La
noche antes de la Resurrección
Podían ser las nueve de la noche: la Virgen se
acercaba a pasos precipitados hacia la puerta, cuando la vi pararse en un sitio
solitario. Miró a lo alto de la muralla de la ciudad, y el alma del Salvador
resplandeciente bajó hasta María, acompañada de una multitud de almas de
Patriarcas. Jesús, volviéndose hacia ellos, y mostrando a la Virgen, dijo:
"María, mi Madre". Pareció que la abrazaba, y desapareció. La Virgen
se arrodilló y beso la tierra en el sitio donde había aparecido. Sus rodillas y
sus pies quedaron impresos sobre la piedra, y se volvió llena de un consuelo
inefable a las santas mujeres, que encontró ocupadas en preparar ungüentos y
aromas. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado;
consoló a las otras, y las fortaleció en la fe…
La noche
de la Resurrección
Pronto vi el sepulcro del Señor; todo estaba tranquilo
alrededor; había seis o siete guardias de pie, o sentados. Casio esta siempre
en contemplación. El santo Cuerpo, envuelto en la mortaja y rodeado de luz,
reposaba entre los ángeles que yo había visto constantemente en adoración a la
cabeza y a los pies del Salvador, desde que se le puso en el sepulcro. Esos
ángeles parecían sacerdotes; su postura y sus brazos cruzados sobre el pecho me
recordaban los querubines del Arca de la Alianza, mas no les vi las alas. El
Santo Sepulcro, todo entero, me recordó muchas veces el Arca de la Alianza en
diversas épocas de su historia. Quizás la luz y la presencia de los ángeles
eran visibles para Casio, pues estaba en contemplación delante de la puerta del
sepulcro como quien adora al Santísimo Sacramento.
Vi el alma del Señor, acompañada de las almas de los
Patriarcas, entrar en el sepulcro por medio del peñasco, y mostrarles todas las
heridas de su sagrado Cuerpo, La mortaja se abrió, y el cuerpo apareció
cubierto de llagas; era lo mismo que si la Divinidad que habitaba en él hubiese
mostrado a esas almas de un modo misterioso toda la extensión de su martirio.
Me pareció transparente, y se podía ver hasta el fondo de sus heridas. Las
almas estaban llenas de respeto mezclado de terror y de viva compasión.
En seguida tuve una visión misteriosa, que no puedo
explicar ni contar bien claramente. Me pareció que el alma de Jesús, sin estar
todavía completamente unida a su cuerpo, salía del sepulcro en Él y con Él ; me
pareció ver a los dos ángeles que adoraban a las extremidades del sepulcro,
levantar el sagrado cuerpo desnudo, cubierto de heridas, y subir hasta el cielo
de en medio de la roca que se conmovía; Jesús parecía presentar su cuerpo
lacerado delante del Trono de su Padre celestial, en medio de los coros
innumerables de ángeles prosternados: quizás así como las almas de los profetas
entraron momentáneamente en sus cuerpos, después de la muerte de Jesús, sin
volver a la vida en realidad, pues se separaron de nuevo sin el menor esfuerzo.
En ese momento hubo una conmoción en la peña: cuatro
de los guardias habían ido por algo a la ciudad; los otros tres cayeron casi
sin conocimiento.
Atribuyeron eso a un temblor de tierra. Casio estaba
conmovido, pues veía algo de lo que pasaba, aunque no era claro para él. Pero
se quedó en su sitio esperando lo que iba a suceder. Mientras tanto, los
soldados ausentes volvieron.
Vi de nuevo a las santas mujeres, que habían acabado
de preparar sus aromas y se habían retirado a sus celdas. Sin embargo, no se
acostaron para dormir; sólo se reclinaron sobre los cobertores enrollados.
Querían ir al sepulcro antes de amanecer, porque temían a los enemigos de
Jesús; pero la Virgen, llena de nuevo valor desde que se le había aparecido su
Hijo, las tranquilizó, diciéndoles que podían descansar y sin temor ir al
sepulcro, que no les sucedería ningún mal. Entonces se permitieron un poco de
reposo. Serían las once de la noche cuando la Virgen, llevada de amor y por un
deseo irresistible, se levantó, se puso un manto pardo, y salió sola de la
casa. Yo decía: "¿Cómo dejaran a esta Santa Madre, tan acabada, tan
afligida, ir sola entre tanto peligro?" Fue a la casa de Caifás, al palacio
de Pilatos, corrió todo el camino de la cruz por las calles desiertas,
parándose en los sitios donde el Salvador había sufrido los mayores dolores o
pésimos tratamientos. Parecía que buscaba un objeto perdido; con frecuencia se
prosternaba en el suelo, tocaba las piedras o las besaba, como si hubiese
habido sangre del Salvador. Estaba llena de amor inefable, y todos los sitios
santificados se le aparecían luminosos. Yo la acompañé todo el camino, y sentí
todo lo que Ella sintió, según la medida de mis fuerzas.
