San Juan Bautista

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lunes, 30 de septiembre de 2019

Paraguas que ya fueron abiertos - Antonio Caponnetto




PARAGUAS QUE YA FUERON ABIERTOS

POR ANTONIO CAPONNETTO

En el año 2016 publicamos el libro “Independencia y Nacionalimo”. En el cual , entre las pags. 125 y 129, apuntábamos en defensa propia una serie de reflexiones sobre los nuevos e innobles modos que ha tomado la otrora célebre disputatio. En el mismo año 2016, pudimos editar “La democracia: un debate pendiente”, vol. II. Allí, entre las p. 489-492, volvíamos sobre el punto.

Consideramos oportuno y pertinente recordar estás líneas ahora. Sobre todo ante la inusitada cuanto febril aparición de lo que podría considerarse una derivación ridícula del género etopéyico. Consistiría la tal derivación en que, ellos y ellas -como las redes sociales son gratis- sin tener la más minimísima idea del alma y de la obra de quien retratan, ni el más remoto trato con el sujeto al que describen, se permiten todo tipo de calificativos y de adjetivaciones denigrantes, atribuyéndole pensamientos, caracteres y conductas en clara disonancia con los que realmente tiene el sujeto de carne y hueso del que se ocupan.

Como últimamente las alusiones no han tenido desenlace feliz entre nosotros, quiero decir y digo que, en los renglones siguientes –llenos de curiosa actualidad- declaro condenada la “caponetología”, y mando que sus cultores se dediquen a menesteres más provechosos.

Muchas gracias.

- I-

         “No será novedad alguna para los lectores amigos o adversarios, afirmar que el Nacionalismo siempre ha sido un objeto de acalorados debates. En la Argentina, al menos, podríamos decir sin temor al equívoco, que la historia de esta corriente de pensamiento o de acción política, es la historia misma de su discusión con propios y extraños.

            Pero las costumbres han cambiado, y nos tememos que para mal.

         Antañonamente esos debates se planteaban cara a cara y mano a mano, aunque varios fueran los protagonistas simultáneos o sucesivos. Y era señal de probidad entre los sustentantes y arguyentes el poder demostrar que se conocía la posición del objetado, que se había leído su producción bibliográfica y, sobre todo, que se la había comprendido con inteligencia, se la compartiera o rechazara después. El llamado estado actual de la cuestión era un requisito moralmente obligatorio para los participantes de una disputatio. Esto quiere decir, reiteramos, que se partía de la base de un conocimiento prolijo y actualizado del otro y de su obra. Y que todavía existía, por un lado, la delectación ante el estudio, así fuese arduo y prolongado; y por otro la prudencia para llamarse a silencio si no se conocía el tema en litigio.

         No sin melancolía nos recordamos a nosotros mismos de jóvenes, escuchando al maestro Julio Irazusta enhebrar alguna ironía sobre aquellos rosistas que lo felicitaban por su prolífica saga sobre el Restaurador, pero que jamás habían leído su obra en forma completa. Ahora bien, convengamos en que se mantenían cautelosamente en el terreno de las efusividades durante los brindis y las peñas. Otrosí los enemigos, que sólo se atrevían al disenso público si tenían firmemente encasquetadas las cabezas sobre sus hombros.

            Decíamos que, al respecto, el cambio nos ganó la partida; y fue para peor. La estudiosidad cedió el terreno a la curiosidad, siempre insustancial, epidérmica y tornadiza. La humildad del sabio se trocó en la insolencia irresponsable del opinador anónimo; y la irrupción de internet trajo, entre tantas consecuencias negativas, la de dar amplio y espacioso albergue a esta legión de indoctos audaces que se multiplican cada mañana. Hay excepciones honrosas, y necesitamos subrayarlo, pero son las menos. Necesitamos subrayarlo, repetimos, porque nuestra impugnación no es de las bitácoras, ni de los muchos que en ellas bien enseñan, sino  de los enajenados que en ocasiones las fabrican o visitan para esconder el canguelo que les causa existir.

         Amparados en nombres de fantasía, escudados tras pseudónimos, alias, apodos o vulgares remoquetes; excusados por lo mismo del honorable deber de fundamentar cuanto se dice y de probar, insistimos, que se conoce el objeto y/o la persona en cuestionamiento; pero conscientes del poder multiplicador que tienen las publicaciones digitales, se atreven a todo, huérfanos de cualquier límite moral e intelectual. Sus terrenos predilectos son los más innobles que pueda frecuentar una persona decente. Por ejemplo, la calumnia y la injuria, sumada a la mentira intencional.

         Entre las víctimas propiciatorias de esta embestida de la brutalidad anónima, se encuentra hoy el Nacionalismo. Y de un modo especial, el Nacionalismo Católico. Sus agresores ya no se reclutan exclusivamente entre las clásicas huestes liberales o marxistas, sino en una franja híbrida y a la vez variopinta, que tanto puede cobijar a un skinhead como a un exabruptal españolista, a un cipayo de overol o de levita, a un psicópata emasculado o a un erudito a la violeta. Ser identificados los aterroriza tanto como la luminaria al roedor nocturno. Vivir es postear entre las sombras.

         Uno de los tristes denominadores comunes de estos personajes es, precisamente, el que mencionábamos arriba: no conocen el objeto del que hablan; no conocen al sujeto de quien hablan, y al sentirse desligados de conocer también el status quaestionis, suelen caer en el ridículo de los descubridores de la pólvora o del Mediterráneo. Hablan de lo que no saben, como si supieran. Critican a un autor, con saña digna de mejor causa, sin haberlo leído, y hasta osando decir que no piensan leerlo pero que continuarán objetándolo. Sacan a relucir un tema ignorando los antecedentes, los pródromos, los orígenes y el pasado previo. Extraen el proverbial conejo de la galera, y resulta que el conejo es un viejo conocido que ya viene saltado desde hace lustros de un sinfín de sombreros ilustres. Se tienen por geniales innovadores, por rebeldes creativos, por decidores de lo que nunca se hubiera dicho ni disputado, y la triste realidad es que cuando ellos van con sus objeciones, los objetados llevan varias generaciones volviendo.

    El resultado es penosísimo, y la verdad es que no valdría la pena referirse al fenómeno si no fuera por el volumen y la circulación que ha tomado, muy especialmente entre los más jóvenes, quienes han perdido casi completamente el hábito de la lectura orgánica y totalizadora. Hemos vivido en carne propia esta desagradable experiencia de la agresión ignorante y cobarde, y sabemos de lo que estamos hablando.  Hemos padecido a la plaga de los “sabelotodísimos”, que pintaba Castellani en “El nuevo gobierno de Sancho”. No entienden, no atienden y blasonan inverecundamente de reducir la personalidad intelectual a un nickname en comentarios tan volátiles como sus humores [...].

         Pero ya lo aclaramos. El hábito de las lecturas largas y exigentes ha desaparecido hoy. Y el hábito malsano de los opinadores advenedizos y pseudo ocurrentes va creciendo cada día. Escribir dos veces la misma obra hemos dicho que no se puede. Obligar a los patanes a informarse antes de hablar, o a tener la modestia básica de considerar los precedentes del punto en tratamiento, sería pedirles que renuncien a su naturaleza. Reclamarles a los honestos que paren el mundo de sus legítimas labores u oficios y se sumerjan en páginas arduas y extensas, sería impropio cuan injusto. ¿Entonces?[...].

 Sin humildades sobreactuadas digámoslo todo: el anhelo todavía superior, si cabe, no es que lean nuestros libros, sino los de aquellos que fueron nuestros grandes e inolvidables maestros en el pensamiento nacionalista y católico. No sólo de la Argentina, sino de América, de España y de Europa. Se evitarían algunos males de ese modo. Males, apriorismos, prejuzgamientos y conspiraciones de silencio. Males como el de desconocer la naturaleza de lo que se objeta y el de dejar de menospreciar una herencia riquísima, por el prurito de que no vale la pena descubrirla y amarla”.
        
-II-

“Algunos pocos y benévolos amigos me han pedido cierta orientación u opinión ante los próximos comicios.

Explico primero el porqué del doloroso hartazgo frente al tema, y luego intentaré expedirme para que no se me acuse de evasivo.

Nadie está obligado a leerme, ni he perdido el juicio como para tenerme por consultor obligado. Pero si no se me lee, nadie tiene tampoco derecho alguno a criticar lo que pienso. Sencillamente porque no conocen lo que pienso. O lo conocen del peor modo: fragmentariamente, y de mentas; cuando no cargados de elementales apriorismos. Hasta ahora, parecía ser ésta la funesta especialidad de las izquierdas. Pero resulta que el contagio ha llegado a la propia tropa. A la muy cercana.

Nadie está obligado a leerme, reitero. Pero tampoco pesa sobre mí el deber de volver a escribir los mismos libros cada vez que una circunstancia determinada pone sobre el tapete el tema central de esos libros ya escritos. Un traumatólogo no escribe sobre los riesgos de las fracturas expuestas cada vez que alguien se rompe un codo.

Llevo publicados dos volúmenes densos y pormenorizantes sobre la perversión democrática, y está en curso un tercero, del mismo tenor. El número de escritos referidos al punto –aunque en rigor, a cuestiones colaterales y anejas al mismo- podría casi multiplicarse, si contara, no sin razones, dos tomos previos, aparecidos en el año 2000, antologizando textos que publicara en Cabildo durante veinte años.

Por más modesto que quiera ser al respecto, no encuentro el modo de omitir que he procurado ser detallista, exhaustivo y meticuloso en mis argumentaciones contra el horribilísimo e insalvable sistema político que nos domina, así como sobre la nocividad moral en que incurre quien lo convalida o avala en vez de procurar su destrucción. Ergo, dable sería esperar la misma actitud analítica en quienes no comparten mi postura.

Lamentablemente no suele suceder así. Y cualquier opinante anónimo de un blog, verbigracia, se cree facultado para descalificar mi tesitura. O peor dicho: lo que suponen, sin leerme de modo íntegro, que es mi tesitura. Las presiones para que me rinda y siente cabeza de católico que “no dogmatiza lo prudencial”, ni tiene “conciencia escrupulosa”, ni “vea pecado donde no lo hay”, se multiplican en vísperas de cada elección, con argumentos cada vez más insólitos. Últimamente, el de acusarme de donatista, platónico, kantiano, rigorista, fariseo, provocador o desafectado de los hipotéticos beneficios que les traería a los militares presos el triunfo de esa porciúncula más del estiércol que responde a la sigla PRO.

