El liberalismo lo desvirtúa todo, y es en
ello mucho más consecuente que el marxismo. Porque el liberalismo es el
desorden del orden, mientras que el marxismo —su natural consecuencia— es el
intento ideológico de reemplazar un orden: el orden que logra reemplazar —es
necesario aclararlo— cuando ha sido desvirtuado, destruido. [1]
De manera que en la práctica, el
liberalismo —consciente o inconscientemente— es la más eficaz avanzada del
materialismo dialéctico. (Oh, lectores: no exageraba de Maistre al hacer la
apología del castigo que defendía el orden. Sólo veía con lucidez el peligro).
Una nación rendida totalmente al liberalismo caerá, a la corta o a la larga, en
manos marxistas. Gracias a Dios, jamás una nación está totalmente vencida.
* * *
La gloria y la fama son, naturalmente, los
incentivos del héroe y del sabio: dos biotipos que, junto al santo, constituyen
las tres columnas más fuertes de la Cristiandad.
No afirmamos que el héroe combatía para
ganar la gloria y que el sabio se desvivía para ganar la fama. No. Hay una
última aspiración de grandeza en el hombre —rigorizada por linaje, educación, actualización
de potencialidades— que canaliza en su vocación lo mejor de su esfuerzo para
lograr una realización personal.
Pero el hombre —humano al fin, divinamente
humano si quieren ustedes— no puede prescindir de los incentivos de la gloria y
la fama: o sea del clamoroso reconocimiento, por la comunidad de que forma
parte, del mérito que ha con quistado. Gloria y/o fama distinguen a quien las
conquista. Lo jerarquizan. Y no es posible prescindir de la jerarquía.
(El santo es caso aparte: él posee una
especialísima comunicación con Dios, ha sido bendecido y elegido por Su Mano.
Va por la tierra sufriendo: soporta a la tierra. Para el santo, el tránsito
terrestre es un castigo, el precio de la eternidad. Ya lanzado a la conquista
de la santidad, la gloria y la fama se le aparecen estúpidas: prescindirá de
ellas con naturalidad —pues solo excepcionalmente suele el Diablo atacarlo por
esos flancos—. El santo ambiciona la GLORIA mayusculada, última).
El héroe y el sabio son sensuales, aman la
vida, están orgullosos de su sangre, de su fuerza, de su ingenio. El cielo lo
ganarán —o no— en el servicio: pero ellos aman lo terrenal —lo terrenal real y
lo terrenal irreal— y temen a la muerte.
Para ellos, la naturaleza es la más lúcida
expresión de Dios, la más rotunda, la que más sienten. Pedirles que ignoren la
gloria y la fama es pedirle peras al olmo. Es solicitar un imposible.
Es,
pues, lo natural, que gloria y fama distingan a quienes las merecen, jerarquizen
con justicia. Así, incluso, los tristes mareos que producen esos fuertes vinos,
son menos comunes.
*
* *
¿Qué hizo el liberalismo con la gloria y
la fama? Las desvirtuó. Las distribuye con su tradicional injusticia. Les pone
precio. Las populariza. Las desgasta.
Hoy es glorioso un boxeador. Famosa una
vedette. Por donde el Ringo Bonavena y la
Lechuguita Faiad [2]
vienen a convertirse en columnas; de la argentinidad.
Por supuesto, el remedio no reside en
devolver a gloria y fama sus sentidos originales en una sociedad que carece de
sentido. Eso es imposible.
El remedio es mucho más grandote y
terriblemente difícil de aplicar. Otro día, quizá, reflexionaremos sobre él.
Hoy no, porque tenemos sueño.
Ojalá soñemos con Benito Mussolini.
Alejandro
Saez Germain
Revista
JAUJA Nº22. Octubre de 1968. Págs. 39,40.
[1] No
confundir. No decimos aquí que el marxismo sea un orden: orden hay sólo uno.
Sólo afirmamos que se presenta (el marxismo) bajo la forma de un orden:
tanto teórica como prácticamente.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista