San Juan Bautista

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jueves, 15 de febrero de 2018

La Constitución Apostólica Veritatis Gaudium - Antonio Caponnetto





Algunos comentarios críticos


         Fechada en diciembre de 2017, pero dada a conocer públicamente, según sabemos, el pasado 29 de enero de 2018, Francisco nos ha entregado su Constitución Apostólica Veritatis Gaudium, sobre las Universidades y Facultades Eclesiásticas.

         Es un texto que consta de varias partes, meramente técnicas algunas, con anexos documentales otras y con disposiciones necesariamente leguleyas, repartidas sobre todo en los tramos finales del documento.

         Tal vez por la naturaleza algo árida del tema abordado, y por la especificidad del asunto, lo cierto es que Veritatis Gaudium pasó prácticamente inadvertida, y no parece conveniente que así sea.  Entre otras razones, porque prueba una vez más lo que ya todo católico decente y de formación elemental constata con angustia: que Bergoglio es el principal enemigo de la Verdad, y correlativamente, el primer culpable de esta pluriforme, escandalosa y trágica mentira que se enseñorea hoy sobre la Iglesia.

         Mencionemos apenas algunos ejemplos.


El vaciamiento del Pueblo de Dios

         La Constitución supone –con ese aire sociológico y horizontalista propio de la herejía modernista- que “los estudios eclesiásticos han florecido a lo largo de los siglos gracias a la sabiduría del pueblo de Dios”. Sabiduría que es posible descubrir y acrecentar “a través del diálogo” con “las diferentes expresiones culturales”, y merced al hecho de que ese Pueblo de Dios ha sido “acompañado con sinceridad y solidaridad de los hombres y mujeres de todos los pueblos y de todas las culturas” (Veritatis Gaudium,I).

         No resultaría objetable el elogio al Pueblo de Dios y a su papel protagónico en los estudios eclesiásticos, si se aclarara que ese Pueblo de Dios que es la Iglesia, surge de la Nueva Alianza que abroga y dá caducidad a la Antigua; enseñanza escriturística en la que Bergoglio expresamente no cree (cfr. vg. Evangelii Gaudium, 247-249), sumido como está en la patética servidumbre al judaísmo y en el ocultamiento de los dogmas fundantes de nuestra Fe. Si se aclarara a la par que ese Pueblo de Dios tiene por cabeza a Cristo, y que no puede colocar esa cabeza en paridad de condiciones con las de los innúmeros pueblos o culturas desperdigados por el orbe. Y si se aclarara también que ese Pueblo de Dios es sacerdotal, profético y regio, porque las tres notas distintivas tiene su Rey y Señor. Lo que hace reyes a sus miembros cada vez que se persignan, dice San León Magno (Sermo 4, 1). Y en carácter de tales los inhibe para ayuntarse indiscriminada y festivamente con esas expresiones populares y culturales, con las que se promueve ahora la contemporización y la logomáquica tertulia.

         Sí; los miembros del Pueblo de Dios tienen jerarquía regia, porque un Augusto Soberano los comanda. No son demócratas que consensúan lo verdadero o lo falso en una babélica mesa de conversaciones.

         Sin estas distinciones se incurre en un distorsionamiento grave, que analoga al pueblo depositario de la soberanía con el pueblo depositario de la sabiduria. En un caso estaría facultado para otorgar el poder político; en otro para ofrecer la sapiencialiedad eclesial. Con el agravante de que, para tamaño menester, le sería imprescindible a ese pueblo el diálogo homogeneizante con otras culturas; justificándose la peregrina y falaz hipótesis con la premisa de que tal Pueblo de Dios ha sido “acompañado con sinceridad y solidaridad de los hombres y mujeres de todos los pueblos y de todas las culturas”. 

