LAS
REACCIONES VIRÓSICAS
Por Antonio Caponnetto
Todo parece
haberse dicho ya sobre el Coronavirus, por representantes de distintas ramas
del saber. Desde la epidemiología hasta la geopolítica; desde la teología hasta
la estrategia; desde la literatura hasta la metahistoria. Se han dicho cosas
con apropiado sentido del humor, y otras con necesaria y legítima solemnidad.
Quisiéramos acotar un par deshilvanado de comentarios, no sobre el
virus en sí, sino sobre las reacciones
que está suscitando.
Hay una primera reacción que es la del Poder Político. Impresiona
la facilidad con que el Estado se ha autoerigido en una maquinaria de control
despótico, coactivo, represor y fiscalizador; amo y señor de nuestras casas, de
nuestras vidas privadas y públicas, de nuestros movimientos, desplazamientos y
aún de nuestros actos domésticos. Con el agravante de que ese Estado Guardián
–que adoptaría tales actitudes orwelianas para protegernos- está en las mismas
manos de aquellos a quienes bien tenemos calados como crápulas y homicidas de
todo jaez.
De pronto, los sempiternos
enamorados de la democracia, no sólo aceptan esta estatolatría feral e
invasiva, sino que cooperan con ella, convirtiéndose en denunciantes seriales
de los presuntos infractores a las medidas de Leviatán. La calificación de
“policíaco” que podría hacérsele hoy a este monstruoso aparato de coerción y de
cercenamiento, corre el riesgo de no hacer justicia a la policía. En rigor es
un Estado Omnívoro, que engulle cuanto le parece que está en consonancia con el
pantagruélico festín del Poder Mundial. Esta primera reacción que apuntamos, se
funda en observaciones concretas de lo que estamos viviendo en nuestro país.
Pero no cuesta extender el juicio al resto de las naciones.
Una segunda reacción pasible de ser observada, es la de la Iglesia. Ha habido excepciones;
las hay. Creemos conocerlas y declararlas plausibles y edificantes. Nos
referimos a las reacciones sobrenaturalizantes, austeramente piadosas,
tradicionalmente devotas, claramente inscriptas en lo que siempre se dio en
llamar Abandono a la Divina Providencia.
Ruegos, letanías, himnos, conjuros, testimonios edificantes de Fe, que la
adversidad acrece y suele fomentar entre los justos.
Pero la reacción eclesial prevalente es tan vergonzosa cuanto
ruin. Y es sendas cosas, y tantas otras de peor catadura, en tanto se ha
acoplado a Leviatán para no contradecir sus tiránicas disposiciones. Cierre de
templos, suspensión de oficios, anulación de celebraciones, abolición de
preceptos obligatorios, manipulaciones de los sacramentos, ausencia de actos de
arrojo, temor servil, y una escalofriante conducta de dóciles empleados
públicos en los prelados y en las jerarquías, que torna patente una vez más lo
que muchos ya sabemos: la Barca hace agua, la cizaña estruja y constriñe al
trigo, la añadidura se cotiza mejor que el Reino de Dios y Su Justicia.
Si tan desacralizante e inmanentista reacción guarda algún vínculo
directo con la presencia de Bergoglio en la silla petrina, es algo que parece
lícito deducir, o al menos imposible de descartar. El precitado pastor argento
-en siete años que ya suman un número intranquilizante para los dilucidadores
de símbolos- no ha dejado un solo día de su gestión de conculcar y de injuriar
a la Fe Católica ,
prestando a la par servicios impensados a sus peores enemigos. Que el Padre
pueda complacerse ante este camandulero, como lo hiciera con su “Hijo Único” en
las riberas del Jordán, sería osado suponerlo. Todo indica que se nos pide, cuanto
menos, a quienes buscamos la fidelidad, estar de centinelas sin relevos ante
las acechanzas dolorosas y constantes de este timonel felón.
Una tercera reacción observable es la del común de la gente. Salvo
también las consabidas excepciones, lo que se enseñorea es el comportamiento
arrebañado, masificante, sumiso y aturdido por el pánico. Un pavor que todo lo
noble inmoviliza y todo lo señorial anula y todo lo hidalgo cercena. Parece
cumplirse la sentencia que asentó David Riesman en “La multitud solitaria”. No
habrá ya un hombre dirigido por la
Tradición , al modo medieval. Tampoco otro autodirigido, como
soñaron ciertos capitostes renacentistas. Apenas si nos han dejado un <hombre
heterodirigido>. Doblemente. Desde
un “afuera” que es lo más superficial y banal en él; y desde otro “afuera”, que
son los medios masivos de comunicación, cada vez más infernalmente patentes e
inmiscuidores.
Si no fuera meterse literalmente en camisa de once varas –y no
estamos ni con ánimo ni con ciencia para ello- diríamos que ninguna de estas
tres reacciones se comprenden bien sin la lectura del Libro del Apocalipsis.