Ninguno quiere dejar en paz a quien, simplemente, -¡vaya pretensión!- procura dar testimonio de coherencia en soledad. A quien no quiere ser útil al sistema, ni incurrir en el activismo partidocrático, ni vivir pendiente de los requerimientos de un modelo corrupto, ni pagar tributo a la corrección política, ni estar desatento al regreso de Jesucristo antes que atento a la huida de los kirchner, minusculando a sabiendas el nauseabundo gentilicio.

Una voluntad tácita de castigarlo y doblegarlo se pone en marcha ante el disidente. El rigorismo de los demócratas es cada vez más circundante y opresivo. No quemar incienso al sufragio universal está penado por la ley y queda el réprobo sometido a figurar en la lista estatal de infractores, oblando su multa. Sin embargo, no es éste el maldito rigorismo que dispara siquiera una línea de condena, sino el nuestro, por no querer sumarnos a la inmoralidad cuantofrénica.

Los ciudadanos de la democracia están divididos entre los integrados mansamente al llamamiento electoral, que deben tenerse por puros y limpios; y los impuros y sucios que, contrario sensu, desacatan el imperativo de hacer una genuflexión doble ante cada urna. Sin embargo, insistimos, no es a esta demasía a la que se la compara con la casuística de purezas e impurezas del judaísmo, sino a nuestra actitud de no querer contaminarnos éticamente haciendo la fila para rifar a la patria con cada boleta asquerosa.

En esa ofensiva contra el disidente, lo subrayamos, cualquier argumento es válido. Hasta el de compararnos con los circunceliones del siglo IV. Bandidos desaforados y heréticos, claro; éso seríamos. Como los brigantes franceses, los bandoleros de la Cristiada, los forajidos resistentes al castrismo, o más criolla la cosa: como el Chacho Peñaloza, conductor de los últimos “bárbaros”, al que con el mencionado mote de bandido insultó su verdugo antes de matarlo.

Imposible no recordar en dos trazos lo que me sucediera en una de las primeras defensas catedralicias, en Buenos Aires. Tras soportar en desigualdad de condiciones largas horas de blasfemias, sacrilegios y obscenidades, aproveché un segundo de silenciamiento de las hordas para vivar a Cristo Rey. Sólo ese grito, lo juro. Sucedió entonces que un señor de civil, muy atildado y correcto, a quien hasta entonces no había visto, se me acercó e -identificándose como comisario en operaciones en el susodicho vejamen- me dijo textualmente: “si usted vuelve a provocarlos, no me deja otra alternativa más que detenerlo”. El infeliz no había leído a San Agustín ni a Baronio. Nada sabía de Makide o Faser, los renombrados caudillejos de los circunceliones. Pero algo había aprendido del mundo y para el mundo: el provocador era yo. Tristísima cosa que así piense, no ya un ignoto y exculpable esbirro del Estado, sino un haz de católicos a quienes tengo por buenos”.


 Nacionalismo Católico San Juan Bautista




Sobre la democracia - Flavio Mateos

 
LA “GRIETA” QUE SEPARA A LOS
CATÓLICOS NACIONALISTAS
ES EL LIBERALISMO


  
“Contra la insurrección suprema, una total rebeldía nos levanta.
El rechazo integral de la doctrina democrática es el reducto final,
y exiguo, de la libertad humana. En nuestro tiempo,
la rebeldía es reaccionaria, o no es más que una farsa hipócrita y fácil”.

Nicolás Gómez Dávila


“Es reaccionario quienquiera no está listo a comprar
su victoria a cualquier precio”.

Nicolás Gómez Dávila


Palabras para católicos argentinos en tiempos de elecciones democráticas, previas a algunos anexos de divulgación doctrinaria contrarrevolucionaria, 2019 AD:


Déjenme resumir lo que sigue así:

Ayer nuestra bandera fue “RELIGIÓN O MUERTE”. Hoy lo podemos decir de esta otra manera: “CATOLICISMO O DEMOCRACIA”. “SOBERANÍA DE CRISTO REY O SOBERANÍA POPULAR”.

No caben componendas. La democracia es el anti-cristianismo. O estamos con uno, o con el otro.

La democracia moderna sale de la revolución y a la revolución conduce.

Es una guerra. Tradición contra Revolución. Y en esta guerra no podemos valernos del modus operandi revolucionario. El sufragio universal es un medio revolucionario. Es el arma de guerra del enemigo. Es la causa material que conduce a la causa final: la deificación del hombre, el triunfo de la ciudad del hombre sobre la ciudad de Dios. El Anticristo.

Tenemos otras armas. Son menos vistosas, menos atractivas, pero, a la larga, más eficaces. Por no usarlas somos una y otra vez derrotados.

La democracia es un castigo.

El castigo prosigue en la medida en que contribuimos a que siga existiendo. Sigue existiendo porque lo alimentamos con nuestro sufragio. Y con nuestra desidia. Y con la falta de santidad de nuestra vida.

Por no ser intransigentes en los principios, y coherentes en su aplicación, es implacable el castigo.

Conocer por qué suceden las cosas, nos llevará a comprender el cómo hacer para evitar que sucedan.

Para eso deseo contribuir aportando algunos textos y reflexiones.

Pero vamos a ver. Permítame el amigo que lee esto pensar a su lado. Estamos llegando en nuestra querida patria Argentina a una situación catastrófica terminal, agónica, abismal, y la famosa “grieta” -como se ha puesto de moda decir ahora- se ha producido sin necesidad de que tiemble la tierra, llegando en sus dimensiones hasta el punto de dividir las propias filas de los católicos nacionalistas (o, si se prefiere, de nacionalistas católicos) y “afines”, generando discusiones, altercados, incomprensiones, peleas, rencillas, cruces mediáticos y ninguneos nunca vistos. Tratemos, en principio, de no caer dentro de esa inmensa y profunda grieta. Esto, pues, no va dirigido contra ninguna persona en particular, aunque tenga que puntualizar ciertas cosas sobre una actitud que recientemente se ha visto haciendo mucho ruido desde la internet. No juzgamos ni condenamos a nadie, pero señalamos con pesar una actitud muy dañosa para la causa de los patriotas argentinos. Y constatamos una posición que ha llevado a algunos a un escandaloso papelón.  Esto es nada más que un llamado de atención sobre dos o tres cosas que hoy nos conciernen, en tanto que católicos y que argentinos. Para ahondar en el tema “democracia” hay muchos libros y artículos de excelentes expositores y maestros a los cuales se puede recurrir, aunque creo que cada vez se lee menos y se reflexiona peor. En todo caso, siempre es posible tener en cuenta estas palabras para saber revisar lo que sabemos y lo que conservamos: “Uno de los saberes más útiles es saber que nos hemos equivocado; uno de los descubrimientos más delicados, descubrir un error. ‘Capaz de desengañarse’: hermosa alabanza y hermosa cualidad” (Joseph Joubert). Por lo demás, si no apuntamos a nadie en particular, apuntamos a los liberales en general, permitiéndonos hacer esta recomendación: nunca discutir –al menos directamente- con un liberal o católico liberal, puesto que el liberal no está inmerso en un error filosófico o teológico por una simple cuestión de inteligencia, sino que ha caído en tal postura, por una cuestión de la voluntad. Y es por eso que suelen usar de argucias argumentales, de sofismas y tergiversaciones a fin de “vencer” en la discusión. Acá deberíamos hacerle caso a Donoso Cortés, que aborrecía las discusiones y se mantenía en la medida de lo posible al margen, limitándose a exponer sus ideas.

En principio, digamos que ahora hay algunos que para justificar su postura votante en las actuales elecciones democráticas –más específicamente postura votante de un liberal católico demócrata y una liberal protestante demócrata, la fórmula del preámbulo de la Constitución nacional liberal, ese preámbulo que solía repetir hasta el hartazgo el llamado “Padre de la Democracia”, el nefasto Alfonsín-- esgrimen, aun justificándose largamente y dejando sentado que no creen en la democracia, incluso que abominan de ella, un listado de nombres prestigiosos del ambiente nacionalista (toda gente valiosa, sin dudas), como para decir que no se sirven del argumento de autoridad, pero, igualmente, miren, estas personas destacadas apoyan ir a votar la fórmula liberal-protestante-provida. Esto nos trae a la mente una enseñanza de un gran combatiente del reinado de Cristo, el jesuita Padre de Clorivière (1735-1820), que nos instruía acerca de a qué autoridad hay que seguir en tiempos revolucionarios, como los que él vivió y como son ciertamente los que estamos viviendo:  “Si no se puede consultar a la Iglesia o a su primer pastor, a quien la infalibilidad le ha sido prometida, no debemos seguir ciegamente a ninguna autoridad particular, porque no hay nadie que no pueda ser arrastrado por el error y arrastrarnos a nosotros con ella en el error. Es menos a la autoridad personal que a la autoridad de las razones que se alegan, a quien debemos seguir, hay que usar el discernimiento como lo dijo el Apóstol: “rationabile sit obsequium vestrum”; finalmente, hay que tener más consideración al número de pruebas y razones que al número de las autoridades particulares. Porque en tiempos problemáticos, cuando se persigue a la Verdad, ordinariamente sucede que la mayoría se incline del lado que favorece su debilidad, siendo muchos menos los que lo hacen conforme a la Verdad”. Dicho lo cual, sostenemos que hay gran acopio de maestros a los que recurrir, y a los que seguimos pero no por su persona en sí, sino en cuanto comprendemos la verdad de lo que nos enseñan.

Dicen algunos, en un reciente y muy lamentable artículo, mentando al Padre  Castellani: “Mientras quede algo por salvar hay que hacer lo que se pueda por salvarlo”. Claro que esta cita (del 24 de febrero de 1945), mediante la cual se sienten justificados a ir a participar de la democracia, apoyando a NOS, la  dan cortada, manipulada, y sin lo que sigue (que no es nada democrático):

“..Mis amigos, mientras quede algo por salvar, con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma.

(¿Qué me importa a mí de vuestros cines, de vuestros teatros, de vuestras fiestas, de vuestros homenajes, de vuestras revistas, de vuestros diarios, de vuestras radios, de vuestras milongas, de vuestras universidades, de vuestros negocios, de vuestras politiquerías, de vuestros amores, de vuestros discursos, oh rumiantes.
Oh rumiantes de diarios, empacha¬dos de cine y ebrios de palabrerías.
Dentro de pocos años os espero en la Chacarita.)

“Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que dentro de poco no haya nada que hacer, para un verdadero cristiano, en el orden de la cosa pública.

“Ahora, la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo.

“En medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente, al modo que el artista con los materiales a su alrededor hace su obra, adentro de sí mismo primeramente. No hay nada que no pueda servir, si uno es capaz de pisar¬lo, para hacer escala a Dios.

“...Ni con el juicio oral, ni con el juicio político, ni con la Suprema Corte van a curar nada, mientras los argentinos de hoy seamos lo que somos, esencialmente descangayados, mientras perdure el desorden y el histerismo actual y la gran maquinaria invisible de ese desorden y ese histerismo, vigilada celosamente por el Ángel de las Tinieblas.

“Pero eso sí, que no pongan sobre esa maquinaria, ni sobre lo que es puramente terreno (como Sarmiento, Chapultepec y la democracia), que todo es mortal y contaminado, ni a la persona de Cristo, ni su Nombre, ni su Corazón, ni la ima¬gen inviolable de la Mujer que fue su Madre. Con esto sí que no hay reconciliación. Contra esto hay guerra perpetua. Mientras yo ten¬ga vida, mi función (y para eso me alimenta el pueblo cristiano) es luchar contra el error religioso, la mentira en el plano de lo sacro y el Padre de la Mentira. Sin eso, no puedo salvar mi alma, ni me es lícito dormir, ni comer siquiera.”

Hasta aquí Castellani. Coincidimos: salvemos, pero salvemos ante todo la inteligencia. Salvemos la integridad de los principios, salvemos la doctrina de Cristo Rey, salvemos la Sabiduría, salvemos a Dios en nosotros, salvemos el honor de la Iglesia. Entonces podremos hacer lo que haga falta para salvar también al prójimo, y a Dios en el prójimo. Porque de lo contrario la patria no nos servirá para nada y, de hecho, ya no habrá más patria, no en esta tierra. Porque la patria es católica, o nada. Permanecer en ello no es “ciencia que infla”. Abandonar ello, renegarlo para intentar salvar con cualquier medio “las dos vidas” no es “caridad que edifica”. Compréndase bien que si no se conoce el diagnóstico preciso del mal, lo que se haga para intentar remediarlo será una agitación inútil ante un enemigo que tiene todo el poder de este mundo para aplastarnos si Dios se lo permitiere. Como decía San Juan de la Cruz: “Hay algunos que se arrojan impetuosamente a la acción careciendo de contemplación. Creen que van a salvar el mundo con sus predicaciones y sus obras. ¿Qué hacen ellos en el fondo? Muy poco bien. Algunos nada. Otros positivamente dañan”. Por eso ese “hacé algo” que lanza en lenguaje publicitario una fórmula política presidencial, queriendo decir simplemente “votaNOS”, es una necedad que al fin logra tranquilizar a algunos haciéndoles creer que “hicieron algo”. Bueno, fueron a votar. Y no cambió nada.

Muchos se preguntan, de frente a la catástrofe y el peligro: “¿Qué hacer?”. Pero antes de hacer esa pregunta, habría que hacerse esta otra: “¿Qué hicimos, o qué dejamos de hacer, para llegar a esta situación?”. Las buenas respuestas vienen siempre tras las buenas preguntas. Quizás luego siga preguntarse: “¿Qué es lo que no debemos hacer?”. Y finalmente: “¿dejamos hacer a Dios lo que Él quiere hacer, o se lo impedimos porque nos ponemos en lugar suyo?”.

¿Qué hacer? Lo primero que hay que hacer es dejar de pecar.

“Es en castigo del pecado que los impíos llegan al poder con permisión de Dios”

“Así concluye Santo Tomás cuando examina los medios de remediar la tiranía (De regemine Principum, lib. 1, cap. IV):

“Hay que acabar de pecar para que cese la plaga de los tiranos”.
(R.P. Charles Maignen, “La souveraineté du peuple est une hérésie”, 1892, Éditions Saint Remi, 2007).

Lo segundo es saber fundar bien y lúcidamente  nuestra esperanza. Para que el coraje no sea temeridad, ni el esfuerzo inútil, ni la caridad sentimentalismo o liberal coartada.

No somos ideólogos. Por lo tanto, el prójimo existe. Dios nos manda amarlo, y hacer lo que está a nuestro alcance. Ni menos ni más. Pero con discernimiento. La prudencia, bien entendida, debe gobernarnos.

Decía Joubert, con su excelente y diáfana pluma: “Las personas de bien son fáciles de engañar porque, como aman apasionadamente el bien, creen con facilidad todo lo que les ofrece la esperanza”. En efecto, esto ocurre porque muchos aman apasionadamente el bien, pero, se olvidan de algo tan importante como esto: odiar apasionadamente el mal. Como decía otro francés, Ernest Hello: “Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad, podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por esta señal se reconocerá que no amáis la verdad”. Dijo el mismo autor también que “Las tinieblas que nos rodean son particularmente profundas porque la humanidad ha dejado morir este fuego sagrado que es el odio al mal”. En la misma línea, afirmaba Monseñor Lefebvre: “Dios ciega a los que no resisten el error, a los que no quieren defender la verdad”.

Cuán cierto es esto, lo estamos viendo en aquellos que han ido cayendo, uno tras otro, en la ilusión de creer que mediante su participación en el juego electoral democrático (hoy todo un obsceno espectáculo mass-mediático), podían reducir, afrontar o hasta hacer retroceder ese mismo e imparable “tsunami” democrático (el “tsunami” celeste, escenificado fantasiosamente en un spot de campaña electoral, precisamente no se produjo en las urnas, porque la democracia sabe cómo volver ineficaz la mejor de las iniciativas). Recordemos que los que han querido introducir los procedimientos de la política-agonal en el sistema de la política-juego han fracasado. Y así como los demócratas afirman que “los males de la democracia se curan con más democracia”, estos “nacionalistas-votantes” parecieran opinar que “el mal de la democracia se puede combatir con democracia”. Es como ponerle unas gotas de agua al vino del borracho, para curarle su alcoholismo. Aunque juren una y otra vez que están contra el liberalismo y la democracia, finalmente, por esa falta de aborrecimiento al error y sus deseos de lograr algún bien, terminan cegados, aceptando las reglas del juego democrático, donde el número es meramente lo que decide acerca del bien y el mal, lo justo y lo injusto, si Dios existe o no. Y aceptando las reglas del juego mediante su participación en el mismo, deberán forzosamente aceptar esas reglas cuando impongan lo que pretenden evitar: el aborto o cuanto crimen se le ocurra a la Sinagoga de Satanás que sostiene y promueve la democracia. Nuevamente recordamos a Joubert: “Se adquiere derecho a consolarse de todos los males que existen haciendo todo el bien que se puede”. Debemos hacer todo el bien que podamos. No lo que no podamos, lo que no está en nuestra manos. La ilusión está todavía en muchos que creen que pueden hacer un bien mediante la democracia, la cual es una creación diabólica de la Revolución que puso al hombre en lugar de Dios y cuyo objetivo no es el bien común, sino evitar que el bien común exista. La democracia nos conduce al Anticristo, que será sin dudas “democratísimo”. Desde luego que el mal puro no existe, pero el bien que podría derivarse de la noble acción de una persona de bien inserta en el sistema democrático, es, además de una rara excepción, proporcionalmente ínfimo en relación al mal inmenso general que el sistema produce de continuo y cada vez en mayor escala. Año tras año vemos la degradación que va en aumento, las leyes anticristianas que se imponen, y no porque no hubiere oposición católica en el sistema, sino porque es la lógica de la democracia seguir ese derrotero: libertad religiosa, libertad de prensa, blasfemias, pornografía, divorcio, concubinato, “matrimonio” homosexual, ideología de género, aborto, miseria espiritual y material, corrupción moral, degeneración, violaciones, crímenes, robos, demencia, satanismo, etc., etc.

Decía Sardá y Salvany que en España, a fines del siglo XIX, había 99 % de católicos de acuerdo a estadísticas oficiales. En Francia, en 1870 había un 95 % de católicos. Tras la democracia, queda una sociedad casi totalmente secularizada. Como bien señala Guennaël de Pinieux, este balance desastroso reposa sobre la misma naturaleza del sistema democrático: “La tentación es grande para los católicos de no ver en el voto más que una técnica política indiferente por sí misma, a lo sumo manchada por algunas trampas electorales ocasionales. Hemos visto más arriba sobre una base histórica que eso no era nada. Lejos de ser indiferente este sistema sirve invariablemente los intereses del infierno.

“Santo Tomás dice que “la forma es necesaria al fin de la acción”. Luce Quenette lo dice de la manera siguiente “si el fin es intrínsecamente perverso, los medios que lo concretan lo son igualmente”. No hay duda que el fin de los enemigos de la Iglesia es intrínsecamente perverso. Al nivel histórico no quedan dudas que el sufragio universal tuvo éxito en relación a este fin. Conclusión: el sufragio universal es intrínsecamente malo. “El terreno y los medios de la revolución son intrínsecamente perversos. Usar de los medios de la revolución, es ya pertenecerle”. “…hay medios que…engendran automáticamente fenómenos revolucionarios y exigen de quienes los utilizan una moral revolucionaria” (Guennaël de Pinieux, Voter: piège ou devoir?, Editions Chiré, 2016). Recordemos que Pío IX dijo en varias oportunidades que “el sufragio universal es la mentira universal”. Y como dice también Guennaël de Pinieux, “por el sufragio universal, los enemigos de Cristo Rey han elegido juiciosamente una forma de acción adaptada al fin que ellos persiguen. El fin que los masones han asignado al sufragio universal es el establecimiento de la ciudad del hombre dios y la desaparición de la ciudad del Dios que se hizo hombre. Este fin lo obtienen progresivamente desde que el sufragio universal existe, no por medio de tal o cual partido o programa, tal o cual triunfo en las elecciones, sino por el funcionamiento mismo del sistema. El sistema es perverso tanto por su forma como por su fin. Esta perversión actúa discretamente, pasivamente, como una podredumbre. (…) ‘Se trata acá menos de saber quién será el vencedor, que sobre qué terreno uno se batirá’. Y para terminar parafraseamos a ese gran autor que es Augustin Cochin: “el sufragio universal no es el liberalismo, sino el medio donde él está seguro de desarrollarse y de vencer” (ob. cit.) Y no queremos dejar de citar, aunque sea largo, lo que sigue:

“Es por eso que los masones quieren absolutamente que la gente vote. Es por eso que las sociedades de pensamiento someten a los electores a una larga paleta de ideas, de preguntas, de programas, de candidatos porque hacen falta partidos para todos los gustos, es el reino de la libertad. Tener una fuerte oposición sobre su derecha es vital para el sistema, aunque el mismo sea fundamentalmente de izquierda, eso suscita una lucha esencial a su funcionamiento el cual implica la izquierdización progresiva del conjunto de los espíritus. Las personas son apasionadas por ese juego que ellos no dominan por sus resortes, tienen la impresión de gobernarse a sí mismas mientras que están a merced de sus pasiones y de las sociedades de pensamiento. Luce Quenette lo había visto bien: “la oposición dentro de su terreno es vivificante para la revolución. Yo lo invito a que venga hacia mí: rito vital, obligatorio de la revolución”.

