ANTONIO CAPONNETTO EXAMINA LA CONTROVERSIA CON MIRADA TRASCENDENTE
Disputas sobre la independencia
El profesor rechaza por igual el festejo de los liberales y las
objeciones de algunos hispano católicos. Entiende que el proceso de autonomía
fue un acto doloroso pero legítimo. Defiende la idea misma de patria y su
vínculo con la fe.
POR AGUSTÍN DE BEITIA
04.07.2021
Cada año, el 9 de julio asistimos a la equívoca celebración oficial de
nuestro proceso de independencia como un grito de libertad. Como si hubiésemos
vivido hasta entonces bajo un yugo. El espíritu que anima esa clase de festejo
es el mismo que subraya el carácter revolucionario del 25 de Mayo, entendido en
clave liberal e ilustrada. Es la emancipación como alegre ruptura con España y,
en sentido amplio, con la tradición. El mismo himno nacional canta a la
"nueva y gloriosa nación" que se levanta a la faz de la tierra y que
tiene "a su planta rendido un León", en alusión a la Madre Patria. El
problema con este tipo de exaltación es que poco tiene que ver con lo que se
decidió en aquellas fechas.
A quienes cubren de gloria inmarcesible aquel proceso, pero también a
quienes desde España rebajan nuestra independencia a una mera traición que
habría causado la ruptura del Imperio Hispano Católico, viene a corregir el
doctor Antonio Caponnetto en su nuevo libro, Respuestas sobre la Independencia
(Bella Vista Ediciones), una obra indispensable, que tiene la inusual
pretensión de examinar el pasado a la luz de lo sobrenatural. Un ensayo que
invita a abandonar simplismos y a adentrarse en las aguas profundas de la
historia, la filosofía y la teología.
Enfrentado a los liberales, que creen que la patria nació hace 200 años,
y sobre todo a los tradicionalistas españoles, que toman la fecha de la
independencia como su fecha de defunción, Caponnetto avanza "entre estos
dos fuegos" la tesis de que el proceso de autonomía sin desarraigo, que
fue un programa y un curso de acción explicitado, fue doloroso pero legítimo,
aunque se haya echado a perder por obra de los ideólogos del liberalismo y la
masonería, bajo la tutela británica.
Las reflexiones aquí contenidas son el fruto de una larga meditación
sobre el tema, a tal punto que no parece desproporcionado decir que es toda una
vida intelectual la que fecunda este trabajo. El autor, que es doctor en
Filosofía y profesor de Historia, presenta estas reflexiones como "una
prolongación natural" de un volumen suyo anterior, Independencia y
Nacionalismo (Katejon, 2016), publicado con ocasión del bicentenario de nuestra
independencia. Y a ambos títulos, como una derivación de Los críticos del revisionismo
histórico. Tanto es así que en este tercer volumen admite que quiso
"levantar" todas las objeciones que la historiografía españolista
plantea a esa escuela de la revisión histórica.
El libro tiene una forma dialogal, idea que le inspiró la muy buena
entrevista que le realizara el periodista español Javier Navascués tras la
aparición de Independencia y Nacionalismo. Una entrevista pensada para el mundo
digital y que fue publicada en forma parcial en el sitio Adelante la Fe.
Las preguntas incisivas le hicieron ver a Caponnetto, según confiesa,
que muchas objeciones y cuestiones disputadas quedaban aún sin respuesta. Pero
también lo llevaron a pensar que el método socrático permitiría adentrarse
mejor en el tema, ampliando el panorama conforme se avanzaba con las
inquietudes.
TRES PARTES
Tres partes componen la obra. Una primera, donde se transcribe esa breve
entrevista de Navascués y que aborda la cuestión de la independencia. Una
segunda, más extensa, con las preguntas autoformuladas, y una tercera dedicada
a la cuestión del católico y la patria, que como bien anticipa el autor se va
asomando de a poco desde el mismo comienzo. De lo que esta tercera parte trata
es de la "compatibilidad entre catolicismo y patriotismo", entre
nacionalidad o atadura a la propia tierra y la cosmovisión espiritual del
cristiano, entre nacionalismo y práctica de la fe.
Este último aspecto va asomando de a poco porque la cuestión de fondo
con que lidia Caponnetto es de raíz teológica: no ya la impugnación del
independentismo, sino del derecho a la existencia de las naciones
hispanoamericanas, de la idea misma de patria, del concepto de nación. Una
impugnación hecha en nombre del catolicismo y de sus fuentes más tradicionales.
Esta objeción, de procedencia carlista, pretende según el autor alcanzar a todo
aquel que ose, sino reivindicar el proceso autonomizante, al menos cohonestar
sus causas.
Caponnetto deja clara su postura: no comparte la alegría de quienes
celebran la independencia porque disfrutan la desmembración del Imperio Hispano
Católico, ni comparte las acusaciones de traición que lanzan ciertos católicos
españoles. Frente al error de unos y la injusticia interpretativa de los otros,
recuerda que realistas eran todos, incluso los masones perseguidores de los católicos
como Rivadavia. Y expone luego los ejemplos de fidelismo, de arraigo, de
conservación del patrimonio cristiano y español heredado que demostraron
"los mejores de los nuestros", que ocuparon puestos destacados en la
lucha, entre los que menciona a San Martín, Saavedra, Sarratea y otros.
