Los guerreros son los fundadores de la Patria
y del Estado. Una tierra de libertad y de honor jamás fue descubierta ni
conquistada por mercaderes.
En el principio no son las especies. Todos
los comienzos históricos le pertenecen al héroe.
El heroísmo no es desbordamiento momentáneo
sino la fía seguridad que de pronto deviene la llamarada; es la conciencia del
fin necesario y la capacidad de realizarlo de una manera acabada y ejemplar,
por encima de las contingencias y a pesar de ellas. Se ha dicho que el héroe es
un producto de las circunstancias; nada revela tanto la disminución de la
verdad y la moralina filistea que envilecieron al siglo XIX.
El héroe es la entrada de la razón y de la
justicia en la existencia; su fuerza eleva a los pueblos hasta merecer la
grandeza de su misión y los hace capaces de conquistar la libertad de la
soberanía y el derecho a un nombre propio en la Historia Universal.
El riesgo máximo del héroe, su obstáculo más difícil
de vencer es que su acción no se manifiesta según derecho reconocido, sino como
una voluntad particular. Por esto sus hechos importan una violencia contra lo que
está admitido o aprobado por la generalidad de los hombres. Pero es una
violencia plenamente justificada porque responde a la necesidad de restaurar la
Ley olvidada.
El prestigio del héroe es antiguo, aun más
antiguo que la costumbre, puesto que es el origen de la costumbre y de la ley.
En épocas de normalidad banal, de prolongado
equilibrio en la vida interna y externa de las naciones, sobre todo si el alago
de una prosperidad material creciente se apodera de los espíritus, entonces se
extiende el silencio sobre los héroes nacionales, protagonistas de todas las
horas decisivas y definitivas de la Patria. Se las despoja de actualidad,
relegándolos a l museo de antigüedades ilustres; y, a veces, no se disimula
siquiera el fastidio que los hombres representativos de la cotidianeidad, principalmente
pedagogos experimentan hacia el héroe.
Es el momento en que abusando de los términos
e invirtiendo la tabla de los valores se exaltan las virtudes del trabajo y los
rendimientos útiles de la técnica científica, obra de esos esforzados
investigadores que son, se dice, los verdaderos héroes; y sus descubrimientos,
la gloria verdadera de la humanidad. Y los pregoneros de este nuevo heroísmo de
los hombres que traen seguridades y facilidades para la vida, en lugar de
riesgos y de las dificultades, osan sugerirle a los pueblos los últimos propósitos
de la Revolución que triunfa en los espíritus adormecidos por la facilidad: “en lugar de las estatuas con los reyes
glorifican a los cómplices de sus devastaciones, los pueblos tienen el derecho
de erigir estatuas de los gloriosos vencedores de la oscuridad, del espacio,
del abismo de los mares, de la pobreza, de las fuerzas de la naturaleza puestas
al servicio del hombre, como el calor, la electricidad, el gas, el vapor, el
fuego, el agua, la tierra, el hierro…
Los nobles héroes de la ciencia en lugar de
los bárbaros héroes del sable. Los que extienden, ayudan, realzan, dignifican
la vida, no los que la suprimen so pretexto de servirla; los que cubren de
alegría, de abundancia, de felicidad las naciones, no los que las incendian,
destruyen, empobrecen, enlutan y sepultan”.(Alberdi, “El crimen de la guerra” Cap.
VI, 8)
En estos y parecidos términos, se ha hablado
a la juventud de la Patria durante generaciones, como si tuviéramos la vida
para conservarla y asegurarla indefinidamente y no para perderla por aquellos
que vale más que la vida; como si la vida fuera un fin en sí mismo y no un bien
que se posee para ofrecer a otros bienes más altos: Dios, la Patria, el honor
de los suyos. Como si la vida no fuera en el hombre una preparación para la
muerte, para saber morir cuando llega la hora en que es preciso afrontarla…
Jordán Bruno Genta: “Acerca
de la libertad de enseñar y de la enseñanza de la libertad” Ed. Dictio.
Argentina 1976. Págs. 70-72.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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