Cientos de artículos y
estudios se han hecho en torno al aborto, surge la pregunta del lector: ¿Qué no
se ha aportado aún al tema en cuestión? Buscamos en este espacio dar a conocer
ciertas verdades negadas, o peor aún, ciertas verdades que han sido
vilipendiadas. No se buscará dar oposición a las intenciones de los defensores
de los niños por nacer, sí a los medios optados. La dificultad en ellos no
radica en no ver la solución, la dificultad es que ni siquiera pueden ver el
problema. Siendo más precisos, el verdadero conflicto de todo es teológico, en no
entender que es una lucha entre Dios y el diablo. Si se niega este escenario,
se estará obnubilado ante la presente guerra y cuestión de tiempo de que el
enemigo logre su cometido.
Más de uno se sentirá
molesto en lo expresado en las siguientes líneas, pero la virtud de la
veracidad me implica a hablar en términos del sermón de la Montaña del “Sí, sí.
No, no”. Pero sobre todo sabiendo que el mundo necesita la luz y sal que
hablaba Nuestro Señor en el pasaje de San Mateo.
El enemigo sabe muy bien
lo que hace y lo que busca, la confusión y la mentira son las armas impuestas,
y es importante reconocerlas para entender que lo único que se logra al acatar
sus pautas es fortalecer más aún el sistema, principal promotor de la actual
decadencia.
La primera verdad es que
el aborto es un pecado. No un pecado más, sino que clama al cielo; como nos
enseña el Génesis: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano CLAMAR a Mí
desde el suelo” (Gn 4, 10-12). La matanza de inocentes desata la santa ira de
Dios y en caso de la aprobación de esta ley, la justicia de las naciones se
purga en el plano temporal. Enseña el cardenal Pie que los castigos por esta
ofensa son el apartamiento de los ojos de Dios a la Nación y el segundo la
decadencia moral.
Monseñor Ojea si es que
está tan comprometido con la presente causa, se le sugiere presentar un
comunicado oficial dando a conocer públicamente la excomunión ipso facto de toda la casta política,
periodísticas y todo aquel que promueve y participa de este crimen.
Negación de las verdades
absolutas. Quizás este error es en el que más se hizo persistencia y querer
profundizar en ello es necesario un libro. Podemos decir que es penoso que se
hable de diálogo y consenso para poder determinar verdades del orden natural.
Como si la naturaleza se sometiera a la cantidad sandeces que se pronunciasen,
como si el agua dejara de mojar porque se definió en las cámaras legislativas.
Que la vida humana
empieza desde la concepción es una verdad natural que no se debate. Si es un
“fenómeno”, que “no es persona”, y tantos disparates son signos evidentes de
que no hay nada que debatir. Querer dar respuesta a todas las estupideces que
día a día ensoñan los suscitadores de la muerte de niños es entrar en el juego.
El genocida de Ginés sabe muy bien que hay vida en el vientre materno en todas
las etapas de su desarrollo, nos toma por “estúpidos”, y no tiene sentido querer
darle explicaciones y razones.
La forma mentis del hombre contemporáneo ha sido
sumergido en este elemento profano que tiene la democracia, por la cual
multitud decide e impone normas y principios. Y con ello todo es debatible y
cuestionable, hasta que el número determine la sentencia.
El verdadero origen del
aborto. Al dar a conocer los males por lo cual se llega al aborto no se encauza
hasta su verdadero origen. Este crimen llega a consecuencia de una sociedad que
le ha dado la espalda a Dios y es esclava de los placeres más bajos. No se
condena la pornografía, las relaciones sexuales prematrimoniales, la cultura
hedonista, ropa, música, programas de televisión, etc. Todos ellos son los
principales culpables y lo primero que debe condenarse, ya que el aborto es un
mal consecuente de otros males precedentes. Los embarazos de adolescentes y las
violaciones surgen debido a una sociedad que intenta suprimirlos, pero a la vez
los promueve.
Es necesario volver a
hablar de la castidad y de la virginidad, formas manifiestas de la templanza.
No como “virtudes negativas” que suprimen la sexualidad, sino ordenadas a la
recta razón, la conservación de las familias y de un orden social en donde
prima la virtud. La historia nos enseña que toda sociedad apegada a los vicios
está condenada a su destrucción y desaparición, aquí radica la importancia sobre
la práctica de estas virtudes. Los hijos son consecuencia del amor de los
padres dentro sacramento matrimonial, y es necesario que se desarrollen en un
hogar digno donde Cristo, maestro de todas las virtudes, sea el centro del
hogar.
Libramos esta batalla
con las verdaderas armas cristianas, y más aún ante la presencia de una guerra
justa. No pregonamos un cristianismo tibio, sin dar batalla, no opondremos la
espada a la Cruz. Seguiremos denunciado la democracia como sistema que permite
la total perversión, no nos prestaremos a participar de los comicios para
determinar verdades de índole natural y sobrenatural, no defendemos la soberanía
popular y el destrono de Cristo, no tenemos a la constitución como fuente de
toda verdad y justicia, sino las leyes divinas, el orden natural y la Sagrada
Escritura.
La lucha por la
instauración de la Reyecía de Cristo no es una opción para el cristiano, sino
un deber. Debemos hacer uso de las auténticas armas cristianas y no las
impuestas por la judeomasonería. Decimos con el profesor Antonio Caponnetto:
“(…) con la gracia de
Dios es posible encontrar los antídotos para vencer a la tibieza y a sus
tentaciones. Los antídotos son necesariamente las virtudes y los atributos
morales que derivados de ellas hacen del hombre un ser combativo y duro de
rendir. Es preciso, por supuesto, cultivar todas las virtudes, y tal vez, de
un modo especial en estos tiempos, la fortaleza y la paciencia, la
perseverancia y la magnanimidad. Fortaleza para atacar, pero ante todo
para resistir, que —llevado al grado heroico— es la substancia misma del
martirio. Paciencia para sobrellevar con entereza los pesares sin poner límites
subjetivos a las pruebas que se nos envían ni caer tampoco en veleidades
estoicas. La paciencia del Señor que pidió se le apartara el cáliz de amargura,
pero, por sobre todo, pidió que se cumpliera la voluntad del Padre.
Perseverancia para persistir y prolongar la contienda, aunque ésta parezca no
tener fin ni nos resulte favorable. Saber con ella que uno es el tiempo de la
siembra y otro el de la cosecha. Y magnanimidad para apetecer lo egregio, lo
superior, lo grande, y aborrecer las múltiples formas que toma la medianía
encandilando nuestros sentidos.” (El deber cristiano de la lucha, Antonio
Caponnetto).
En vísperas de la
Natividad de Nuestro Señor, recordando que se gestó en el vientre de la
Santísima Virgen María, pedimos a Dios los auxilios divinos para evitar la
inserción de este mal como instrumento legislativo, que priva a miles de niños
del sacramento bautismal. Pedimos también, mantenernos firmes en la Verdad y
dar testimonio de lo que el Magisterio Semper
Idem enseñó.
Alentamos a fortificar
nuestras plegarias para precipitar la Parusía, de lo contrario ni los justos se
salvarían (Mateo 24, 22) con las tres fuentes de la vida del alma: oración,
penitencia y Eucaristía. Y por último, solicitar al ángel custodio de nuestra
querida y golpeada Patria la protección constante por la cantidad de ofensas
realizadas a Nuestro Señor.