EL RECURSO A LOS PERSONAJES PRESTIGIOSOS:
EL CASO DE
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
Por ANTONIO CAPONNETTO
Introducción
- La política no es el arte de lo posible, ni
siquiera dentro de lo debido. En todo caso, como enseñaba Aníbal D´Angelo
Rodríguez, es el arte de hacer posible lo necesario para alcanzar el bien
común. En la visión joseantoniana, además, la analogación de la política con la
poesía promisoria, vuelven a la una y la otra, preferencia de lo imposible;
esto es, del milagro pedido y conquistado -del bonum arduum- por sobre los
fenómenos prosaicos. De acuerdo con la enseñanza de Aristóteles en La Poética, es preferible lo
imposible veraz y convincente a lo “posible” acomodaticio, oportunista, pragmatista
y hábil. En términos más sencillos: es preferible combatir por el deber ser, aún siendo derrotados, que
plegarse como borregos a la multitud votante, heredera siempre de la que un día
gritó: “¡Crucíficale!”.
- Nadie imagina o supone o conjetura siquiera que
contamos con legiones contrarrevolucionarias para restaurar el orden de la Ciudad Católica. Presentar de
este modo la oposición al colaboracionismo con el sistema democrático es un reductivismo, un ardid dialéctico y un
sofisma llamado del espantapájaros. Se parodia la tesis del impugnador porque
no se la puede replicar tal cual es.
-Es un error creer que lo único que existe es el
sistema que nos permite participar en elecciones. Cuando se ha llegado a esa
conclusión, y se la ha aceptado con resignación, aquiescencia y docilidad, el
triunfo enemigo es completo y aplastante. La democracia no es nuestro campo de
batalla. Es el adversario que debe ser destruido. Si la única existencia que
registramos como real y posible es la de la mansa participación en las
elecciones, entonces, el fenómeno se impuso a la realidad, la ficción al ideal,
lo paródico a lo debido, la contrafigura al arquetipo. Pero lo que es más
grave: entonces el enemigo me convirtió en su sirviente.
-Hay múltiples actos y hechos reales y posibles que
no tienen nada que ver ni con la inserción en el sistema ni con las legiones
contrarrevolucionarias. Los que pedimos no sumarnos funcionalmente a la
estabilización definitiva de la democracia –matriz política del aborto y de la
cultura de la muerte- no estamos suponiendo que hay posibilidades de que el Rey
Arturo ingrese en la Casa Rosada.
Estamos pidiendo hechos, actos, emprendimientos, testimonios –y en la medida de
nuestras fuerzas ejecutándolos- que sean otras tantas cooperaciones concretas
al bien común completo de la patria.
-El sufragio universal es un antitestimonio, que
rebaja tanto al que lo pide como a quien lo otorga. Es el antitestimonio de
aceptar la mentira universal, asegurándole a una perversión política que siga
manejando los destinos de las almas y de la nación. Los chicos que se matan con
el aborto y con la ideología de género, se seguirán matando cada vez más si no
se le pone un freno a la máquina trituradora de almas y de cuerpos. Esa máquina
es el sistema de dominación imperante. Y dicho sistema triunfa cada vez que le
quemamos incienso en su homenaje y nos plegamos a sus requerimientos.
-Los asesinos y falsarios no le temen a los provida
convertidos en candidatos, partidos y votos. En ese terreno ya están
acostumbrados a imponerse. Precisamente porque son asesinos y falsarios como el
sistema que los prohija. Les temen a los irreductibles, a los intransigentes, a
los inadaptables, a los insumisos, a los que patean el tablero, queman las
naves, gritan que el rey está desnudo y son capaces de asaltar murallas movidos
por el amor a Jesucristo.
-Es más; cuando la democracia advierte que algún
hecho político y social, o un protagonista del mismo, se puede llegar a
convertir en ese irreductible amenazante, hace todo lo posible para reducirlo a
la condición de demócrata. Hay varios casos interesantes dignos de ser observados,
aunque con valoraciones distintas. El carapintadismo fue un admirable peligro
para la democracia hasta que lograron encuadrarlo en un partido político. El
estallido ruralista también, hasta que sacaron de las protestas masivas a sus
dirigentes y los convirtieron en diputados o senadores. La ola celeste también,
hasta que lograron disciplinar a sus principales referentes, ya no en una sino
en varias opciones partidocráticas providistas. Listo. La casa está en orden.
Todo el mundo a votar y el que pierde acata lo que diga la mayoría. Por ejemplo
que el aborto es legal y que la corrupción sexual también. Es que el león es
temible en la selva. En el circo le da ganancias a su dueño.
-Por último, las cosas y los hombres se
perfeccionan o se degeneran en la línea de su propio ser. La crisálida será
mariposa mañana, y el borracho sirrósico. Si Evita viviera sería montonera. Es
lógico, comprensible, razonable. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Un error
pequeño a principio es grande al final. Pero el magisterio de los maestros
mártires, que derramaron su sangre por Dios y por la Patria, es perenne e
inmodificable y nos traza un camino rectilíneo, sin cambios ni fisuras.
