Con
motivo de la silenciada pretensión de Miguel Sanguinetti Gallinal, Presidente
de la Federación Rural, en junio de 2018, de impulsar la creación del Consejo
de Economía Nacional. Pretensión que saludamos.
La
regeneración religiosa, cultural y moral de nuestra Patria requiere, entre
otras cosas, la formación de una élite de hombres formados ortodoxamente en la
Política. Esto es, en el arte del gobierno de la Polis, de la comunidad.
La
anarquía que la Patria padece, por ser tal, revela de consuno el desgobierno al
que nuestros gobernantes irremediablemente nos dirigen. Es ostensible, pues, su
mala formación en la Política, teórica y prácticamente.
Si
la Política es el arte de gobernar una comunidad, debe valerse de los medios
adecuados para hacerlo. Entre tantas otras lastimosas equivocaciones, nuestros
gobernantes yerran en los medios elegidos para propender al buen gobierno de la
Polis.
Uno
de esos medios, y he aquí el objeto central de este ensayo, es la
representación. Esto es, quiénes serán los individuos encargados de hacer valer
directamente la voluntad de la comunidad. La humana “manija” de la Política.
Es
evidente que si quienes son elegidos para gobernar la comunidad no la
representan verdaderamente, nunca esa
comunidad podrá gozar de una Política sana, de un arte de gobierno bueno y
eficaz. A lo sumo, esos sujetos
solamente procurarán satisfacer sus intereses particulares, muchas veces
inconfesables.
Es
esencial, pues, para la Política, que la comunidad esté debidamente
representada.
Nunca
se insistirá lo suficiente en esta importantísima premisa. La teoría política
moderna ha procurado borrarla implacablemente o, peor aún, ha adulterado el
concepto de representación. Puesto que, para la teoría política moderna, la
única representación válida es la representación basada en los partidos
políticos. Mas los hechos y la doctrina prueban que ello es falso.
La
comunidad, al contrario, se ve representada mucho más natural y eficientemente
a través de otros cuerpos políticos. Uno de las cuales es el propuesto, al
menos a medias, por el artículo 206 de la Constitución Nacional:
Artículo
206°. La ley podrá crear un Consejo de Economía Nacional, con carácter
consultivo y honorario, compuesto de representantes de los intereses económicos
y profesionales del país. La ley indicará la forma de constitución y funciones
del mismo.
Una
buena representación es la compuesta, verbigracia, por los representantes de
los intereses económicos y profesionales del país, como propone el artículo 206
de la Constitución, a través del Consejo de Economía Nacional.
El
artículo 206 satisface a medias, como se dijo, dado que asigna al Consejo un
carácter meramente consultivo, y no decisorio como debería tener. Tal tibieza
ha sido padecida por los orientales, ya que, desde su inclusión en la
Constitución de 1934, el artículo 206 nunca fue invocado, y el Consejo nunca
fue constituido. Los orientales hemos tenido que padecer, pues,
inexorablemente, el desgobierno de los “representantes del pueblo”, los
politiqueros partidistas: pueblo del que sólo se acuerdan en vísperas de las
elecciones.
La
integración, por ejemplo, de la Cámara de Representantes por individuos
portavoces de los intereses económicos y profesionales del país aseguraría a
esos sectores la directa satisfacción de sus intereses: tendrían potestad para
legislar y reglamentar. ¡Cuántas de sus legítimas pretensiones podrían
asegurarse con eficacia, sin diluirse en la almibarada logomaquia
parlamentaria! Por poco que se piense, se concluye que los partidos políticos,
a fuer de representar todos los intereses del país, terminan por representar
ninguno. Y que no hay medio mejor para satisfacer legítimos requerimientos que
a través de un cuerpo político que directamente los represente.
Se
dijo en la primera entrega de este ensayo que uno de los grandes errores de la
teoría política moderna radica en afirmar, cual un dogma, que la única
representación política posible es la representación en base a los partidos
políticos. Este error lo profesan, no casualmente, tanto los marxistas más
radicales como los liberales de la misma condición. Se procurará en este
apartado, sucintamente, historiar el origen de este error.
Podría
decirse, aproximadamente, que la torcida pretensión de que la única
representación política válida es la que se basa en los partidos políticos nace
por el año 1789, cuando la Revolución francesa. Revolución burguesa y
mesiánica, desplazó de un férreo golpe auténticas y eficientes formas de
representación, como las corporaciones de origen medieval: corporaciones de oficios,
de profesionales, de estudiantes. Reemplazó estas agrupaciones verdaderamente
representativas por los parlamentarios partidistas, ungidos por la mitad más
uno a través del voto individual y abstracto; primero censitario, luego
universal.
Triunfante
la Revolución francesa y con ella sus deformantes prejuicios –valga el
pleonasmo-, el resto de las naciones comenzaron a imitar sus modos y sus
métodos. Los revolucionarios hispanoamericanos, verbigracia, una vez desplazado
el gobierno español, promulgaron Constituciones al mejor estilo francés,
carentes, entre otras cosas, de un sano y realista sentido de la representación
política. Escribe, en ese sentido, el historiador oriental Alberto Zum Felde:
“Los
constituyentes hacen tabla rasa de toda realidad. He aquí un ejemplo: el país
tiene una institución propia, tradicional, con arraigo en las costumbres,
vinculada a toda su historia, de origen en la formación misma del país: el
CABILDO. ‘Eran los Cabildos –escribe Francisco Bauzá- a todo rigor, la municipalidad,
tal como la concebimos en nuestras más adelantadas aspiraciones: administrando
justicia en las ciudades y en los campos, aprestando las milicias del país en
caso de guerra, vigilando la venta de artículos de primera necesidad para el
pueblo, fijando la tasa de los impuestos extraordinarios o negándose a
concederlos’. El Cabildo es ya, en
principio, el Municipio, y la mejor escuela de gobierno propio. En vez de ello,
los Constituyentes lo suprimen, imponiendo instituciones extrañas,
convencionales y teóricas […]”.
Las
fuerzas vivas de las patrias –que integraban las corporaciones- y los verdaderos prohombres de aquéllas –que
integraban, en España y sus Reynos, los Cabildos- fueron, de esa manera,
desterrados: los substituyó el radical artificio y la venal mediocridad de los
parlamentarios partidistas.
Al
punto que, respecto del Uruguay, concluye rotundamente Zum Felde:
“La
Constitución de 1830 es, en resumen, uno de los mayores errores que se hayan
cometido en nuestro país. Ella será el impedimento más fuerte y constante para
que el país pueda constituirse, matará los gérmenes de la libertad política e
impedirá la formación de hábitos de gobierno propio, entregará la vida de la
campaña al ajeno árbitro administrativo de la capital, erigirá un Poder Ejecutivo
absoluto, incitará la violencia y la coacción electorales […]”.
Y
todo por seguir, los constituyentes orientales, los mesiánicos dictámenes de
quienes, bajo el lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad, prepararon el camino
para el esclavismo…
La
regeneración religiosa, cultural y moral de la Patria –se dijo en el apartado
primero de este ensayo- necesariamente deberá contar con un sistema que asegure
una auténtica representación política, bajo la cual sus fuerzas vivas y sus
prohombres puedan manifestarse eficientemente. Tal es lo que propone, al menos
a medias –se dijo también- el artículo 206 de la Constitución Nacional, que
llama a integrar en un Consejo de Economía Nacional a los portavoces de los
intereses económicos y profesionales del país. En ese sentido, un justo
gobierno deberá motivar este tipo de órganos y de iniciativas y deberá
desterrar, en grado amplio, la política parasitaria, no funcional, de la
democracia parlamentaria, heredada de la sangrienta Revolución francesa.
