La Razón - 25 de septiembre de 2018.
05:24h
Luis G. Togores, Historiador de la
Universidad San Pablo CEU.
Madrid.
Mucho se ha escrito sobre La
relación entre la iglesia y el régimen. Lo cierto es que Franco separaba los
intereses que consideraba beneficiosos para la causa de su fe católica
Franco en sus tiempos de
África no era un hombre especialmente religioso, pero el carácter de
persecución religiosa que tuvo la Guerra Civil levantó un enorme fervor
creyente entre la mayor parte de la población del bando sublevado. La matanza
indiscriminada de miles de curas y monjas, sin lugar a dudas, acentuó la
conciencia religiosa de muchos españoles y entre ellas la de Franco.
Resulta innegable que en la
insurrección cívico militar del 18 de julio de 1936 tuvo un importante peso la
sangrienta persecución que sufrían los católicos por el Frente Popular. Si
muchos militares y falangistas se sublevaron para evitar la victoria del
comunismo en España, hubo otra parte de la población española que se sumó al
alzamiento para defender su libertad religiosa.
Durante toda la guerra Franco
viajó al frente con la reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa, verdadero
talismán en los tres años que duró la guerra.
A lo largo de cuatro décadas
Franco, como cabeza indiscutible de su régimen, se apoyó fundamentalmente en
cuatro grupos políticos, familias en el argot del franquismo, que serían la
base de su gobierno: el Ejército, la Falange, los católicos de la ACNdP y el
Opus, y los tecnócratas reclutados entre los cuerpos más cualificados de los
funcionarios del Estado.
La presencia importante de los
católicos, junto a la firma del Concordato de 27 de agosto de 1953 y el
encomendar la educación de buena parte de los españoles a la Iglesia, ha sustentado
la idea de una desproporcionada influencia de la Iglesia Católica en el régimen
y sobre el propio Franco.
Católico convencido, a pesar
de su clara fidelidad a los dictados de la Iglesia de Roma, nunca olvidó que
los intereses de España, de su España, no tenían ni podían estar supeditados a
las directrices e intereses de Roma. La Iglesia Católica ordenaba en materias
de fe de forma incuestionable para un católico, al ser el Papa, sus obispos y
cardenales los herederos de Pedro, pero existía otra parte en los deseos de
Roma y del Primado de España que eran parte de la política mundana a la que el
Jefe del Estado español no tenía porque obedecer. Franco nunca dejo a los curas
«curear» en lo referente a su gobierno, siendo esta una de las cuestiones más
desconocidas del franquismo y sujeta a tópicos más arraigados.
Recientemente, entre unos
legajos del archivo Franco, han aparecido un conjunto de tres documentos
fechados a comienzos de los años cuarenta de indudable importancia histórica:
dos cartas personales del Papa Pío XII a Franco referentes a la prohibición de
regresar a España del cardenal Vidal y Barraquer y la respuesta privada del
Jefe del Estado español al Sumo Pontífice.
Esta correspondencia evidencia
las tensiones entre el Estado español y la Santa Sede en relación a la actitud
de un príncipe de la Iglesia como era el antiguo obispo de Tarragona Vidal y
Barraquer, evidenciándose la fractura de parte de la Iglesia catalana con el
Estado español, una fractura que llega hasta la actualidad.
Con el comienzo de la Guerra
Civil el cardenal Gomá, primado de España, dada la situación de abierta
persecución que la religión católica sufría en la España republicana a finales
de 1936, reunió a los obispos que se habían librado de la muerte y que estaban
en la España Nacional para redactar y dar a conocer una carta colectiva, con el
beneplácito del Papa, a favor de los sublevados. El 1 de julio de 1937 fue
firmado el documento que conocemos por Carta Colectiva del Episcopado español a
los obispos del mundo entero, aunque no se divulgó hasta agosto del mismo año.
El 8 de julio de 1937 la Santa Sede reconocía al gobierno de Franco.
