas
brasileñas hasta el Río de la Plata cubriendo un territorio de más de medio millón
de leguas con una costra de tierra grasa donde no hay cimiente animal o vegetal
que no fermente y cobre vitalidad, vigor, ritmo y palpitación.
Además
de eso, nuestro arquitecto le dio al edificio un planteo estratégico contra
posibles enemigos de tales condiciones, que nuestra casa es y será naturalmente
inexpugnable, tal cual lo ha demostrado nuestra historia de vida independiente,
cada vez que el pirata inglés o el bucanero francés o el cuatrero portugués
quiso entrar por la puerta de calle forzando las canceles que custodian el
edificio. Entiéndase bien; nuestro domicilio es inexpugnable, es inviolable, y
el invasor ha mordido siempre el polvo de la derrota, pero cuando nuestra
naturaleza ha obrado con libertad y espontaneidad, cuando se ha dado libre
rienda a los impulsos más profundos del alma popular, cuando se ha dejado al
alma criolla elegir y seguir sus propias inclinaciones y cuando se han
aprovechado con sabiduría las posiciones reales de la estrategia natural y
nacional.
Como
lo he dicho anteriormente, no sólo en el extremo sur de América se había
ofrecido un prodigio así confortable y así amable a sus habitantes. También en
el extremo norte del nuevo continente, la Providencia había dispuesto un paraje
igualmente dotado de comodidades y enriquecidos de bienes como en la zona del
Plata. El territorio que hoy ocupan los Estados Unidos tiene la misma huerta,
el mismo jardín, iguales tesoros escondidos en la entraña, y raudales parecidos
fertilizan leguas de praderas y de edenes.
DESTINOS DISPARES
Ahora
bien, observemos qué cosas más distintas pasaron en esas dos geografías
iguales.
El
lector sabe tan bien como yo que en el espacio templado del norte se levantó
una gran nación de 120 millones de habitantes, una primera potencia mundial, en
este otro espacio de la cuenca del Plata no pudieron desenvolverse sino muy
deficientemente algunas naciones autónomas, de las cuales la nuestra, siendo la
mayor, no alcanza a brillar en el firmamento mundial más que como estrella de
cuarta o quinta magnitud. Los vecinos del norte no hicieron más que agrandarse,
avanzaron hacia el oeste y hacia el sur, todavía se corrieron por el Pacífico,
llegaron a Alaska, a Filipinas, entraron a buenas o a malas en todo
Centroamérica e hicieron del Mar Caribe un lago territorial.
Al
revés de ellos, en la cuenca del Plata todo fue achicarse; de un solo bloque
compacto que crearon las leyes españolas con el Virreinato, saltaron en pedazos
republiquetas insignificantes, y en lugar de avanzar y colonizar, nuestro país
se fue encogiendo y fue colonizado. Dueño de solares tan fecundos, tan
grandiosos, el argentino se ha ido reduciendo al punto de que ya no tiene más
perspectivas que el empleo público o poner puestos de cigarrillos en los
zaguanes.
¿Qué
ha ocurrido? ¿Por qué esta diferencia de Destino? ¿Cuáles son las causas para
que en igualdad de posibilidades al norte se levantara una potencia y al sur
sólo cuatro o cinco naciones nominalmente autónomas, de vida lánguida, sin
ánimo imperial, con una población abúlica y un escepticismo enfermizo?
La
explicación es muy sencilla y debe hallarse en las reacciones y recelos de todo
orden que la formación de naciones latinas y católicas provocaron en los
poderosos de entonces.
LOS YANQUIS Y
NOSOTROS
Por
uno de esos traspapelamientos cuyo verdadero sentido ignoramos los mortales,
aquella parcela de la tierra, es decir, Norteamérica, viose ocupada por grupos
de individuos inferiores, aventureros adoradores del becerro de oro, que
disimulaban un disconformismo religioso, cuando en realidad vinieron a América
sus ascendientes para huir de las autoridades.
Bien
sabido es que los dignos, altivos, los sedientos de libertad, llamados
peregrinos de la Mayflower no eran más que elementos indeseables de la hez de
Londres, sujetos que serían considerados hoy en estado peligroso. Bien sabido
es que las mujeres que los acompañaban, como muchas de las que emigraron a
Norteamérica, pertenecían a la condición más desgraciada de su sexo.
Aquel
otro territorio se pobló mal. El plantel humano originario, formado por
colonias mercantiles, es decir, por factorías de mercaderes que planeaban
compañías comerciales, no anunciaba nada bueno. Excusado es decir que algunas
colonias no eran ni siquiera eso, pues está, por ejemplo Georgia, fundada en
1773 por un llamado filántropo, a la que se mandaban los criminales y fallidos
para darles una oportunidad de que se regeneraran convirtiendo a los indios.
