“YO
soy el pan vivo que desciende el cielo”. Primero hay que comer a Cristo en la fe, después en
el Sacramento; y si no se come primero en la fe, de nada sirve comerlo en el
Sacramento -dice San Agustín. Pero desde aquí, comienza Cristo a hablar del
Sacramento:
-Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres en el desierto
comieron el maná, pero murieron.
Este es el pan del cielo descendido
para si alguien lo come,
ése no muera.
Y o soy el pan viviente
que desciende del cielo.
Si alguien deste pan comiere
vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo.
Discutían entr'ellos los
judíos diciéndose uno al otro:
-¿Cómo puede éste darnos
su carne de comer?
Dice Jesús:
-Verdad, verdad os digo:
Si no comiereis la carne
del Hijo del Hombre
no tendréis vida en vosotros.
El que come mi carne
y bebe mi sangre
tiene vida eterna.
Mi carne es realmente comida,
Mi sangre es realmente bebida.
El que come mi carne
y bebe mi sangre,
en mí queda y yo en él.
Como vivo mi Padre me mandó,
y yo vivo por mi Padre,
así aquel que me come,
él también vive por mí.
Este es el pan del cielo descendido,
no como comieron vuestros padres
el maná en el desierto
y después murieron.
El que come este pan
vivirá eternamente.
He traducido fielmente. Si la
traducción cayó en ritmo, es porque el texto también está en ritmo. Sigue
después el escándalo de muchos que recalcitran; guiados por Judas -según parece
por el texto. Jesús explica que esa comida será celestial, sobrenatural;
nombrando como prueba su futura Ascensión a los cielos:
-El espíritu es el que vivifica,
la carne de nada aprovecha.
Las palabras que os he dicho
de espíritu y vida son ...
-¿A dónde iríamos si te dejáramos?
Tú tienes palabras de vida eterna,
-corta San Pedro la
discusión:
-Nosotros hemos creído y conocido
que tú eres el Mesías Hijo de Dios;
-reconociéndolo como Mesías y
más que Mesías.
Esta es la promesa que
suscitó en la Iglesia la más grande de las devociones. Como ven, Cristo habla
del Sacramento no como una cosa de lujo sino como una cosa de necesidad: la
vida eterna, la resurrección, y “yo estaré en él y él en mí”: un
contacto vital entre Dios y el hombre por medio de la carne: un contacto con la
fuente de toda vida: todo lo demás que pueda producir la Comunión, gozo,
consuelo, paz, es secundario.
Los cristianos perseguidos
grababan en las catacumbas figuras de cestos de pan. Desde el siglo quinto
comienzan a alzarse en Europa altares al Sacramento del altar: templos cada vez
más imponentes y hermosos hasta culminar en las insuperables catedrales del
siglo XIII y las iglesias renacentistas del siglo XVI: montañas de piedra que
no parecen obras de hombre, superiores al mortal, que a veces demandaron un
siglo para edificarse, y veces quedaron sin terminar -como Amiens, Chartres,
Colonio, Beauvais, Narbona y muchas otras; interrumpidas por el terrible
flagelo del siglo XIV que se llamó “la Muerte Negra”- catedrales que aún
permanecen sembradas a centenares por toda Europa, vacías de fieles, monumentos
para turistas, para asombro de generaciones descreídas. No en España: Santiago
de Compostela, Burgos y Sevilla funcionan; y allí en España nació una catedral
más valiosa, un monumento intelectual, los Autos Sacramentales, dramas
alegóricos en honor de la Eucaristía; el talento y el don artístico puestos al
servicio del Sacramento y de la instrucción religiosa del pueblo.
Todo eso pasó, es de otra
época, es de la época de la Cristiandad europea. No hacemos ya catedrales
sobrehumanas y autos sacramentales; si acaso hoy se producen autos
antisacramentales, como esas películas hórridas dese su en Bergmann. Alguien ha
dicho que las catedrales de la Argentina son los cines; el Gran Rex, por
ejemplo; yo diría más bien que son los Bancos. Las catedrales góticas las
hicieron los Gremios; es decir, los obreros; ahora si nos descuidamos los
obreros van quemar las catedrales que quedan.
