miércoles, 22 de diciembre de 2021
lunes, 20 de diciembre de 2021
Navidad - Antonio Caponnetto
BALADA
DE LA SAGRADA FAMILIA
Antonio
Caponnetto
San
José
Yo te miro Mi Niño y sé que tu mirada
sostiene lo creado por el Dios Uno y Trino,
que tu cuna es un trono tras misterioso parto,
que mañana el Calvario sellará tu destino.
Sé que un día, asimismo, me cerrarás los ojos
de pupilas yacentes, de párpados adustos,
que serás mi cayado cuando los pies me jueguen
esa mala costumbre de volverse vetustos.
Pero ahora, esta noche, de sublimes contornos,
de abovedado cielo ante el Gran Episodio,
me consuela besarte diciéndote al oído:
tú serás mi pequeño, Jesús yo te custodio.
La
Virgen María
Ya aparté
los pañales del forraje tupido,
recubrí
las astillas, limpié el heno amarillo,
un ángel y un boyero me acercaron las brasas
tibias como un otoño, ígneas como un anillo.
El lucero del alba se posó marcialmente,
su vertical de estrella transfigura el rocío,
cuando cae no moja, semeja una cobija
que nos cubre del viento o nos detiene el frío.
¡Ay hijo!, cuando crezcas y seas El Camino,
la Verdad y la Vida iluminando anieblos,
llévate para el viaje esta paz del pesebre
e irrádiales tu espada al hombre y a los pueblos.
Jesús
¿Cómo podría hablarles al hombre y a los pueblos,
Madre, si no eligiera ser el Verbo Encarnado?
José, mi padre bueno, ¿cómo entender de cruces
sin ese maderamen en el que me has criado?
¿Cómo llevar corona de aguijones y púas
sin el feral Herodes, sin la huida de Egipto,
sin esta andanza agreste recalando en la gruta
de un Dios entre mugidos nacido y circunscripto?
Que nadie desespere cuando lleguen las pruebas
de los persecutores que hieren y blasfeman,
de las pestes que mienten los cuerpos y las almas,
repito mi promesa: <Vuelvo pronto. No teman>.
Nosotros
Estamos en batalla, los campos delimitan
las riquezas o el Reyno, la cizaña o el trigo,
la insolencia de Gestas o la piedad de Dimas,
Señor, dame bravura para lidiar contigo.
Virgen a quien supimos nombrarte Generala,
Patrona de estas tierras, Señora de su Historia,
José que haces posibles las cosas imposibles
que sea voz de mando la fiel jaculatoria:
<Jesús, José y María
Os doy el corazón y el alma mía>
sábado, 11 de diciembre de 2021
Éramos tan malos - Antonio Caponnetto
Miguel Ayuso exponiendo en la inauguración de un cuadro de Felipe VI
ÉRAMOS TAN MALOS
Por Antonio Caponnetto
"...y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas"
Quijote I,IX
Me llega por múltiples
vías cierto video, en el que aparece Miguel Ayuso respondiendo unas preguntas,
tras presentar su libro “Tradición,
Política e Hispanidad”. El sucedido tuvo lugar en Barcelona, el pasado 27 de
noviembre, y la pregunta a cuya respuesta queremos referirnos versa sobre el
Nacionalismo Católico Argentino. Específica y singularmente sobre esto.
Ayuso no dice nada odioso e incorrecto sobre
nosotros que ya no haya dicho en otras tantas ocasiones; y que ya no se le haya
replicado de muchos modos posibles: la cátedra, el libro, la tertulia, los
foros, o los simples encuentros amicales, hasta hoy al menos siempre
cristianamente hospitalarios. Acaso lo curioso en esta circunstancia, sea el
grado de agresividad empleado en el discurso, repitiendo con énfasis que el Nacionalismo
Católico Argentino es, de todos los conocidos, el que posee mayor grado “de
malignidad y de nocividad”. Lo que se dice una política de mano tendida, que
nos haría repetir con el mismísimo Lope su famoso endecasílabo: “¿Qué tengo yo
que mi amistad procuras?”.