Un poco antes, en febrero de
1937, la Santa Sede había renunciado a publicar una condena a los católicos que
colaborasen con el Frente Popular por causa de la delicada situación del PNV,
un partido católico y de ultra derecha que, por motivos independentistas, optó
por apoyar al gobierno de los socialistas Largo Caballero y Negrín.
El obispo de Tarragona Vidal y
Barraquer, catalanista, huido de España, no quiso firmar la Carta Colectiva, al
igual que los obispos vascos Javier Irastorza Loinaz, exiliado en Gran Bretaña,
y el de Vitoria Mateo Múgica Urrestarazu.
El 30 de diciembre de 1942,
ante la oposición de Franco a que el cardenal Vidal y Barraquer regresase a
España, Pío XII le pide directamente que autorice el regreso a España del
cardenal catalán. Una petición que para el Papa Pacelli, un hombre muy
orgulloso, tuvo que suponerle un enorme sacrificio.
La
carta de Pío XII
«Nos
llegan confiados ruegos de que vuelva a su sede el Eminentísimo Cardenal Vidal
y Barraquer»
«Al
Amado Hijo Francisco Franco Bahamonde
Jefe
del Estado Español
Pius
PP. XII
Sin
duda ninguna que Te es bien conocido el particular afecto con que (...) seguimos
de cerca y día por día el resurgimiento espiritual de esa católica Nación (...)
con la ayuda de las sabias leyes dictadas por Tu Gobierno, se afanan en la
reconstrucción moral y religiosa del País.
(..)
Permite por tanto, Amado Hijo, que en este momento, que Nos parece oportuno, Te abramos Nuestro corazón con paternal
confianza acerca de una cuestión en cuya solución hemos tenido y tenemos
particular interés, y para la cual esperamos de Tus nobles sentimientos
religiosos y caballerosos, y para Nos tan devotamente filiales, el apoyo
decisivo. Desde hace tiempo y de muchas partes Nos llegan confiados ruegos de
que vuelva a su sede el Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer Arzobispo de
Tarragona, que, como bien sabes, tuvo que ausentarse de su querida
archidiódesis en circunstancias dolorosas y trágicas para España y para la
Religión. La demasiada prolongada ausencia, la reiterada petición del Clero y
fieles, el legítimo anhelo apostólico del venerado y celoso Pastor de gastar
sus restantes energías en provecho de las almas que durante tantos años fueron
su «gozo y su corona», su misma dignidad de Príncipe de la Iglesia son otros
tantos motivos para que no diferamos más el escribirte en su favor, confiando
en que dispondrás que no se ponga ningún obstáculo a su regreso a la sede de
Tarragona, aunque, a juicio de ese Gobierno, no hubiese siempre y en todo
correspondido a lo que de él se esperaba en alguna cuestión de índole
práctica».
A pesar de lo que tan
directamente Pío XII le pedía, dentro de la más pura y melosa literatura
vaticana, cargada de lisonjas y medias verdades, y todo tipo de parabienes para
España y su Caudillo, Franco le contesta a comienzos de 1943.
La respuesta de Franco
«La intervención de Vidal y Barraquer
contribuyó a desencadenar en Cataluña hechos trágicos»
«Beatísimo
Padre:
Humildemente,
como corresponde a quien nada desea tanto como ser en todos sus actos un fiel
cristiano y un hijo obedientísimo de la Santa Madre Iglesia, he acogido las
palabras de Vuestra Santidad en su carta de 30 de Diciembre de 1942.
(...)
A este fin, que mi deseo más vivo proceder en todo de tal manera que mis actos,
aún en los más pequeños, puedan sentirse los anhelos de quien es Vicario de
Cristo en la tierra hasta llegar, en el grado máximo posible, a una completa
compenetración con Él. Y así me bastaría
su indicación para acceder a cuanto se me pide, no solo en lo que se refiere al
Eminentísimo Cardenal Vidal y Barraquer sino también en cualquier otro punto.
