Primer
Anexo al trabajo de Flavio Mateos: “Sobre
la democracia”
LA
SOBERANÍA DEL PUEBLO ES UNA HEREJÍA
R.P.
Charles Maignen, Doctor en Teología, 1892
Cuarta parte: Conclusiones
Capítulo II:
CONCLUSIÓN PRÁCTICA
La república actual, con sus
hombres y sus leyes, es el castigo de Francia
Francia, nación preferida,
hija mayor de la Iglesia, colmada de dones naturales y sobrenaturales de Dios,
Francia ha pecado.
En una misma hora de revuelta
y de locura, ella ha renegado de Cristo, su Dios, ella ha matado a su padre, el
Rey cristiano.
Francia es castigada.
Desde ese día de crimen la
nación no es solamente dividida, ella es mutilada, decapitada.
“Es en castigo del pecado que
los impíos llegan al poder con permisión de Dios”
Así concluye Santo Tomás
cuando examina los medios de remediar la tiranía (De regemine Principum, lib.
1, cap. IV):
“Hay que acabar de pecar para
que cese la plaga de los tiranos”.
« Tollenda est igitur culpa ut
cesset tyrannorum plaga. »
He aquí el principio del cual
hace falta partir para encontrar un remedio a nuestros males.
Tollenda est culpa!
El pecado de la Francia
moderna es doble.
Hay en ella un pecado de
origen: la pretensión del pueblo a la soberanía, el desconocimiento de toda autoridad
que no emane de él; es decir, la impenitencia en el pecado de revolución.
Dios que ama Francia le hace
sentir el peso de su cólera.
“Regnare facit hominen
hypocritam propter peccata populi » (Job, XXXIV, 30).
El judío y el masón, el hombre
hipócrita, reinan sobre nosotros.
Hay que hacerle comprender al
pueblo porqué y cómo él es castigado, si uno quiere que se convierta y que Dios
le perdone.
Predicad, vosotros que habláis
de Dios, predicad la grandeza del crimen y la justicia de la expiación. No
dejéis al pueblo olvidar que él es culpable. Heredero de un bien mal adquirido,
hace falta que lo sepa y lo dé: al César lo que es del César, a Dios lo que es
de Dios.
Al César, es decir a aquel que
gobierna sobre la tierra, el pueblo debe rendir el poder soberano en el orden
temporal: la autoridad de hacer y de imponer la ley.
A Dios, el pueblo debe
reconocerlo por su juez, y de profesar, como nación, el culto que Él mismo ha
instituido.
Hay que predicar la obediencia
a Dios, en principio, después a todos los que mandan en su nombre y siguen su
ley.
Es necesario que los católicos
aprendan a odiar la Revolución; hay que mostrársela en su verdadero rostro, con
sus vergüenzas, sus infamias y sus crímenes.
Es necesario que los católicos
aprendan a despreciar “la civilización moderna, el progreso y el liberalismo”,
con los cuales la Iglesia, su madre, “no debe y no puede reconciliarse y
transigir” (Cfr. Proposición 80 del Syllabus).
Es necesario, en fin, que
ellos rompan con los errores y las ilusiones del siglo, de los cuales la mayor
parte sufren inconscientemente la opresión.
Deben saber resistir de otra
manera que con palabras; no solo protestando contra las leyes impías, sino
violándolas.
Deben reivindicar las libertades
de la Iglesia, no ubicándose sobre el terreno condenado del derecho común, sino
en nombre de los derechos superiores de la verdad y de la Justicia, en nombre
de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes.
Es necesario que llamen al
parlamentarismo una mentira, la libertad de cultos un delirio, el liberalismo
una peste y la soberanía del pueblo una herejía.
El día donde el pueblo
católico de Francia, agrupado alrededor de sus jefes, sabrá pensar, hablar y
actuar de tal suerte, la revolución será acabada y la patria salvada.
Entonces, será fácil acordar
la elección de un líder o una forma de gobierno. Aquellos que nos han llevado a
la victoria por ese camino sabrán cómo cumplir con su deber hasta el final.
Dios colmará la Francia
católica de sus dones, y vengador de sus enemigos, nos dará maestros según su
corazón.
Sedem ducum superborum
destruxit Deus, et sedere fecit mites pro eis. (Eccli., X, 17.)
CAPÍTULO III:
EL OBSTÁCULO
Varios de entre nuestros lectores
encontrarán seguramente las líneas precedentes demasiado místicas y no verán
nada menos práctico que una tal conclusión para un tal trabajo.
Usted que piensa así, usted es
el obstáculo a la salvación.
