Hay distintos motivos por los cuales se niega u obstaculiza hoy lo obvio;
esto es, que el acto educativo reclama la presencia de los otros; la puesta en
práctica de la alteridad o projimidad. Por un lado está el argumento infame del
poder político dominante, para quien la aberración llamada eufemísticamente
“neonormalidad”, es Política de Estado, y debe imponerse a rajatabla. Incluso
(acaba de ser dicho) pisoteando aquellos derechos, por los cuales ese mismo
poder dijo bregar como si fueran los dones preternaturales.
El otro argumento, calcado del anterior, es el que
esgrimen los gremios, docentes que no son sino covachas de sinvergüenzas
indoctos, agitadores maleducados y siniestros, e ideólogos desfachatados de
todas las estulticias de la izquierda.
So pretexto del cuidado sanitario, lo que realmente quieren es no ir a trabajar
y seguir cobrando. La virtualidad, en tal sentido, les ha resultado cómoda,
escurridiza e incontrolable. La fórmula de “quedarse en casa” ha sido el camino
expedito al sálvese quién pueda y viva la pepa. Baradel, con su mondongo
rampante, su desaliño calculado, y su rentada holgazanería, es el icono de
estos pedagogos a la violeta.
La llamada oposición, de este tema –como de todos los
capitales y sustantivos- no entiende absolutamente nada. Reclama y aprueba la
presencialidad, es cierto; pero limitándola y condicionándola de tal manera con
decenas de protocolos, de leguleyerías y de controles, que más aproximan la
escuela a un laboratorio enfermizo y alienante que a una casa de estudios. Para
medir la ignorancia supina de la cuestión de fondo, baste anoticiarse del lema
que han elegido para exigir la presencialidad: “Siempre con Sarmiento”. Como si
el mito ridículo y procaz del “niño que nunca faltó a clase y del hombre que
nunca tuvo clase” –al decir de Anzoátegui- pudiera ser el norte a imitar en
estos días aciagos.
Para darnos una prueba notable de que la oposición y el
oficialismo son idéntica hez, de viaje por Chile, el 27 de enero, el presidente
Fernández, hablando en la sede del Cepal, hizo el elogio de Alberdi y de
Sarmiento. “Liberales de la mejor cepa”, los llamó; que “entendían la
importancia de la educación”. O sea que, para el Macrismo y el Kirchnerismo, el
estatismo educacional de cuño liberal, masón, naturalista y laicista, es el
paradigma a seguir. No es el momento ahora de refutar estas graves sandeces.
Queden asentadas para el recíproco oprobio de la partidocracia toda.
Sólo quien no sabe ni valora lo que es la educación,
puede negarse a la presencialidad en las aulas. Es más, sólo quien no sabe lo
que es la naturaleza humana, puede seguir prefiriendo la sustitución de la
realidad por la virtualidad, el reemplazo de la compañía personal por la
tutoría digital; el cambio abrupto de la comunicación completa y vívida entre
dos creaturas, por la conexión múltiple a la distancia y mecánicamente.
Hay unas páginas del estremecedor y significativo libro
de la Hermana María de Guadalupe, titulado “Volverán las palomas”, que deberían
mover a nuestra reflexión sobre el tema que nos ocupa. Son aquellas en las
cuales, narrando los horrores indecibles de la guerra en Siria –cuyas
devastaciones reales empalidecen las peores informaciones que se han dado de
los estragos del Covid- cuenta cómo fueron los mismos estudiantes los que
quisieron volver a las escuelas; y del corajudo apoyo que recibieron para tal
iniciativa de sus adultos y profesores. Escuelas que eran edificios
literalmente en ruinas, sin electricidad ni agua, con espacios compartidos para
los refugiados, los mutilados, las familias que habían quedado a la intemperie.
Y con bombardeos regulares que caían sobre tales sitios. No importaba tamaño
contratiempo. Para ellos, “un día de clases, era un día de vida”. “Antes de que
se instalara el conflicto armado[los estudiantes] tenían una actitud consentida
y caprichosa, y marcaban los días como los presos para que llegaran las
vacaciones.¡Y ahora eran felices por recomenzar las clases!”. Es el gozo de la
normalidad recuperada, como condición para sentirnos dignamente vivos, y no
cobayos a quienes se les pueden inocular sospechosos antídotos o vejar sus
cuerpos de modo aborrecible con la excusa de testeos o controles del virus. Tal
lo que venimos a enterarnos ahora que está ocurriendo en China.
Digamos las cosas con claridad. El despojo de la
presencialidad a la educación significa:
-para los maestros genuinos, el cercenamiento de su
vocación paternal y de su misión engendradora de discípulos. Puesto que nadie
es padre por zoom ni suscita hijos espirituales conectado a una red, que
incluso -en muchos casos-se interrumpe, colapsa y ni siquiera funciona.
-para los alumnos moralmente sanos, la mutilación de su
necesaria sociabilidad, de su reclamo de patencias directas y afectuosas, de su
urgencia por forjar vínculos de condiscipulado, nacidos al calor de la amistad
que se nutre del despliegue de los sentidos externos. El meet no los abraza, el
mail no los contiene con un apretón de manos, el whatsapp no trae aromas de
patios escolares, el team viewer no enjuga lágrimas, ni acaricia frentes angustiadas,
ni comparte el sabor del café humeante en las tardes invernales.
-para los padres cuerdos, la extinción de su carácter
de primeros titulares de la formación de la prole, que por eso mismo delegan
con cuidado, en maestros e instituciones que juzgan confiables, el
completamiento de la vida cultural de sus hijos. Los padres pueden y deben ser
ser eximios e insustituibles testigos,
ejemplos y formadores en el hogar. Por cierto que así debería ser siempre, y lo
ratificamos. Pero el oficio pedagógico, el don didáctico, la pericia docente, o
el entrenamiento metodológico, no son atributos que los padres puedan adquirir
repentinamente, y conducir de ese modo a buen puerto la educación sistemática
de los hijos.
