El epidemiólogo
Apenas pudo el escarlata solis dejar de
asomarse el 25 de mayo, según contrato en exclusividad firmado con la Secretaría de
Efemérides, asomóse también el resto de los días del año, y en uno de ellos se
enfocó de plano sobre el mondongo fuelle del Gobernador, quien a la sazón se
hallaba echando cerrojos él mismo al calabozo mayor de la ínsula, con varios
tránsfugas adentro.
-¡Layiate oñi
esperanza voi quentrate!, les gritó por fonética Sancho,
que había aprendido al Dante con Bartolomé Mitre; mientras acompañaba el dictum
con un cósmico corte de manga que les auguraba a los reos porvenires más negros
que los bosquimanos.
Entonces,
algo reticente y a una distancia desacostumbrada, se le aproximó el Edecán, y
con cara de “se va a pudrir todo”, balbuceó como pudo estas palabras:
-¡Archipámpano!, lo aguardan impacientes en el
<Salón de las Huellas Halladas>.
-Nos
desplacemos, dijo Sancho, recordando sus días de conscripto. <Que al que se
levanta tarde el trabajo le arde, /el que tarde trilla el agua le pilla,/
tajada que lleva el gato, tarde vuelve al plato,/ más vale tarde de entuerto
que discurso del Alberto...y>
-Perdone
Su Lumbrera, pero le han bloqueado la Tarjeta de Refranes.
-¡Malhaya!,
farfulló el Gobernador, aunque según dicen, así registró el cronista por
pudibundez o censura.
Llegados
al augusto salón, lo aguardaba un extraño bulto humanoide que se movía inquieto
como en un invisible cuadrilátero, queriendo acaso separarse de sí mismo.
Llevaba unos guantes plásticos en las que, para abreviar, llamaremos manos; un
tapabocas en la zona coincidente con la jeta o tragadero, y en vez de jubón,
levita o simples pantalones, lo envolvía una bolsa informe de color albino. De
un orificio de la susodicha envoltura le asomaba ostensiblemente un medidor de
calenturas o hipertermias; y de otro orificio –que preferimos no identificar-
colgábale una jeringa con el aguijón en vilo.
Al
ver el tal aguijón, que tuvo por evidente amenaza, llevó instintivamente el
Gobernador la mano a la fusta, y a punto estaba de usarla, si no lo para en
seco su Edecán para espetarle:
-Notabilidad,
sosiegue vuesamerced el arrebato; el visitante es El Epidemiólogo Mayor de la
Ínsula, trae pasaporte especial de la Organización Mundial
de Pestes y Plagas, y es portador de un mensaje que sería conveniente escuchar.
-Pero
¿qué pide el Miólogo?, susurró Sancho
–que a gatas había ingresado en el estadio silábico- y antes de que pudiera
corregírsele el furcio, lo hizo público, deste modo tan suyo:
-¡Pide Miólogo
lo que te parezca justo! Que no será Panza avariento o cicatero contigo, sino
antes bien dispensioso y pródigo; excepto, claro, que pidas cuanto no conviene
a este reyno, ni a mi humana natura.
Y
al decir esto último, la Corte
toda, unánimemente, tomóse bragas y panderos como asintiendo súbito.
Alzó
entonces doctamente la palabra el Envoltorio, y así platicó a los presentes:
-Príncipe,
el orbe entero, excepto quizá Tel Aviv y Villa Crespo, gimen ante una plaga que
todo lo devora a su paso. Se ensaña con los gerontes, pero, al igual que
nuestra Carta Magna, no hace distinción de credos, razas ni nacionalidades. Su
poder destructivo es superior al de Atila, Gengis Kan o Hitler, con perdón de
vuestra antigua militancia parda; y los flagelos que acarrea no los ha conocido
la humanidad ni siquiera durante la larguísima presidencia de Federico
Pinedo...
Con
su prontitud habitual, ya se había colocado a la vera de Sancho su Ministro de
Omnisciencia, el Dr. Wikipedia; y como era previsible el Gobernador le pregunta
a rajatabla:
-¿De
qué está hablando el Rebujo y quién fue este <Gengiskan> al que alude,
que me suena al chantapufi germano dado a la filo-Sofía o cómo se llamara su
barragana?
-My
fat Lord, mein berühmter Chef, chabón querido: el Gran Huésped está hablando de
la pandemia más letal desde Adán al presente, llamada Covid 19. Pandemia, le
prevengo, es palabra griega que remite al pueblo todo entero, como un 17 de
octubre cósmico, pero a diferencia deste, sin desparramo de <cabezas>
sino del coronavirus mortífero y aniquilador. En cuanto al Kan mencionado fue
un chino terrible....
-Capisco
tutto, lo interrumpió Sancho. Ya me parecía que los chinos tramaban algo.
Acuérdese de Balbín.
Retomó
la palabra el Embalaje y explicó sin darse respiro:
-Si
hacen cuanto mis mandantes y yo mismo ordeno, se salvarán. De lo contrario, será
verdad lo que prometió Fernández:<conmigo se acabaron los vivos>. ¡Todo
el mundo a sus casas, ya! Sin salidas, ni paseos, ni carantoñas, ni achuchones,
ni clases, ni misas, ni entierros, ni funerales, ni siquiera el fulbo, la timba
o el escolazo. ¡Encierro total, obligatorio e indefinido!
Todavía
sereno, contrariando su natural talante belicoso, el Gobernador lo interroga:
-¿Escuché
yo mal, dada mi avanzada hipoacusia, o dijo vosé sin misa, ni iglesias, ni
sacramentos, ni...?
-¡Exacto!,
retrucó sin vacilar la Funda.
¡La ciencia nada tiene que ver con la religión y sus mandatos son sacros!
