La Parusía[1]
Padre Juan Rovira[2]
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« ¡Aleluya! Porque ha establecido su reino el Señor, nuestro Dios Todopoderoso »
(Ap. 19, 6)
Es este nombre griego derivado del
verbo pareimi, “estar presente”, y
significa presencia, advenimiento, y con él se designa en los Libros Sagrados
del Nuevo Testamento el Segundo Advenimiento de Cristo Señor Nuestro para
juzgar a los hombres. De la Parusía no sabemos otra cosa sino lo que se nos
dice en los Libros Santos.
Realidad de la Parusía
Cristo, el Mesías y Redentor prometido
al género humano al principio de los tiempos (Gn. 3, 15) es el Verbo de Dios que
se hizo carne (Jn. 1, 14) y habitó entre los hombres y padeció y murió por la
salud de los hombres en la plenitud de los tiempos, y el mismo Cristo que subió
a los cielos y está sentado a la diestra del Padre, vendrá desde allí a juzgar
a los hombres en el fin de los tiempos.
Dos son, pues, las Venidas de Cristo;
la una en la plenitud de los tiempos; la otra al fin de los tiempos; la primera
para enseñar al hombre con sus palabras y con su ejemplo, para padecer y morir
por el hombre, para salvar a los hombres; la segunda para juzgar a los hombres
y dar a cada uno según sus obras, a los buenos premio eterno porque guardaron
sus santos mandamientos y a los malos pena eterna porque no los guardaron. Esta
Segunda Venida de Cristo es un artículo de nuestra santa fe, que se contiene en
aquel artículo del Credo: “Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos”, y se predice en muchos textos de la Sagrada Escritura, de los cuales
bastará traer algunos.
Así, San Pablo habla de las dos venidas
(Heb. 9, 28). Cristo se ofreció una vez para quitar los pecados de muchos; la
segunda vez fuera del pecado, esto es, sin ser expiación por el pecado,
aparecerá a los que esperan en Él, para su salvación; y el mismo Cristo dice en
San Mateo (16, 27): el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con
sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras. Y después de la Ascensión
de Cristo, según se refiere en el libro de los Hechos de los apóstoles (1, 10-11),
mientras estaban los discípulos mirando al cielo, entre tanto que Él se iba, he
aquí que dos varones con vestidos blancos se pusieron junto a ellos y les
dijeron: “Varones de Galilea, ¿qué estáis
mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así
vendrá, así como le habéis visto subir al cielo.” Así, pues, como Cristo
subió al cielo el día de la Ascensión, así ha de volver a venir, y este es el
Segundo Advenimiento, la Parusía.
Hora de la Parusía
En cuanto al tiempo y hora de la
Parusía, cuatro cosas se nos dicen en las Sagradas páginas: a) Lo primero, que
será pronto. b) Lo segundo, que no es inminente. c) Lo tercero, que su hora es
desconocida. d) Lo cuarto, que será súbita e inesperada.
1º) Que será pronto, se nos dice en la
epístola de Santiago (5, 8): “Tened
también vosotros paciencia, confirmad vuestros corazones porque la venida del
Señor se acerca.” Y más claro en el Apocalipsis (22, 20). Así dice el que
da testimonio de estas cosas: “Ciertamente
vengo en breve.” Mas estas palabras: se
acerca, pronto, en breve, han de entenderse
relativamente, parece indicarlo San Pedro en su segunda carta (3, 8): “No se os esconda esto, carísimos, que un
día delante del Señor, es como mil años y mil años como un día”.
2º) De aquí, pues, se deduce ya que la
Parusía, aunque hubiera de ser pronto o en breve, no por eso era inminente. Y
esto es lo que dice el Apóstol San Pablo en su segunda carta a los fieles de
Tesalónica. Por lo visto algunos habían alborotado a los Tesalonicenses o por
medio de falsas revelaciones, o tal vez por medio de cartas, anunciándoles y
persuadiéndoles la proximidad inminente de la Parusía o Segundo Advenimiento
del Señor, y turbándoles con estos prenuncios y predicciones.
San Pablo les escribió una carta en la
que les dice (2 Tes. 2, 1-2): “Os
rogamos, hermanos, que en cuanto a la venida de Nuestro Señor Jesucristo, y
nuestra reunión con Él, no os mováis fácilmente de vuestro sentir ni os
conturbéis, ni por espíritu, ni por palabras, ni por cartas enviadas a nombre
nuestro; como si el día del Señor estuviese cerca.” Y luego, en los versos
siguientes, les prueba que esta venida no es inminente, porque antes de ella
han de suceder otras cosas que allí pone: la apostasía y la rebelión, y la
manifestación del hombre del pecado, y se remite a las enseñanzas que sobre
esto les habrá dado de palabra.
Y el mismo Cristo dice expresamente que
antes de su Advenimiento y de la consumación se ha de predicar su Evangelio en
todo el mundo (Mt. 24, 14). “Y será
predicado este Evangelio del reino en todo el mundo en testimonio a todas las
gentes, y entonces vendrá la consumación.” Así, pues, los Apóstoles no
miraban como inminente la venida del Señor. En realidad, ellos ignoraban el
tiempo de la Parusía, puesto que:
3º) La hora de la Parusía es ignorada
de todos, como dice el mismo Cristo (Mt. 24, 36): “Aquel día y aquella hora nadie la sabe, ni siquiera los ángeles del
cielo, sino sólo el Padre.” Claro está que Cristo, Hijo de Dios, y un solo
Dios con el Padre, que recibe del Padre toda la naturaleza divina y el
entendimiento y la ciencia divina y, en fin, todo lo que tiene el Padre (Jn. 16,
15), sabe y conoce también el tiempo y la hora de la Parusía. Y si se dice que
no lo sabe, como en San Marcos (13, 32), ha de entenderse que no lo sabe para
comunicarlo y revelarlo a los hombres, según lo declaró ya San Gregorio Magno
(590-604) contra los agnoetas. Porque siendo Él, como es, Cabeza de la Iglesia,
que es su Cuerpo Místico, Él comunica a este Cuerpo Místico la potestad, la
doctrina y la gracia.
Mas este conocimiento del tiempo de la
Parusía no lo comunica ni lo revela y, por lo tanto, este conocimiento no
pertenece en modo alguno al depósito de la revelación. De donde se sigue que
los Apóstoles que, como tales, no predicaban sino lo contenido en el depósito
de la revelación, la doctrina que habían recibido de Cristo, no pudieron en
modo alguno, ni en sus enseñanzas apostólicas, ni en sus escritos inspirados
señalar o precisar el tiempo y hora de la Parusía.
Recientemente con este motivo se
suscitaron algunas opiniones erróneas o inexactas que motivaron algunas
decisiones de la Santa Sede. Porque unos, fundándose quizá en el texto citado
de San Marcos (13, 32) o, más bien, en las sentencias u opiniones de algunos
Santos Padres, pretendieron limitar la extensión de la ciencia humana de
Cristo.
Contra los cuales la Suprema Congregación del Santo Oficio
dio el decreto del 5 de junio de 1918, en el cual, entre otras, prohíbe enseñar
esta proposición: “No es cierta la
sentencia que afirma que el alma de Cristo no ignoró nada, sino que desde el
principio conoció en el Verbo todas las cosas presentes, pasadas y futuras, o
sea todo lo que Dios conoce por la ciencia de visión.” Luego, al contrario,
podemos afirmar con certeza que el alma de Cristo no ignoró nada, sino que
desde el principio conoció en el Verbo todas las cosas presentes, pasadas y
futuras.
El otro error se refiere a las
afirmaciones de los Apóstoles y, en especial, de San Pablo acerca de la
Parusía. Dijeron, pues, algunos, que los Apóstoles y, en particular San Pablo,
en sus escritos inspirados, aunque sin enseñar ningún error, expresaban o
podían expresar su propio sentir acerca de la proximidad de la Parusía. Mas la Comisión Bíblica Pontificia, en sus respuestas
del 18 de junio de 1915, dio las siguientes decisiones:
1ª) Que a ningún exégeta católico le es
permitido afirmar que los Apóstoles, si bien bajo la inspiración del Espíritu
Santo no enseñan error alguno, expresan no obstante sus propios sentimientos
humanos, en los que puede deslizarse error o engaño.
