Hitler junto a su gran amigo y aliado
La conspiración
viperina contra la Italia del lictóreo y su justa causa contra la masonería y
el bolchevismo tuvo un camino en el que se encontraron no sólo miserias humanas
como cierto mariscal Badoglio, sedicentes almirantes como Maugeri, sino también
una fauna de iscariotes de menor cuantía que se escondían en el Fascismo como
Dino Grandi, Galeazzo Ciano, yerno del Duce, e intelectualoides como Giusepe Bottai.
A este círculo siniestro se fueron agregando con el correr del tiempo también
aristócratas corruptos, que rodeaban al pequeño Rey de cuerpo y de alma Víctor
Manuel III, su hijo el Príncipe Humberto y su consorte la Princesa María José de
Bélgica y Piemonte.
El historiador Gaio
Gradenigo nos revela en su importante biografía de Mussolini (edición de 1984)
aspectos que estaban en la obscuridad y que son, para la verdadera historia,
muy importantes. El historiador citado nos señala que, en 1963 el periodista
Pietro Arena publicó, que en el golpe del 25 de julio de 1943 que manchó con un
baldón de oprobio la milenaria tradición de la península itálica participó con
sus intrigas, la princesa María José que llegó por corto tiempo (1946) a ser Reina
de Italia junto a Humberto II su esposo. A raíz de la escandalosa polémica desatada
la ex Reina salió a la prensa y narró sus actuaciones que se remontaban a
octubre de 1942.
Las confesiones de
la pérfida belga que en ese mes y año se entrevistó varias veces y en secreto
con Monseñor Montini (más tarde elevado al Solio Pontificio con el nombre de
Pablo VI) que ocupaba, en ese entonces, y bajo el Pontificado de Pio XII el
cargo de “Sostituto a la Segretaría di Stato”. El citado Monseñor gozaba de la
total confianza de SS Pio XII. Por intermedio de esa alta autoridad Vaticana la
Princesa María José consiguió comunicarse con Myron Taylor, enviado especial
del marrano presidente Roosevelt en el Estado Pontificio y con Sir Samuel Hoare
que, ocupaba en aquel momento, la Embajada inglesa en Madrid.
Tal como lo
anunció a la prensa en 1963 María José obtuvo en sus gestiones total éxito. Así
fue como lo hizo saber al mundo pues los gobiernos de Washington y de Londres
le informaron a través de Montini que veían “con sumo agrado que Italia
abandonara al Eje y por lo tanto el conflicto, “prometiendo tratarla con
benevolencia” y abastecerla de lo que necesitara. Estas informaciones -dice
Gaio Gradenigo- eran trasmitidas al Duque de Acquarone y este, a su vez, le
informaba al Rey Víctor Manuel, que sí sabemos, pensaba en un arrasamiento
total de las instituciones fascistas. Del sujeto de quien tampoco cabe duda
respecto a la idea de un traidor golpe de Estado, frente al enemigo era del
hipócrita mariscal Badoglio.
El miserable
fariseo en una entrevista con la Princesa maquiavélica le dijo textualmente:
“Si el Rey no se decide al golpe de Estado contra Mussolini, lo haré yo, de
acuerdo con el Príncipe Humberto”. No en balde los ingleses acuñarían el
neologismo “to Badogliate” cuyo significado es lisa y llanamente “traicionar”.
En toda esta trama
de intereses tejidos por telarañas de venenosas tarántulas que se extendían desde
Washington a Londres y sin dudas, llegaban a Moscú, donde Stalin preparaba al Partido
Comunista clandestino para los acontecimientos que enrojecerían de noble sangre
fascista el Valle del Po y toda la Lombardía, al promediar 1945, el año trágico
de la derrota mundial.
Los Saboyas no
pudieron retener el trono y pasaron a la historia con el escarnio de cobardes, que
se entregaron con los brazos en alto en el propio campamento inglés junto al
Iscariote Badoglio. (10 de setiembre de 1945). En tanto habían ordenado conducir,
la flota con las banderas a media asta hacia la isla de Malta, baluarte
británico del Mediterráneo. En esos momentos, el Ejército Real se desbandaba
con sus Oficiales que corrían tirando sus chaquetillas y quepís con los símbolos
romanos que deshonraron para siempre.