“Es así que un partido, conocido como contestatario, como el Frente Nacional, se encuentra en realidad siendo eminentemente útil y vital para la revolución porque hace falta hacer entrar a los católicos en un “terreno de juego” en el cual la revolución es quien manda, lo que constata Pierre Sidos cuando dice que “uno de los elementos deplorables del Frente Nacional, es que él convierte al democratismo y al electoralismo a gentes que no habrían jamás pensado en meterse en ese terreno”.

Pero además, quien va a votar en esta democracia, se reduce inevitablemente –inadvertidamente, por supuesto, pues se cree “soberano”- a la categoría de número, porque no otra cosa son los sufragantes. Explicaba Pío XII: “Por todas partes, hoy la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego del valor numérico. El ciudadano es elector. Pero, como tal, el ciudadano en realidad no es otra cosa que una mera unidad cuyo total constituye una mayoría o una minoría, que puede invertirse por el desplazamiento de algunas voces o quizás de una sola.  Desde el punto de vista de los partidos, el ciudadano no cuenta más que por su valor electoral, por el apoyo que presta su voz; de su posición y de su papel en la familia y en la profesión no se hace cuenta alguna” (Discurso del 6-4-1951). De manera tal que el votante, sea un energúmeno barra brava, un ejemplar padre de familia, un piquetero a sueldo del gobierno o un profesor nacionalista católico, es simplemente “una mera unidad” que se computa numéricamente. A tal condición de unidad numérica se degradan los nacionalistas que creen que en realidad están siendo “combatientes de Cristo rey”. Pero Cristo no necesita de números, sino de personas singulares. Como decía Nicolás Gómez Dávila: “Cuando el individuo encaja en estadísticas, ya no sirve para novelas”.

Enseña este mismo genial autor: “La democracia es el sistema para el cual lo justo y lo injusto, lo racional y lo absurdo, lo humano y lo bestial se determinan no por la naturaleza de las cosas, sino por un proceso electoral”. Y, como sabemos, ya desde la elección de Barrabás, si es por el número, el diablo lleva siempre las de ganar (salvo en el cine de Hollywood donde las mayorías apoyan a los “buenos”).

Más aún todavía, el maestro nacido en Cajicá enseñaba también lo que ahora los participantes de la democracia NOS quieren hacer olvidar: “La democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan católicos cándidos; ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo pasado; ni estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica, como lo exige la tesis comunista. La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios. Su doctrina es una teología del hombre Dios, su práctica es la realización del principio en comportamientos, en instituciones, y en obras”. Si la democracia se propone arreligiosa y laicista, en realidad se impone el mismo laicismo como la religión en sí, sustitutivo de la religión cristiana. Por eso decía J. Cau: “En Occidente, el cristianismo no se ha invertido sino lentamente descompuesto en democratismo igualitario…Después las balanzas se trastornan, el platillo cristiano cambia de nombre y se llama democracia”. Lo que se corresponde con aquello que decía Castellani en “Su Majestad Dulcinea”: “A la manera que la Iglesia dice: Extra Ecclesiam nulla salus, ahora esta Contra-Iglesia o mejor dicho Pseudo-Iglesia proclama: Fuera de la "democracia" no hay salvación”. Raymond Aron la llamaba “una religión secular”. Según Georges Burdeau, “La democracia es hoy una filosofía, una forma de vida, una religión y casi, accesoriamente, una forma de gobierno” (Democracy: Synthetic Essay, Brussels, Office of Publicity, 1956, p.5.). Y si Stan Popescu llamaba a la democracia la “anti-religión”, era simplemente porque la democracia es el medio perfecto para acabar con la única verdadera religión, la Católica (por cierto, digamos ya que estamos, que la candidata protestante Cynthia Hotton, a la cual apoyan algunos “nacionalistas católicos” en la fórmula NOS, fue quien presentó en el Congreso nacional el proyecto de Libertad e Igualdad Religiosa, otro paso fundamental para acabar con la influencia de la Iglesia católica en la Argentina, poniéndola en pie de igualdad con todas las sectas del diablo, ¡es decir que estos nacionalistas llaman a votar a una anticatólica que trabaja activamente contra la Iglesia a la que ellos dicen pertenecer!).

A esta altura del partido, nadie puede hacerse el desentendido, considerando a la moderna democracia simplemente como un régimen político, el cual sería mejorable participando de él. La democracia es una cosmovisión o religión basada en la negación del pecado original. Su “Carta magna” es la Declaración de los derechos del Hombre, sustitución de los Diez Mandamientos de Dios.

Hugues Bousquet, en su artículo titulado “Mgr Delassus et la démocratie” (Le Sel de la terre n° 81, ÉTÉ 2012) reseña la enseñanza de aquel gran obispo, en parte siguiendo a Le Play, afirmando claramente el problema de fondo: “los pueblos que reconocen el pecado original y fundan sus instituciones en consecuencia son pueblos prósperos. Le Play insistía sobre el fundamento principal de la prosperidad: la moral. Más generalmente, el fundamento de la prosperidad de los pueblos es la teología católica que informa la moral, gobernando ésta los órdenes político y económico, controlando el progreso técnico y su uso como las diversas organizaciones sociales. Retengamos esta conclusión importante: hay un primer dogma capital a enseñar, el pecado original y sus consecuencias sobre el género humano”

Ahora en palabras de Mons. Delassus citando a Le Play, en relación con la democracia, decía: “Las consideraciones anteriores muestran hasta qué punto estuvo fundamentado M. Le Play al escribir en 1868: "Es absolutamente necesario atacar de frente la teoría democrática […] Es en los espíritus donde debe hacerse el cambio [...] La espera de un golpe de Estado o de elecciones antes que los hombres sean esclarecidos, es la más ingenua de las ilusiones [...] Para que Francia, - y podemos decir el mundo, porque está enteramente desquiciado- tenga aún un futuro, hace falta que la civilización sea inmersa en su principio, es decir en el cristianismo; hace falta que la fe cristiana vuelva a las almas, no a algunas almas, sino a la masa  [...] No hay otra manera más que volver a la teología”. (Mons. Delassus, Vérités sociales et erreurs démocratiques, p. 384, 385, 394 y 398).

Negada la soberanía de Cristo Rey sobre la sociedad, esa soberanía reside (en teoría) en el pueblo, que es un dios, o más bien una serie de dioses, de los cuales el más poderoso es el que tiene mayor número de votos. Es la fuerza del número quien determina al más poderoso dios. Y ese número, por supuesto, viene determinado por el poder de Mammón. “Poderoso caballero es don dinero” (falso caballero).

Recordemos que la democracia moderna viene indirectamente del protestantismo, esto lo admitía el mismo León XIII que luego no llevó a cabo en el terreno la claridad de sus conceptos: “Es de esta herejía (la Reforma protestante) que nacieron el siglo último la falsa filosofía y lo que se llama el derecho moderno, la soberanía del pueblo y esta licencia sin freno fuera de la cual muchos ya no saben ver la verdadera libertad” (Diuturnum illud, 29/6/1881). Todos los pensadores de la democracia fueron protestantes o se hicieron en ambiente protestante: Hobbes,  Descartes, Locke, Rousseau, Kant, Hegel, Hume. Y todos ellos están imbuidos de una metafísica moderna, que viene desde ciertos pre-socráticos y pasa por Epicuro, Lucrecio, Giordano Bruno, David de Dinant, etc.: el panteísmo. Como dice Maxence Hecquard, el protestantismo es una etapa hacia la metafísica democrática: “…dicen todos la misma cosa: la naturaleza es todo. La materia es animada. Materia y espíritu son una sola sustancia. La vida aparece en la materia por la combinación de átomos al azar. No hay otro dios que esta materia” (Protestantisme et démocratie moderne, Le Sel de la terre n° 100, printemps 2017). ¿Quizás se comprenda un poco mejor el por qué la Iglesia conciliar debe promover el culto de la “naturaleza” en esta avanzada etapa bergogliana, para aprender de ella cómo comportarnos?

Sigue el mismo autor en otro pasaje de su artículo: “Si el mundo está en evolución perpetua, si la especie humana tiende a su perfección, es conveniente que el progreso del hombre sea de aquí en más colectivo. Es la sociedad que progresa más que los cuerpos que se transforman. La ley que se aplica a todos, borra las diferencias entre los individuos y permite la libre determinación de la libertad. Por la ley que ella establece y protege, la democracia permite así la paz y asegura el florecimiento de la libertad. De ahí que ella no es otra cosa que la condición del progreso de la especie.

“Y es precisamente porque ella es condición del progreso que la democracia deviene obligatoria. Ella se hace imperativo moral, porque el progreso no es facultativo: él constituye el diseño mismo de la naturaleza. El derecho deviene así como una moral real. En verdad la democracia es a partir de ahora la única obligación a respetar”. Más claramente aún: “Epicuro es la bandera de los enemigos de Dios y de la Iglesia. El panteísmo afirma que todo es Dios. Es la negación y el rechazo de todo Dios creador que sería distinto del mundo”. Los principales “filósofos” de hoy son todos epicúreos. Estamos ahora en la etapa previa de esa rotunda afirmación explícita, mas en los hechos cada ser se comporta como un dios que no tiene sino derechos que nadie puede impedir o discutir, y ya las encíclicas bergoglianas nos invitan no a tener temor de Dios sino reverencia por la natura, la “madre tierra” o “casa común”. “Si la democracia- continúa el mismo autor- es la afirmación de una metafísica panteísta, su esencia es la negación misma a la vez de la metafísica del primer motor de Aristóteles y de la Revelación cristiana”. Interesante que, como nos señala este autor, el primer parágrafo del Syllabus de Pío IX se refiere al panteísmo y el naturalismo. Y los primeros cánones promulgados en anexo de la constitución dogmática Dei Fillius del concilio Vaticano I condenan solemnemente la filosofía panteísta y evolucionista. Nuestro Hugo Wast tituló su rechazada Tesis para optar al grado de Doctor en derecho “¿A dónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado?”.