Después
y hoy se pudo ver qué podía salir de matrices semejantes: un pueblo inficionado
hasta los tuétanos con la sífilis judaica,
un pueblo pusilánime pero codicioso que no conoce las armas de la guerra, sino
los recursos del oro y el soborno. Durante las luchas coloniales entre
Inglaterra y Francia, los colonos yanquis no quisieron intervenir, pero
mandaron a los indios en su lugar para que se diezmaran en los combates. Luego,
cuando la metrópoli británica quiso cobrarse los gastos con los impuestos al té
y a los sellos, los colonos yanquis tampoco quisieron pagar y se alzaron contra
los ingleses, pero utilizaron a los soldados franceses en la lucha por la
emancipación, al mando de Lafayette. Todas las guerras de Estados Unidos han
sido hechas a costa de brazos y sangre extranjera, o haciendo pelear a los
mejicanos entre sí cuando la guerra con Méjico, o con negros, como la llamada
lucha de secesión en que los Estados del Norte emanciparon los esclavos para
poderlos enrolar en los ejércitos.
Y
bien, esa prosperidad y civilización yanquis, por mercantil y por judaica, no
fue obstaculizada por la Europa liberal del siglo XIX, porque se advirtió que
el desarrollo norteamericano no hacía otra cosa que incorporar una fuerza más a
la constelación protestante del oro y del comercio que brillaba entonces en el
cenit del mundo.
El
desarrollo de un país materialista y amoral como Norteamérica, en lugar de ser
un estorbo para las fuerzas que alcanzaban la preeminencia y la dominación del
mundo era, por lo contrario, una prueba, una afirmación corroborante, de la
moral y la religión que el protestantismo piratíco y el mercantilismo judaico
habían puesto en boga.
Nadie
le salió al paso a Norteamérica, nadie conspiró contra su desarrollo; el inglés
y el judío dominantes en los mares y en los bancos, en la diplomacia y en las
bolsas de comercio, se acariciaban sus barbas rabínicas al contemplar aquel
pichón de harpía o cachorro de chacal que tenía toda la vocación de la rapiña,
de la avaricia, y del atraco que el siglo exigía.
NOSOTROS, PELIGRO
MORTAL PARA LA JUDERIA
Otra
cosa muy distinta era la población civil criolla residente en nuestra cuenca.
Aquí
había un plantel humano superior, una raza criolla y española apretada en un
haz católico y heredera de la vocación ecuménica que no había podido realizar
España. Este no era un pueblo de mercaderes sino de soldados y de productores,
que tenían una fe y podían redoblar su empuje imperial con el aliento de una
honda aspiración religiosa sustentada por reservas económicas inagotables.
Para
los valores triunfantes en el siglo, esta potencia si era un peligro universal;
para el filisteísmo del Occidente europeo, la probabilidad de que la Argentina
pudiera ser un día el brazo ardoroso de nuevas cruzadas en el mundo no era
dudosa, y fue entonces cuando una conspiración infame, patrocinada por
Inglaterra e inspirada en los cenáculos secretos de las logias, se dedica
encarnizadamente a no dejarnos crecer y expandirnos. Fuimos víctimas al
principio de tentativas materiales para dominarnos militarmente, tentativas que
en 1806 y luego en 1845 son frustradas por un pueblo viril que defendió su
honor y su patrimonio con las armas en la mano. Mas luego, abandonada la idea
de la conquista militar, la Argentina, ya parcelada por efecto de la intriga
diplomática, es objeto de una infiltración capitalista que, evidentemente, ha
logrado su objeto, envileciéndonos en un estado de colonia con autonomía
aparente y a la que se le permite el uso de algunos símbolos nacionales porque
su usufructo más que redituar intereses causa gastos y molestias.
UN PARALELO IMPOSIBLE
He
hecho este demasiado largo paralelo entre nosotros y Estados Unidos y no en
vano. Porque uno de los expedientes que utilizaron los liberales para vendernos
fue deprimir el espíritu público argentino humillándolo con repetidas
comparaciones con el que calificaban coloso del norte. Mientras ellos, tienen
120 millones de habitantes y son potencia mundial, nosotros no hemos hecho nada
y somos una minúscula nación indoamericana. Y agregaban: es que no tenemos
capacidad para el progreso técnico y somos indudablemente étnicamente
inferiores para la civilización europea, decía un Sarmiento.