Lo más
extraordinario de ese año es que el Duce
consiguió poner de pie, en el Norte y en plena guerra, al Estado Italiano para borrar la repugnante
traición, con el aporte de leales como Pavolini, el nuevo secretario del Partido
Fascista Republicano, con la nuevas F.F.A.A. encabezadas por el patriota leal y
heroico Mariscal Graciani quien, en pocos meses presentó más de 600.000
hombres listos para luchar, durante 20 meses, con el fiel aliado germano, enfrentando
el artero zarpazo anglo yanqui mafioso y comunista.
Y dijimos más de
20 meses cuando aludimos a la traición del enano reyezuelo quien, del brazo con
Badoglio llegaba al campamento británico para humillarse. Sin embargo, en ese
párrafo, nos equivocamos feamente. Cuando aludimos a la fecha de la traición
saboya- badogliana, debimos escribir, en honor a la verdad histórica, lo que
estampamos a continuación. ¿Cómo dejar en el olvido el sacrificio de cientos de
miles de Camisas Negras con los guerreros-soldados? ¿Cómo permitir que permanezca por siempre, en
el “río de las sombras” el sacrificio de la itálica gente a lo largo de 39
meses? ¿No es desgarrador, dejar sin citar a los valientes de Albania, de
África y Rusia, los marineros, y los aviadores? ¿Tuvieron algo que ver acaso con
el cerdo Badoglio, y con el pequeñísimo Víctor Manuel que se hacía llamar “Rey
Soldado”? Solo pelearon hasta morir por el gran hombre, y fiel Duce que
se llamó Benito Mussolini.
Ahora un
paréntesis para permitir el paso a nuestro objetivo. Éste es volver unas
semanas atrás, para mostrar la horrible faz de la traición, cuyo INRI fue la
fecha trágica: 25de julio de 1943. Para ello, espiritualmente y a nuestra mesa está
el Duce, y sobre ella, su invalorable libro que el lector conoce y que lleva
por título “Historia de un Año”.
El 24 de junio de
1943 la situación militar se había agravado. La traición se estaba poniendo en
marcha y el Duce ya tenía cabal conocimiento de los renegados. En ese día, solo
un mes antes del 25 de julio, la sombra de la duda se ensanchaba sobre otros
que parecían leales y que para peor tenían puestos de mando, por ello estaban
más próximos a Mussolini. En esa jornada habló en el Directorio Fascista. De
ese discurso y entre los temas de la guerra dijo que algo que mostraba todavía
su fe en la Italia romana. Así dijo: “Existen los vacilantes y no hay porque
maravillarse: Cristo no tuvo más que 12 discípulos y estuvo cultivándolos
durante tres años con una predicación sobrehumana, a través de las requemadas
colinas de Palestina. Y sin embargo a la hora de la prueba, le traicionó uno,
por 30 denarios, otro le negó por 3 veces, y algunos más no sabían, por temor a
los judíos, donde establecerse para no negar su Fe”.
El 18 del fatídico
mes julio Mussolini habló por última vez en su vida desde el balcón del Palacio
Venecia donde durante 20 años tuvo su despacho. Desde allí había mostrado para
los siglos que el Fascismo no fue, sino que es, un movimiento con un total y universal
sentido de la vida. Ahora demos lugar a los párrafos esenciales de la histórica
arenga: “En vuestras voces siento vibrar la vieja fe incorruptible, así
como una certeza suprema: fe en el Fascismo, certeza que los sangrientos sacrificios
de estos tiempos duros serán recompensados por la victoria, si es cierto-y lo
es- que Dios es justo y que Italia es inmortal. Hace 8 años estábamos reunidos
aquí, en esta plaza, para celebrar el fin triunfal de una campaña en la que
habíamos desafiado al mundo y abiertos nuevos caminos a la civilización. No ha
terminado la magna empresa: está simplemente interrumpida. Yo sé, yo siento que
millones y millones sufren del mal indefinible de que se llama África. Para
curarlo no hay más que un remedio: volver allá y volveremos. Los imperativos
categóricos de esta hora son los siguientes: Honor a los combatientes,
desprecio a los emboscados y plomo a los traidores de cualquier rango y de
cualquier raza que fueren. Esto no es sólo mi voluntad; es la vuestra y la del
pueblo italiano todo”. Horas después, Roma era bombardeada por los “libertadores”
descargando miles de toneladas de bombas en los barrios obreros.
En esos momentos, el
Duce conferenciaba en Feltre con el Führer. Tal
coloquio fue continuado durante el viaje de retorno en automóvil. Mussolini
despidiéndose de Hitler resumió lo acordado con estas palabras dirigidas al
aliado: “La causa es común Führer”.
Al día siguiente,
Mussolini se dirigió a visitar la estación y los aeropuertos de Ciampino siendo
acogido en todas partes con manifestaciones de simpatía… Cuatro días después estaba
fijada la reunión del Gran Consejo donde los conjurados tenían resuelto mostrar
su bajeza maniobrando con una orden del día para destituir a Mussolini, golpear
mortalmente al Régimen Fascista, haciendo que Italia cayera de rodillas
pidiendo la rendición.
Para estudiar el
tema vamos a consultar la palabra de Mussolini en el citado libro memorial
abriéndolo en el capítulo VI y buscando los puntos fundamentales. Leamos: “En el
pensamiento de Mussolini, la reunión del Gran Consejo debía tener un carácter
confidencial, para que todos pudieran pedir y obtener explicaciones; una
especie de comité secreto. Previendo una larga discusión el Gran Consejo fue
convocado para las cinco de la tarde. Todos los miembros del Gran Consejo
vestían uniforme: sahariana negra. La sesión se abrió a las cinco con toda
puntualidad. Entonces Mussolini comenzó su exposición”. “La guerra -dijo
el Duce- ha llegado a una fase extremadamente crítica. Se ha verificado aquella
hipótesis que parecía y era tenida por todos como absurda, aun después de la
llegada de los EEUU al Mediterráneo; la invasión del territorio metropolitano. Desde
ese punto de vista se puede decir que la verdadera guerra ha comenzado con la pérdida
de Pantelaria. Uno de los fines de la guerra periférica en las costas africanas
era precisamente hacer imposible tal acontecimiento. En una situación como esta,
todas las corrientes oficiales y no oficiales se agrupan contra nosotros y han
producido ya síntomas de desmoralización en las propias filas del Fascismo especialmente
entre los “aburguesados”, que ven en peligro sus posiciones personales…” “Las
críticas de los elementos militares se dirigen de un modo hiriente contra los
que tienen la responsabilidad de la dirección de la guerra. Dígase de una vez y
para siempre que yo no he solicitado en lo más mínimo el mando de las FFAA en pie
de guerra, que me fue encomendado por el Rey el 10 de junio de 1940. Tal
iniciativa pertenece al Mariscal Badoglio”.
Más adelante Mussolini
se refiere al auxilio del III Reich expresando: “En algunos círculos se ha puesto
en duda el aporte alemán. Pues bien; hay que reconocer que Alemania ha venido a
nuestro encuentro de una manera generosa y solidaria”.
Mussolini había
pedido al Ministro competente el estado de las principales materias primas
durante los años 1940, 1941, 1942, y primer del semestre del 43. El total era
imponente. Carbón 40 millones de toneladas, material bélico 2.500.000 toneladas.
Caucho sintético 22 mil toneladas, nafta 421mil toneladas. El aporte para la
defensa antiaérea fue de 1500 bocas de fuego. Es pues falsa la tesis de los
derrotistas, que los germanos no prestaron ayuda necesaria a Italia…
Finalizada la
alocución de Mussolini tomó la palabra Grandi.
Fue la suya una violenta filípica: “el discurso de un hombre que
desahogaba un rencor largamente incubado. Criticó el accionar del Partido sobre
todo la gestión de Starace de quien había sido ardiente defensor. Mi orden del
día tiende a crear un frente nacional que hasta ahora no ha existido,
y no ha existido, porque la Corona se ha mantenido en prudente reserva. Es hora
que el Rey salga del bosque…”
Luego hizo uso de
la palabra el conjurado Conde Ciano para apoyar la orden del día de Grandi
fundamentándose en la historia diplomática de la Guerra. Intervino nuevamente Mussolini
con un “¡Señores atención!” “La
orden del día de Grandi llama a escena a la Corona; no se trata tanto de una
invitación al Gobierno, como al Rey pues bien este puede lanzarme este discurso
y es el más probable. De manera señores del régimen que ahora que veis la
gravedad de la situación os acordáis que existe un Estatuto y un Rey, pues bien,
yo ahora salgo al escenario y acojo vuestra invitación; pero, ya que os consideráis
responsables, aprovecho vuestra maniobra para liquidaros de un golpe”. Luego
del clarísimo y profético razonamiento el Duce agregó: “Los círculos
reaccionarios y antifascistas devotos de la masonería y de los anglosajones
presionarán en tal sentido” “Señores -concluyó Mussolini- ¡Atención!
La orden del día de Grandi puede poner
en juego la existencia misma del Régimen”.
