Este
estudio exegético acerca del famoso Katejon al que se refiere San Pablo en su
segunda epístola a los Tesalonicenses, en relación al advenimiento del
Anticristo y a la posterior Parusía de Nuestro Señor Jesucristo, es un trabajo
notable. Y el tema, huelga aclararlo, de una gran actualidad, puesto que hacia
esos acontecimientos bíblicos nos dirigimos, y a un ritmo vertiginoso, desde el
comienzo de esta crisis “plandémica” global, orquestada por la élite
mundialista luciferina, a la que Dios permite obrar por cierto tiempo, con
vistas a la santificación de los elegidos y al cumplimiento de las profecías
contenidas en las Sagradas Escrituras. Recomiendo vivamente su lectura y
sugiero darle una amplia difusión. Miles Christi - 10/11/2020.
Para
mayor información respecto a la cuestión escatológica:
https://gloria.tv/post/mAbBjmCqrZjr2vPsFz2vKCGZG - La
Parusía
https://gloria.tv/post/bXDWENPk4A9v3gsYbYVgEnBQf - La
resurrección de los justos
https://gloria.tv/post/ftJyC3PNbNf639osinJGaj6bC - Las
Setenta Semanas de Daniel
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I.- Prefacio[2].
Y sí. Todo parece
indicar que, una vez más, la historia se repite. Todo parece indicar que este
pasaje tan famoso, casi devenido un clásico de la escatología bíblica, no está
solo en lo que respecta a falsos
supuestos, porque en definitiva eso y no otra cosa es lo que parece
explicar la gran variedad de opiniones en este tema puntual.
La gran variedad de
opiniones que desde siempre ha existido en la exégesis del katejon, ninguna de las cuales ha sido capaz de aquietar el
intelecto, parece ser un signo
ineludible que la interpretación ha estado yendo por caminos errados, o para
decirlo con las expresivas palabras de Mons. Padovani:
“Todas estas sentencias están viciadas de un
pecado original”.
Después de casi dos
mil años de exégesis, esta confesión del P.
Prat es muy reveladora al respecto:
“¿Cuál
es el obstáculo? Los Tesalonicenses lo habían aprendido de boca del Apóstol,
pero ahora lo ignoramos y todo lleva a
creer que lo ignoraremos por siempre (…) No sólo que no se ha hallado
todavía el obstáculo, sino que dudamos que
alguna vez se lo haya buscado en la dirección correcta”[3].
Entre las numerosas explicaciones
excogitadas (Nuestro Señor, el mismo San Pablo, el decreto inmutable de Dios
que retarda la venida del Anticristo, San Miguel Arcángel, los dos Testigos, la
predicación del Evangelio en todo el mundo, etc.) acaso la más conocida y que
más defensores ha cosechado a lo largo de la historia sea la identificación del
katejon en sus dos vertientes como masculino
y como neutro en las figuras del Emperador y del Imperio Romano.
Pero curiosamente
esta interpretación pudo subsistir a pesar del mentís que la historia le dio. Straubinger, por lo general tan medido
y cauto en sus palabras, la descarta de plano cuando comenta en el v. 6:
“La
antigua creencia de que ese obstáculo sería el Imperio Romano, quedó desvirtuada por la experiencia
histórica y no parece posible mantenerla, pues todos los Padres y autores
están de acuerdo en que se trata de un hecho escatológico”.
Sin embargo, ante el
hecho innegable de la caída del Imperio Romano (y lo mismo dígase incluso del
Sacro Imperio Romano de la Edad Media que perduró hasta los tiempos modernos) algunos
autores buscaron refugiarse ora en el poder espiritual o sea en la Iglesia
(Santo Tomás), ora en los estados cristianos y en el orden romano (Bover, Castellani, etc.).
Pero cualquiera puede
ver que esto no es más que una fácil escapatoria ante el evidente error
exegético de algunos Padres que fueron llevados a esta conclusión, lo cual es
de suma importancia señalarlo, más por una mala exégesis del Profeta Daniel que
por el texto mismo de San Pablo.
Esto es observado
incluso por Beda Rigaux en su (flojita) tesis doctoral:
“La
opinión de los Padres no puede llamarse tradicional a menos que provenga
realmente de una tradición y no si es debida a una conjetura exegética, como
bien parece ser el caso. Según el mismo
Vosté, en efecto, esta pretendida tradición apostólica tendría por fundamento
una falsa interpretación de Daniel. Tertuliano sería el primer escritor
eclesiástico que habría propuesto la interpretación κατέχον = imperio romano. Pero según
él y otros, el Imperio romano está figurado en Daniel por la cuarta bestia, que
representa el poder más férreo contra los santos. A sus ojos, Roma debía ser el
último imperio antes del fin del mundo, y muy naturalmente, el Anticristo no podría venir más que después de su caída”[4].
Siendo esto así, ¿qué
podremos decir del katejon?
II.- A modo de introducción.
Tal vez no estará de
más recordar en breves palabras la ocasión o contexto de esta segunda carta a
los Tesalonicenses.
La Iglesia de
Tesalónica, si bien no fue la primera fundada por San Pablo fue, con todo, la
primera de todas en recibir de su pluma una epístola.
Ambas fueron escritas
desde Corinto, al poco tiempo de haber tenido que huir de Tesalónica y en un corto
intervalo de tiempo que los autores ubican entre los años 51-53.
Después de huir de
Tesalónica a causa de la persecución de los judíos (Hech. XVII), San Pablo permaneció
en Corinto donde esperó a Timoteo, que fue el encargado de llevarle las noticias
sobre la naciente comunidad; pero no fueron allí todas buenas nuevas y es por
eso que San Pablo tiene que escribirles por primera vez, “no sólo para
fortificarlos y exhortarlos
a la perseverancia en medio de las persecuciones, sino también para defenderse
de las acusaciones de sus enemigos, para exhortarlos a llevar una vida
verdaderamente divina, y finalmente para instruirlos sobre la segunda Venida de
Cristo” (Padovani).
La segunda carta, por
su parte, nos muestra a los Tesalonicenses con ideas no sólo erróneas, sino peor
aún peligrosas sobre la Parusía, las que
producían un efecto muy nocivo en la comunidad; en efecto, lo que en la primera
epístola no era más que una inquietud, a saber, la suerte de los muertos en la
Parusía y algunos desórdenes (cap. IV-V), en la segunda ya se ve como un
peligro que hay que desterrar dado que los Tesalonicenses
están inquietos y turbados debido a un grave error sobre la Parusía que además
ha producido consecuencias muy perjudiciales en cuanto a la desidia y pereza de
algunos de sus miembros.
Es, pues, para cortar
de raíz este error sobre la Parusía y su consiguiente efecto práctico que San
Pablo escribe la segunda y corta epístola.
III.- Comentario.
El capítulo I se abre con una salutación
de Pablo, Silvano y Timoteo, seguida de una alabanza por la fe y constancia en
medio de las persecuciones, lo cual da pie al Apóstol para describir la Parusía
y la consiguiente recompensa y castigo prácticamente a través del resto del
capítulo.
El capítulo II es el centro y razón de ser
de la carta, y para poder entenderlo creemos que la clave se encuentra en el v.
6 que debemos citar lo más literal posible.
Y ahora lo que detiene (τὸ κατέχον), sabéis, para que él se revele en el tiempo suyo.
Como se vé, katéjon ha sido vertido por lo que detiene, según la traducción de Jünemann, siempre tan exacta y literal,
aunque volveremos sobre este tema más abajo.
Curiosamente la clave
para entender el katejon no está en
el análisis de este término sino en la parte final: para que él se revele en el tiempo suyo y más en concreto en las
últimas palabras.
Straubinger, al
comentar con su característica y
exquisita prudencia el v. 7, ya había lanzado el grito de alerta a
los exégetas, pero nadie le prestó atención y la gran mayoría dio por supuesto
algo que debió haber probado.
En concreto, al comentar todo este
oscuro pasaje, nos advertía:
“(Es) difícil
saber a quién se refieren cada vez los distintos verbos”.
La gran mayoría de los autores
pareció tomar como algo obvio que la revelación anunciada aquí era la del
Anticristo, pero ¿podemos estar completamente seguros?
El término griego para indicar tiempo no es el mero χρόνος sino
el καιρὸς. Mucho se
ha escrito sobre esto, pero lo mejor será dejar hablar a los autores.
Zerwick, in Lc. XXI, 8 interpreta καιρὸς como tiempo esperado.
Rouiller, en su estudio sobre
el tema, explica:
“El término usado (kairòs) nos envía al designio
de salvación de Dios, a los “tiempos” importantes de este plan libre,
benevolente y sabio”.
Por su parte, R. Peretó Rivas,
en su trabajo sobre el Obstáculo[5],
resume bien nuestra cuestión diciendo:
“Antes
de pasar al siguiente punto, es importante destacar una expresión que aparece en el original
griego y que resulta imposible de traducir con la riqueza que encierra el
original. Nos referimos a kairós, es
decir, “tiempo oportuno” o “tiempo de la salvación” y se distingue, de ese
modo, de kronos, que es pura sucesión.
La tradición bíblica posee un rico desarrollo de esta noción de tiempo. Haré
aquí una breve referencia al mismo según el pensamiento paulino a
fin de comprender más adecuadamente la intención del Apóstol al referirse al
momento en el cual el obstáculo será quitado.
El kairós se asocia, en primer lugar, al advenimiento de Cristo, el
cual se dio en la plenitud de los tiempos, o en el tiempo oportuno. Por
ejemplo, escribe Pablo a los Corintios citando a Isaías: “En el tiempo oportuno
(kairós) te escuché y en el día de la salvación te
ayudé”. Este es el tiempo oportuno, este es el día de la salvación”[6].
El kairós suscita un tiempo nuevo,
una situación que no se había producido hasta ahora, pues, al estar incardinado
en la persona y obra de Cristo, los
dones escatológicos y eternos se encuentran ya presentes entre nosotros.
Al haber
irrumpido Dios en la historia, lo eterno está presente en ella configurando una
nueva época. El kairós es al mismo
tiempo historia y eternidad, un tiempo con plenitud de sentido, pero a la vez
fugaz y contingente, al que hay que estar atento cada vez que aparece. En el kairós neotestamentario desaparece la
tensión griega entre idea e historia. Se trata de un tiempo de plenitud, con
densidad eterna, mientras que la historia que los sucesivos kairoi van delineando, es historia de
la salvación. Por lo tanto, la salvación es temporal e histórica.
Este tiempo presente es el kairós,
es el “tiempo oportuno” que, a la vez que constituye un anticipo de las
promesas, aguarda a la vez la consumación, en una tensión dialéctica entre el
“ya” y el “todavía no”. De este modo, el kairós
no es kronos puesto que pierde el
sentido trágico de caducidad inexorable y se convierte en un tiempo de
construcción y esperanza. Lo que convierte al tiempo en kairós, lo que lo hace oportuno, es la irrupción de Dios en él”.
Pues bien, tenemos hasta aquí la
duda de Straubinger más la interpretación, bastante común, de este término y la
verdad es que ya nada parece ser tan sencillo como antes.
La gran pregunta que todos debemos
hacernos antes de adentrarnos en el estudio del katejon es: ¿le cabe al Anticristo el kairós?
Mucho tiempo ha, un gran exégeta
italiano había ya dado otra interpretación que lamentablemente pasó prácticamente
desapercibida[7].
Mons. Padovani, al
comentar la epístola a los Tesalonicenses, decía con mucha claridad:
“La
sentencia común de los intérpretes afirma que Pablo habla aquí de aquello que
retiene o retarda la aparición del hombre
de pecado, esto, es del Anticristo; lo que esto sea, lo sabían los
Tesalonicenses por lo que les había enseñado el Apóstol en su presencia. Así,
pues, hay que entender el v. 6 según esta sentencia: Y vosotros sabéis
bien, por mi predicación oral, lo que ahora impide o demora la venida del
Anticristo, para que finalmente aparezca a su tiempo. Los intérpretes que defienden esta posición se preguntan cuál sea en
verdad, según la mente de Pablo, lo que retenga la venida del Anticristo, y
sobre ésto se dividen en múltiples opiniones (…) Tan plena variedad de opiniones muestra claramente que sobre este
tema no se puede afirmar nada con certeza, y que sólo se pueden dar conjeturas
más o menos probables (…)
Pero no se debe pasar por
alto una nueva sentencia de algunos intérpretes modernos[8],
que creen que en el v. 6 se habla de lo
que detiene o retarda la venida del Señor; y que esto es el mismo Anticristo,
esto es, todavía no sucedió la aparición del Anticristo, y puesto que el Señor
no vendrá antes que venga el Anticristo, como se dijo en el v. 3, según esta
sentencia así hay que entender el v. 6 y conectarlo con lo que precede:
Y ahora (puesto que os dije que el
día del Señor no vendrá antes que aparezca el Anticristo; lo cual es conforme,
si recordáis, lo que os enseñe en vuestra presencia) ya sabéis lo que retarda la venida del
Señor, para que finalmente aparezca a su tiempo: sabéis, pues, que es el
Anticristo, el cual y en cuanto todavía no apareció”[9].
Estas palabras, que
cambian por completo la exégesis de este pasaje tan famoso de San Pablo,
encontraron algunos tenues ecos.
Crampon da como posibles las dos
explicaciones y al comentar la de Padovani,
afirma:
“Lo que le retiene: según algunos αὐτὸν
(él) se referiría no al anticristo sino a Cristo porque es de este suceso
que se trata antes que nada aquí, y porque el término καιρὸς,
marcando un tiempo favorable, no puede aplicarse a la venida del anticristo,
sino a la de Cristo”.
Notemos también la similitud entre
este versículo y I Ped. I, 5:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que, según la
abundancia de su misericordia, nos ha engendrado de nuevo para una esperanza
viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos; para una
herencia que no puede corromperse, ni mancharse, ni marchitarse, y que está
reservada en los cielos para vosotros los que, por el poder de Dios, sois
guardados mediante la fe para la salvación que está a punto de revelarse
(ἀποκαλυφθῆναι) en (este) último tiempo
(καιρῷ)”.
En definitiva, si el katejon impide no la venida del
Anticristo sino muy por el contrario la de Cristo, entonces deberemos buscar
otra interpretación para este término.
Pero antes veamos lo que dicen los
autores sobre su posible traducción:
Zerwick:
“κατέχον: detengo, inhibo, retardo, impido que se haga
inmediatamente”.
Rosadini:
“τὸ κατέχον… κατέχων: retardo, retengo, impido. Este es el primer significado de la palabra,
que aparece también en Rom. I, 18; Lc. IV, 42, al igual que en los autores
clásicos τὸ κατέχον
es pues un impedimento que ciertamente conocían los Tesalonicenses por la
predicación oral de Pablo”.
Rigaux:
“Τὸ
κατέχον: “Lo
que retiene. Hemos visto en I Tes. V, 21, las diversas acepciones del
verbo: poseer, tomar posesión de,
resistir, detener, tomar prisionero, mantener alejado, impedir (…) Pablo lo
emplea en el sentido de poseer (II
Cor. VI, 10); conservar (Filem. 13); mantener
(Rom. I, 18); retener (I Cor. XI, 2;
I Tes. V, 21; Heb. III, 6.14)”.
Jünemann:
“Lo que le detiene para que sea revelado; lo
que falta, lo que ha de preceder a su aparición”.