Todo
es mentira. Sarmiento no hacía otra cosa que su tic habitual de mentir y renegar
de su casta, cuando así hablaba. Como católicos y latinos, nosotros nos podemos
arrogar una representación más genuina de la civilización europea en América
que cualquier yanqui fabricante de salchichas o de artículos de goma. Por lo
demás, el progreso técnico no es más que un capítulo y muy insignificante de
esa civilización que ha creado el chófer, sin duda, pero que no lo ha puesto en
el pináculo ni en el grado primo de una escala de valores.
¡Debemos
recalcarlo! Nosotros hemos vivido y vivimos rodeados de enemigos; nuestros
males no provienen de ninguna inferioridad étnica, al contrario, nuestro
plantel humano es de calidad superior. ¡No tenemos la culpa de nuestro atraso!
Esto
de nuestra culpabilidad, de nuestra total responsabilidad, de que no sabemos
gobernarnos, de que no somos dignos de un gobierno propio y de que la población
argentina no merece instituciones tan regias como la Ley Sáenz Peña con su
cuarto oscuro y algunos papeles desparramados, todo esto es la calumnia más
bellaca que un conglomerado de intereses ha podido hacer a una nación.
¡No tenemos la culpa
de nuestros males!
Lo
que hay es que fuimos traicionados y arteramente espiados por el enemigo
inglés, masón y judaico. Desde que surgimos a la vida libre se nos obstaculizó,
se conspiró, se introdujo en la nacionalidad un asqueante súcubo, se nos
calumnió; y, en definitiva, entre los enemigos de afuera y los emboscados,
derrotistas y saboteadores de adentro, se nos enajenó al mejor postor en la
rueda internacional de traficantes.
NUESTRO
ENVILECIMIENTO
Dejemos
ya toda comparación y paralelo y marquemos con tintas crudas el contraste entre
la geografía económica y étnica que nos había deparado el destino y la
miseranda situación de nación pobre, con que una confabulación implacable y
extranjera estranguló la nacionalidad. Púes hemos despertado de un sueño de
prosperidad ficticia; y las actuales generaciones han llegado a la desgraciada
comprobación de que los tesoros, las praderas, las selvas, los pájaros y los
peces, todo fue entregado a un puñado de judíos y de ingleses. La carne y el
cereal son cambiados en el extranjero por chirimbolos de ferretería y en último
caso tres o cuatro firmas y diez o veinte estancieros afortunados se benefician
con la exportación [1]. Todas las fuentes de energías argentinas son dirigidas
por grupos capitalistas de Londres, de París o de Bruselas; y alguna producción
autóctona, como el azúcar, el vino o la yerba, está controlada por el capital
financiero. Ni siquiera se ha constituido una clase industrial argentina toda
lo privilegiada que se quiera, pero que por lo menos fuese argentina. No
necesito, pues, exponer en un artículo lo que todos saben, y es la triste
existencia de la población criolla que trabaja y que produce en el Norte, en
Cuyo, en el Litoral mismo, frente a los magnates bancarios, ferroviarios, de la
electricidad, del teléfono, que ni siquiera residen en el país y que en estos
momentos inventarían nuestros bienes en las mesas de las cancillerías europeas,
como probables valores de cambio a negociarse mañana en una nueva paz de
bandidos como la de Versalles[2].
Pues
bien, es cierto que para nuestros amos ésta no es una patria sino una factoría
donde los gerentes traspasan la mercancía de mano en mano después de haber
abonado el marfil a los nativos con cuentas de vidrio o con espejos.
EL CAPITALISMO TIENE
UNA INTENCION POLITICA
Pues
bien, dando por conocida ya ampliamente la envilecida situación de colonia en
que ha caído la Argentina, lo que interesa es aclarar en todo su alcance cual
es exactamente la subordinación que sufrimos los argentinos respecto al capital
y dominio británicos.
Si
se tiene en cuenta las razones por que el imperio de John Bull y de Judá no
podían cometer la estupidez de dejar que se levantara una nación guerrera y poderosa
de cultura latina y de fe católica, ya puede también comprenderse por qué el
capital inglés no podía venir a la Argentina simplemente a sacar su interés en
la inversión, cobrar sus anticipos, amortizarlo después y terminar en un ciclo
breve su cometido.
Si
así hubiera sido el asunto, sería más fácil y francamente no habría necesidad
de pronunciar las grandes palabras y de denunciar esa dependencia económica
como colonial y opresora. Todo el programa del Nacionalismo estribaría en una
paulatina y evolutiva expropiación de servicios públicos y un cierre
discrecional ante nuevas expansiones. Se podría decir irónicamente del
Nacionalismo que no valía la pena de crear una mística, de arrojar el baldón de
la traición sobre los entregadores de la Nación y hasta de provocar una guerra
civil en el país, nada más que para recortarle las uñas al buitre capitalista o
para tomar medidas legislativas tendientes a eliminarlo de la nación.