Los
motivos de nuestra malignidad son unos cuantos, pero Miguel –dueño del donum didacticum- los sintetiza en un
manojo encantador. En primer lugar, que habríamos constituido una “escuela de
pensamiento articulado”. En segundo lugar que –no todos sino los peores-
seríamos partidarios de “una hispanidad sin España”, ejerciendo una suerte de
“hispanismo antiespañol”, movidos como estamos por “un prejuicio antiespañol”.
En tercer lugar, que somos “un ensamble de elementos heterogéneos y heteróclitos”,
en el que caben todos los “elementos fascistizantes”, “menos Perón”. Conducta
que ve como contradicción fiera entre nos, pues si él fuera argentino –se
confiesa- le resultaría “más razonable ser peronista que franquista”. Ya que no
se pueden “criticar ciertas actitudes y hacer después el elogio de personas que
encarnaron esas actitudes”.
Como recurso oratorio
llamativo, permítaseme señalar que al enunciar a aquellos Caudillos Nacionales
objetos de nuestra admiración (incluyendo con espanto el nombre de Salazar),
Miguel hace una pausa y le aclara al público: “¡No hablo en broma!”. Como si
acabara de decirles a sus prosélitos: “estos malignos y nocivos argentos
admiran a súcubos, íncubos, endriagos, ogros del lago, dráculas feroces y
fantasmas nocturnos; ¡hablo en serio, señores!”. Las dos últimas razones que
nos ubican entre las cepas del covid, son dignas de las endechas de un pasodoble.
Que nosotros “no somos monárquicos”, y que, a ellos, los carlistas, los hemos
“atacados ferozmente”, por considerarlos unos “intrusos que veníamos a poner en
riesgo su tinglado”. Quienes accedan al video[1],
tal vez convendrán conmigo en que el dicterio esta un poco sobreactuado, quizá
con un sesgo pirandelliano. O como si Apolo hubiese cedido el control a
Dionisio. Simple escolio esteticista, con perdón.
Le diría algunas cosas a
Miguel (como tantas veces nos las dijimos en afables e inolvidables
encuentros), pero por ahora, mejor me dirijo a las víctimas del cuádruple
atentado contra la verdad que acaba de perpetrar. Cuádruple digo, porque aúna
el error, la confusión, la ignorancia culposa y la mentira.
-Esa “escuela de
pensamiento articulado” que es el Nacionalismo Católico Argentino, está pronta
a cumplir un siglo, si se toma como posible hito inaugural el año 1927, en el
que aparecen las primeras manifestaciones orgánicas y perseverantes de nuestro
ideario. En el transcurso de dicha centuria, de esta escuela han surgido
personalidades descollantes y señeras. En campos tan variopintos cuanto
entitativos, verbigracia: teología, filosofía, artes, literatura,
retórica, historia, derecho, y aún
ciencias aplicadas o duras.
Los nombres de estas
personalidades son insignes, y han trascendido en no pocos casos las fronteras
locales. Se pueden y se deben señalar matices entre ellos, pues por cierto que
hay elementos heterogéneos y heteróclitos. Pero ninguno de sus representantes
jamás de los jamases concibió un hispanismo sin España. Y todos, cada quien
como mejor supo, se batieron en soledad contra las malditas leyendas negras
antiespañolas, dando recio testimonio de amor acrisolado a la Patria Madre. Lo
hicieron en soledad, perseverantemente, perseguidos y contra corriente. Lo
hicieron a un costo muy alto –de la hacienda, la fama y la honra- frente a un
poder político que convirtió al antihispanismo en política de Estado.
En esa escuela que
insensatamente maldice Ayuso también tuvimos mártires, en sentido estricto de
la palabra: testigos que derramaron la sangre por Cristo Rey; y voluntarios que
se enrolaron para pelear por la España Eterna cuando estalló la Cruzada.
