Miles
Christi - 25/05/2018
Francisco,
Hombre del Año de la principal revista LGBT estadounidense
[Francisco] me dijo “Juan Carlos, que tú seas
gay no importa. Dios te hizo así y te quiere así y a mí no me importa. El Papa
te quiere así, tú tienes que estar feliz con quien tú eres”.
Eso fue lo que dijo Francisco a Juan Carlos Cruz, un laico
chileno que fue objeto de abusos por parte de un sacerdote. Lo dicho por
Bergoglio no sólo es algo totalmente falso, sino eminentemente blasfematorio,
pues constituye a Dios como causa del pecado de sodomía, claramente condenado
en la Sagrada Escritura. Para convencerse del carácter falaz que revisten las
palabras de Francisco basta con leer a San Pablo:
“Por
lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus
corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron
la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes
que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Por esto Dios los entregó a
pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que
es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso
natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo
hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la
retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a
Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen.” (Rm. 1, 24-28)
A continuación traigo a colación dos pasajes extraídos de
viejos artículos en los que podrá comprobarse que este nuevo despropósito bergogliano
no es sino una enésima muestra de la abyecta y vergonzosa actitud pro
homosexualista asumida por Francisco desde que resultara electo hace ya más de
cinco años.
Según
Francisco, el homosexualismo no es condenado sino « integrado »
En una época en la que la tiranía del lobby homosexual se
ejerce casi sin restricción en todo el planeta, Francisco ha hecho
declaraciones y ha realizado gestos que refuerzan claramente la ideología
homosexualista. Veamos algunos ejemplos. Todo el mundo recuerda la explosiva
frase que pronunció en su conferencia en pleno vuelo al volver de las JMJ de
Río de Janeiro en julio de 2013: « ¿Quién soy yo para juzgar? », en alusión a
los homosexuales. Esta breve frase dio inmediatamente la vuelta al mundo y le
valió a Francisco ser elegido Hombre del Año 2013 por la revista americana LGTB
The Advocate.
Francisco
recibió en audiencia « privada » a un dúo lésbico español, invitado telefónicamente por él mismo, a expensas del Vaticano…
Poco después sobrevino la llamada telefónica a un
transexual español, una mujer devenida en « hombre », Diego Neria, a quien
invitó a Roma para recibirlo en audiencia privada junto a su « novia », a
expensas del Vaticano, encuentro que tuvo lugar el 24 de enero de 2014.
Francisco se hizo fotografiar en el Vaticano con la dupla lésbica y la foto dio
la vuelta al mundo. Según « Diego », Francisco le habría dicho, al momento de
llamarlo, que:
« Dios
quiere a todos sus hijos, estén como estén, y tú eres hijo de Dios y por eso la
Iglesia te quiere y te acepta como eres. »
El 21 de marzo de 2014 Francisco se paseaba de la mano con
el sacerdote homosexualista italiano Luigi Ciotti, hecho oportunamente
efectuado bajo las cámaras de la televisión italiana.
El 6 de mayo de 2014 concelebró en el Vaticano con otro sacerdote
homosexualista, Michele de Paolis, a quien besó las manos después de la Misa
delante de los periodistas encargados de inmortalizar la escena.
El Jueves Santo de 2015 lavó los pies de un transexual en una prisión, el cual,
a continuación, recibió la comunión.
Todas estas imágenes conocieron una difusión planetaria inmediata.
En el curso de una entrevista con el padre Antonio Spadaro,
director de la revista jesuita La Civiltà Cattolica, en agosto de 2013,
declaró:
« Una
vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad.
Yo entonces le respondí con otra pregunta: “Dime, Dios, cuando mira a una
persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la
condena’’? »
Francisco, entonces, se rehúsa a afirmar que él condena la
homosexualidad y, en el colmo de la mala fe,
pretende hacer creer que el amor que Dios tiene a los homosexuales
comportaría la aprobación de su pecado.
Durante su viaje a Estados Unidos, en setiembre de 2015,
acordó una única audiencia, de carácter privado,
y fue a una pareja de homosexuales, uno de los cuales era un viejo conocido de
Francisco en la Argentina. La escena -e insisto en que se trataba de una
audiencia « privada »- fue filmada y difundida inmediatamente por la prensa,
mostrando a Francisco a los besos y a los abrazos con el dúo sodomita.
Francisco recibió a
un dúo sodomita en la única audiencia « privada » que concedió durante su
visita a los USA
Luego, cuando Francisco se dirigió al Congreso de Estados
Unidos, no dijo ni una palabra a propósito del « matrimonio » gay, que acababa
de ser impuesto por vía judicial en todo el país. Ni tampoco lo hizo a
propósito del crimen del aborto, que cada año se cobra innumerables víctimas en
aquel país; y esto cuando, poco tiempo antes, había estallado el escándalo del
tráfico de órganos de bebés abortados, a instancias del Planned Parenthood, en
aras de la « investigación médica ».
Empero, en el mismo recinto, Francisco encontró oportuno
abogar en favor de la abolición de la pena de muerte, condenándola como
intrínsecamente injusta y atentatoria contra la « dignidad inalienable de la
persona humana », lo que resulta falso, pues tal aseveración contradice la
revelación divina y el magisterio de la
Iglesia. De este modo, durante su resonante alocución ante la principal
asamblea « democrática » del orbe, Francisco se declaró en favor de la
preservación de la vida de los asesinos, pero no de dignó a decir ni tan
siquiera una palabra sobre la de los inocentes masacrados en el vientre
materno.
He aquí una cifra que ilustra perfectamente la mala fe de
Francisco: el año pasado hubo 1.200.000 abortos en los Estados Unidos por sólo
28 penas capitales. Pero es contra la pena de muerte que él se pronuncia ante
el Congreso, y no acerca del genocidio de los niños por nacer ni sobre los
crímenes abominables perpetrados por el Planned
Parenthood.
Otro dato muy significativo: en su discurso al Congreso estadounidense, sobre
3500 palabras empleadas, ni una sola estuvo reservada a Nuestro Señor
Jesucristo. Por el contrario, nombres de subversivos notorios, como los de
Martin Luther King o Dorothy Day, ocuparon un sitial de honor.
Para concluir este apartado, he aquí lo que dijo Francisco
el 16 de junio pasado durante su conferencia de prensa en el vuelo de regreso
de Armenia. Un periodista le había preguntado lo que pensaba de la declaración
del cardenal Marx, según el cual la Iglesia católica debería pedir perdón a los
« gays » por haberlos « discriminado ». Ésta fue su respuesta:
« Creo
que la Iglesia no sólo tiene que pedir disculpas -como dijo el cardenal «marxista» [cardenal
Marx]- a esta persona gay, a la que ha ofendido, sino también a los pobres, a
las mujeres y a los niños explotados en el trabajo. Tiene que pedir disculpas
por haber bendecido muchas armas. […] Los cristianos deben pedir disculpas por
no haber apoyado muchas opciones, a muchas familias: por ejemplo, recuerdo que
de niño, según la cultura de Buenos Aires, una cultura católica cerrada -yo
vengo de allí-, no se podía entrar en casa de una familia divorciada. Estoy
hablando de hace ochenta años. Gracias a Dios, la cultura ha cambiado.
»
Francisco se convierte así, abiertamente, en el portavoz de
los enemigos de la Iglesia, de los homosexualistas y feministas que se dedican
a atacarla y a difamarla sin cesar, exponiendo su complicidad con ellos a plena
luz del día y sin ningún embozo.
Francisco
y la ideología homosexualista
Con motivo de una conferencia de prensa dada el 29 de julio
de 2013 en el vuelo entre Río de Janeiro y Roma, de regreso de las JMJ, Francisco
pronunció la frase siguiente: « Si una persona es gay y busca al Señor con
buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar? » Frase extremadamente ambigua y
perturbadora, ya que el término gay no designa genéricamente a los
homosexuales, sino especialmente a aquellos que reivindican públicamente la «
cultura » y el estilo de vida de la impureza contra-natura. ¿Por qué haber
utilizado una palabra generadora de confusión, totalmente extranjera al
vocabulario católico y tomada justamente de la jerga del lobby « gay »,
avalando de este modo indirectamente su lenguaje subversivo y manipulador? ¿Por
qué no haberse apresurado a añadir, para evitar malentendidos, que si bien no
se juzga moralmente a la persona que padece esta tendencia, el pasaje al acto,
en cambio, constituye un comportamiento gravemente desordenado en el plano
moral?
Sorprendentemente, no lo hizo, y naturalmente, al día
siguiente, la abrumadora mayoría de la prensa mundial intituló el artículo
dedicado a la atípica conferencia de prensa pontifical retomando textualmente
la pregunta formulada por Francisco. ¿Podrá hablarse de impericia de parte de
alguien que domina a la perfección el arte de la comunicación mediática?
Resulta difícil creerlo… Y aun cuando así fuera, el contexto exigía eliminar todo
riesgo de ambigüedad efectuando inmediatamente las precisiones del caso. Mas
las precisiones jamás llegaron. Ni durante la conferencia de prensa ni después.
Ni de su boca, ni de la del servicio de prensa del Vaticano. Mientras tanto, la
prensa mundial se regodeaba impúdicamente con la consternante salida
bergogliana…
En la extensa entrevista concedida por Francisco a las
revistas culturales jesuitas los días 19, 23 y 29 de agosto y publicada en
l’Osservatore Romano del 21 de septiembre, habría podido suponerse que
Francisco no dejaría pasar la oportunidad para dar muestras de claridad acerca
de esta espinosa cuestión, cortando por lo sano las polémicas que sus
desafortunadas declaraciones habían suscitado y disipando drásticamente la
confusión y la inquietud generalizada que habían provocado.
Veamos si aprovechó la ocasión para hacerlo: « En Buenos Aires recibí cartas de personas
homosexuales heridas socialmente porque se sienten desde siempre condenados por
la Iglesia. Pero eso no es lo que la Iglesia quiere. Durante el vuelo de
regreso desde Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena
voluntad y está buscando a Dios, yo no soy quien para juzgar. Al decir eso,
dije lo que indica el Catecismo [de la Iglesia Católica]. La religión tiene derecho
a expresar su opinión al servicio de las personas, pero Dios nos ha creado
libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible. Un día
alguien me preguntó de manera provocante si yo aprobaba la homosexualidad. Yo
le respondí con otra pregunta: ‘‘Dime: Dios, cuando mira a una persona
homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza condenándola ?’’
Siempre hay que considerar a la persona. Entramos aquí en el misterio del
hombre. En la vida cotidiana, Dios acompaña a la gente y nosotros debemos
acompañarla tomando en cuenta su condición. Hay que acompañar con misericordia.
Cuando esto sucede, el Espíritu Santo inspira al sacerdote para que diga la
palabra más adecuada. »
Habría mucho para decir respecto a estas declaraciones.
Mucho, para utilizar un eufemismo, excepto que destaquen por su claridad… En
aras de la concisión, sólo haré algunas observaciones someras:
1. Contrariamente a lo que afirma, sus dichos brillan por
su ausencia en el Catecismo. En éste se encuentra claramente expuesta la
doctrina de la Iglesia (§ 2357 a 2359), precisamente la que Francisco no
expresó en la entrevista, durante la cual cultivó la ambigüedad, usó un
lenguaje demagógico y añadió aun más confusión.
2. Resulta inconcebible escucharlo decir que « la religión
tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas. » Perdón: ¿La
religión? ¿Cuál? ¿O acaso se tratará de las religiones en general, es decir, de
« las grandes tradiciones religiosas que
ejercen un papel fecundo de levadura en la vida social y de animación de la
democracia. » (cf. III)? Lenguaje
sorprendente en la boca de quien se encuentra sentado en el trono de San Pedro…
¿Por qué no decir simplemente « la Iglesia »? Y sobre todo, corresponde
proclamar sin ambages que la Iglesia no expresa de ninguna manera « su opinión
», Ella instruye a las naciones, en conformidad con el mandato que
recibiera de su Divino Maestro: « Id y
enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo, enseñandoles a observar todo cuanto os he mandado. »
(Mt. 28, 19-20)
3. Y a renglón seguido añadió: « pero Dios nos ha creado
libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible. »
Ambigüedad sibilina, característica detestable de parte de quien ha recibido la
misión de « enseñar a las naciones », pero rasgo clásico ya en labios de
Francisco… Porque si el hombre puede, en virtud de su libre arbitrio, negarse a
obedecer a la Iglesia, no es en cambio moralmente libre de hacerlo: la Iglesia
ha recibido de Jesucristo el poder de obligar las conciencias de sus fieles
(Mt. 18, 15-18).
Pretender que « la
injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible » equivale a
divinizar la conciencia individual y a hacer de ella un absoluto: estamos ante
el principio fundamental de la religión humanista y masónica de 1789: « Nadie debe ser inquietado por sus
opiniones, incluso religiosas. » (Declaración de los derechos del hombre y
del ciudadano, artículo X) Esta libertad de conciencia falaz y revolucionaria
fue condenada por el magisterio de la Iglesia: Gregorio XVI afirmó que
pretender « garantizar a cada uno la
libertad de conciencia » no solo es absurdo sino además « un delirio. »
(Mirari Vos, 1832)
4. Finalmente, el hecho de responder a una pregunta
-¿aprueba la homosexualidad ?- con otra pregunta, que es, para colmo, de un
hermetismo poco común, es indigno de aquel a quien fue confiada la tarea de
enseñar a la universalidad de los fieles. Respuesta en la que se halla
nuevamente esta ambigüedad exasperante que lo caracteriza, aquí al no
distinguir entre la condenación del pecado y la del pecador, y dando a entender
que el hecho de « aprobar la existencia »
(¡sic!) del pecador volvería inútil la reprobación que su acto pecaminoso
exige. Sin embargo Nuestro Señor nos enseñó a hablar de otro modo: « Que vuestro lenguaje sea sí, sí; no, no;
todo el resto proviene del Maligno. » (Mt. 5, 37)
Pero retornemos a nuestra conferencia de prensa aérea, tras
la celebración de las JMJ de Río de Janeiro.
Francisco agregó que esas personas «
no deben ser discriminadas, sino integradas en la sociedad. » Perdón, pero
¿a qué personas hace alusión? ¿A aquellas que sin pudor alguno se proclaman «
gay » o a las que, padeciendo sin culpa de su parte la mortificante inclinación
contra-natura se esfuerzan meritoriamente por vivir decentemente? Una
ambigüedad suplementaria que naturalmente permanecerá sin aclaración vaticana,
pero cuya interpretación « progresista » abandonada a los « medios de
información masiva » será la que se impondrá masivamente en el imaginario
colectivo.
Pero a decir verdad, hay algo peor que la recurrente
ambigüedad bergogliana presente en esta afirmación y que se manifiesta en esa
disyuntiva irresuelta que he señalado. Me refiero a que sus palabras no sólo
cultivan la ambigüedad, elemento suficiente para cuestionarlas, sino que son
pura y simplemente falsas. Ellas se inscriben en el marco de la ideología
igualitarista de la lucha « contra las discriminaciones » que promueven los
partidarios del feminismo y del homosexualismo, genuina maquinaria de combate
al servicio de la legitimación de cuanta aberración el partido del « progreso »
se esmera en pergeñar, principalmente el infame « matrimonio » homosexual.
¿En dónde reside la falsedad? En el hecho de que, inclusive
en el segundo caso de la disyuntiva, es perfectamente legítimo y razonable
efectuar ciertas discriminaciones que, atendiendo al bien común social,
marginalizan a esas personas en determinados contextos. Y eso es, por ejemplo,
lo que la Iglesia siempre ha hecho en lo tocante al sacerdocio, a la vida
religiosa y a la educación de los niños. Ni que decir tiene que dichas
discriminaciones son más legítimas aun cuando se trata de gente que, además de
padecer esa tendencia desordenada, lleva una vida homosexual activa, aunque
fuese de manera discreta, y, a fortiori, si hay que vérselas con quienes
exhiben pública y desvergonzadamente sus malas costumbres, reivindicando
orgullosamente sus fantásticos derechos : me refiero a los « gay », para
emplear el atípico vocabulario bergogliano, ciertamente inusitado en el
lenguaje de un sucesor de San Pedro.
Retomando el hilo de la conferencia pontifical en pleno
vuelo, asistimos pasmados a la prosecución del extraño discurso de Francisco
ante un auditorio cautivado por su desarmante espontaneidad y por el tenor
altamente mediático de sus palabras: « El
problema no es el de tener esta tendencia, sino de hacer lobbying, eso es lo
grave, porque todos los lobbies son malos. » Desafortunadamente, esta
aseveración es perfectamente gratuita y no resiste el menor análisis : que el
hecho de poseer esa tendencia constituya un grave problema de orden psicológico
y moral para la persona afectada, así como también un serio motivo de inquietud
para su entorno, es algo indiscutible. Y pretender que la homosexualidad no sea
algo problemático, sino solamente el hacer « lobbying », es una falacia notoria
que contribuye a trivializar la homosexualidad y a volverla aceptable.
Por último, es menester afirmar que, contrariamente a lo
que sostiene Francisco, ningún lobby es intrínsecamente perverso.
Efectivamente, dado que un lobby es « un
colectivo que realiza acciones dirigidas a influir ante la administración
pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector
concreto de la sociedad » (Wikipedia), un lobby será bueno en la medida en
que combata por causas justas y será malo cuando lo haga por causas inicuas.
Para dar un ejemplo, las acciones conducidas por los grupos feministas en favor
del aborto son reprobables, mientras que las realizadas por los grupos pro-vida
en su lucha contra la legalización de dicho crimen son encomiables.
Todas estas declaraciones de Francisco se ven
particularmente agravadas por el contexto internacional en el que se producen,
a saber, en medio de una violenta batalla cultural entre partidarios y
opositores del « matrimonio » homosexual, el cual se extiende como reguero de
pólvora a escala planetaria. Resulta difícil atribuirlas solamente a eventuales
imprecisiones de lenguaje, así como tampoco parece posible negar la complicidad
objetiva de sus palabras con los propósitos manifiestos del lobby « gay »: la
normalización de la homosexualidad y la legitimación de sus insostenibles
reivindicaciones sociales.
Esas declaraciones han sembrado confusión entre los
católicos y han favorecido objetivamente a los enemigos de Dios, quienes
combaten encarnizadamente para que se acepten los supuestos « derechos » de los
homosexuales en el interior de la Iglesia y en la sociedad civil. Prueba
irrefutable de ello es que la más influyente publicación de la comunidad LGBT
de los Estados Unidos, The Advocate,
eligió a Francisco como la « Persona del año 2013 », deshaciéndose en alabanzas
hacia él por su actitud de apertura y de tolerancia hacia los homosexuales.
He aquí, a modo de ilustración, tres casos que permiten
tomar conciencia de la gravedad del contexto en el cual se sitúan esas
desafortunadas declaraciones. Ellas se produjeron apenas dos meses después de
que el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal
Italiana, celebrara en Génova las exequias de Don Gallo, famoso sacerdote
comunista y anarquista, adepto al aborto e incondicional de la causa
homosexual, durante las cuales hizo un panegírico suyo y autorizó que dos
transexuales hicieran la apología de la ideología LGBT en la lectura de la «
plegaria universal », durante la cual agradecieron al clérigo apóstata por
haberlos ayudado a « sentirse creaturas
trans-gender (sic) deseadas y amadas por Dios », y a los que distribuyó
luego la comunión, profanando así las santas especies eucarísticas,
escandalizando gravemente a los fieles y sembrando la confusión en las almas.
El
cardenal Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, dando la
comunión al activista transexual LGBT
Vladimir Luxuria, durante el funeral del
« sacerdote » homosexualista Don Gallo
Más inquietante todavía: no hubo ninguna reacción oficial
del Vaticano reprobando los hechos. Corresponde destacar que Don Gallo ejercía
su « ministerio pastoral » con total impunidad, sin jamás haber sido
importunado ni sancionado por la
jerarquía eclesiástica. Y cabe añadir que los funerales fueron oficiales,
celebrados con gran pompa, nada menos que por la figura más destacada del
episcopado italiano, con homilía ditirámbica incluida.
Otro hecho sintomático, seleccionado entre muchos otros: la
Universidad Pontifical San Francisco
Javier de Bogotá, en Colombia, fundada y dirigida por jesuitas, desde hace
doce años organiza anualmente un « Ciclo Académico Rosa », que fomenta
desembozadamente el estilo de vida « gay ». En 2013, por primera vez, iba a
tener lugar en los locales de la universidad, del 28 al 30 de agosto. Eso
provocó una importante reacción de laicos escandalizados quienes, gracias a un
accionar digno de un auténtico « lobby » católico, forzaron la universidad a
buscar otro sitio para organizar su inmundo coloquio de degenerados. Huelga decir
que no se registró sanción alguna hacia los organizadores del infame evento de
parte de las autoridades universitarias. Algo que va de suyo, en la era del
culto al « diálogo » con el error y en tiempos de exaltación del « pluralismo »
ideológico… Y esta impunidad dura desde hace ya doce
largos años. Ninguna sanción tampoco por el lado de la Conferencia Episcopal Colombiana. Ni falta hace precisar el
silencio absoluto del Vaticano.
Cabe destacar la reacción del director de la universidad,
el Padre Joaquín Emilio Sánchez: ella fue inmediata y sumamente edificante. En
efecto, en un áspero comunicado de prensa dirigido a la « comunidad educativa »,
hizo constar su indignación ante la «
violación de la legítima autonomía universitaria », declaró que « ninguna discriminación sería tolerada »
y advirtió amenazante a sus adversarios:
« Actualmente efectuamos las gestiones
necesarias ante las instancias competentes para que una situación tan irregular
y dolorosa como la que vivimos con motivo del ‘‘Ciclo Rosa’’ no se repita nunca
más. »
Francisco
caminando de la mano con el sacerdote anarquista y homosexualista Luigi Ciotti
Por su lado, el Padre Carlos Novoa, antiguo rector de la
universidad, profesor titular de teología moral y titular de un doctorado en «
ética sexual », promotor desvergonzado del aborto, sostuvo que la medida « testimonia de un retorno de la Inquisición
en un sector de la Iglesia católica y es la resultante de grupos obscurantistas
y fanáticos. » Su pública posición contraria a la enseñanza del magisterio
eclesial no le ha acarreado ninguna sanción de parte de la jerarquía de su país
y menos aun de las autoridades de la citada universidad « pontificia ». Este
edificante sacerdote continúa ejerciendo
afanosamente su « ministerio pastoral » y dispensando con ahínco su « enseñanza
universitaria » a estudiantes que, imaginando recibir una instrucción católica,
son objeto de una perversión sistemática de sus inteligencias.
Tercer y último ejemplo: el de la Universidad Católica de
Córdoba, en Argentina, que también está dirigida por jesuitas. En una
entrevista publicada el 12 de agosto de 2013 a quien es su rector desde 2005,
el Padre Rafael Velasco, gran especialista en « Derechos Humanos », en medio de una letanía de sentencias
heterodoxas, nos hizo el honor de participarnos su profunda visión teológica:
« Si
la Iglesia quiere ser un signo del hecho que Dios está cerca de todos, lo que
debe hacer, antes que nada, es no excluir a nadie. Debe encarar reformas muy
importantes: los divorciados tienen que ser admitidos a la comunión, los
homosexuales, cuando viven de manera estable con sus compañeros, también
deberían poder comulgar. Decimos que la mujer es importante, pero la excluimos
del ministerio sacerdotal. Esos son signos que serían más comprensibles. »
Estos tres casos que he citado, tomados de un interminable
listado de situaciones similares, ilustran acabadamente el progreso continuo,
consentido y alentado, de la ideología homosexualista y de la « teoría de
género » en el interior de la Iglesia. Y es justamente en ese contexto
alarmante de avance permanente e incontenible de las ideas LGBT, tanto en la sociedad civil como en el seno
del clero, que se inscriben esas palabras inauditas de Francisco en una
conferencia de prensa internacional en pleno vuelo, a modo de broche de oro de
las archimediáticas JMJ de Río de
Janeiro: « ¿Quién soy yo para juzgar a
una persona ‘‘gay’’ ? » Francamente, debo admitir que esto se asemeja a un
mal sueño, a una pesadilla indescriptible de la cual desearía despertarme
cuanto antes…
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