Zorell:
“κατ-έχω: Transitivo: 1) Detengo, retengo, inhibo: a) Detengo a alguien para que no
avance; b) impido a alguien;
reprimo, Rom. I, 1 sig. c) Impido,
retardo, impido no se haga inmediatamente: τὸ κατέχον, “lo que detiene”,
a saber la venida del Anticristo y la gran y general apostasía y corrupción, II Tes. II, 6 (el fin de esa demora se
indica con las palabras εἰς τὸ,
etc. (para que, etc.); lo mismo ὁ
κατέχων, en II, 7, “el que detiene” o “cualquiera que detenga”, y
de nuevo hay que suplir el mismo objeto”.
Y sobre el uso del adverbio “ahora”:
Rosadini:
“καὶ νῦν
(y ahora): Este νῦν
(ahora) puede tener un significado
lógico (“consecuentemente”) o temporal (“ahora”, “en el presente”) y no hay ninguna razón para apartarse del
significado primero y natural que es el temporal; mucho más ya que en el
tiempo presente los Tesalonicenses estaban ansiosos, y de este tiempo presente
trataba San Pablo”.
Hasta aquí los autores.
Sin embargo, antes de
pasar a las objeciones, es del todo necesario que continuemos con el v. 7.
En efecto (γὰρ), el misterio ya está obrando de iniquidad; sólo el que detiene
ahora, hasta que del medio surja[10].
Zerwick:
“Μόνον (solo): Falta el verbo. Tal vez “hay que esperar”.
Veamos primero
algunos comentarios de carácter más general:
Padovani:
“Por
misterio[11] de iniquidad no hay que entender como hacen algunos el Anticristo (ya que
entonces no había aparecido, cfr. v. 3), ni a Nerón (que entonces no reinaba), sino con la mayoría “la iniquidad arcana y latente, que alguna
vez (a saber, en el tiempo del Anticristo) se dará a conocer públicamente y se
desencadenará abiertamente (Estio)”.
Rigaux:
“μυστήριον (misterio), una vez en los evangelios, Mc. IV, 11, y en plural en los paralelos, Mt. XIII, 11; Lc. VIII, 10 y en Apoc. I, 20; X, 7; XVII, 7. En Pablo 21 veces. Jamás en sentido de
misterio griego, o religión de misterio. El
sentido general es una cosa, persona, doctrina escondida, inaccesible al
conocimiento humano, sea porque es el secreto del plan divino, Rom. XI, 25, o
el secreto de un acto divino en la Parusía, I Cor. XV, 51. La revelación de
Cristo supone que ha habido un secreto, el secreto de Dios: Col. II, 2. Cf.
Col. I, 26; II, 2; IV, 3. Los apóstoles
son los reveladores de la economía de los misterios de Dios, I Cor. XV, 1.
Lo mismo la epístola a los Efesios hace uno de sus temas favoritos de la
revelación del misterio de Cristo, III, 4, que es el misterio de la voluntad de Dios, I, 9, y el misterio del evangelio VI, 19. Uno estaría tentado de impregnar la
palabra misterio del concepto del secreto divino, de hacer de ella un sinónimo
de evangelio. Pero en I Cor. XIV, 2 Pablo dice que los glosolales dicen
misterios, cosas escondidas e incomprensibles. El sentido no está lejos de I
Cor. XV, 51. Además en I Tim. III, 9, habla del misterio de la fe, genitivo de
aposición que es el contenido de la fe, revelado por Jesucristo. Pero no tenemos ningún paralelo concreto
que arroje mucha luz sobre nuestro texto. El misterio que aquí trabaja, y que
está completamente compuesto de ἀνομία (iniquidad), genitivo de aposición, no puede ser más que la misma ἀνομίας que obra, no en la
plena manifestación reservada a los últimos días al período de la revelación
del Anticristo, sino por caminos que no son comprensibles por los hombres. Así,
Dios tiene su misterio, Satán no está desprovisto del suyo. Su reino en la ἀνομία no surge en el gran día,
sino que se esconde en las vías tenebrosas del mal y de la impiedad”.
“Μόνον ὁ
κατέχων ἄρτι (solo el que
demora ahora): La frase nos parece elíptica. Milligan no lo admite. Tenemos
una construcción paulina paralela en Gal. II, 10: μόνον τῶν
πτωχῶν ἵνα
μνημονεύωμεν, con tal solamente que nos acordemos de los pobres (…) μόνον (solo), aquí como en Gálatas, tiene el sentido de únicamente, es la única condición para
que el ánomos aparezca”.
Sobre la traducción
que hemos dado, algunos habrán notado una variante no menor hacia el final de la frase. Creemos que es
la correcta, pero antes de dar las razones notemos que es, entre otros, la de Straubinger, quien traduce:
“El misterio de la iniquidad ya está
obrando ciertamente, sólo (hay) el
que ahora detiene hasta que aparezca
de en medio”.
Y en su comentario
escribe:
“Hasta que aparezca de en
medio: Otros
traducen: hasta que sea quitado de en
medio, lo cual aumenta aún más la oscuridad de ese misterioso pasaje,
siendo difícil saber a quién se refieren cada vez los distintos verbos. Hemos
de pensar que, si Dios ha querido dejar este lugar en la penumbra, ello es sin
duda porque hay cosas que sólo se entenderán a su hora (Jer. XXX, 24; Dan. XII,
1-10; Apoc. X, 4)”.
Pero pasemos ya sin
mayores preámbulos a la magistral exposición de Padovani (en una nota en su edición de Alápide in loco)[12] que
no tiene desperdicios:
“Los
versículos 6 y 7 siempre incomodaron a los exégetas. La sentencia acostumbrada
afirma que en el v. 6 (y ahora lo que detiene, en griego τὸ
κατέχον,
sabéis, para que él se revele en el tiempo suyo) se
habla del obstáculo que detiene o retiene la aparición del hombre de iniquidad
o Anticristo; el cual aparecerá cuando fuere quitado del medio el obstáculo
mismo (v. 7: sólo que el que
detiene, en gr. ὁ κατέχων,
ahora, tenga hasta que del medio sea quitado, v. 8 y entonces se revelará el inicuo); cuál sea el obstáculo,
aquí, pues, Pablo no lo dice expresamente, pero de su enseñanza oral era
conocida por los Tesalonicenses (v. 5 ¿No
recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía? 6. Y ahora lo que detiene, sabéis). Los
intérpretes tanto antiguos como modernos tienen diversas opiniones sobre cuál
pueda ser la mente y doctrina del apóstol: algunos, pues, creen que es la
Iglesia Católica; otros Cristo o el espíritu de Cristo penetrando las
sociedades humanas; otros la acción que ejerce la Iglesia de Cristo
principalmente por la predicación evangélica; otros la predicación misma del
evangelio que se debe hacer por todo el orbe; otros el imperio romano, o tomado
en sentido propio (por lo general los antiguos), o considerado en su razón
general en cuanto implica la forma del ordenado régimen social (algunos
modernos).
Séame lícito expresar mi
modesta opinión, más acá de cualquier matiz de temeridad, a saber, que todas
estas sentencias están viciadas, por así decirlo, de un pecado original. En
efecto, estas opiniones suponen que Pablo habla aquí de lo que detiene la
venida del Anticristo, lo cual no se da a entender expresamente, sino que se refiere
a la enseñanza que sobre esto ya les había dado oralmente a los Tesalonicenses.
Pero la enseñanza dada
oralmente a los Tesalonicenses, en lo que respecta a este argumento, más bien
repite acá Pablo y nada deja para inferir a sus lectores sobre aquellas cosas
que antiguamente les había enseñado oralmente que no haya repetido aquí por
escrito. Dice, en efecto, en el v. 5: “¿No
recordáis que, todavía estando con vosotros, esto
(advierte esto, ταῦτα)
os
decía?” No dice: ¿no recordáis aquellas
cosas que os decía? Sino: ¿No recordáis que esto
os decía? Esto a saber, lo que escribí en los versículos
precedentes 3-4 sobre el hombre de iniquidad o Anticristo, que debe preceder la
venida del Señor. Cuando el Apóstol agrega en el v. 6: Y ahora (a saber, teniendo en cuenta
aquellas cosas que os repetí por escrito que ya os había enseñado oralmente) lo que detiene (en gr. τὸ
κατέχον),
sabéis, para que él se revele en el tiempo suyo, el significado de τὸ
κατέχον no debe buscarse en otra parte que no sea lo
que se dijo expresamente en los vv. 3-4.
Ya que lo que se propone el Apóstol en
esta perícopa es demostrar que la venida del Señor no es inminente, sino que
debe demorarse (v. 2: no
pronto os mováis del entendimiento como que presente (esté) el día del Señor),
ciertamente el contexto exige que el
objeto que mira τὸ κατέχον y al cual se
refiere el otro miembro del v. 6 (para que se revele en el tiempo suyo) sea la venida del Señor.
De
aquí que el sentido del v. 6 sea: Y
ahora pues (después de aquello que os acabo de decir, que son conformes a
aquellas cosas que os enseñé estando presente) ya sabéis lo que detiene o retarda
la venida del Señor, para que finalmente aparezca en su tiempo; sabed, en
efecto, que es el Anticristo el cual y hasta tanto todavía no apareció.
A
este sentido lo defienden Grimm (Der κατέχον des 2 Thessalonischerbriefes),
Danko (Hist. Rev. N.T.), Simar
(Theologie des hl. Paulus) y el mismo
Cornely (Analyses Librr. sacrr. N.T. ad h.l.) cree que no es improbable.
Ciertamente
este sentido no podría sostenerse si se admitiera la interpretación
acostumbrada del v. 7 (pues el misterio de iniquidad ya está
obrando, sólo que el que detiene
ahora, tenga hasta que del medio sea
quitado), a saber que debe ser
quitado del medio ὁ κατέχων
(ciertamente el mismo que el τὸ κατέχον
del v. 6), antes que aparezca el Anticristo (v. 8 y entonces se revelará aquel inicuo): ¿cómo, pues, se puede decir
que el Anticristo debe ser quitado de en
medio para que aparezca el Anticristo?
Pero
aquella interpretación común del v. 7
no es la única posible. En efecto:
a)
Hay que advertir que en griego faltan
las palabras del versículo 7 que (ut)
y tenga
(teneat), que la Vulgata agregó
(…).
b)
Fácilmente se ve que la conjunción ἕως (hasta) hay que ponerla antes del nombre ὁ
κατέχων (el que
detiene).
(Porque
el misterio ya está obrando de iniquidad; sólo hasta que el que detiene ahora, del medio surja)
c)
La frase ἐκ μέσου γένηται,
que la Vulgata traduce “del medio sea quitado”, bien puede traducirse: del medio
surja o nazca. Además, ἐκ
μέσου se refiere al substantivo precedente τῆς
ἀνομίας, de iniquidad, esto es, nazca
del medio de la iniquidad.
d)
En la primera parte del v. 7, por misterio, que ya obra, de iniquidad,
hay que entender la iniquidad que ahora ejerce su poder en forma oculta y que
luego obrará abiertamente.
Dicho
esto, aquí está el sentido de los vv.
6-8: Y ahora, pues, (después de
aquellas cosas que acabo de decir, que son conformes a las que os enseñé
estando presente) ya sabéis lo que
detiene o retarda la venida del Señor, para que finalmente aparezca a su
tiempo: en efecto, sabéis que es el Anticristo, el hombre de iniquidad, el cual
y en cuanto todavía no apareció. Pues la iniquidad ya ejerce ahora su poder, pero
ocultamente y sólo así, hasta que el que retarda la venida del Señor (esto
es, el Anticristo) surja del medio de esta iniquidad, y entonces se manifestará
aquel inicuo, con y por el cual ejercerá abiertamente la iniquidad su poder”.
¡He aquí una exégesis
literal y sencilla, que no fuerza para nada la historia y que explica sin
problemas uno de los pasajes más oscuros de toda la Biblia!
Al cambiar el
significado del sujeto que debe manifestarse en su kairós, el resto se simplifica notablemente y el misterio
desaparece por completo pues parece que no estuvo sino en la mente de los
exégetas.
Las objeciones que
diversos autores le han hecho a esta hipótesis no harán más que confirmarnos en
esta posición y nos ayudará mucho a profundizar esta exégesis, pero antes
debemos hacer una recapitulación del resto del capítulo que nos servirá para apreciar
mejor su armonía.
Antes que nada, no
hay que perder de vista que el objeto de
la epístola es la Parusía de Nuestro Señor, lo cual se ve ya desde el
mismísimo primer versículo.
1. Os rogamos, hermanos, con respecto a la Parusía de Nuestro
Señor Jesucristo y nuestra reunión a Él
Notan aquí los
autores básicamente dos cosas:
1) El giro, “os rogamos,
hermanos” implica que se va a tratar algo importante (cfr. I Tes. IV, 1; V, 12, etc.).
2) La preposición griega ὑπὲρ,
que la Vulgata traduce mal como per,
debe entenderse no de aquello por lo
cual les ruega, sino aquello sobre o con respecto a lo cual San Pablo les
ruega a los Tesalonicenses.
Padovani resume bien este
último punto:
“Los
intérpretes difieren sobre el valor de ὑπὲρ.
Muchos (Tomás, Estio, Alápide, Calmet, Martini, Curci, etc.) retienen la
versión de la Vulgata “por”, y, por
lo tanto, entienden esta palabra en el sentido de que la venida del Señor y nuestra congregación a Él son aquello por lo cual el Apóstol ruega a los
tesalonicenses que no se muevan pronto,
etc. (v. sig.). Mientras que otros (Bisping, Drach, Van Steenk, Rambaud y
muchos acatólicos), y no sin razón, teniendo en cuenta el significado que
comúnmente tiene la preposición ὑπὲρ en el NT,
la entienden como sobre, con respecto a, y
por lo tanto dicen que el adviento del
Señor y nuestra congregación en Él es aquello sobre lo cual Pablo ruega a los Tesalonicenses, para que no se muevan pronto, etc.,
tal como sigue”.
Rosadini:
“καὶ ἡμῶν ἐπισυναγωγῆς ἐπ’ αὐτόν
(y nuestra reunión a Él), ἐπισυναγωγῆς
significa co-unión, congregación (del verbo ἐπισυνάγω que
aparece en Mt. XXIV, 31 y Mc. XIII, 27 sobre los justos que han
de ser congregados en el juicio final); y esta unión se refiere a aquella de la
que Pablo hablara en I Tes. IV, 14-17
sobre los resucitados y
vivientes transformados, que juntos han
de ir hacia el Señor”.
Rigaux:
“ὑπὲρ determina dos genitivos
tan íntimamente ligados el uno al otro que están unidos por un solo
τῆς
(la). Se trata de la parusía (cf. I
Tes.) y de la reunión al Señor (…) Conservamos, pues, para ὑπὲρ
el sentido de: sobre; marca el doble
objeto del que va a hablar Pablo, sobre el cual, sea por carta, sea por conversación, se enteró que los Tesalonicenses
tenían necesidad de aclaraciones. Es el objeto principal, si no la causa del
envío de esta palabra”.
Rigaux:
“Pablo no dice
solamente la parusía, sino solemnemente la
parusía de Nuestro Señor Jesucristo, Jesús portando todos sus títulos y sobre
todo el de Señor”.
Rigaux:
“La palabra ἐπισυναγωγῆς no aparece en Pablo más
que aquí y en Heb. X, 25: asamblea de cristianos: “no abandonando nuestra
congregación”, relacionado con un contexto escatológico, “según costumbre de
algunos, sino exhortando, y tanto más, cuanto veis acercarse el día”.
La reunión de los fieles en asambleas
evoca la reunión celeste. La palabra se encuentra en II Mac. II, 7: Dios
congregará la congregación de su pueblo. Allí se trata de una congregación
escatológica”.
