“La gran muchedumbre que había
venido a la fiesta, al oír que venía Jesús a Jerusalén tomaron palmas y
saliendo a su encuentro, lo aclamaban diciendo: “¡Hosanna! Bendito el que viene
en el nombre del Señor y del Rey de Israel.” Hallando Jesús un asnillo, montó
sobre él, según está escrito: “No temas, hija de Sión; mira, tu Rey viene
montado sobre un pollino de asno” (Jn 12,12-15).
Todas estas cosas ocurrieron a fin de que se
cumplieran las Escrituras. El triunfo de Jesús como rey de todo lo creado fue
permitido por el eterno Padre como culminación de su Vida Pública; en ella obró
grandes milagros que no es necesario volver a recordar, pues ya están escritos
en los Santos Evangelios.
Fueron
muchos los que en ese día volvieron sus ojos a Dios y siguieron de cerca al
Maestro. Estos hermosos acontecimientos sirvieron para fortalecer a las almas
desfallecidas y afianzar la fe de los vacilantes, para decir a los turbados de
corazón: “¡Esforzaos y no temáis! He ahí a vuestro Rey, Señor de cielos y
tierra.”
Hoy en
Jerusalén se manifiesta la gloria de Dios: “Y se abrirán los ojos de los
ciegos, y se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como
ciervo y gritará de júbilo la lengua del mudo” (Is 35,5.6) para decir con gozo:
“¡Hosanna! Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!”
Las
calles de esta ciudad se han convertido hoy en vía de santidad y camino de
perfección, pues por ellas transita el Santo de los Santos, el Salvador del
mundo; el Maligno hoy no caminará por ellas, pues Jesús ha triunfado sobre sus
enemigos, y estos han sido arrojados a los profundos infiernos.
El
Señor de la Vida, va sobre un jumentillo. Avanza entre las multitudes como un
Rey entre la tropa, exuberante y lleno de gloria. De pobreza y sencillez está
revestido; su corona es la sabiduría; su cetro la justicia; su trono, un
jumento; pero ni siquiera la carroza ataviada de esplendor del rey Salomón
podía comparase con aquel noble y afortunado animal escogido por Dios para
llevar sobre su lomo a la divina Realeza, que de saber hablar, de gozo y
admiración hubiera enmudecido. Bueno es
que no lo supiera, que de tener inteligencia posiblemente hubiera perdido toda
su humildad, sencillez y encanto, pues grande fue la misión que esta criatura
sin saberlo realizó.
“Yo
contemplaba todas estas cosas desde Betania y, al verlo avanzar “entre gritos
de júbilo, palmas, ramos de olivo, cantos y gloria, recordé el Salmo del rey
David. Y en silencio medité sobre él, pues se ajustaba a las promesas que el
Padre eterno había hecho a su divino Hijo previamente”.
“Dice
el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi diestra, hasta que coloque a tus enemigos
por escabel de tus pies” Sal 109(110)1. Triunfante entró Jesús en Jerusalén y
todos los enemigos huyeron a su paso; llena estaba la ciudad de escribas y
fariseos, y mucha gente venida de fuera; ninguno levantó la mano sobre Él. Dios
los tenía controlados, demostrando así el poder de su brazo. De forma más
ostentosa y en toda su plenitud, este triunfo, sucederá el día en que Jesús vuelva
glorioso.
“El
cetro de tu poder extenderá Dios desde Sión” Sal 109(110),2. En todos los
confines del mundo, incluso en el seno de Abraham, todos le aclamaron como Rey
del universo, diciendo con júbilo: “¡Hosanna al que viene en el nombre del
Señor!”
“Mandarás en el corazón de tus enemigos” Sal 109(110)2. En efecto, mandó
en el corazón de sus enemigos, pues como locos andaban buscándolo, a causa de
sus milagros y de sus enseñanzas, para prenderlo; sin embargo, fueron
confundidos en su maldad, dejados en su sabiduría humana, necios en su necedad,
y en su soberbia y arrogancia, ciegos y sordos.
“Te
acompaña el principado el día de tu nacimiento” (Sal 109(110),3. Porque eres el
Hijo de Dios por generación eterna; y el esplendor sagrado de la virtud, de la
sabiduría, de la gracia y de la santidad moran en Ti Verbo Humanado.
“Desde
el seno de la aurora” (Sal 109 (110),3. El Padre está en Ti y contigo como
principio de quien procedes. “Mis entrañas virginales te dieron cobijo como
Madre verdadera por tu principio en cuanto a Hombre, porque, desde el instante
en que recibiste el ser humano por generación temporal que de mí procede,
tuviste las obras del mérito que ahora están contigo. Y te hacen digno de todo
honor y gloria en el día de hoy y para siempre”.
“A
modo de rocío de tu infancia” (Sal 109 (110),3. “te cubrieron el amor y la
ternura de mi corazón de Madre”.
“Lo ha
jurado el Señor y no ha de arrepentirse: “Sacerdote tú eres para siempre a la
manera de Melquisedec” Sal 109 (110),4. Sumo Sacerdote no por participación del
sacerdote levítico ni por investidura humana. El sacerdocio de Cristo es
confirmado con juramento por boca del que dijo:
“Juró
el Señor y no se arrepentirá: “Tú eres sacerdote para siempre” Sal 109 (110),4.
Ofreciéndose a sí mismo como víctima de una vez por todas. Renovándose
incruentamente su sacrificio en la Santa Misa.
“El
Señor a tu diestra juzgará a los reyes en el día de la cólera” Sal 109 (110),5.
Y reyes y vasallos, príncipes, hombres todos de la tierra, que camináis lejos
del Señor, meditad sobre estas palabras, porque todos beberéis del cáliz de su
indignación, pues vuestra iniquidad atrae grandes castigos al mundo, que reo es
de muerte.
“Hará
justicia a las naciones, las llenará de cadáveres y sus ruinas se esparcirán
por todas partes, machará sus cabezas sobre un inmenso territorio” Sal 109
(110),6.
“En el
camino beberá del río por eso levantará la cabeza” Sal 109 (110),7. Beberá del
agua de la ira, indignado ante los comportamientos de los hombres soberbios y
mal nacidos, que rechazaron la gran misericordia que con ellos tuvo el Señor.
El torrente de la gracia que fluye de Él cegará más a sus enemigos, que
desesperados ante la ruina que les aguarda llorarán de espanto sobre la tierra.
Y el Señor vendrá al son de trompetas sobre las nubes del cielo con gran poder
y estruendo a juzgar a los habitantes de la tierra. Ensalzará al humilde, y le
dará su justa paga. Él levantará su cabeza y la ensalzará sobre sus enemigos,
sobre aquellos que no supieron ver ni reconocer que este Hombre llamado Jesús,
es el Hijo de Dios, el Mesías verdadero, el Rey triunfante.
Debemos huir de las alabanzas y de las glorias mundanas.
El
triunfo de Jesús en su entrada gloriosa a Jerusalén sirvió no solo para
manifestar al mundo la divinidad de Jesucristo, pues de este éxito, tan
clamoroso como fugaz, se desprenden sabias y santas enseñanzas.
Sería
muy bueno para todos aquellos que buscan la perfección, y quieren imitar a
Cristo, meditar sobre las alabanzas y las glorias mundana; así no se
espantarían al presenciar cuan volubles son en su mayoría los hombres de mundo.
¡Y qué dados a encumbrar, halagar y adular de forma y modo según les place, sin
tener en cuenta otras consideraciones que las de su capacidad idólatra, pobre,
voluble y lisonjera; pues hoy ensalzan lo que mañana pisan, humillan y
desprecian. Debería bastar este ejemplo para advertir a las almas que buscan la
santidad, que es muy peligroso el camino que conduce a la vanidad, a las
lisonjas y a los parabienes. Los hombres son frágiles como el barro. No debemos
confiar nunca en aquellos que sin escrúpulos tienden esta trampa al corazón del
hombre; estos tales son unos necios, dejando atrapados en sus redes a otros
necios que, como ellos, viven de necedades.
Las
glorias del mundo pasan, no son eternas y las alabanzas son flores que presto
se marchitan; por eso si somos prudentes, debemos huir de ellas pues causan
estragos en el alma, que solo ha de pretender la gloria de Dios. Por tanto; “no
améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo cuanto hay en el mundo la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas no vienen
del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien
cumple la voluntad de Dios vivirá para siempre” (1Jn 2,15-17).
Ningún
ser humano está libre de este mal; por eso insisto en que es conveniente dejar
de lado todo aquello que de una manera u otra halaga los sentidos, pues como
dice el Apóstol: “Con sumo gusto seguiré gloriándome en mi flaqueza para que se
manifieste en mí la gloria de Cristo. Pues cuando soy débil, entonces es cuando
soy fuerte” (2Cor 12,9.10). Pues, ¿Qué es el hombre? Isaías dice: que el hombre
es “un tiesto entre tiestos de barro”. (Is 19,45,9).
¡Señor
mío y Dios mío! “Hiciste mis días de unos palmos y mi vida cual nada es ante
Ti. Tan solo mero soplo es todo hombre”. Sal 38(39),6.
La
mejor enseñanza que podríamos sacar de este triunfo de Jesús en Jerusalén es no
poner nuestra esperanza en los corazones humanos. “Maldito quien se fía de las
personas, y hace de las criaturas su apoyo, y del Señor aparta su corazón. Y
Bendito quien se fía del Señor, pues no defraudará su confianza” (Jer 17,5.7).
El
hombre carnal es voluble por naturaleza. Se embravece por nada, su amor como
sus alabanzas suben y bajan como la marea. Con gran facilidad olvida sus
promesas de amor y de fidelidad a Dios, y a los hombres.
No
debemos tener miedo al mundo.
Es
importante para todos aquellos que han sido llamados a un apostolado más
intenso, no tener miedo a los hombres. Los tiempos son malos y hay quienes
tienen miedo a enfrentarse a unos hombres cuyas creencias caminan lejos de la
verdad. Al contemplar a “esta generación adúltera y pecadora” muchos creyentes
se sienten avergonzados, la oleada de vicio y de promiscuidad, se extiende como
una plaga. Pronunciar el nombre de Jesucristo es tremendamente arriesgado;
confesarse su discípulo, toda una proeza. ¿A quién hablar de Dios, si los que
escuchan tienen sus oídos incircuncisos?
¡Oh!
mundo necio, hombre ingrato, “que a lo malo llamas bueno, y a lo, bueno malo”
(Is 5,20), que con gran soberbia caminas sin preocuparte de que has de morir.
¡Que conoces cuando se aproxima una tormenta y en tu ceguera no ves ni sabes
apreciar los signos de los tiempos! Absorto en tus propios pensamientos vives
olvidado de Dios, mientras tu alma se hunde en el abismo.
Jesús
era tajante en sus enseñanzas, decía la verdad sin importarle las opiniones de
los escribas y fariseos. Y la verdad solo hirió a los corazones soberbios. Él
no tuvo miedo, y por todas partes le habían tendido lazos para prenderlo. ¿Qué
es el hombre para que le temas? Tomaré las palabras del profeta, que dice: “He
aquí que vosotros no sois nada y vuestro obrar nadería” (Is 41,24).
El
hombre no levantaría la cerviz si Dios no se lo permitiera. Por eso “no les
tengáis miedo” (Mt 10,26), que su fuerza y poder son como una caña en manos de
un niño que fácilmente se quiebra. Sin embargo, el niño en su pequeñez y
debilidad es más fuerte, mucho más fuerte y poderoso que todos ellos porque
tienen un corazón puro, son sencillos y humildes. No en vano está escrito: “Si
no os hacéis como un niño no entrareis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3).
La
misión del hombre de fe, es parecerse a Cristo, y Jesús, sembraba los campos
con su divina palabra, removía las conciencias con el ejemplo, y ablandaba los
corazones con la oración.
Catalina SCJ
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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