LOS QUE NO SOBREVIVIRÁN MORALMENTE
AL CORONA VIRUS
Por Antonio Caponnetto
La Nación de este 27 de marzo trae
una nota firmada por el señor Luciano Román, que no debería pasar sin un cierto
análisis. Se titula “El coronavirus no nos debe impedir el ejercicio de la
duda”. Personalmente la llamaríamos de otra manera: Los que no sobrevivirán
moralmente al corona virus.
Por
lo pronto no sobrevivirán los progresistas. Excepto que abran ahora y con furia
el siniestro paragüas que acaba de abrir este escriba. ¿Cuál es ese paraguas
negrísimo y sincericida? Leamos: “Un clima ligeramente <patriotero>[como
el que se está registrando durante la cuarentena] podría interpretarse como una
señal de alarma. Es naturalmente sano que tendamos a unirnos ante la
adversidad, que depongamos sectarismos y nos despojemos de oportunismos y
conveniencias sectoriales. Pero también es sano preservarnos de aquel clima
<malvinero> que nos amputó el espíritu crítico. Nunca es bueno abolir la
disidencia, las preguntas y la duda, frente a temas en los que nadie es dueño
de una verdad absoluta. ¿No se le estarán dando argumentos al Estado
paternalista y autoritario? ¿No se estarán abonando, al amparo del miedo, la
pretensión del pensamiento único y los rebrotes nacionalistas? Ya nos pasó en
otras épocas: <El que no salta, es un inglés>. La versión de hoy parecería
ser: "el que duda es un irresponsable (y quiere que el coronavirus nos
mate a todos)>”.
Traduzcamos
salvajemente el mensaje: Compañeros, dijimos que Galtieri estaba borracho
porque nos llevaba a una guerra con un enemigo visible y secular, ¿y ahora
resulta que el Alberto está sobrio embarcándonos a todos en una contienda
contra un enemigo invisible? Dijimos que los medios hegemónicos nos mintieron
sobre lo que realmente pasaba en torno a Malvinas, y ahora somos nosotros esos
medios que mansamente replican el parte oficial diario. ¿Ahora somos nosotros
el Noticiero “60 Minutos”?
Pero ¡atención, compañeros! Resulta
que fuimos nosotros los que inventamos la militancia contra el Estado
policíaco, militarizado, opresor, profiriendo un largo etcétera de epítetos
anticastrenses y pro libertarios, ¿y ahora somos nosotros los que aplaudimos a
un Alberto enajenado, que despotrica, amenaza, conmina, ordena apresar a los
ciudadanos en la vía pública, meterse casa por casa, secuestrar autos y
pasajeros, y reducirlo todo al imperativo fascista “por la razón o por la
fuerza”? ¿ Y si nos aparecen otras Madres haciendo rondas porque no pueden ver
a sus hijos, y otras Abuelas que han perdido contacto con sus nietos y otros
Hijos que lloran la muerte de sus padres en manos de un Estado que, en la
práctica, le restituyó a los milicos todo el poder de control en la vida
pública y privada? A ver si encima alguien tiene el mal gusto de recordar aquél
debate presidencial en el que se lo acusó a Alberto de su propensión cristínica
para levantar índices acusadores desde atriles que imaginaba carrozas
imperiales.
Pero hay más, compañeros. Prestemos
atención. Ocurre que fuimos nosotros los que crucificamos al Ñato Rico porque
lanzó su frasecilla “la duda es la jactancia de los intelectuales”, ¿y ahora
nos parecen indubitables y apodícticas las resoluciones que toma un Alberto
convertido de repente en la cabeza de carapintadismo sanitario y del
fundamentalismo higiénico? ¿No será asturiano este Fernández? ¿De veras queda
excluido de la dogmática reconvención cartesiana el criterio científico del
criador de chanchos Ginés González García?