Leyendo los grandes tratados
que escribieron en el siglo XVI los grandes doctores y poetas Luis de León,
Luis de Granada, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, hoy día nos dejan fríos: a
mí por lo menos: estos días los he releído. Recuerdo que cuando tomé la Primera
Comunión, me habían dicho que tendría un gran gozo y que sería el día más
grande de mi vida; y por la tarde yo le dije a mi madre resueltamente: “No ha sido el día más grande de mi vida”.
Ahora consagro y distribuyo el pan consagrado como si fuese cafiaspirina: con
respeto por supuesto, solamente algunas veces hay como un relámpago de asombro
y de temor al pensar que tengo en mis manos a Dios en carne y hueso, no tal
como Dios está en todas partes, sino en carne y hueso, como está
misteriosamente en el Sacramento.
Todas esas cosas como “el río
de deleites”, “un gozo sobre todos los gozos”, “el pan vivo de la paz y del
consuelo”, “el vino embriagador que engendra vírgenes”, que hallarán en Fray
Luis de León, y en el Psalmo 35, que él cita: “Serán, Señor, vuestros siervos embriagados con la plétora de los
bienes de vuestras mansiones; daréisles a beber del arroyo impetuoso de
vuestros deleites” ¡ay de mí! yo no los siento, quizás por mis pecados; y
lo que es peor, creo que, fuera de las novicias de la Virgen Niña o las
Adoratrices, pocos lo sienten ya -o ninguno.
He comido tu Pan,
He bebido tu Vino;
En un día de afán
Sin guía y sin camino.
Tu Pan era tan fofo
Como el pan ordinario,
Tu Vino era tan soso
Como el vino diario.
Tan es así, que hoy día muchas
personas no sienten ninguna emoción en la Comunión -y en las demás ceremonias
que la rodean- sino más bien fastidio; y por eso dejan las prácticas
religiosas. Una señora literata me decía: “Yo no practico la religión porque
las prácticas me aburren; y tengo miedo de arrutinarme, como tantas personas
que veo que comulgan cada día y han perdido la humanidad, los sentimientos
humanos”. No sé si es verdad esto; pero en todo caso no es razón para dejar la
práctica religiosa. Es cuestión de necesidad, no de gusto.
En vez de sentir lo que dicen
los himnos de Fray Luis de León o Paul Claudel al Santísimo Sacramento, yo
siento más bien lo que dijo el poeta Max Jakob al poeta Jean Cocteau: Max Jakob
era un judío convertido, sólidamente convertido; y Jean Cocteau, un cristiano
que se estaba convirtiendo no sólidamente, pues después se desconvirtió.
Cocteau le escribió a Max Jakob: “Pero Ud. me manda ir a tomar la hostia, como
quien toma una cafiaspirina”. -Es que hay que tomar la hostia como quien toma
una cafiaspirina- le contestó el judío. Es decir, no como quien toma una copa
de champán sino como un remedio. Es decir, hemos retornado al principio: la
Eucaristía-necesidad, no la Eucaristía-lujo. No digo que los devotos del siglo
XVI sean reprochables sino más bien envidiables; pero... he ahí. No es ya el
siglo XVI.