         La verdad histórica y teológica es muy distinta a la que aquí se sostiene. Ese Pueblo de Dios ha tenido que vivir en permanente situación de batalla, hasta hoy, precisamente por la hostilidad declarada y manifiesta de esos pueblos y culturas, tantas y tan crueles veces ubicados en las antípodas de Jesucristo. Sólo en la construcción utopista y falaz de Bergoglio el Pueblo de Dios ha vivido rodeado de ternezas, solidaridades y amables coloquios interculturales. Sólo en su eclesiología de kermesse de barrio, la Iglesia ha ingresado hoy en “una nueva etapa de la misión caracterizada por el testimonio de la alegría” ( Veritatis Gaudium, I).

         “Por causa tuya, dice San Pablo refiriéndose a Cristo, somos puestos a muerte todo el día” (Romanos 8, 31); esto es, somos objetos de tribulaciones y de persecuciones antes que de solidaridades y altruismos mundanos. Y por causa del mismo Cristo nos convoca reiteradas veces a librar el buen combate (I Timoteo,6,12). Lo que el Apóstol preveía para el Pueblo de Dios, no era un presente y un porvenir de inter-religiosas pláticas y lisonjeras solidaridades mundialistas, sino una misión de lucha. Y en todo caso, en esa lid, librada bajo la conducción de un Dios, al que la Escritura llama Dios de los Ejércitos, se ponía a prueba el “testimonio de la alegría”. Porque la alegría no es un nuevo eón, un novel yuga, una flamante edad eclesiológica que inaugura Bergoglio. La Iglesia es la Musa de la Alegría que habita en la tierra de los justos, al perenne decir de San Hilario (Tractatus super Psalmos, 149, 2).

         Es curiosa y paradojal la vanagloria de este modelo de humildad por el que se tiene a Bergoglio, y que lo lleva a creer que, bajo su égida, la Iglesia entra sin más en “una nueva etapa misionera” signada “por el testimonio de la alegría”. Y es curioso asimismo que no se advierta que, si en alguna nueva etapa está introduciendo a la Iglesia este hombre espeluznante, la misma no está caracterizada por el contento o el júbilo, sino por los lindes con la apostasía, cada día más trágicos, más lacerantes y más visibles.


La revolución cultural

         Según Bergoglio el Concilio Vaticano II “ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera del hacer y del pensar creyente” (Veritatis Gaudium, II); todo lo cual, por cierto, lo inunda de gozo, ya que la Revolución, en el contexto de la herejía modernista que lo rige e informa, es para él una categoría positiva y edificante. Siendo una de sus metas la construcción “de un humanismo nuevo, el cual permite al hombre moderno hallarse a sí mismo” (Ibidem). Ni siquiera un humanismo cristiano para mejor hallar a Dios. Un neohumanismo a secas, del que el hombre es la medida de todas las cosas. Protágoras antes que Maritain vuelve por sus fueros; Ficino antes que Mounier; y no está nada bien que regresen ninguno de los mentados.

         Ajeno a las sutilezas, la docencia bergogliana ofrece todas las pistas explícitas para saber dónde ubicarla. Como un homicida tosco que deja las huellas digitales diseminadas por todo el escenario del crimen, aquí sucede exactamente lo mismo, con el agravante de que la víctima fatal es la Esposa del Señor. Aquí, en efecto, no existe ya la teología como scientia sacra, ni la antropología como disciplina centrada en la creatura que encuentra su sentido en el Creador. Existe la Revolución, que al buen decir de quien tanto la estudiara, Salvador Borrego, es precisamente “un nuevo humanismo”, que “mina el ámbito religioso por fuera y por dentro”; que “propugna una nueva religión, pero formada por trozos de otras muchas, de tal manera que absorba, disuelva y neutralice al catolicismo”; que únicamente acentúa “los valores humanos”, forjando “un nuevo tipo de religiosidad, en el que lo preferente sea el aquí y ahora”, y dejando en definitiva como conclusión de “que todas las religiones vienen a ser la misma cosa, y que los dogmas y sacramentos católicos son relativos”[1]


         Si De Maistre definió a la Contrarrevolución como un no conformarse con hacer la Revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución, Bergoglio se encuentra en las antípodas de esta luminosa consigna. Él ejecuta lo contrario de la Contrarrevolución; en pensamiento, en palabra y en obra. Y no trepida en decirnos que propugna “una valiente revolución cultural” (Veritatis Gaudium, III), “un cambio radical de paradigma” (Ibidem), una “Iglesia en salida” (Ibidem), que esté “siempre abierta a nuevos escenarios y a nuevas propuestas”, “en diálogo con las diversas culturas”. Una Iglesia que asuma que “hoy no vivimos sólo una época de cambios sino un verdadero cambio de época”, por lo que “se trata, en definitiva, de «cambiar el modelo de desarrollo global y redefinir el progreso” (Ibidem).

