En la década del treinta del siglo pasado el eminente
intelectual argentino Carlos Ibarguren escribió un ensayo titulado “La
Inquietud de Esta Hora”. Trataba acerca de la crisis espiritual y política que
vivía Occidente tras la Gran Guerra, considerando el cuestionamiento por el que
pasaba la democracia liberal y el auge de los movimientos fascistas, que
prometían una revolución. “La inquietud de esa hora” estaba
dada por esa mezcla de sensación de crisis, de caos, de crítica, con la
esperanza de un cambio para mejor, que prometía el fascismo.
Hoy, casi un siglo después, también vivimos una hora inquietante.
“La inquietud de nuestra hora” está dada por la guerra
psicológica que ha sido declarada por la élite plutocrática contra la
humanidad. “Hay un guerra de clases –ha dicho el magnate
Warren Buffet- pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo
la guerra, y la estamos ganando”. Esta guerra particular, que es una guerra
propagandística, moderna, de última generación –no hay que confundir guerra con
“ruido de armas”, enseñan los manuales de psicopolítica- tiene como objetivo
realizar cambios estructurales a todo nivel –político, económico, religioso,
cultural, educativo, sanitario, laboral, tecnológico, industrial, alimentario,
etc.- con la excusa de una “pandemia”. Siempre las guerras se han hecho con
alguna causa final, utilizando falsas banderas como excusa. Esta no
es la excepción.
El clima de miedo, de terror, de pánico y de incertidumbre
se ve renovado sistemáticamente en esta hora inquietante, por la
aparición de supuestas “variantes” o cepas nuevas de un virus ficticio: el
“covid”. Y lo más perturbador es que la inmensa mayoría de las personas y de
las instituciones no se han enterado de que estamos en guerra,
puesto que han creído –acto de fe- el discurso
propalado por las élites y magnificado por los medios de
propaganda –tal como hemos denominado,
con justeza, a los medios de comunicación-
“La inquietud de esta hora” radica,
para la mayoría, en el miedo que le produce un inexistente virus supuestamente
peligroso –aunque las propias cifras oficiales lo desmienten- y en las conductas
que, a causa de ello, han sido obligados a desplegar, distintas a las
habituales, y que amenazan ser permanentes –distanciamientos, mascarillas,
inoculaciones, etc.- Por su parte, para la minoría que sí ha captado la guerra,
es inquietante la soledad, el ostracismo, la incomprensión, la
falta de empatía… y la acusación de herejía.
Puesto que si algo ha traído esta plandemia es
una radicalización y una cosmovisión religiosa del mundo como hace tiempo no se
veía en Occidente. La creencia en la plandemia, nuevo Credo apocalíptico
y posmoderno, es una hecho: cuenta con sus nuevos dogmas –la existencia no
demostrada científicamente del virus-, sus nuevos rituales –el bozal, el
saludo- y sus nuevos sacerdotes –los “expertos”-. Es un hecho, repetimos, incuestionable,
como antes lo era la existencia de Dios; quien se atreva a negarlo, será
considerado orate, raro, extraño, peligroso; será apostrofado, ad
hominem, como “antivacunas”, “terraplanista” o “negacionista”. Muchas
personas se han vuelto feligreses de esta nueva religión, la del “covid”;
substituyendo, subversivamente, a la verdadera religión católica.
Corolario de lo anterior es la implacable política de
censura que se ha efectuado contra lo que la élite considera “desinformación”
acerca de la plandemia. Contrariando, de ese modo, el hasta hace
meses sagrado derecho a la “libertad de expresión”, legado de las revoluciones
modernas –como desarrolláramos en artículo
pasado- Nosotros mismos hemos sufrido la censura del artículo “Plandemia
y Educación Virtual”. Los “verificadores de datos” (fact checkers)
son los inquisidores modernos de la nueva religión del “covid”; con la
importante diferencia de que no sirven a la Verdad, como la Santa Inquisición,
sino a la Mentira.
La religión del “covid” representa, en conclusión –y por lo que hemos explicado- un claro signo de apostasía y esjatológico: constituye la sustitución de la verdadera religión por un torpe remedo. La criba de los últimos tiempos se está dando gracias a esta ciclópea farsa: entre los propios católicos -como dijimos en el escrito pasado- hay confusión, y hay quienes han adherido, renegando en la práctica de su fe, a este nuevo credo. Tiempos finales, tiempos de confusión, tiempos que recuerdan aquello del Evangelio: “el reino de los cielos es semejante a un red que se echó en el mar y que recogió peces de toda clase. Una vez llena, la tiraron a la orilla, y sentándose juntaron los buenos en canastos, y tiraron los malos”.
Bruno Acosta
San torquemada
ResponderBorrar¿Se lo creyeron?, que fanáticos..!!
BorrarSon fanáticos.
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