Rouiller:
“Reunión: puesta en paralelismo sintético;
el uso de este término en los escritos tardíos atravesados con vehemencia por
la esperanza (II Mac. I, 27; II, 7.18),
nos hacen comprender que era apto para traducir la espera escatológica: la
“dispersión” debía llegar a su fin. Por lo demás, Mateo y Marcos usan el verbo correspondiente para evocar la
misma congregación final (Mt. XXIV, 31;
Mc. XIII, 27)”.
Leal:
“A la venida (lit. parusía) y a nuestra reunión: estos dos nombres dependen de la misma
preposición griega y van en genitivo unidos también por un mismo artículo,
porque expresan dos hechos muy ligados entre sí, el doble objeto de que va a
tratar, porque los tesalonicenses necesitaban nuevas luces”.
Leal:
“ἐπισυναγωγῆς
significa: a) la asamblea de la iglesia (Hebr. X, 25); b) el acto de reunir o
de reunirse con alguien (W. Bauer). Es término del lenguaje apocalíptico. Originariamente se refería a la reunión en
los tiempos últimos del Israel disperso (II Mac. II, 7). En la fraseología
apocalíptica designa la reunión de los escogidos al fin de los tiempos. F.
Tillmann relaciona este paso con I Tes.
IV, 15”.
2. que no pronto os mováis del entendimiento, ni os turbéis ni
por espíritu, ni por palabra, ni por epístola, como nuestra: como que presente
(esté) el día del Señor.
Θροεῖσθαι (turbéis): cfr. Mt. XXIV, 6; Mc. XIII, 7.
Señala aquí San Pablo
el objeto de la oración: que no se turben creyendo que la Parusía ya ha
tenido lugar[13],
indicando tres modos por los cuales aparentemente los falsarios habían
embaucado a los fieles de Tesalónica: por espíritu
(es decir, por carismas proféticos) y por alguna palabra ya oral, ya escrita, haciéndoles creer que el Apóstol había enseñado que la
Parusía ya había sucedido.
Como se ve, todo sigue girando sobre la Parusía.
Fillion:
“Hay gradación ascendente en los dos verbos
σαλευθῆναι (mováis) y θροεῖσθαι (turbéis), ambos muy expresivos. El primero marca una agitación profunda y
violenta, especialmente la de las aguas del océano; el segundo se dice de un
gran ruido o de un tumulto que llena de miedo al corazón”.
Padovani:
“Que no pronto os mováis del entendimiento:
esto es, como interpreta Teofilacto: “que no os turbéis ni alejéis pronto de la
mente ni de la sentencia que hasta aquí tuvisteis, permaneciendo en ella
felizmente”. Concuerdan con Teofilacto en cuanto a la substancia S. Tomás,
Estio, Alápide, etc., los cuales por entendimiento interpretan la doctrina que
los Tesalonicenses habían recibido de San Pablo sobre la venida del Señor”.
Padovani (in I Tes.
V, 2):
“El día del Señor: Es una frase de San Pablo muy usada para indicar el día de la segunda
venida o del juicio final (cfr. I
Cor. V, 5; II Cor. I, 14; Fil. I, 6, etc.; cfr. también II Ped. III,
10). Con
mucha razón pues, el día del Señor se dice por antonomasia y según la
excelencia, en cuanto en él se manifestará muy espléndidamente la majestad y
gloria de Cristo, se consumará perfectamente la obra de la redención (por la
retribución del premio, debido a los justos), y todos los enemigos de Cristo
serán evacuados y a Él se le someterán:
cfr. I Cor. XV, 24 ss.”.
Rosadini:
“μήτε δι’ ἐπιστολῆς ὡς δι’ ἡμῶν
(ni por epístola, como nuestra): esta
aposición como nuestra indica que se trata de una epístola que se decía de
Pablo, pero que en realidad no era de él; para precaver estos abusos al fin de
la carta pone el Apóstol, como sello de autenticidad, la salutación con su mano
(III, 17)”.
Rigaux:
“La
demanda de Pablo tiene un objeto. Este es especificado por dos infinitivos. Uno
está en aoristo: σαλευθῆναι.
Han sido turbados, agitados. Es un hecho
y el verbo siguiente en presente muestra que sus efectos duran todavía θροεῖσθαι: alarmados: os pedimos
que no os dejéis agitar, y de no estar en un estado de alarma continua.
Semejante tensión no les deja ya la posibilidad
de ser ellos mismos. Están ἀπὸ τοῦ νοὸς, fuera de su estado mental
natural”.
Rigaux:
“ἐνέστηκεν,
está allí: Toussaint, Biblia de
Jerusalén; es la única traducción posible.
Traducir inminente es un comentario. Pues ἐνέστηκεν no significa
“llegada”, ἔρχεται (I Tes. V, 2); “está cerca”: ἤγγικεν (Rom. XIII, 12); o próximo: ἐγγύς (Fil. IV,
5), sino es venido, está presente. El verbo no reaparece fuera de Pablo más que en Heb.
IX, 9 (…) Se ha adoptado “inminente”, no por razones de léxico o gramática,
sino porque los Tesalonicenses no podían verdaderamente pensar que el día del
Señor ya había realmente llegado. Sin embargo, considerando bien las cosas, el
razonamiento del apóstol toma más fuerza si se le deja a ἐνέστηκεν
todo su valor. Los
agitadores tesalonicenses podían, en su deseo de ver el gran día, decir que
“había comenzado”. Ya estamos en él. Es contra la enseñanza oficial del
apóstol, II Tes. II, 15, y contra sus claras instrucciones, I Tes. V,
1-2, pero es la doctrina a que Pablo les da cabida y ellos mismos la ponen
en práctica: ya no trabajan más: II Tes. III, 6-18”.
Leal:
“El
ruego de Pablo tiene un objeto expresado por dos infinitivos: conmover,
perturbar. El primero está en aoristo;
el segundo, en presente. Se trata de un efecto empezado en el pasado y que
continúa en el presente: σαλευθῆναι
(conmover) se aplica en sentido literal al movimiento del viento en las aguas.
Aquí tiene un sentido figurado y se refiere a la tormenta o impresión del alma;
νοὸς
designa la mente, el buen sentido y la inteligencia”.
3. Nadie os engañe en alguna manera: si no viniere la apostasía
primero y se revelare el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición;
4. el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o
numen; hasta él en el Santuario de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es
Dios-
Ἀνομίας
(iniquidad): cfr. Mt. VII, 23; XIII, 41; XXIII, 28; XXIV, 12;
Rom. IV, 7; VI, 19; II Cor. VI, 14; II Tes. II, 7; Tit.
II, 14; Heb. I,
9; X, 17; I Jn. III, 4. En II Tes. II, 10.12:
ἀδικίας (injusticia). Ver Zac. V, 6; Mal. IV,1.
Zerwick
(Graecitas, 42):
“Una íntima relación a alguien o algo, en nuestra
literatura (griego bíblico), si bien
no exclusivamente, ciertamente en la mayoría de los casos, se expresa
semíticamente por υἱὸς “hijo”,
con genitivo. Este uso ampliado de la palabra υἱὸς se
entiende más fácil donde se trata de la pertenencia a la persona. Así, “hijo”
de alguien se dice de aquel que imita su carácter, costumbres, razón de obrar y
querer y las expresa en su vida. En este sentido se habla de “los hijos de
Abraham” (Gen. III, 7), de “los
hijos del diablo” (Mt. XIII, 38; Hech.
XIII, 10. Cfr. Jn. VIII, 38-39)
y sobre todo de “los hijos de Dios” (Mt.
V, 9.45)”.
Describe San Pablo en
términos muy expresivos la venida de la apostasía y la revelación del
Anticristo, dedicándole a este último aspecto
un mayor desarrollo. Luego veremos por qué.
Straubinger:
“El
hombre de iniquidad (tes anomías), lección preferible a tes hamartías (de pecado), pues coincide
con el “misterio de la iniquidad” (v. 7) ligado íntimamente a él. Judas
Iscariote recibe un nombre semejante en Jn.
XVII, 12. Es creencia general que se
trata del Anticristo, si bien algunos dan este nombre a la bestia del mar (Apoc. XIII, 1 ss.) y otros a la bestia de la tierra
o falso profeta (Apoc. XIII, 11 ss.). Se discute si será una persona
singular o una colectividad.
En todo caso parece que ésta necesitaría siempre de un caudillo o cabeza que la
inspirase y guiase. Pirot, después
de recordar muchos testimonios y especialmente el de S. Agustín que trae como definición del Anticristo “una multitud de
hombres que forman un cuerpo bajo la dirección de un jefe” (cf. Dan. IX, 26), concluye que “el adversario es una serie ininterrumpida
de agentes del mal que se oponen y se opondrán a la doctrina y a la obra de
Cristo desde la fundación de la Iglesia hasta el último día”. Véase I Jn. II, 18-19.; IV, 3; II Jn. 7; II Ped. III, 3; Jud. 18;
Mt. XXIV, 24”.
Rigaux:
“ἀνομίας
(iniquidad): En el N.T. San Mateo es el único evangelista que lo emplea y siempre en
un contexto mesiánico. “Jamás os conocí: apartaos de mí, los que obráis la
iniquidad”, Mt. VII, 23. La
expresión viene claramente del Sal. VI,
9. Al fin del mundo, los ángeles
quitarán del reino todos los escándalos y a todos los que cometen la ἀνομίαν: Mt. XIII, 41. Antes
Jesús les había nombrado los hijos del mal, sembrados por Satán, el enemigo de
los hijos del Reino. El tercer pasaje está tomado del Apocalipsis sinóptico: la
caridad de muchos se enfriará: διὰ τὸ πληθυνθῆναι τὴν ἀνομίαν,
por el exceso de la iniquidad: Mt. XXIV,
12. Los fariseos merecieron el reproche de hipocresía y de ἀνομία,
de iniquidad, lo que muestra cuánto se había separado la palabra de la ley
mosaica para significar otra cosa más profunda”.
Biblia de Jerusalén:
“La apostasía será causada por un personaje que tiene tres nombres y se
presenta, hasta el v. 5 como el gran enemigo de Dios. Es el impío por
excelencia, lit. “el hombre de impiedad” (var. “el hombre del pecado”); el ser destinado a su perdición, lit. “el
hijo de la perdición”: v. 10; Jn. XVII, 12; cf. I Tes. V, 5; el adversario de
Dios, descrito aquí en términos inspirados por Dan. XI, 36 (…) En la
tradición, influenciado por Daniel, este Adversario recibirá el nombre de
Anticristo, cf. I Jn. II, 18; IV, 3; II
Jn. 7. Aparece como un ser personal, que se revelará al fin de los
tiempos (mientras Satán, del cual es el instrumento, obra desde ahora en “el
misterio”, v. 7), ejerciendo contra
los fieles un poder perseguidor y seductor, cf. Mt. XXIV, 24; Apoc. XIII, 1-8, por la gran prueba final a la que
pondrá fin la venida de Cristo”.
Alápide:
“El Anticristo, pues, se sentará en el
templo, esto es, en los templos de los cristianos; o más simple, en el templo de Jerusalén, que era el único
que propiamente era y se llamaba “templo de Dios” en tiempo de San Pablo”.
Rigaux:
“Después
de haber hecho de él un hombre del cual el pecado es todo su ser y cuyo fin es
la ruina, Pablo continúa su descripción y caracteriza aún más a su anti-Dios
por: 1) una oposición orgullosa a todo lo que es divino o sacro; 2) por la toma de posesión del templo; 3)
por la pretensión a la divinidad.
Impío, orgulloso, blasfemo, tales son los rasgos que estigmatizan la horrible
figura”.
Rigaux:
“ὥστε αὐτὸν εἰς τὸν ναὸν τοῦ Θεοῦ καθίσαι
(hasta él en el Santuario de Dios
sentarse): “Estas expresiones, estas tradiciones miran aquí, sin dudas, al
Templo de Jerusalén. 1) El verbo καθίσαι (sentándose) se entiende de un lugar bien determinado. 2) Los
artículos τὸν
ναὸν τοῦ
θεοῦ
indican que se trata del templo por excelencia del verdadero Dios y, en tiempos
en que Pablo escribía, el
santuario seguía en pie, y no se había consumado la ruptura entre los judíos y
los cristianos, sobre todo en Jerusalén. 3) Todo el pasaje depende de Daniel en donde el templo profanado es
el de la ciudad Santa. 4) Nuestro pasaje es paralelo a la abominación de
la desolación anunciada en Mateo
y Marcos.
Pero por este rasgo Pablo no afirma que el templo durará
hasta el fin de los tiempos (…) sentarse en el templo es para él una atribución divina. El Santo de los
santos es la propiedad y habitación inviolable de Dios. El santuario es el
lugar donde los fieles van a adorarlo y le solicitan favores. Usurpar el lugar
de Yahvé, desalojarlo de su habitación, es el acto más abominable que pueda
cometerse contra Él “a fin de hacerse pasar por Él” (…)
El sentido sentarse en la iglesia debe ser
rechazado; es claro que el Anticristo, para Pablo, es agente de apostasía, pero
la iglesia que pusiera otro Cristo a la cabeza de la iglesia ya no podría
llamarse la iglesia de Dios. Hay que juzgar
según la perícopa entera”.
Buzy:
“En la descripción del adversario vemos de nuevo el procedimiento paulino de los elementos
convergentes, aquí en número de a tres: un calificativo
de naturaleza (el hombre de iniquidad),
un calificativo de destino (el hijo de perdición), un calificativo de personalidad (el adversario que se eleva sobre todo lo que se llama Dios u objeto de culto)”.
Teodoro de Mopsuestia:
“Con estas palabras muestra que la idolatría que el diablo estableció, él mismo cuando venga la
destruirá y deshará al venir toda herejía que opuso a la palabra de la verdad,
para que así los hombres reconozcan que fue borrada no por ellos mismos sino
por el autor de los errores. El diablo construyó estos errores por partes,
apartando de Dios e introduciendo su culto poco a poco, de forma que cuando
llegue el tiempo determinado, encuentre a los hombres en el error y destituidos
del divino auxilio, y de esta forma creerá lograr más fácilmente su fin, a
saber, que sea adorado por todos los hombres. Pues como es el andamiaje de
una bóveda, así las herejías son al diablo, tanto (las herejías) entre los
Gentiles como (las herejías) entre los cristianos. Así como donde el arco está
completo y consta de su estructura, al quitarse el cimiento el arco permanece
firme e íntegro, así el diablo pone todas las herejías y los diversos géneros
de errores como un cimiento, sobre el cual establecerá el arco, a saber, su
culto, para que cuando condene y borre
todas las herejías, permanezca, sin embargo, solamente este culto entre los
hombres”.
Leal:
“Antes tiene
que venir…: a la parusía tienen que preceder la apostasía y el hombre
impío. Sólo afirma la precedencia de estas dos señales, pero no determina
el espacio que mediará entre las señales y la parusía. Aunque la apostasía es
enumerada antes que el impío, no se trata de señales sucesivas ni se afirma que
la apostasía haya de preceder al impío. Las dos señales pueden referirse a
un mismo período, y la apostasía puede ser obra del impío. En el v. 6 sólo
recoge, para explicarla, la señal del impío, porque la apostasía forma un todo
con él”.
Leal:
“La apostasía: con artículo tiene un sentido determinado, que puede relacionarse con
Mt. XXIV, 11-24. Aunque puede tener
un sentido general de defección, aquí reviste sentido exclusivamente religioso
y evangélico. Se trata de una defección y enfriamiento concreto de la fe en
Cristo. A partir de I Mac. II, 15,
“la apostasía” entra como elemento normal en las descripciones escatológicas.