         No puede escapársele a Bergoglio la funesta gravedad de lo que está predicando. No puede escribir impunemente cuanto ha escrito. Negado el principio perenne del Ecclesia semper idem, semper fidelis, y sustituído por el ardid luterano del Ecclesia semper reformanda (decimos ardid porque la premisa completa, no mencionada por los protestantes, dice originalmente: semper reformanda est secundum verbum Dei), la ideología del cambio por el cambio sienta sus reales. Changer pour changer, gritaban durante el Mayo Francés. Entonces, se tomará como la cosa más natural y más deseable del mundo, aceptar los cambios en los paradigmas, en las definiciones de desarrollo o de progreso, o en los escenarios y las propuestas. Y lo más terrible: los cambios en aquellas cuestiones de las que los bautizados leales esperan precisamente que la Iglesia sea el refugio de la perennidad e inmovilidad. Ni arqueologismo ni evolucionismo necesitamos los fieles. Simplemente la certeza de que el Señor tiene “palabras de Vida Eterna” (Jn. 6,68), y que de ellas no se tocará ni una jota ni una tilde (Mt. 5, 17).

         Insistimos en que no pueden ser ni son inocentes estas expresiones bergoglianas, como revolución cultural, cambio de paradigma o sustitución de época, correspondientes todas ellas a la semántica de la insurrección marxista, al lenguaje del desquicio progresista y hasta al estilo lingüístico de los más frívolos intelectuales de la izquierda. Sectores los mencionados con quienes Bergoglio tiene gratos, amables y frecuentes contactos. Los argentinos con memoria lo conocemos muy bien.

         De resultas, ¿hacia dónde es la salida de esta “Iglesia en salida”, que insensatamente se propugna? Es, sencillamente, la salida de su ortodoxia, de su eje, de su rectitud y de su Camino, hacia una pluralidad de vías tendidas todas por el Mentiroso desde el Principio (Juan 8,44). Salida del quicio y del eje, del centro diamantino diría Ramiro de Maeztu; y por eso mismo admirada entre aplausos y vítores por lo más granado del mundo. La Iglesia en salida que se nos propone es la Iglesia en huída del Misterio de la Cruz, y forzada a ingresar en los arrabales de la historia. La Madre ida, evadida y desertora de su Tradición, para buscar albergue y prestar un dócil servicio en el mercado de las religiones del Nuevo Orden Mundial. La Iglesia en salida salió desdeñando la puerta estrecha (Ls 13,24), buscando insensatamente el portón espacioso que lleva a la perdición.

         Bergoglio está felicísimo por lo que debería ser causa de angustia para un católico genuino; esto es, por la pertenencia a una época signada por el más pavoroso de los cambios de paradigmas, que es el de la hostilidad manifiesta e infame al Orden Natural y al Orden Sobrenatural. Contrariamente lo que lo apena son los católicos que aún no están en salida, ni en retirada ni en fuga, sino decididos a formar parte del pequeño rebaño desde el cual poder hacerle frente a la Bestia, con el auxilio de la Gracia.


La Iglesia en salida       

         Para justificar esta torva eclesiología, Bergoglio –ya otras veces lo ha hecho- no vacila en utilizar textos de santos venerables, a los que vacía de sentido y de contexto, amparado en la ignorancia o en la obsecuencia de sus lectores. Dice en esta ocasión: “El teólogo que se complace en su pensamiento completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maius de Dios y de la verdad, siempre en desarrollo, según la ley que san Vicente de Lerins describe así: <annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate> (Commonitorium primum, 23: PL50,668)”. (Veritatis Gaudium, III).