Es como en el siglo I, cuando
los fieles comían el pan consagrado al fin de una cena, para “dar testimonio de
Cristo hasta que Él vuelva”, dice San Pablo; es decir para poder afrontar el martirio,
como los anestésicos que le dan a uno antes de una operación. Pues bien, los
fieles estamos hoy en el mundo en situación parecida: los verdaderos católicos
son una minoría, rodeada de una mayoría de infieles; o sea, indiferentes,
herejes o apóstatas. Pero hay una gran diferencia con la primitiva Iglesia; y
ella es la zona media entre el buen católico y el hereje; a saber, los que son
católicos y no son católicos, los católicos enfriados o adulterados; o como
dijo uno “mistongos”: aquellos cuya religión se “naturaliza”, es decir, se
vacía de lo sobrenatural y se vuelve una especie de mitología; aquellos que
chapurrean la religión pero no la realizan; y aquellos en fin que, sabiendo o
no sabiendo, se encaminan a la peor herejía que existe, la adoración del Hombre; bajo palabras o imágenes cristianas. El
Domingo pasado por ejemplo leí en “La
Prensa” una poesía sobre el Padre Nuestro, que el poeta Capdevila sin duda
cree es muy cristiana, y los de “La
Prensa” creen es muy moderna -y es modernista: el poeta Capdevila niega la
justicia de Dios y pondera su amabilidad; niega que éste es un valle de
lágrimas; dice que Dios quiere que la Humanidad triunfe; y el pan nuestro
sobresustancial de cada día es para él el pan con manteca y los bifes de
chorizo -y el tabaco.
La Eucaristía es más que nada
una necesidad. Nuestra época más que nada necesita remedios. Por radio,
revistas, diarios y video escuchamos las más extraordinarias ilusiones acerca
de la nueva época, que llaman la época “atómica”: la prosperidad, el progreso,
las perspectivas divinas desta época atómica: no más lejos de anteayer oí una
conferencia de una destas bachilleras que radiolocutean, toda impregnada de la
más necia adoración de la Ciencia, o sea, la adoración o idolatría del Hombre
con mayúscula, que será la doctrina del Anticristo: otros adoran la Literatura,
la Pintura, Winston Churchill o el Mahatma Gandhi: es todo lo mismo. Me
recuerdo lo que dice el Apokalypsis, y justamente a
Laodicea, la última Iglesia, “Juicio de los Pueblos”:
“Tú dices: rico soy y opulento
y nada me falta.
Y no sabes que eres pobre,
indigente y enfermo
y ciego y desnudo”.
En nuestra época atómica, el
error religioso y todos los errores tienen la máxima libertad, recursos y auge,
de tal modo que parecen invencibles; y la Ciencia ha inventado, ha fabricado y
fabrica, los más espantosos instrumentos de destrucción, capaces de despoblar
toda la tierra; he ahí, ésa es la opulencia y la prosperidad; corno una tercera
parte de la población del mundo padece hambre o desnutrición; unas pestes
tremendas, la sífilis, y ainda más el cáncer y las neurastenias (que según
algunos biólogos dependen de la sífilis) se han vuelto endémicas; dos guerras
casi universales han traído “las guerras y rumores de guerra”, que dijo Cristo,
al frente del escenario. Y siga Ud. contando. Prosigue el Apokalypsis:
“Yo te persuado compres de mí oro encendido,
oro probado para que te hagas rico
y te revistas de vestidos blancos
que no aparezca tu desnudez vergonzosa,
y colirio para ungir tus ojos
para que veas”.
Oro, vestidos blancos,
remedios, que son las imágenes continuas de los escritores sacros acerca de la
Eucaristía.
“Estoy a la puerta y llamo.
Si alguien me oye y me abre
pasaré la puerta y comeré con él
y él conmigo”.
Esta comida con Cristo se ha
vuelto tan necesaria como el alimento corporal: no por nada Cristo creó este
contacto vital en forma de alimento: en
el centro de todos los Sacramentos. Los teólogos dicen que por y para la
Eucaristía son todos los Sacramentos, y eso es obvio: el Bautismo y la
Confirmación son para abrir las puertas, y también la Confesión; la
Extremaunción es para suplirla y el Orden para crear sus ministros. ¿Y el
Matrimonio? Los catecismos dicen que el fin del Matrimonio son los hijos; o sea
producir nuevos comulgantes, Primerocomulgantes. Eso está muy traído de los
cabellos. El Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino dice simplemente que la
Eucaristía y el Matrimonio son semejantes; porque son la unión de dos personas,
en la cual la gracia no es impartida por
medio de una cosa, sino personalmente por el autor de la Gracia; y lo mismo
dicen los Santos Padres, que Luis de León enumera en su libro en el Capítulo “Esposo”; y en fin, el mismo San Pablo
dice que el Sacramento del Matrimonio es una figura de la unión de Cristo con
la Iglesia; y por ende, con cada una de las almas fieles; de modo que es una
cosa revelada.