2ª) Que, considerada de una parte la
verdadera noción del ministerio apostólico y la fidelidad de San Pablo en su
misión apostólica, y de otra parte, el dogma de la inspiración, según el cual
todo lo que afirma, enuncia o insinúa el escritor sagrado, lo afirma, enuncia e
insinúa el Espíritu Santo; examinados, además, los textos de las cartas de San
Pablo y su modo de hablar, que concuerda con el de Cristo Señor Nuestro, debe
afirmarse que San Pablo en sus escritos no dijo nada que no esté conforme con
aquella ignorancia del tiempo de la Parusía, que, según dijo Cristo, es propia
de los hombres.
3ª) Que en ningún modo hay que rechazar
como rebuscada o destituida de todo fundamento la interpretación tradicional
fundada en la recta inteligencia del texto griego y en la interpretación de los
Santos Padres, y en especial de San Juan Crisóstomo, sobre el capítulo cuarto
de la primera carta a los Tesalonicenses, en los versículos 15-17. Es de
advertir que en este texto se fundaban principalmente los de la opinión
contraria que rechaza la Comisión Bíblica. Describe este texto la Parusía, y
dice así: “El mismo Señor, con imperio y
con voz de Arcángel y con trompeta de Dios, bajará del cielo, y los muertos en
Cristo resucitarán primero. Después nosotros, los que vivimos, los que
quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al
Señor en el aire” (1 Tes. 4, 16-17).
De este texto pretendían deducir que
San Pablo pensaba que la Parusía había de ser muy pronto viviendo todavía él o
viviendo los Tesalonicenses, a quienes escribía la carta. Mas el texto griego
no dice: “Nosotros, los que vivimos”, los que quedamos, sino que lo dice en
participio: “Nosotros, los vivientes”, esto es, los que vivieren, los que
quedaren. No dice, pues, ni insinúa que la Parusía había de ser pronto o que él
o los Tesalonicenses habían de verla.
4ª) Por último, la hora de la Parusía
será también súbita e inesperada. El día del Señor vendrá como el ladrón. Así
lo dicen San Pedro, 2 Pe. 3, 10, y San Pablo, 1 Tes. 5, 2, y San Juan en su
Apocalipsis, 16, 15, y el mismo Cristo, en su Evangelio, compara el tiempo de
la Parusía con los días de Noé y con los días de Lot, Lc. 16, 26-30: “Y como sucedió en los días de Noé, así será
en los días del Hijo del hombre. Comían y bebían, tomaban esposas y se casaban,
hasta el día que entró Noé en el arca: y vino el diluvio, y los hizo perecer a
todos. Y, asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían y bebían, compraban
y vendían, plantaban y edificaban. Mas el día que salió Lot de Sodoma llovió
fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Así, pues, será el día en
que apareciere el Hijo del hombre” (Mt. 24, 38-39). Será su venida
inesperada como un lazo que vendrá sobre todos los que habitan en la tierra (Lc.
21, 35); será súbita como el rayo que sale del Oriente y se muestra hasta el
Occidente (Mt. 24, 27; Lc. 17, 24).
Podría sí preguntarse cómo es que la
venida de Cristo podrá ser inesperada, siendo así que han de precederle tantas
señales como veremos luego. A esto se responde que será inesperada, según dice
el mismo Cristo, como fue inesperado el diluvio en los tiempos de Noé. Porque
no faltaban ciertamente entonces señales y predicciones del diluvio. Y el mismo
Noé que se lo anunciaba y que por orden de Dios construía aquella gran arca,
para salvarse en ella con su familia y los animales, qué otra cosa era sino una
predicción viviente y continua del castigo de Dios.
Pero los hombres no hicieron caso de
aquellas predicciones (2 Pe. 3, 20) y se fueron acostumbrando a ellas, y así
cuando vino el diluvio les cogió desprevenidos. Y esto mismo sucederá con el
advenimiento de Cristo que, al ver las señales próximas de su venida, la mayor
parte de los hombres, acostumbrados a juzgar de las cosas con criterio
meramente natural, mirarán aquellas señales como fenómenos de la naturaleza, como
efectos de la corrupción y perversidad humana, y así la venida de Cristo les
cogerá de improviso y desprevenidos.
Señales de la Parusía
Aunque Cristo Señor Nuestro dijo que la
hora de su Venida era desconocida, dio, con todo, a sus discípulos, y en ellos
a nosotros, algunas señales por las que pudiese de algún modo vislumbrarse la
proximidad de su Venida. Estas señales son de diversas clases; las unas
remotas, las otras próximas; unas en el cielo, otras en la tierra; unas en la
naturaleza, otras en la sociedad humana. Hablaremos primero de las remotas y
generales, luego de las próximas y más especiales y determinadas.
Señales remotas
Señales remotas de la venida de Cristo
son:
1ª) Las guerras, hambres, pestes,
terremotos, de las cuales, dice: “Oiréis
guerras y rumores de guerras: mirad que no os turbéis, porque es menester que
todo esto acontezca, mas aún no es el fin. Porque se levantará gente contra
gente y reino contra reino, y habrá pestilencias y hambres y terremotos. Y
todas estas cosas son los comienzos de los dolores.” (Mt. 24, 6-7; Mc. 13,
7-8; Lc. 21, 9-11).
2ª) Las persecuciones y martirios de
los Apóstoles y de los Siervos de Dios, de que dice: “Entonces os entregarán para ser afligidos y os matarán; y seréis
aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre.” (Mt. 24, 9; Mc.
13, 13; Lc. 21, 12).
3ª) Los escándalos y persecuciones y
martirios, los odios y discordias: “Y
muchos entonces serán escandalizados, y se entregarán unos a otros, y unos a
otros se aborrecerán.” (Mt. 24, 10; Mc. 13, 12; Lc. 21, 16-19).
4ª) La seducción de los falsos
profetas, como fue, por ejemplo, Mahoma: “Y
muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos.” (Mt. 24, 11).
5ª) “Consecuencia
de todo esto será el acrecentarse la maldad y el enfriarse la caridad: Y por
haberse acrecentado la maldad se enfriará la caridad de muchos. Mas el que
perseverare hasta el fin, este será salvo.” (Mt. 24, 12, 13).
6ª) “Jerusalén
será destruida y será hollada y conculcada por las gentes hasta que se cumplan
los tiempos de las naciones.” (Lc. 21, 20-24).
7ª) La predicación del Evangelio por
todo el mundo: “Y será predicado este
Evangelio en todo el mundo, en testimonio a todas las gentes; y entonces vendrá
la consumación.” (Mt. 24, 14).
Señales próximas en el mundo
1ª) Voces o rumores acerca de la
próxima venida de Cristo, de los cuales dijo el mismo Cristo Jesús: “Entonces si alguno os dijere: aquí está el
Cristo o allí, no lo creáis; porque se levantarán falsos Cristos y falsos
profetas, y darán grandes señales y harán prodigios, de suerte que engañarán,
si es posible, aun a los mismos escogidos. Así, que si os dijeren: He aquí que
en el desierto está, no lo creáis; he aquí que está en los recintos, no lo
creáis. Porque como el relámpago sale del Oriente y se muestra hasta el
Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre.” (Mt. 24, 23-26;
Mc. 21. 22; Lc. 17, 23-24).
2ª) Otra señal será, según las palabras
de Cristo ya citadas, la aparición de falsos Cristos y falsos profetas, que no
serán como Mahoma, que no hizo ningún milagro, sino que harán prodigios o
portentos fingidos y aparentes, con los cuales inducirán a error y engañarán a
los hombres.
3ª) El espíritu de apostasía e
irreligión y de rebelión de que habla San Pablo en su segunda carta a los
Tesalonicenses (2, 3).