“Sí, sí, muy bien –nos dirán seguramente los nacionalistas vueltos momentáneamente democráticos-, comprendemos eso, no lo objetamos, pero todavía se puede hacer algún bien desde dentro de la democracia”.  Ese famoso “bien” no se ve ni se ha visto hasta el momento, quizás oculto o cubierto por la ola excrementicia que vierte de continuo el sistema democrático anticristiano legitimado por sus votantes, sus pobres votantes que en su mayoría no tienen idea de lo que significa este sistema, pero que sí conocen los nacionalistas que ahora se pliegan incoherentemente al mismo. Más bien vemos el mal que provocan, dividiendo las fuerzas nacionalistas católicas, armando revuelo, y ¿por qué? ¡Por nada! Porque, en definitiva, si van a votar para obtener presencia política, apenas si sacan el 3% de los votos, o sea, no tienen ningún peso político y capacidad de decisión o influencia. Y si van a votar para “dar testimonio público”, pues su voto es simplemente testimonio de que la democracia es tolerante con el pensamiento diverso o disidente en el que se encuentran ubicados. Eso es todo lo que el barullo de la campaña electoral les habrá regalado. Dicen algunos: “Nos parece lícito trabajar dentro del sistema, aún con sus peligros, no para salvar la Argentina o cambiar la democracia moderna desde adentro, lo cual es una utopía, sino para colocar piedras en el camino al Enemigo”. Ese “colocar piedras en el camino al Enemigo” suena más bien como alguien que arroja un puñado de piedras al tren blindado que pasa trepidante por las vías, sintiendo apenas el débil golpeteo que no le impide seguir su poderosa marcha. Porque si se quieren poner piedras estando dentro del tren, pronto habrá de intervenir la seguridad contra los minoritarios revoltosos fácilmente controlados. En fin, como dice el Eclesiástico: “¿Quién tendrá compasión del encantador mordido de la serpiente, ni de todos que se acercan a las fieras?” (XII, 13), a lo cual comenta Mons. Straubinger: “La misma naturaleza nos muestra que la manzana picada pudre la buena, y no es ésta la que sana a aquella”. Otros (o quizás los mismos) patalean contra los que “Creen que pueden lanzar dardos virtuales a raudales”, pues ellos mismos heroicamente “se preocupan por frenar el genocidio infantil apostando a una acción precaria y circunstancial como es la política de partido, aun cuando existe la plena conciencia y convicción de que de un partido político no saldrá la restauración de la Patria y de la Cristiandad; pero –quién sabe- tal vez Dios nos dé una tregua y un respiro si nos unimos colectivamente intentando salvar algo, o frenar, o demorar un fracaso inminente”. Y se preguntan: “¿Acaso, no es lícito hacer lo posible aun cuando las circunstancias son desfavorables en vistas a producir un efecto favorable por mínimo que sea?”.

Luego de las recientes PASO quedó completamente demostrado, como si hiciera alguna falta, que de un partido político no sólo “no saldrá la restauración de la Patria y de la Cristiandad” sino tampoco el frenar “el genocidio infantil”, pues a pesar de los numerosos manifestantes pro-vida, el partido mayoritario de los pro-vida, llamado NOS, obtuvo menos del 3% de los votos quedando en quinto lugar, incluso debajo de la más recalcitrante izquierda (si hay países donde todavía no logró imponerse el aborto, eso es a pesar de la democracia y no gracias a ella, seguramente meced a los rezos y sacrificios ocultos de miles de almas católicas que actúan fuera de la politiquería, es decir, en países donde aún queda bastante fe católica, a pesar de la fe democrática). La mayoría votó por sus verdugos, votó por los autores de la degeneración y el crimen, votó por los delincuentes y ladrones, votó por el circo. La democracia es una máquina perfectamente preparada para repeler lo que pueda ponerla en riesgo, pues quien tiene su manija es el enemigo de Dios, el príncipe de este mundo. Es el arma de destrucción masiva del Anticristo. Como dijera Gil de la Pisa Antolín: “La Democracia (liberal y partitocrática) es el más genial y trascendental de los inventos de la Sinagoga de Satanás para liquidar la Sociedad Cristiano-occidental, nacida de la libertad del hombre y de la inteligencia de sus mejores pensadores (…) Salvo el sacerdocio y la consagración a Dios por la vida religiosa vivida con fe, no creo que haya otro trabajo más digno del hombre que intentar liquidar este engendro de Satanás (en persona). Puesto que gracias a semejante invento, la propia nave de Pedro (desde que se olvidó que es Jerárquica para convertirse en “democrática”) está en peligro de naufragar”. Decía Aldous Huxley que “La dictadura perfecta sería una dictadura que tendría la apariencia de democracia, una prisión sin muros cuyos prisioneros no pensarían en escapar, un sistema de esclavitud donde, a través del consumo y el entretenimiento, los esclavos tendrían amor de su servidumbre” (Un mundo feliz). Las elecciones son mero entretenimiento para tener a las masas cautivas creyendo que son libres, cuando no hacen más que aumentar la pérdida de su libertad, en la medida que se alejan de la verdad. ¿Quieren los nacionalistas católicos entrar a esa prisión sin muros, y así cumplir un pequeño papel –lastimoso papel de “extras”- en la película de horror llamada “Democracia”?

Es de una ingenuidad garrafal creer que el sistema delincuencial que es la democracia permitirá que haya alguna fuerza que la ponga en entredicho o haga peligrar alguno de sus siniestros planes abonados con millones de la usura internacional. El Imperialismo Internacional del Dinero no está compuesto precisamente por bobos. Ah, pero el candidato a presidente del partido pro-vida (hasta ayer macrista), apoyado por varios nacionalistas (incluso alguno que otro historiador) dice en televisión ante un periodista del establishment televisivo: “No hay que volver a cruzar los Andes”. Y eso que el hombre combatió en Malvinas. ¿Qué quiere decir con eso? Que hoy las cosas no son tan difíciles, que no son necesarias hazañas, proezas, héroes, ya no hace falta el combate de las armas para reconquistar a la patria. Con las urnas basta…Eso demuestra que ha comprendido bien que la democracia no se vale de figuras arquetípicas, sino de figuras payasescas, como lo hemos podido comprobar a lo largo de las últimas décadas (dicho esto con todo el respeto que nos merece el Sr. Gómez Centurión por su pasado de combatiente). Hay que recordar con Gustave Thibon que “las naciones tienen necesidad de héroes y de santos como la masa tiene necesidad de levadura”. Los héroes los tuvimos en la guerra de Malvinas, pero no los tenemos en el juego espurio de la democracia. Por supuesto, no estamos diciendo con esto que tengamos que salir arma en mano para arreglar las cosas, sino que no se trata simplemente de un problema administrativo, como sugiere Gómez Centurión. Como candidato democrático, debe decir cosas atractivas, y no cosas políticamente incorrectas que asusten al electorado, como que estamos enfermos como sociedad debido a la apostasía, empezando por la apostasía de la Jerarquía eclesiástica, y a causa del liberalismo que se nos impuso con la derrota de Caseros, y de la democracia partidocrática que se nos impuso tras la derrota de Malvinas. Se trata entonces de rescatar una actitud de santidad y de coraje, las cuales no son plebiscitables, ni surgen de las urnas, de la publicidad televisiva o de las campañas electorales partidocráticas. Más bien allí se termina toda actitud combativa, toda lucidez y libertad de movimientos. Allí empieza el doble lenguaje, la incoherencia y la tibieza.

Castellani les decía a los nacionalistas que “No hay remedio” (como no lo traiga Cristo): “El consejo de Santo Tomás en nuestra situación actual es tener paciencia y hacerse mejor cristiano. "A Dios rogando y con el mazo dando". —Justo: pero primero alcanzar a Dios que te dé el mazo; ahora no tienes ningún mazo.” (P. Castellani, Revista Jauja N° 12). Estos nacionalistas votantes de ahora no tienen ni el mazo, ni a la masa. ¿Entonces? Entonces con el mazo les van a dar a ellos, por plegarse a la política de masas.

En fin, quizás como Francisco, que gusta decir “Prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una enferma" mientras arrastra la Iglesia a su abyección ante los poderosos del mundo, vengan ahora a decir algunos nacionalistas católicos: “Preferimos un nacionalismo accidentado antes que uno enfermo”. Enfermo de “purismo” o de “caballería  virtual”, por supuesto.

Al sistema democrático le importa un rábano que haya disidentes, pues lo importante es que éstos se pliegan a sus reglas de juego electorales. El sistema se conforma con negar la soberanía de Dios, y que un puñadito de “nacionalistas” patalee un poco, lo tiene sin cuidado. ¿Qué es un perro sin pulgas?

Pero, ¿y el bien de la propagación de la palabra disidente, de la palabra crítica, de la palabra de la verdad, no es un bien que sólo se alcanza mediante la participación democrática que le da difusión masiva? Digamos de entrada que la circulación de la verdad, por varias razones, es cada vez más dificultosa. El político que quiere llegar “a las masas” debe ir a los “medios de masas” a maquillarse, sonreír y tratar de no decir nada especialmente incorrecto o chocante ante el periodistucho (generalmente sodomita) de turno. Esa es toda la difusión que pueden ofertarle. Si por esas casualidades llegase al Congreso, se le reirán en la cara. Nuevamente, digamos que al sistema no le molestan las voces disidentes, porque en eso consiste el sistema, en tolerar que haya disidentes, pluralidad de voces. El asunto es que esos que disienten y dicen verdades participen de sus reglas de juego, porque de ese modo el sistema queda legitimado y aparece indiscutible, indebatible, inexorable. Pero no se puede dejar en claro que se está en contra del sistema cuando se está al mismo tiempo participando del mismo y según sus reglas y sus principios. Porque participar de sus reglas es más que tolerarlo, es aceptarlo, aunque mas no sea momentáneamente. No es coherente ni creíble quien se contradice de esa manera (sería imitar a Groucho Marx cuando decía: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”). Por otro lado, como decíamos, el sistema mismo tiene sus propios mecanismos de propaganda que hacen que las voces disidentes tengan un espacio mínimo, ínfimo, de manera que no lleguen a una audiencia masiva, la cual a estas alturas está desenfrenadamente hipnotizada por el fútbol o los espectáculos lascivos de diversos degenerados de la “tele”. Año tras año vemos que la degradación de la población avanza, y la verdad se retira cada vez más, gracias a la democracia. “Temed a la verdad que se retira”, decía Castellani.

Decía aquel gran obispo antiliberal que fue Monseñor Delassus: “[muchos] han puesto su esperanza de salvación en la lucha electoral, es decir en la soberanía del pueblo en ejercicio. ¡Qué de tiempo, qué de dinero, qué de actividad ha hecho gastar esta ilusión! La décima parte de todo ello, empleado desde hace veinte años en reformar las ideas, hubiera salvado el país desde hace diez años. El esfuerzo desplegado para hacer elegir candidatos pone siempre la idea en segundo plano, si no se borra enteramente, y prepara así para el futuro pérdidas abrumadoras. Lo que habría que hacer, es arrancar a los hombres influyentes de la acción electoral para lanzarlos en la propaganda de la verdad. Ahí está la dificultad. Es cómodo agrupar e interesar a las masas conservadoras a una acción concreta y simple como el voto. Hace falta emplear mucho talento, coraje y perseverancia para llegar a hacer comprender a esas mismas masas que ellas están en el error, y para mostrárselo hacer admitir los principios del orden social, librando su espíritu de los principios democráticos” (Mons. Henri Delassus, Vérités sociales et erreurs démocratiques, Villegenon, éd. Sainte-Jeanne-d’Arc, 1986, p 132-133).

Esos que, o han puesto su esperanza en la lucha electoral, o simplemente creen que es un deber del católico participar de la misma, suelen usar al papa  San Pío X  para justificarse, haciendo pasar a aquel gran papa como si fuese democrático o poco menos. En las normas que da a los católicos españoles, en abril de 1911, -citadas por los católicos liberales- intenta simplemente que las fuertes disensiones que dividen a los españoles de entonces no se conviertan en una mutua agresión que se salga de sus cauces, y que, como hemos visto, llevó inexorablemente dos décadas después a la guerra civil. Para evitar esto, pacificando los ánimos, el papa daba instrucciones precisas, algunas de las cuales son de aplicación general, pero otras propias de la circunstancia y el lugar a que él las dirige, por lo que tomarlas para aplicarlas aquí y ahora no tiene sentido.

La primera directiva que da es muy clara: “Es deber, además, de todo católico el combatir todos los errores reprobados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus, y las «libertades de perdición» proclamadas por el llamado «derecho nuevo o liberalismo», cuya aplicación al gobierno de España es ocasión de tantos males. Esta acción de «reconquista religiosa» debe efectuarse dentro de los límites de la legalidad, utilizando todas las armas lícitas que aquélla ponga en manos de los ciudadanos españoles”.

La democracia moderna es el anti-Syllabus y promueve las “libertades de perdición” del liberalismo, por lo tanto debe combatirse, no “mejorarse”. No puede combatirse al liberalismo con el liberalismo, ¿o sí? Y si hace cien años la democracia estaba apenas mostrando de lo que era capaz, hoy es indudable que se ha transformado en un perfeccionado sistema anticristiano, en la anti-religión o la nueva religión mundial del Anticristo. Su legalidad le da instrumentos absolutamente inoperantes a quien desee oponérsele mediante esos medios.  En cuanto a los partidos políticos –que finalmente terminaron dividiendo a España tras lo cual tuvo que aparecer Franco para volver a la unidad perdida- indica el papa simplemente que “La existencia de los partidos políticos es en sí misma lícita y honesta en cuanto sus doctrinas y sus actos no se oponen a la Religión y a la moral”. Y luego: “En todos los casos prácticos en que el bien común lo exija conviene sacrificar las opiniones privadas y las divisiones de partido por los intereses supremos de la Religión y de la Patria, salva la existencia de los partidos mismos, cuya disolución por nadie se ha de pretender”. Está hablando, por supuesto, de partidos que están para “defender la Religión y los derechos de la Iglesia” o simplemente no ponen ningún obstáculo para este fin. Hoy no existe ningún partido que defienda a la Iglesia, y todo partido contagiado de liberalismo se opone en mayor o menor medida a la religión. Cuando el papa habla de Religión, por supuesto, habla de la única religión verdadera, la católica. Por lo tanto, son lícitos los partidos que no sean opuestos al catolicismo y la moral. Ahora bien, el sistema no tolera verdaderos partidos católicos (¡el actual papa los desaconseja!), y si aparece alguno los números y la falta de dinero –para obtener el cual debe corromperse o al menos comprometerse seriamente con sus financistas- se encargan de ahogarlo y hacerlo desaparecer en poco tiempo. El partido o más bien frente NOS es un rejunte variado, donde hay muchos protestantes, que en sus doctrinas y sus actos se oponen a la religión católica. Aunque lo hagan en su nombre y no en el del frente NOS, eso indica doblez, falta de rectitud, liberalismo. 

Dice luego San Pío X: “Cooperar con la propia conducta o con la propia abstención a la ruina del orden social, con la esperanza de que nazca de tal catástrofe una condición de cosas mejor, sería actitud reprobable que, por sus fatales efectos, se reduciría casi a traición para con la Religión y con la Patria”. Precisamente dado el actual estado de cosas (de 1911 a 2019, las cosas empeoraron hasta un punto inimaginable), de la catástrofe de la democracia no puede salir ningún estado de cosas mejor; del régimen que lleva a la ruina del orden social, del sistema que debate si matar o no a los niños por nacer, o que permite ya en algunos países el culto público de Satanás, hay que abstenerse de participar, porque la participación le sigue dando vida a ese sistema que está acabando con la Religión y con la patria. Cuanta más democracia, peor.

De forma tal que las condiciones dadas allí por el papa son muy restringidas, y vistas las circunstancias actuales, impracticables. Por otro lado, si la democracia fuese obligatoria, entonces deberíamos condenar a Franco, cosa que como vemos hace la actual Iglesia conciliar junto con los gobiernos democráticos, llegando hasta profanar su cadáver. Nueva muestra de hasta dónde nos ha llevado la maldita democracia. Y de qué tajante es la división entre un régimen católico y el sistema democrático moderno. ¡La guerra es a muerte! Y para ellos, incluso más allá de la muerte. ¿Será posible que nuestros enemigos lo tengan más claro que nosotros?

Por lo tanto, lo que dice Mons. Delassus más arriba, no se opone a lo que dice San Pío X, y la voz de la Iglesia, manifestándose claramente contra los errores, es la que debemos seguir, más allá de las aplicaciones concretas que nosotros debemos darles a esas verdades, haciendo un buen discernimiento y no siguiendo los errores pastorales que pudieron tener algunos papas.

De manera  que no estamos obligados a participar del sufragio universal, sino más bien a combatirlo, para lo cual lo primero es no hacerse su cómplice adhiriéndonos a él mediante su práctica. Dijo Pío IX, el gran papa antiliberal: “Yo bendigo a todos los que cooperan a la resurrección de Francia; los bendigo con el objeto de, dejadme que os lo diga, de verlos ocuparse de una obra muy difícil, pero muy necesaria, que consiste en hacer desaparecer, o disminuir, una herida horrible que aflige la sociedad contemporánea, y que se llama sufragio universal” (en R.P. Limbour, Vie populaire de Pie IX, 1904, Societé Saint Augustin, Paris, p. 114 et 115, cit. en Guennael de Pinieux, ob. cit. p. 39).

El Padre Calmel, por su parte, decía: “Seguramente usted no tiene que votar, digan lo que digan los obispos…Yo no tengo ninguna confianza en el sufragio universal ni en un jefe que depende del sufragio universal” (Roger-Thomas Calmel, o.p., cit. por P. Jean-Dominique Fabre en Le père Roger-Thomas Calmel, Clovis, 2012, p. 358, en Guennael de Pinieux, ob.cit.)

Como escribió Philippe Ploncard d’Assac: “Es necesario volver a los principios constitutivos y cesar esas afectaciones por la democracia que esperan que, mediante esta "sumisión dialéctica", como lo explico en mi libro, el adversario, muy amablemente, nos dará un lugar.

“Así, lo repito, la única acción efectiva es formarse. Forme [a otros] a su alrededor, a sus hijos en su familia, en su trabajo, en la sociedad. Explique de dónde vienen los males que sufre nuestra sociedad, cuáles son los principios y los hombres responsables, cuáles son las soluciones que podemos aportar a los problemas de nuestro tiempo. ¿Cómo crees que procedieron los masones?” (Philippe Ploncard d’Assac, Le Nationalisme français, cit. en Le Sel de la terre n° 36, printemps 2001).