Ejemplos de celo católico como para castigar la blasfemia (San Martín),
enarbolar divisas de "Religión o muerte" (Quiroga) o practicar actos
públicos de piedad religiosa (Belgrano), que cuesta encontrar en el bando
opuesto.
El meollo de la controversia, y en ella se entra rápido, es que hubo en
estas costas un deseo de un gobierno propio, una emancipación efectiva y
guerras que se libraron para sostenerla. Eso es lo que quiere dejar en
evidencia la impugnación carlista, que dicha rápidamente podría resumirse en
que "somos hijos de la Revolución". Una observación mortificante para
quienes son católicos en estas tierras. Pero una mortificación que, a juzgar
por los resultados, pareciera tener un fundamento.
Para levantar esa objeción, Caponnetto propone un hilo de razonamiento
que sigue un mismo método: abrir la lente para abarcar un cuadro mayor,
iluminando lo que antes quedaba en la sombra. Y el resultado no solo es
esclarecedor, sino que hasta por momentos cambian las tornas.
DOBLE DERROTA
Lo primero que queda expuesto es que no es lo mismo la independencia que
pretendían los ideólogos iluministas como Moreno, Castelli y Paso, que la
autonomía gubernativa de quienes querían conservar no solo las formas
monárquicas sino también la prosapia cultural hispana. Es decir, que no se debe
confundir el anhelo de emancipación (iluminista) con el de una
autodeterminación que era fruto del ius resistendi frente a una monarquía
devenida en tiranía, invadida por una potencia extranjera.
Que los ideólogos del "descastamiento" hayan terminado por
imponerse es otra cuestión, que el propio Caponnetto admite y deplora. Con la
salvedad de que esas ideas representaban solo a un grupo, y no precisamente el
más numeroso, pero que se vio favorecido por la ceguera y el iluminismo furioso
de un Fernando VII que al volver del exilio se volcó a una violencia rencorosa
que ahogó la unidad del imperio en la sangre de una inmensa guerra civil. El
autor, de hecho, habla de una doble derrota en el proceso autonomista, política
e historiográfica, razón por la cual hoy se nos imponen efemérides laicas y
masonas. Pero para ver eso insiste en que hay que ir bastante más lejos que
1810-1816, hasta la derrota nacional de Caseros.
Aunque Caponnetto dice que nunca considerará "auspicioso" el
inicio del camino independentista, porque no se engaña sobre sus fogoneros e
instigadores, sí cree que la autonomía resultó "legítima" y
"dolorosa". Legítima porque revistió las formas de una clásica
resistencia contra una tiranía que ponía en riesgo la existencia misma de la
sociedad política. Dolorosa, porque nunca es grato tener que llegar al límite
de poner en práctica el ius resistendi.
Mucho más contundente es que, por el procedimiento de contemplar lo
sucedido con una lente más abierta, el autor desvela que había partidarios del
"descastamiento" en el mal llamado bando realista. Pone así sobre la
mesa los intentos de ruptura del Imperio Hispano Católico procedentes de la
propia península, que son -en sus palabras- muy anteriores a 1810 y más graves.
Por eso la acusación de perjurio la toma como indignante. Porque ve en
ella la intención de convertir a la víctima en victimario. En este sentido,
recuerda lo que venía sucediendo en España, y cómo en la sucesión dinástica
entre Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, el iluminismo no había dejado
ruindad sin cometer. Como sucedió en 1807, cuando la soberanía española quedó
ultrajada por franceses e ingleses con la anuencia de la corona española, se
inauguraron las persecuciones a la Iglesia y el Estado regalista reemplazó la
noción de Cristiandad por el Equilibrio Europeo.
PARADOJAS
Para ilustrar su argumento, Caponnetto recorre las paradojas y
contradicciones que se esconden en esta historia, desvela las tergiversaciones
y ocultamientos que hicieron escarnio de unos y enalteceron a otros. Así expone
la falacia de la presunta anglofilia de San Martín y la confronta con el muy
real y documentado, pero también ocultado, ejercicio de la corona española de
promocionar a los ingleses.
De ese breve estudio biográfico de San Martín y su época, extrae la
evidencia de que el Imperio Español había prácticamente desaparecido para 1808,
y no sólo el Imperio, sino la mera soberanía de la Metrópoli, tironeada por
franceses e ingleses que se repartían el dominio como dos cuervos un cadavérico
botín, algo que amenazaba con arrastrar a América.
Aclarada, por estas razones, su adhesión a la patria independiente, que
considera una reacción ante Napoleón Bonaparte y sus aliados, explica por qué
esta postura no es contradictoria con manifestarse fiel a España. Y para eso
señala que, en la cosmovisión católica, la patria es un don de Dios y su primer
bien es el patrimonio recibido en herencia. Un patrimonio que no es un gobierno
ni un costumbrismo, sino un espíritu, un alma, que es eso que llamamos
Hispanidad.
