El Escuadrón de la Muerte de la Guardia de
Hierro
Canto del
Hombre Nuevo
al Capitán Cornelio Zelea Codreanu
Yo
he visto a un Hombre Nuevo que surgía,
desde
el tronco de una raza conocida.
Lo
he visto surgiendo de los Cárpatos
como
germinan los cedros y cipreses.
Desde
la cumbre del Pionul, enarboló su mirada,
como
un alba antigua de constelaciones celestes,
y
abajo, el bosque, tembló ante sus ojos…
Y
silbó como brisa, entre las hojas dolientes:
su
voz de laúd, con afán peregrino.
Lo
vi sosteniendo, entre sus manos de hierro,
un espléndido cuerno
abundante;
y en su címbalo de
oro,
recogía
todos los sones del tiempo…
De
pie lo vi, con un señorío admirable,
y
reunía en su sangre:
una
estirpe imperial con destino guerrero…
Del
seno de una raza envejecida,
yo
he visto surgir a un Hombre Nuevo.
Se
alzó de retoño, entre los abetos y pinos,
que
el bosque incaduco ofrecía en Dobrina,
y
coronó su cabeza en los riscos más altos:
un
haz carmesí de peonías…
Sobre
su rostro se dibujaban en bronce,
todas
las celdas padecidas.
Un
nombre se leía en su frente:
Vacaresti.
¡Trágico
preludio para la más hermosa sinfonía!
Y
vi en sus sienes, resplandores
de
once estrellas y una daga tenebrosa.
¡Primordial
prisión donde fecundo,
el
sufrimiento gesta su alborada!
Y
vi una estrella que en su brillo,
aniquilaba
a la daga traicionera;
y
un silbido triunfal enardecido
se
yergue marcha nupcial entre laureles:
¡pues el Halcón se
desposó con la Justicia !
¡Inaugural
prisión donde se inicia,
el
ascenso al Monte del Calvario!
Y
como allí, un dragón se sonreía,
ignorando
la Divina
paradoja:
¡San Miguel
reclutaba ya su tropa,
allí, donde el mundo
la escupía!
Y
como retumbo palpitante
de
enamorados corazones,
desde
Iasi
resonó, por las fibras de la
Patria :
el
canto viril de los soldados.
Bajaba
de los montes al galope de caballos;
repicando
en campanarios
de
cascadas y de saltos;
para
izarse en las praderas
como
manto soberano;
y
detenerse por fin en las estrellas,
custodiadas
por los héroes
que
lo habían suscitado.
¡Cómo
incienso se elevaba hasta su origen,
la
liturgia marcial del Salterio Legionario!
El
Hombre que he visto,
tenía
un soplo Divino
en
su áurea morada,
con
diademas incrustadas, de dolores profundos…
Y
comenzó con su brazo derecho,
a
sacar de su cuerno los frutos egregios
que
su caridad y su renuncia,
hicieron
brotar abundantes:
florecieron
Juramentos
perpetuos,
en
un alba de Lirios sin mácula.
Y
del dolor que purga con fuego
germinaron,
entonces, los Nidos,
en
escuela sacra de amor y de honor,
por
Dios, por los Héroes y por toda la
Patria.
De
su cuerno subió la oración,
con
aromas de victoria y de gracia.
“Oídme, Legionarios,
no es la carne la
que vence
sino el alma
postrada en los altares.
Estáis llamados a lo
grande
y la Gloria cubrirá vuestras
cabezas,
pero el triunfo se
alcanza de rodillas.
Ligad para siempre
vuestro espíritu
al de los muertos,
que sangraron por vosotros.
Uníos al Dios de los
ejércitos,
por la rectitud
moral de vuestros actos,
sólo así espantaréis
al enemigo…
¡Os saludo,
Legionarios,
con mi brazo derecho
firme y extendido,
mi corazón los
acompaña en el combate!
¡En vosotros pienso,
camaradas,
vislumbrando el día
en que volvamos a reunirnos!”
Y
calló su voz, de trueno enardecido.
Y
junto a Él,
una
Guardia
Imperial de nuevos hombres,
custodia
eternamente a San Miguel…
Yo
lo vi como un rayo, entre campesinos antiguos,
quebrantar,
con su espada la bruma
cuando
la gélida lluvia
aposentaba
el invierno en los montes…
Desde
la vejez de la raza,
un
Hombre Nuevo había surgido…
Los
campesinos lo vieron
conquistar
con su brazo seguro,
las
praderas danubianas del sur.
Desplegó,
entonces, su canción de promesa
en
un himno ancestral encarnada;
para
restaurar la nobleza negada,
a
una raza, aún fiel a su herencia.
¡Señores
del bosque!
¡Amos
de la madera y la selva!
¡Milenarios
Motz
de tristeza!
¿Qué
ecos evocan vuestras almas heridas?
Aquellos
que el Héroe
acuña
en su címbalo.
Los
que el linaje forjaron, en lides pretéritas:
cuando
Trajano
fundía,
el
acero y la sangre.
¡Nobles
dueños del monte!
¡Majestuosos
guardianes de oro!
¡Solemne
sujeción de invasores!
¿Qué
sones anhelan vuestros corazones cansados?
Aquellos
que el Héroe
acuña
en su címbalo.
El
canto de Iancu, custodia sagrada.
El
que entonaron, sublimes los cascos de Esteban,
cuando
un Grial
de amatista,
se
elevó para siempre
sobre
el Ara de toda Rumania.
Yo
lo vi, pronunciando en silencio,
su
extremo discurso postrero.
La
tierra se embriagó con su sangre,
con
su afán de martirio y de vuelo.
Y
en la hora sacrificial de su muerte,
místicamente
Cristo se hizo presente:
“Si es a mí, a quien
buscáis,
dejad que los míos
se vayan.”
Y
se cerraron sus ojos de águila,
para
abrirse por siempre en el Cielo.
Su
sangre, que fluyó por Jilava,
en
un vástago verde de olivo,
brotó
de la tierra rumana.
Y
de sus frutos volaron semillas
a
fecundar este suelo argentino.
¡Yo
vi, Capitán, a la Legión ,
derramarse
de su cuerno
más
allá de Rumania!
Hoy,
apostado en su estrella,
con
la mirada en alto y empuñando sus armas,
contemplando
este atardecer que se acaba,
como
padre nos sostiene y nos dice:
“¡Combatid, mis
soldados!
¡Combatid sin
desánimo, que la Legión
sigue en marcha!”
¡La Legión , Capitán, sigue
viva,
en
nuestros anhelos, nuestro ser y nuestras almas!
¡Su
voz, es pendón y es bandera;
su
martirio es el sello de nuestra esperanza!
¡Junto
a usted, Capitán, avanzamos
sus
hijos menores, que seguimos luchando!
¡Con
usted, Capitán, batallamos
ansiando
encontrar la mañana!
¡Y
con usted, Capitán, nos inmolamos,
por
Dios, por los Héroes y por toda la
Patria !
Un camarada
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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