-para la escuela, como institución de orden natural que
debería proponerse ser, significa la imposibilidad de cumplir con su nobilísima
finalidad, la de cultivar y ejercitar la vida virtuosa. Ya que la misma reclama
perentoriamente el compromiso diario de todos sus integrantes, poniendo el
cuerpo en las dificultades, el gesto corpóreo de aprobación, el rostro que mira
sin mediaciones de cámaras, la voz que se pronuncia y que le llega al otro sin
las interferencias de un micrófono.
Si tanto nos preocupa la salud, debemos saber y hacer
saber, inmediatamente, a padres, maestros, educandos e instituciones escolares,
que no hay salud sin presencialidad, no hay normalidad humana sin hombres viviendo cara a cara,
asistiéndose recíprocamente con los brazos y los corazones. Sin presencialidad
no hay equilibrio psicofísico, porque como bien decía el poeta Jorge Manrique:
“quien no estuviese en presencia/no tenga fe ni confianza/pues son olvido y
mudanza/las condiciones de ausencia”.
La presencialidad es condición imprescindible para
educar, porque es un acto de amor crear presencias; es corroborarle al prójimo,
cada jornada, que nos interesa su existencia plena, entera, cabal. No su
“estado” en la web, su twiter o su facebook.
Cuando en los albores mismos de esta endemoniada
cuarentena, iniciamos una campaña por la reapertura de los templos, algunos
amigos no entendieron el propósito. Creían que era luchar para que se pudiera
volver a la liturgia show del progresismo posconciliar. Se equivocaron en sus
juicios, lamentablemente. Era un intento por predicar que no se pueden
conculcar los derechos de Dios; que el Estado no puede avasallar la práctica de
la lex credendi, de la lex orandi y de la lex vivendi. Que es una iniquidad que
clama al cielo sentar el precedente de la complicidad entre la Jerarquía y el
Poder Político para priorizar la añadidura por encima del Reino de Dios. Los
tristes hechos nos han dado la razón. No era el Novus o el Vetus Ordo lo que
estaba en litigio. Era si se enfriaba la caridad o si se cumplía con el Tercer
Mandamiento. Si <Nuestra ayuda está en el nombre del Señor> o en la
infectología militante de los asesores del gobierno. A casi un año de este
drama, no parece ser el Decálogo el que resultó ganancioso. Como no parece
preocuparle demasiado el asunto a la máxima autoridad eclesiástica.
Ahora sucede
algo análogo. Algunos prefieren que las escuelas permanezcan cerradas, que
todos practiquemos el “homeschooling”, y nos olvidemos de una vez por todas de
reabrir los colegios en los cuales se enseñan contenidos aborrecibles. Saben
bien quienes nos conocen que nada tenemos contra el proyecto de
“escuela-hogar”, al que miramos con beneplácito y esperanza; y que hemos protestado cuanto pudimos contra
las atrocidades que se enseñan y se aprenden en los institutos educativos.
Pero este clamor que formulamos a favor de la
reapertura de las escuelas, es un reclamo legítimo de salud física, moral, intelectual
y espiritual, cuya vigencia no sólo no parece importarles a quienes gobiernan,
sino que parece importarles exactamente lo contrario: la extinción de los
vestigios de Orden Natural que pueda significar y significa el simplísimo hecho
de que un chico vaya a una escuela. Es un pedido básico de cordura frente a los
odiadores seriales de la normalidad. Es un llamado a recuperar el pisoteado
sentido común. Es el agere contra de
la degeneración de un gobierno que nos pide, desde su propaganda oficial, que
nos sintamos orgullosos(sic) de usar barbijo, de no compartir el mate y de
convertirnos en denunciantes de los infractores a la coacción de la tiranía. ¡Orgullosos
de habernos convertidos en seres despreciables!
Recuperemos la salud. Recuperemos la normalidad.
Recuperemos la presencialidad educativa, sin dudarlo ni siquiera un instante.
Hay algo peor que un presunto contagio masivo. Es el contagio de la deshumanización,
del automatismo, del vivir y morir conectados a una pantalla. La presencia es
fortaleza. La ausencia cobardía. Seamos valerosos; estemos presentes.
Excelente artículo del Dr. Antonio Caponnetto, siempre con su pluma veraz y valiente. El Estado desde la tiranía que ejerce, quiere arrebatarle a los chicos la educación presencial, en consonancia con los sindicalistas "docentes" de la más baja estofa.
ResponderBorrarLa presencialidad es buena, para una escuela sana, con alumnos y docentes sanos. Esto es algo excepcional.
ResponderBorrarLas escuelas son en su inmensa mayoría vehículo de ideologización y perversión de las inteligencias, no solamente es deseable que no haya presencialidad, sino su aniquilación hasta virtual.
¿Y como estudiamos?
Borrarhttps://www.dolarhoy.com/economia/educar-aunque-el-gobierno-se-oponga-20212217230
BorrarPodríamos considerar que Dios permite todo lo que está sucediendo como una purga, una limpieza. Los templos y los centros educativos realmente estaban infectados de fariseísmo y liberalismo. Su providencia no permite que se mueva una sola hoja de un árbol sin su voluntad.
ResponderBorrarNo nos apresuremos en reclamar la vuelta a las clases presenciales hasta que no nos aseguremos que no va a volver a ser lo mismo que antes. Hay plantas que es mejor cortarlas de raíz y echarlas al fuego.
Solo Dios conoce el alcance de sus designios.
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