Estarían
profundamente equivocados los que así arguyeran. El imperialismo anglojudeomasón
en la Argentina no es un caso de física económica; es el instrumento
inteligente, previsor, intencionado, de la política inglesa, que a su vez lo es
de las fuerzas que actualmente están en posesión de la mayor parte de las
riquezas del mundo.
El
capitalismo británico es no sólo un hecho económico, sino que esta acoplado a
una voluntad política de hegemonía y de opresión que lo trasciende
comprometiendo nuestra soberanía, inhibiendo las aptitudes del Estado argentino
y paralizando su natural desarrollo. Por eso es imperialista y no por la mera
circunstancia de que se transvase de un país a otro.
El
hecho de que los vendedores de manufactura de un país industrial como
Inglaterra vengan a la Argentina a buscar clientela para colocar vagones de
ferrocarril con el nombre de coches de primera, aunque en Londres hayan servido
de perreras, es un hecho demasiado simple para llamarlo imperialista; y aparte
de que los recursos de un mueblero charlatán no pueden engañar más que una vez,
la ventaja sórdida que supone no entraña peligro alguno para la nación
compradora.
Tampoco
puede llamarse enfáticamente imperialismo al hecho normal de que un grupo de
capitalistas lleve dinero a otro país y construya allí obras públicas o explote
minerales. Eso ocurre y ha ocurrido en todas partes del mundo, sin que la
soberanía del país donde se introduzcan capitales extranjeros sufra desmedro
alguno.
EL CAPITALISMO INGLES
ES POLITICO
Pero
es que el capitalismo anglojudío en la Argentina no es eso sólo, sino que trae
en sus brazos una intención política, un designio de opresión y tutelaje que es
lo que se llama específicamente imperialismo. No se ha aplicado en Argentina un
solo penique inglés que no estuviera acondicionado a un plan de dominación
extranjera, que no respondiera a una táctica prevista en Londres para meter a
nuestro país en una trampera con una sola salida a la tributación del imperio
insular.
No
puedo fatigar la atención del lector con pesadas estadísticas. Pero si se
quiere un ejemplo, mírese el mapa de los ferrocarriles argentinos. ¿Qué es esa
tela de araña con arranque central en Buenos Aires sino el resultado de un
esfuerzo coordinado de afuera para poder paralizar en media hora la circulación
de la riqueza nacional? Cualquier hombre de simple sentido común al ver esa
tela de araña comprende que nuestros ferrocarriles no han contemplado en ningún
momento el interés, la seguridad, la comodidad y la estrategia de defensa
nacional; no ligan directamente zonas interdependientes del país; el vino de
Mendoza para ir a Tucumán tiene que pasar por Buenos Aires y lo mismo el azúcar
de Tucumán para ir a Mendoza. No se construyeron teniendo en consideración los
intereses creados en los pueblos; no guarnecen o comunican las fronteras, no
consultan las necesidades del Estado Mayor. [3]
En
cambio, responden a una facilidad: y es la de que el extranjero enemigo pueda
apoderarse de toda la Argentina en el momento que domine Buenos Aires
solamente.
Lo
que decimos de los ferrocarriles podemos decir de los empréstitos, de las obras
públicas, de los bancos, de la luz eléctrica, del teléfono. Todas las
inversiones de capital extranjero tuvieron fines políticos, fueron dirigidas
desde Inglaterra, país imperial donde la política calza en la economía como un
guante en la mano, porque la mano no extiende el índice sino con larga
sapiencia diplomática. ¿Cuál es esa intención política? Repitámoslo una vez
más: impedir a toda costa el poderío económico de cualquier país católico.
No
es tan fácil según se ve nuestra emancipación integral, porque el imperialismo
británico, de savia judaica, no sólo ha realizado en nuestro país una
penetración económica sino que provocó una verdadera revolución política y
hasta social en la estructura nacional[4]. Decir que la influencia económica
anglosajona determinó la adopción de una carta magna también anglosajona, sería
decir ya un lugar común por todos conocidos. Creemos que en ese aspecto del
problema ya las nuevas generaciones han pronunciado su última palabra. Los
llamados organizadores de la Nación, los Sarmiento, los Mitre, los Alberdi,
prestigiaron una constitución anglosajona, lisa y llanamente, porque esa
constitución perfeccionaría jurídicamente la entrega del país al extranjero. La
única y valedera historia constitucional argentina, los orígenes y antecedentes
de la Constitución argentina, hay que buscarlos en los diversos tratos y
contratos que tuvieron los unitarios con el extranjero, antes del destierro, en
el destierro y después del destierro[5].