Algunos de ellos murieron en batalla. No es hipérbole ni retórica. Son hechos.
También es un hecho que no vimos españoles alistados como voluntarios en
nuestras dos grandes guerras justas del siglo XX: la entablada contra el
terrorismo marxista y por la reconquista
de Malvinas. Son detalles.
-Que no
seamos peronistas no quiere decir que seamos gorilas –término que nos aplica
expresamente Ayuso en su Monitum de
Barcelona- pues el llamado “Gorilismo” es la manifestación liberal, masónica,
aliadófila, masonoide y criptojudaica que ha tomado determinado antiperonismo.
No es el nuestro. Todo lo contrario. Que no seamos peronistas es la
consecuencia teórico-práctica, pensada y pesada, convencida y convincente, de
haber padecido y de seguir padeciendo los frutos podridos del siniestro
fundador de una ideología revolucionaria y moderna, en franca oposición y pugna
con la cosmovisión tradicionalista.
De Franco se podrán
objetar muchas cosas, pero que para un hombre de la Tradición Hispano-Católica
sea más razonable ser peronista que franquista, es ignorar, de mínima, que
Francisco Franco ganó heroicamente una Cruzada contra el Marxismo Internacional
–en gesta reconocida entonces por la Iglesia- y que Juan Domingo Perón, cuando
le convino, dio rienda suelta al terrorismo marxista, fue socio público de sus
principales líderes, puso al Che Guevara de ejemplo, aspiró a ser el primer
Fidel Castro del Continente y resultó excomulgado por Pío XII, a causa de sus
persecuciones a la Iglesia y de su Proyecto de instalar un “Cristianismo
Auténtico”. Proyecto que –como he documentado en uno de mis libros- es el mismo
que hoy ejecuta Roma, supresión del Vetus
Ordo incluido.
-No pone
ejemplos Ayuso –y es una lástima, pues nos priva de enmendar nuestra
malignidad- de cuáles o quiénes serían los casos y los responsables de “un
hispanismo antiespañol” y del acto de “criticar ciertas actitudes y entrar en
contradicción al elogiar a personas que habrían encarnado esas actitudes”.
En cuanto
a lo primero, diré que el submundo sórdido de los prejuicios antiespañoles está
poblado de todas las variantes de la marea roja, del abominable liberalismo, de
las sectas y de las sinagogas, del tribalismo indigenista redivivo, del
pseudorevisionismo socialista al que adhirió expresamente Perón, y de ciertos
espíritus cerriles o anacrónicos. No nos tiene a los Nacionalistas Católicos
como pobladores de esa “confusión magmática”.
En cuanto
a lo segundo, criticamos actitudes como el plebeyismo, la demagogia y la
rufianería en política, y admiramos a Oliveira Salazar que fue un hidalgo
austero, un caballero decente a carta cabal, un estadista serio y un varón de
finísimo espíritu monástico. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos
actitudes como la cobardía, el señoritismo comodón y burgués, y el apego
desordenado al propio pellejo, y admiramos a José Antonio, que dio la vida por
España, valientemente, en plena y promisoria juventud. ¿En dónde está la
contradicción? Criticamos las actitudes de los relapsos, odiadores seriales de
la Fe y empecinados en atacar al Catolicismo, y admiramos al Benito Mussolini,
que fue capaz de convertirse, resultó elogiado por dos pontífices y gozó de la
admiración y del afecto de San Pío de Pietrelcina. ¿En dónde está la
contradicción? Criticamos las actitudes de aquellos que nos propusieron cambiar
nuestra “barbarie” hispano-cristiana por la “civilización” anglofrancesa de
cuño iluminista. Y admiramos, amamos y difundimos con pasión cada manifestación
encarnada de la tradición cultural hispanocatólica. ¿En dónde está la
contradicción? Criticamos las actitudes pacifistas de tanto catolicón
emasculado y elogiamos a los héroes que encarnan el espíritu épico de la raza, entre
los cuales, sin empacho lo decimos, se alistan muchos que pueden asimismo
ponderar los requetés. ¿En dónde está la contradicción? Criticamos las
actitudes que favorecen la expansión del Comunismo, y por cierto al Comunismo
en sí,y elogiamos a los bravos ejércitos europeos, que con sus respectivos
jefes y adalides se batieron cuerpo a cuerpo contra el bolchevismo, hasta que
fueron masacrados por él. ¿En dónde está la contradicción?