Pero digamos sin vueltas lo que aquí ocurre: es el liberalismo católico que hace su aparición desde el terreno nacionalista. El tercer grado del liberalismo, el liberalismo católico, aquel que viene desde Lamennais, Dupanloup, Larcordaire, Montalembert y fue favorecido por el ralliement de León XIII (cfr. “Les rapports entre l’Église et l’État”, Le Sel de la terre n°109, Été 2019), sostiene este principio: “la Iglesia debe ceder a los tiempos y las circunstancias”. Es decir, hay una resignación a la situación de hecho, que hace impracticables los principios católicos, por la cual hay que plegarse a los nuevos tiempos y actuar según ellos nos lo indican y de acuerdo a sus principios. Por ejemplo, en un reciente y pésimo artículo, plagado de insultos hacia los católicos antiliberales o “puristas” que sostienen sus principios contra viento y marea (artículo amparado en el blog de un sacerdote, nada menos), se dice esto: “El sistema es perverso. Nadie lo discute. Es a toda evidencia perverso. Pero es lo que materialmente tenemos entre manos. Es lo que nos dejó años de perversión política. Y hasta podríamos decir que sabemos muy bien que es la causa de la perversión” (en negritas en el original). Tras lo cual se afirma que con eso hay que hacer la restauración anhelada, “se hará con lo que tenemos entre manos”, o sea, con la democracia. ¡Por la democracia al Reinado social de Cristo! No vamos a extendernos sobre el tema de lo que tenemos “materialmente entre manos” –veremos algunos de los escritos con que complementamos éste lo que podemos hacer-, pero una cosa es que debamos tolerar –porque no nos queda más remedio- el sistema o régimen que de hecho nos han impuesto –culpa en gran parte de nuestros pecados, por no buscar el Reino de Dios que nos daría la añadidura- y otra cosa es que tengamos que servirnos de éste mismo para combatirlo, porque “no tenemos otra cosa”.  Porque “si no tenemos otra cosa”, eso quiere decir que el enemigo ha triunfado, pues es él quien nos daría las armas para combatirlo, y el Enemigo no es ningún zoquete. Al diablo –mentiroso y homicida- no se lo vence con las armas del diablo. Como dice Gómez Dávila: “El demonio nos venció, cuando permite que lo derrotemos con sus armas”. Cualquier victorita que pueda arrebatársele al sistema, es en realidad un triunfo suyo. Y la democracia continúa su avance impetuoso, demoledor, gracias a todos –repito, todos- los que votaron (más allá del grado de consciencia o la intención de cada uno, pues no juzgamos en el fuero íntimo a nadie). Lo malo no son sólo las consecuencias del sistema, sino el sistema en sí. Y como sólo Dios puede sacar bien del mal, nosotros no podemos afirmar la soberanía de Dios en palabras mientras la negamos en los hechos. Como decía el Padre Meinvielle, lamentablemente tergiversado por un articulista: “Desde el punto de vista católico, que asigna como programa fundamental de toda política la realización del bien común de la ciudad temporal, es inaceptable la forma impura de democracia que revisten las repúblicas modernas”. Para aquellos que acusan a los Caponnetto y demás de “puristas” (aunque en general sin nombrarlos, sabemos que es a esa línea de pensamiento que se dirigen), pues bien, acá se nos está diciendo que esta impura –por no decir putrefacta- democracia es inaceptable. Luego sigue Meinvielle -sin usar un “pero” en su escrito que le agregó el articulista que mencionábamos (de paso digamos que “pero” es la palabra favorita de los liberales, conjunción que sirve para unir cosas irreconciliables, esto lo enseñaba ya Sardá y Salvany en su “El liberalismo es pecado”): “La Iglesia tolera esa forma como hecho irremediable; nunca ha legislado expresamente sobre su legitimidad, aunque haya expuesto sobradamente en documentos públicos su doctrina sobre el ordenamiento de la ciudad para que podamos apreciar que la actual organización de la ciudad terrestre no es propiciado por ella. ¿Y cómo podría coincidir con los divinos postulados de la Iglesia una sociedad forjada por los impíos y ridículos delirios del filosofismo y de la revolución? (Concepción católica de la política, ed. Theoria, pág. 107). Es decir que la Iglesia tolera este estado de cosas, y lo que se tolera es siempre un mal. Pero no lo propicia. Sin embargo, para los actuales nacionalistas-votantes, además de tolerar esta perversión, debemos usarla para luchar contra la perversión que surge de un sistema perverso. Es decir que ya no se trata sólo de tolerar, sino además de usufructuar el mismo sistema, que en su origen y su praxis y sus medios es la negación de la soberanía de Dios sobre los hombres y de la preeminencia de la Iglesia en su relación con el Estado. ¿Pero entonces no hay contradicción cuando el Padre Meinvielle dice a continuación: “Pero nunca les ha obligado a reconocerlas de derecho; si los exhorta a adherirse a la república como León XIII exhortó al ralliement a los católicos franceses, es porque quiere que trabajen por la extensión del reinado de Dios dentro de los medios actuales posible”? Si se trata de trabajar por el reino de Dios con los medios revolucionarios, decimos que sí es contradicción. Si decimos que en medio de esta situación que debe tolerarse, hay que seguir trabajando por el Reino de Cristo sin valerse de los medios revolucionarios pero con aquellos que éste no nos impide, entonces no. El ralliement de León XIII –papa que fue inobjetable en cuanto a doctrina- fue catastrófico para Francia y para todos los países occidentales cristianos, y hoy seguimos pagando sus consecuencias. Esto está muy claro. Si todavía no se entiende, es porque subsiste un grado de papolatría o se busca justificar la propia posición en aquello que no ha sido enseñanza infalible de la Iglesia. Como dice Roberto de Mattei: “…de simple evento histórico, el Ralliement devino (…) paradigma pastoral y modo de gobierno eclesiástico de profundas consecuencias” (Le Ralliement de Léon XIII, l’échec d’un projet pastoral, Ed. du Cerf, 2016). Lo mismo ha ocurrido luego del Vaticano II y la política liberal que se ha difundido desde Roma.  Pero quien quiera hacerle decir al P. Meinvielle que él llama a utilizar el sufragio universal porque “es lo que hay”, lo hace entrar en contradicción, y no es eso lo que dice explícitamente Meinvielle con sus palabras. Pues es contradictorio afirmar que se puede trabajar por la extensión del reinado social de Cristo mientras se utiliza el sistema de la soberanía del pueblo o reino social de Satanás. El fin no justifica cualquier medio.

Enseña Sardá y Salvany que “Todo el dogma revolucionario se reduce a tres negaciones fundamentales: negación del pecado original, negación de la divinidad de Cristo, negación de la autoridad de la Iglesia” (El año cristiano, 1892). La democracia liberal partitocrática se basa en esas tres negaciones. El católico, teniendo un concepto totalitario de la vida, no puede con sus actos contribuir a diluir la gravedad del dogma revolucionario, valiéndose del mismo con la excusa de combatirlo, y dejando para el fuero privado la afirmación explicita que lo contradiga. Eso es liberalismo. Con la excusa de “hacer algo”, en realidad se priva de hacer lo más importante hoy: la confesión de la fe, de palabra pero también con sus actos, negándose a prender el incienso en los sagrados domingos electorales democráticos.

Puede que el grado de liberalismo en estos nacionalistas sea pequeño, puede y es muy probable que no se den cuenta que indirectamente están favoreciendo al sistema, pero de hecho creemos que es así. Y pensamos que se debe a que no se entiende la naturaleza de lo que son los dos combates, de los cuales hablara Jean Vaquié, resumen de lo cual daremos en un anexo a este artículo. No se entiende el castigo que estamos sufriendo y la manera en que debemos conducirnos para que Dios intervenga en el curso de los acontecimientos. No se entiende, en fin, el carácter religioso de la contienda.

Aclarado el asunto acerca de este principio católico liberal de “transar” con el mundo y su sistema negacionista de Cristo Rey, puesto que “así son las cosas hoy”, nos viene otra pregunta: ¿es éste un problema de la inteligencia, o de la voluntad? Puesto que personas muy inteligentes y formadas han caído en este yerro, conviene dilucidar un poco el problema.

No vamos a hacer afirmaciones tajantes, pero es un parecer el de que hay algunos que terminan desdeñando la importancia de la doctrina y la inteligencia o desconfían de ellas porque han tenido desviaciones en el terreno de la voluntad. Eso es lo que explicaba en su momento el Padre Osvaldo Lira: “En su ignorancia absoluta de la estructura psicológica del hombre, desconocen que muchísimos de los errores que han perturbado la vida de la Humanidad han tenido su raíz en desviaciones no del entendimiento, sino de la voluntad, porque, como ya apuntó Santo Tomás, con su sagacidad soberana, el juicio práctico, para ser recto, o, lo que es igual en este caso, para ser verdadero, supone la rectificación del apetito, uno de cuyos sectores es esa misma voluntad. De aquí proviene, de esa ignorancia a que aludimos, que esos católicos corran afanosos en pos de diferentes ersatz o sustitutos de la inteligencia, tales como el sentido práctico, la prudencia o el buen criterio (vocablos todos que vienen a padecer en sus labios cierta violenta capitis diminutio), como si fuese posible aniquilar o siquiera alterar en lo mínimo el plan de Dios, aquel plan que reserva a nuestra facultad captadora y catadora de esencias la misión de regir en último término todas las acciones humanas del hombre. Y los resultados están a la vista. La vida habitual y ordinaria de ese tipo de católicos termina siempre por resolverse en un tejido de contradicciones, cuya característica más alarmante es la de ser inconscientes. Así es también como, sin sospecharlo y con la mejor intención del mundo –se dice que el infierno está cuajado de buenas intenciones–, se erigen real y verdaderamente en auxiliares, preciosos por lo insospechados, de todos los enemigos del cristianismo. Es el eterno error de renunciar a los beneficios que brotan de una perfección determinada por los peligros que ella entraña; el error, en una palabra, de los cobardes, de los que no se han parado jamás a pensar que cuando un don de Dios produce en nosotros frutos de perdición, no se debe a su origen divino, sino al pésimo manejo que de él hacemos los hombres” (Defensa de la inteligencia, 31 de agosto de 1947).

Parecería hacerse eco de la sentencia de Chesterton, cuando decía que “cuando las cosas andan realmente mal, ya no se necesita al hombre práctico, sino al contemplativo”. Este trato despectivo de algunos hacia el maestro que es tachado de inoportuno porque la urgencia y gravedad de la situación implicaría ir hacia un frenesí de actividad que se reduce a las prácticas políticas de la moderna sociedad democrática, confunde inmovilidad con inactividad, o como decía el P. Lira, el reposo de la inercia con el de la actividad infinita. Pedía además este gran sacerdote que “no desquiciemos, pues, el ejercicio de nuestro propio ser, de nuestra propia condición humana, en nombre de activismos incontrolados, cuya única calificación acertada es la de fanáticos. El Doctor Angélico nos afirma categóricamente que el primer principio de los actos humanos es la razón. En virtud de este aserto, abandonemos todo recelo contra la más noble de nuestras facultades, contemplémosla en toda la amplitud de su trascendencia magnífica y dejémonos guiar por su magisterio, pues es en ella misma o, a lo menos, por su necesario intermedio, donde brotan las sugerencias salvadoras con que el Espíritu divino quiere conducirnos suave y eficazmente al lugar de nuestra eterna felicidad”. Dicho lo cual, se comprende que si nos dejamos guiar por el activismo cualquiera fuere, sin la debida preeminencia de la contemplación, lo cual es una flaqueza de la voluntad que se impone a la inteligencia, entonces puede terminarse por no saber dar testimonio del bien. Como decía el Padre Emmanuel: “El alma que no tuvo la fuerza de rendir testimonio del bien, pierde algo del conocimiento mismo del bien: por¬que es una ley de la justicia divina que el espíritu paga las flaquezas de la voluntad. Estas flaquezas son el fruto ordinario de las desgraciadas concupiscencias y Dios las castiga dejando que un comienzo de ceguera se difunda en las almas, justo castigo de nuestras flaquezas y de nuestras cobardías. Con el fin de que la voluntad sea más fuertemente llevada a adherirse al bien y a rechazar el mal es de suma importancia saber con toda claridad discernir dónde está el bien y dónde está el mal” (Las dos ciudades, Editorial Iction, Bs. As., 1980).