INFLUENCIA SOCIAL DEL
IMPERIALISMO
Pero
es que el imperialismo británico no solo ha tenido influencia política o
institucional en el país, sino que ha producido efectos sociales y morales de
todo orden. Ha determinado en último análisis el ambiente cartaginés de una
capital hacia la cual confluyen y de la cual refluyen todos los canales por
donde se desparrama en la nación el virus de la corrupción y de la deserción de
los grandes ideales patrióticos; también ha contribuido a pauperizar las clases
campesinas y a desequilibrar la sinergia nacional creando una economía que
favorece el comercio urbano sobre la producción rural; y por el control
monetario que ha ejercido la libra sobre nuestro numerario ha tenido el
monopolio del comercio exterior.
Hay
entonces una dominación efectiva, una subordinación real y permanente de
nuestro país al imperialismo británico; y antes de pasar delante conviene
advertir que ese estado de protectorado virtual, mediante una colonización
capitalista efectiva pero simulada bajo una soberanía nominal, nos envilece y
nos degrada más ante propios y extraños que un coloniaje integral, porque por
lo menos en este caso la exhibición del pabellón inglés provocaría el hartazgo
y la rebelión en las reservas morales que mantiene el país y porque no continuaría
el equívoco y el confusionismo entre los argentinos. Agregaremos que la
ocupación militar lisa y llana localizaría la situación del enemigo, que en la
actualidad se infiltra, se mimetiza, se torna ubicuo, en las antesalas
palaciegas, en los acuerdos parlamentarios, en los expedientes judiciales,
soborna funcionarios, atiza campañas periodísticas[6] desde la sombra y
desaparece en los subterráneos del Servicio Secreto británico cada vez que un
patriota decidido lo denuncia ante la opinión pública.
EL CARACTER DE
NUESTRA LUCHA
A
esta altura de nuestra exposición ya podemos advertir, cual es la verdadera
naturaleza, el verdadero carácter, que debe tener nuestra lucha por la
emancipación integral del país. Si tenemos en cuenta que la dominación de
influencia extranjera, léase anglojudeomasónica, sobre la Argentina no es
solamente económica, sino política; si tenemos en cuenta que Inglaterra no
tiene solamente un interés económico en sojuzgarnos, sino un interés económico
superior hegemónico, político y hasta religioso, en nuestra sujeción, la lucha
por la emancipación integral de la Argentina no puede reducirse a una simple
cuestión de cobre y pague, a una simple tarea de que el usurero devuelva su
pagaré, reciba su platita y se largue con viento fresco[7].
No
tengamos la pretensión de que podremos libertarnos de ese protectorado virtual
reuniendo un día, por grado o por fuerza, a todos los contribuyentes argentinos
y obligándolos a entregar sumas de dinero para expropiar a los ingleses los
frigoríficos, los ferrocarriles o los yacimientos petrolíferos.
De
ninguna manera. Si el capital inglés hubiera venido al país como simple
capital, el problema sería muy sencillo. Un bien día el Estado argentino
resolvía el asunto por medio de una sencilla operación de traspaso de todo el
fierro existente al nuevo propietario. Pero como el capital extranjero ha
venido a la Argentina con una intención que va más allá del principio hedónico,
es decir, el mero deseo de sacarle utilidad, debo manifestar que jamás
permitiría Inglaterra esa expropiación lisa y llana, ni aun pagando el triple
de lo que cuesten los cacharros.[8]
Inglaterra
no puede dejar por vía pacífica y evolutiva que nuestro país se independice
económicamente: tiene que tenernos bajo un protectorado virtual porque así
estamos escrito en el libro de la dominación imperial protestante y judaica
para que no crezca una potencia católica y latina que sería su enemiga natural,
una enemiga más importante que Italia o España por su patrimonio y a la que no
puede maniobrar como a Francia.
También
ha comprendido Inglaterra desde el principio que el protectorado liso y llano
sobre la Argentina no le hubiera causado más que dificultades. Si se hubieran
podido quedar en 1807, los ingleses todavía andarían en gresca con una
población que no habría pasado jamás al conquistador con el que todo lo separa
y lo divide. En cambio, con el protectorado virtual, Albión ha podido sorber el
huevo dejando intacta la cáscara como suelen hacerlo las alimañas en los
gallineros.