Por eso, no podemos siquiera concebir, sin ultrajar
sus memorias, que esos maestros borrarían hoy con el codo lo que escribieron
ayer con la mano sangrante. “Ustedes se dan cuenta –decía Genta-la falacia que
representa por ejemplo este falso dogma de la soberanía popular. Esta cosa
monstruosa, diabólica, inventada en la Revolución Francesa
por los que desterraron la
Soberanía de Dios[...]. Y la expresión concreta de esa
soberanía del hombre que reniega de la soberanía de Dios, es la voluntad de las
mayorías, la omnipotencia del vulgo[...].¡Qué espectáculo denigrante, viendo a
soldados, sobre todo, dispuestos a ser sacrificados en el altar de la soberanía
popular, y sin ninguna disposición para renovar el sacrificio ellos mismos de la Cruz, por ese soberano que es
Cristo, Soberano real y verdadero[...]. Y al soberano popular, a ese monstruo,
la expresión acabada de la servidumbre de las pasiones, y de los apetitos del
voto de esas multitudes[...]. Si pusieran a un caballo de candidato, lo votan
al caballo, no tengan dudas” (Jordán Bruno Genta, El asalto terrorista al poder, Buenos Aires,Santiago Apóstol,
1999,p. 63). La Pedagogía
de los Arquetipos es semper idem.
Aclaraciones hechas, vayamos a José Antonio.
I.-La apelación a los personajes
prestigiosos
No ha habido ocasión en la que se debatiera la actitud del
católico ante la teoría y la praxis democrática, en que los defensores de la
inserción en el Régimen no blandieran –como máximo trofeo a sus
argumentaciones- los ejemplos de aquellas figuras arquetípicas que se
presentaron como electores y como candidatos del sistema, o que resultaron
agraciados por el favor de los votos. Cada figura ejemplar ungida como
postulante o como funcionario de algún democrático proceso, se les antoja la
prueba inconcusa de la legitimidad del mismo, y de la conveniencia de abocarse
sin tanto escrúpulo a las faenas propias del liberalismo.
El
criterio, no obstante, es moral e intelectualmente endeble. La verdad o el error de una doctrina no queda probada
con un argumento ad hominem. Cuando
ya no se discute sobre la cosa en sí (ad
rem) sino sobre la persona (ad
personam) vinculada a esa cosa, sea
para agraviarla o exaltarla, estamos ante el típico sofisma de cambio de asunto. Del juicio positivo o negativo que
recaiga sobre un sujeto, no se sigue la benevolencia o la malicia de la
doctrina que él sustente o del hecho que él protagonice. Y si hay personalismos
injuriosos, que intentan probar –injuriando a la persona- las ideas o los
sucesos que lo tuvieron por actor, hay personalismos prestigiosos, que intentan
probar lo contrario, alabando las condiciones personales del protagonista. Como
ad hominem hace alusión al hombre,
cada vez que el aludido resulte admirable en un sector determinado, se
pretenderá producir necesariamente una adhesión a todas sus decisiones e ideas.
Se olvida que, así como una verdad, la diga quien la dijere, procede del
Espíritu; un error, lo cometa quien lo cometiere, procede de la confusión. En
esto, como en todo aquello que reclame delimitación y precisión milimétrica, de
poco sirven las generalizaciones indiscriminadas. Conviene siempre analizar
caso por caso, antes de arribar a un corolario final.
Pero
es preciso no engañarse con la falacia conocida técnicamente como argumentum ad verecundiam;
esto es dirigido al respeto o a la dignidad. Puesto que mediante tal falacia,
la refutación de un discurso pierde toda base lógica para afirmarse
exclusivamente en la autoridad moral de quien opina o hace lo contrario. Es una
variante más del recurso a la autoridad.
Encontrada la autoridad indiscutida de quien piensa de modo opuesto a
nosotros, somos nosotros los que quedamos automáticamente descalificados, sin
importar ya el análisis objetivo y racional del tema en cuestión. Ante el
recurso a la autoridad, las pruebas científicas a favor o en contra de una
doctrina o de una conducta desaparecen. Se sustituyen por las alabanzas
implícitas o explícitas al sujeto tomado como punto de referencia. Si A
afirma B; y A goza de un prestigio o de una credibilidad mayor de
quien lo contradice, luego B es cierto.
Aunque muy extendido y muy frecuente en
el terreno que nos ocupa, este modo de argüir no puede ser tenido por correcto. Así como la
existencia de un sinfín de reyes malandras no prueba la ilegitimidad de la
monarquía; o como la decadencia del patriciado no demuestra el sinsentido de la
aristocracia, la existencia de personas ilustres ocupando cargos mediante
procesos democráticos, no prueba la legitimidad de la democracia. Concretamente
y para especificar: si José Antonio Primo de Rivera fue diputado, el régimen
parlamentario no queda libre de culpa y cargo, el partidocratismo electoralero
no resulta redimido, el sufragio universal no se constituye en un recurso
infalible.
Pero
hay una trampa extra en este recurso a la autoridad. Porque se pretende
enfatizar en estas figuras prestigiosas aspectos puramente subalternos,
adjetivos y circunstanciales, prefiriendo el protagonismo de lo accidental por
encima de sus grandes gestos y trascendentales
destinos. Lo anecdótico y mudable –aquello que ocupa el papel de un mero
fenómeno en sus biografías- se convierte de accesorio en principal y
hegemónico. Se piense lo que se quiera de Adolfo Hitler, ¿su importancia
política radica en que, hacia 1920, tenía el carnet de afiliación nº 3680 al
Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo? ¿Mussolini pasó a la historia
como diputado, ocupando una de las 35 bancas ganadoras en las elecciones de
1921? ¿Pavelic es famoso por su
condición de parlamentario en el régimen yugoslavo? ¿A Petain se lo recuerda
por el procedimiento electivo con que llegó a presidir el Consejo de Francia?