4ª) La venida de los dos testigos que,
según la interpretación de muchos Santos Padres, son Elías y Enoc. La venida de
Elías se predice expresamente en la profecía de Malaquías (4, 5-6): “He aquí que yo os envío a Elías el profeta,
antes que venga el día del Señor grande y terrible. Él convertirá el corazón de
los padres a los hijos y el corazón de los hijos a los padres; no sea que yo
venga y hiera la tierra con destrucción.” Y el mismo Cristo Jesús predijo
también la futura venid de Elías (Mt. 17, 11): “Elías vendrá y restituirá todas las cosas.” Elías y Enoc, pues,
predicarán a los judíos y a los gentiles. Estos dos testigos, según dice San
Juan, enviados por Dios, predicarán y profetizarán por mil doscientos sesenta
días, vestidos de sacos:
“Y
si alguno les quisiere dañar, sale fuego de su boca, y devora a sus enemigos. Y
si alguno les quisiere dañar, es preciso que así sea él muerto. Y éstos tienen
poder para cerrar el cielo, que no llueva en los días de su profecía, y tienen
poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con
toda plaga cuantas veces quisieren. Y cuando hubieren acabado su testimonio (esto es, después de los mil doscientos
sesenta días), la bestia que sube del
abismo (esto es el Anticristo) hará
guerra contra ellos y los vencerá y matará, y sus cuerpos yacerán en la plaza
de la ciudad grande, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto donde su
Señor fue crucificado. (Es la ciudad de Jerusalén, pero no la llama así a
causa de su maldad). Y los de los
diversos pueblos y tribus y lenguas y gentes, verán sus cuerpos tres días y
medio, y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en sepulcros. Y los
moradores de la tierra se alegrarán sobre ellos y se regocijarán y se enviarán
regalos unos a otros, porque estos dos profetas atormentaron a los que moran
sobre la tierra. Mas después de tres días y medio entró en ellos espíritu de
vida enviado de Dios y se alzaron sobre sus pies, cayó gran temor sobre los que
los vieron. Y oyeron una gran voz desde el cielo que les decía: Subid acá, y
subieron al cielo en una nube y sus enemigos los vieron. Y a la misma hora fue
un gran terremoto en toda la tierra, y cayó la décima parte de la ciudad, y
murieron en el terremoto 7.000 hombres y los demás, llenos de temor, dieron
gloria al Dios del cielo” (Ap. 11, 3-13).
5ª) En fin, otra señal será el
Anticristo, llamado así por antonomasia, el que San Pablo llama hombre de
pecado o de rebelión e hijo de perdición, “el
que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora,
hasta el punto de sentarse él en el templo de Dios y mostrarse y aparecer como
si fuese Dios; aquel inicuo, cuya venida será, según la operación de Satanás,
con grande poder y con señales y milagros mentirosos y con todo engaño de
iniquidad” (2 Tes. 2, 3-9).
Esta es la bestia de que habla San Juan
en el Apocalipsis, capítulo trece (no que haya de ser una bestia, sino un
hombre malo), la bestia a quien el dragón (el demonio) le dio todo su poder y
su trono y su potestad y una de sus cabezas como herida de muerte, y la herida
de muerte fue curada, “y se admiraron las
gentes de toda la tierra y adoraron al dragón que dio la potestad a la bestia,
y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién es semejante a la bestia? Y ¿quién
podrá pelear con ella?” Cuatro cosas dice San Juan que se le dieron a la
bestia, permitiéndolo así Dios.
– Diósele potestad de obrar durante
cuarenta y dos meses (o sea tres años y medio o mil doscientos sesenta días,
como se dice en otros textos).
– Diósele una boca que habla grandezas
y blasfemias; “y prorrumpió en blasfemias
contra Dios para blasfemar su nombre y su tabernáculo y a los que moran en el
cielo.”
– Diósele, por permisión divina, el
hacer la guerra contra los santos y el vencerlos.
– Diósele, en fin, potestad sobre toda
tribu y pueblo y lengua y gente: “y le
adoraron todos los habitantes de la tierra; todos aquellos cuyos nombres no
están escritos en el libro de la vida del cordero que fue inmolado desde el
principio del mundo.”
A esta bestia, el Anticristo, se añade
la segunda bestia, el Falso Profeta, que será como lugarteniente del
Anticristo. Dice, pues, San Juan, que vio otra bestia que tenía dos cuernos
semejantes a los de un cordero, pero hablaba como el dragón:
“Y
ésta ejercía el poder de la primera bestia en presencia de ella, y hacía que la
tierra y los habitantes de ella adorasen a la primera bestia, cuya herida de
muerte fue curada. Y hacía grandes señales, hasta el punto de hacer bajar fuego
del cielo a la tierra delante de los hombres, y con las señales que hacía
engañaba a los moradores de la tierra, mandándoles que hiciesen una imagen de
la bestia, que tenía la herida de muerte, y vivió (el Anticristo). Y fuele dado que diese espíritu a la imagen de la bestia (sin duda,
por arte diabólico) para que la imagen de
la bestia hable. Y hará que cualesquiera que no adoraren la imagen de la bestia
sean muertos. Y hará que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
siervos, se pongan una marca en su mano derecha o en sus frentes, y que ninguno
pueda comprar ni vender, sino el que tenga la señal o el nombre de la bestia o
el número de su nombre. Y este número es seiscientos sesenta y seis.” Sin
duda, este número es simbólico, como dan a entender las palabras de San Juan
(Ap. 13, 12-18).
Tal es el carácter del Anticristo y del
Falso Profeta y tal es la terrible persecución que levantarán contra los
buenos. Algunos de estos rasgos característicos del Anticristo, las blasfemias
o palabras contra el Altísimo, el conculcar los santos del Altísimo, los
hallamos también en la profecía de Daniel sobre las cuatro bestias (Dn. 7,
23-28). Según esto, será, pues, el Anticristo un rey poderoso que recibirá la
potestad del dragón o del diablo, por permisión divina, que tendrá por
lugarteniente al Falso Profeta y reinará en toda la tierra y será adorado por
todos los habitantes de ella menos por los escogidos, los que tienen sus
nombres escritos en el libro de la vida del Cordero; y por eso perseguirá a los
santos, mas no sin castigo de Dios; pues como allí mismo se dice: “El que lleva a otros en cautividad irá él
en cautividad; el que a cuchillo matare, es preciso que a cuchillo sea muerto” (Ap.
13, 10).
Mas no será el Anticristo el único rey
en la tierra, puesto que San Juan habla también de otros diez reyes que tendrán
poder juntamente con la bestia, los cuales tienen un mismo consejo y darán su
poder y su autoridad a la bestia (Ap. 17, 12-13).
Habrá entonces otras calamidades y
plagas o castigos de Dios que describe San Juan en el capítulo 16, y habrá
también grandes guerras. Porque los diez reyes y la bestia o el Anticristo,
tomarán y asolarán é incendiarán la ciudad de Babilonia, metrópoli del vicio,
la gran ciudad que tiene su reino sobre los reyes de la tierra y con la cual
prevaricaron los reyes de la tierra (Ap. 17), cuya ruina y castigo se describe
en Ap. 18. Por fin, se juntarán los reyes y el Anticristo para pelear contra el
Cordero (Cristo) y el Cordero los vencerá porque Él es el Señor de los señores
y el Rey de los reyes; y los que están con Él son llamados, escogidos y fieles
(Ap. 17, 14).
Y así, dice San Juan que vio tres
espíritus inmundos a manera de ranas que salieron de la boca del dragón y de la
boca de la bestia y de la boca del pseudoprofeta, y que hacían señales para ir
a los reyes de la tierra y de todo el mundo para congregarlos para la batalla
de aquel gran día de Dios Todopoderoso. Y los congregó en el lugar que en hebreo
se llama Armagedón (Har Mageddo:
“montaña de Megido”).
No es probable que el Anticristo y los
reyes y ejércitos se junten para pelear contra Cristo en su persona, puesto que
Cristo estará aún en el cielo; sino más bien para pelear contra Cristo en la
persona de sus siervos y seguidores; lo cual parece indicar que se habrá
formado ya un núcleo de resistencia, de partidarios de Cristo contra el
Anticristo. Probablemente se habrá formado este núcleo en Jerusalén, quizá
entre los judíos convertidos por Elías, y esto parece indicarlo el profeta
Zacarías, capítulos doce y catorce, pues dice que el Señor reunirá todas las
gentes en batalla contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y saqueadas sus
casas y la mitad de la ciudad irá en cautiverio. Y saldrá el Señor y peleará
con aquellas gentes como en el día de su batalla.
“Y
se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en
frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en
medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande”; y luego añade: “Y acontecerá que en ese día no habrá luz clara, ni oscura. Será un
día, el cual es conocido de Jehová, que no será ni día ni noche; pero sucederá
que al caer la tarde habrá luz.” (Zac. 14, 4; 6-7).
Y esto mismo se insinúa en la profecía
de Joel, capítulo 3, donde dice que el Señor juntará todas las gentes y las
hará descender al valle de Josafat, a causa de su pueblo y de Israel, su
heredad. Cuando, pues, el Anticristo con sus reyes y sus partidarios se junten
para pelear contra el Cordero, esto es, contra los seguidores de Cristo, los
judíos convertidos y sus auxiliares, entonces bajará el mismo Cristo para
defender a los suyos, para vencer y quebrantar y derrocar al Anticristo, y
entonces será la Parusía.
