domingo, 28 de marzo de 2021

Soliloquio Pascual de San Pedro - Antonio Caponnetto

 


“Dichosos vosotros, si tenéis que sufrir por la justicia. No temáis ni os inquietéis; por el contrario, glorificad en vuestros corazones a Cristo, el Señor”.

I San Pedro,3, 13

-I-

¿Por qué guardé la espada esa tarde en el Huerto?

¿Por qué no era la hora de Esplandián o de Arturo,

con sus proezas de sagas? Apenas conjeturo

que tenías tu muerte como un mandato cierto.

 

¿Por qué de un cielo limpio, despejado y abierto

no ordenaste el envío de tus huestes? Un muro

de angélicos ejércitos, y era el fin del conjuro,

¿por qué esas doce tropas ya te dieron por muerto?

 

Toma Malco, tu oreja, toma el hierro mi vaina,

sirvienta de Caifás, toma el fin de mi arrojo,

y tú gallo del alba estas tres negaciones.

 

Debía ser la hora de la noche más zaina,

entonces no lo supe, mi mente era un cerrojo,

fui sólo un pescador, Señor, no me abandones.

 

-II -

¿Fueron estos los clavos, la columna, el azote,

aquellas las espinas trenzadas en corona,

fue esta púrpura capa que cubrió la burlona

afrenta del judío, libertad del zelote?

 

¿Fueron estas monedas que cobró el Iscariote

este el Campo de Sangre de la horca gorgona

esta la cruz de Dimas, con perfume a cretona,

y este el Monte Calvario que te dio al estricote?

 

Me acuso de la ausencia, de la fuga y las dudas;

debí estar con tu madre, con Juan y Magdalena

ser yo quien te acercara un bálsamo a la boca.

 

Escuchar esas siete palabras cuando exudas

los últimos respiros, cumplida tu faena,

merecer que a mi nombre lo bautizaras roca.

 

-        III –

¿Cómo no te entendimos cuando anunciaste el plazo

de tres días apenas para volver invicto?,

¿cómo cuando te dieron el trato de un convicto

no sudé sangraduras si era un cruento flechazo?

 

¿Cómo cuando sellaron tu tumba en el ocaso

de un Gólgota crujiente por el cruel veredicto

no me arrojé contigo, macilento y aflicto

a cubrir tu mortaja con mi rústico brazo?

 

Hoy te veo llorando por las calles de Roma

como esa vez lejana frente a Lázaro hediento

y me veo a mí mismo sin el cetro en la mano.

 

¿Adónde vas, Señor, adónde la Paloma?

Tres veces me examinas y otras más te argumento:

Jesús, lo sabes todo, tú sabes que te amo.

 


Antonio Caponnetto




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