Los mártires de Cristo Rey, García Moreno en Ecuador, Idiarte Borda en Uruguay
o Monseñor Tiso en Eslovaquia, ¿merecen los altares o al menos nuestra
veneración, por las múltiples leguleyerías de las convenciones electorales que
supieron sortear con éxito? ¿A alguien le parece relevante el mecanismo
jurídico con el que resultó designado Oliveira Salazar? ¿De veras puede afirmar
alguno que el inmenso José Antonio ganó el cielo por asalto y se convirtió en
nuestro arquetipo de la Hispanidad
cuando se presentó como candidato a diputado?
Lo
que queremos decir es que de estos hombres singulares, además se podrá predicar que se presentaron a elecciones y las
ganaron o perdieron, según los años y las campañas. Además se podrá recordar en sus trayectorias que resultaron
elegidos o catapultados a la vida pública por mecanismos más o menos
democráticos, más o menos ajustados a derecho. Además se podrá considerar
en ellos las estrategias regiminosas para acceder al poder. Pero lo capital de sus enseñanzas y de sus
respectivos legados no tiene absolutamente nada que ver con la democracia.
Sus testimonios no prestan un servicio a
quienes optan por insertarse en el sistema como quehacer político ordinario,
sino a quienes valoran la lucha, la batalla, la guerra justa, la resistencia
heroica y el derramamiento martirial de la propia sangre. No son modelos de
contemporización con las estructuras liberales, sino de pugna activa y frontal
contra las mismas. No nos dejan un mensaje de reconciliación con el
demoliberalismo, sino de opugnación vigorosa.
Prueba lo que decimos, el hecho cierto de que
demócratas y liberales no han perdonado a ninguno de ellos por su temporaria
condición de ungidos por el demos. Precisamente porque han advertido que no fue eso lo esencial de sus respectivas
actuaciones. Fases transitorias, tal vez, pero no puntos de llegada. Todos
estos hombres prestigiosos que suelen ponérsenos por delante para que valoremos
las posibilidades políticas que ofrece el liberalismo son, en rigor, la prueba
de su honda crisis, como lo ha percibido agudamente José Larraz. La prueba de que el gobierno de un Estado no es
cuestión de aritmética, ni la barbarie preferible a la aristocracia, ni el
igualitarismo a la jerarquía, ni la superstición parlamentaria al sentido
unitivo del mando, ni el señuelo de los sufragios al clarín de la victoria
armada, ni la demagogia populista al estadio religioso de la vida espiritual.
La prueba, al fin, de que la democracia no es una tierra de promisión sino un
lodazal artero.
¿Acaso la
vida cristianísima, el gobierno sapiencial y la muerte gloriosa de García
Moreno, Idiarte Borda o Monseñor Tiso son blasones de la democracia? ¿Guarda
alguna relación con la legitimidad de la misma, la sangre generosa que
derramaron por la
Realeza Social de Jesucristo en sus respectivas patrias?
¿Acaso, insistimos, no fueron demócratas, liberales y masones, los artífices de
las conjuras y posteriores crímenes que acabaron con las vidas de estos hombres
excepcionales?
Por razones fáciles de comprender, entre nosotros
–y nos referimos específicamente al ambiente del hispanismo americano y
argentino- del conjunto de estos hombres prestigiosos utilizados como señuelos
para justificar el ingreso al sistema, el que se menciona casi como una
muletilla obligada es el de José Antonio Primo de Rivera. No hay aprendiz de
candidato a una banca o a un puesto que no invoque engoladamente que lo hace a imitación del legendario jefe
de Falange. No pudiendo imitar su vuelo poético, ni su capacidad de sacrificio,
ni su señorío natural, ni sus múltiples cualidades para la lid, ni su
inteligencia luminosa ni su muerte amanecida de luceros, optan por parecérsele
en la condición de diputado. Nos recuerdan a aquellos que empiezan por ser
tomistas, no rumiando humildemente las obras del Aquinate sino ensanchando los
contornos de su vientre. O a aquellos otros que creyeron emular al caudillo
Facundo Quiroga dejándose crecer las patillas.
Confesamos nuestro estupor ante este este caso
particular de recurso a la autoridad. Porque creemos conocer un poco la
doctrina joseantoniana, y en ella –aunque no es el Denzinger ni el Syllabus-
abundan las expresiones notables, rotundamente descalificatorias, contra el
sufragio universal, la soberanía del pueblo, los partidos políticos, las
elecciones masivas, el parlamentarismo, el derecho liberal y la perversión
democrática. Abundan las ironías sobre su propia condición de candidato “sin fe
y sin respeto”, y sus muchas aclaraciones sobre la defensa de la memoria de su
padre como móvil principal del camino parlamentario que circunstancialmente
eligió.