Podemos encontrar entonces fallas en el conocimiento o la comprensión de la guerra en que estamos inmersos, desconocimiento del enemigo y de lo que es la Revolución; también defección en la voluntad, cansada de remar sin llegar nunca a ninguna orilla; pero también está obrando el diablo con su tentación. Creemos que esto sin dudas ocurre. Decía Louis Veuillot, en referencia a las tentaciones que sufrió Cristo en el desierto:

“El liberalismo renueva esta escena: la Iglesia es pobre, tiene hambre; pero si la Iglesia se hace liberal, será rica, y las piedras se convertirán en pan. Pero el hambre que atormenta a la Iglesia, el mismo que atormentaba a Jesús, es la caridad. La Iglesia tiene hambre por alimentar a las almas que languidecen en el error. El pan que ella quiere distribuirles, el pan que las hará fuertes, es la palabra salida de la boca de Dios, es la Verdad. El liberalismo le dice: Si sois de Dios, si tenéis la palabra de Dios, ningún riesgo correréis en abandonar el pináculo del Templo: echaos abajo, id hacia la muchedumbre que no llega ya a vos, despojaos de aquello que en vos a ella no agrada, decidle las palabras que le gusta escuchar, y la reconquistaréis; total, Dios está con vos. Mas las palabras que a la muchedumbre le gusta escuchar, no son precisamente las palabras salidas de la boca de Dios, y siempre está prohibido tentar al Señor” (La ilusión liberal. Ed. Nuevo Orden, 1965).

Ahora viene la tentación sobre el nacionalismo católico: es pobre, tiene hambre; si se hace democrático, será rico, tendrá votos y una multitud podrá escuchar su palabra. Si sois de Dios, echaos abajo, hacia la multitud, nada os pasará. Despojaos de aquello que a la multitud no le agrada, dadles el pan que esperan y que nadie más les da, decidles lo que les gusta escuchar. Así los conquistaréis. Así ganaréis terreno para la patria. Dios está con vosotros...

Sin embargo, cada día que pasa se confirma más el escolio gómezdaviliano: “La providencia resolvió entregar al demócrata la victoria y al reaccionario la verdad”. Y parafraseando a Santa Juana de Arco, que decía que “los hombres de armas combatirán y Dios otorgará la victoria”, podríamos ahora decir que “los hombres nacionalistas votarán, y Dios dará la derrota”. Esto no falla.

Quizás algunos podrían llegar a condenarnos, vituperarnos y tildarnos con una serie de desaforados epítetos denigratorios e insultantes como “Cruzados Virtuales” de una “mentalidad binaria”, “cavernícolas virtuales” que “no son capaces de hacer algo complejo por la Patria porque creen que se contaminan”, “caballeros conceptuales” que  “seguirán tejiendo intrigas entre el escritorio, el teclado y la chocolatada”, “amargos caballeros virtuales que gustan de tirar tópicos por doquier escupiéndole el asado a los que se foguean entre las brasas y los humos cotidianos de la mundanidad”, que “creen que la cristiandad se construyó en una biblioteca y con argumentos dialécticos creen que van a hacer algo por la Patria «diciendo la verdad»”, “puristas” que “esperan un mesías que sea de perfecta procedencia, inmaculado currículum, intachable reputación” y además “puritanos” que “rebuznan contra la que llaman “fe del carbonero” y también “adulan su propio ingenio cuando hacen lógicos y razonados comentarios en los blogs más cotizados”, etc., etc., como hace poco –escudándose en el nombre del Padre Castellani, ¡pobre Castellani!- hicieran tristemente desde un blog bastante conocido en un artículo confuso y resentido. Es inevitable que surjan a lo largo del camino personas resabiadas de liberalismo (tolerantes en los principios e intolerantes con las personas, que, tras atacar duramente, luego se victimizan). Como decía el Padre Ramière: “La intolerancia hacia los defensores de los principios es, junto con la tolerancia para con los jefes del error, uno de los síntomas más característicos del contagio liberal”. Así que, más allá del pesar que causan estas cosas, hay que tenerlas en cuenta y saber que podrán venir en el transcurso de nuestro camino. Hagámoslas servir para revisar nuestras posiciones y así poder afirmarnos más en la Verdad, a la que deseamos servir desde nuestra condición de siervos inútiles, sin medallas o prosapia que ostentar más que la cruz de Cristo. Y que los que caen en tales invectivas, siendo como son cristianos, puedan recapacitar. El deslizamiento hacia el liberalismo, que todo lo ha invadido, está siempre acechándonos. El diablo nos arrastra con nuestras mejores intenciones. El sentimentalismo hace estragos. El orgullo siempre es mal consejero.

En este combate de las dos ciudades, ya no se puede ser débil en la fe, en la doctrina, en las decisiones. Pues si débiles somos de medios, de virtud, de sabiduría, nuestra fuerza, nuestra sabiduría, nuestro coraje, como los de David, están en Dios. Y esa fuerza la tendremos siempre y cuando seamos intransigentes y rectos de corazón. En palabras de Luce Quenette: “Tenemos el deber urgente, absoluto, cotidiano de combatir a la revolución. ¿Cómo? Por la intransigencia absoluta, la intolerancia sin condición […] Todo el resto es traición, sentimentalismo, tentación, inserción en el engranaje […] la verdad es reina absoluta y toda concesión un error; la esencial caridad hacia el error es la expresión clara de la verdad”. “La contra revolución pide ante todo que la acción no sea precipitada ni idolatrada. El establecimiento de convicciones absolutas debe precederla y la meditación y el estudio jamás abandonarla”. “Hay que hacer todo eso con el fuego sagrado…las almas de caballería así decididas son temibles para la revolución. Y la revolución, delante de ellas, se deja ver vulnerable” (Revolución y contra-revolución, cit, en Guennaël de Pinieux, Voter: piège ou devoir?, Editions Chiré, 2016, p. 45).

Concluimos con nuestro al parecer hoy olvidado por muchos Jordán Bruno Genta, que firmó con sangre sus propias palabras:

“Esta es la hora de la intransigencia, esta es la hora de hablar el lenguaje que Cristo nos recomienda en el Sermón de la Montaña: Sí, sí. No, no. Esta es la hora de la obstinación invencible, de la constancia persistente, de la fidelidad continuada. Es cierto, nosotros no tenemos la fuerza del número, no tenemos la fuerza del dinero, no tenemos la fuerza de las armas, no tenemos la fuerza de las logias ni de los poderes ocultos pero nosotros tenemos la fuerza de Cristo y en la manera en que esa fuerza irradie en nosotros y Cristo viva en nosotros más que nosotros mismos en esa misma medida seremos invencibles aún en la derrota porque después de todo este es un lugar de paso, de prueba y de testimonio y lo importante es que seamos capaces de ser hasta la muerte y sobre todo en la hora de la muerte testigos de la verdad”.

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Inmaculada Concepción! ¡Viva San José!

Flavio Mateos



ANEXOS


Este escrito va con algunos anexos, que se adjuntan aparte, como un pequeño aporte para esclarecer en temas que es necesario profundizar, dedicando cierto tiempo de estudio:

ANEXO 1:
Conclusión del libro “La  souveraineté du peuple est une hérésie” del Padre Charles Maignen, 1892.

Dice en la introducción este buen autor:

“Lo que divide a Francia en dos campos no es la forma de gobierno, es el principio de autoridad.

Estamos en presencia de dos doctrinas:

-la de la Iglesia:
“Todo poder viene de Dios”,

-y la de la Revolución:
“Todo poder viene del pueblo”.

Luego, destaca muy perspicazmente, el problema de siempre, el que hoy percibimos en el nacionalismo católico argentino:

“Si los católicos están divididos, es porque ellos no están bastante separados de sus enemigos”.

Otros asertos para destacar:

“Muchos se dejan llevar de las apariencias o de las fórmulas; hace falta iluminar y poner en evidencia el objeto fundamental del debate y mostrar dónde está el enemigo, si verdaderamente se lo quiere vencer.”

“El dogma revolucionario de la soberanía del pueblo; ¡he ahí el enemigo!”

“Tomemos parte en las luchas políticas para instruir y no para seducir”.

“Enseñemos al pueblo que si él quiere buenos gobernantes, debe consentir en tener maestros”.

Este autor va hasta el fondo del asunto, mediante un realismo teológico evidente.

ANEXO 2:
Síntesis de La batalla preliminar o los dos combates de Jean Vaquié, destacado intelectual francés, especialista en temas como Gnosticismo y Ocultismo, Masonería, Revolución y Subversión en la Iglesia. Creemos es muy útil para ubicarse mejor en el combate contrarrevolucionario que estamos llevando a cabo.

ANEXO 3:
De alguna manera continuando las enseñanzas de Jean Vaquié, Christian Lagrave, autor francés miembro fundador de Lecture et Tradition, hace un buen resumen de las fuerzas que actualmente combaten por establecer el reinado del Anticristo, y saca sus conclusiones, las cuales traducimos.

ANEXO 4:
El Gran Maestre de la Masonería francesa llama a votar en las elecciones presidenciales.

ANEXO 5:
La Masonería Argentina celebra la democracia.

ANEXO 6:
Finalmente un artículo a título informativo. Hemos visto que frecuentemente, incluso a raíz de la reciente discusión mediática del nacionalismo, surge la famosa “frase de San Agustín”: “Unidad en las cosas necesarias, libertad en las cosas dudosas, caridad en todas las cosas”. Es como las famosas frases del Quijote que no están en el Quijote. Bueno, esta frase no es de San Agustín, sino de un teólogo luterano y suele usarse de manera irenista, por lo cual es absolutamente recomendable no usarla. He traducido un breve artículo al respecto.

  

A.M.D.G.

Nacionalismo Católico San Juan Bautista