Señales próximas en el cielo
A estas señales próximas de la Parusía
en el mundo o en la sociedad humana, se juntarán otras señales en el cielo, que
predijo Cristo en su Evangelio y tráelas también Joel en su profecía. Y luego,
después de la aflicción de aquellos días (la aflicción y persecución del
Anticristo a la que alude el Señor en Mt. 24, 21-22), el sol se oscurecerá y la
luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo y las virtudes del cielo
serán conmovidas (Mt. 24, 29; Mc. 13, 24-25). Señales semejantes antes del día
del Señor las traen también Isaías y Joel en sus profecías (Is. 13, 9-11; Jl.
2, 30-31; 3, 15).
Carácter de la Parusía
Antes de hablar de la misma Parusía o Segunda
Venida de Cristo, bueno es que examinemos el carácter y el fin de esta Venida. En
la Sagrada Escritura suele esta Venida compararse con la siega, después de la
cual se separa el trigo de la cizaña, como en la parábola de la cizaña (Mt. 13,
24-30; 36-43), y asimismo en Mc. 4, 26-29; y en el Apocalipsis se describe al
Hijo del hombre que viene sobre las nubes con corona de oro en la cabeza y con
una hoz en la mano como para segar (Ap. 14, 14-20).
Compárase con la trilla, y así San Juan
nos pinta a Cristo con el ventalle en la mano para limpiar el trigo y separarlo
de la paja (Mt. 3, 11-12). Compárase con la pesca, después de la cual se
escogen los peces buenos y se separan de los malos, como en la parábola de la
red (Mt. 13, 47-50) y en la segunda pesca milagrosa (Jn. 21, 6-11). Compárase a
un banquete nupcial al que son convidados muchos, pero muchos se excusan, y del
cual son excluidos los indignos, como en la parábola de los convidados (Mt. 22,
1-14; Lc. 14, 16-24; Ap. 19, 9) y en la de las vírgenes prudentes y necias (Mt.
25, 1-13). Compárase con un señor, un rey que se va a conquistar y a tomar
posesión de su reino, y que vuelve y pide cuenta a sus siervos del empleo de
los talentos que les dejó (Mt. 25, 14-30; Lc. 19, 12-27). Compárase a un pastor
que discierne y separa su ganado, los cabritos de las ovejas (Mt. 25, 31-46).
Descríbese, en fin, como una guerra contra los enemigos y rebeldes, como aparece
en Mt. 22, 7; Lc. 19, 14-27, y más claramente en Joel 3, 2; 9-13; Zac. 14, 2-4,
y en Ap. 19, 11-21. Tiene, pues, la Parusía o Venida de Cristo un triple
aspecto o carácter:
1°) Carácter de juicio, de discreción y
separación de buenos y malos, y de justa remuneración y retribución de unos y
de otros, como en algunos de los textos ya citados y en algunos otros (Mt. 16
28; Rm. 2, 5-10; 1 Cor. 3, 13-15; 2 Cor. 5, 10; 2 Tes. 1, 7-10.
2°) Carácter de guerra para quebranto y
destrucción de los malos.
3°) Carácter de auxilio y socorro y
salvación para los buenos, como dice San Pablo en su carta a los Hebreos 9, 28.
Cristo se ofreció una vez para quitar los pecados de muchos (en su primera
Venida), la segunda vez sin pecado (esto es, sin ofrecerse por el pecado)
aparecerá a los que esperan en Él para la salud.
De ahí es que el mismo Cristo propone
su venida como un bien y motivo de consuelo para loa justos, como dice en San
Lucas 21, 28. “Y cuando comenzaren a
hacerse estas cosas (las señales próximas de la Parusía de que habló antes), mirad y alzad vuestras cabezas, porque ya
está cerca vuestra redención… Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya
brotan, viéndolos, entendéis de ahí que ya está cerca el verano. Así también
vosotros cuando viereis que acaecen estas cosas, sabed que ya está cerca el
Reino de Dios.”
Según eso, pues, será la Parusía juicio
o separación y debida retribución de los buenos y los malos; ruina y
destrucción de los malos, un banquete de las bodas del Cordero Cristo Jesús con
la Santa Iglesia su esposa, al que serán admitidos los buenos. Pero veamos más
en particular los diversos pormenores de la Parusía.
Venida gloriosa de Cristo
La Parusía no es otra cosa, según
dijimos, sino la segunda venida de Cristo. Vendrá Cristo Jesús del cielo adonde
subió en su gloriosa ascensión (Act. 1, 9-11), mas no vendrá como vino la
primera vez cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, cuando nació
de Santa María Virgen en el portal de Belén y fue reclinado en un pesebre,
cuando, en fin, se hizo en todo semejante a los hombres menos en el pecado, de
tal suerte que era tenido por el hijo del carpintero; antes vendrá y aparecerá
con gloria, con la gloría y esplendor de su divinidad como Él mismo dijo a sus
apóstoles. Y entonces, esto es, después que el sol se oscurecerá y la luna no
dará su luz y las estrellas caerán, entonces aparecerá la señal del Hijo del
hombre (probablemente la Cruz), y entonces lamentarán todas las tribus de la
tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran
poder y gloria (Mt. 24, 30; Mc. 13, 26, y Lc. 21, 27); y lo mismo dijo el Señor
a Caifás: “Desde ahora veréis al Hijo del
hombre sentado a la diestra de la virtud de Dios y venir sobre las nubes del
cielo” (Mt. 26, 64).
Y del mismo modo se describe la Venida
de Cristo en Apocalipsis 1, 7 y en la primera carta a los Tesalonicenses 4, 16
donde dice San Pablo que el Señor, con voz de imperio y con voz de arcángel y
con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Pero entre todas campea la descripción
que de esta Venida nos hace el Apóstol San Juan en el capítulo diecinueve del
Apocalipsis, en donde lo describe como rey guerrero que va a pelear contra el
Anticristo, que juntó sus tropas para pelear con el Cordero, según vimos antes.
Dice, pues, así: “Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que estaba
sentado en el caballo es llamado Fiel y Veraz, y con justicia juzga y pelea.
Sus ojos como llama de fuego y sobre su cabeza muchas coronas y tiene un nombre
escrito que nadie lo sabe sino Él, y estaba vestido de una ropa teñida en
sangre, y llámase su nombre el Verbo de Dios, y los ejércitos del cielo le
seguían, sobre caballos blancos, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, y
de su boca sale una espada aguda, para herir con ella las gentes; y Él las
regirá con vara de hierro, y Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira de
Dios Omnipotente, y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre:
Rey de reyes y Señor de los señores” (Ap. 19, 11-16).
Escolta de Cristo
Pero Cristo no vendrá solo. Como Rey
que es, vendrá acompañado de su corte. Ya San Juan en el texto anteriormente
citado nos le presenta seguido de los ejércitos del cielo. Vendrá el Señor
acompañado de sus Ángeles, como Él mismo indicó al explicar la parábola de la
cizaña (Mt. 13, 41); y más claramente lo dijo en otra ocasión: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de
su Padre con sus Ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras” (Mt.
16, 27).
Asimismo, en los textos evangélicos en
que describe su venida dice que enviará sus Ángeles con trompeta y con gran voz
a congregar sus escogidos (Mt. 24, 31, y Mc. 13, 27). Y San Judas en su carta
trae unas palabras de Enoc, que dice: “He
aquí que el Señor viene con sus santas miríadas a hacer juicio contra todos y a
convencer a los impíos acerca de todas las obras de su impiedad, que hicieron
impíamente, y de todas las cosas duras que hablaron contra Dios los pecadores
impíos” (Jud. 14-15).
Resurrección de los santos y congregación
de los escogidos
Seguiráse después la resurrección de
los santos. Verdad es que acerca de este punto no están de acuerdo los teólogos
e intérpretes, pues que comúnmente dicen que la resurrección ha de ser de todos
juntos y a un mismo tiempo. Pero esto ha de entenderse de la resurrección
general. Mas esta resurrección particular de los Santos será como un
privilegio, y así como resucitó Cristo y con Cristo resucitaron también otros
santos, como dice San Mateo (27, 52-53), los cuales probablemente, como siente Santo
Tomás (S. Th. Sup., 3 p., q. 77, a. 1, ad 3), no volvieron a morir, así también
puede admitirse que cuando aparecerá Cristo en su segunda venida para destruir
el Anticristo, resucitarán por privilegio, no todos los Santos, sino solamente
algunos.