En
la segunda parte de este ensayo se historió brevemente el origen de la
torcida pretensión de que la única representación política posible es la basada
en los partidos políticos. Se sostuvo, a grandes rasgos, que el origen está en
la Revolución francesa, y se indicó las lamentables consecuencias que ese ejemplo
tuvo para la representación política en las naciones.
Tan
grande desacierto en cuanto a la representación política en particular y a la
política en general –el arte de gobierno de la comunidad- no pudo quedar
impune. En esta tercera entrega se recogerá el testimonio angustioso del
desgobierno que en los años sucesivos las patrias padecieron: en particular, en
la pasada centuria, en el período de entreguerras.
En
un revelador estudio, hoy un incunable, ‘’La Inquietud de Esta Hora’’ (1934),
el fino intelectual argentino, Dr. Carlos Ibarguren, ponía en evidencia la
crisis del sistema demoliberal acaecida, ante todo, por la malsana
representación política en base a los partidos. Considere el lector,
atentamente, los testimonios vertidos:
‘’En
los primeros meses del año pasado, la crisis de la democracia individualista y
del parlamento se agravó considerablemente en Francia. ‘¡Desorden!, ¡Desorden!
–escribía Latzarus, en la ‘Revue Hebdomadaire’, del 18 de febrero de 1933- una
Cámara renovada será tan impotente como la que vemos ahora, a menos de cambiar
de métodos, lo que equivale a cambiar de régimen. El elector protesta, no tiene
razón porque tiene con justicia los diputados que ha deseado. El interés
general no es su ocupación, ellos han ido a la Cámara a satisfacer sus
intereses particulares. Toda la política reposa en el cálculo del número.
¿Dónde está el gobierno que nos librará de la tiranía electoral?’. René Pinon,
en la ‘Revue des Deux Mondes´, del 1 de febrero de 1933, expresa que ‘se
aproxima la hora en que será necesario elegir entre una reforma profunda del
régimen político o la ruina de todo lo que Francia representa en el mundo como
potencia material, grandeza moral e idealismo activos’ ‘’.
‘’El
estado político de la Gran Bretaña sufre el mismo mal que hoy destruye a la
democracia en el mundo. El ilustre estadista británico, ex primer ministro del
Imperio, Stanley Baldwin, escribió en abril de 1933 en la ´Revue Mondiale´ un
artítulo titulado ´El porvenir de la democracia´ y dice: ´Hoy los amigos y los
enemigos del gobierno popular (se refiere al basado en el régimen demoliberal
del sufragio universal) dudan igualmente de su porvenir. Ha perdido terreno en
tantos países que el repudio del actual estado de cosas es general; pero
solamente en los países democráticos la crítica se hace oír fuertemente´.
Bladwin, ante la terrible crisis política, se inclina por una nueva forma de
democracia que repose en las agrupaciones, en las corporaciones.”
“Bernard
Shaw en artículos recientes muy comentados fulmina a la democracia del sufragio
universal, al electoralismo, a la demagogia que ella engendra. ´Es sin el
Parlamento –dice- donde tendremos que encontrar a nuestros futuros gobiernos´,
y aboga por una nueva organización política, bajo un poder fuerte en un Estado
corporativo, en el que impere el ´voto por ocupaciones´, o sea, el de cada
corporación.”
“Sería
interminable – culmina el Dr. Ibarguren-
la compilación de los hechos, de los juicios y de los estudios que
comprueban la bancarrota de la democracia liberal, emitidos por pensadores,
profesores, estadistas y políticos de todos los países del mundo y de las más
diversas tendencias. Cuando un fenómeno es sentido y reconocido con tal
unanimidad está fuera de toda discusión. Es la evidencia misma.”
