"...Sabe que un día volverá su hombre con la
bandera y el cantar".
José Pedroni
Las fiestas nacionales -si realmente lo son y merecen
el calificativo de tales- constituyen sustancialmente una afirmación de
soberanía; una ratificación de la existencia y de la identidad espiritual, un
acontecer cargado de sentido y poblado de significaciones. La Patria, es, en
cierto modo, la historia de sus fiestas y el festejo incesante de su vera
historia.
Se festeja lo que fue y merece seguir siendo. Lo que
por su propia entidad ingresa en el recuerdo colectivo. Lo que marca un Origen
y obliga a una fidelidad perenne. La fiesta es una tradición viva que se repite
y reitera. Su contenido trascendente es la razón de su permanencia y su valor arquetípico
el motivo de su celebración. La fiesta funda, revela, guarda y conserva. Y el
festejo repone, memora, restablece, congrega. Más allá de que se organice o
programe; más allá del calendario y de los hombres que pasan.
Por eso, algo grave, sucede en una nación, cuando sus
fastos patrios se tergiversan u omiten por decreto y se sustituyen por
efemérides burocráticas y legislativas. Algo que ya ocurrió cuando el
presidente Rivadavia suprimió el 12 de agosto y merece el sanmartiniano
calificativo de "felonía". También San Martín calificó a Rivadavia de
"alma despreciable" e "innoble persona"; y no se trata
ciertamente de cosas muy distintas.
El 2 de abril es la fiesta de la dignidad nacional.
Ingresó como tal en nuestro entendimiento y en la inteligencia de todos
aquellos que advierten su auténtica importancia. Una Argentina devuelta a sus
esencias y reencontrada con su destino fue el saldo inmediato y principal de
aquel estallido. No primó el cálculo político, si lo hubo. No prevalecieron las
prevenciones derrotistas y pusilánimes, aunque se dejaron oír. No predominaron
las infaltables pequeñeces y las defecciones. Sobresalió en cambio el gesto
heroico, el entusiasmo épico, la religiosidad arraigada, la fe creciente, el fervor
combativo y la disposición a la lucha sin atenuantes. El 2 de abril le
reintegró a Dios la Patria y la Patria a Dios. Son los efectos propios de las
causas ejemplares. Es la fuerza intrínseca de lo paradigmático que sobrepuja
las circunstancias y los accidentes.
Ese día, por Malvinas, la Nación comenzaba a
comprender de qué la habían despojado. De qué, cómo, para qué y quiénes. Y
comenzaba a comprender cada sonido de la voz reconquista.
Se pronunciaron palabras hasta entonces silenciadas:
Escapulario, Rosario, empuñadura en Cruz y clarines. Virgen Generala, Puerto
Argentino, halcones consagrados a un Cielo indelimitado. Se silabeaban a coro
las palabras más nobles; como a coro se escuchaban los ¡presentes! ante el
nombre de los muertos.
No; aquello no fue una "descabellada y dolorosa
aventura" como seguirán llamándola los innúmeros Armendáriz (también
dijeron lo mismo en su momento del cruce de los Andes o el Éxodo Jujeño). No es
cierto que nada haya que festejar, como le parece a Caputo, ni es serio afirmar
que la celebración "resulta incongruente con los sentimientos que
evoca", como sostiene el decreto presidencial que anula la gloriosa fecha.
Tampoco se trató de una "invasión", "ocupación" u
"operativo lamentable" como lo llamó el Gral. (R) Leal, ni de una
"causa no bien calibrada" al decir de Monseñor Galán.
No es una festividad del antiimperialismo de las
izquierdas con sus consignas clasistas, con su pacifismo hipócrita y
descastado, con su resentimiento de porqueriza apaleada, con su latinoamericanismo
tercermundista y rojo. Malvinas no es Nicaragua, ni El Salvador ni
Centroamérica. La izquierda puede festejar el 14 de junio pero no el 2 de
abril. La derrota le da derechos y es consecuencia de sus "pactos
preexistentes" -Yalta y Potsdam, entre otros-. La victoria hubiera
significado, en cambio, su desterramiento definitivo. El 14 de junio de 1982
fue el día de la humillación nihilista; pero no exclusivamente por el revés de
las armas -a cuyos caídos y combatientes cabales honramos como a próceres- sino
porque ese día se decidió oficialmente que la Patria no era ni debía ser libre.
Que los poderes mundiales le ordenaban un destino de colonia. Que la
civilización moderna le imponía una misión de factoría hedonista y prosaica.
Que era preciso sustituir la soberanía política por la soberanía popular; que
era conveniente no ser nada conservando la amistad de los amos, a ser lo que
debemos ser, aunque para eso el estandarte patrio tuviera que flamear
desafiante sobre las más gloriosas de sus ruinas. El 14 de junio el Proceso y
la Partidocracia y ambas con el Poder Extranjero sellaron el único acuerdo no
denunciado ni deshecho: el de la gran traición nacional. Eso, sólo eso, pueden
festejar las izquierdas. Pero el 2 de abril, día de la dignidad nacional, no.
Ni es siquiera para que marchen ex-combatientes
vergonzantes que no están a la altura de su misión y del protagonismo que les
encomendó la historia. Los verdaderos ex-combatientes son los que quieren dejar
de ser "ex". Los que no piden asistencia psicológica sino volver por
la victoria pendiente. Los que no reclaman retribuciones monetarias, sino el
orgullo de la primera línea en el próximo alistamiento. Los que prefieren la
compañía de Nuestra Señora del Rosario a las de las "juventudes políticas",
que son la senilidad más oprobiosa que tiene la república.
El 2 de abril no tolera a los indignos. Y porque la
recíproca lógicamente es válida, es que nos han querido escamotear oficialmente
la fecha. No pudiendo, optaron por tergiversarla y confundirla.
Pero el error no durará para siempre. Porque los
muertos ya saben que significó la guerra; y su magisterio es el más alto y el
más válido que hoy tiene la Argentina. Porque la Patria -sólo la Patria- cabe
entera en esa fecha. Es su cifra y su norte, su modelo. Y ha de ser en adelante
nuestra meta, hasta que el "Malvinas Volveremos" deje de ser grito
para convertirse en orden de rescate.
Entonces, el 2 de abril volverá a ser la fiesta clara,
inequívoca y recta de la argentinidad militante.
Antonio Caponnetto
Revista Cabildo: 2da Época. Año VIII Nº75. 17
de abril de 1984
Nacionalismo Católico San Juan Bautista
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