“Vendrá,
pues, el Señor sobre las nubes y acompañado de sus Ángeles con gran poder y
majestad, y enviará sus Ángeles con gran voz y con sonido de trompeta y
congregarán sus escogidos de los cuatro vientos desde un confín de los cielos
hasta el otro confín” (Mt.
24, 31 y Mc. 13, 27). ¿Pero, quiénes son estos escogidos, y de dónde y adónde
se han de congregar?
Estos escogidos de que habla aquí el
Señor son de la tierra y de la tierra se han de tomar, y así parecen indicarlo
claramente aquellas palabras que añadió después: “Entonces dos estarán en el campo, el uno será tomado y el otro será
dejado; dos estarán moliendo en una muela, la una será tomada y la otra será
dejada” (Mt. 24, 40-41 y Lc. 17, 34-35).
Pero, ¿para qué serán tomados y adónde
han de ir? Eso mismo preguntaron los discípulos a Cristo: “¿Adónde, Señor?” Y Él les dijo: “En donde quiera que estuviere el cuerpo allí se congregarán las
águilas” (Lc. 17, 37), que es como si dijera, así como las águilas o los
buitres se congregan alrededor del cuerpo, así los escogidos se reunirán y
juntarán alrededor de Cristo glorioso.
De esta congregación de los escogidos
habla también San Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, pero advierte
que ha de preceder a ésta la resurrección de los que murieron en el Señor. Y
así dice: “El mismo Señor, con imperio y
con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos
en Cristo resucitarán primero; después nosotros los vivientes, los que quedemos
junto con ellos, seremos arrebatados en las nubes por el aire al encuentro del
Señor, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 16, 17). Y lo mismo
dice en la primera carta a los Corintios. Dice que tocará la trompeta y los
muertos resucitarán incorruptos, y nosotros (esto es, los que estuvieren
vivos), seremos transformados.
Según esto, distingue San Pablo
claramente a la venida de Cristo dos clases o suertes de justos que se le
juntarán. Los unos serán los muertos que resucitarán primeramente, resucitarán
incorruptos; los otros serán los vivos, los cuales no morirán, sino que serán
transformados de mortales y corruptibles en incorruptibles e inmortales, y
juntamente con los otros serán arrebatados por el aire sobre las nubes al
encuentro de Cristo.
Pero, ¿quiénes serán estos mortales tan
dichosos que resucitarán entonces o serán transformados? ¿Serán todos los
justos muertos? ¿Serán todos los justos vivos? San Pablo habla en términos
generales, aunque no dice expresamente que hayan de ser todos los justos. Los
textos evangélicos hablan de los escogidos, dicen que los Ángeles congregarán
los escogidos, pero no dicen ni dan a entender que éstos sean todos los justos
o predestinados. Y así de los dos que estarán en un campo dicen que el uno será
tomado con Cristo, y el otro será dejado; no dicen que este otro será
condenado, sino que será dejado.
¿Quiénes, pues, serán estos justos
escogidos, que serán tomados y arrebatados para que se junten con Cristo en su
venida? Si, como es probable, la resurrección de los justos de que habla San
Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, es la que San Juan llama en el
Apocalipsis la primera resurrección, entonces los resucitados, los escogidos
son los que allí dice San Juan. Dice que vio las almas de los degollados por el
testimonio de Jesús y por la palabra de Dios y los que no habían adorado a la
bestia ni a su imagen ni recibieron su marca o señal, en su frente o en su
mano: y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no vivieron
hasta que se cumplan los mil años. Esta es la primera resurrección.
Este texto de San Juan parece indicar
dos clases o suertes de escogidos, los unos son los degollados por el
testimonio de Jesús, esto es, los mártires, o todos o algunos, y en primer
lugar los Apóstoles a los cuales prometió el mismo Cristo que en la
regeneración se sentarían sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel; los otros son los que no adoraron a la bestia ni recibieron su señal,
aunque no hayan sido martirizados sino que estén vivos, pues, de lo contrario,
no había para qué distinguirlos de los mártires. Y de los unos y de los otros,
dice San Juan, que vivieron; de los mártires porque resucitaron, de los otros
porque, aunque estaban vivos, fueron transformados y comenzaron a vivir vida
incorruptible e inmortal.
Derrota y destrucción del Anticristo
Efecto de la Venida de Cristo será
también la destrucción del Anticristo y en general de todas las potestades
antiteocráticas, que se oponen al gobierno de Dios. Vimos ya que el Anticristo
ha de reunir sus reyes y sus ejércitos en Armagedón para pelear contra el
Cordero. Entonces, pues, vendrá Cristo a destruirle y a salvar y librar a los
suyos.
Así lo dijo ya Zacarías, según vimos,
que: saldrá el Señor y peleará contra aquellas gentes enemigas de Jerusalén, y
se afirmarán sus pies en el Monte de los Olivos (Zac. 14, 3-4). Y más
claramente San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses. “Y entonces se manifestará aquel inicuo, al
cual el Señor matará con el soplo de su rostro y lo destruirá con el resplandor
de su venida” (2 Tes. 2, 8).
Y San Juan en el Apocalipsis dice lo
mismo. Después de describir a Cristo Rey de reyes y Señor de señores montado
sobre un caballo blanco, sus ojos como llama de fuego, en su cabeza muchas
coronas, saliendo de su boca una espada aguda para herir con ella a las gentes,
y seguido de los ejércitos y escuadrones celestiales, dice:
“Y
vi a la bestia (el
Anticristo) y a los reyes de la tierra
congregados para hacer guerra contra el que estaba sentado sobre el caballo y
contra su ejército. Y fue presa la bestia y con ella el pseudoprofeta, el que
hacía delante de ella las señales con que engañó a los que recibieron la señal
de la bestia y adoraron su imagen. Ambos fueron echados vivos en un lago de
fuego ardiendo en azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de
la boca del que estaba sentado sobre el caballo, y todas las aves se hartaron
de las carnes de ellos” (Ap. 19, 19-21).
Junto con esta derrota y destrucción
del Anticristo y de las potestades antiteocráticas terrenas, parece probable,
según veremos luego, que ha de ponerse también la atadura y encarcelamiento del
diablo y de las potestades infernales que San Juan pone a continuación:
“Y
vi bajar del cielo un ángel, que tenía la llave del abismo, y una gran cadena
en su mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua (la del paraíso), que es el diablo y Satanás y lo ató por mil años. Y lo arrojó al
abismo, y cerró y selló sobre él para que no engañe más a las gentes, hasta que
se cumplan mil años: y después de esto es necesario que sea desatado un poco de
tiempo” (Ap. 20, 1-3).
Y a esto mismo parece que se refiere
Isaías en su profecía cuando dice: “Ese
día Yahvé pedirá cuentas al ejército de los cielos, allá en lo alto (esto
es, al diablo y a sus ángeles), y aquí
abajo, a los reyes de la tierra (esto es, el Anticristo y los otros reyes
sus partidarios); los juntará a todos y
los meterá en un calabozo, y serán encerrados en la cárcel, y después de muchos
días (los mil años de san Juan),
recibirán su sentencia.”
Reino de los santos
Destruidas las potestades
antiteocráticas y encadenado y encarcelado el demonio, seguiráse luego el reino
de Cristo y de los Santos. Este reino predícelo el profeta Daniel en el
capítulo séptimo de su profecía, en el cual, después de describir aquellas
cuatro bestias que simbolizan cuatro imperios, después de describir los diez
cuernos que proceden de la cuarta bestia, que son diez reyes y el undécimo
cuerno (el Anticristo) que hablará palabras contra el Altísimo y quebrantará a los
santos del Altísimo y pensará que puede mudar los tiempos y las leyes y serán
entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos y medio tiempo (esto es, tres
años y medio) añade que se sentará el juez y le quitarán su señorío para que
sea arruinado y destruido hasta el fin y para que el reino y el señorío y la
majestad de los reinos de debajo de todo el cielo sea dada al pueblo de los
santos del Altísimo, cuyo reino es reino sempiterno, y todos los reyes le
servirán y obedecerán (al pueblo de los santos).
En este texto se predice claramente que
a la destrucción del Anticristo y de las otras potestades antiteocráticas seguirá
no sólo un triunfo, sino un reino de Cristo y de los santos, un reino, que será
sobre la tierra o debajo del cielo, como dice Daniel, un reino en que el poder
será del pueblo de los santos del Altísimo, al cual pueblo todos los reyes servirán
y obedecerán.