         Cortado y reducido de este modo el texto del célebre Padre de la Iglesia, dá la impresión de que el mismo está a favor de un evolucionismo dogmático, según el cual la Verdad se va consolidando por causa del devenir de los años, desarrollándose según el tiempo y ahondándose con el correr de la edad.

         Sin embargo, en la misma obra a la que remite Bergoglio, San Vicente de Lerins sienta la primera norma de Fe, no precisamente convalidadora de una “Iglesia en salida”. Esa primera norma sostiene la obligación de creer “sólo y todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes”: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus. “Evita, pues, las novedades profanas en las expresiones, ya que recibirlas y seguirlas no fue nunca costumbre de los católicos, y sí de los herejes” (Commonitorium, 24).

         Pero vayamos al párrafo completo citado en la Veritatis Gaudium: “Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo? Ciertamente que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación. Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación, que una cosa se transforme en otra. Así, pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación. Que la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo permanecen siendo siempre ellos mismos. […] Estas mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre incorrupto e incontaminado, integro y perfecto en todas sus partes y, por así decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación en lo que está definido” (Commonitorium, 23)[2]

         Es clara, como no podía ser menos, la postura del santo; y nítido el contraste con la Neoiglesia en Salida, engendro diverso y antagónico a la Iglesia Católica. Es patente, insistimos, la contraposición entre el genuino progreso en la Fe, que nunca negó la recta doctrina, y la modificación de la misma, que se está ejecutando ante nuestros ojos indignados y dolientes.

         Es más; si esta fuera la ocasión, el análisis del famoso Conmonitorium permitiría retratar más agudamente el itinerario heretizante de Bergoglio.  San Vicente de Lerins, en efecto, brega porque no se adultere el depósito de la Fe: “Has recibido oro, devuelve, pues, oro.  No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo que sólo tenga su apariencia” ( Conmonitorio, 22). Brega asimismo por huír de las vanas novedades profanas, pues “las novedades concernientes a los dogmas, cosas y opiniones en contraste con la tradición y la antigüedad; así como su aceptación, implicaría necesariamente la violación poco menos que total de la fe de los Santos Padres[...]. Evita, pues, las novedades profanas en las expresiones, ya que recibirlas y seguirlas no fue nunca costumbre de los católicos, y si de los herejes” (Conmonitorio, 24). Y brega en fin, con tono apasionado, por que se combata frontalmente al “diablo y sus discípulos -pseudoApóstoles, pseudo-profetas, pseudo-maestros y herejes en general- que acostumbran utilizar las palabras, las sentencias, las profecías de la Escritura” (Conmonitorio, 27); como podría ser después el caso de los protestantes, a quienes la Neoiglesia de la Salida ha dado plena y calurosa acogida en su seno.

         Bergoglio pide que, para no ser mediocre, un teólogo, no debe tener “un pensamiento completo y acabado”, sino “abierto, es decir incompleto”. Amén del galimatías que significa tener a la incompletez por excelencia, y a lo inconcluso, truncado y mocho por virtud intelectual, este elogio de lo que no es entero sino defectuoso, ni cabal sino carente, entra en abierta colisión con el mentado San Vicente de Lerins. “El depósito de la Fe es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a tí vino: a su respecto tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tú quien lo ha iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo. Guarda el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica” (Conmonitorio, 22).

         Mientras escribimos estas líneas -Miércoles de Ceniza del 2018- nos enteramos con consternación que Bergoglio, para dictar los Ejercicios Espirituales de Cuaresma, dirigidos a él y a la Curia Romana, ha convocado al cura portugués José Tolentino de Mendonça, secuaz de Sor María Teresa Forcades i Vila, promovida como teóloga proclive al homosexualismo, y autora del libro “Siamo tutti diversi. Per una teologia Queer”. ¿Esta es la teología no mediocre de la Neoiglesia en Salida? ¿Este es “el pensamiento abierto al maius de Dios”, que alaba Bergoglio? ¿Este es el fruto de encomiar lo inconcluso y lo manco, por odio a la completa, acabada y cumplida teología católica?[3].