A
mayor abundamiento diremos que Estados Unidos observa con simpatía esta
dominación británica en el continente, pues nuestra hegemonía sería peligrosa también
por las mismas razones que valen contra el poderío protestante. La prueba de
este aserto está en que los europeos han intervenido varias veces en la
Argentina después de la doctrina Monroe y los Estados Unidos no la hicieron
funcionar entonces ni cuando Inglaterra tomó las Malvinas, ni tampoco cuando
bloqueó con Francia el Río de la Plata.
QUE SIGNIFICA EL
DESPOJO DE LAS MALVINAS
Ya
podemos comprender perfectamente cual es la función específica del dominio
inglés sobre las Malvinas. Con respecto a la Argentina sirven como de una
advertencia muda, como de un gesto simbólico de señorío sobre nuestro país.
Desde el archipiélago malvinero, un inglés fue apostado ahí para que
constantemente nos hiciera un signo imperativo de silencio y sumisión respecto
a la situación de colonia vergonzante con que nos tiene subordinados.
Adviértese
fácilmente que la presencia de esa posesión inglesa, el recuerdo de que la
obtuvo a base de la más cínica prepotencia, y el silencio irónico con que
Inglaterra responde nuestras reclamaciones, tienen una gran importancia
psicológica sobre el espíritu público argentino, enfermizo y decadente y
fácilmente impresionable.
Suponiendo
que un buen día un gobierno patriota y más intrépido que los demás se decidiera
a recuperar para el Estado todo lo que nos pertenece, las Malvinas están ahí no
solamente para recordar que son una excelente base naval que puede facilitar un
desembarco, es decir, que ellas, en poder del extranjero, vulneran aquella
defensa inexpugnable de que habláramos al principio. No solamente recuerdan
eso. Recuerdan que en ningún caso Inglaterra puede desprenderse del
protectorado, de la dominación. Recuerdan que la operación de nuestra
emancipación económica no sería cuestión de transacciones comerciales, y que
Inglaterra no aceptará o chicaneará, alargará y trampeará todas las
tramitaciones sin consentir jamás en desprenderse de este poderío que ejercen sobre
la zona templada, ofrézcasele lo que se les ofrezca y quiérasele pagar lo que
se quiera. Porque el imperialismo inglés en la Argentina, como el Demonio de
Fausto, no quiere el cuerpo sino el alma, y no acepta ninguna redención ni
ningún rescate.
De
aquí, pues, que como las Malvinas son en manos de Inglaterra algo así como la
fianza o si se quiere la prenda o el arras que simboliza la venta total de la
soberanía argentina, yo creo que antes que estudios financieros, estadísticos y
económicos sobre si los capitales reales o si los capitales aguados, sobre si
los rieles costaron tanto y se cobraron cuanto, antes que toda tramitación
sobre la expropiación y confiscación de servicios públicos en manos de
empresas, habría que plantear directamente como problema nacional la
vindicación de las Malvinas, como cuestión previa, como nudo vital de nuestra
emancipación integral.
Contestémosle
a ese ciudadano escéptico y frívolo de los cafés de Buenos Aires que dice que
las Malvinas no representan ningún interés vital, ni siquiera una minoría
argentina radicada en el archipiélago[9], diciéndole que no tiene el país un
territorio de interés más vital que las Malvinas, pues Inglaterra las mantiene
como una demostración, como una exhibición de fuerzas a distancia suficiente
como para que la advirtamos, exhibición de fuerzas con que nos indica que su
hegemonía no es lisa y llanamente económica, sino política; y no es una
hegemonía temporal, redimible, sino que implica una hegemonía permanente, de
naturaleza que trasciende los angostos quicios de las relaciones económicas y
se subordina a las finalidades fundamentales de un imperio que ha sido el
furriel del judaísmo.
PARA EXPROPIAR,
PRIMERO, LAS MALVINAS
No
podremos negociar tranquilos nuestra independencia material, si primero no
traemos a los planos de más luz el despojo pirático de las Malvinas, sea cual
fuere su importancia territorial, sea también cual fuere su importancia
táctica, porque su importancia fundamental estriba en que la consagración del
despojo coloca al Estado argentino en posición desairada, humillante, cada vez
que tiene que tratar con los agentes comerciales británicos y con los intereses
particulares de aquel país[10]. Las Malvinas son algo así como si una escuadra
perenne extranjera estuviera apostada en la boca del Rio de la Plata. Nadie
podría impedirlo, la flota no interrumpiría la navegación, no molestaría
nuestro comercio, todo lo que se quiera, pero el hecho es que estando ahí por
el sólo motivo de estar, insuflaría prepotencia a los súbditos extranjeros de
la misma nación que esa escuadra y deprimiría la acción del Estado argentino
que estuviera en tratos comerciales o de cualquier especie con ellos.