Pero Pablo la propone aquí como una señal previa a la venida de Cristo y a
nuestra reunión con él. Esto nos
remonta al final de los tiempos y nos coloca en el plano de la historia
cristiana. En la antigüedad se ha
identificado la apostasía con el anticristo mismo: Ireneo, Tertuliano,
Crisóstomo. Es más general considerar la apostasía como obra del propio
anticristo, bien sea el conjunto de las herejías (Cirilo de Jerusalén), bien el
conjunto de la perversión moral (Teodoro de Mopsuestia, San Agustín, Santo Tomás,
Nicolás de Lira). Algunos piensan en la escisión del imperio (Teofilacto,
Eutimio Zigabeno, Pelagio, Alápide) (…) Por otro lado, al final de los tiempos
parece que Israel, como pueblo, se convertirá, y su conversión supondrá un
reflorecimiento general del cristianismo (Rom. XI, 12.25-27).
Leal:
“El hombre impío”: lit. “el hombre de la
impiedad”: Por el hecho de llamarlo
hombre, parece que no se puede identificar con el diablo. En el v. 9 se le
distingue también de Satanás, ya que obra por influjo suyo. La descripción de
su maldad cuadra solamente con un hombre por su carácter tan sensible”. El hijo de la perdición: es otra
denominación bíblica del mismo personaje humano. Este es un calificativo de
destino, mientras el primero lo es de ser y naturaleza. En el v. 8 se dice que
Jesús lo aniquilará.
Y en el v. 10, que su influjo llega solamente a los que perecen. La perdición
no es un lugar, sino un estado, lo contrario de la vida, de la salvación, de la
gloria”.
Leal:
“El que se opone y rebela: dos participios con un solo artículo,
porque designan una misma idea y se refieren a la misma persona: al hombre
impío, con dos adjetivos calificativos”.
Leal:
“Sentarse en el templo: Ireneo lo refiere al templo de Jerusalén
(…) como la expresión entra en la
fraseología apocalíptica y está tomada de Daniel, tanto el templo como sentarse
tienen un sentido particular concreto, que nos pone en el templo por
excelencia, el de Jerusalén, como símbolo del trono de Dios, de su gloria y de
sus derechos”.
Staab:
“Una
vez que recomienda con toda seriedad que en ningún caso se dejen engañar por
nadie, afirma luego positivamente que el
Señor no vendrá mientras no se cumplan algunos hechos concretos, los signos que
precederán a la parusía.
El
primero de éstos es “la apostasía”. Se
trata, seguramente, de una apostasía de grandes proporciones en el seno mismo
del cristianismo. Algunos padres, es cierto, pensaron que el Apóstol se refería
aquí a algún hecho de carácter político, concretamente a una sublevación del
pueblo judío contra la dominación romana; pero la historia se ha encargado de
contradecirlos. De la apostasía se ocupa Pablo más ampliamente en II Tim. III,
1-9; el anuncio hace pensar también en el discurso escatológico de Jesús, donde
se habla de la aparición de falsos mesías y profetas, que seducirán a muchos y
harán sobrevenir tiempos en que se enfriará y reinará en su lugar la impiedad y
el odio (Mt. XXIV, 4.5.10-12). Se puede tener la certeza de que Jesús y Pablo
se refieren a un mismo acontecimiento, confirmándose así una vez más que la
enseñanza del Apóstol se inspira en la profecía de Jesús.
El
segundo signo es la aparición de un
rival de Dios y de Cristo. No es él el autor de la gran apostasía, sino
aparece más bien como su punto culminante y está destinado a tener un fin
espantoso al momento de la venida de Cristo”.
5. ¿No recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía?
Lo que sí todos recordamos es el lamento de San Agustín, casi desgarrador, y
devenido clásico:
“Y
porque dijo que lo sabían ellos, no quiso manifestarlo expresamente. Nosotros, que ignoramos lo que aquéllos
sabían, deseamos alcanzar con trabajo lo que quiso decir el Apóstol, y no podemos…”.
Pero… ¿y si, como ya
vimos más arriba por la cita de Padovani, San Pablo sí nos dijo, al igual que a
los Tesalonicenses, cuál era el katejon…?
Antes de continuar, es
preciso notar en este versículo, siguiendo a los autores, un par de cosas:
I) La elipsis de todo este pasaje:
1.
Os rogamos, hermanos, con respecto a la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo y
nuestra reunión a Él
2.
que no pronto os mováis del entendimiento, ni os turbéis ni por espíritu, ni
por palabra, ni por epístola, como nuestra: como que presente (esté) el día del Señor.
3.
Nadie os engañe en alguna manera: si no viniere la apostasía primero y se revelare
el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición;
4.
el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen; hasta él en
el Santuario de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios.
5.
¿No recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía?
En lugar del v. 5, San Pablo debió haber terminado
la frase que dejó inconclusa y decir, palabras más, palabras menos[14]:
“Si
no viniere la apostasía primero y se revelare el hombre de la iniquidad, el
hijo de la perdición… no vendrá el día
del Señor”.
II)
En segundo lugar, y seguramente como causa del punto anterior, parece haber en
el Apóstol una cierta impaciencia en sus
palabras. Impaciencia que denotaría casi una queja contra los Tesalonicenses por no recordar su prédica.
Esto
parecería corroborarse, además, si tenemos en cuenta la I Epístola, pues, como lo indica agudamente el P. Prat[15]:
“Es muy probable que el Apóstol responda a
una pregunta formal de los Tesalonicenses, de la cual Timoteo pudo haber sido
el intermediario. La transición brusca y la fórmula rígida repetida dos veces:
“con respecto a los muertos… (IV, 13)[16] con respecto a los tiempos y circunstancias”
(V, 1), recuerda exactamente las respuestas a las dudas de los Corintios. La
diferencia entre las dos partes de esta consulta teológica está en que la última se contenta con hacer el llamado
a los recuerdos de los neófitos y no nos deja esperar enseñanzas nuevas,
mientras que la primera promete una revelación “en nombre del Señor”.
Es
decir, se entendería más fácilmente la
impaciencia del Apóstol si ya en la primera epístola les hubiera indicado que
sobre el tiempo de la Parusía ya les había dicho todo lo que necesitaban saber.
Esto
es lo que dan a entender diversos autores:
Zerwick:
Ἔλεγον:
“decía (¡una y otra vez!)”.
Rigaux:
“Ἔλεγον
(decía): “El imperfecto puede significar actos repetidos: os decía a menudo (Fil.
III, 18), o abundantemente o tenía la costumbre de deciros”.
Padovani:
“Les
hace recordar aquellas cosas que, mientras estaba en Tesalónica, ya les había
enseñado sobre esto. La forma de la
oración en interrogación muestra que Pablo les dice esto con cierta reprensión
ya que los Tesalonicenses, no atendieron a lo que habían aprendido del apóstol
y prestaron oídos a los pseudo-doctores”.
Orchard:
“Es evidente que cuando San Pablo en
persona les instruyó, les había explicado cuidadosa y ampliamente (cf. I Tes. V, 2) la doctrina apocalíptica de Mt. XXIV y Dan. VII, 25 ss; XI, 36 ss”.
Rigaux:
“El
versículo 5 termina la primera parte de la sección sobre el día del Señor apelando
a la memoria de los Tesalonicenses. Cuando Pablo estaba con ellos ya les había
dicho. Hay más que una interrogación
oratoria en la forma de la frase. Pablo
no dice: vos sabéis ni os acordáis. Está muy cerca de la impaciencia.
Dice más o menos: tenéis que acordaros.
Es, pues, evidente que la enseñanza ordinaria de Pablo, desde la primera
evangelización de una ciudad, implicaba las doctrinas sobre el retorno de
Jesús, el día del Señor, su venida repentina, los signos que acompañarían estos
sucesos: apostasía y revelación del hombre de iniquidad”.
Fillion:
“El apóstol se interrumpe vivamente para
recordar a sus lectores que su enseñanza oral había tratado sobre estos
diversos puntos. Hay evidentemente un
reproche en esta pregunta: si los Tesalonicenses se hubieran acordado, no
hubieran creído que Cristo estaba por aparecer pronto, y no se hubieran librado
a inquietantes preocupaciones”.
Staab:
“Este cuadro del futuro no anuncia, en
realidad, nada nuevo a los tesalonicenses; ya en su predicación oral les ha
hablado de todo esto, y ahora no hace más que recordárselo. La observación
demuestra que era costumbre de Pablo incluir en su predicación, ya desde el
principio, lo referente a los problemas escatológicos más importantes: el retorno
glorioso del Señor y los hechos que le preceden, a saber, la gran apostasía y
la aparición del hombre impío”.
Habiendo dado los
trazos generales de la exégesis de Mons. Padovani más un resumen de los
primeros versículos, es necesario que profundicemos un poco más los conceptos y
aclaremos algunas cosas antes de pasar a las objeciones.
***
Después de lo dicho
hasta aquí tenemos que analizar con más detalle los vv. 3-7, pues todavía hay cosas por aclarar.
3. Nadie os engañe en alguna manera: si no viniere la apostasía
primero y se revelare el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición;
4. el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o
numen; hasta él en el Santuario de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es
Dios.
5. ¿No recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía?
6. Y ahora
lo que detiene, sabéis, para que él se revele en el tiempo suyo.
7. En efecto, el misterio ya está obrando de iniquidad; sólo el
que detiene ahora, hasta que del medio surja.
a) Katejon como neutro y masculino.
Conocida es la
distinción que los exégetas han visto (o procurado ver) entre el katejon neutro y masculino (lo que y el que detiene, respectivamente), dando para ambos términos dos
interpretaciones diversas que los habituados a la exégesis de este capítulo
conocerán de sobra, pero de nuevo tenemos que decir que nos parece estar ante
otra suposición.
Antes de meternos de
lleno en el tema, notemos tan sólo algunas interpretaciones de carácter más
general que se acercan más de lo que parece a primera vista a nuestra posición,
tal como luego veremos en el punto siguiente:
Zorell:
“κατ-έχω: Parecería que la mejor es la
sentencia de los Padres, según la cual el imperio Romano es τὸ
κατέχον, y el Emperador ὁ
κατέχων (…), para otros como Reischl,
Crampon, Griesbach, τὸ κατέχον es la apostasía, ὁ κατέχων el hombre de pecado
(v. 3), lo que retarda el día y venida del Señor”.
Crampon:
“Lo
que retiene, versículo 6, es pues el conjunto de las condiciones previas a la
venida de Cristo, es decir, la apostasía y la aparición del anticristo. El que lo retiene: es el anticristo que debe,
antes de la venida de Cristo, salir del
medio de la humanidad entrenada por el espíritu anticristiano”.
¿Cuál es, nos preguntamos antes que nada, la necesidad de multiplicar los
significados cuando gramaticalmente nada lo exige?
Creemos que no hay que pasar por alto esta atinada observación de Beda
Rigaux[17]:
“Pablo habla al comienzo de τὸ
κατέχον y luego de ὁ
κατέχων ¿Qué se puede
concluir de esta alternancia del neutro y del masculino? La mayoría de los
autores ven aquí un cambio intencional y suponen dos entidades distintas bajo
esta doble denominación: al neutro correspondería un príncipe o una
colectividad; al masculino,
un representante típico de uno u otro. Por ejemplo, el κατέχον sería el
imperio romano, el κατέχων el emperador; o bien el primero sería la
actividad apostólica, el segundo las obras del Evangelio. Cuando hay penuria
de índices en defensa de una hipótesis, la menor indicación es preciosa; aun
así no hay que subestimar el valor. En sí, el cambio de género no hará
inclinar jamás la balanza en favor de una u otra opinión: todos la explican
de una manera plausible. En el fondo, todos infieren dos cosas diferentes: el κατέχον
y el κατέχων son dos entidades distintas; una es impersonal y la otra
personal. Remarquemos en primer lugar que fuera del cambio de género,
nada autoriza a interpretar ambos términos en un sentido diferente. Además, la actividad
del κατέχον y del κατέχων es la misma. El primero impide la parusía del
hombre de pecado; el segundo el pleno desarrollo de la iniquidad, que debe
desembocar en la venida del impío[18].
En fin, el neutro puede ser empleado
con un significado masculino ¿No decimos acaso indistintamente en la lengua
corriente: “lo que me impide hacer esta acción es tal persona” o bien “el
obstáculo a mi actividad es tal o cual”? ¿Además, no es osado apoyar la
distinción de dos entidades basado en una distinción de género tan poco
pertinente? ¿No hay una forma mucho más adecuada de explicar este cambio
súbito? Suponiendo que bajo el κατέχον y el κατέχων no haya más que una sola
entidad ¿no se podría explicar de una manera satisfactoria la diferencia de
género por la indeterminación de este “reteniente” y por la precipitación en la
enunciación de las ideas? Pero en este caso parece más natural hablar de una
persona en neutro que de un ser personal en masculino[19],
sobre todo si, algunos instantes antes, viene de emplear el género que conviene.
A menos que en el segundo caso el Apóstol no haya querido emplear un giro
más vivo, ¿no es normal que un pensamiento, expresado al principio confusamente,
gane luego en nitidez? Volviendo una segunda vez sobre su idea, Pablo la ha
expresado sin dudas en una forma más adecuada. Si al cambiar el neutro en
masculino no hubiera tenido en vista más que dar a su pensamiento un giro más
animado, le hubiera sido fácil encontrar un término más preciso y neto que este
indefinible ὁ
κατέχων. En una palabra, nos
parece que κατέχον y κατέχων no designan dos entidades distintas, sino una
persona o sucesión de personas”.
En definitiva, si “ahora” ya saben bien los Tesalonicenses lo que retarda la venida de Nuestro Señor,
lo cual no es otra cosa que lo que les había dicho en los vv. 3-4, a
saber, la venida de la apostasía y la revelación del hombre de iniquidad, y
luego les vuelve a hablar en el v. 7 sobre el que detiene, entonces tenemos que buscar la explicación de este
masculino en los versículos que preceden, y la única solución posible vuelven a
ser los vv. 3-4.
La explicación del paso del neutro al masculino nos parece natural y
enteramente satisfactoria y por eso creemos, sin más, que el katejon masculino y neutro es uno solo y
que no hay necesidad alguna de multiplicar los entes[20].
Lo cual nos lleva a plantearnos otro problema, no menos interesante y necesario.
b)
La Apostasía y el Hombre de Iniquidad.
Dado que el segundo miembro apenas si presenta dudas ya que todos los
autores concuerdan en la interpretación, y por si fuera poco San Pablo es más
que claro al respecto, entonces toda nuestra atención deberá centrarse en la Apostasía.
Es este uno de los clásicos ejemplos citado una y otra vez para probar la
defección general en la fe antes de la venida del Anticristo, defección no sólo
de las naciones sino inclusive de los individuos[21].
Somos de la opinión que la situación no es tan clara como parece a primera
vista.
Antes que nada, veamos a grandes rasgos lo que dicen los principales
comentadores sobre la apostasía.
Biblia de Jerusalén:
“La apostasía es nombrada como ya conocida. Al contenido general de la palabra
(secesión, defección) hay que darle un valor religioso, Hech. V, 37; XXI, 21;
Heb. III, 12. A quienes jamás han pertenecido a Cristo, puede que se les
unan quienes se dejaron desviar de la fe, cf. I Tim. IV, 1; II Tim. III, 1; IV,
3, etc.”.