Es, por consiguiente, muy probable que,
inmediatamente después de la muerte del Anticristo, no se acabará el mundo,
sino que se seguirá todavía la Santa Iglesia, el Reino de los Santos que
ejercerá la soberanía sobre toda la tierra. Y en este sentido interpretan el
texto de Daniel los mejores y más renombrados intérpretes, Maldonado, Mariana,
Menoquio Tírini, Gaspar Sánchez, Cornelio a Lapide y Kabenbauer. Véase, por
ejemplo, lo que dice Cornelio a Lapide: “Entonces,
destruido el reino del Anticristo, la Iglesia reinará en toda la tierra y de
los judíos y de los gentiles se hará un solo redil con un solo pastor.” [3]
Resurrección Universal y Juicio Final
Seguiráse después la sublevación o rebelión
de Gog y Magog contra la ciudad de los santos, que es probablemente, según
veremos, diversa de la persecución del Anticristo. Luego, más tarde, el fuego
de la conflagración, con el cual serán encendidos y abrasados los cielos y los
elementos, según dice el apóstol San Pedro en su segunda carta (3, 7-12). Y,
por fin, terminará todo con la resurrección última y el juicio final.
Esta resurrección y juicio lo describió
Cristo a sus discípulos, según se refiere en el Evangelio de San Mateo (25, 31-46):
“Cuando viniere el Hijo del hombre, en su
gloria y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria. Y se
juntarán delante de Él todas las gentes y las separará unas de otras como el
pastor separa las ovejas de los cabritos: y pondrá las ovejas a la mano derecha
y los cabritos a la izquierda. Entonces dirá el rey a los que estarán a su
diestra: Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino preparado para vosotros
desde el principio del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed
y me disteis de beber. Y le responderán los justos diciendo: Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? Y
respondiendo el rey les dirá: En verdad os digo, que cuantas veces lo hicisteis
con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. Entonces dirá el
rey a los que estén a su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno,
que está preparado para el diablo y para sus ángeles, porque tuve hambre y no
me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber.” Y ellos le harán
también la misma pregunta que los buenos y Él les dará la misma respuesta: “En
verdad os digo, que cuantas veces no lo hicisteis con uno de estos pequeñuelos,
tampoco conmigo lo hicisteis. E irán estos al suplicio eterno, y los justos, a
la vida eterna.”
Se contiene, pues, en esta descripción,
el tribunal del juez, la congregación de las gentes, la separación de buenos y
malos, el examen de la causa, la sentencia del juez y sus efectos, vida eterna
y suplicio eterno. Más el examen de la causa, que se ciñe y circunscribe a las
obras de misericordia.
Otra descripción del juicio final
hallamos en el Apocalipsis (20, 11-15): “Y
vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él, de delante del cual
huyó la tierra y el cielo, y no fue hallado el lugar de ellos. Y vi los
muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios, y los libros fueron
abiertos: y otro libro fue abierto el cual es el de la vida: y fueron juzgados
los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.
Y el mar dio los muertos que estaban en él; y la muerte y el infierno dieron
los muertos que estaban en ellos; y fue hecho juicio de cada uno según sus
obras. Y el infierno y la muerte fueron echados en el lago de fuego. Esta es la
muerte segunda y el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fue
echado en el lago de fuego.”
Y San Pablo (1 Cor. 15, 24-28) dice
también que Cristo reinará hasta que ponga bajo sus pies a todos sus enemigos,
y la última de todas será destruida la muerte: después de esto Cristo entregará
su reino al Padre y entonces será Dios todo en todos.
Por último, como remate y complemento
de todo, sucederán los cielos nuevos y la tierra nueva de que habla San Pedro
(2 Pe. 3, 13), en los cuales habita la justicia, los nuevos cielos y tierra,
que vio San Juan en el Apocalipsis y la nueva ciudad de Jerusalén, que allí
describe, que bajaba del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido, el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y
ellos serán su pueblo, y el mismo Dios con ellos será su Dios (Ap. 21, 1-27).
Duración del Reino de los Santos
Hemos visto que, según la predicción de
Daniel (7, 26-27), inmediatamente después de la muerte del Anticristo no se
acabará el mundo, sino que seguirá la Iglesia, compuesta de judíos y gentiles y
extendida por toda la tierra, y los santos ejercerán el poder y la soberanía y
a ellos servirán y obedecerán todos los reyes del orbe. Esta interpretación del
texto de Daniel no es universalmente reconocida, pero sí la más común y
autorizada y más conforme a las palabras del profeta.
Pero, ¿cuánto tiempo ha de durar este
reino de los santos en la tierra? Esto es ya objeto de discusión; del texto
daniélico no puede sacarse nada, pues, aunque Daniel dice que su reino será
sempiterno, es porque nos presenta este reino de los santos en la tierra
continuándose con el del cielo, el reino de los santos anterior al juicio
final, continuándose con el de después del juicio. Mas ahora hablamos solamente
del reino de los santos en la tierra, del reino de los santos anterior al
Juicio Final: y éste, claro está que no ha de ser eterno. Pero ¿cuánto tiempo
ha de durar?
Algunos intérpretes, aun de los que
admiten el reino de los santos en la tierra, dicen como Tirini, a Lapide y
otros que este reino ha de durar breve tiempo; otros no hablan de su duración;
otros suponen o afirman que durará largo tiempo; y esto último parece más
conforme con la mente de Daniel, pues que nos presenta un reino en la tierra,
debajo del cielo, y lo contrapone a los otros cuatro reinos antiteocráticos
figurados por las cuatro bestias, que son, según la interpretación común de los
Santos Padres y de los buenos intérpretes, el reino o imperio babilónico, el
medo-persa, el griego y el romano.
Pero, en fin, Daniel nada nos dice de
la duración de este reino de los santos en la tierra. Y, por consiguiente, de
las palabras de Daniel no podemos sacar cuánto durará, si breve, si largo
tiempo. Si, pues, hay otro texto en la Sagrada Escritura que nos determine de
algún modo la duración del reino de los santos, la sabremos, si no, no la
sabremos.
En este punto los milenaristas,
fundándose en el Apocalipsis (20, 1-9), admitieron después de la muerte del
Anticristo un reino de Cristo y de los Santos en la tierra que había de durar
mil años. Pero los milenaristas eran de dos clases. El milenarismo herético y
judaizante, cuyo fundador fue Cerinto, de los que admitían un reino de Cristo
terreno con placeres y deleites materiales y sensuales, o asimismo un reino
judaizante en el que se restablecería la circuncisión y los sacrificios, ritos
y ceremonias de la ley mosaica.
El otro milenarismo admitía un reino
espiritual de Cristo y de los santos en la tierra que había de durar mil años. Este
otro milenarismo, aunque no fue universalmente admitido, estuvo con todo muy
extendido en los primeros siglos de la Iglesia. Y así, milenaristas fueron San
Papías, obispo de Hierápolis; San Ireneo, obispo de Lion, Adv. Haer. (c. 32-36);
San Justino mártir, Dialog. cum Tryph. (n. 80), quien dice que muchos
cristianos, aunque no todos, son del mismo parecer; el Autor de la Epístola de
Bernabé (t. 15), el de la Didascalia, Tertuliano, Adv. Martion (L. 3, c. 24),
San Victoriano, obispo Petavionense y mártir, De Fabrica Mundi; San Metodio,
Conviv. Decem Virginum (Or. 9, c. 5), y Lactancio, Divinae Institut. (Lib. 7,
c. 24), San Zenón, obispo de Verona (Lib. 2, Tract. 6) y otros.
Verdad es que otros Santos Padres no
admiten el milenarismo y aun positivamente lo rechazan y combaten, pero, en
general, atacan y combaten el milenarismo terreno y carnal o el judaizante, mas
no el de Ireneo y Papías. Y así, San Agustín (De Civitate Dei, lib. 20, c. 7),
dice: “Esta opinión (la de los
milenaristas) sería tolerable si juzgasen
que los santos en aquel sábado habían de gozar de delicias espirituales por la
presencia del Señor. Pues que también nosotros fuimos en otro tiempo de esta
opinión; mas como dicen que los que resucitaren se entregarán a placeres
carnales sin moderación alguna, esto no pueden creerlo sino los carnales.” Por
donde se ve que San Agustín rechaza el milenarismo carnal.