Una de las más
duras respuestas al traidor Dino Grandi fue la del general Galbiatti que refutó
al repugnante derrotismo del nido de las 19 serpientes. Con casi 10 horas de
discusión ya se podía precisar la posición de los diferentes miembros del Gran Consejo:
había un grupo de traidores que habían pactado con la Monarquía, amén de un grupo
de ignaros que se dieron cuenta de la gravedad del momento y sin embargo… votaron.
El Secretario del Partido, Camarada Scorza, dio lectura a la Orden del Día y
fue nombrando a los presentes. 19 respondieron si, 7 no. Hubo 2 abstenciones,
Suardo y Farinaci, que votó su propia orden del día. Mussolini se levantó y
dijo: “Habéis provocado la crisis del régimen. Se levanta la sesión”.
El Secretario, Scorza,
iba a lanzar el tradicional “Saludo al Duce” Mussolini le detuvo: “No. Quedan
dispensados”.
“Eran las 4 de la
mañana cuando el Duce, acompañado por el fiel Scorza abandonó el Palacio
Venecia. Las calles estaban desiertas. Pero parecía sentirse en el aire la
sensación de lo inevitable…”
En esos mismos
momentos el pequeño miserable Víctor Manuel III que había recibido, por Senise,
Jefe de la Policía de Roma y uno de los conjurados, la noticia de lo votado en
el Gran Consejo ordenaba llamar a Badoglio. A los pocos minutos, el ambicioso
bienmandado estaba cara a cara con el Saboya, de quien recibió las siguientes instrucciones:
“La guerra continuará para los italianos y los alemanes, pero al mismo
tiempo tomaremos contactos con los angloamericanos para un pronto armisticio. Liquidaremos
al fascismo y pondremos en la cárcel a los fascistas de primer orden, para no
dar lugar a un contragolpe, se dará apertura a un gobierno, liberal para el futuro,
no por el momento. Usted, Mariscal Badoglio, tal como lo hemos acordado, presidirá
todo el tiempo necesario el gobierno militar”.
En aquel domingo
25 de julio, Mussolini, acompañado de su Secretario, De Cesare, llegó a “Vila
Ada” donde Víctor Manuel III con uniforme de Mariscal lo esperaba en la puerta
principal acompañado por dos oficiales. Una vez en la Sala Principal el Rey, en
un estado de agitación anormal y con palabras entrecortadas le dijo lo
siguiente: “Querido Duce, las cosas no marchan bien. Italia, está que se cae,
la moral del ejército por los suelos… Por lo tanto, he pensado que el hombre
apropiado para el actual momento es Badoglio que comenzará formando un
ministerio de funcionarios para continuar la guerra. De aquí a seis meses veremos…”;
Mussolini respondió: “Adoptáis una decisión de extrema gravedad… La crisis
será considerada como un triunfo del binomio Churchill, Stalin, sobre todo este
último, que presencia la retirada del campo de un enemigo que ha permanecido 20
años en lucha contra él. De todas maneras, deseo buena suerte al hombre que
tome en sus manos las riendas de la situación”.
Eran exactamente
las cinco y veinte de la tarde cuando el Rey acompañó a Mussolini hasta el
umbral de su casa. El Rey estaba lívido y parecía aún más pequeño, casi
arrugado. Estrechó la mano de Mussolini y volvió a entrar. El Duce descendió
por la breve escalinata y se encaminó a su automóvil. De repente un capitán de
carabineros lo detuvo y le dijo textualmente: “Su Majestad me encarga de
proteger vuestra persona”, Mussolini hizo ademán de dirigirse hacia su coche,
pero el capitán, indicándole una ambulancia parada allí cerca, le dijo: “es
necesario subir aquí”. Instantes después, tres carabineros con
ametralladores subieron también al vehículo. El círculo traidor se había cerrado. El Duce estaba
secuestrado. No es descabellado pensar históricamente, que el pequeño Saboya y
su cómplice Píetro Badoglio, urdieran asesinarlo o entregarlo al enemigo.
La noticia de lo
sucedido, sin la mínima ética, en el propio Palacio de Víctor Manuel, circuló
como reguero de pólvora y llegó al Comando del Führer. Éste, indignado dio la
orden perentoria: “El Duce debe ser liberado. El Reich no puede permitir
esa infamia con nuestro amigo y aliado…” El Standarntenfuhrer SS
Ingeniero Otto Skorzeni quien, regresado el Frente ruso por razones
médicas, estaba en Berlín… Dios tenía una importante misión para el Caballeresco
Guerrero…
Luis Alfredo Andregnette Capurro
Desde el Real de la Muy Fiel
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