         Otra vez podría resonar la voz de San Vicente de Lerins: “El verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído. Sabe que toda doctrina nueva y nunca antes oída, insinuada por una sola persona, fuera o contra la doctrina común de los fieles, no tiene nada que ver con la religión, sino que más bien constituye una tentación. (Conmonitorio, 20).


Postulados masónicos elementales

         Esta Neoiglesia en Salida (corolario fatídico de la Iglesia Conciliar, como se osó llamarla antaño desde altos estrados jerárquicos), otorga todas las señales necesarias, una a una, para ser perfectamente asimilada y aceptada por la masonería en general y por la forma mentis acuariana y gnóstica en particular.
Es su fundador y pontífice quien nos dice ahora en la Veritatis Gaudium que esta neoiglesia:

         a)“se hace levadura de aquella fraternidad universal”, vértice tercero de la trilogía iluminista que se completa con la de la libertad y la igualdad ;

          b)tiene “el imperativo de escuchar en el corazón y de hacer resonar en la mente el grito de los pobres y de la tierra”, tal como podrían enunciarlo los socialistas, los panteístas o los seguidores de Gaia, la diosa tierra de la New Age.  Proletarios y pachamamas que gritan, son muletillas con las que han saturado el mercado los grupúsculos indigenistas y aún terroristas. Una mirada católica de la gran cuestión de la pobreza y del cuidado de la iustisima tellus, demandaría un idioma y un criterio distintos a los que se están usando oficialmente.

         c) posee “un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (Veritatis Gaudium, 4, a); y que, por supuesto, no son los católicos, apostólicos y romanos, perseguidos, ultrajados y martirizados a causa de la Fe Verdadera, sino los que revisten en determinadas clases sociales tenidas por excluidas del sistema; sistema al que sin embargo siguen sirviendo los de la Iglesia Salidora, para no ser políticamente incorrectos. Sistema –el democrático- al que han llamado con estulticia: “el eco temporal del Evangelio”. Los descartados y los desechados hoy son los genuinos católicos; y no parece ser precisamente en resguardo de ellos por quienes se cruzan lanzas en este extraño pontificado.

         d)considera que “El Evangelio y la doctrina de la Iglesia están llamados hoy a promover una verdadera cultura del encuentro, en una sinergia generosa y abierta hacia todas las instancias positivas que hacen crecer la conciencia humana universal” (Ibidem, 4,b). Esto es, que tiene por meta el irenismo y el eclecticismo, al servicio del ideal evolucionista y gnóstico de la conciencia universal. En la Iglesia Católica se trataba de encontrar a Cristo en la Sagrada Escritura, en la Sagrada Liturgia, en los Sacramentos, en la Oración, en los Santos y en su Santísima Madre. En la Iglesia Salidora, el encuentro no es una experiencia sacra sino sociocultural; en rigor, ni siquiera es un encuentro sino una sinergia; una mecánica, no una aventura de la gracia.

         La perspectiva fenomenológica suple a la teológica. Lo importante ahora no es ocuparse de “la cosecha abundante” (Ls. 10, 1-9), rogando al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies, según feliz expresión de San Gregorio Magno (Homilía 17, 1,3). No; lo importante ahora es hacer crecer la conciencia universal en espacios de luz, que son como esos salones de usos múltiples de los modernos edificios, en los que lo mismo se ejecuta una orgía, un Bar Mitzva que un festejo de bautismo.

         Asimismo, en la Iglesia Católica, Dios sale al encuentro del hombre, y “el hombre, dirá San Agustín, quiere alabarte, pues Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza” (Confesiones, I, 1). En la neoiglesia bergogliana, el encuentro es una reunión de pares, en una mesa de diálogo y de consensos múltiples “entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al intercambio recíproco de sus propios dones en el espacio de luz que ha sido abierto por el amor de Dios para todas sus criaturas (Ibidem,4, b).