Turrado:
“La
presencia del artículo indica que se trata de una apostasía bien determinada,
conocida ya de los tesalonicenses, sobre la que sin duda habían sido instruidos
por el Apóstol (v. 5). Es
casi seguro que se trata de esa misma apostasía o defección en la fe a que se
refirió Jesucristo en su discurso escatológico, cuando habló de que al final de
los tiempos surgirán pseudo-profetas que engañarán a muchos, y habrá gran
enfriamiento de la caridad, con peligro de ser seducidos incluso los elegidos,
si ello fuera posible (cf. Mt. XXIV, 11-12.24; Lc. XVIII, 8). También
San Juan en el Apocalipsis, alude a la misma gran apostasía, cuando habla de
“la bestia” que luchará con los fieles y los vencerá, quedando sólo aquellos
cuyos nombres están en el libro de la vida (cf. Apoc. XIII, 7-8).
Esta “apostasía” está
probablemente íntimamente relacionada con “el hombre de pecado” o anticristo,
que tendrá mucha parte en ella. Así parecen
insinuarlo los diversos textos sea de Jesucristo, que la une a los pseudoprofetas,
sea de San Juan, que la une a la aparición de la bestia, sea de San Pablo en
este pasaje, presentando juntas ambas cosas”.
Padovani:
“¿Qué hay que entender por esta secesión, que, por el artículo de que
precede en el griego, se muestra como la apostasía por excelencia? Hoy en día carece de todo fundamento, y por lo
tanto creemos que debe rechazarse absolutamente, la sentencia que traen San Jerónimo (Ad algas. ep. 121, qu.
XI), Ambrosiaster y otros que por la secesión entienden la defección de los
pueblos del imperio Romano. El evento mismo de la defección, que sin dudas ya
ha sucedido, y que, no obstante, no fueron seguidos por el Anticristo y el día
del Señor, muestran la falsedad de esta sentencia. Además, como advierten,
entre otros, Estio y Drach, la palabra apostasía ἀποστασία, denota en la
Sagrada escritura no tanto la defección política como la religiosa y
espiritual. Por lo tanto, hay que sostener, junto con la gran mayoría de los
intérpretes, que aquí, por la secesión o apostasía se significa una cierta
defección general de la Iglesia y la fe de Cristo por todo el orbe, la cual el
mismo Señor profetizó en Mt. XXIV, 11-12; Lc. XVIII, 8”[22].
Rosadini:
“ἡ ἀποστασία
significa defección, secesión y en
los LXX “defección de la religión, de
los preceptos divinos” (Jer. II, 19; III Rey. XXI, 13; en los libros de los Macabeos,
passim); en el mismo sentido ocurre
en el N.T. (Hech. XXI, 21), especialmente en nuestro lugar, como lo exige el
contexto: a saber, significa aquí la defección
de la única religión de Cristo. El
artículo agregado (ἡ ἀποστασία) denota que se
trata de una apostasía determinada, y probablemente ya conocida por los fieles
ya que fue anunciada por los Apóstoles, según las palabras del Señor en Mt.
XXIV, 12; Lc. XVIII, 8: “Pero
el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?”.
Buzy:
“Antes de la parusía, se deberá producir
la apostasía: πρῶτον
(antes) y el adverbio afirma la prioridad cronológica del suceso como I Tes. IV, 16. El sentido de la apostasía
está hoy definido. No será una defección política, una revuelta -sentido de la
palabra en los autores profanos de la baja época- sino una defección religiosa,
sentido habitual en los LXX y en el NT. Lamentablemente Pablo no nos dio
enseñanzas de las que estaría ávida nuestra curiosidad. Estamos
reducidos a las informaciones suministradas por el cotejo y análisis de los
textos. El divino Maestro nos había
prevenido de la seducción que será
ejercida al fin de los tiempos por los falsos mesías y profetas; que pondrá en
peligro la salvación de los hombres; que ncluso un peligro para los elegidos
(Mt. XXIV, 11-24; se constata de nuevo aquí un acuerdo natural entre S. Mateo y
San Pablo. Todo hace creer que esta seducción
final se confunde con la apostasía en cuestión. Y la apostasía misma, según el procedimiento
habitual de San Pablo (dos en uno),
será producida por las astucias y prestigios del adversario obrando por virtud
de Satanás”.
Rigaux:
“ἡ ἀποστασία:
En el sentido de apostasía religiosa:
Jos. XXII, 22; Jer. II, 19; II Par.
XXVIII, 19; XXXIII, 19. En I Mac. II, 15 sin
predicado. El mismo sentido religioso está unido a la palabra ἀποστάτης
(apóstata): Is. XXXI, 1; II Mac. V,
8; Num. XIV, 9; Jos. XXII, 16.19. El
verbo ἀφίστημι
en el mismo sentido:
Deut. XXXII, 15; Jos. XXII, 18-19.23; Dan. IX, 9; Eccli. X, 12, y ha tomado
ya un sentido técnico que
no tiene más necesidad de explicación: Jer. III, 14; Is. XXX, 1 (…) El
verbo ha conservado en el N.T. su acepción religiosa: Hech. V, 37; XV, 38;
XIX, 9 y sobre todo Heb. III, 12, donde es caer en la incredulidad o en
I Tim. IV, 1, caer en la herejía que, en este lugar, toma el aspecto de un
hecho escatológico: ἐν
ὑστέροις
καιροῖς (en los
postrimeros tiempos). Es el sentido que ya tiene Lc. VIII, 13, donde ἀφίστανται
(se apartan) es usado sin
determinación alguna. Por nuestro pasaje, II Mac. V, 8: Jasón es visto como
apóstata de su religión y a Pablo se le reprocha en Hech. XXI, 21 haber
fomentado ἀποστασίαν
διδάσκεις ἀπὸ
Μωϋσέως (separación de las enseñanzas de Moisés).
El artículo pone énfasis. Como Pablo lo dice explícitamente en el v. 5,
es una realidad de la cual ha hablado cuando estuvo con ellos y por lo tanto
muy conocida. Cf. I Tes. V, 1. Se notará inmediatamente
que según I Mac. II, 15, este fue uno de los fenómenos del tiempo de
Antíoco Epífanes. A partir de ese momento, se puede decir que la apostasía ha
entrado en las descripciones del fin”.
Fillion:
“ἡ
ἀποστασία (la
apostasía): Consistirá, según la expresión enérgica del griego, en una apostasía
tristemente remarcable (con artículo definido: la apostasía por
excelencia, o la terrible apostasía de las que les he hablado; ver el v. 5),
en la defección de un gran número de cristianos, que se separarán abiertamente
de Jesucristo. Cfr. I Tim. IV, 1; II Ped. II, 1, etc. Es un error que algunos
antiguos y modernos hayan atribuído a esta apostasía un carácter político, como si se
tratara de la revuelta de los judíos contra los romanos, etc., y también es un
error el haberlo tomado a veces el sustantivo ἀποστασία como concreto “apóstata”, y designando al
Anticristo. Se trata de un hecho religioso, anterior a la aparición del
hombre de pecado”.
De estos comentarios
podemos sacar las siguientes conclusiones:
1) La presencia del artículo
indica que la apostasía era conocida de los Tesalonicenses y, como lo indica el
v. 5, hay una referencia explícita a la enseñanza dada, otrora, oralmente.
2) Hay una relación entre la venida de la apostasía y
la revelación del Anticristo.
3) Esta apostasía presenta un carácter religioso y no político.
Dicho esto, podemos
ahora recordar las citas que dimos más arriba al hablar del katejon.
Zorell:
“κατ-έχω: Parecería que la mejor es la
sentencia de los Padres, según la cual el imperio Romano es τὸ
κατέχον, y el Emperador ὁ
κατέχων (…), para otros como Reischl,
Crampon, Griesbach, τὸ κατέχον es la apostasía, ὁ κατέχων el hombre de pecado
(v. 3), lo que retarda el día y venida del Señor”.
Crampon:
“Lo
que retiene, versículo 6, es pues el conjunto de las condiciones previas a la
venida de Cristo, es decir, la apostasía y la aparición del anticristo.
El que lo retiene: es el anticristo que debe, antes de la venida de
Cristo, salir del medio de la
humanidad entrenada por el espíritu anticristiano”.
Con lo cual tenemos que,
si el katejon masculino y neutro es
el mismo y se trataría de la apostasía y del hombre de pecado, entonces ¿no
podremos identificar ambos nombres? En otras palabras, ¿por qué no ver en la
apostasía uno de los tantos nombres que recibe el Anticristo en las SSEE?
Es cierto que esta ha
sido la opinión de algunos Padres, tales como el Crisóstomo, Teodoreto y Eutimio, pero no parecería ser de
mucho valor pues si hemos de creer a Beda
Rigaux hablando del comentario de San Juan Crisóstomo:
“Estas
homilías son inferiores… a las otras sobre las cartas paulinas. Se encuentra al
orador y al moralista en detrimento del exégeta”.
Sin embargo es
curiosa la traducción que nos da el mismo San
Agustín del texto de San Pablo[23]:
“…
porque antes vendrá aquel rebelde (refuga), y se manifestará aquel hombre
hijo de pecado…, etc.”.
Identificando
claramente ambos términos. Pero pasemos mejor a los argumentos sacados del
mismo texto.
1) En primer lugar hay que tener muy presente el uso del artículo pues
esto nos indica una entidad ya conocida por los Tesalonicenses, tal como lo
afirman claramente los autores citados más arriba.
Pero esta entidad les
era conocida por la predicación oral, enseñanza
que aquí no hace más que repetir en los vv. 3-4, como ya dijimos.
A esto hay que agregarle
lo dicho anteriormente: si el katejon masculino y neutro es uno y el
mismo, y el masculino no puede ser otro más que el Anticristo, entonces el katejon neutro debe ser, por necesidad, el
Anticristo y no dos entidades diversas.
2) A lo dicho hasta aquí
podemos sumarle otro argumento,
pasado por alto incluso por los defensores de esta exégesis.
Es en extremo
interesante el verbo usado por San Pablo al hablar de la apostasía pues notemos
bien que no dice que meramente
“sucederá”, “tendrá lugar” o algo parecido denotando impersonalidad, sino que, muy por el contrario, nos es presentada
como personificada: la apostasía viene.
San Pablo usa este
verbo en las epístolas a los Tesalonicenses en varias oportunidades: en I Tes. II, 18; III, 6; II Tes. I, 10 se
habla de la venida de Pablo, Timoteo y Jesús en su segunda Venida,
respectivamente.
Nos quedan solamente
dos lugares más:
a) I Tes. V, 2:
“Vosotros
mismos sabéis perfectamente que, como ladrón de noche, así viene el día del Señor”.
Pero esto no es más
que un eco de lo que dice más claramente en II Tes. I, 10:
“Cuando Él venga en aquel día a ser
glorificado en sus santos y ofrecerse a la admiración de todos los que
creyeron”.
Con lo cual se ve muy
fácilmente que la expresión venir el día
del Señor es una figura del discurso que equivale a viene el Señor en aquel (o su) día.
b) I Tes. I, 9-10:
“Y
cómo os convertisteis a Dios, de los ídolos, a servir al Dios viviente y verdadero;
y a aguardar al Hijo suyo de los cielos; al que resucitó de los muertos; a Jesús, al que nos salva de la ira, la que
viene”.
Aquí podemos observar
el mismo fenómeno que en el pasaje anterior.
Beda Rigaux, in loco,
comenta:
“ὀργὴ, la cólera, tomada absolutamente como en I Tes.
II, 16; Rom. III, 5; V, 9; IX, 22; XIII, 5: es la cólera divina (Rom.
I, 18; Col. III, 6; Ef. V, 6) que equivale al juicio (κρίσις en
Pablo, II Tes. I, 5) de los sinópticos (…) A la
cólera responde sea la ruina: Rom. IX, 22, o la salvación: I Tes. V, 9,
en el día de la cólera (Rom. II, 5). Es una concepción judía del día del
Señor, que es un día de cólera: Is. II, 10-22; Sof. I, 15; un día de la cólera
del Señor, Sof. I, 18; II, 3; Ez. VII, 19”.
En otras palabras,
esta ira venidera no es más que la
ira de Dios que en su día viene a juzgar a sus enemigos, o dicho de otra
manera, “la ira que viene” es Dios que viene a juzgar en su ira.
La explicación de
esta ira la vemos fácilmente expuesta
en el Apocalipsis, donde es citada únicamente en los versículos siguientes:
I.- La primera serie de textos describen
el Juicio de las Naciones en
consonancia con los pasajes del A.T. alegados por Rigaux:
Apoc. VI, 12-17:
“Y vi cuando abrió el sello, el sexto
y un gran terremoto se produjo y el sol se puso negro como un saco de crin y la
luna entera se puso como sangre. Y las estrellas del cielo cayeron a la tierra,
como la higuera arroja sus brevas, sacudida por un fuerte viento. Y el cielo
fue retirado como un rollo que se envuelve y todo monte e isla fueron movidos
de sus lugares. Y los reyes de la tierra y los magnates y los quiliarcas y los
ricos y los fuertes y todo siervo y libre se escondieron en las cuevas y entre
los peñascos de los montes. Y dicen a los montes y a los peñascos: “Caed sobre
nosotros y escondednos del rostro del Sedente en el trono y de la ira del Cordero; porque ha llegado el día, el grande, de la ira de ellos y ¿quién puede
estar de pie?”.
Apoc.
XI, 15-18: “Y el séptimo ángel tocó la trompeta y se hicieron grandes voces en el cielo
que decían: “Se hizo el reino del mundo de Nuestro Señor y de su Cristo y
reinará por los siglos de los siglos”. Y los veinticuatro Ancianos, los que delante
de Dios se sientan en sus tronos, cayeron sobre sus rostros y se postraron ante
Dios, diciendo:
“Te agradecemos, Yahvé, el Dios, el Todopoderoso, el que eres y el que eras,
por cuanto has tomado tu poder, el grande, y has empezado a reinar. Y las naciones habíanse airado y
vino la ira tuya y el tiempo para que los muertos sean juzgados y para dar
la recompensa a tus siervos, a los profetas y a los santos y a los que temen tu
Nombre, a los pequeños y a los grandes y para destruir a los que destruyen la
tierra”.
Apoc. XIV, 9-11:
“Y otro, un tercer ángel, los siguió
diciendo con gran voz: “Si alguno adora a la Bestia y a su imagen y recibe una
marca en su frente o en su mano, también
éste beberá del vino del furor de Dios, del mezclado puro en el cáliz de su ira
y será atormentado con fuego y azufre delante de los ángeles santos y delante
del Cordero. Y el humo de su tormento sube por siglos de los siglos y no tienen
descanso día y noche los que adoran a la Bestia y a su imagen y si alguno
recibe la marca de su nombre”.