Asimismo San Jerónimo, acérrimo
impugnador del milenarismo judaizante, dice del otro milenarismo, en sus Comm.
in Jer. (c. 19): “Y aunque no sigamos
esta opinión, con todo no podemos condenarla, porque muchos varones
eclesiásticos y mártires dijeron estas cosas.” Dos cosas son también dignas
de notarse. La primera es que la Santa Iglesia nunca ha reprobado positivamente
el milenarismo de los Santos Padres y mártires de que habla San Jerónimo. La
segunda, que los milenaristas más antiguos, como fueron San Papías y San
Ireneo, transmiten esta doctrina del reino milenario no como fruto de sus
interpretaciones escriturísticas, sino como enseñanzas recibidas de los
Apóstoles y de los varones apostólicos.
Con todo, no puede negarse que en la
doctrina milenarista se mezclaron y se involucraron con frecuencia otros errores,
que motivaron la condenación de libros de autores milenaristas. Por eso,
prescindiendo de todo lo demás, trataremos solamente esta cuestión: ¿Puede o
debe admitirse entre el Anticristo y el juicio final un reino de mil años, tal
cual lo describe San Juan al principio del capítulo 20 del Apocalipsis? O, en
otras palabras: El reino de Cristo y de los santos, reino de mil años, que
describe San Juan en el Apocalipsis (20, 1-7), ¿ha de ser posterior a la muerte
del Anticristo? La respuesta más probable parece que es la afirmativa, ya se
miren las razones o indicios extrínsecos, o ya se consideren los argumentos
intrínsecos.
Vemos, en efecto, que los milenaristas
más antiguos son San Papías y San Ireneo, los cuales apelan, como dijimos, a
las enseñanzas apostólicas. Ahora bien, San Ireneo es discípulo de San
Policarpo, y San Policarpo y San Papías son discípulos de San Juan Evangelista,
el autor del Apocalipsis. ¿No es, pues, lo más natural que en el Apocalipsis se
halle la misma doctrina que enseñaban San Papías y San Ireneo?
Además, sabido es que muchos
milenaristas se fundaban en este texto del Apocalipsis y, al contrario, Eusebio
de Cesarea, para rechazar el milenarismo, puso en duda la inspiración del
Apocalipsis y negó que fuese escrito por San Juan Evangelista. A esto puede
añadirse la comparación del texto del Apocalipsis con el de Daniel ya citado (Dn.
7, 25-28). En uno y otro texto se describe la destrucción del Anticristo (Dn.
7, 25-26; Ap. 19, 19-21). En uno y otro se predice un reino de los santos (Dn.
7, 27; Ap. 20, 4).
El reino de los santos en Daniel es
posterior a la muerte del Anticristo; es, pues, natural que el reino de los santos
que se describe en el Apocalipsis (20, 4-6) sea también posterior a la muerte
del Anticristo. Pero vengamos ya a las razones y argumentos intrínsecos y
examinemos el mismo texto y la mente de San Juan. Dos cosas principales dice el
texto en cuestión:
1ª) El encadenamiento y encarcelamiento
del demonio. Vio el Ángel que ató al demonio por mil años, y lo arrojó en el
abismo y cerró y selló sobre él para que no engañe más las gentes hasta que se
cumplan mil años; después lo desatarán un poco de tiempo.
2ª) La resurrección y el reino de los santos
con Cristo. Vio las almas de los degollados por el testimonio de Jesús y par la
palabra de Dios y los que no adoraron a la bestia ni a su imagen, ni recibieron
su señal en sus frentes y en sus manos y vivieron y reinaron con Cristo mil
años.
Todo esto puede entenderse de dos
modos:
1º) Unos dicen: Todo esto ya se ha cumplido.
El demonio fue encarcelado y encadenado con la Encarnación o, mejor, con la
Pasión de Cristo, porque entonces fue vencido y ya no puede dañar sino a los
que se le acercan. La resurrección primera de que aquí habla San Juan es la
entrada en el cielo de las almas que gozan de la visión beatífica y reinan con
Cristo y son reverenciados y venerados en la tierra.
2º) Otros, al contrario, dicen que nada
de esto se ha cumplido: todo se ha de cumplir después de la destrucción del
Anticristo. Porque el demonio, aunque con la Pasión de Cristo quedó vencido, no
parece que esté atado y encerrado en el abismo, como lo pinta aquí San Juan;
antes, otros textos de la Escritura nos le presentan muy suelto. Así, San Pablo
dice que nuestra lucha no es contra la carne y sangre, sino contra los
principados y potestades, contra los señores del mundo, de estas tinieblas,
contra las malicias espirituales en los aires -esto es, contra los demonios-
(Ef. 6, 12); y San Pedro pinta al diablo como león rugiente buscando a quien
devorar (1 Pe. 5, 8). De manera que los Príncipes de los Apóstoles no describen
al diablo encerrado y aprisionado en el infierno.
Tampoco parece que la que San Juan
llama primera resurrección haya de entenderse de la vida de gloria de las
almas; porque la palabra resurrección, anástasis,
suele decirse de los cuerpos y no suele aplicarse a las almas y menos a su
entrada en la gloria. Podrá decirse que el alma resucita o se levanta del pecado
a la vida de la gracia (Ef. 5, 14); pero parece violento decir que el alma
resucita al empezar su vida de gloria, pues que sólo resucita lo que murió.
Además de esto, San Juan dice
claramente que vio a los que no adoraron a la bestia, ni a su imagen, ni
recibieron su señal, y que éstos vivieron y reinaron con Cristo mil años; pero
estos que no adoraron a la bestia, ni a su imagen son contemporáneos del
Anticristo que hacía adorar su imagen, como se dice en Ap. 13, 14; luego, si
éstos reinaron mil años, estos mil años han de empezar a contarse después de la
destrucción del Anticristo.
Consideremos, por fin, la mente de San
Juan: cómo entendía San Juan este texto. En cuanto al diablo, distingue él tres
periodos:
1º) Un primer período en que el diablo
está en el cielo o en el aire luchando con San Miguel hasta que es derribado en
tierra, como se describe en Ap. 12, 3-9.
2º) Un segundo período en que el diablo
está en la tierra, período que comienza a lo que parece poco antes de la aparición
del Anticristo (Ap. 12, 13-18), y que dura todo el tiempo de la persecución del
Anticristo (Ap. 13, 4; 16, 13).
3º) Por último, un tercer período en
que el diablo está encerrado en el abismo; lo cual no parece pueda ser sino
después de la destrucción del Anticristo.
Y en cuanto al reino de los santos,
¿qué piensa San Juan? Él dice expresamente que han de reinar sobre la tierra
(Ap. 5, 10). Pero ¿entiende que reinan ya ahora sobre la tierra? Compárese Ap.
6, 9-11 con Ap. 20, 4-6, y la descripción que hace de las almas de los mártires
en uno y otro texto. En el primero de ellos (6, 9-11) aparecen las almas de los
mártires debajo del altar, clamando al Señor con grandes voces y diciéndole: “¿Hasta cuándo, Señor, no juzgas y no vengas
nuestra sangre de los que habitan en la tierra?” Y se les dieron sendas
estolas blancas y se les dice que aguarden un poco de tiempo, hasta que se
complete el número de los mártires.
Y ¿quién dirá que, según la mente de
San Juan, las almas que están aquí clamando al Señor y pidiéndole juicio y venganza
de los que viven en la tierra, y aguardando a que se complete el número de los
mártires, reinan ya sobre la tierra? Si reinan ya, ¿qué piden entonces? ¿Por
qué claman? ¿Qué aguardan? Se dirá que piden la resurrección de sus cuerpos. Se
podrá decir esto, pero no dice esto San Juan, sino que piden juicio y venganza.
Cuán diferente es el cuadro que nos
presenta el capítulo 20, 4-6. Aquí ya no piden ni claman; aquí los mártires han
resucitado y reinan con Cristo; aquí son sacerdotes de Dios y de Cristo y
reinan con Él mil años. Son sacerdotes y el sacerdote no es un alma, es un
hombre, como dice San Pablo (Heb. 8, 3).
Distingue, pues, San Juan claramente
dos diversos períodos, uno antes del Anticristo, antes que se complete el
número de los mártires, en el cual las almas de los mártires claman, piden,
aguardan juicio y venganza (Ap. 6, 9-11); y otro período, después de la
destrucción del Anticristo, en que se les da el juicio y los mártires,
resucitados ya, son sacerdotes de Dios y de Cristo y reinan con él mil años
(Ap. 20, 4-6).