         Para que estas reuniones culturales “en el espacio de luz” sean lo más fructíferas posibles,”es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas” (Ibidem). No para desenmascararlos, para protestar su falsía y ruindad, ni para combatir su perversión ingénita, ni siquiera para evaluar su validez moral, sino para incorporarlos a “la conciencia universal”, tanto más pletórica cuanto más manifestaciones culturales pluralistas incorpore.

         e)se exige que sea “una Iglesia llamada a “crear redes” con “las diferentes tradiciones culturales y religiosas”; y que pueda aportar sus estudios e investigaciones, proponiendo “pistas de resolución apropiadas y objetivas a los “problemas de alcance histórico que repercuten en la humanidad de hoy” (Veritatis Gaudium, 4 d).

         Diferencia importante la que aquí se nos plantea. La Iglesia Católica era misionera; buscaba la conversión de las almas –individual y socialmente- y para ello estaba dispuesta al martirio, como de hecho sucedió en miles de casos y en remotísimos lugares. La Iglesia Salidora no misiona; crea redes, teje mallas, urdimbres, estratagemas de convivencia. No ofrece la Verdad para salvar a los hombres, sino “pistas” para dialogar, interactuar y convivir con ellos.

         En la Iglesia Católica había un gran motivo para misionar: “el amor de Cristo nos apremia” (2 Cor. 5, 14), y el conocer por lo tanto que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). En la Iglesia Salidora, como dijimos, se dan pistas para resolver conflictos acuciantes; y por supuesto, sin pretender que esas pistas sean superiores o mejores a las otras muchas que pueden ofrecer las plurales y fluctuantes costumbres, culturas y pueblos.

         La Iglesia Católica fue comparada con una Barca, con su velamen que es la Cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo, y que navega bien en este mundo: pleno dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo (San Ambrosio, De virginitate 18, 119).  La Iglesia Salidora, en cambio, es una habilidosa agencia moderna, promotora de pistas de aplicabilidad internacional, pues “la tendencia es la de concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos” (Veritatis Gaudium, IV,d); sabiendo que “la toma de conciencia de esta interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común”(Ibidem).

         Es, además, una agencia promotora de practiquísimas síntesis dialécticas, al alcance de cualquiera, pues la fórmula es muy sencilla y ni siquiera hay que andar leyendo al complicado Hegel. “Se trata de aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso, adquiriendo un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida” (Ibidem). Algo le escuchamos decir a Feuerbach y Carlos Marx al respecto, pero no hagan caso. Son los macartistas de la Iglesia Católica. El católico tenía batallas, cruzadas, lides, justas, gestas y epopeyas. El salidero tiene conflictos, tensiones, procesos, unificación de opuestos.

         Al presente todo es más sencillo, y no se necesita estar creyendo que el mundo, el demonio y la carne son nuestros enemigos. La tarea del teólogo no mediocre que quiera colaborar con los Estudios Eclesiásticos consistirá en elaborar “herramientas intelectuales que puedan proponerse como paradigmas de acción y de pensamiento, y que sean útiles para el anuncio en un mundo marcado por el pluralismo ético-religioso. Esto no sólo exige una profunda conciencia teológica, sino también la capacidad de concebir, diseñar y realizar sistemas de presentación de la religión cristiana que sean capaces de profundizar en los diversos sistemas culturales” (Ibidem, 5).

         Si el relativismo ético-cultural ha pasado a ser un bien apetecible, es lógico que el mester de los teólogos sea analogable al de los ingenieros en informática o al de los peritos en marketing: “concebir, diseñar y realizar sistemas de presentación de la religión cristiana”. No teólogos mediocres que nos inculquen la Verdad.  Sí en cambio comunicadores ingeniosos que hallen la clave de presentación de ese producto llamado “religión cristiana”.  No santos doctores, místicos maestros o sabios rumiantes y contemplativos, que nos entreguen la leche espiritual no adulterada (1 P.2,2). A la Iglesia Salidora le bastará con investigadores que desde “nuevos y cualificados centros de investigación” junto con “estudiosos procedentes de diversas convicciones religiosas y de diferentes competencias científicas puedan interactuar[...]a fin de entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad” (Ibidem).