En
síntesis, la lucha por nuestra emancipación integral no cabe en los términos de
gestiones o negociaciones diplomáticas y comerciales, ni puede ser abarcada por
una serie de medidas legislativas que expropien o confisquen bulones o
tornillos, locomotoras viejas o caños enmohecidos. Es una lucha de carácter
político y social y libertador, por la sencilla razón que la dominación de
Inglaterra no está en locomotora más o menos, sino en el avasallamiento
efectivo y deliberado en que nos tiene y no puede dejar de tenernos Gran
Bretaña.
LA CAMPAÑA PRO
RECUPERACION DE LAS MALVINAS
Si
no se plantea en la lucha por la emancipación integral de la Argentina, como
asunto de previa y especial elucidación, la reivindicación del archipiélago
malvinero, corremos un gran peligro: el de que la liberación económica sea
conducida a un arreglo entre compadres, a una transferencia de papeles, como
ocurrió en la venta del Ferrocarril Central Córdoba, de la que resulta que el
Estado argentino sale más comprometido que nunca después de la adquisición y se
asocia a una empresa que librada a su propia suerte acaso hubiera concluido en
la quiebra.
Anteponiendo
a toda operación de confiscación y de devolución del patrimonio la cuestión de
las Malvinas, lograremos que el país inicie su emancipación con el paso
gallardo de un Estado soberano en su trato con otro Estado reivindicando el
derecho de izar el pabellón en todo su territorio; después de eso, los trámites
destinados a limpiar la nación de empresarios y traficantes tendrá el tono de
una gestión de interés público. El gobierno no negociará con los agentes ingleses,
sino que impondrá decisiones; y éstos deberán acudir a las ventanillas a
notificarse de lo que el Estado argentino ha resuelto por imperio de una
voluntad soberana con la que nada tienen que discutir Mr. Smith o Mr. Brown,
abogadillos o procuradores de empresas, que de otro modo se consideran con la
pretensión de arreglar precios y condiciones al gobierno.
La
iniciación de reclamaciones y agitación pro-Malvinas debe ser el tema que
arrastre a los demás en la cuenta que deben presentar al cobro los argentinos:
porque se trata de una reivindicación de soberanía pura, sin mezclas espurias
de números, estadísticas y servicios prestados[11], y porque el estado
comenzará así su obra conquistadora apuntando directamente arriba y a la cabeza
del imperio pirático, sin inmiscuirse en el asunto ninguna otra interferencia
que se refiera a derechos o intereses particulares. Desaparecido el problema de
las Malvinas, se habrá despejado el camino y habrá desaparecido todo equívoco
para tratar con los magnates británicos, porque las Malvinas son como un toque
de atención, una amenaza perpetua, un signo de que esos magnates no solo
representan tenedores de bonos, sino que son además el instrumento de un
designio imperial: hablan por los tenedores de bonos, pero hablan también por un
Estado extranjero. Esa segunda intención, ese designio mudo, nos paraliza y
pone al Estado argentino en la desgraciada situación de inferioridad de aquel a
quien lo obligan a tratar un negocio con un hombre al que sabe armado hasta los
dientes y tiene que guardar con él, todos los miramientos que se ponen en un
negocio entre iguales, sabiendo que en última instancia le impondrán decisiones
por la fuerza.
Planteado
previamente el asunto de las Malvinas, el Estado argentino no descendería después
a la condición de un particular adquiriente que compra si el otro quiere vender
y en las condiciones que fije el que quiera vender, sino que, en la conclusión
de nuestra emancipación económica, tendrá las manos libres del Estado soberano
en todas las gestiones de interés general y nacional.
Ramón Doll, Acerca de una política
nacional. Del Servicio Secreto inglés al judío Dickmann. Itinerario de la
Revolución Rusa de 1917. Hacia la liberación. Reconocimientos, 1975, Dictio,
pag. 353-369
Notas de NCSJB::
[1] Un reducido grupo de empresas son
las que se benefician con las exportaciones de nuestras materias primas. Este grupo está compuesto por Cargill, Bunge, AGD, Dreyfus, Nidera, ACA,
Noble, Toepfer, ADM y AFA.