Lo peor de lo peor, compañeros, se
los digo al final. ¿No se dan cuenta? Nos enorgullecimos durante Malvinas de
ser anti belicistas, apátridas, cipayos, pacifistas, internacionalistas,
razonables epicuros modernos sin fronteras. Llamamos “carro atmosférico” a la
contienda, nos juntamos en manada alrededor de Juan Pablo II, gimoteando
“queremos la paz, la paz, la paz”, lloramos con los versos de Giorgie sobre el
encuentro ecuménico entre Juan López y John Ward, mentimos haber entendido las
Tusculanas de Ciceron, con su <ubi bene, ibi patria>, nos opusimos al
clima de gesta argentinista que se escapaba por los poros del cuerpo social, ¿y
ahora terminamos siendo nosotros simples nacionalistas, de imperdonables
reminiscencias malvineras, que aplauden y brincan desde los balcones, en un
remedo imperdonable de “el que no salta es un inglés”?
¡Please boys! No sea cosa que algunos
mueran heroicamente en combate, en esta
guerra contra el enemigo invisible, como la llamó Alberto con anacrónica
semántica cuartelera, y aparezca después la derecha exclamando: Argentina tiene
héroes. ¿Adónde iría a parar nuestro discurso alberdiano? ¿Dónde deberíamos
esconder el viejo disco de John Lennon, acurrucándonos felinamente con su
Imagine? ¿En qué Parque Lezama se juntará Carta Abierta para vendernos el
hippismo sesentoso, envuelto en los hedores del pachuli y la crencha engrasada
de Horacio González?
Como la burra de Balaam, así ha
hablado este Luciano Román, interpelando a su tropa. Da vergüenza ajena su
estirpe meteca y cartaginesa. Pero aún a su pesar, coopera a la verdad.
No sólo los progresistas incluidos
genéricamente en la noteja de marras, no sobrevivirán moralmente al Corona
Virus. Hay muchos más.
-Los bergoglianos con su “Iglesia en
Salida”, infamemente alineados en este evidente ensayo de disciplina social y
obediencia debida impuesto por el Régimen. Son los primeros en haberse
recluidos endógenamente. Se autoacuartelaron, no como soldados de Cristo, según
recia petición paulina, sino como miedosos contumaces y cómplices de la
tiranía.
-Los que tienen siempre a mano el despectivo
mote de “conspiranoides” para descalificar a quienes, desde hace décadas,
vienen vaticinando, con pormenores, los planes de aquello tan temido que ahora
tocamos, oímos y olemos día a día.
Preguntamos nomás, sin retórica: ¿el Alberto que recita un manifiesto
explícitamente masónico ante el G20, mientras arría su manchada taleguilla ante
los judíos que le imponen una excepción para cumplir sus rituales cabalistas, ¿es
un invento de los conspirativistas o una realidad que se nos hace patente? ¿La
genuflexión ante poderes mundiales financieros, ideológicos, políticos e
institucionales; ante todo el portentoso aparato supremacista, es una ilusión
óptica de los propulsores de la tesis del complot, o lo están pasando en cadena
por las inacabables redes sociales? ¿La catarata de documentos probatorios de
que cuanto nos sucede cuenta con programadores, planificadores y severos
propulsores, miembros de organizaciones planetaristas partidarias del Nuevo
Orden Mundial, es propaganda zarista financiada por la embajada del Tercer
Reich y por Hirohito?
-Los constructivistas y relativistas
de todo jaez, maestros de la autopercepción. ¿Por qué no les dicen a las
víctimas fatales de esta peste maldita, que se autoperciban vivos o sanos? Las
vaquillonas de moqueros aceituniles, ubres al viento siempre prontas para la
impudicia, ¿por qué no aplican el Protocolo ILC, Interrupción Legal del Covid
19, y se lo sacan del cuerpo a la pobre legión de infestados? ¿Por qué
Fernández, el módico neo Zeus nativo de la voz de cuesco, no sostiene que los
mayores de 65 años en adelante ya no somos personas humanas (como lo hace con
los embriones hasta los tres meses) y eleva al Congreso la legalización de
nuestras muertes?