El obstáculo a la salvación,
son los católicos que sueñan únicamente con medios humanos, en un peligro donde
sólo Dios puede salvarnos.
Ahora bien, los medios
humanos, no son solamente impotentes para salvarnos, ellos acelerarán nuestra
ruina. ¿Qué medios tenemos, humanamente, de salvar la religión y Francia?
Los que nos da la
Constitución.
¿Y qué medio nos da la
Constitución?
El sufragio universal,
solamente.
Es decir, precisamente lo que
ha perpetuado y enraizado en el corazón de Francia el pecado mortal de la
revolución.
Es decir, la gracia del pueblo
soberano, ¡gracia prometida al precio de qué humillaciones y qué bajezas!
Gracia siempre revocable y sin cesar rescatada.
¿Cómo arrojaría usted el
anatema sobre el dogma de la soberanía popular, si usted espera de ella la
salvación?
¿Cómo proclamará usted los
derechos imprescriptibles y divinos de la Iglesia, si el programa del partido
que usted funda para defenderlos es un programa electoral, destinado a reunir
la mayoría de los hombres de este tiempo?
¡Oh infernal astucia del
espíritu de mentira que nos obliga a este desfile!
¡Pasad, oh católicos, bajo las
horcas caudinas de los votos populares! ¡No hay otra salida! Entonces los
fracasos se preparan; estudiamos para ganar la opinión pública, reducimos el
equipaje inoportuno de principios a lo estrictamente necesario; uno es
"liberal" amigo del "progreso", admirador apasionado de la
"civilización moderna".
“Qué es el pueblo, dice San
Juan Crisóstomo, cualquier cosa llena de tumulto y de turbación… ¿Es más
miserable que aquel que le sirve? Que los mundanos pretendan eso es tolerable,
aunque sea intolerable; pero que aquellos que dicen haber dejado el mundo
sufran de un tal mal, eso es más intolerable aún” (In Joann., hom. 3, t. I, p.
8).
Y entre aquellos que han
dejado el mundo, hay algunos que sufren de este mal del mundo y a quienes el
mundo no los ha dejado; hay quienes pretenden conciliarlo todo, unirlo todo: la
verdad con la mentira, la luz con las tinieblas, la soberanía del pueblo con
los derechos de Dios.
Se celebra ya el triunfo de
sus doctrinas; aun permaneciendo enemigos de la Iglesia, aquellos que la
persiguen se hacen sus amigos; las almas perecen y reina la paz entre los lobos
y los pastores.
No hay que despertar la ira de
la gente, el maestro va a hablar, se acerca la hora de las elecciones;
¡silencio! Y haciéndonos muy humildes, muy pequeños, puede ser que tengamos la
indulgencia que necesitamos, para hacernos perdonar el crimen de seguir
existiendo.
Y mientras uno se calla, el
error habla, las mil voces de la prensa vierten sobre las almas un torrente de
barro y mentiras, y no escucha más que el ruido de este flujo, y se olvida de
todo, incluso el idioma en que se habla la verdad; de modo que si una voz la
proclama, y se escucha, su palabra desconocida produce un escándalo o se pierde
en la noche.
He ahí el obstáculo a la
salvación: el liberalismo católico.
¡GOLPEAD A LOS CATÓLICOS
LIBERALES
Y MATARÉIS LA REVOLUCION!
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Así y todo, no implica que votar o participar del régimen sea sinónimo de asumir, convalidar, cohonestar o adoptar los principios del liberalismo. Si un gobierno conforme al bien común y respetuoso del orden natural llegase al poder con las herramientas del régimen democrático moderno (No hay otro medio salvo una contrarrevolución que asalte el poder -lo que tampoco hay) sería legítimo por derecho natural, no sería legítimo por derecho del Sufragio Universal o la Soberanía del Pueblo, verdadero mito-politico. La gran cuestión es: ¿puede Dios legitimar un gobierno aún cuando los medios que permitieron legitimar su autoridad sea circunstancialmente el voto? No es una pregunta retórica, esperaría una respuesta.
ResponderBorrarVayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado.
Borrarhttps://verdadtradicion.blogspot.com/2019/10/el-imperativo-indeclinable-del.html
Si, puede legitimarlo porque Jesucristo le dijo a Pilatos que "el poder viene de lo alto".
ResponderBorrarAdemás, "Vox populi, vox dei".
Y no debería escucharse a los que acostumbran a decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, pues el desenfreno del vulgo está siempre cercano a la locura.
BorrarEpistolae, 166, para 9
Alcuino de York,
carta dirigida a Carlomagno.
"Vox populi, vox dei" eso sería cierto si casi toda la población serían sanes luises gonzagas jeje
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