Es,
sin embargo, mi obligación ineludible exponer a Vuestra Santidad algunas
circunstancias que concurren en el caso de su Eminencia y que no pueden dejar
de ser tomadas en consideración sin peligro de daños muy graves. Las heridas causadas por la guerra civil
española no están aún cicatrizadas ni muchos menos, y las pasiones y dolores de
quienes se vieron atropellados, perseguidos y despojados de cuanto amaban (no
sólo en sus bienes y aún en las personas de su familia que les fueron
arrebatadas, sino también en su derecho a practicar la religión y a dejarse
guiar por sus Sacerdotes y Obispos, que fueron muertos en el elevadísimo número
por la representantes del gobierno rojo al servicio del comunismo y la
masonería), están aún vivos y se siente excitados nuevamente con la presencias
de personas o cosas que viven en ellos el recuerdo de aquellos hechos.
Sin tratar de juzgar a un Príncipe de la
Iglesia en el ejercicio de su Misión Apostólica, cosa que excede de mi
incumbencia, sí debo afirmar que son muchísimos los que creen que la
intervención, quizás involuntaria, de su Eminencia (Vidal y Barraquer) en la
vida política, contribuyó poderosamente a crear condiciones propicias al
desencadenamiento en Cataluña de aquel conjunto de hechos trágicos; porque personas que gozaban de la
simpatía y apoyo de Su Eminencia en la región catalana, haciendo uso de todas
sus fuerzas e influencias en dicha región, colaboraron con los autores
indudable de tantos crímenes y tanta persecución. La labor de apaciguamiento
que se viene realizando en España, aspirando a que toda ella se una para que
sus fuerzas estén intactas en el momento en que pudiera ser necesario volver a
defender a la Iglesia contra aquellos mismos enemigos que hoy, como en el curso
de nuestra guerra civil, la amenazan en todas partes, se vería comprometida
gravemente si no se tomara en consideración la importancia del número y calidad
de quienes así piensan».
«(..)
Y para ello la unidad nacional, que atacan sin tregua las personas que
estuvieron más ligadas a Su Eminencia, es cosa totalmente indispensable.
Además,
la Diócesis de Tarragona ha cambiado mucho en el tiempo en que su Eminencia
está ausente. Muchos de los que encontraron en él aliento (el separatismo
catalán), por motivos seguramente elevados de Su Eminencia, pero que ellos
utilizaron para fines enteramente censurables, desean ahora su regreso para
tratar de salir de la oscuridad en que se encuentran y tener posibilidades de
reincidir en sus turbios manejos. Por
otra parte no puedo menos que temer que otras personas, de indudable buena fe y
cuya obediencia incondicional a la Santa Sede no puede ponerse en duda, por
reacción contra aquellos, no se sienten dispuestos a recibirle en la Diócesis
de Tarragona con la sumisión y el respeto a que por su alta condición tiene
derecho, cosa que sería enteramente contraria al interés de la Iglesia y al
apoyo del propio Gobierno español, que no se sabe cómo se puede imponer por la
fuerza del Estado el cariño hacia una autoridad Eclesiástica cuando la parte
más sana de la Diócesis no le ama y muchos en ella verían con profundo dolor su
regreso. NO me es, pues, posible garantizar que en territorio español se le
reciba sin recelo y se le trate con la debida consideración.
Postrado
ante la Santidad de quien es cabeza visible de la Iglesia de Cristo, beso la
sandalia de Vuestra Beatitud, rogándole que me considere como el más sumiso y
obediente de sus hijos».
En este intercambio epistolar
se demuestra la total separación que hacia Franco de su fe de católico con los
intereses políticos de la España Nacional, situando su gobierno de las cosas de
España por encima de la voluntad de Pío XII.
Visto en: La Razón
Nacionalismo Católico San Juan Bautista