Apoc. XIX, 11-21: “Y vi el
cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él llamado “Fiel y
Verdadero” y con justicia juzga y guerrea. Y sus ojos, llama de fuego y sobre
su cabeza, diademas muchas; teniendo un nombre escrito que nadie sabe sino Él
mismo. Y vestido con un vestido teñidos en sangre, y se llama su Nombre “la
Palabra de Dios”. Y los ejércitos, los (que
están) en el cielo, le seguían en
caballos blancos, vestidos de lino fino blanco, puro. Y de su boca sale una
espada aguda, para con ella herir a las naciones. Y Él las destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del
furor de la ira de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre
su muslo un nombre escrito: Rey de reyes y Señor de Señores. Y vi un ángel estando
de pie en el sol y clamó con voz grande, diciendo a todas las aves, las que
vuelan por medio del cielo: “Venid, congregaos al banquete, el grande, de Dios,
a comer carnes de reyes y carnes de quiliarcas y carnes de fuertes y carnes de
caballos y de los sedentes sobre ellos, y carnes de todos: tanto libres y
siervos y pequeños y grandes”. Y vi a la Bestia y a los reyes de la tierra y a
sus ejércitos congregados, hacer la guerra contra el sedente sobre el caballo y
contra su ejército. Y fue presa la Bestia y con ella el Falso Profeta, el que había hecho
los signos delante de ella, con los cuales había engañado a los que habían
recibido la marca de la Bestia y a los que se postran ante su imagen. Vivos
fueron arrojados los dos al lago, el del fuego, el que arde con azufre. Y los
restantes fueron muertos con la espada del sedente sobre el caballo, con la que salía de su boca
y todas las aves se hartaron de sus carnes”.
II.- Mientras que en el capítulo XVI, vemos la destrucción de Babilonia:
Apoc. XVI, 19: “Y se hizo la ciudad, la grande, tres partes y las
ciudades de las naciones cayeron y Babilonia la grande fue recordada delante de
Dios, para darle el cáliz del vino del
furor de su ira”.
A todo lo dicho hasta aquí creemos que es muy importante agregar el
comentario que Rouiller hace de este
pasaje cuando explica:
“Estos versículos 3b-4 evocan el misterio de
iniquidad en marcha. Los comentadores no siempre son sensibles a los
procedimientos estilísticos utilizados, lo que los lleva a separar términos que
no deben serlo (apostasía e impío,
por ejemplo). De esta manera, hay que notar cuidadosamente los paralelismos:
- Primero los dos verbos: “no viene” y “se
revelare” puestos en paralelismo sintético[24].
- A continuación, la “apostasía” puesto en
paralelismo con tres parejas de dos elementos cada uno:
* “Hombre de impiedad” e “hijo de
perdición”, como primera pareja sintética.
* “El que se opone” y “el que se levanta”,
como segunda pareja sintética.
* “Hasta el punto de sentarse” y de “proclamarse
Dios”, como tercera pareja sintética.
Esta magnífica evocación en prótasis no espera
conclusión alguna”. Y luego:
“Se
revelare: El término fue
muy utilizado en los medios apocalípticos, a menudo unido a un secreto sobre el
fin de los tiempos, secreto ofrecido a los iniciados. Su sabor escatológico
devino cada vez más evidente. Aquí (vv. 3.6.8), lo entendemos como el punto
de culminación de la apostasía, su puesta a juicio a la luz del Señor. La
apostasía viene, concretizada en el hombre de impiedad. El tiempo de la
Iglesia es también el suyo. La ambigüedad mentirosa de esta venida será
desenmascarada, revelada”.
Lo que acabamos de
decir parece corroborarse por el contraste
bien marcado entre Cristo y el Anticristo que los autores advierten a lo
largo de todos estos versículos.
Knabenbauer:
“Lo otro que deberá venir antes de la venida del Señor,
se declara en la aparición del anticristo (el apóstol no usa esta palabra): y se revelare, ἀποκαλυφθῇ,
lo mismo en los vv. 6.8 con la misma
palabra se lo opone a Cristo, que igualmente se revelará, de la misma manera se
habla de su venida, παρουσία como de la
de Cristo; tanto con estas
palabras como con la descripción e índole misma nos lo pone ante los ojos
verdaderamente como anticristo”.
Buzy:
“El adversario, ὁ
ἀντικείμενος,
participio regularmente empleado como substantivo, (Lc. XIII, 17; Fil. I, 28; I Tim. V, 14) es, con el sustantivo el anticristo, que San Juan será el
primero en usar (I Jn. II, 18.22; IV, 3;
II Jn. 7), el calificativo más expresivo para designar el rol de aquel que viene a oponerse a Cristo,
prodigios contra prodigios, parusía contra parusía, muchedumbre de
engañados contra grupo de fieles”.
Biblia de Jerusalén:
“El impío se
revela, 6.8, en contra de la Revelación del Señor, I, 7; I Cor. I, 7, al igual
que su parusía, v. 9, se dirige en contra de la del Señor, v. 8. El Anti-Dios
deviene el Anti-Cristo”.
Buzy:
“Otra constatación de
dos en uno: lo anulará por la manifestación de su parusía, el cual se
confunde con el soplo de su boca; lo anulará, καταργήσει (35 veces en San Pablo), como el sol pone en fuga las
tinieblas, como dice el Crisóstomo. Parusía
contra parusía, es la verdadera, la resplandeciente, τῇ ἐπιφανείᾳ, que la supera sobre la
falsamente prestigiosa”.
Rigaux:
“Al oponer la
revelación de Cristo a la del impío, (San Pablo) opone tácitamente la fuerza, los signos y los prodigios de Cristo a
los del impío; pone en antítesis la verdad de Cristo y la mentira, la seducción
y el mal del impío”.
Rouiller:
“Después del origen y los actos de propaganda mentirosa
he aquí los “hijos de perdición” (el v. 3 es así desarrollado). Se diría que San Pablo endurece con gusto
el paralelismo de las dos “vías” y que no puede describir a los que se
pierden más que en forma negativa, como siendo aquellos que no acogieron la
verdad[25].
Rouiller:
“Después de este
sombrío tablero -Satán, sus discípulos, su triste fin- S. Pablo vuelve con
júbilo a los creyentes de Tesalónica bajo forma de acción de gracias y exhortación.
Todos los temas de los vv. 1-3a se reencuentran, pero enriquecidos. A la
perdición se le opone la salvación; a la injusticia responde la santidad, obra
del Espíritu de Dios; a la falta de amor a la verdad corresponde la fe en la
verdad”.
Padovani:
“El nexo de este
versículo y del que sigue con los precedentes es la oposición que Pablo
establece entre aquellos que han de perecer, que serán seducidos por el
Anticristo (en cuanto no creyeron a la
verdad, sino que consintieron en la
iniquidad), y los neófitos tesalonicenses, que (si estuvieran vivos al
tiempo del Anticristo) serán conservados inmunes de esa seducción (en cuanto fueron elegidos y llamados a la salvación y
a la santificación y a la verdad por Dios). Esta oposición se hace en forma
de acción de gracias, al tratarse de los más grandes beneficios de Dios”.
Rigaux:
“El Ἡμεῖς δὲ (v. 13, más nosotros) al comienzo de
la perícopa, es enfática. Introduce un contraste entre la suerte de los
incrédulos, de los impíos de los que había hablado en los vv. 8-12[26], y la elección de los Tesalonicenses.
Pablo ha descrito la suerte desdichada de los unos. Ahora, bajo forma de una
conclusión, va a agradecer a Dios por la suerte de los creyentes, los hermanos
amados del Señor. Los bienes que tienen de Dios son importantes y
numerosos: han sido llamados, objeto de un decreto divino y eterno, están
destinados a la salvación, a la santificación y a la fe, a la acción del
Espíritu y a la recepción de la verdad; en fin, este primer decreto divino ha
tenido su eficacia en su llamado al evangelio que es el camino de la gloria”.
Staab:
“Al describir la obra del adversario de Dios,
el Apóstol lo presenta como el extremo absolutamente opuesto a Cristo,
o, según la expresión que Juan usará más tarde, como el “Anticristo”.
1)
A semejanza de Cristo
glorioso, también el Anticristo tiene su “parusía”. No es, pues, el caso de imaginarlo como el
principio abstracto del mal, ya en actividad desde aquella época (v. 7); se
trata de un ser personal que entra en acción en un momento determinado. Y como
Cristo aparece rodeado de poder y gloria divinos, también el Anticristo se
presenta armado de fuerza satánica. No es Satán en persona, sino su instrumento,
el ejecutador de su voluntad, y como tal dispone de poderes sobrehumanos,
recibidos de Satán (cf. Apoc. XIII, 2). En este sentido, su obra es al fin y al
cabo la obra de Satán.
2) Como Cristo se presentó al mundo dotado de poder
divino y obró señales y milagros, también el anticristo “hará su aparición con
todo género de prodigios”. No es que sea omnipotente, pues nadie lo es
fuera de Dios, pero cuenta con poderes que en muchos aspectos superan la
capacidad humana, con poderes que Satán posee y le ha comunicado. Con ellos
puede obrar señales y prodigios, que el Apóstol se apresura a calificar de
“engañosos”. No son efecto de un poder divino, sino pura ficción; no son
propios para llevar al hombre a descubrir la verdad, sino para descarriarlo,
una vez que tratan de presentar su audacia impía como amparada por la dignidad
misma de Dios. Las obras del Anticristo, como las de su Señor
(Jn. VIII, 44), nacen de la mentira y están al servicio de la misma. Pablo
supone como cosa evidente que los fieles están ya en capacidad de reconocer la
falacia de tales prodigios.
3) Cristo vino para salvar a los hombres por la
verdad; el Anticristo vendrá con “toda especie de seducciones de injusticia”, para
perder a los hombres por el engaño. Mas sólo tendrá éxito en aquellos que ya se encuentran
en vía de perdición; ellos recibirán el merecido castigo por haber despreciado
la verdad que se les ofrecía en el Evangelio y que hubiera podido salvarlos.
Para los que, por el contrario, la aceptan de corazón, el Evangelio será
fuerza divina que los llevará a la salvación (Rom 1, 16)”.
En otras palabras, entre las numerosas antítesis de San Pablo
podemos descubrir también la venida
de Jesucristo (II Tes. I, 10) y la venida
del Anticristo (II Tes. II, 3)[27].
***
IV.- Objeciones:
Llegamos finalmente a
las objeciones a esta nueva teoría que podemos encontrar en algunos autores. Nos
detendremos solamente en las que trae Knabenbauer
por ser el que le dedica más espacio a analizar esta exégesis.
Comienza el autor
describiendo esta nueva hipótesis:
“Hay que
conmemorar otra sentencia, que también interpreta τὸ κατέχον de lo que antecede y
según la cual en el v. 6 se habla de lo que retarda la venida del Señor; esto
es el mismo anticristo, es decir, todavía no sucedió la aparición del
Anticristo; pues, como se dijo en el v. 3, el Señor no vendrá antes que venga
el Anticristo (cf. Grimm (Der κατέχον des 2
Thessalonischerbriefes, 1861, Danko,
Hist. Rev. N.T., pag. 374, Simar, Theologie des hl. Paulus). Según esta sentencia así se procede: v. 6
y ahora, puesto que os había dicho que el día del Señor no vendría antes
que venga el
Anticristo, ya sabéis, lo que retarda
la venida del Señor, para que ésta aparezca finalmente a su tiempo; sabéis,
pues, que no es otro sino que el Anticristo que todavía no apareció; v. 7 pues
en efecto, la iniquidad ya ejerce su fuerza, pero solamente en forma oculta,
hasta que el que retarda la venida del Señor, ὁ
κατέχων, es decir, el anticristo, surja o nazca del medio de esta iniquidad, v.
8 y entonces se manifestará aquel inicuo, el anticristo,
etc. Esta sentencia Padovani la juzga la
más probable y Cornely (Analyses
libr. S.N.T. ad h. l.) dice que no
es improbable”.
Y luego acepta lo que
tiene de positiva cuando dice:
“Esta
sentencia tiene una ventaja y es que el y ahora del v. 6 fluye fácilmente,
incluso en sentido lógico: por aquello que os acabo de decir ahora sabéis
lo que detiene”.
Sin embargo, a
renglón seguido comienza con las objeciones que dividiremos una a una a fin de
analizarlas mejor.
Pero antes tengamos
presente el texto completo del capítulo
II sobre el cual versan las dificultades:
1.
Os rogamos, hermanos, con respecto a la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo y
nuestra reunión con Él
2.
que no os mováis pronto del entendimiento, ni os turbéis ni por espíritu,
ni por palabra, ni por epístola, como si fuera nuestra: como que presente
(esté) el día del Señor.
3.
Nadie os engañe en ninguna manera: si no viniere la apostasía primero
y se revelare el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición (no vendrá el día del Señor).
4. el que se opone y levanta
sobre todo el que se dice Dios o numen; hasta que él se siente en el
Santuario de Dios, haciéndose pasar por Dios.
5. ¿No recordáis que,
todavía estando con vosotros, esto os decía?
6. Y ahora sabéis lo que lo detiene (a
Cristo) para que él (Cristo) se
revele a su debido tiempo.
7. En efecto, el misterio de
iniquidad ya está obrando; sólo (hay que esperar) hasta que del medio surja el
que ahora detiene.
8. Y
entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el
aliento (lit. espíritu) de su boca y anulará con la manifestación
de su parusía;
9. (aquel
inicuo) cuya parusía es, según operación de Satanás, con toda virtud y
señales y prodigios de mentira;
10. y con
todo engaño de injusticia para los que perecen, por cuanto no recibieron el
amor de la verdad para salvarse.
11. Y
por esto envíales Dios operación de error para que crean a la
mentira;
12.
para que sean juzgados todos los que no creyeron a la verdad, sino
que complacieron a la injusticia.
13. Mas nosotros debemos
agradecer a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, porque os
eligió Dios desde el principio para salvación en santificación de espíritu
y fe de verdad;
14.
para lo cual también os llamó por nuestro Evangelio, para (la) obtención
de (la) gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Comienza el autor
objetando:
“Pero impedir o detener la venida del Señor,
para que él, el Señor, se revele finalmente a su tiempo, eso no puede admitirse.
Pues, per se, parecería que no se
podría ni tolerar el sorprendente pensamiento que el Señor quiera como aparecer, pero es impedido por el Anticristo,
para que finalmente a su tiempo determinado, no antes, aparezca. Pues en el
mundo las cosas se impiden
a veces entre sí, pero de ningún modo se
puede decir que se impida a Dios, el decreto de Dios, etc.”.
Esta razón nos parece
de muy poco peso y caben aquí, a primera vista, un par de respuestas:
a) En primer lugar una traducción posible del katejon, dada incluso por autores
que no defienden esta teoría, es demorar, lo cual corta de
raíz cualquier tipo de problemas.
b) ¿De dónde saca el autor esa
voluntad de Cristo de aparecer y que
es impedido?
c) Por último, supuesta la voluntad de Dios y su
consiguiente revelación de no aparecer antes de la venida del Anticristo, ¿por qué no se podría decir que la venida
del Anticristo impide la de Cristo?
A continuación, el
mismo Knabenbauer, consiente tal vez de la debilidad de su argumento, afirma:
“Aunque
este o aquel lector pueda tal vez considerar que esta interpretación no
necesita ser desechada a primera vista, un gran obstáculo (para su aceptación) radica
en la manera misma de hablar que debe esperarse en este pasaje II, 1-10”.
Y luego desarrolla su
pensamiento:
“Cuando se habla
del Señor se dice adviento, presente está el día del Señor, manifestación de su Parusía (vv. 1-2.8);
en cambio del Anticristo se dice: revelare
el hombre de iniquidad v. 3, y
entonces se revelará el inicuo, v. 8. Si ahora leemos en el v. 6 para que él se revele, según el modo de
hablar, el que se revele en el v. 6
no puede referirse más que a aquel de quien se afirma en el v. 3 y 8 que se
revelará. En esta parte, del Señor se dice parusía,
el día está presente, etc., y no que se revelará; y no sirve recurrir a I, 7,
donde se habla de la revelación del Señor, pues II, 6 debe explicarse por su
contexto y esto nuevo de que se trata en el capítulo II se debe explicar por el
modo de hablar que trae este lugar, que claramente uno es de Nuestro Señor y
otro del Anticristo”.