A esto se añade que la persecución del
Anticristo es muy diversa de la de Gog y Magog, ni pueden en modo alguno
confundirse. Porque la del Anticristo es una persecución en que el Anticristo,
que es rey, hace guerra a los santos y los vence y los conculca (Ap. 13, 7 y Dn.
7, 25), pero la de Gog y Magog no es una persecución, es una guerra y rebelión,
en la cual los ejércitos de Gog y Magog ponen cerco al campamento de los Santos
y a la ciudad querida; pero no entran en ella, pues baja fuego del cielo, de
Dios, que los abrasa y consume.
Así que, miradas y consideradas todas
estas razones, parece más probable que el reino de mil años que predice San
Juan en su Apocalipsis ha de ponerse después de la destrucción del Anticristo. Admitido
esto, muchos puntos obscuros del Apocalipsis se esclarecen; de lo contrario,
este libro se convierte en un tejido de incoherencias inexplicables. Y no sólo
el Apocalipsis, sino muchos otros textos bíblicos se esclarecen con esta
explicación.
Afectivamente admitido este reino, se
explica por qué los Profetas con frecuencia, después de describir el juicio,
hablan del reino del Señor. Se explica, por ejemplo, por qué Zacarías (c. 14),
después de habernos descripto a las gentes que se juntan para pelear contra
Jerusalén y al Señor que baja en auxilio de Jerusalén a pelear contra ellas
(que, según vimos, es Cristo que viene a vencer y derrotar al Anticristo),
después de hablarnos de aquel día que es conocido de Dios (Zac. 14, 7 y Mt. 24,
36), y que no es día ni noche, después sigue en el v. 9: “Y será el Señor rey sobre toda la tierra: en aquel día, será el
Señor uno, y será su nombre uno”, y describe luego la situación y la
seguridad de Jerusalén.
Así se explica por qué Joel (c. 3),
después de haber descripto el juicio de Dios contra las gentes, esto es contra
el Anticristo y sus reyes, después de describir las señales próximas de la Parusía,
el sol y la luna que se oscurecen y las estrellas que niegan su luz, luego, en
los versos siguientes, pinta la santidad de Jerusalén y su prosperidad: “Y el Señor bramará desde Sión, y desde
Jerusalén dará su voz: y se conmoverán los cielos y la tierra, mas el Señor
será la esperanza de su pueblo y la fortaleza de los hijos de Israel. Y sabréis
que yo soy el Señor vuestro Dios que habito en Sion, el monte de mi santidad: y
Jerusalén será santa, y los extraños no pasarán más por ella” (Jl. 3,
15-18). Y así podrían traerse otros ejemplos.
Podría, sí, objetarse a todo lo dicho
que el reino que Daniel predice después del Anticristo (Dn. 7, 27) no puede ser
el que predice San Juan (Ap. 20, 4), porque el de Daniel es perpetuo; mas el
del Apocalipsis ha de durar un tiempo definido de mil años (ora se haya de ver
en éste un número exacto o bien un número redondo).
Pero, en realidad, no hay oposición
entre los dos textos. Porque el reino de los santos que describe Daniel es
perpetuo, según dijimos, porque dura en la tierra hasta el fin del mundo y
porque se continúa después en el cielo eternamente. Y en este sentido es
también perpetuo el reino de los santos que pinta San Juan en su Apocalipsis.
Mas éste dice que el reino durará mil años; porque en realidad, durante este
tiempo, el demonio estará encarcelado y encadenado y los santos reinarán
pacífica y universalmente en toda la tierra.
Después sobrevendrá la seducción de las
gentes y la sublevación de Gog y Magog, durante la cual los santos conservarán
su poder y soberanía, puesto que no serán vencidos; pero su reino ya no será
entonces pacífico ni universal como antes; hasta que, castigadas con fuego del
cielo las tropas rebeldes de Gog y Magog, se restablecerá en su primitivo
esplendor el reino de los santos hasta el fin del mundo o hasta el tiempo que
Dios sabe.
Puesto que el fin del mundo no ha de
seguir inmediatamente a la rebelión de Gog y Magog, ya que, después de ésta,
dice Ezequiel, los israelitas pasarán siete años sin gastar otra leña que la de
las armas de los ejércitos de Gog y Magog. Cuánto tiempo haya pues de
transcurrir entre esta rebelión y el fin de los tiempos, es cosa que sólo Dios sabe.
[1] Enciclopedia Espasa-Calpe, Artículo “Parusía”, tomado de: https://radiocristiandad.org/2013/01/16/p-jose-rovira-s-j-parusia/#more-24433 - Texto
publicado en 2018 por la editorial Vórtice
en el libro “El que vuelve”: http://www.vorticelibros.com.ar/libro.php?id=156 - http://millenarismus.blogspot.com/2018/06/el-que-vuelve.html - Este texto
fue revisado, corregido, editado y publicado por Miles Christi el 25/10/2020: https://gloria.tv/post/mAbBjmCqrZjr2vPsFz2vKCGZG
[2] Sobre el Padre Rovira: http://millenarismus.blogspot.com/2016/02/p-juan-rovira-sj.html
[3] “Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos
todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Reino eterno es su
reino, y todos los imperios le servirán y le obedecerán” (Dn. 7, 27).
Cornelio a Lapide comenta: “Digo que es
cierto que vendrá este reinado de Cristo y de los santos, y que no será
solamente espiritual como el que ha tenido siempre en la tierra, cuando
sufrieron persecuciones y el martirio, sino será corporal y glorioso, pues
reinarán gloriosamente con Cristo para siempre. Sin embargo, Cristo y los
santos comenzarán este reino en la tierra, tras la muerte del Anticristo. Entonces,
destruido el reino del Anticristo, la Iglesia reinará en toda la tierra y de
los judíos y de los gentiles se hará un solo redil con un solo pastor, ya que
no dice ‘‘arriba’’ sino ‘‘bajo el cielo’’, es decir toda la tierra, todo el
espacio que se halla bajo el cielo. Luego, un poco después, este reino será
confirmado y glorificado por toda la eternidad.” (Commentaria In Danielem
Prophetam 7, 27)
http://reader.digitale-sammlungen.de/en/fs1/object/goToPage/bsb10624768.html?pageNo=90
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Muchas gracias por la publicación. Un cordial saludo en Cristo y María.
ResponderBorrarhttps://www.youtube.com/watch?v=8AqXvJ7K08k
BorrarRoberto Muñoz
Hace 12 horas
Hermano haz dicho palabras de fuego!!! Así es como nos quiere Cristo, ardientes de amor y fidelidad a El!!! Viva Cristo Rey y su Santa Iglesia!!! Eres un ejemplo hermano!!!
8
Resistencia Católica Tradicional Radio
Resistencia Católica Tradicional Radio
Resistencia Católica Tradicional Radio
Hace 14 horas
Gracias querido hermano, ahora espero la respuesta del enemigo, es que nos denunciaron de Roma ya te contaré
10
Roberto Muñoz
Roberto Muñoz
Hace 14 horas
Estamos juntos en la defensa de la fe!!! Hasta el martirio por Cristo.
6
Fulanito De Tal
Fulanito De Tal
Hace 10 horas
@Resistencia Católica Tradicional Radio Era de esperarse, verse descubiertos y señalados por verdaderos medios católicos ( casi no hay) y no la muchedumbre falsa que los ataca en algunos casos, donde no les duele, lo mismo hacen obispos y cardenales en una labor cómplice de disidencia controlada para mantenernos en su corral "novus ordo".
Había un canal católico verdadero como el tuyo en Colombia que hacia una labor increible por difundir la verdadera fe catolica llamado: "CATOLICOS FIELES A CRISTO" pero el maligno mando cerrarlo y en su lugar y con ese mismo nombre encuentras canales Pro-bergoglio o Ratzinger, todos ellos modernistas. Tienen aún un sitio en Facebook con ese nombre y lo que publican es absolutamente cierto.
Recemos el rosario diariamente y pidamos la intercesión de la Reyna del cielo en esta hora y alegrate, pues es una buena señal si eres perseguido por Cristo el es el camino, la verdad y la vida.
¡ VIVA LA REYNA DEL CIELO !
¡ VIVA CRISTO REY !
Paso enlace al archivo PDF:
ResponderBorrarhttps://drive.google.com/file/d/1DGa19MZzaYa1EsFo-slYLSdWDWGh9DnS/view
https://www.youtube.com/watch?v=-7yCJVvSJD4
ResponderBorrarJuan Manual Leiras
Hace 2 horas
Bergoglio preside la iglesia catolica o la sociedad teosofica?