Suceda lo que sucediere con esta
desgraciada enfermedad –que se ha llevado vidas cercanas a la nuestra y que
puede llevarse la propia- hay factores de riesgo a los que tememos más que
aquellos en los que nos coloca nuestra situación etaria y castigada salud. Es
el riesgo de ver a la patria tiranizada por una banda de corruptos, incapaces, asesinos
y mafiosos, sin que la sociedad atine a otra cosa más que a repetir el estúpido
latiguillo de “quedate en casa”.
Cada vez tiran más de la cuerda. Mañana será
el “quedate en tu pieza”, después el “quedate en tu cama”; y al fin, el
“quedate quieto, esto es un asalto”. Nos están asaltando las libertades
concretas, están ejecutando sandeces, arrojando bravatas, cometiendo tropelías,
creando un clima de crispación invivible, y encima tenemos que darles las
gracias por cuidarnos la salud. Si quieren cuidarnos de veras la salud, maten
el virus de la democracia, que le permite, ayer a unos, anteayer a otros y hoy
a éstos, pero siempre de la misma especie perversa, intoxicar a la sociedad con
sus políticas ajenas y contrarias al Bien Común Completo. La salud física
incluida.
Hay un viejo cuento de Ray Bradbury,
traducido como “El Caminante”. Vio la luz hacia 1951 y formó al fin parte de
“Las doradas manzanas del sol”, un trabajo que
el viejo Ray tenía entre sus predilectos, porque según él poseía un
doble aroma, el de los buenos libros nuevos y el de los nobles libros usados.
La escena transcurre en un mundo
entonces inimaginado, como es común denominador en la literatura de
anticipación. Un mundo sórdido, masificado y sombrío, en el cual la existencia
gris y aborregada transita obligatoriamente “en casas como tumbas, mal
iluminadas por la luz del televisor, donde la gente estaba como muerta, con una
luz multicolor que les rozaba la cara pero que nunca los tocaba realmente”.
Desafiando humildemente tamaña
demencia colectiva y coercitiva, todas las noches, Leonard Mead salía a
caminar. Para nada. Para contemplar, llenarse los pulmones de aire, ver un
retazo de luna, o la sombra de un tronco añejo o entonarle una canción al
viento del otoño.
Así hasta que un día lo detuvo la
policía, lo metieron de prepo en uno de sus coches, “una cárcel en miniatura
con barrotes que olía a antiséptico, a demasiado limpio, duro y metálico”, y se
lo llevaron por la fuerza. ¿Adónde? Al “Centro Psiquiátrico de Investigación de
Tendencias Regresivas”.
Es la hora de los caminantes.
Necesitamos almas peregrinas que se calcen unas humildes sandalias y salgan por
la calle. No precisamente para nada,aunque sí conservando el espíritu de
gratuidad y de ocio contemplativo. Caminantes que sepan que hay Camino. Y
prediquen desde los espacios libres y empinados que no vale la pena vivir si no
se vive sacramentalmente. Que prediquen que una ciudad no es la compraventa
reglada de insumos comestibles, sino los templos, las oraciones y los
sacrificios, como diría Saint Exupery, o acaso antes Plutarco. Caminantes
cuaresmales, que –como los legionarios de Millán Astray- sepan que sólo se
muere una vez, y no es tan grave. Lo grave es vivir siendo un cobarde.
Caminates ,al fin, que frente a un
mundo homogeneizado, anestesiado, víctima del pánico y del lavado colectivo de
cabezas, en medio de la tétrica soledad de una noche estatizada, tengan la
modestísima osadía de vivar a Dios y a la Patria. Sí; como en los abrileñas e
inolvidables jornadas de la Guerra de Malvinas.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista