…
padecían un miedo ridículo.
Pues
la causa del temor no es otra que la renuncia a los auxilios que proceden de la
razón. Porque cuanto menor ayuda se recibe del fondo del alma, tanto mayor se
cree lo desconocido que atormenta.
…
sorprendidos, soportaban lo inevitable.
Ligados
todos por una misma cadena de tinieblas.
Vivimos
momentos históricos epifánicos que dejan vislumbrar la inminencia de aquello
que quisieron fervientemente contemplar los cristianos desde los inicios. Sí vengo
pronto dice el Señor[2].
Estamos en los prolegómenos de la luz. Mas, la hora previa a la aurora es la de
mayor oscuridad.
¡Bendito
Dios! y ¿cuál será su designio para sus elegidos? Mandato es este: No temáis[3].
Tened ánimo varonil[4].
Nos enfrentamos al escenario que profetiza Isaías: Contemplando la tierra no se
verá más que terror y oscuridad, tinieblas opresoras[5].
Pero por su boca nos viene también la promesa: Solo un momento te abandonare, más
con gran conmiseración te recogeré[6].
Esta es la hora feliz para la que Dios nos conserva.
La
conciencia de encontrarnos en el exordio del cumplimiento profético, nos impele
a formarnos con toda seriedad para, así, mantenernos firmes buscando y
guardando las verdades de la fe que la tradición atesora[7],
antes de que pase la escena de este mundo[8], y
mientras Él todavía pueda ser hallado[9].
Aún
sigue llamándonos: “Me ofrecí a responder a gente que no preguntaba, dejé que
me hallase gente que no me buscaba. Exclamé: <<Heme aquí, Heme
aquí>> a un pueblo que no invocaba mi nombre”[10].
No
cayendo en la desesperanza, sino más bien apelando a la responsabilidad que
tenemos como seguidores de Cristo, no podemos dejar de hacernos algunos
planteos. ¿Cuánto tiempo nos queda de ilusoria tranquilidad? ¿Cuánto para
ahondar nuestra fe, y no ser confundidos? Qué poco hemos usado nuestras voces
para anunciarle y, ¿cómo hacerlo? En nuestra negligencia, nos sentimos
ineficaces para transmitir lo que nos fue dado y, todavía menos hábiles, para
articular un lenguaje templado capaz de no escandalizar a los que, por vía de
caridad, buscamos orientar.
Es
preciso confesar que, “a pesar de la insistencia amorosa a Sus creaturas, con
cuanta timidez nos embarcamos en los combates inmaculados[11]
de la virtud. Por eso, velemos con Él, manteniendo despierta nuestra lucidez,
no sea que nuestro adversario nos devore[12].
Citando al Libro de las revelaciones: Aquí es donde se requiere inteligencia[13].
Asistimos,
no siempre como meros espectadores, a un fenómeno casi universal que es el
oscurecimiento de la inteligencia[14],
pervertida por la maldad[15].
Ya santo Tomás de Aquino imploraba, y en esta oportunamente nosotros con él,
“Dígnate infundir sobre las tinieblas de mi entendimiento un rayo de tu
claridad, apartando de mi la doble oscuridad en la que he nacido: el pecado y
la ignorancia”.
El
no permanecer en estado de gracia, es decir, estar en servil connivencia con el
pecado grave, nos aleja del Espíritu Santo y sus dones, tales como ciencia,
entendimiento y sabiduría. Se esmerila el cristal del del discernimiento y
distinguir lo obvio deja de ser posible. Aunque percibiéndonos sobradamente
competentes para opinar respecto cualquier materia, aún si no está a nuestro
alcance, no podemos elaborar razonamientos que no exceden al sentido común. Apenas
adivinamos lo que en la tierra sucede y con trabajo hallamos lo más obvio[16]. No podemos ver la realidad como es, porque
hace tiempo empeñamos el criterio en pos de respetos humanos y, por la
comodidad, lacramos la rendición de nuestra capacidad pensante. Y, así, nos
vamos ensombreciendo, pidiendo a nuestros profetas: <<no veáis, no
habléis claro, vaticinadnos fantasías >>[17].
A consecuencia de nuestro doblez, “el Señor ha derramado sobre nosotros un
espíritu de sopor[18].
Llora
al necio, porque dejó la inteligencia. La vida del necio es peor que la muerte[19].
La escritura pone frente a nuestros ojos la asociación entre insensatez y
desdicha, así como su opuesto: Feliz el hombre que en su inteligencia
reflexiona[20];
Dejaos de simplezas y viviréis, dirigíos por los caminos de la inteligencia[21];
Hermanos no seas niños en el juicio[22].
Con
mirada escrutadora el Maestro nos dice: ¿también vosotros estáis sin
inteligencia?[23].
Yo soy la inteligencia[24].
Como sus discípulos, debemos sentirnos interpelados. Prosternemos nuestra mente
ante Quien se dobla toda rodilla[25],
adquiriendo la ciencia de los santos[26],
a costa de todos los bienes[27],
para hacernos herederos del único Bien.
La
abdicación voluntaria al ejercicio racional nos hace menos que humanos. Y, si
nos simplifica la vida, también nos condena. El Dios que se complació en
hacernos seres inteligentes a su imagen, se complacerá en el desarrollo esta
facultad. Y, por deleite a participarnos Sus dones, cuando le somos fieles, nos
llena de espíritu de sabiduría e inteligencia, haciéndonos, sujetos de Su
gloria[28].
Que
nuestra alma anhele ser agraciada con ciencia y sabiduría. La sabiduría se
anticipa a darse a los que la desean[29].
Su principio es el deseo sincerísimo de la instrucción. Y el ansia de
instrucción es amor[30].
Es nuestra vocación. Para amarle con toda la inteligencia fuimos creados, como
nos lo manifiesta el primer mandamiento[31].
Por eso, en dichosa esperanza, rogámoste Señor: Gotead cielos desde arriba[32],
por tu Palabra danos inteligencia[33].
Y
en cambio para los tuyos encendiste una columna de luz, guía para su camino
desconocido…
Aquella
noche fue de antemano conocida…
Por
esto esperaba tu pueblo…
[1] Sb
17, 8. 11-12. 16-17. 21
[2] Ap
22, 20
[3] 2
Mac 15, 8
[4] 1
Cor 16, 13
[5] Is
8, 22
[6] Is
54, 7
[7] 2
Te 2, 15
[8] 1
Cor 7, 31
[9] Is
55, 6
[10] Is
65, 1
[11] Sb
4, 2
[12] 1
Pe 5, 8
[13] Ap
17, 9
[14] Is
29, 14
[15] Sb
4, 11
[16] Sb
9, 16
[17] Is
30, 10
[18] Is
29, 10
[19] Sir
22, 11
[20] Sir
14, 20
[21] Pr
9, 6
[22] 1
Cor 14, 20
[23] Mt
15, 16
[24] Pr
8, 14
[25] Is
45, 23
[26] Pr
9, 10
[27] Pr
4, 7
[28] Is
46, 13
[29] Sb
6, 12-13
[30] Sb
6, 17
[31] Mc
12, 33
[32] Is
45, 8
[33] Sl
119, 169
[34] Sb
18, 3. 6-7. 9
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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