Nota de NCSJB: a modo de pequeño homenaje al mártir de Cristo y la Patria, Jordán
Bruno Genta, en vísperas de otro aniversario de su nacimiento (1909-1974), compartimos un
pequeño fragmento de su pensamiento que demuestra dónde está el mal absoluto
que corroe las naciones. Y para los que exigen respuesta al “qué hacer”, vaya
como primera recomendación el empezar sabiendo que NO hacer, comenzando por NO contemporizar
con el mismo sistema generador de lo mismo que pretenden combatir.
La negación del verdadero Señor del tiempo
y de la eternidad, Jesucristo, se acusa históricamente en la exaltación de los
falsos señores del dinero. El único
dilema teológico es: Dios o las riquezas.
El pluralismo ideológico y la coexistencia pacífica con el
comunismo marxista que ha logrado un pleno conformismo ambiental
en las democracias plutocráticas,
es la obra
de una propaganda abrumadora por todos los medios de
comunicación, financiada por el poder
internacional del dinero.
H. Belloc en su bien documentado libro sobre Los
judíos, nos advierte acerca de “una cuasi alianza que se percibe en todo el
mundo entre los banqueros judíos por una parte, y el comando judío de la
Revolución Rusa por otra”.
El
Padre Meinvielle en su estudio teológico sobre la cuestión judía, concluye en
base a sólidos argumentos que “la apostasía universal de los pueblos gentiles y
la dominación judaica de todos los pueblos serán un solo hecho histórico”.
H. Coston en su libro Les financiers qui ménent le monde (Con dinero rueda el mundo, en
la traducción castellana), nos demuestra que “hasta el siglo XVI [...] el poder
político es el más fuerte. Sabe y es capaz de resistir a los señores feudales y
a los banqueros [...] pero en el siglo XVIIII, la república francesa tiene un
rey: Rothschild”.
El documento más notable y menos cuestionable
que se puede citar en orden a la idolatría de la riqueza en la Cristiandad
contemporánea, nos lo ofrece el judío Carlos Marx, en una serie de artículos
juveniles reunidos en un opúsculo titulado La cuestión judía:
“El egoísmo es el principio de la sociedad
burguesa. El dios del egoísmo es el dinero. El
dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía.
Es el valor universal de todas las cosas. Ha despojado de su valor peculiar a
todos los seres... El dios de los judíos
se ha secularizado. La letra de
cambio es el dios real del judío. El dinero convierte al hombre y a todos los
seres en cosas enajenables, venales, entregadas a la servidumbre de la
necesidad egoísta, del tráfico y de la usura.”
El
judío ateo, Carlos Marx, nos revela con agudeza implacable, el verdadero significado del Estado liberal
jacobino, democrático, nacido de la Revolución Francesa. Es el Estado edificado
por cristianos renegados, sobre el hombre egoísta erigido en el hombre real y
verdadero, en el hombre natural. El hombre comienza y acaba en cada hombre.
El hombre nace libre y bueno, pero la sociedad lo ha corrompido hasta ahora por
medio de la religión, de la familia, de la patria. Hay que desarraigarlo de
todo vínculo existencial con el pasado, lo histórico, lo tradicional, porque es
un lastre de prejuicios y de servidumbres inadmisibles. Las nuevas estructuras
sociales y políticas tienen que ser convencionales, contractuales y revocables
a voluntad: familia, Patria, Estado. En principio, el derecho y la ley no
tienen otra finalidad que garantizar los derechos del hombre egoísta. La
seguridad es el valor supremo en la sociedad liberal; se sobreentiende que se
trata exclusivamente de la seguridad material.
Se comprende que según este criterio del
hombre egoísta, el poder político se haya subordinado al poder económico; el
servicio haya sido relegado por el provecho; los intereses individuales o de
grupos hayan prevalecido sobre el interés general. Esto nos explica el Estado
liberal, neutro, indiferente, policía de seguridad para los triunfadores; la
economía de lucro y la libre concurrencia sin límites; la
propiedad como derecho absoluto e incondicionado; el imperialismo
internacional del dinero y
la conciencia ideológica de clases antagónicas, extremas e irreconciliables, más acá y más
allá de las fronteras nacionales.
La política que no sirve al bien común,
suprema ley de la sociedad después de Dios, se corrompe y se degrada. Una
institución es buena si
sirve adecuadamente, eficazmente, al fin para que esta hecha; es mala si
no sirve y, por el contrario, conspira contra dicho fin. El Estado liberal, jacobino y democrático edificado sobre el hombre
egoísta y el sufragio universal, han permitido que la riqueza del poder
soberano de la Nación haya sido reemplazada por el poder de la riqueza sin Dios
y sin Patria. La plutocracia internacional
a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatiza los poderes
públicos y explota a las naciones. La concentración progresiva de las
riquezas nacionales, en poderes financieros multinacionales a favor de los
principios liberales, ha despojado y miserabilizado a la inmensa mayoría de las
personas y de las naciones.
Jordán
B. Genta: “El Nacionalismo Argentino”
Ed. Cultura Argentina S.A. 1972. Págs. 10-13.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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