Es
muy difícil entender esta objeción cuando en realidad no sólo no pone
dificultad alguna seria, sino que, muy por el contrario, mirada de cerca, no
hace más que confirmarla. Tenemos aquí la dificultad y la respuesta a una posible
objeción.
Es
curioso que la objeción del autor ignore
por completo toda la estructura de este capítulo donde San Pablo no hace más
que poner en antagonismo a Cristo con el Anticristo, como hemos visto más
arriba.
Citemos de nuevo la
mayoría de los textos:
Buzy:
“El adversario, ὁ
ἀντικείμενος,
participio regularmente empleado como substantivo, (Lc. XIII, 17; Fil. I, 28; I Tim. V, 14) es, con el sustantivo el anticristo, que San Juan será el
primero en usar (I Jn. II, 18.22; IV, 3;
II Jn. 7), el calificativo más expresivo para designar el rol de aquel que viene a oponerse a Cristo,
prodigios contra prodigios, parusía contra parusía, muchedumbre de
engañados contra grupo de fieles”.
Buzy:
“Otra constatación de
dos en uno: lo anulará por la manifestación de su parusía, el cual se
confunde con el soplo de su boca; lo anulará, καταργήσει (35 veces en San Pablo), como el sol pone en fuga las
tinieblas, como dice el Crisóstomo. Parusía
contra parusía, es la verdadera, la resplandeciente, τῇ ἐπιφανείᾳ, que la supera sobre la
falsamente prestigiosa”.
Rigaux:
“Al oponer la
revelación de Cristo a la del impío, (San Pablo) opone tácitamente la fuerza,
los signos y los prodigios de Cristo a los del impío; pone en antítesis la
verdad de Cristo y la mentira, la seducción y el mal del impío”.
Rouiller:
“Después del origen y los actos de propaganda mentirosa
he aquí los “hijos de perdición” (el v. 3 es así desarrollado). Se diría que San Pablo endurece con gusto
el paralelismo de las dos “vías” y que no puede describir a los que se
pierden más que en forma negativa, como siendo aquellos que no acogieron la
verdad.
Rouiller:
“Después de este
sombrío tablero -Satán, sus discípulos, su triste fin- S. Pablo vuelve con
júbilo a los creyentes de Tesalónica bajo forma de acción de gracias y exhortación.
Todos los temas de los vv. 1-3a se reencuentran pero enriquecidos. A la
perdición se le opone la salvación; a la injusticia responde la santidad, obra
del Espíritu de Dios; a la falta de amor a la verdad corresponde la fe en la
verdad”.
Padovani:
“El nexo de este
versículo y del que sigue con los precedentes es la oposición que Pablo
establece entre aquellos que han de perecer, que serán seducidos por el
Anticristo (en cuanto no creyeron a la
verdad, sino que consintieron en la
iniquidad), y los neófitos tesalonicenses, que (si estuvieran vivos al
tiempo del Anticristo) serán conservados inmunes de esa seducción (en cuanto fueron elegidos y llamados a la salvación y
a la santificación y a la verdad por Dios). Esta oposición se hace en
forma de acción de gracias, al tratarse de los más grandes beneficios de Dios”.
Rigaux:
“El Ἡμεῖς δὲ (v. 13, más nosotros) al comienzo de
la perícopa, es enfática. Introduce un contraste entre la suerte de los
incrédulos, de los impíos de los que había hablado en los vv. 8-12, y la
elección de los Tesalonicenses. Pablo ha descrito la suerte desdichada de los
unos. Ahora, bajo forma de una conclusión, va a agradecer a Dios por la suerte
de los creyentes, los hermanos amados del Señor. Los bienes que tienen de Dios
son importantes y numerosos: han sido llamados, objeto de un decreto divino y
eterno, están destinados a la salvación, a la santificación y a la fe, a la
acción del Espíritu y a la recepción de la verdad; en fin, este primer decreto
divino ha tenido su eficacia en su llamado al evangelio que es el camino de la
gloria”.
Si hay un contraste
constante entre Cristo y los suyos por un lado y el Anticristo y los suyos por
el otro, entonces la objeción se vuelve completamente ineficaz. Un solo ejemplo
nos parece en este sentido paradigmático.
Cuando en el v. 9 se dice:
“cuya parusía es (…) con toda virtud y señales y prodigios…”.
Uno podría concluir que
se habla de Nuestro Señor basado en dos fuertes razones:
a) Jamás el término Parusía es
aplicado en sentido peyorativo en todo el N.T., e incluso en las cartas a los
Tesalonicenses se dice siempre de
Nuestro Señor: I Tes. II, 19; III,
13; IV, 15; V, 23; II Tes. II, 1.
b) En el v. 8 viene hablando justamente de la
Parusía de Cristo y lo más lógico sería esperar que no haya cambio de
sujeto sin avisar.
Pero es más que obvio con sólo leer el versículo completo que no se habla
de Nuestro Señor sino del Anticristo:
9. cuya parusía es, según operación de Satanás, con toda virtud y
señales y prodigios de mentira;
Con lo dicho hasta
aquí queda respondida la respuesta a la posible objeción que da al final del texto, pero sin embargo no hay
que dejar de observar que el corte que el autor pretende ver entre los capítulos
I y II es muy relativo, y no sólo porque la división en capítulos y versículos
es algo ajeno al Texto sacro, sino además porque no hay cambio de materia como
insinúa el autor, pues en toda la parte final del primer capítulo no hace más
que hablar de la Parusía de Nuestro Señor.
Knabenbauer continúa:
“Otra
cosa que se critica con razón en esa sentencia se percibe en la nueva explicación
del v. 7: hasta que sea quitado del medio
ἕως ἐκ μέσου γένηται,
hasta que surja del medio (de la iniquidad). Pero ἐκ
μέσου γένηται tanto en los intérpretes griegos, como
en los escritores profanos se toma en un sentido totalmente distinto, a saber:
sacar, quitar del medio, y tampoco es otra la interpretación dada por los
intérpretes tanto antiguos como modernos; cfr. αἴρειν ἐκ τοῦ μέσου, I Cor. V, 2; Col. II, 14; LXX, Is. LVII,
2; Ez. XIV, 8-9”.
Uno no puede menos
que maravillarse sobremanera por esta tan endeble objeción ya que los textos
alegados para probar la traducción que da el autor (del medio sea quitado) no prueban ni pueden probar
lo que Knabenbauer quiere, por la
sencilla razón que se trata de dos
verbos diferentes.
La palabra usada en
las citas al final está tomada del verbo αἴρω, que significa quito,
mientras que en el texto que estamos analizando el verbo usado es γίνομαι,
que significa me vuelvo o devengo e
indica un cambio de estado.
Además, repárese que si San Pablo hubiera querido decir “sea quitado” lo
más lógico hubiera sido que hubiera escrito el mismo verbo que luego habría de
usar en sus epístolas a los Corintios y a los Colosenses, y si usó otro,
entonces lo más lógico es pensar que se debió a que era otra la situación que
tenía en mente.
Con respecto a la interpretación de los antiguos y modernos no hay que
dejar de reconocer, en primer lugar, que no pasa de ser una opinión y nada más
que eso, pero por si fuera poco ya el mismo San Agustín en su época
decía que la traducción “del medio surja”
era una opinión valedera.
Estas son sus palabras, junto con un argumento escriturístico más que
interesante:
“Otros opinan que las palabras: Sabéis
lo que ahora lo frena, y las otras: Esta impiedad escondida
está ya en acción, no se refieren más que a los malvados e
hipócritas que hay en la Iglesia, hasta llegar a un número tal que formen el
gran pueblo del Anticristo. Sería la “impiedad escondida”, porque da la
impresión de estar oculta. El Apóstol, por su parte, exhortaría a los creyentes
a mantenerse fieles con tenacidad en la fe que profesan con estas
palabras: Apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena,
es decir, hasta que salga de en medio de la Iglesia ese misterio de maldad
que ahora está escondido. Les parece que forma parte de esa impiedad
oculta lo que dice Juan el evangelista en su carta (I Jn., II, 18-19): Hijos,
ha llegado el momento final. ¿No oísteis que iba a venir el Anticristo? Pues
mirad cuántos anticristos se han presentado: de ahí deducimos que es el momento
final. Aunque han salido de nuestro grupo, no eran de los nuestros; si hubieran
sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros. Del mismo modo
dicen éstos que antes del final, de esa hora que llama Juan la última hora, han salido
multitud de herejes del seno de la Iglesia, y que él los llama anticristos, así
también surgirán de ella entonces todos los partidarios, no de Cristo, sino del
último Anticristo: ése será el momento de su aparición”.
Nadie podrá negar que
esta opinión es tan válida en
nuestros días como lo fue en tiempos de San Agustín.
Sigue objetando el
eminente escriturista:
“Luego
se dice ὁ κατέχων ἄρτι
(el que detiene ahora), por lo tanto,
ya en tiempo del apóstol se muestra como
existente y reteniendo o cohibiendo; por lo tanto, ὁ κατέχων no
puede ser el mismo anticristo”.
Esto ya quedó
respondido más arriba cuando se dijo que bien puede entenderse ese detener de una simple demora, eliminando así toda necesidad de
una existencia ya en tiempos del Apóstol.
Y luego agrega:
“Además,
es extraño que si el apóstol, después de llamar al anticristo hombre de pecado, hijo de perdición en el v. 3
y en el v. 4 ὁ ἀντικείμενος
(el que se opone), etc. ahora designe al mismo con un nombre bastante
oscuro”.
Lamentablemente, parte
el autor de un falso supuesto, a
saber, que o katejon sea un nombre
del Anticristo cuando nada en el texto lo insinúa, e incluso parece
contradecirlo enfáticamente, pues es sabido que todo el problema de los
Tesalonicenses era una cuestión cronológica, temporal: creían que la Parusía ya
había tenido lugar, y San Pablo, por toda respuesta, les dice simplemente que
hay algo anterior a la Venida de Cristo,
algo que todavía no ha sucedido y que es la
venida del Anticristo. O katejon es, pues, lo que demora la
venida de Cristo, es decir, aquello que debe suceder antes de la Parusía, a
saber, la venida del Anticristo.
Y ya casi terminando
las objeciones:
“Además
el v. 8 se une mal con esta nueva
interpretación del v. 7; tienes
pues: porque el misterio de iniquidad ya está obrando, sólo hasta que ὁ κατέχων ἄρτι
(el que detiene ahora), esto es, el
anticristo, del medio surja, v. 8 y entonces se revelará el inicuo, es
decir, el anticristo ¡Cuántos nombres
para designar a uno y al mismo hombre!”.
Si bien creemos que ya
quedó contestada esta objeción en la respuesta anterior, sin embargo, será
bueno responder, aunque más no sea al pasar, la exclamación final. Knabenbauer
parece preocupado por la cantidad de nombres con que se designa a un mismo
individuo en tan pocos versículos, pero la verdad que esto no debería
sorprenderle pues además del hecho que el
Anticristo presenta en las Escrituras unos cuarenta (!) nombres diferentes
y dejando de lado el hecho que en los vv.
3-4 es llamado de cuatro maneras diversas, vayamos a un ejemplo concreto
del Antiguo Testamento:
El cap. XIV de Isaías llama al Anticristo:
Rey de Babilonia (v. 4), Opresor (v. 4), Dominador (v. 5), Destructor
(v. 12) y el Asirio (v. 25).
Sin dudas otros
ejemplos más podrán encontrarse sin mayores dificultades, pero lo cierto es que
San Pablo no ha hecho nada nuevo aquí.
Y ya para terminar, Knabenbauer cierra diciendo:
“¿Y para qué el
énfasis superfluo: hasta que del medio surja y entonces se revelará? ¡Si
surge, ciertamente no es para ocultarse! ¡La cosa es bastante clara!”.
Si el único problema
de la exégesis de Padovani es nada más que un énfasis, y sobre todo tratándose de una carta donde San Pablo se
muestra algo impaciente por tener que repetir, una vez más, lo mismo que les
había dicho una y otra vez a los Tesalonicenses, entonces no cabe duda que es
mucho más preferible a cualesquiera de las tantas opiniones que se leen
comúnmente entre los exégetas.
¡Pero no! Ni siquiera
podemos concederle al gran escriturista alemán este último consuelo.
En primer lugar,
porque la revelación del Anticristo es un hecho central, capital; corresponde a la toma de posesión del Santuario de Jerusalén (Dan. IX,
27 y Mt. XXIV, 15) y a la consiguiente muerte de los dos Testigos. Este
gran acontecimiento mundial estará revestido con toda virtud y señales y prodigios de mentira y en todo engaño de
injusticia. El Anticristo va a salir del medio de la iniquidad a fin de revelarse al mundo y sentarse en el Santuario de Dios, probándose a sí mismo que es Dios.
Y en segundo lugar, y
esto nos parece definitivo, se puede responder argumentando que no se trata más
que de la misma figura del discurso que vimos más arriba: el paralelismo sintético, es decir cuando el segundo miembro retoma la afirmación
contenida en el primero pero pasándolo para mostrar su fruto o cumplimiento.
***
Además de lo dicho
hasta aquí, no estará de más señalar que esta teoría tiene una ventaja no
despreciable.
Esta nueva exégesis
nos permite observar la maravillosa
unidad y perfecta identidad de la predicación de San Pablo y la de Nuestro
Señor en el Discurso Parusíaco[28]
cuando, al ser interrogado sobre los signos de la Parusía, se contentó con dar
dos[29],
uno remoto: la Abominación de la
Desolación en el Lugar Santo; y otro próximo:
la conversión total de Israel. Es decir, Nuestro
Señor habló de dos sucesos que habían de tener lugar antes de su segunda y gloriosa Venida, uno de los cuales es el que
aquí repite el Apóstol: la aparición del Anticristo; con lo cual ambos
están enseñando lo mismo, a saber, que la Parusía no tendrá lugar antes que se
manifieste el principal enemigo de Cristo.
Ahora bien, teniendo
en cuenta que la Abominación de la Desolación
en el Lugar Santo es el Anticristo profanando el Santuario de Jerusalén reconstruido[30],
entonces lo que vemos claramente en esta nueva interpretación es la identidad
de prédicas. En otras palabras, San
Pablo, al fundar las iglesias y predicarles a sus neófitos, no hacía más que
repetir la enseñanza del Divino Maestro sobre los signos de su segunda Venida,
enseñando que uno de ellos había de ser la aparición del Anticristo profanando
el Santuario, hecho que habrá de incluir también la supresión del
Sacrificio, como sabemos por Dan. IX, 27,
y la muerte de los dos Testigos, tal como lo enseña Apoc. XI, 7[31].
Y todo esto puede
probarse además por la identidad de
lenguaje usado por San Pablo, Nuestro Señor y el Apocalipsis[32],
como veremos en una pequeña paráfrasis a continuación.
1. Os rogamos, hermanos, con respecto a la Parusía de Nuestro
Señor Jesucristo (Mt.
XXIV, 3.27.37.39) y nuestra reunión (Mt. XXIV, 31 y Mc. XIII, 27) a Él
2. que no pronto os mováis del entendimiento, ni os turbéis (Mt. XXIV, 6; Mc. XIII, 7) ni por espíritu o revelación profética, ni por palabra, ni por epístola, como nuestra: como que
presente (esté) el día del Señor.
3. Nadie os engañe en alguna manera: si no viniere la apostasía
primero, esto es, se revelare el hombre de la iniquidad, el hijo de
la perdición;
4. el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o
numen; hasta él en el Santuario de
Dios, es decir, el Santuario de Jerusalén reconstruido
bajo Elías (Apoc. XI, 1-2), sentarse, probándose a sí mismo que es Dios— no
vendrá el día del Señor.