-Acusarnos
de no ser monárquicos es un disparate. Monárquicos fueron los más genuinos
exponentes de nuestra Independencia, monarca sin corona y Felipe II de América fue llamado nuestro prócer mayor, Don Juan
Manuel de Rosas: a los grandes monarcas santos y cruzados tenemos por
arquetipos, la reyecía católico-hispana que forjó un Imperio sigue siendo
objeto de nuestra veneración, y cuanto tratadista de nuestra escuela haya
estudiado las modalidades políticas clásicas, nunca desconoció que la monarquía
es una de las formas puras, legítimas y convenientes de gobierno.
Pero no es consejo de
sensatos vivir en pugna con la realidad. Res sunt. La Argentina carece de
cualquier posibilidad, vía, modo o
instrumento, ya no de emplazar un trono en el predio del Antiguo Fuerte, sino
de evitar que se roben las rejas de la Casa Rosada. Ahora si no ser monárquicos
es no declararse súbditos de Don Sixto, es como si nosotros les exigiéramos a
los carlistas que, para seguir hablando de las Españas, reconocieran el
cacicazgo de Calfucurá, el Virreynato del Bebe Goyeneche o el reyno de Cipriano
Catriel. Una especie de pasaporte sanitario independentista sin el cual no
pudieran desplazarse por estas latitudes. Cuidado con el tránsito de la
solemnidad a la ridiculez, del rigorismo
al ucronismo, y del anacronismo al utopismo, que es la herejía perenne, al buen
decir de Molnar. Hay un paso muy tenue,
y me temo que estos amigos nuestros ya lo hayan dado.
Lo que nos
preocupa es que Ayuso parece andar <monarqueando> demasiado últimamente.
Varias fotos, aparecidas en algunos medios el 30 de noviembre de 2019, nos lo
presentan muy orondo y feliz en Madrid, en la sede de la Real Gran Peña,
posando al lado de un gigantesco retrato de Felipe VI, obra de Emiliano
Fernández Galiano, presente en la ceremonia; la cual consistía, precisamente,
en descubrir el susodicho retrato, rindiendo así homenaje y tributo al
mencionado Felipe VI. De Ayuso fueron las palabras conmemorativas presentando
un libro sobre el sesquicentenario de la Real Gran Peña[2].
¿Quiénes son los que critican determinadas actitudes y después elogian a las
personas que las encarnan? ¿Alguien podría imaginarse a alguno de nuestros
malignos y nocivos nacionalistas católicos descubriendo, emplazando e
inaugurando un lienzo de Carlos Marx, de Soros o de Isabel II?
-En fin, que ya esto es
largo. Terminemos. Yo no sé de dónde saca argumentos Ayuso para decir que, en estos lares, ellos fueron “atacados
ferozmente” por nosotros. “¡Ferozmente”, nada menos; con reminiscencias de
malones y flechazos! Pero lamentamos la audacia esgrimida para tergiversar así
las cosas. Desde 1996 en que Miguel ha viajado sistemáticamente a la Argentina,
en Buenos Aires al menos, puedo y debo dar fe, de que nada de eso sucedió. Todo lo contrario. Abundaron los
gestos recíprocos de caballerosidad y hasta de algún emprendimiento en común
participamos. Prologó una de mis obras y
presenté una de sus conferencias. Cada vez que nos vimos, dentro o fuera de la
Argentina, reímos a dos carrillos de tantas cosas que pasan, nos lanzamos
chicanas y retruécanos “impiadosamente”, y discutimos con vehemencia y sin
concesiones sobre nuestras eternas diferencias.