“El ser rotas es el más noble destino de todas las
urnas”, dijo el 29 de octubre de 1933. “Hay que acabar con los partidos
políticos” –repitió el 7 de diciembre de 1933- “porque un Estado verdadero,
como el que quiere Falange Española, no estará asentado sobre la falsedad de
los partidos políticos, ni sobre el parlamento que ellos engendran”. “Los
partidos están llenos de inmundicia”, redondeó el 4 de marzo de 1934. “La Falange relegará con sus
fuerzas las actas de escrutinio al último lugar del menosprecio”, aclaró el 2
de febrero de 1936. “El sistema democrático es, en primer lugar, el más ruinoso
sistema de derroche de energías”, y “el sufragio, la farsa de las papeletas
entradas en una urna de cristal” (29 de octubre de 1933). “Ya es hora de acabar
con la idolatría electoral. La verdad es verdad aunque tenga cien votos, y la
mentira es mentira aunque tenga cien millones” (4 de julio de 1935). Con
innúmeras citas podríamos glosar su pensamiento en la materia. Desde la teoría
del antipartido hasta su opción por el movimientismo; o desde el desaire a
Rousseau hasta su elogio a Felipe II. Desde su furia contra el cotorreo parlamentarista
hasta su dialéctica de los puños y de las
pistolas en resguardo de la patria ultrajada. Todo en José Antonio rezuma
rechazo genuino y varonil contra la democracia. Ese talante tan suyo, con el
que dijo desde la Comedia
el 29 de octubre de 1933: “¡votad lo que os parezca…no me importa nada!”. Y los
inicuos servidores de la democracia, un 20 de noviembre de 1936, se amontonaron
para asesinarle. Murió por la
España Eterna, no por un escaño en el parlamento. No
molestaba a los rojos porque pudiera candidatearse a Presidente, sino porque
alistaba a las almas en pos de una Cruzada combativa y regeneradora.
Los candidatos a diputados o a lo que fuere, que lo
invocan aquí, en nuestro desdichado país, para justificar sus heterodoxias,
deberían empezar por leer los discursos del fundador de Falange. Y a
continuación, emular su capacidad de combate hasta ofrendar la vida por Dios y
por la Patria. Es
fácil ser joseantoniano participando de una campaña electoral. Mejor vendría
emular al testigo cristiano de Alicante,
peleando en las calles, y cayendo palma al cielo, al grito inclaudicable de
¡Arriba España!.
II.-Las apropiaciones indebidas de la
figura de José Antonio
El
primer modo de la apropiación de la figura de José Antonio consiste en decir
que es un arquetipo de político católico, y sin embargo recomendó: “¡votad lo
que os parezca menos malo!”; mientras se presenta como candidato a diputado por
un partido político por Madrid, hace campaña electoral e inicia su actuación en
el Segundo Parlamento de la
República el 19 de diciembre de 1933. Sería un José Antonio
“malminorista”, como si no hubiera buscado, a costa de su propia sangre, el
bien mayor para España. Como si el conjunto de su vida y de su obra no hubiera
sido un anhelo de bienes mayores ordenados al Supremo Bien.
No se
puede ignorar que el discurso en el que José Antonio aconseja votar “lo que os
parezca menos malo” -aquella célebre pieza oratoria del 29 de octubre de 1933,
inaugurando la Falange-
el fundador pide claramente:
a) “que desaparezcan los partidos políticos”;
b) que se sustituya al régimen liberal por una opción
política superadora del liberalismo y del marxismo;
c) que se emplee la violencia armada para rescatar a
España, pues “no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y
las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria”;
d) que él es “candidato sin fe y sin respeto”[en el sistema
electoral y democrático], y que lo dice antes de presentarse a elecciones,
“cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa
nada”.
e) que el acto electoral es comparable a un “banquete
sucio” ejecutado en una “atmósfera turbia, como de taberna al final de una
noche crapulosa”.
f) que precisamente le hacía asco la realidad regiminosa de
todos los días, y por eso propone estar en otro sitio, “alegremente,
poéticamente”. “Nuestro sitio está afuera, al aire libre, bajo la noche clara,
arma al brazo y en lo alto las estrellas”.
Hay
que estar empecinadamente ciego para no ver que José Antonio acaba de lanzar la
revolución armada por el rescate de España; que ofrece para eso su propia vida
en la batalla –cosa que sucedió-; que está repudiando con toda su fuerza al
sistema democrático y partidocrático; que está haciendo el escarnio del sufragio
universal; y que, guste o disguste, es esto lo esencial de su mensaje, repetido
incesantemente hasta el final de su combate. Lo demás es absolutamente
adjetivo, accidental, eventual, anecdótico, intrascendente.
Asimismo, hay que
forzar los hechos y los dichos hasta lo inverosímil para presentar un José
Antonio cual pulcro malminorista tolerante. No lo era, y lo dejó dicho con esa
verba castellana de las que pocas hubo similares en el idioma cervantino.
Porque si pidió clamorosamente la extinción de los partidos políticos; si
sostuvo que “el ser rotas es el más noble destino de todas las
urnas”(29-10-’33); si agregó que “los partidos están llenos de
inmundicia”(4-3-1934); que “la
Falange relegará con sus fuerzas las actas de escrutinio al
último lugar del menosprecio”(2-2-’36), porque “el sufragio es la farsa de las
papeletas entradas en una urna de cristal”(29-10-’33); si advirtió de que “ya
es hora de acabar con la idolatría electoral”(4-7-’35), no sabemos qué más
tiene que decir para que lo dicho equivalga a declarar pecaminoso al sufragio
universal y moralmente ultrajante a la democracia y sus partidos.
Por si
algo faltaba, Luisa Trigo lo reporteó el 14 de febrero de 1936, para La Voz,
de Madrid, y en aquella ilustrativa entrevista dijo José Antonio: “No confío en
el voto de la mujer. Más no confío tampoco en la eficacia del voto del hombre.