5. ¿No recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía
una y otra vez?
6. Y ahora (después
de aquellas cosas que acabo de decir, que son conformes a las que os enseñé
estando presente) lo que
demora, sabéis bien, para que Cristo se revele en su tiempo oportuno, es decir,
sabéis que es el Anticristo, el hombre de iniquidad, el cual y en cuanto
todavía no apareció.
7. En efecto, el misterio (Mt. XIII, 11; Mc. IV, 11; Lc. VIII, 10) de iniquidad (Mt. VII, 23; XIII, 41; XXIII, 28; XXIV, 12)
ya está obrando, pero ocultamente; sólo
hasta que el que demora ahora la venida del Señor, el Anticristo, del
medio de esta iniquidad surja.
8. Y entonces se revelará el inicuo, el
único que demora ahora la Parusía, con y por el cual ejercerá abiertamente la
iniquidad su poder, a quien el Señor Jesús matará
por el aliento de su boca y anulará por la manifestación de su parusía (Apoc. XIX, 20. Ver Dan. VII; 11.26);
9. (aquel inicuo) cuya
parusía es, según operación de Satanás, con toda virtud (Apoc. XIII, 2; XVII, 13;
XVIII, 3) y señales y prodigios (Mt. XXIV, 24; Mc. XIII, 22; Jn. IV, 48)
de mentira (Apoc. XIV, 5; XXI,
27; XXII, 15);
10. y en todo engaño (Mt. XIII, 22; Mc. IV, 19) de injusticia
para los que perecen; por cuanto el amor (Mt. XXIV, 12) de la verdad no
recibieron (Lc. VIII, 13) para salvarse.
11. Y por esto envíales Dios operación de error para que crean (Mt. XXIV, 23.26; Mc. XIII, 21; Lc. VIII, 12-13; Jn. IV, 48) a la mentira (Apoc. XIV, 5; XXI, 27; XXII, 15);
12. para que sean juzgados (Apoc. VI, 10; XVI, 5; XVIII, 8.20; XIX,
2.11) todos los que no creyeron (Mt. XXIV, 23.26; Mc. XIII, 21; Lc. VIII, 12-13; Jn. IV, 48) a la verdad, sino que complacieron a la injusticia.
13. Mas nosotros debemos agradecer a Dios siempre por vosotros,
hermanos amados del Señor, porque os eligió Dios desde el principio para
salvación en santificación de espíritu y fe de verdad;
14. para lo cual también os llamó (Apoc. XIX, 9)
por nuestro Evangelio (Mt. XXIV, 14; Mc. XIII, 10[33];
Apoc. XIV, 6), para (la) obtención de (la)
gloria (Mt. XXIV, 30; XXV, 31; Mc. XIII, 26; Lc. XXI, 27) de nuestro Señor Jesucristo.
15. Así, pues, hermanos, estad firmes y retened las tradiciones
que se os han enseñado; sea de palabra sea por epístola nuestra.
16. Y el mismo Señor nuestro Jesucristo y el Dios y Padre nuestro;
el que nos amó y dio consolación eterna y esperanza buena en gracia;
17. consuele vuestros corazones y confirme en toda obra y palabra
buena.
Veni
Domine Iesu!
Bibliografía:
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Zerwick, Graecitas Biblica, 1960.
Zorell, Lexicon Graecum N.T., 1931.
[1] Estudio realizado por el blog En Gloria y Majestad. Texto revisado, corregido, editado y publicado por Miles Christi el 10/11/2020: https://gloria.tv/post/dH88iKLqUBhA2HgpsM1XTVBhM
[2]
Este trabajo no podría haber sido escrito sin la ayuda de algunas personas a
las que va desde luego nuestro agradecimiento.
[3] La Théologie de Saint Paul, vol. I, pag. 96 y 98, 27 ed., 1938.
[4] L'Antéchrist et l'opposition au Royaume
Messianique dans l'Ancien et le Nouveau Testament. Paris, J. Gabalda, 1932, pag. 302.
[5] Katejon, El Obstaculizante, Rubén A. Peretó Rivas, Uncuyo-Conicet
(sin fecha), pag. 3-4.
[6] II Cor. 6, 2. La cita es de Isaías XLIX, 8.
[7]
Tan desapercibida pasó que el macizo comentario del P. Beda Rigaux O.F.M, casi un clásico en la materia, ignora por
completo la exégesis de Padovani a
las cartas de San Pablo. Sin dudas es esta una de las mayores lagunas de esa
obra monumental.
[8] ”Grimm (Der κατέχον
des 2 Thessalonischerbriefes), Danko (Hist. Rev. N.T.), Simar (Theologie des hl.
Paulus)”.
[9] Se ve fácilmente que esta interpretación
responde sin problemas las dudas de Peretó Rivas que a continuación de
las palabras supra citadas se
pregunta:
“¿Podría entenderse, entonces, que el
Obstáculo será quitado en el “momento oportuno”? ¿Cuándo será ese tiempo
oportuno? Y, aún más, ¿por qué será oportuno? Estas preguntas son de difícil o
imposible respuesta…”.
“Y ahora conocéis bien el obstáculo para
que Él sea develado en su oportuno tiempo: en efecto (γὰρ), el misterio
de inequidad ya está operando, solamente el que obstaculiza ahora, hasta
que surja de este medio”.
Esto
por lo que hace a la traducción, y luego nos ilustraba:
“Es muy importante darle su verdadero
sentido de enlace lógico a la partícula γὰρ del
versículo 7: ella expresa ya desde Homero (y más aún en Platón, Aristóteles y la koiné) la
adecuación de su oración o proposición (en la que está incluida) con la oración o
proposición anterior. Se refiere con precisión al verbo en aspecto perfecto
- οἴδατε - (tenéis bien conocido), el cual, a su vez, resume
todo lo explicado por San Pablo en los vv. 1 a 5 en cuanto a no engañarse sobre
la inmediatez de la Parusía del Señor. Por todo esto, no es correcto traducir γὰρ con
el sentido causal débil con que es costumbre hacerlo (pues o entonces)”.
[11] Con
respecto al misterio hay que notar
que el único lugar que este término
aparece en los Evangelios se encuentra en las parábolas del reino, con lo cual parecería que hablar de “los misterios del reino de los cielos” (Mt. XIII, 11; Mc. IV, 11; Lc. VIII, 10),
no es necesariamente lo mismo que hablar sobre “el reino de los cielos” sino
solamente sobre una parte, y relacionada más en concreto con los últimos
tiempos. Esto explicaría, tal vez, la famosa cuestión de por qué Jesús les
habló a las turbas en parábolas sin explicarles el contenido, y más importante
aún, por dónde hay que buscar la exégesis de todas esas parábolas.
[12]
Lo mismo, con unas insignificantes diferencias, se lee en su comentario a la II Tes.
[13]
Notemos simplemente al pasar que los Tesalonicenses creían que habría vida
sobre la tierra después de la Parusía
y que San Pablo en ningún momento los
corrigió sobre este punto.
[14] Sin
embargo, no hay que dejar pasar estas palabras de Rouiller:
“La elipsis es evidente en los versículos
3b-4 (no el anacoluto como se dice a veces). La ausencia de apódosis (“el
día del Señor no vendrá”) no es una incorrección de estilo, tan luminoso es
el texto. Creemos incluso que este “blanco” de la escritura es muy sugestivo.
Llama la atención sobre la enseñanza anterior de Pablo que será evocada en el
v. 5. La frase (gramaticalmente) inacabada tiene el aire de decir: “no repito de
mi catequesis más que lo estrictamente necesario”.
[15] Op. cit. pag. 86.
[16]
Tal vez la pregunta tenía que ver con el amor fraterno (IV, 9) pues el giro usado es Περὶ δὲ (pero acerca de), lo mismo que
en Mt. XXII, 31; XXIV, 36; Mc. XII, 26; XIII, 31; Lc. XXI, 25; I Cor. VII,
1.25; VIII, 1; XII, 1; XVI, 1.12 y siempre parece ir ligado a una pregunta
previa. Obviamente se trata de una observación menor.
[17] Op. cit. pag. 297-8. El autor mantuvo
esta opinión 25 años después en su comentario a las Epístolas. Ver la Introducción,
pag. 275.
[18]
Está claro por lo que hemos dicho hasta aquí que no creemos que la identidad
esté en lo que dice el autor sino en que ambos demoran, retardan, la
venida de Nuestro Señor.
[19]
Sin dudas que aquí viene a la memoria el texto de Mc. XII, 14 y lo que los autores dicen al hablar de “la abominación de la desolación” (género
neutro en griego) aplicado a una persona (masculino) que no es sino el Anticristo.
Ver lo que ya dijimos AQUI
al respecto.
[20]
Estrictamente hablando cabe otra posibilidad y es que el neutro indique dos
cosas: apostasía y hombre de iniquidad, y el masculino
solamente hombre de iniquidad.
[21]
La gran pregunta es ¿existe algún pasaje inequívoco
que hable de una apostasía general de los
individuos? Tal vez la exégesis de todos estos pasajes está todavía por hacerse; nos referimos a los que por lo general
citan los comentadores: Mt. XXIV, 12;
Lc. VIII, 13; XII, 32; XVIII, 8; I Tim. IV,
1-3; II Tim. III, 1-5; IV, 3-4.
Dos cuestiones, completamente
diversas, habría que analizar:
1) ¿Profetizan
estos pasajes, o al menos alguno(s) de ellos, una renuncia masiva a la fe
antes, o al menos durante y/o después, del reinado del Anticristo?
2) ¿Estamos en la actualidad en un
período de apostasía de las masas? Y si es así, ¿está predicho en las
Escrituras?
Para nuestro estudio, la más importante
de las preguntas es la primera, de la cual depende, al menos en cierta medida,
la segunda.
Por lo que decimos de la apostasía en el cuerpo del artículo
se ve al menos a grandes rasgos por dónde va nuestra posición al respecto.
[22]
Comentando el v. 4 agrega: “… el Anticristo, después de seducir a la
mayor parte de los cristianos (de forma que pueda decirse que se sentó en la
Iglesia de Dios), ocupará los templos dedicados a Dios, y en ellos será adorado
por los cristianos apóstatas (cfr. Estio)”.
[23] La Ciudad de Dios, Libro XX, cap. XIX.
[24]
En el v. 1 explica el significado de
este término, diciendo: “Hay paralelismo
sintético cuando el segundo
miembro retoma la afirmación contenida en el primero, pero pasándolo para
mostrar su fruto o cumplimiento”.
[25]
“El P. de la Potterie (Le péché, c´est la
iniquité, Paris 1965, pag. 92) muestra que la impiedad se opone muy precisamente a la verdad. “La verdad y la
iniquidad son las características
fundamentales de los clanes hostiles. Indican dos maneras de ser, la
pertenencia a dos mundos”.
[26] Rouiller:
“Los vv. 8-12, globalmente considerados,
marcan un neto progreso sobre los vv.
3-4b con los cuales están en paralelo”.
[27]
Profundizar esto nos llevaría muy lejos, pero no podemos dejar de observar la
similitud que todo este pasaje tiene
con la Parábola del Buen Pastor, de
donde entresacamos solamente un par de versículos (Jn. X, 10-12):
“El ladrón no viene sino para robar, para degollar,
para destruir. Yo he venido para que tengan vida y vida sobreabundante. Yo soy
el pastor, el Bueno. El buen pastor pone su vida por las ovejas. Mas el
mercenario, el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo, abandona las ovejas y
huye, y el lobo las arrebata y las dispersa”.
[28]
Sobre la relación (e incluso posible dependencia)
de San Pablo para con Mt. XXIV ver el interesante artículo de Orchard dado en la bibliografía. Ver
también Prat, op. cit. pag. 94.
[31] Staab, por ejemplo, comenta:
“La exposición de II Tes. II, 3-12 recuerda
también de cerca lo que se ha llamado “el apocalipsis
sinóptico” (Mc. XIII; Mt. XXIV; Lc. XXI). En aquel discurso Jesús predice
para los últimos tiempos “una angustia
tal, como no la hubo desde el principio del mundo” (Mc. XIII, 19), persecuciones (Mc. XIII, 11), la
aparición de “falsos
Mesías y falsos profetas, que obrarán señales y prodigios para seducir, si
fuera posible, aun a los mismos elegidos” (Mc. XIII, 22; Mt. XXIV, 23 s.), el enfriamiento de la
caridad, “con el crecer de la maldad” (Mt. XXIV, 12). Cuando Mc. XIII, 14 y
Mt. XXIV, 15 -este último con alusión expresa al profeta Daniel- hablan de una
“abominación de la desolación”, “instalada donde no debe”, o sea, “en el lugar santo”, su lenguaje recuerda claramente al “hombre
de la impiedad”, que “se alza contra
todo lo que lleva nombre de Dios o es objeto de culto, llegando hasta a
sentarse en el templo de Dios y mostrándose él mismo como si fuera Dios”.
Como se ve, hay numerosos puntos de contacto entre las dos descripciones, pero
la figura paulina del adversario tiene sus rasgos propios”.
[32] Sobre la relación entre San Pablo y Daniel ver
Orchard, St. Paul and the Book of Daniel, (Biblica, 20, pag. 172-179),
1939.
[33] “Y es necesario que el Evangelio sea
predicado antes a todas las naciones” (Mc. 13, 10). ¿Cabe suponer que, en
los últimos tiempos, estos dos grupos de personas mencionados por San Pablo en
II Tes. II 10-12 -los que reciben el Evangelio y los que no aman la verdad- aparecerán
cuando el Profeta Elías predique el Evangelio del Reino a todas las naciones,
es decir, cuando anuncie la próxima
Venida de Nuestro Señor Jesucristo?
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
Muchas gracias por la publicación. Un cordial saludo en Cristo y María.
ResponderBorrarGracias por el rollo.
BorrarEsto mas que facilitar la comprension la dificulta, pues solo unos pocos pueden quizas llegar a entenderla, entre los cuales no me encuentro.
ResponderBorrarNo hace falta leer todo eso ya lo avisó la del fmi se viene un nuevo breton wood es decir reseteo y globalismo en enero se reúne el foro económico mundial y ahí todo va a crujir!! prepárense....!!
ResponderBorrarNo entiendo ni el griego ni el latin, pero el sentido común que por cierto es el menos comun entre los mortales me dice, que si son dos bestias en Apocalipsis 13, tiene que haber dos Katejon.
ResponderBorrarEl primer Katejon es el Papa legítimo B-XVI. Bergoglio usurpó el trono con la ayuda de la mafia de S. Galo, asi lo refiere el escritor Antonio Socci en su libro "el secreto de B-XVI".
El segundo Katejon es la Eucaristía. Y mientras esté vigente, el anticristo no podrá manifestarse. Cuando Bergoglio elimine las palabras de la Consagración, el Papa legítimo B-XVI se enfrentará al usurpador Bergoglio y será provocado el Cisma. Entonces surgirá la falsa iglesia del anticristo, (Arzobispo Fulton Scheen), la gran ramera de Apocalipsis 17, y se manifestará el anticristo, para colocar su sello o chip-666 a todos los que se han de condenar por haber rechazado a Jesucristo que los habría salvado. 2ª Tes 2. Apocalipsis 14. Catecismo 675. Beata, Ana Catalina Enmerich.
Non Nobis.
Lástima que Benedicto XVI va a estar muy viejito para enfrentarse a Bergoglio o al Papa siguiente.
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