Esta es la alabanza
fundamental de la Eucaristía: produzca o no produzca deleite, es secundario. Es
una unión íntima de dos personas, no de dos espíritus, como podría ser una
conversación, sino también de dos cuerpos; lo cual, esosí, produce frutos
espirituales. ¿Qué frutos? “Obras”, dice Santa Teresa, “obras: esa unión debe
producir hijos, que son obras buenas”. Cristo ordenó esa unión en forma de
alimento, que es la unión más íntima que existe, ya que el alimento entra a
hacerse el cuerpo mismo del que lo tomó; pero “no creáis que yo me convertiré en ellos, ellos se convertirán en mí”
-dice Cristo en una desas palabras suyas que nos han quedado fuera de los
Evangelios, llamadas “loguia” (de las cuales muchas son dudosas y siete son
auténticas). Parece un rasgo de la humildad y sencillez de Cristo haber tomado
para vehículo de su Cuerpo y Sangre los más comunes de los alimentos, pan y
vino. ¿Y por qué no pan y agua? Porque pan y agua son comida de presos, y pan y
vino son comida de pobres.
La Eucaristía y el Matrimonio
son semejantes, dice Belarmino.
Son una unión de amor, que
produce amor y es producida por el amor. Produce los efectos del Matrimonio (de
los buenos matrimonios), hijos, que son obras; remedio de la concupiscencia, y
amor mutuo o amistad conyugal, la amistad más fuerte que existe, según
Aristóteles.
Esos deleites y delicadezas
de Fray Luis de León y Fray Luis de Granada, ellos los sentían, nosotros no: yo
dudo que los sintiera Luis de León, porque raciocina demasiado: la experiencia
viva no es tan raciocinadora: Santa Teresa no raciocina. Pero como Cristo no habla de “deleites” sino de “resurrección”,
bien podemos decir que todo el “Cantar de
los Cantares” está allí en la Eucaristía con efecto retardado hasta la Resurrección. La Comunión con Cristo
es en nuestras almas el foquito escondido de la Resurrección de la carne, que
algún día ha de inflamarse en una gran hoguera. Que procuremos encenderlo un
poco en cada Comunión, bien está; pero si no nos resulta, no es eso lo
esencial. Lo esencial es la cafiaspirina: el remedio de la concupiscencia (que
significa no sólo la sensualidad sino todas las pasiones desordenadas) bien
puede ser que sea EN CIERTO MODO el primer fin del matrimonio; aunque se suele
enumerar en segundo lugar: el remedio de las pasiones morbosas, una amistad
serena -y los hijos de las buenas obras.
Quisiera terminar con una
oración al Santísimo Sacramento. La oración con que termina Fray Luis de León
no me sirve; la mía tiene que ser mucho más humilde y sencilla. Por ejemplo:
Señor Jesús, he pasado la vida recibiéndote
Y he llegado a la vejez ofendiéndote.
Pasé la vida preparándome a comulgar
Y patinando en el mismo lugar.
No he contado las misas, no he sumado las comuniones,
Como hacen algunos de miedo a los ladrones.
Tampoco sé cuántas veces comí pan o vino,
Nunca me faltó y me mantuvo en el camino.
Y supongo que así
Igual, espiritualmente, Tú a mí,
No es de creer me haya de condenar.
Tu Cuerpo entre mis dientes ¿quién me lo podrá quitar?
He comido tu Pan,
He bebido tu Vino,
En un día de afán
Sin guía y sin camino.
Tu Pan era tan fofo
Como el pan ordinario,
Tu Vino era tan soso
Como el vino diario.
Con respeto y temor
Te consagro y recibo.
Vives en mí, Señor,
En Tí espero estar vivo.
P. Leonardo Castellani “Domingueras Prédicas” Ed. Jauja
– 1997. Págs. 107-116.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
Muy bueno el post 👍👍👍
ResponderBorrarHermoso!
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