[2] En noviembre de 1989 se produce la visita de Lord
Montgomery a Buenos Aires para ver y analizar las empresas,
organismos y recursos naturales de la Nación Argentina que serián transferidas al
sector privado por imperio de la Ley de Reforma del Estado Nº 23.696. El 15 de
febrero de 1990 se firmó en Madrid el Primer Tratado Anglo-Argentino,
denominado burdamente “Declaración conjunta de las delegaciones de la Argentina
y del Reino Unido”, que se complementaría con el denominado “Tratado
Anglo-Argentino de Promoción y Protección de Inversiones”, suscripto en Londres
el 11 de diciembre de 1990, y posteriormente sancionado por el Congreso de la
Nación Argentina el 4 de noviembre de 1992 (Ley N° 24.184). La firma de los
Tratados Anglo-Argentinos de 1990 no fue otra cosa que la imposición de un
verdadero Tratado de Versalles Argentino, una de las más grandes humillaciones
y postraciones de nuestra Historia. Inclusive la prensa londinense presentó el
establecimiento de los mismos como un “éxito” del presidente Carlos Saúl Menem.
Cabe repetir, una vez más, que son tratados que aún siguen vigentes y que ninguno de los diferentes
gobiernos “democráticos” ni siquiera quiso revisar.
[3] El ferrocarril había sido trazado respondiendo a la
concepción de un país agrario que intentaba unir las llanuras del interior con
los puertos para propiciar las exportaciones de manufacturas, especialmente de
materias primas, con el fin de salvaguardar los intereses británicos, lo que
tenía poco que ver con los intereses de una Nación soberana.
[4] Sobre la influencia británica en
todos los aspectos de la vida social, ver el libro Argentina gesta británica de
Emilio Manuel Fernandez Gomez y Argentina, 2 tomos.
[5] Alberdi, que no sabía inglés,
tomó el texto de la constitución federal de Estados Unidos en la mala, pésima, traducción
de Manuel García de Sena, militar venezolano que tradujo en 1811 a Payne, y a
modo de apéndice había añadido entre otros documentos la Constitución Federal traducida
a su buen saber y entender. Ni sus conocimientos de inglés ni su versación
jurídica lo capacitaban, como él confiesa, para una versión aproximadamente
correcta. Pero solamente se propone dar una idea. (El fetiche de la
constitución de José María Rosa).
[6] Sir David Kelly, embajador
británico en Argentina durante la segunda guerra mundial, reconoce que en
varias oportunidades facilitó textos para los editoriales de “La Nación” y “La
Prensa”. En la actualidad para conocer la opinión de las embajadas británica y
norteamericana basta con revisar las editoriales de los periodistas estrellas
de la televisión, las radios y los periódicos.
[7] La ex Presidente Cristina Kirchner reconoció que el país "desde
el año 2003 hasta el 2013, pago deuda por un monto de 173.733 millones de
dólares”. En la actualidad la deuda pública supera los 250.000 millones de dólares.
[8] La nacionalización de los
ferrocarriles durante el gobierno de Perón fue un gran negocio para los
ingleses, se llegó a pagar con oro constante y sonante “por estos fierros viejos” según dijo
su ministro de economía Miguel Miranda.
[9] Antes de ser presidente, Mauricio Macri dijo: "Nunca
entendí los temas de soberanía en un país tan grande como éste [...] Las
Malvinas serían un déficit adicional para el país"
[10] "Ustedes saben, con honestidad, que el resultado
práctico de lo que significa el endeudamiento externo, y la forma en que
condiciona la voluntad política argentina, se advierten en todos los pliegos de
las licitaciones por las que se realizaron las privatizaciones de los servicios
públicos. Los mismos tienen una cláusula no escrita, que no la hemos escrito
“por vergüenza nacional”, que es el grado de dependencia que tiene nuestro
país, que no tiene ni siquiera dignidad para poder vender lo que hay que vender.
Un país que no tiene disponibilidad de sus bienes, un país que está inhibido
internacionalmente. Arrodillado vergonzosamente. Nuestro país.
Yo no quiero hacer historia desde cuándo viene esta situación, ni cuándo o
dónde nació. ¡Pero, por Dios, este es el país del que yo soy ministro hoy, 28
de agosto de 1990! (José
Dromi en "Afirmaciones ante la Comisión Bicameral de Privatizaciones de la
Legislatura Nacional". Diario Clarín. 9 de septiembre de 1990). Estas
palabras del afamado abogado mendocino especialista en Derecho Administrativo
muestran con crudeza, la posición en que se encuentra el Estado nacional cuando
debe sentarse a negociar con otros Estados o simples particulares.
[11] Producida la recuperación de las
Islas Malvinas el 2 de abril de 1982 los argentinos en forma espontánea
celebraron sin distinción de banderías políticas, demostrando la trascendencia
que tiene esta causa nacional por sobre cualquier divergencia de intereses y
que es un factor aglutinante de la nación.
Enviado
por Santiago Mondino
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista