Ha tomado estado público el estreno de la
película “El camino de Santiago”, dedicada al caso Maldonado. En rigor,
dedicada a perpetuar la mentira más gruesa y más descarada sobre este sujeto,
claramente incurso en actividades anarquistas, delictivas y aún satanistas.
Como no podía ser menos, una Kirchner,
está detrás de este proyecto de falsificación histórica intencional y evidente.
Y una banda de seres vitandos que la secundan, de tanta repelencia que pueden
competir con su rostro.
Se han escuchado voces denunciando esta
estafa; y no está mal. La primera ley de la historia es no atreverse a mentir; la
segunda, no tener miedo de decir la Verdad.
Pero por encima de la legítima defensa de
la autenticidad de lo acaecido, la película tiene claramente un título
sacrílego y profanatorio. Porque parodia a sabiendas esa antañona y
catoliquísima romería hecha por muchedumbres de peregrinos en homenaje
devocional al Apóstol Santiago. Procesión de inequívocas resonancias sacras, de
reverberancias litúrgicas, y de fulgurantes connotaciones sobrenaturales.
Miradas las cosas con propiedad teológica,
la denominación del engendro cinematográfico contiene una clara conculcación
del Segundo Mandamiento.
Y una vez más, como tantas, los obispos
han callado cobardemente. Ninguno ha salido a cruzar espadas por el honor del
gran discípulo de Nuestro Señor Jesucristo, a cuyo solo nombre y mística
imagen, España entera se lanzó a la victoriosa Reconquista.
Ninguno
se ha atrevido a convocar a un desagravio público, cuanto pública es la ofensa.
Bergoglio acaso, que ya recibió aquiescente a la parentela del delincuente, se
haga pasar ahora la película en algún recoveco de su inmerecido sitial romano.
Pero hoy es la fiesta del Apóstol
Santiago. Y por los infames que callan,
hablaremos nosotros. Hablaremos para
hacer primero el encomio de esos leales andariegos, que durante
fatigosas jornadas, casi griálicas, con su bordón y su viera, van recorriendo
espacios y tiempos signados por la gracia.
No es el de ellos el camino de la ruindad
apátrida y atea. Es la travesía del creyente, la singladura del pecador
contrito y esperanzado, la senda del oteador de cielos nuevos y tierras nuevas.
Y hablaremos, al fin, en esta Fiesta que
supo ser tan hispana como argentina, tan universal como criolla, para pedirle
al Apóstol que acepte nuestro desagravio, que nos contagie su brío, que nos
instile su entusiasmo, que nos infunda su fervor. Porque la batalla que tenemos
por delante es fragosa; y los felones acechan, y los medrosos rondan y los
miedosos mandan.
Lancémonos al verdadero Camino de
Santiago. Es demanda, oblación, fatiga.
Pero es también, o por lo mismo, victoria de la Fe, coronación de la Esperanza,
apoteósis de la Caridad.
Que retumbe la plegaria de José Antonio
García de Cortazar y Sagarminaga:
«¡Que
voy a entrar en combate,
Señor
Santiago el Mayor!
Pon en
mi clara Bandera
la
aguda Cruz de tu amor.
Dame
tus armas ardientes,
híncame
tu corazón.
¡Quiero
hundirme en el asalto
con tu
nombre y con tu voz!
¡Que
voy a entrar en combate
Señor
Santiago el Mayor!».
Antonio
Caponnetto
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