Preguntadle si no a Monseñor Poligriyo, que ya ha dado la orden de cerrar las
parroquias, esconder los santos, parapetarse bajo los tálamos, suspender la
resurrección de Cristo, prohibir la llegada del Paráclito, y abolir hasta nuevo
aviso el primer precepto de la
Iglesia.. .
Al
oír esto último el Edecán, que hasta entonces había estado más de adorno que
carnet de Pami, se le acercó a Sancho, y a hurtadillas, sin poder disimular
cierta excitación, le dijo:
-Esselenyia, pregúntele qué sabe del Noveno
Mandamiento o del Sexto. Usted me entiende, la carne tiene deseos contrarios al
espíritu, dice Samid...
Mientras
no sabía el buen Sancho porque puerta salir de su estupor y perplejidad, le
empezaron a llegar voces airadas y en montón de la calle, que tenían en su
conjunto un timbre bello, mezcla de letanía, salmodia, himno marcial,
gregoriano y bullicio de barrabrava. Los sones eran cada vez más intensos y más
próximos, y a medida que se acercaban a la sala, así como traían consuelo al
Gobernador provocaban secreciones pestilentes en el humanoide Escroto.
Asomado
Sancho a la ojiva del dilatado cuarto imperial en que se hallaba, invitó a los
manifestantes a que subieran prestos, y eso hicieron.
Habló
quien dirigía la procesión, por nom de
guerre Anacleto, y lo que sigue son sus palabras:
-Señor,
somos <Los Miseros> de esta desdichada ínsula. Queremos que se nos
restituya la Santa Misa ,
de allí nuestro nombre. ¡Basta de cerrojos a la Casa de Dios, basta de negarle sus derechos,
basta de negarnos el deber de adorarlo públicamente! Queremos que se nos
devuelva el Santo Sacrificio; y no nos conformaremos tampoco con que intenten
aplacarnos con un rito adaptado a la supuesta peste y en templos devenidos en
vacunatorios o guisaderos, sino con los esplendores que la tradición ordena.
Más le tememos al pecado que al bacilo, a morir sin gracia que a vivir
entubado, a la libertad perdida que al pánico ganado. Sí; somos <Los
Miseros>, oh dómine, como lo fueran todos los miembros de la caballería
andante, al más hidalgo de cuyos adalides supiste servir de escudero.
No
terminó Anacleto de proferir su arenga o rogativa, cuando inspirados por la
emoción, los más jóvenes del admirable ayuntamiento, irrumpieron en ¡vivas! y
¡mueras!, prevaleciendo al fin dos populares estribillos. Decía el uno: “Y ya
lo ve/y ya lo ve/ es para Tucho que celebra por TV!”. Y hacía canon el otro pareado: “¡Poli, felón/
llegó la Inquisición !”.
Viendo
y oyendo ya lo suficiente –y antes de que el desmadre se volviera
incontrolable- creyó Sancho que era el momento para proclamar veredicto, laudo
o fallo decisorio, y así dictaminó con memorable equidad y señorío la siguiente
SENTENCIA
*Queda
acusado el Pide Miólogo -y los de su laya que lo secunden o manden- de sembrar
el pánico social primero, de adulterar la soberanía salutífera nacional, de
proponer después cárceles para los probos y libertades para los forajidos.
Consistirá su pena en ser despojado del barbijo, guantes, cánulas y vacunas, y
obligado a subirse a la Línea A ,
en hora pico, yendo y viniendo de una terminal a otra amarrado al pasamanos.
Así, hasta que pida clemencia a Nuestra Señora de la Salud.
*Poligriyo
y sus socios serán destinados perpetuamente a celebrar la Eucaristía en
leprosarios, geriátricos, manicomios, cárceles y centros de rehabilitación de
malatías y albarazos. Previamente tomarán clases de liturgia con Hugo Víctor de
Sancheker, y de Segunda Venida con el maestro Friedrich Nogoyensis, profeta
nativo a pesar de su nombre.
*Se
reemplaza el actual equipo de especialistas designados por la Organización Mundial
de Plagas y Pestes, por la Cofradía San
Roque, presidida por el barbero Maese Nicolás, que atendió a mi amo, el Sabio
Esquife, Urganda la desconocida y el prete Xaquebur, especialista en sangrías, licores
y ungüentos. Será obligatorio el bálsamo de Fierabrás, el uso del Detente, la
portación del escapulario bendito de la Virgen del Carmen, la coronilla del Santo
Rosario, una jaculatoria a Santa Hildegarda y el cántico matutino del Stella Coeli extirpavit.
*Los Miseros son declarados de
interés eclesial; abrirán de par en par las puertas de todos los templos,
acolitarán por turnos marcialmente normados las veinticuatro horas del día,
mientras dure la supuesta o real peste, y tendrán por patrona a la Guadalupana y
vicepatrono a San General Gorostieta.
*A los múltiples Fernández con cargos gubernativos se les
prohibirá el uso del gentilicio, para no ofender al conglomerado de Fernández
buenos. En lo sucesivo se los llamará crípticamente “hidepés”, teniendo en
cuenta que la vocal “e” contempla el lenguaje inclusivo que tanto pregonan.
+Archívese.
Dada a luz la Sentencia , ordenó Sancho
el Ínclito que comenzara la señal de los festejos. Los cuales consistieron ese
día en un concurso de orines sobre los muros del Congreso, un aplauso balconero
para las anónimas monjitas de los hospitales públicos, un cacerolazo de
protesta por la cuarentena, cuyo cese definitivo y anuncio jubiloso pertinente
estuvo a cargo de los negros Falucho, Manuel y Sarah, desaprobados previamente
por el Inadi.
Antonio Caponnetto
Nacionalismo Católico San Juan Bautista