A través de la Comisión Episcopal de Comunicación y de la
Comisión Episcopal de Laicos y Familia, fechado el 20 de marzo del corriente, nuestros
pastores han dado a conocer un comunicado que contiene principalmente una consigna, mezcla informe toda ella de
futilidad y de confusión.
Consiste la misma en que los feligreses de las
tradicionales procesiones del Domingo de Ramos, a celebrarse este domingo 25 de
marzo, porten junto a las proverbiales palmas u olivos, un cartelito por ellos
mismos diseñados, con el lema “Vale toda vida”. Algo así como un todo por dos
pesos o combo publicitario, ya que ese mismo domingo “se celebra el Día del
Niño Por Nacer [ya no la Anunciación de María Santísima]y muchos participarán
de diversas marchas organizadas por grupos de laicos que invitan a expresar la
defensa de la vida por nacer”. De este modo –prosiguen los obispos-
“acompañamos a quienes participan y utilizan el derecho a la libertad de
expresión propio de la democracia”. Imperdible oferta litúrgico-cívica- demo-pascual
y pluri-festiva. Ni el más irreverente sketch de cierto cómico local hubiera
ido tan lejos en la parodia.
Séanos permitido expresar las siguientes reflexiones:
1) Si el apodíctico “vale toda vida” es una alusión a las
vidas de la madre y de su hijo por nacer, es incongruente que los mismos
obispos, con fecha 20-2-18 hayan emitido un emasculado informe aceptando el
“diálogo democrático” sobre el aborto, a los efectos de “escuchar las distintas
voces y las legítimas preocupaciones que atraviesan quienes no saben cómo
actuar”, debiéndonos comportar durante el debate sin “descalificaciones,
violencia o agresiones”. Los que no saben cómo actuar son los pastores,
devenidos en ciegos que guían a otros ciegos (Mt. 15,14): amenaza grave, según
enseñanza del Redentor.
O el “vale toda
vida” es una afirmación inconcusa, reservándose a quienes la nieguen el castigo
canónico de la excomunión y el penal de la sentencia prevista para los
homicidas, o es una afirmación relativa y mudable sometida al consenso de las
multitudes. O el “vale toda vida” no admite discusión alguna, al punto de que
dado su carácter cuasi sacro nos está permitido ahora repetirla como
jaculatoria en la fiesta mayor del Domingo de Ramos; o es mera doxa
intercambiable en los aciagos recintos parlamentarios. Sería como decir: “vale
toda virtud”, y estar dispuestos a la vez a discutir la interrupción voluntaria
de la justicia. O al que niegue el “vale toda vida” le espera el infierno por
asesino; o por el contrario, le aguarda un escaño en el congreso para cotorrear
sin “violencia ni agresiones”.
2) Parece que el “vale toda vida” tiene sus excepciones
para los obispos. Por lo pronto, no importarían las vidas de los abortados, si
la ley que despenalizara el crimen fuera el resultado del “derecho a la
libertad de expresión propio de la democracia”, tras un diálogo institucional
sin “descalificaciones, violencia o agresiones”. ¿Qué argumento esgrimir
entonces si la última ratio mentada desde el comienzo es que se puede
plebiscitar lo implebiscitable? ¿Y a qué viene andar de plañideras los Viernes
de Pasión, si al fin de cuentas triunfó el “derecho a la libertad de expresión
propio de la democracia”, que les permitió a los judíos elegir a Barrabás por
sobre Jesús?
Otra excepción al “vale toda vida” serían los centenares de
prisioneros de guerra muertos en las vengativas celdas del Régimen, tras largos
años de particular saña, alevosía y crueldad. No hay un solo documento
episcopal que repudie o siquiera llore o lamente esa “toda vida” militar tirada
a los perros de la subversión dominante.
Tampoco el “toda vida” ha incluido –en un documento
colectivo y público de los obispos- las vidas truncas de los tripulantes del
San Juan o de las inúmeras víctimas del garantismo jurídico, con algunos de
cuyos referentes mantiene la Iglesia cordialísimas ententes. Roma es hoy un desfile constante de
activistas del terrorismo marxista, sin que Bergoglio –anfitrión aquiescente y
contemporizador- les recrimine su responsabilidad en haber segado “toda vida”
de sus oponentes.
3) Mientras el “vale toda vida” sea una homologación
ontológica del común derecho a la existencia, nada habrá que objetar a la
elemental aunque veraz sentencia que acaban de descubrir nuestras lumínicas y
mitradas testas. Pero no estaría de más aclarar que hay otro sentido de la
expresión, que no puede serle ajeno a un católico fiel.
Vale toda vida vivida al servicio inclaudicable de quien
predicó “Yo soy la Vida” (Jn.14,2-5). Vale toda vida que tenga la férrea
decisión y el anhelo firmísimo de “perderla por Mí” para “hallarla” (Mt.
10,39). Vale toda vida de quien ama y se ofrece incondicionalmente al “Pan de
Vida bajado del Cielo” (Jn.6,51). Vale toda vida vivida de tal suerte “que viva
quede en la muerte”, según teresiana y bellísima expresión. Vale toda vida
asumida como un acto renovado de servicio a la Verdad, al Bien y a la Belleza.
Y a riesgo de escandalizar a mojigatones sentimentalistas,
no vale lo mismo la vida de quien elige la perversión o la iniquidad como
norte. Porque la vida no es democrática sino jerárquica. Por eso es de Santo Tomás la enseñanza –pero
puede hallársela antes y después de él- de que la vida criminal de ciertos
hombres impide el bien común, así como la paz y la concordia social. Luego,
dadas ciertas condiciones, circunstancias y requisitos, será legítimo quitar la
vida de esos hombres (cfr. vg. Suma Contra Gentiles III,c.146). Téngase a los
aborteros convictos, confesos y prácticos entre esos casos de vida que no valen
lo mismo que la de los hombres santos. ¿Por qué los pastores callan estas
verdades de a puño? Por lo que dijera en su momento Don Quijote: “bien predica
quien bien vive”.
ºººººº
Vale toda vida, dicen ahora nuestros funcionarios
eclesiales, portando el cartelito en la mano, no precisamente con la
reciedumbre con que alzara el Cid su Tizona. Vale toda vida, canturrean
clérigos y monjas, exhibidos en impúdicos coros, más próximos a los de las carnestolendas
caribeñas que a los angélicos. Vale toda vida, gritarán de consuno los
católicos vergonzantes, desnaturalizando la Fiesta de la Anunciación y la del
Domingo de Ramos, preludio del de la Resurrección. Pues no; no es esa la consigna recta. Vale toda
vida ordenada al Autor de la Vida. Y malditos aquellos de quienes fue dicho: “Matasteis
al Autor de la Vida” (Hechos 3,15). Ayer, hoy y mañana.
La Patria anda necesitando una marcha por esta VIDA. Recia,
viril, desafiante, alegre y jubilosa. Una marcha católica, mariana y argentina.
Con el Cristo Vence como cabecera y vanguardia. Con María Reina como coraza y
escudo. Con los santos y los héroes como patronos y heraldos. Una marcha donde
no quepan los demócratas porque desfilan los cruzados. Una marcha a cuyo paso
tiemblen los flojos, se arredren los sicarios, huyan despavoridos los fariseos
y se den a la fuga los demonios de la cultura de la muerte. Una marcha izando
palmas y olivos como si fueran arcabuces y tacuaras. Una marcha dominado el
espacio con los pendones del Señor de los Ejércitos y atronando los ecos del
alba con los sones armónicos del Salve Regina.
¡Danos Señor la gracia de marchar esta Marcha!
Antonio Caponnetto
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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