La ineptitud para el sufragio es igual para ella que para él. Y es que el
sufragio universal es inútil y perjudicial a los pueblos que quieren decidir de
su política y de su historia con el voto[…]. Don Antonio Maura hizo el voto
obligatorio. ¿Y para qué? En el mejor de los casos, los hombres elegidos son
señores sin voluntad propia, sometidos a los partidos, sin especialización para
ir meditadamente resolviendo los arduos y trascendentales problemas del Estado.
Los elegidos no lo son por ser los más adecuados al país, sino los más
flexibles a los jefes, y nada les preocupan las leyes que se van a dictar para
guiar a la nación por una ruta determinada. La incultura de la masa de los
electores no es menos que la de la masa de los elegidos en materia política.
Ahí están las listas de candidatos llenas de nombres desconocidos; no podrían
muchos alegar otra razón para estar en ellas que la amistad y representar
mañana en el Parlamento un número, un voto, un sumando, pero no una
inteligencia y un pensamiento.
En
fin, yo le aseguro que en vísperas de la contienda electoral me afirmo más que
nunca en mi oposición al sufragio, lo mismo para la mujer que para el hombre”.
Y al
fin, como estrambote, si se quiere, recordemos la carta dirigida al diputado de
la C.E.D.A,
Manuel Giménez Fernández, fechada el 4 de junio de 1936: “El parlamentarismo es
la tiranía de la mitad más uno; sin norma superior que se acate ni cabeza
individual visible que responda. Yo no entiendo porqué ha de ser preferible a
la dictadura de un hombre la de doscientos cincuenta bestias con toga
legislativa. Con el aditamento de que no es una dictadura que se ejerza al
servicio del bien público o del destino patrio, sino al servicio de la
blasfemia y de la ordinariez”.
Agreguemos
incluso algo particularmente significativo, bien a propósito quizás de quienes
con cierto morbo democrático presentan a José Antonio haciendo campaña
electoral, como si con ello se registrara una nueva señal de su maleabilidad
ante el sistema.
Pues
otra es la realidad. Le debemos a Enrique del Castillo Martínez un estudio
pormenorizado de José Antonio y la campaña electoral en Cádiz.
Vale la pena leerlo. Porque lo que se descubre no es a un dirigente
partidócrata sonriendo para los flashes publicitarios, o debatiendo amablemente
con sus oponentes al son de las encuestas, sino a un caballero cruzado
desplegando una tarea políticamente incorrectísima, con tiroteos incluidos y
muertos en las refriegas, y con un final o “cierre de campaña” apoteósico.
Consistente el mismo en un José Antonio que les dice a sus eventuales votantes:
“si vosotros prestáis vuestro concurso, es posible que, pasado el tiempo, en
una tarde como esta, nos encontremos otra vez aquí mismo, bajo este hermoso
cielo de Andalucía[…]. Entonces nuestros hijos, que no tendrán que votar,
podrán asomarse a los mares y verán con orgullo cruzar nuestros barcos,
volviendo España a ser la capitana del mundo civilizado”.El
candidato que se presenta a elecciones no tiene mejor y más feliz y más solemne
promesa que hacerle a sus votantes, que el asegurarles que, mañana, cuando
vuelva a reír la primavera, sus hijos y los nuestros ya no tendrán más que
votar. Habrá sido el fin de la perversa democracia con todos y cada uno de sus
macabros rituales.
Los
sofismas desgranados para avalar en el pensamiento y en la conducta de José
Antonio una posición pro partidocrática, pro democrática y pro sufragista, se
estrellan de modo rotundo contra el entero conjunto de las tajantes y
clarísimas palabras y conductas que acabamos de transcribir, y que son sólo una
parte de lo que el gran español ha dicho y hecho al respecto.
Toda
la arquetipicidad joseantoniana blandida como prueba de que, a imitación del
fundador de Falange, deberíamos aceptar también nosotros insertarnos en el
sistema, aceptando sus medios y herramientas, cae en saco roto ante tamañas
embestidas irrevocables contra la funestísima democracia y sus inmundos
ingredientes propios, empezando por las elecciones con sufragio universal.
Alguien
podrá pensar que la conducta de José Antonio fue contradictoria, incoherente o
paradojal; pues si tenía del sistema el juicio negativísimo que tenía para qué
se presentó a elecciones y ocupó un cargo de diputado. ¿Qué necesidad podía
haber en quién llamaba a las armas para voltear a un régimen corrupto, el estar
probando suerte electoral adentro del mismo?
Para
hablar con franqueza, estamos entre quienes podríamos acusar de paradójica y de
confusa esta actitud concreta de la carrera política de José Antonio. Cierto
que hay algunos factores puramente circunstanciales que podrían explicar
parcialmente su determinación, como la forzosa obligación moral de desagraviar
la memoria de su padre o la búsqueda de algún espacio público oficial desde el
que “legitimar” a un movimiento como Falange, que nacía “deslegitimizado” por
proponer ab initio la lucha armada
contra el enemigo. Pero aún así, sostenemos sin refugiarnos en atenuantes, que
este aspecto particular y concreto la conducta de José
Antonio nos resulta reprochable, confusa y prácticamente incoherente. Gracias a
él mismo, dada su inclinación martirial y oblativa por Dios y por España, y
gracias a la Divina
Providencia que le tenía reservado otro destino, su condición
paradigmática permanece incólume, pues va mucho más allá de este episodio
subalterno de su trayectoria.