En mi propia casa tuvo
lugar uno de los habituales encuentros camaraderiles, durante los cuales tanto
se discutía fuerte sobre las discrepancias, como se intercambiaban bromas o mordacidades
a propósito de las mismas. Llevo tres libros publicados en los últimos años, en
los cuales, entre otros tópicos, me ocupo de analizar las fricciones
historiográficas que tenemos los nacionalistas católicos con los carlistas, y
no podría en justicia acusarme de haber lanzado sobre ellos las acusaciones de
malignidad y de nocividad. Y no por cortesía o diplomacia (dones que quienes me
conocen saben bien que no poseo ni pido poseer) sino sencillamente porque no es
ese mi juicio sobre ellos.
Ahora resulta que éramos unos malignos y nocivos,
temerosos de estos “intrusos” que “venían a poner en riesgo nuestro tinglado”.
Y nosotros sin saberlo. Entre otras cosas –y hablo por mi- porque no tenemos
ningún tinglado. Aunque soñemos a veces con aquel que describió Jacinto
Benavente, en el Introito de “Los intereses creados”: “He aquí el tinglado de
la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes,
la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que
juntó en ciudades populosas a los más variados concursos[...]. Gente de toda
condición, que en ningún otro lugar se hubiera reunido, comunicábase allí su
regocijo[...]. Que nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta
simpatía de la risa[...], de esa filosofía del pueblo, que siempre sufre,
dulcificada por aquella resignación de los humildes de entonces, que no lo
esperaban todo de este mundo, y por eso sabían reírse del mundo sin odio y sin
amargura”.
Miguel; por si te llega este escrito; a tí ahora te
hablo, cara a cara. Has faltado gravemente a la verdad, a la justicia y a la
gratitud con lo que nos has dicho. Has agraviado a quienes no nos lo merecemos.
Has ofendido a La Argentina que amamos los nacionalistas católicos. Has perdido
ese “saber reírse del mundo sin odio y sin amarguras”, que supo ser tu sello.
Darías un ejemplo de hombría de bien si retiraras tus agravios que a tantos han
escandalizado o herido, y nos ofrecieras unas disculpas que, a priori te digo,
te serían aceptadas entre antiguos apretones de manos. Luego, a cada quien su
Oriamendi y su Cara al Sol; a su boina
roja o su camisa azul. Y si lo quieres, puedes subirte con nosotros al único tinglado
que nos han dejado y que nos importa poseer: el de la Cruz.
[1]https://drive.google.com/file/d/1q4u-mJVcwxCWjafPWdaO21hhH0pbOTrI/view?fbclid=IwAR0aY1oluyEtQyGfNsNHghs1a-m4i29i9wwTyiY4aayn8I3YSBDctaAWAQc
[2]Puede constatarse lo que decimos en estos sitios: http://www.mascastillalamancha.com/tag/guadalajara o https://www.comunicae.es/nota/la-real-gran-pena-conmemora-su-1210199/amp/
La inquietud de esta hora: La religión del covid - Bruno Acosta
En la década del treinta del siglo pasado el eminente
intelectual argentino Carlos Ibarguren escribió un ensayo titulado “La
Inquietud de Esta Hora”. Trataba acerca de la crisis espiritual y política que
vivía Occidente tras la Gran Guerra, considerando el cuestionamiento por el que
pasaba la democracia liberal y el auge de los movimientos fascistas, que
prometían una revolución. “La inquietud de esa hora” estaba
dada por esa mezcla de sensación de crisis, de caos, de crítica, con la
esperanza de un cambio para mejor, que prometía el fascismo.
Hoy, casi un siglo después, también vivimos una hora inquietante.