De allí que la pregunta por la patria, su origen y su nombre, va
cobrando una creciente significación. El autor, que prefiere referirse al
"drama independentista", dice que ese drama no puede entenderse sin
categorías teológicas.
Con una sutileza exquisita, aclara entonces que hay un modo sacramental
de entender el pasado. Por eso sostiene que la fecha inaugural de nuestra
patria no es la independencia sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre
de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera
celebración eucarística en el territorio argentino.
No, viene a decirnos Caponnetto. La Argentina no nació del cañón de La
Bastilla. Nació de la Cruz y de la Espada portadas por el Conquistador y el
Misionero, según célebre metáfora de Vicente Sierra. Y para demostrar que su
origen se sitúa en los albores del siglo XVI, recorre la bibliografía histórica
y nos lleva de la mano por registros de cartógrafos, poetas y cronistas.
El último capítulo, titulado El católico y la patria, depara páginas muy
provechosas. Frente a quienes sostienen que en la Tradición de la Iglesia el
concepto de patria no resulta valorado, ofrece un esclarecedor itinerario por
el pensamiento de los Padres de la Iglesia, en el que encadena una reflexión
sobre si está o no en los planes de Dios la existencia de las patrias y las
naciones, y la relación entre la patria terrena y la celestial.
Como hizo antes contra los simplismos hermenéuticos e inequidades,
contra los maníacos obsesivos de la injerencia británica, contra el insano
complejo de culpa y de inferioridad por ser argentinos, contra la tesis
carnalista de Federico Rivanera Carlés, pero también contra "los Felipe
Pigna y sus traspolaciones presentistas y ucrónicas" o las
"naderías" de Loris Zanatta, Caponnetto sigue el mismo procedimiento
de abrir la lente, señalar inconsistencias y preguntar a los críticos si a La
Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están
descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea.
Respuestas sobre la independencia es un precioso libro. De lectura ágil,
pero meditación lenta. Polémico y controversial, como es Caponnetto, pero
también honesto hasta el dolor, como es también este profesor al que dice
gustarle "el sol dando de pleno en la cara".
Un libro que no duda en rescatar con brío la figura de Saavedra, pero
reconocer que en un momento se hizo un flan. Un libro que llama a no caer
tampoco en el simplismo de considerar que la Revolución fue católica porque en
el Cabildo o la Casa de Tucumán merodearan sacerdotes y sotanas, cuando en
muchos casos se trataba de un clero liberal y confundido. Un libro, en fin, con
categorías disonantes para los oídos vulgares.
No extraña en absoluto que sea ignorado por el periodismo, que no es muy
afecto a las sutilezas. Menos aun cuando esas sutilezas vienen a aguar la
fiesta de los "descastados".
El mayor dolor que expresan estas páginas es ver cómo nos han inventado
una patria en la cual ya no queda lo esencial de la "terra patrum",
que es la Hispanidad. El esfuerzo por la hispanofiliación es claro en la
prédica de Caponnetto y en esta obra en particular.
Un esfuerzo que quiere revertir muchos males que hoy padecemos y que son
en parte, como dice el autor, la consecuencia directa de que prevaleciera
aquella emancipación kantiana, rousseauniana, iluminista, masónica. Admite, con
acierto, que otros males son pura responsabilidad nuestra. Y de hecho el
vaciamiento espiritual de ayer continúa hoy y no parece tener fin.
Pero el autor señala que el estado de descomposición de la actual España
no permite tampoco abrigar muchas esperanzas de que nuestra suerte hubiera sido
mucho mejor sin la independencia. Porque, en definitiva, es la civilización
cristiana toda la que está amenazada de muerte. Y en esto no hay lado del
Atlántico que se salve.
Fuente: La Prensa
Con una sutileza exquisita, aclara entonces que hay un modo sacramental de entender el pasado. Por eso sostiene que la fecha inaugural de nuestra patria no es la independencia sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera celebración eucarística en el territorio argentino.
ResponderBorrarSegún lo que dice ahí, los que no somos católicos no podemos ser argentinos.
Que tendrá que ver la fe de cada uno con la nacionalidad?
Lo normal es que los Virreinatos Americanos se independizaran de la España peninsular. Cuando los territorios llegan a un cierto grado de madurez aspiran al autogobierno. Esto se lo explicó el Consejo de Castilla a Carlos IV, pero no lo entendió porque su visión política era francesa: centralismo a ultranza. Lo que me parece raro es que después de doscientos años de independencia no seamos capaces de reconocer nuestros respectivos errores y aceptar que la España del siglo XXI es diferente a la del siglo XVI o XIX y, sobre todo, que no se comprenda que un habitante de la España actual , sea español de origen o alguien nacido en Rumanía o Marruecos, generalmente no se siente vinculado a lo que considera la actuación de los antepasados de los habitantes de las republicas americanas, no a la de los de sus antepasados directos. Perdónemen la franqueza de la reflexión y reciban un cariñoso y fuerte abrazo desde España.
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