         En la Iglesia Católica, en fin, regía el clásico principio del “Credo ut intelligam et intelligo ut credam”. En la Iglesia Salidora habrá que poner en práctica una gnosis particular; una “forma de conocimiento y de interpretación de la realidad en el que el modelo de referencia y de resolución de problemas “no es la esfera […] donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros”, sino “el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (Ibidem). Pero llegados a este punto de la comparación inter-eclesial, declinamos nuestra tarea hermenéutica, sea de la continuidad o de la ruptura. Sólo atinamos a sugerir la consulta del Diccionario Simbólico de la Masonería, en el que los iniciados nos explican la particular valoración del poliedro en su infernal alegoría. (Cfr. http://libroesoterico.com/biblioteca/masoneria/Dicccionario%20Simbolico-De-La-Masoneria.pdf). Cualquier coincidencia relean el Apocalipsis...


Santo Tomás entre sarcasmos

         Así las cosas –con una gravedad que no logran atenuar ni la síntesis ni la leve cuota de humorismo de estas glosas- suena a sarcasmo que la Veritatis Gaudium nos diga que “se deben investigar, escoger y tomar con cuidado los valores positivos que se encuentran en las distintas filosofías y culturas; pero no se deben aceptar sistemas y métodos que no puedan conciliarse con la fe cristiana” (II Parte, Artículo 71. § 2). Cuando la inconciabilidad con la fe cristiana no sólo está en las directrices de esta Constitución Apostólica, sino en la totalidad de cuanto dice y obra Jorge Mario Bergoglio. Una inconciabilidad recurrente, buscada, predeterminada; y por lo tanto lesiva y ofensiva en grado sumo.

         Sarcasmo es también, y del peor gusto, que se deje asentado que “la investigación y la enseñanza de la filosofía en una Facultad eclesiástica de Filosofía deben basarse en el patrimonio filosófico perennemente válido, que se ha desarrollado a lo largo de la historia, teniendo en cuenta particularmente la obra de Santo Tomás de Aquino” (II Parte, Título III, Art. 64. § 1). Primero, porque si alguien está ausente en la Veritatis Gaudium y en la Iglesia Salidora construida enfermizamente por Francisco, ese alguien es el Doctor Angélico. Pero segundo, porque querer separar en el Aquinate la filosofía de la teología, es pisotear y atomizar la obra insigne del Doctor Común, en el cual lo filosófico se imbrica con lo teológico, y de ese seno teologal brota y esplende.

         De allí las acertadas y sesudas reflexiones que hilvanara al respecto Francisco José Delgado, quien nos dice entre otros conceptos: “¿Qué papel otorga la Veritatis Gaudium a Santo Tomás en el panorama de las Universidades y Facultades Eclesiásticas? Según hemos dicho, en este documento la atención a la doctrina tomista se cita explícitamente sólo en la Facultad de Filosofía, siempre dentro de las Normas aplicativas de la Congregación para la Educación Católica[...]. Hubiera visto mucho mejor que se insistiera más en la centralidad que debe ocupar la doctrina tomista dentro del estudio de la teología. Porque bajo la insistencia en la filosofía tomista y la exclusión o solapamiento de la teología tomista, se puede ocultar un prejuicio muy común en las últimas décadas y que es enormemente perjudicial para la necesaria restauración de la teología católica. El prejuicio es el de pensar que la teología tomista no es más que una filosofía y que hoy la teología escolástica en general es algo pasado de moda y ajeno al «espíritu del Vaticano II». Los que insisten en esta visión suelen decir que la teología escolástica era excesivamente racionalista y no tenía una perspectiva bíblica. Y es muy frecuente contraponerla a la «teología arrodillada», haciendo un uso bastante desviado de la ya de por sí desafortunada expresión, en mi opinión, de von Balthasar[...].

         “En definitiva, es evidente la necesidad que tiene la Iglesia de una filosofía cristiana de inspiración genuinamente tomista. Pero mucho más necesaria es una teología profundamente tomista, que suponga la aplicación del método de tal filosofía a los principios que la fe recibe de las fuentes de la Revelación. En la crisis actual de la fe, la teología y el magisterio, el recurso a la síntesis teológica tomista es, a mi entender, el único camino para la recuperación de la única Tradición en la que se puede ser católico”[4].