“La inquietud de nuestra hora” está dada por la guerra
psicológica que ha sido declarada por la élite plutocrática contra la
humanidad. “Hay un guerra de clases –ha dicho el magnate
Warren Buffet- pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo
la guerra, y la estamos ganando”. Esta guerra particular, que es una guerra
propagandística, moderna, de última generación –no hay que confundir guerra con
“ruido de armas”, enseñan los manuales de psicopolítica- tiene como objetivo
realizar cambios estructurales a todo nivel –político, económico, religioso,
cultural, educativo, sanitario, laboral, tecnológico, industrial, alimentario,
etc.- con la excusa de una “pandemia”. Siempre las guerras se han hecho con
alguna causa final, utilizando falsas banderas como excusa. Esta no
es la excepción.
El clima de miedo, de terror, de pánico y de incertidumbre
se ve renovado sistemáticamente en esta hora inquietante, por la
aparición de supuestas “variantes” o cepas nuevas de un virus ficticio: el
“covid”. Y lo más perturbador es que la inmensa mayoría de las personas y de
las instituciones no se han enterado de que estamos en guerra,
puesto que han creído –acto de fe- el discurso
propalado por las élites y magnificado por los medios de
propaganda –tal como hemos denominado,
con justeza, a los medios de comunicación-
“La inquietud de esta hora” radica,
para la mayoría, en el miedo que le produce un inexistente virus supuestamente
peligroso –aunque las propias cifras oficiales lo desmienten- y en las conductas
que, a causa de ello, han sido obligados a desplegar, distintas a las
habituales, y que amenazan ser permanentes –distanciamientos, mascarillas,
inoculaciones, etc.- Por su parte, para la minoría que sí ha captado la guerra,
es inquietante la soledad, el ostracismo, la incomprensión, la
falta de empatía… y la acusación de herejía.
Puesto que si algo ha traído esta plandemia es
una radicalización y una cosmovisión religiosa del mundo como hace tiempo no se
veía en Occidente. La creencia en la plandemia, nuevo Credo apocalíptico
y posmoderno, es una hecho: cuenta con sus nuevos dogmas –la existencia no
demostrada científicamente del virus-, sus nuevos rituales –el bozal, el
saludo- y sus nuevos sacerdotes –los “expertos”-. Es un hecho, repetimos, incuestionable,
como antes lo era la existencia de Dios; quien se atreva a negarlo, será
considerado orate, raro, extraño, peligroso; será apostrofado, ad
hominem, como “antivacunas”, “terraplanista” o “negacionista”. Muchas
personas se han vuelto feligreses de esta nueva religión, la del “covid”;
substituyendo, subversivamente, a la verdadera religión católica.
Corolario de lo anterior es la implacable política de
censura que se ha efectuado contra lo que la élite considera “desinformación”
acerca de la plandemia. Contrariando, de ese modo, el hasta hace
meses sagrado derecho a la “libertad de expresión”, legado de las revoluciones
modernas –como desarrolláramos en artículo
pasado- Nosotros mismos hemos sufrido la censura del artículo “Plandemia
y Educación Virtual”. Los “verificadores de datos” (fact checkers)
son los inquisidores modernos de la nueva religión del “covid”; con la
importante diferencia de que no sirven a la Verdad, como la Santa Inquisición,
sino a la Mentira.
La religión del “covid” representa, en conclusión –y por lo que hemos explicado- un claro signo de apostasía y esjatológico: constituye la sustitución de la verdadera religión por un torpe remedo. La criba de los últimos tiempos se está dando gracias a esta ciclópea farsa: entre los propios católicos -como dijimos en el escrito pasado- hay confusión, y hay quienes han adherido, renegando en la práctica de su fe, a este nuevo credo. Tiempos finales, tiempos de confusión, tiempos que recuerdan aquello del Evangelio: “el reino de los cielos es semejante a un red que se echó en el mar y que recogió peces de toda clase. Una vez llena, la tiraron a la orilla, y sentándose juntaron los buenos en canastos, y tiraron los malos”.
Bruno Acosta