No
es sorprendente, así, que ante semejante estado de cosas, el 6 de febrero de 1933, se produjera en
Francia una enorme y violenta protesta que tomó por asalto la institución
paradigmática del régimen: el Parlamento. Siguiendo esta línea, menos
sorprendente resulta verificar que, largo tiempo después, el 1 de diciembre de
2018, los “chalecos amarillos”, en Francia, realizaran similar manifestación…
Tanto
los planteos doctrinales como las espontáneas protestas han sido desoídas: ha
primado el sectario dogma del parlamentarismo.
Los pueblos no descasarán hasta deshacerse de él y obtener, por fin, una
política sana, al amparo de un régimen que asegure su representación real y
eficiente.
Se
ha sostenido a lo largo de este ensayo que la representación política en base a
los partidos es esencialmente mala, habiendo otras posibilidades de
representación más naturales, justas y eficientes. Se ha historiado el origen
de esa torcida idea y se expuesto, en la tercera y última entrega, un ejemplo
del desgobierno que las patrias padecieron con motivo de esa malsana forma de
representación política.
Detectado
el error, investigado su origen y demostrado sus nefandas consecuencias, es
hora de presentar, en esta parte final, una forma más acertada de encarar el
tema. Sin perjuicio de volver a insistir en que en nuestro ordenamiento
jurídico ya se encuentra previsto un mecanismo mejor, el artículo 206 de la
Constitución, que llama a integrar en un Consejo de Economía Nacional a los
representantes de los intereses económicos y sociales del país, siendo
perentoria en este momento su ejecución, se presentará en esta ocasión el
testimonio magistral del agustísimo José Antonio Primo de Rivera.
En
su memorable discurso de la fundación de la Falange, pronunciado en el “Teatro
de la Comedia”, en Madrid, el 29 de octubre de 1933, José Antonio sentenciaba:
“Que
desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un
partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos
vecinos de un municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues
si ésas son nuestras unidades naturales, si la familia y el municipio y la
corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento
intermediario y pernicioso de los partidos políticos que para unirnos en grupos
artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras realidades auténticas?”
“Queremos
menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre.
Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como
nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima
envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse […], y,
más todavía, si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un
sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.”
He
aquí, en dos preciosos trazos, la Política en su verdadera faz, es su más
acabada expresión y definición. La Política, “que no quiere decir otra cosa que
la colaboración al bien de la ciudad”, en palabras del Papa Pío XII, que se
extraen de la obra “La Democracia: Un Debate Pendiente (I)”, del maestro
argentino, el Dr. Antonio Caponnetto, se realiza verdaderamente, no a través de
los partidos políticos, elementos que “para unirnos en grupos artificiales,
empiezan por desunirnos en nuestras realidades auténticas”, sino por intermedio
de los cuerpos intermedios, naturales, auténticos: la Familia, el Municipio, la
Corporación.
Será
al robustecer estos elementos que las patrias y los pueblos podrán salir del
desgobierno que hoy padecen, tras décadas de partidocracia y de parlamentarismo
hueco, artificial y venal. Contra ese vacío, contra ese artificio, contra esa
radical venalidad, enfrentar la realidad vívida y auténtica de los cuerpos
intermedios, de la Familia, del Municipio, de la Corporación. Y ello enmarcado,
a la vez, en “un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden”, como planteó
José Antonio, totalmente opuesto al igualitarismo ácrata y anárquico que por
antonomasia caracteriza al parlamentarismo partidocrático.
La
aplicación del artículo 206 de la Constitución, heredero de la mejor tradición
corporativa del siglo pasado, a esta altura de la crisis nacional se impone.
Pero a la vez, es necesario que un estadista tenga la fortaleza y la prudencia
políticas suficientes para realizar cambios estructurales, de fondo, que
permitan, de hecho y de derecho, reconstruir, poco a poco, los cimentos de esta
patria en ruinas, espiritual, cultural, social y económicamente, tras años de
desgobierno partidocrático. Cambios estructurales que reconozcan y defiendan la
representación política de las Familias, de los Municipios, de las
Corporaciones: de los cuerpos intermedios.
Fuente:
Revista Verdad
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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