Fue así hasta el Calvario, y conforme se iba
acercando, se paró de pronto. Vi a Jesús con su sagrado cuerpo aparecerse
delante de la Virgen, precedido de un ángel, teniendo a ambos lados a los dos
ángeles del sepulcro, y seguido de una multitud de almas libertadas. El cuerpo
de Jesús estaba resplandeciente; yo no veía en Él ningún movimiento; pero salió
de Él una voz que anunció a su Madre lo que había hecho en el limbo, y le dijo
que iba a resucitar y a venir a ella con su cuerpo transfigurado, que debía
esperarle cerca de la piedra donde se había caído en el Calvario.
La aparición se dirigió del lado de la ciudad, y la
Virgen se fue a arrodillar al sitio que le había sido designado. Podía ser
media noche, porque la Virgen había estado mucho tiempo en el camino de la
cruz. Vi al Salvador con su escolta celestial seguir el mismo camino: todo el
suplicio de Jesús fue mostrado a las almas con las menores circunstancias. Los
ángeles recogían todas las partes de su sustancia sagrada que le habían sido
arrancadas del cuerpo.
Me pareció después que el cuerpo del Señor reposaba
otra vez en el sepulcro, y que los ángeles le restituían de un modo misterioso
todo lo que los verdugos y los instrumentos del suplicio le habían arrancado.
Lo vi otra vez resplandeciente en su mortaja, con los dos ángeles en adoración
a la cabeza y a los pies. No puedo expresar como sucedió todo eso, pues no lo
alcanza nuestra razón: además, lo que me parece claro e inteligible cuando lo
veo, se vuelve oscuro cuando quiero expresarlo con palabras.
Cuando el cielo comenzó a relucir al Oriente, vi a
Magdalena, María, hija de Cleofás, Juana Chusa y Salomé, salir del Cenáculo
envueltas en sus mantos. Llevaban aromas, y una de ellas una luz encendida,
pero oculta debajo de sus vestidos. Las vi dirigirse tímidamente hacia la
puerta de José de Arimatea.
Resurrección
del Señor
Vi como una gloria resplandeciente entre dos ángeles
vestidos de guerreros: era el alma de Jesús que, penetrando por la roca, vino a
unirse con su cuerpo Santísimo. Vi los miembros moverse, y el cuerpo del Señor,
unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja, radiante de luz.
Me pareció que en el mismo instante una forma
monstruosa salió de la tierra, de debajo de la peña. Tenía cola de serpiente,
cabeza de dragón, que levantaba contra Jesús; me parece que además tenía cabeza
humana. Vi en la mano del Salvador resucitado una bandera flotante. Pisó la
cabeza del dragón, y pegó tres golpes en la cola con su palo: después el
monstruo desapareció.
He visto con frecuencia esta visión en la
Resurrección, y he visto una serpiente igual, que parecía emboscada, en la
concepción de Jesús. Me recordó la serpiente del paraíso; todavía era más
horrorosa. Pienso que esto se refiere a la profecía: "El Hijo de la Mujer
quebrantara la cabeza de la serpiente". Todo eso me parecía un símbolo de
la victoria sobre la muerte; pues cuando vi al Señor romper la cabeza del
dragón, ya no vi el sepulcro.
Jesús, resplandeciente, se elevó por medio de la peña.
La tierra tembló: un ángel parecido a un guerrero se precipitó del cielo al
sepulcro sobre ella. Los soldados cayeron como muertos, y estaban tendidos en
el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luz brillar en el sepulcro,
se acercó, toco los lienzos solos, y se retiró con la intención de anunciar a
Pilatos lo sucedido. Sin embargo, esperó un poco, porque había sentido el
terremoto, y había visto al ángel echar la piedra a un lado y el sepulcro
vacío, mas no había visto a Jesús.
En el momento en que el ángel entró en el sepulcro y
la tierra tembló, el Salvador resucitado se apareció a su madre en el Calvario.
Estaba hermoso y radiante. Su vestido, parecido a un manto, flotaba tras de Sí,
y parecía de un blanco azulado, como el humo visto al sol. Sus heridas estaban resplandecientes;
se podía meter el dedo en las aberturas de las manos: salían rayos de la palma
de la mano a la punta de los dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron
ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre que se prosterno
para besar sus pies; mas Él la levantó, y desapareció. Se veían relucir faroles
a lo lejos, cerca del sepulcro, y el horizonte se esclarecía al Oriente encima
de Jerusalén.
ALABADOS SEAN JESÚS Y MARÍA
ResponderBorrarALGUIEN POR AQUÍ ME PUEDE AYUDAR POR FAVOR CON INFORMACIÓN PARA ASISTIR A LA SANTA MISA TRIDENTINA EN AGUASCALIENTES, MÉXICO, QUE NO SEA CON LA FRATERNIDAD DE SAN PEDRO NI TAMPOCO CON LA FSSPX?
MIL GRACIAS
DIOS SE LOS PAGUE
Solo le queda los de la sociedad de Trento pero no se si hay allí.
Borrargrax
ResponderBorrarvestido con su propia luz Divina dice la liturgia...
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