BALADA
DE LA SAGRADA FAMILIA
Antonio
Caponnetto
San
José
Yo te miro Mi Niño y sé que tu mirada
sostiene lo creado por el Dios Uno y Trino,
que tu cuna es un trono tras misterioso parto,
que mañana el Calvario sellará tu destino.
Sé que un día, asimismo, me cerrarás los ojos
de pupilas yacentes, de párpados adustos,
que serás mi cayado cuando los pies me jueguen
esa mala costumbre de volverse vetustos.
Pero ahora, esta noche, de sublimes contornos,
de abovedado cielo ante el Gran Episodio,
me consuela besarte diciéndote al oído:
tú serás mi pequeño, Jesús yo te custodio.
La
Virgen María
Ya aparté
los pañales del forraje tupido,
recubrí
las astillas, limpié el heno amarillo,
un ángel y un boyero me acercaron las brasas
tibias como un otoño, ígneas como un anillo.
El lucero del alba se posó marcialmente,
su vertical de estrella transfigura el rocío,
cuando cae no moja, semeja una cobija
que nos cubre del viento o nos detiene el frío.
¡Ay hijo!, cuando crezcas y seas El Camino,
la Verdad y la Vida iluminando anieblos,
llévate para el viaje esta paz del pesebre
e irrádiales tu espada al hombre y a los pueblos.
Jesús
¿Cómo podría hablarles al hombre y a los pueblos,
Madre, si no eligiera ser el Verbo Encarnado?
José, mi padre bueno, ¿cómo entender de cruces
sin ese maderamen en el que me has criado?
¿Cómo llevar corona de aguijones y púas
sin el feral Herodes, sin la huida de Egipto,
sin esta andanza agreste recalando en la gruta
de un Dios entre mugidos nacido y circunscripto?
Que nadie desespere cuando lleguen las pruebas
de los persecutores que hieren y blasfeman,
de las pestes que mienten los cuerpos y las almas,
repito mi promesa: <Vuelvo pronto. No teman>.
Nosotros
Estamos en batalla, los campos delimitan
las riquezas o el Reyno, la cizaña o el trigo,
la insolencia de Gestas o la piedad de Dimas,
Señor, dame bravura para lidiar contigo.
Virgen a quien supimos nombrarte Generala,
Patrona de estas tierras, Señora de su Historia,
José que haces posibles las cosas imposibles
que sea voz de mando la fiel jaculatoria:
<Jesús, José y María
Os doy el corazón y el alma mía>
CONMOVEDOR...COMO TODO LO DE ANTONIO. GRACIAS!
ResponderBorrarSublime como siempre el maestro Don Antonio.
ResponderBorrarHermoso...! Gracias mi amigo Antonio Caponnetto por enviármela...
ResponderBorrarExcelente
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ResponderBorrarEres Manso, Señor y la Paz dejas,
porque al final de todos los caminos,
cuando no queden hombres peregrinos,
las guerras serán cuentos de las viejas.
No es el fin de los hombres el combate:
es un fruto nacido en el pecado.
Si a Adán no hubiera el Áspid derrotado,
sería la milicia un disparate.
Pero ya que el veneno de la muerte,
la del alma y del cuerpo, está en la tierra,
no nos queda otra cosa que la guerra
mientras llevemos esta dura suerte.
Pero cuando regrese el Salvador,
al llegar de este mundo los finales,
no quedarán ya más voces marciales,
porque será el Reinado del Amor.