Corolario

         Nos preguntamos, con un dolor indescriptible que muy pocos comprenden, qué sentido tiene hacer el esfuerzo de estudiar estos documentos y de plantear objeciones o reparos, cuando es un hecho constatable que el principal responsable de tanto daño no tiene ninguna voluntad rectificadora; y que jornada tras jornada abruma, abochorna y degrada a la Iglesia. No responde dudas, no atiende correccciones filiales, no recibe a los maestros, no posee la más mínima docilidad a la Verdad. En paralelo, son cada vez más nutridos los contingentes de degenerados de toda ralea, que lo visitan y que él recibe, con una aquiescencia, una capacidad contemporizadora y una absoluta ausencia de toda reconvención pública, que antes lo colocan en la categoría de cómplice que de obligado anfitrión.

         Sin embargo tiene por lo menos un sentido este esfuerzo, y le damos gracias a Dios que nos permite constatarlo, bien que en proporcionada medida. Es el sentido de alertar sobre el peligro inmenso que se cierne cuando un ciego guía a otro ciego. Según Nuestro Señor, ambos caerán en el hoyo (Mt. 15, 14), imagen demasiado explícita como para requerir exégesis. Pues bien; cuantas más almas podamos alertar sobre el riesgo horrendo de dejarse conducir por tamaño invidente, mayor significación cobrará el testimonio solitario de la Verdad. Cuanto más lejos y protegidos del hoyo podamos tener a los feligreses, y a nosotros mismos, mayor alivio experimentaremos y en algo habremos cooperado, siquiera mínimamente, para salvar el honor de la Fe Católica.

         Esto sin mengua de que la Divina Providencia nos mande otra vez un santo de la talla de San Nicolás de Myra, que venciendo para su gloria todo respeto humano y toda prudencia carnal, cruzó el rostro del heresiarca Arrio, con una bofetada viril y justiciera, cuya resonancia magnífica llegó hasta el trono del Emperador y estremeció la Silla de Pedro.


Antonio Caponnetto


[1] Salvador Borrego, Soy la Revolución, México, Tipografías Editoriales, 1992, p. 86-87. .
[2] Cfr. San Vicente de Lerins, El Conmonitorio, Sevilla, Apostolado Mariano, 1990[Serie Los Santos Padres, . 44. Traducción y notas del P. José Madoz.S.I]. .
[3] Mucho nos tememos que el lector corriente desconozca la repugnancia y la sordidez de la llamada “teoría Queer”, obra, entre otras, de la judía Judith Butler. Recomendamos al respecto el ensayo de Ernesto Alonso, ¿Qué es la teoría Queer”, publicado en el blog de la revista Cabildo. Cfr. http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/search?q=Ernesto+Alonso&updated-max=2016-06-11T07:40:00-03:00&max-results=20&start=4&by-date=false  Medítese después lo que significa acudir a un “teólogo” contemporizador de estas aberraciones, para que dicte –nada menos- que los Ejercicios Cuaresmales en la Curia Romana.

[4] Francisco José Delgado, Veritatis Gaudium y la teología tomista, Publicado en Infocatólica, cfr.:

http://infocatolica.com/blog/duropedernal.php/1801300210-veritatis-gaudium-y-la-teolog


6 comentarios:

  1. Como siempre, por Gracia de Dios , y una vez más, todo lo dicho aquí por el Profesor Antonio Caponnetto es oportuno, esclarecedor e irrefutable.

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  2. no puede no ser masón. Cuándo habrá dado el paso?

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    1. ...no hace falta, con ser naturalista como ellos its enough...

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  3. Como siempre, una bocanada de aire fresco de parte de Antonio. Estimado Augusto le juro que me siento acompañado por Uds dos en medio de este desierto. Abrazos.
    Jeromín

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    1. Una alegría saber que, aunque mínimamente, se puede por este medio acompañar en estos tiempos de tribulación.
      Un fuerte abrazo en Cristo y María

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