No tema el lector que no incurriremos en la tentación de
convertirnos en apocaletas, siquiera fugazmente. Pero es imposible, para quien
haya recibido las lecciones del Catecismo –y es este el punto, no más, en que
nosotros nos hallamos- no ver en aquellas tres reacciones mencionadas
manifestaciones anticrísticas. Nos expliquemos mejor: manifestaciones que
concuerdan con las que retrata San Juan que tendrán cabida cada vez que el
Anticristo se manifieste. Verbigracia: un dominio planetario que aherroja todas
las voluntades, una adulteración funestísima de la Religión y un
enfriamiento de la caridad, a causa de la iniquidad. Sólo por mencionar lo
básico, pues ya dijimos y volvemos a subrayarlo: hablamos en esto con la simpleza
de quien sólo recibió la catequésis parroquial.
Nos han impresionado al respecto algunos casos concretos. El de
aquellos que han muerto en cuarentena, aislados, sin la despedida de sus
familiares, sin los auxilios sacramentales, y a quienes por todo consuelo, el
Estado entregó a los deudos una bolsa con cenizas. Si la caridad no estuviese
helada hasta convertirse en una cuajadura amortajante, tamaño desamor hubiera
hecho plañir hasta a los corazones más pétreos. Se aceptó sin embargo la medida
en nombre del sanitarismo y del cuidado ecológico del planeta. ¿Es que a nadie
parece importarle que estaticen nuestras vidas y nuestras muertes, como se
pueden estatizar los servicios públicos? ¿Es que a nadie le importan los
Novísimos? ¿Es que no hay un pastor con su cayado que salga a ofrecer a los
moribundos la Unción Extrema ,
recorriendo si fuera menester las zonas más presuntamente riesgosas? ¿Es que el
hombre, al fin, cada uno de nosotros, está pendiente en serio de las últimas
noticias pero no de la Última Noticia?
Por eso decíamos y decimos: estas reacciones que estamos
constatando llevan un sello Anticrístico. Afirmación que no pretende
inscribirse de ninguna manera entre las muchas de los aprendices de
aparicionistas, videntes particulares, depositarios de revelaciones privadas o
peritos del “día y la hora”. Lo único que nos mueve a hilvanar estas
reflexiones es el deseo propio y el del prójimo cercano de sobrenaturalizar
nuestra mirada. Y de hacer de las reacciones propias, con el auxilio de la
gracia, y a pesar de las vulnerabilidades que nos laceran, otros tantos
ejemplos de conductas dóciles a la Palabra Revelada.
Que no pasen los jinetes, y estemos pendientes del facebook. Que
no se manifiesten los signos anunciados y sigamos inmersos en la terrible
parodia urdida por las redes. Que el estrépito de los titulares periodísticos
que cambian a cada segundo, no silencie el retumbar de los cascos anclados en
la eternidad. Que si la Cabalgata Postrimera
–si se avecina, si adviene, o siquiera presintiéramos pasar frente al umbral de
nuestras casas- sepamos guardar sacramental compostura.
Las estriberas firmes, los faldones lustrosos,
los potros se encaminan,
sus jinetes son diestros.
Van refundando vías tras sus cascos de plata,
uno marcha invisible.
El ruano se cubría con las crines la sangre,
memoria de una herida
que aún no había sangrado.
La batalla vendría como en un alfabeto
con su alfa y su omega.
Trote lento el del bayo con las bastes de paja
sobre las ancas grises
sin herrar todavía.
Uno marcha invisible, pero al sol de la tarde
se escucha un son de avíos
o de espuelas marciales.
Trote lento el del bayo ni la noche lo apura,
tiene el paso de un siglo.
Testuz baja va el pardo con destino de sombra,
de fogón vespertino
bajo lluvia de enero.
A veces su ambladura acompaña el paisaje
y el montador descansa.
El tordillo es un bronce que nadie ha sojuzgado,
le esquiva a la barbada,
y es deshonra las riendas.
Un domador se atreve a la cruz de su lomo,
las cabriolas se rinden.
Soltado de un palenque más arriba del Norte,
por encima del suelo,
corvetas y acrobacias,
un alazán de oro lleva una Dama a grupas,
la tierra se arrodilla.
Pierde su veladura el
jinete invisible,
su nombre era Tabor
y no hicimos tres tiendas.
Antonio Caponnetto
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
Gracias, Don Antonio. Es luz en medio de tanta oscuridad.
ResponderBorrarBuen artículo. Lo comparto en mi blog. Saludos.
ResponderBorrarEspectacular escrito, poema, poético al final, pero nada más cerca de la realidad.
ResponderBorrarExcelente artículo....
ResponderBorrarEsperabamos la palabra siempre autorizada del Maestro Don Antonio Caponnetto en este tema tan triste.
ResponderBorrarMuchas gracias Antonio por estás maravillosas palabras
ResponderBorrarAlguien podría explicar la poesía? Gracias
ResponderBorrarCuesta entender que un sacerdote deje de cumplir con su ministerio por miedo a la muerte.
ResponderBorrarEl modernismo vedosiano. El resumidero de todas las herejías.
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