No es
incoherente seguir elogiando como hombres de bien a quienes han cometido
tamaños actos paradojales o confusos. Lo incoherente sería elogiar a esos hombres
de bien por lo que han tenido de reprobable; o tenerlos por perfectos e
infalibles siendo humanos, o indistinguir entre lo esencial y accidental en sus
vidas. O lo que es peor, valernos de sus virtudes para que se cuelen sus
defectos en nuestra capacidad imitativa.
Es
cierto que los hombres de bien son autoridades en la ciencia moral; y de que
existe la ejemplaridad normativa que en la ciencia moral tienen las conductas
de los hombres de bien. Pero ninguno de estos grandes hombres goza del don de la
impecabilidad, y es tarea nuestra discernir con caridad y tino, con lucidez y
con misericordia, en qué acertaron mereciendo nuestra gratitud y emulación y
encomio; y en qué se comportaron como seres falibles o sencillamente
desacertados. Lo contrario nos llevaría a adorar a Zeus a fuer de socráticos, a
tener un hijo natural, de puro agustinianos, o a descontrolar nuestro sobrepeso
en virtud del tomismo que profesamos.
Hay un
segundo modo de apropiación democrática de la figura de José Antonio, pero es
menos riesgoso que el primero, e incluso aporta razones a nuestra propia
posición. Porque hasta dónde advertimos apunta a distinguir lo político de lo
religioso en el lenguaje, aunque todo sirva a esto último.
De modo que en
distinguir para unir; en distinguir pero para poner las palabras al servicio de
la Fe, en última
instancia, no vemos motivos de discrepancia sino de coincidencia.
José
Antonio, según algunos de estos apropiadores, constituiría un modelo de
lenguaje laical, católico y político, con un toque sano de también católico
anticlericalismo, en la cuestión religiosa .Y ofrecen como ejemplo el punto
VIII de los Puntos Iniciales de Falange. Precisamente el punto en el cual se
dice: “Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la
vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede
contestar con evasivas; hay que contestar con la afirmación o la negación.
España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica
de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente,
la española[…].Así, pues, toda reconstrucción de España ha de tener un sentido
católico. Esto no quiere decir que[…]el Estado vaya a asumir directamente
funciones religiosas que corresponden a la Iglesia. Ni menos que
vaya a tolerar intromisiones o maquinaciones de la Iglesia, con daño posible
para a dignidad del Estado o para la integridad nacional. Quiere decir que el
Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional en
España y concordará con la
Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos”
Claro;
pero téngase en cuenta que esa Catolicidad del Estado que José Antonio
proclama, y que estos otros apropiadores
estiman, es la misma que después, cuando les conviene, restringen a una pura
cuestión prudencial opinable. De repente, José Antonio mediante, la promesa de
un Estado Católico se ha convertido en
modelo de lenguaje laical, católico y político. En buena hora. Lo celebramos.
Un
debido reconocimiento a su conducta política
Abundando sobre lo dicho, y habiendo
referido algunas de las apropiaciones indebidas de la figura joseantoniana, quisiéramos
acotar algo de lo que le es debido. Algo más
que hemos podido incorporar en nuestras lecturas, y que nos parece oportuno
compartir ahora. En efecto, gracias al aviso generoso del Dr. Gustavo Esparza, hemos
tenido la ocasión de leer un trabajo de Legaz y Lacambra que desconocíamos. En
el mismo, su autor, tras muchas asociaciones que pueden aprovecharse. Recuerda,
por ejemplo, que “en una ocasión, José Antonio, se vio obligado a defender la
memoria y la obra de su padre; fue en el célebre juicio de responsabiliades de la Dictadura. Se
acusaba a ésta […] de haber violado la Constitución[…].Desde el momento en que el Rey
aceptaba el hecho de esa violación constitucional, el pacto constitucional
había perdido todo su vigor y ya no quedaba más posibilidad jurídica que la
consulta a la voluntad popular, la cual, en 1931, había decidido la
instauración de la República,
único poder legítimo subsistente en España. Evidentemente este razonamiento […]
implica la tesis política de la soberanía popular […]. José Antonio opone a este razonamiento otro
[…], para explicar el nacimiento, la creación de
un orden jurídico nuevo […]. La República Española no nació de las elecciones
municipales del 12 de abril de 1931 […], y es evidente que la Constitución de 1876
no disponía que el triunfo republicano en unas elecciones municipales implicase
a abolición de la monarquía”.
Está claro que el José Antonio que surge de este interesante análisis
de una reyerta planteada en términos estrictamente jurídicos, rechaza de cuajo la soberanía popular y el
mandato electoralista como categorías políticas que puedan
definir el destino de una nación. Vale
la pena tenerlo en cuenta.
Sorprendente asimismo es el relato que hace Eugenio Vegas Latapié, después
del famoso discurso inaugural de Falange, en el Teatro de la Comedia, en 1933. Elogia y
pondera a José Antonio, “de excelentes cualidades, inteligencia y atractivo
personal, y que era además un magnífico orador”. Pero a renglón seguido,
hablando de “la campaña electoral” para la designación de diputados a Cortes,
que tuvo lugar poco después, como se sabe, hace una serie de caracterizaciones
y de salvedades del sistema electoral vigente, para concluir con estas más que
significativas palabras: “No atreviéndose [los políticos católicos] a asumir
la frase de Pío IX: «¡Sufragio universal, mentira universal!», se entregaron a la tarea de arbitrar sistemas
[electorales] que atenuasen las
consecuencias más perturbadoras de las elecciones[…]. Se siguió el mismo sistema que el francés del ballotage, fundamentado
en el temor de los políticos a un sistema democrático puro,
después de la experiencia alemana que siguió a la primera
guerra mundial y que demostró que la democracia proporcional directa y el
gobierno eran conceptos incompatibles”.
Comentario por demás gráfico del que se siguen por lo menos dos lecciones.
La una, que estaba vigente la severa admonición de Pío IX y que los católicos
la conocían y temían, se atrevieran o no a seguir proclamándola y cumpliéndola.
La otra lección es que la traída y llevada candidatura a diputado de José
Antonio –exhibida como trofeo del ideario democrático– se hizo bajo un sistema que
expresamente buscaba eludir los males del sufragio universal.
Es el mismo José Antonio al que se le
une en la lucha y en la muerte heroica, el Caudillo de Castilla, Onésimo
Redondo. Del cual son algunas de las siguientes consideraciones que no vemos cómo
podrían encajar con la perspectiva de quienes buscan un falangismo fundacional
en armonía con el sometimiento al régimen liberal, democrático y
partidocradista. Cédámosle la palabra a Onésimo:
- “En España hay que acabar con el sufragio universal como expresión
única de soberanía. El mito de la soberanía del Parlamento es bastante
por sí sólo para proveer permanentemente los mandos nacionales con la gente más incivil, la
más despegada de la honradez común de los españoles. Amarrado el
Estado a la desdichada supremacía de los grupos
parlamentarios, el arribismo se apodera de la política, la pequeñez y el
derrotismo turban la visión de toda idea nacional, la anarquía es como un canon
de buen gusto para vivir en todas las profesiones, la chabacanería domina las
costumbres, y la ruina progresiva del tesoro es reflejo y causa de la suerte
que arrastran las actividades económicas de todo el país Y es que ninguna
fórmula como la de la soberanía sufragista para profanar con la
irresponsabilidad y la trampa las sagradas alturas del poder político y
entronizar la esterilidad como presupuesto de las actividades de gobierno (Libertad, nº 27, 14-12-31)
- “El voto engendra la plena soberanía; frente al poder, conquistado por
la suma mayoría de votos sueltos, ya no hay más libertades que las que
consienta el partido dominante. El absolutismo parlamentario, construido así
con la mecánica falaz de las papeletas electorales, domina en toda la dilatada
existencia social situada entre el votante –que desfloró su soberanía en la
urna– y el Estado Todopoderoso. La
Familia, la
Escuela, la
Propiedad, el Trabajo, la Asociación libre, todas
las libertades y formas de convivencia quedan de rodillas ante el poder que
dispone de cárceles y ametralladoras Esta es la traza exacta de la llamada
democracia liberal, que es, de hecho, un politicocracia
absolutista. Sus principios o,
más exactamente sus supuestos –emisión libre y consciente del voto, poder
constituyente de la mayoría de los individuos- después de ser un tejido burdo
de arbitrariedades mentales, contienen una lógica tan brutal, que autorizan las
intromisiones más despóticas de la clase dominadora en la vida y voluntad de
los dominados: es el fatalismo esclavista, elevado a principio de civilización.
La humanidad, bajo el mito del sufragio universal, resulta o prisionera moral
de ese mito y sierva físicamente de sus consecuencias. Porque a nadie le es
posible sustraerse al dogma de la soberanía popular: se puede votar en contra
del candidato adverso, más el voto contra el sistema, que es lo que importa, no
tiene alcance práctico (Libertad,
nº 17, 5-10-31).
- “No tengo fe en partido político
alguno: ni en partido de derechas ni de izquierdas. Y conste que con esto no
les igualo, son fatalmente e inexorablemente un conjunto de contradicciones y un
abismo de distancia entre las palabras y los hechos, ante los problemas y ante
la realidad. Ésta es la verdad; ésta es la experiencia triste del pueblo
español hecha con su sangre. Son los partidos políticos también aluviones,
formados por el huracán o por las aguas, de arenas movedizas que se llaman la
opinión pública que fluctúa inconscientemente detrás de la varilla mágica de los
periódicos y de los periodistas anónimos y venales que son los que forman
opinión. Aluviones de gente que vacila entre los entusiasmos rápidos y las
decepciones inmediatas, entre los calores repentinos y el frío de la
inconsciencia suicida. No hay formalidad, no hay decencia, no hay verdadera
realización, ni verdaderos hechos detrás de un partido político […]. El
Parlamento es la agonía de la
Patria, la constitución masónica un grillete para las
aspiraciones nacionales y los partidos políticos el cáncer del pueblo como lo
fueron siempre (Libertad, nº 19-11-34).
- “Dice la religión democrática: -«No hay más poder que el del Pueblo:
su voz es soberana»; y ¿quién es el «Pueblo»? ¿Sin duda el que consigue una
mayoría de mandatos para las Cortes? Según: Los doctores de la ley democrática
–los escribas del periodismo– contestamos afirmativamente, a juego con la conveniencia
de sus planes. Pero puede suceder que el Parlamento se haya elegido de modo que
no estén satisfechos los oligarcas de la pluma; o que los magnates ocultos de
la prensa capitalista no hayan sacado bastante ración en la revuelta o,
simplemente, que los vividores del escándalo se cansen de ver a la nación
demasiado pacífica. Hay que volver, entonces, las cerbatanas contra el
Congreso; hay que sabotear la «representación nacional», que –ahora– resultará
no representar al «pueblo», que fue elegida impuramente, o que se aleja con la
mayor contumacia de los imperativos de aquel. Lo dicen los doctores con la
misma solemne indignación, con idéntico gesto sibilítico que sirvió antes para
decir lo contrario (Libertad, nº 3, 27-6-31).
- “El pobre Pueblo, que otra vez tuvo que confiar en el sufragio universal,
se convencerá como antes lo estaba, de que el sufragio elige, por lo general, a
los peores españoles; es decir, a los que tienen la desvergüenza de prometer lo
que saben que no han de dar: el parlamentarismo es una estafa al país como la
que comete con los incautos el logrero que, a fuerza de palabras, consigue
sacarles los cuartos para los negocios fantásticos y se alza luego con el
capital. Es misión de España disciplinar a su Parlamento o acabar con él antes
de que acabe con la nación” (Libertad,
nº 10, 17-8-31).
- “El pueblo aprenderá de nuevo la vieja verdad, tristemente olvidada,
de que sus mayores males provienen de la inmoralidad de los partidos,
culminante en una Cámara irresponsable integrada por los negociantes
electoreros, que eternamente prometen lo que no tienen intención de cumplir.
Hay que superar el organismo parlamentario decadente, decadente en el mundo,
desplazado en realidad de la vida dirigente por todos los Estados que han conquistado
una nueva época y por los que han tenido que salvar las profundas crisis que
anuncian el tránsito hacia una civilización postliberal” (Libertad, nº 14, 14-9-31).
- “¿Cuál es el fin de los partidos? Conquistar el poder. Y ¿cómo lo
procuran? Congregando a las gentes según su «ideología», extendiendo promesas
cuya garantía de ser cumplidas no es otra que la palabra de los propagandistas;
sembrando el odio como base de la solidaridad partidista, clamando unos contra
otros todos los grupos concurrentes a la puja del mando. Ya otra vez hemos afirmado
que no está la
solución en crear un partido más; por
mucho que se cuide la selección del programa y el enunciado delos principios. La solución
está en acabar con los partidos (Igualdad, nº 17, 6-3-33).
Corolario
Pueden encontrarse razones prudenciales para
entender porqué José Antonio se insertó temporariamente en las reglas del
sistema que abominaba, y se prestó a jugar con esas reglas, de suyo moralmente
desaconsejables. Que entendamos esas razones no quiere decir que las mismas
sean correctas o que las compartamos.
Pueden no encontrarse razones prudenciales
y sostenerse lisa y llanamente que su conducta en la materia fue paradojal, o
si se quiere ser más duro, incongruente. Un hombre no es un retazo o un
fragmento de su vida sino una vida toda y entera. De modo que aún registrando
una incoherencia en su obrar, en el balance que se haga de su existencia o
biografía completa y de su muerte mártir, pesan más las razones admirativas que
las objetables. Pero cualesquiera sean las posiciones que se adopten, nadie en
su sano juicio podrá inspirarse en José Antonio para elogiar a la democracia
liberal, al sufragio universal, a la partitocracia y a todas las
características ruinosas del régimen dominante. Si algo inspira El Ausente, a
ocho décadas de su tránsito, no es la conveniencia comodona y burguesa de
afiliarse a un partido, sino la incómoda perentoriedad de alistarse en una
nueva Cruzada.
Nosotros, a 80 años de su muerte heroica, no recordamos, ni
celebramos, ni festejamos al “diputado José Antonio”, sino a José Antonio, el
testigo de la España Eterna.
Y renovamos ante su tumba nuestra
promesa de serle fiel a su mandato sustancial. Hace mucho, de paso por el Valle
de los Caídos, perpetramos un soneto para decirlo. Se nos permitirá compartirlo
con los indulgentes camaradas y amigos:
Ya se
han cifrado todos los secretos
se han
ensayado todas las poesías,
y de
la muerte por volver porfías
bajo
el grave escandir de los sonetos.
Ya los
cantores en racimos prietos
nombraron
de Falange angelerías.
Hasta
el lucero, como tú querías,
fulge
la guardia con sus ojos quietos.
Nada
resta agregar, la buenanueva
tarda
en llegar, y apenas si retumba
un
cañón olvidado en Somosierra.
Siendo
invierno en mi vida y en la tierra,
sólo
quiero decirte que a tu tumba
fui
cara al sol, con la camisa nueva.
Cfr.
José Antonio Primo de Rivera, Obras
Completas, vol. II, p. 1176.Recopilación de Agustín del Río Cisneros,
Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1976.
Enrique
del Castillo Martínez, José Antonio y la
campaña electoral en Cádiz de noviembre de 1933, en Luis Buceta Facorro- Gonzalo
Cerezo Barredo- Eduardo Navarro Alvárez, Homenaje
a José Antonio en su Centenario(1903-2003), Madrid, Plataforma 2003,p. 143
y ss.
A
quien le interese el tema de la catolicidad de José Antonio, sugerimos las
lecturas de: Luis María Sandoval,José
Antonio visto a derechas, Madrid, Actas Editorial, 1998;y Cecilio de Miguel
Medina, La personalidad religiosa de José
Antonio, Madrid, Almena, 1975.
Luis Legaz y Lacambra, La Teoría Pura del Derecho y el pensamiento político de
José Antonio Primo de Rivera, Barcelona, Casa Editorial Bosch,
1947.
Libertad
fue el nombre del órgano oficial de las JONS,
Juntas de Ofensivas Nacional Sindicalistas; agrupación que –como se sabe– acabó
fusionada con Falange, denominada desde entonces Falange Española de las JONS.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista