A modo de homenaje por este luchador por la
verdad, NCSJB vuelve a publicar el extracto de la obra magna de don Salvador
Borrego Escalante, “Derrota Mundial”, rogando por el eterno y merecido descanso
de este valiente maestro que a muchos nos abrió los ojos ante las mentiras de
los vencedores.
Descanse en paz
Mucho se
ha hablado en contra de la guerra. Pero evidentemente no todo es negativo en
ella. Es en la lucha donde se remueven las más profundas vetas de la
personalidad de los pueblos; es en la lucha donde aflora lo mejor de sus
valores y lo peor de sus defectos; es en el momento supremo del «ser o no ser»
cuando se ve lo que en realidad contiene un pueblo y lo que guarda celosamente
como tesoro no de todos los días.
Más antiguo que el deseo de paz es el
deseo de guerra. Paz es cesación de lucha; paz es el reverso de un estado
exacerbado de actividad y combate por la existencia. La ausencia de lucha es la
«paz», es decir, paz es falta de algo. Todo lo que vive, lucha.
La guerra es una amplificación gigantesca del
espíritu de los pueblos y de los hombres, en la que afloran vivencias ocultas.
En ella no solamente hay el significado de un conflicto entre dos gobiernos o
entre dos pueblos: hay también significados más profundos e invisibles; quizá
por eso es una necesidad esporádica de los pueblos y de la humanidad misma. No
simplemente por un capricho irreflexivo, sino por una necesidad potente y
misteriosa, es por lo que grandes masas de hombres en la plenitud de su
existencia salen al encuentro de la muerte.
Por muchos motivos es lamentable que el deseo
de guerra sea tan antiguo como el deseo de paz, pero esto es un hecho. A
veces la paz es cesación de lucha, aunque no paz verdadera. No siempre la
paz es esencialmente perfecta, y de ahí que se haya dicho que todo lo
que vive, lucha.
En muchas ocasiones la guerra ha sido una
amplificación gigantesca de un conflicto o de un espíritu de lucha; a veces
encierra significados profundos e invisibles que arrastran a grandes masas de
hombres, pese a lo terrible que es la guerra. Todos los horrores y el
dolor que ésta encierra no han sido suficientes para hacer nacer el Espíritu de
una Auténtica Paz, que sería la Verdadera, la lograda por Dentro del Espíritu,
no convenios o tratados siempre expuestos al fraude o a la traición.
Paradójicamente, pese a sus cenizas de
destrucción, la guerra es también creadora. No fueron sólo los reposados y
sabios senadores los que forjaron el Imperio Romano, sino la espada de César y
el empuje de sus legiones; no fueron sólo los siete sabios de Grecia los que
hicieron de Grecia el corazón de una época y de una civilización, sino
el arrojo espartano de sus guerreros.
Los pueblos crecen y se hacen grandes y
maduros al golpe de sus luchas a través de la historia. Y esa lucha es
dolorosa, pero inevitable y sagrada; es la que va forjando el futuro por más
que pacifistas de etiqueta y sabios de salón se empeñen en hacer un mundo sin
guerras. En la naturaleza todo es lucha y el hombre no puede sustraerse de la
vida superior de la cual es apenas trasunto y brizna.
En el campo de batalla se descorre toda cortina
de diplomacia; dejan de ser válidas las apariencias, la palabrería insidiosa y
el doblez político y sólo queda en pie la profunda y auténtica voluntad de la
lucha, el peso de la convicción, el valor del sacrificio para morir por lo que
se proclama.
Ahí sólo rige la entereza de marchar hasta el
final; ahí se esfuma lo que era apariencia vocinglera y se libera de ropajes
engañosos lo que era auténtica realidad. Por más que los intelectuales se
empeñen abstractamente en afirmar lo contrario, la fuerza de las armas en
guerra es un hecho solemne e incontrastable; siniestro, pero grandioso. Que los
países desarmados hablen de pacifismo vestidos de frac y que ensalcen el
derecho internacional, como el máximo coordinador entre los pueblos, es tan
explicable como que el gusano menosprecie la rapacidad del águila y como que el
haragán adule a los que puedan arrojarle algunas migajas. Pero todo pueblo con
sanos instintos no rehúye jamás el sacrificio de la lucha suprema para asegurar
sus derechos que ninguna ley internacional le garantiza. Así ha ocurrido en
toda la historia de la humanidad.
Para los pueblos jóvenes y fuertes la guerra
siempre ha sido siniestra, pero honrosa; sombría y trágica hasta el extremo de
la miseria y de la muerte, pero gloriosa hasta el sacrificio o el brillar de la
victoria. En ella el hombre se encara ante la muerte no por el camino
desfalleciente de la enfermedad, ni por el apacible sendero de la vejez, sino
por la puerta luminosa de un ideal que trasciende los límites personales del
individuo y de una generación y vive en los individuos y en las generaciones
que aún están por llegar.
A pesar de los pacifistas sinceros o hipócritas
—y de los representantes de una época debilitada y en proceso de
desintegración— seguirá imperando el relámpago de la espada como signo que
escriba en el firmamento de los siglos la historia profunda y arcana de las
culturas.
Ojala no hubiera sido necesario que las cosas
ocurrieran así, pero así fueron, tal vez por alguna razón trascendente que en
el futuro pueda llegar a ser superada. Mientras esto ocurre, se ha visto que
los pueblos crecen y se hacen grandes y maduros al golpe de sus luchas a través
de la historia. En la naturaleza todo es lucha, y el hombre no ha podido
sustraerse a este fenómeno. Su milenario anhelo de paz ha naufragado en la
injusticia y en la paz falsa, que jamás puede ser definitiva porque carece de la
esencia capaz de darle perdurabilidad.
Y así hemos visto de tiempo en tiempo que esa
paz aparente se rompe en un instante y reaparece la guerra, con una nueva
ilusión de alcanzar la paz verdadera.
Es innegable que "en la guerra muchos
espíritus creen encontrar la fórmula suprema de enmendar injusticias, quizá
porque en la lucha de vida o muerte sólo queda en pie la profunda y auténtica
voluntad del sacrificio para morir por lo que se proclama. Este rasgo confiere
a la guerra un aspecto grandioso, porque en ella muchos hombres se entregan a
la lucha sacrificándose por las generaciones que aún están por llegar.
Ese rasgo ha sido el relámpago de la espada que
ha escrito en el firmamento de los siglos la historia del dolor de muchos
pueblos en su camino —hasta ahora infructuoso— por alcanzar la paz verdadera,
basada en la justicia.
SALVADOR
BORREGO – “Derrota Mundial” Editorial Casa de Tharsis 2013 – Págs 145-147
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
De la NECESIDAD DE HACER LA CONSAGRACIÓN DE RUSIA.
ResponderBorrarhttps://lascadenasdeobligado.blogspot.com.ar/2018/01/huroneando-en-enero-2018.html
ResponderBorrarMARÍA JOSEFA FLEMING ES CONSUEGRA DE LA KK (Cristina Fernández de Kirchner) Y POR LO TANTO AMBAS SON ABUELAS DE HELENA, LA BEBA DE FLORENCIA KK Y DE CAMILO VACA NARVAJA, EL PADRE. MARÍA JOSEFA VIVE EN BARILOCHE Y ASESORA AL “RAM” “MAPUCHE”, Y ES TÍA DE SANTIAGO MALDONADO.
¡PERIODISTAS Y MONTONEROS UNIDOS PARA DESMENBRAR A LA PATRIA